Recoge el presente volumen parte de las ponencias presentadas en el I Con

greso Galdosiano celebrado en la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria,

y organizado por la Casa Museo Pérez Galdós, institución cultural dependiente

del Cabildo Insular de Gran Canaria.

Se presentaron y leyeron unas cincuenta ponencias, y asistieron unos cien

congresistas, reunidos por vez primera para exponer, discutir y conocer temas

relacionados con el mundo galdosiano. El esfuerzo que supuso esta convoca

toria ha dado frutos inmediatos como el presente volumen donde coinciden

firmas prestigiosas en el campo de los estudios hispánicos, desde Rumania a

los Estados Unidos de Norteamérica. Admirable muestra de la gran fama alcan zada por la obra de nuestro gran escritor, en la atención prestada desde distintos puntos de vista y método. Ya sabemos que GaldÓs, su obra, fueron

motivo de apasionado interés, no siempre favorable, tanto en vida como después de su muerte. En efecto, desde los años inmediatos a su fallecimiento,

con multitudes entusiastas, se ha ido llegando después a penosos silencios oficiosos cuando no a condenaciones burlescas o apasionadas. Su nombre, como

con tantos otros de nuestra historia, ha sido manejado para mezquinas banderías a las que don Benito más bien fue ajeno. Desde el Galdós sacralizado al

anatematizado; desde el escritor nacional, al «enemigo de las virtudes patrias»;

desde el Galdós religioso, al reprobo. Ha necesitado del tiempo y de la serena

investigación histórica para que haya llegado hoy a ocupar el puesto que merece

en nuestro Parnaso.

El ímpetu juvenil de los Maeztu, Baroja y Azorín, en fechas próximas al

estreno de Electra coincidió con el apasionado debate en torno a la obra, con

ecos más allá de nuestras fronteras. Pasado tiempo, la mayoría de los escri

tores de la que llamamos generación del 98, especialmente Unamuno y Baroja,

negaron al escritor canario. Azorín, después, se mostró más comprensivo en

páginas redescubridoras de españolismo de Galdós, tan hondamente preocupado por la misma España soñada por los noventaiochistas.

La generación de Ortega y Gasset tuvo de todo, pro y antigaldosistas. El

mismo Ortega no apreciaba el estilo «pedestre» del novelista, y se comprende,

dada su tendencia al adorno; Eugenio d'Ors achacaba a Galdós jaita de universalidad, lo que el autor no había buscado, al menos en temas y ambientes. Por

el contrario, escritores como Madariaga, Marañan, Pérez de Ayala y Manuel

Azaña, por citar sólo los más relevantes, se manifestaron galdosistas decididos.

Y hay páginas en algunos de ellos que no se entenderían sin una lectura con

trasfondo de Galdós. Todavía dos nombres de científicos, Manuel Tolosa Latour

y Manuel Márquez, médicos insignes, fueron fervorosos admiradores de

Galdós. Y un biólogo eminente, Juan Negrín, cuya afición a nuestro escritor

nació con seguridad ~de su paso por el Colegio de San Agustín de Las Palmas,

de ámbito tan liberal y galdosiano. Dos nombres más, Ángel Guerra y Franchy

y Roca: el primero, novelista y crítico, y el segundo, ensayista y político;

los dos, fervorosos en su devoción por el maestro.

De la generación siguiente, la de la Dictadura, se podrían escoger galdófilos

y galdófobos. Entre los primeros, Aleixandre, D. Alonso, F. García Lorca

o Salinas —autor de un casi desconocido estudio sobre la influencia de Galdós en la novela europea del siglo XIX: un cursillo dictado en la Universidad

de Verano de Santander, en 1933. De los segundos, A. Espina, B. James o el

propio Giménez Caballero, cuyos juicios están más teñidos de partidismo político-religioso que estrictamente literario. Entre los novelistas, Sender, Max

Aux, Francisco Ayala, todos, en un sentido u otro, salpicados de técnica o

de influencia galdosiana. Dos nombres más, Agustín Espinos* y Claudio de la

Torre; catedrático de literatura y ensayista, surrealista de primera línea, el primero; autor teatral y articulista de exquisito estilo, el segundo. Los dos, auto

res de páginas galdosianas necesarias de ser releídas.

En los últimos años, a partir de la guerra civil, desde las páginas acusato

rias de «Arriba» o «Falange» (centenario del nacimiento, 1943), pasando por

las quemas «ideológicas» de sus libros en bibliotecas públicas o de centros de

enseñanza, llegando a la desaparición obligada de los pocos ejemplares de la

Casa Hernando entre los compradores de novelas de Madrid de 1943 ó 1944...

Esto, dentro del marco sociológico. En el estrecho marco de la historia literaria, hay que citar a: R. Pérez de Ayala (con nuevas aportaciones en revistas

hispanoamericanas), Federico de Onís y Ángel del Río (desde la sede hispana

de la Columbia University, de New York), Monner y Giusti (desde Buenos

Aires), Rafael Alberti, María Teresa de León, María Zambrano, Alejandro

Casona, Ricardo Baeza (desde la «Hora de España», en Valencia), Ramón

G. de la Serna, G. Marañan, Pedro Répide, María de Maeztu, Rosa Chacel,

Guillermo de Torre, Casalduero, S. Robles, Ángel Lázaro, Alfonso Reyes, Insúa

(en el año del centenario, dentro y fuera de España), Guimerá, Jordé, D. Pérez Minik,J. Pérez Vidal, V. Doreste {desde Canarias), Eoff, Pattison, Shoe-maker, Berkowitz, GÜmann, Ricard, Sarrailh (entre algunos de los más des

tacados galdosistas extranjeros). Nómina, ya se comprenderá, incompleta; más

bien, selectiva. Pero que prueba, sin duda, el fervor que a partir de la guerra

civil española vuelve a despertar Galdós, dentro y fuera de España.

Mención especial exigiría la novela española de postguerra, sin duda más

cerca de Baroja que de Galdós, como han dicho Nora, Bleiberg y otros estudiosos del tema, pero con trasfondós galdosianos. Así, Zunzunegui, Agustí,

Barea, Andújar, Laforet (especialmente, «Nada»), por citar algunos nombres.

Todos ellos confesores de galdosismo más o menos evidente. Enfrente, distancia

dos de Galdós, Jorge Cela, Umbral, Santos, denostadores de la minuciosidad,

del retoricismo, de «las páginas vacías de Galdós», al decir de Umbral.

En los últimos tiempos, desde los años 60, la fundación de la Casa Museo

«Pérez Galdós», en Las Palmas, por el Cabildo Insular de Gran Canaria; las

sucesivas reediciones de Aguilar, prologadas por el fervoroso F. C. Sainz de

Robles; las primeras tentativas de los «Amigos de Galdós», cuajadas en los

«Anales Galdosianos», dirigidos por el D. Cardona, hasta llegar al Congreso

de Galdós, cuyas ponencias ahora conocen su edición.

Para resumir gráficamente el galdosianismo, se diría que se sintió arropado en el Parque del Retiro, recién fallecido el novelista, junto a la esplén

dida obra de V. Macho; conoció, en su misma ciudad natal, también junto al

monumento de Macho, la vergonzante, tímida y cautelosa ofrenda floral de

cada aniversario; y, ya en los últimos diez años, ha visto con la estatua-monumento de Pablo Serrano, el esplendor y hasta la beatería, compañera nada

aconsejable para ninguna figura histórica.

El camino recorrido por su fama no ha podido tener más avalares; parece

que los fantasmas desatados en 1901 por «Electra» —la obra que ha dado

más abundante bibliografía galdosiana— han tenido cíclicas apariciones, y quizás haya sido una de las últimas la carta pastoral dirigida por un obispo, en

los mismos días en que se abría al público las puertas de la Casa Museo del no

velista. ..

Haber llegado a la selecta y espléndida participación de especialistas

y escritores presentes en el I Congreso Galdosiano, aventura nuevos y prometedores días para el mejor conocimiento de la obra de un escritor que,

por derecho propio, ha alcanzado el prestigio y la universalidad que hoy lo

aureolan.

ALFONSO ARMAS