¿GALDÓS, HUMANISTA?

Josette Blanquat

Esta pregunta no puede menos de hacérsela el estudioso que intenta aclarar

la ideología de Galdós, creando reacciones de escepticismo o de incomprensión

si el imprudente se atreve a formularla en público. Es verdad. Hay que reconocer que Galdós no representa el tipo del humanista clásico. Sin embargo, su

obra ilustra una noción moderna del humanismo que importa definir con los

elementos de la nueva síntesis de valores que la constituyen. Indicar tales elementos, su origen, los maestros y las obras que pudieron introducir al escritor en

tal universo espiritual, dar algunos ejemplos de su manera de expresarlo, es el

proyecto de este breve esbozo.

Como todos los jóvenes de la burguesía liberal de su época,. Galdós recibió

una instrucción que privilegiaba el estudio de las literaturas clásicas, pero todos

sabemos que el novelista debe a sus dotes de observador de lo vivo y no de

lo escrito lo mejor de su obra. Sin embargo, nó hay que olvidar que Benito leyó

temprano y con mucha atención los libros fundamentales de los maestros del

humanismo europeo: Rabelais (ilustrado por Gustave Doré), Erasmo (ilustrado

por Holbein), Goethe, el teatro de Schiller \ que le transmitieron las ideas fuerzas de libertad y de razón, de caridad y de Naturaleza legadas por la Antigüedad

pagana y por el Cristianismo, en obras que, halagando y cautivando la imagina

ción de un joven poco aficionado a la filosofía formaron su sensibilidad, su personalidad entera. Además, el ambiente que rodeaba a Benito, las conversaciones

y las conferencias de los centros cultúrales del liberalismo, los discursos del Congreso, le ofrecieron lo que iba a ser la armadura espiritual de su obra.

González Serrano decía del Ateneo:

Debe reservarse para la significación de la palabra Ateneo (cuyo espíritu ha

llegado a precisar.el de obras y trabajos intelectuales, oratoria, artículos, conversaciones de Ateneo, etc.) aquel alcance que, heredado de la cultura clásica,

se daba en los primeros tiempos del Renacimiento a la palabra humanismo

(no sólo en la acepción de estudios clásicos o de aprendizaje mecánico del

griego y del latín) como estudios libres consagrados a aumentar y elevar por

grados el sentido común culto de las gentes 2.

No se podía aclarar mejor la noción de un humanismo utilitario y popular,

vulgarizador de la cultura con fines altamente morales. En el Congreso, Galdós

presenció, escuchó con pasión el duelo oratorio de los neos y de los liberales

sobre la idea de nación española, duelo en el cual se oponían dos imágenes con

tradictorias de España: la de los ultramontanos, cifrada en un catolicismo de

Estado pretendiendo continuar la tradición de «cristiana intolerancia de los Reyes» 3; la de los liberales, exaltada magníficamente por Castelar, quien, con pre

texto de representar lo que fue la España de las tres religiones en la Edad Me

dia, desarrollaba las grandiosas perspectivas abiertas por Hegel y los hermosos

ensueños de tolerancia de Lessing, hermanando la idea de patria con la idea de

progreso y de universalidad4. En la Universidad «la lucha que ya sorda ya des

cubiertamente sostienen la doctrina tradicionalista y el libre examen»5 suscitaba

pasiones juveniles y duraderas. El mismo Galdós recuerda que «Camús, Bardón,

Castro, Mata y otros célebres profesores» eran ateneístas6, y expresó su admiración por Adolfo Alfredo Camús, a quien llamaban «el último humanista»7.

De modo que podemos afirmar que la palabra viva y la palabra escrita concurrían a hacer de Benito el heredero natural del Humanismo.,

Esto ha dejado huellas manifiestas en sus primeras obras y en los libros que

leyó en su juventud. Aquí mismo, en la Biblioteca de la Casa-Museo de Pérez

Galdós, se conserva una lista de libros que representa seguramente el inventario

de la biblioteca de Benito por los años (1865, 66, 67) que precedieron inmedia

tamente la Revolución de Septiembre. Ahí va el Wilhelm Meister, cuyo ejemplar

se conserva todavía, en el cual van esas reflexiones escritas indudablemente de

la mano de Benito, rectificando la clasificación hecha por Goethe de la historia

religiosa de la Humanidad y afirmando que la última etapa, la más perfecta, la

constituye no el Cristianismo, sino «el Humanismo presente», que comprende

las dos épocas precedentes: la antigua y la cristiana. A propósito del Credo,

Goethe, siempre afecto a mostrar que en la religión del respeto está la meta y

la dignidad de las verdaderas religiones, insistía en la división en tres artículos,

y el lector, glosando a su manera, escribe:

D. P.: Júpiter.

D. H.: Cristo.

D. E. S.: Humanidad.

La significación de las iniciales es fácil de comprender: D. P.: Dios Padre.

D. H.: Dios Hijo. D. E. S.: Dios Espíritu Santo8. No es hora de decir cuanto

esto significa. Pero sí ha venido el momento de fijarnos en una concepción del

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^■TWf»1

Humanismo que tiene en mucho, eso sí, la palabra divina, la palabra cristiana,

pero que, cuando lo crea necesario, se sustituirá a ella.

Pero hablemos primero de Historia. Al leer esta lista de libros se observa

cómo los gustos literarios del estudiante evolucionan y cambian conforme se

viene aproximando la Revolución, cómo la pasión de la Historia se apodera de

él. Ahí van muy pocas novelas históricas pero sí biografías de varones ilustres,

los héroes de la Antigüedad alabados por Plutarco, los creadores de la Edad Moderna celebrados por Lamartine, quien, con el relato de la vida oscura de algu

nos hombres superiores, héroes de la guerra de las armas como de las ideas, in

ventores de máquinas, descubridores de Nuevos Mundos, o mártires de la libertad en lucha contra la esclavitud9 pretendía hacer que «las masas» fuesen más

sensibles a sus méritos y se educasen en la contemplación de los modelos. «Al

destruir la esclavitud y al convocar las masas a participar cada día con más

actividad en la elaboración de su propio destino, las fases nuevas del mundo

moderno hacen de la moralidad y de la instrucción dos condiciones necesarias de

la libertad.» Así decía Lamartine, añadiendo: «El hombre es imitador porque

es perfectible. La Historia es un curso de entusiasmo.» Lamartine no disentía

de Plutarcos quien, en el prólogo de las Vidas (marcado a lápiz en la Biblioteca

de la Casa-Museo)10, declara: «Lo verdaderamente hermoso nos atrae con una

fuerza irresistible. Por eso he escrito las Vidas...» Seguía insistiendo Lamartine:

«Las muchedumbres han de componerse de hombres y no de máquinas humanas.» Más tarde, don Francisco Giner se preocuparía de «hacer hombres».

Plutarco, tan amado de los revolucionarios franceses de 1789; Lamartine,

el héroe republicano de la Revolución francesa de 1848, que tanta influencia

tuvo en los españoles que hicieron la Revolución de Septiembre; Lamartine y

Plutarco fueron los maestros en civismo de Benito, formadores de una ética que

manda al individuo y a la colectividad humana que tenga por meta el más alto

tipo de humanidad. Y no podemos menos de recordar que el fundamento del

Humanismo consiste en afirmar el valor de la obra humana. La disciplina esen

cial de los individuos y de los grupos humanos impone que mantengan en ellos

la grandeza humana. A eso se dirige la enseñanza, los nuevos métodos de educación que suprimen los castigos corporales y las innecesarias humillaciones, como

lo pedían Erasmo y Rabelais... A eso se dirigen obras como la primera serie de

los Episodios Nacionales de inspiración épica. En Trafalgar, españoles e ingleses,

aunque enemigos, se reúnen para llorar y elogiar a los héroes Churruca y Nelson,

iguales ambos en nobleza y en valor. En otros libros descuellan héroes más hu

mildes, inspirados por el genio del pueblo (pueblo entendido en el sentido herderiano

de nación): Juan Martín (el famoso Empecinado, a quien su adversario,

el general Hugo, rindió homenaje en sus Memorias), a pesar de ser muy igno

rante y casi analfabeto es la ilustración —y no es una paradoja— de un humanista

heroico y popular, defensor de la civilización moderna y de la idea de

nación fundada en la libertad, contra los bárbaros más instruidos que él.

No sólo la concepción de la Historia como maestra de la vida cuyo juicio

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no puede errar, pues resulta de la unanimidad de los dictámenes (La Fontana

de Oro, capítulo VII), no sólo la preferencia por la historia viva, contemporánea,

que es como la representación concreta de la vida del espíritu, se-remonta al

humanismo del Quattrocento, sino la preocupación constante de considerar al

individuo en su dimensión histórica, de oponer los conceptos de Barbarie y de

Civilización para inculcar a los lectores las virtudes cívicas y transformar al

homo barbarus en homo humanus. La doble preocupación de la persona humana

y de «las masas» aparece en las primeras crónicas de política interior que Galdós

escribe para La Revista de España (1871-1872). Ahí vemos su confianza en «las

masas» n y su indignación, su compasión por «la clase verdaderamente mártir»,

víctima de políticos indignos n. Esta preocupación, que tantas veces se expresa

en la Crónica, late en lo más profundo del drama político de La Fontana de Oro.

La relación establecida entre Lázaro, héroe del pueblo (o ambicionando serlo),

y el pueblo extraviado por su culpa, constituye el eje con el cual se relacionan

los diversos movimientos de la acción novelesca. Hay mucho del pensamiento

de Michelet en todo esto 13. Lázaro, impulsado por ambiciones juveniles y el afán

de gloria, no podía ser el héroe, el orador que consigue expresar el deseo profundo de las masas y captar en la coyuntura política del momento la exigencia

esencial de la nación. Los motivos impuros que le impulsaron lo impedían. Una

exigencia de pureza, virtud que casi tiene algo de sobrenatural en Michelet como

en Galdós, funda la legitimidad de la acción política. Idealista, Galdós cree en

«la fuerza nunca vencida de las ideas» M, en «la fuerza incontrastable de la ló

gica» 15, y bajo su pluma la palabra vulgo se opone a ideal, expresando el desprecio no del aristócrata para con las masas, sino el del idealista que deplora la

indiferencia a las ideas. Comparable, en eso, a Cervantes: «Y no penséis, señores, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde» 16.

Raro es en nuestra historia el caso en que intentemos aprovechar una conquista

hecha en favor de la libertad y contra el despotismo. La serenidad no se adquiere aquí nunca, la razón se nubla, el vulgo sube, sube sin cesar a cada

nuevo eclipse de las ideas: las graves resoluciones se someten al criterio de un

vano capricho o de los rencores de hombres que no conciben su enaltecimiento

sino sobre la humillación de los demás; surgen las vanidades de tercera fila,

forcejeando con desesperado empuje para llegar a la cumbre. En esta confusión

vertiginosa la inteligencia, los principios, todo lo bueno y útil desaparece y

se hunde; la política y los políticos infunden menosprecio a las personas

honradas e imparciales, y huyendo todos de tocar con sus manos lo que les

parece que las ha de manchar, queda la suerte del país al arbitrio de ambiciosas

y desprestigiadas pandillas que convierten aquella tan sagrada cosa en objeto

de vil granjeria17.

Los «malos hábitos del ciudadano español que necesita del acicate de la ambición para cumplir sus deberes políticos», adquiridos con el régimen absolutista,

han de curarse con el desarrollo de la instrucción y una participación cada día

más activa a la vida de la nación 18. La severidad del moralista se funda en su

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concepción idealista de la Historia y en su fe en el grandioso porvenir de la

Humanidad. Tal concepción explica también el humanitarismo de Benito y la

participación del periodista a las campañas abolicionistas 19. En la isla de Utopía

no existían la pena de muerte ni la esclavitud. Tampoco tienen sitio en el sistema

de valores de Benito admirador de Victor Hugo y discípulo consciente de la

escuela de Thomas Morus.

En las novelas, el idealismo de Galdós se expresa a veces de manera indirecta, irónica. Examinemos la estructura de El amigo Manso. Antes de que la

voluntad del novelista^ cambiase lo inexistente en existencia, el Máximo Manso

virtual no estaba a gusto en el mundo superior de las Ideas: él se quejaba «de

la ilusión de orgullo que siempre mitiga el frío aburrimiento de estos espacios de

la idea... Aquí, señores, donde mora todo lo que no existe, hay también vanidades ¡pasmaos! hay clases y cada intriga...» Sin embargo, en esta vida mortal

el profesor de filosofía habla con una modestia muy sospechosa de su oficio:

Discípulo soy, no más, o si se quiere, humilde auxiliar de esa falange de nobles

artífices que siglo tras siglo han venido tallando en el bloque de la bestia

humana, la hermosa figura del hombre divino.

Bloque de mármol, estatua, todos reconocemos las imágenes de que se valía

Aristóteles para expresar la relación entre la materia y la forma, el cuerpo y el

alma. A pesar de tanta ambición, Manso se deja morir de amor por una joven

muy indigna, por cierto, del ensueño amoroso que había inspirado, y la envidia,

y el despecho por no pertenecer a un mundo tan inferior le acompañan cuando

vuelve a las regiones del más allá. ¡Este es el personaje narrador encargado por

Galdós de hacer la crítica de una sociedad materialista, olvidadiza de los grandes

ideales de antaño! Intentemos imaginar lo que hubiera hecho un idealista platónico y escultor de verdad, Miguel Ángel. Imposible imaginar un diálogo entre

él y la carnicera que pide lecciones para hacer de su hijo «un caballero». Pense

mos en el extraordinario soneto dedicado a Vittoria Colorína (que acababa de

morir). ¡Cómo se humilla el artista, negándose a sí mismo todo mérito personal!

La obra, no la hace él, el martillo del escultor, no lo maneja él, sino la amiga

«ministro» de Dios20. ¡Pobre amigo Manso! A pesar de ser él excelente persona

y admirable pedagogo, muy superior, por cierto, a los que le rodean, la ironía

de Galdós lo envuelve todo, lo arrastra todo, al personaje narrador como a los

héroes de la novela, haciendo resaltar con alusiones humorísticas que son como

otros tantos puntos de referencia al idealismo de la Antigüedad pagana la medio

cridad de la «clase media». Y no deja de tener su grano de sal el que la novela

así construida no resulte una novela idealista, sino —técnicamente hablando—

realista y hasta, por algunos aspectos, naturalista.

Volvamos a la crítica de política interior de La Revista de España. Galdós,

campeón del poder civil contra las ambiciones excesivas del poder religioso (en

este sentido es preciso hablar de anticlericalismo constante de Galdós) a pesar

de su respeto y de su admiración por el clero español21, se indigna a la idea de

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que el monarca pudiese venir a ser el mero, instrumento ejecutivo del partido

clerical22. El recuerdo de la Roma antigua no se borraba de la mente de los

liberales, que muchas veces alababan las virtudes cívicas de los romanos con la

sabiduría de un Estado que respetaba los diversos cultos religiosos de los pue

blos conquistados.

Para terminar con esta breve e incompleta reseña de lo que el humanismo

galdosiano debe a la Antigüedad pagana veamos su concepto de la Naturaleza.

A lo largo de la obra toda se afirma la bondad y la terribilitá de la Naturaleza.

Desde La Fontana de Oro a Casandra, de cuántas novelas se pudiera repetir lo

que escribe Montesinos de Lo Prohibido:

El libro esta balanceado en esta línea: sociedad frente a Naturaleza; es decir,

convenciones humanas, arbitrarias y antinaturales contra la condición del ser

elemental que tiene por seguro guía el instinto23.

Bondad de la Naturaleza: en ella se funda la concepción optimista del hombre

y del porvenir de la Humanidad; de ella depende la felicidad de los individuos.

Opuesta a la doctrina del pecado original, tal concepción fue defendida con ardor

en tiempos del Renacimiento. Terribilitá de la Naturaleza: quien desconoce sus

imperativos decae y se desmoraliza. Las señoras de Porreño, por haber traspasado en su juventud la ley del amor, se han transformado en las «harpías» de

La Fontana de Oro. Hay, pues, una justicia inmanente que temer. A pesar de

lo que hace creer a veces la violencia de los contrastes y de las caricaturas, Gal

dós es antimaniqueo porque «los malos» lo son por resultado de sus errores o

por influencia del medio social en que han sido educados, no por ser la encar

nación del espíritu del Mal, en la existencia del cual no creía Galdós. Antes de

que Víctor Hugo escribiese el admirable poema de La Fin de Satán, Benito

proclamaba: «El Diablo ha muerto» 24. Nada en su obra nos permite hablar de

su creencia en un Dios personal que gobierna a su antojo las leyes de la Naturaleza. Como Renán y los librepensadores, fieles a la tradición racionalista nacida

gracias a la labor crítica de los humanistas, Galdós se reía de las supersticiones y

negaba la realidad del «milagro». Pero no era ateo y tantas veces proclamó el

desdén que le inspiraba el ateísmo que debemos creer en su sinceridad. Hasta la

idea de un «ateísmo purificador», a la manera de Jules Lagneau, debía ser extra

ña a sus convicciones. Hace algunos años H he planteado la cuestión de la posible

adhesión de Galdós a la teoría de la inmanencia divina, derivada del panteísmo

de Spinoza y desarrollada en el siglo xix por algunos pensadores que intentaban

conciliar la idea tradicional de la divinidad con la idea de una Providencia inma

nente a la Naturaleza y a la Historia. Todavía sigo ignorando si Galdós conoció

El nuevo espiritualismo, de Vacherot26, pero después de consultar los Estudios

sobre la Historia de la Humanidad, de Franc.ois Laurent (cuyo primer tomo que

da todavía en la biblioteca de Las Palmas), supongo que Galdós, como el joven

Vicente Halconero de España Trágica, conoció e hizo suya, en sus años de estudiante, tal doctrina. Esto explicaría que la aventura espiritual, en las novelas

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llamadas «místicas», guarde siempre un carácter humano, natural, y que la

curiosidad del escritor, su afán por conocer las leyes de la Naturaleza que le

hace prorrumpir a veces en declaraciones materialistas ", no desmienta la fe en

una ley del Progreso regida por una Providencia oculta, aunque la existencia de

ésta la puso muchas veces en tela de juicio. Pero Naturaleza es también Razón,

o mejor dicho, el hombre es un ser racional por naturaleza, y de su reflexión

resulta un nuevo código del honor que va a tener en cuenta, esta vez, los principios de la religión cristiana.

La nobleza de alma, este concepto que nos viene de la Edad Media y corresponde al alma inclinada hacia el Bien por un habitus o instinto natural, se

fundaba en el amor:

Antore e'l cor gentil sonó una cosa...

Amor casto, heroicamente dedicado a la contemplación y siempre doloroso.

Eso cambia con el Renacimiento, todos conocemos los hermosos estudios de don

Ramón Menéndez Pidal a este propósito. El siglo xviii intelectualizó la exalta

ción de la sensualidad no pocas veces con una punta de cinismo y el Romanticismo se puso a celebrar las pasiones más fogosas. Pues Amparo y Agustín Ca

ballero (Tormento) al instalarse en la unión libre, viven un amor muy distinto

de las formas que acabamos de mentar. Es que cada uno soñaba con la felicidad

de una vida casera, decente, ordenada. Sólo que, por haber tenido ella una aventura que la hizo blanco de la chismografía de Madrid, se había cerrado para

siempre la perspectiva de fundar familia. Guiados por el instinto natural de la

felicidad los amantes se instalan, pues, al margen de la sociedad burguesa que

los rechaza, no para abandonarse a los excesos que prohibe la moral burguesa,

sino para llevar la vida burguesa, en definitiva, que añoraban. Huyen de España.

Naturaleza y Razón —más paganas que cristianas— han preservado el amor y la

dicha. El relato no tiene carácter licencioso o erótico. Sólo se fija en la difícil

realización de la persona en cada personaje y en la búsqueda de una felicidad

compatible con la dignidad humana. Cada uno de los amantes lo consigue al fin:

Amparo; confesando sus errores al hombre amado (el nuevo código del honor,

tan intransigente como el antiguo, no admite la mentira)28; Agustín, teniendo en

cuenta la inferioridad moral y el poder real de «ese imperio de la prosa» que

es k burguesía, elige la única solución capaz de poner a salvo las más profundas aspiraciones de cada uno con los valores de fidelidad, orden, discreción en

el amor recíproco. Afirmación de la virtud burguesa, digna en su anticonfor

mismo, de los tiempos en que la burguesía afirmaba una ética fundada en el

sentido común, la honradez, una concepción realista de la vida frente a una

aristocracia huera, cuya respetabilidad era sólo de apariencia. Esto lo revela la

estructura de la novela y la oposición de los personajes. Agustín, «aquel hombre

que había prestado a la civilización de América servicios positivos, si no brillan

tes», que lleva en el color «malísimo» de su rostro «la marca del apostolado

colonizador que, con la vida y la salud de tantos nobles obreros, labra las potentes civilizaciones del mundo hispanoamericano», frente al miserable «orgullete

cursi» de Rosalía Pipaón, entre «aquellos esclavos» de la áurea miseria madrileña,

ilustra la esperanza y el desengaño del propio Galdós. Esperanza de quien decía

en 1870 su confianza en «la clase media» y desengaño de quien no ve en 1884

sino la caricatura de lo que debía ser. La palabra epicureismo no conviene para

designar las cualidades que determinan la decisión de Agustín. Y como importa

distinguir la ética de Galdós de la de los krausistas, tan rigoristas en su valora

ción de la persona humana que los llamaban a veces los estoicos modernos, sólo

me atendré a la palabra antiestoicismo, que nos sitúa otra vez dentro de la tradición humanista.

Muy otro es el caso de Ángel Guerra. El tema tratado en la novela es eviden

te: el paso del amor profano al amor divino ¿cómo se ha de realizar en la

sociedad moderna? La inspiración de Galdós se orienta hacia la Edad Media.

¿Por qué? Así lo quería la moda literaria, las corrientes nuevas que se afirmaban

en la prensa y en las publicaciones. El libro de William H. Shoemaker, Las Cartas desconocidas de Galdós en «La Prensa» de Buenos Aires (Ediciones de Cul

tura Hispánica, Madrid, 1973), que tan generosamente nos regalan los organiza

dores de este Congreso nos da en este asunto luces que no hay que desdeñar.

En una carta fechada del 5 de mayo de 1885, Galdós lamenta la decadencia del

sentimiento religioso en España: «esa fuerza poderosa, ese nervio de nuestra

historia, esa energía fundamental de nuestra raza en los tiempos felices..., esta

potencia moral». (Apreciaciones de hombre político más bien que de creyente.)

Todo se hundió. El siglo XVIII, con su despiadado análisis, fue la esponja

que borró todo aquel pasado espléndido.

Después de expresar su decepción al constatar que «pasaron de moda» en

breves años, no sólo Krause, sino Hegel, Fichte y demás germánicos, Galdós

declara que «no aparece la filosofía que nos ha de dar algo con que sustituir

aquella eficaz energía». Califica de «inútiles» los esfuerzos de los propagandistas

protestantes en España y acaba por profetizar:

El pueblo español no es ni será nunca protestante. O católico o nada.

Y repite: «O católico o nada.»

Pues, Ángel Guerra vuelve a la inspiración de La Divina Comedia. Cuanto

él dijo del poema medieval prueba que Galdós ha leído y aceptado sin más reflexionar el juicio expresado por lord Macaulay en sus Estudios Literarios29. Pres

cindiendo de la maravillosa poesía cósmica, ignorando la tercera cántica (el Paraíso), Galdós se fija sólo en la aventura del «hombre moral». Actitud muy poco

conforme con la de los verdaderos humanistas y, en todo caso, actitud que revela

una tendencia (digna de lamentar) a un humanismo homocéntrico. La aventura

de Ángel, «el masón federalista de los de petróleo», enamorado de una hermana

de la Caridad, es la de un «amor iniciado como sentimiento exclusivo y personal,

extendido luego a toda la humanidad, a todo ser menesteroso y sin amparo»30.

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Ángel muere creyente y sin sacramentos. El lector se convence de que ha hecho

su salvación gracias a una religión despojada, reducida a la más maravillosa caridad, la caridad tan alabada de los humanistas discípulos de San Pablo y, en

tiempos de Ángel Guerra, de Tolstoi. Durante todo el camino de purificación,

Ángel no dejó de luchar contra «la raíz mala» que reconocía en él para elevarse

hacia la Naturaleza espiritual, que tanto admiraba en Leré y en don Tomé. Nunca se hace mención de la Naturaleza, hija de Dios. Sólo sabemos que Leré «se

había emancipado en absoluto de las leyes físicas» y que su «divinidad» ejercía

sobre Ángel una «atracción» muy honda (Días Toledanos, II). A pesar de ser

Leré, con toda evidencia, «la dama celeste» del caballero cristiano a lo moderno,

no se nota intervención alguna de la gracia divina y se puede pensar de la aventura de Ángel lo que opinaba González Serrano de Fausto:

Ante la idea de la inmanencia de lo divino en el mundo, Fausto no puede

fiar, cual Job, su salvación a una intervención extramundana y sobrenatural;

Fausto tiene que buscar la redención dentro de sí mismo y se convierte en un

Job rejuvenecido y regenerado. Existe, pues, aquí un simbolismo, remozado

por el nuevo espíritu y tendencias del arte moderno31.

Ernest Renán murió en 1892 (un año después de Ángel), declarando: «Muero

en comunión con la Humanidad y con la Iglesia del porvenir.» Había no pocos

puntos comunes entre el idealismo de Renán y el de Galdós. La frase tan cono

cida: «Churruca era hombre religioso porque era hombre superior» nos recuerda

que Renán había afirmado en un artículo famoso32 que las naturalezas humanas

más hermosas son las más religiosas. También Renán soñaba con una transformación del Cristianismo, anunciaba que «esta vieja Iglesia (había de) rejuvenecer

como el águila y reverdecer como la palmera». Pero no creía en el porvenir de

las Iglesias nacionales mientras que Ángel y su profecía de un papado español

acompañado del triunfo de la Caridad que destruye jerarquías y fronteras nos

hace pensar que Galdós se complacía con el ensueño de una España mítica, patria de los tiempos modernos. Renán proclamaba: «El mundo será eternamente

religioso y el Cristianismo es la última palabra de la religión» y si, al reconocer

la grandeza del catolicismo, exclamaba: « ¡cuánta fecundidad en su apostolado de

caridad! », nunca pretendió que el amor dedicado a una mujer bastara para

inspirar el amor de la humanidad. Sólo decían cosas parecidas los positivistas discípulos de Auguste Comte, los hermanos Lagarrique, quienes solían enviar sus

libros a Galdós. De modo que vemos ahora cómo, en el sistema de valores que

la obra galdosiana va creando y completando, el positivismo viene a integrar

se 33. Esto nos recuerda q\ie «el humanismo pide una renovación de la cultura con

el injerto de pensamientos nuevos en la cultura tradicional» 34. «Es mejor injer

tar», decía Clarín, verdadero humanista, «injertar en la España católica la España

liberal» 35. Pero esto no iba sin contradicciones a veces chocantes.

Porque Ángel comienza por renunciar a su fortuna, aprobado en esto por

Galdós36. Pero el liberalismo, fundado en el libre cambio, creía en un «Evangelio

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^iil^^

de la riqueza». A pesar de esto, en el dominio del alma, el mandamiento va sin

atenuación: no hay nobleza sin profundo desprendimiento de los bienes exteriores y de las pasiones egoístas. No se trata de luchar sólo contra la avaricia,

sino contra lo que San Agustín llamaba «la raíz de todos los males», la cupiditas,

que inspira la nefasta ambición de los políticos, el fanatismo religioso o el exceso

de sensualidad que falsifica el amor (María Sudre, «la odalisca mojigata» de

La familia de León Roch). En esto, la vieja España quedaba vencedora. La vieja

oposición de Chantas y Cupiditas se ilustra en toda la obra de Galdós. El amor,

con el espíritu de abnegación que sólo él inspira, funda la persona tanto como la

ciudad. La inspiración de Galdós busca argumentos en la religión cristiana tanto

como en el racionalismo antiguo: al usurero Torquemada se opone la realidad

de la fe con el padre Gamborena; en Realidad, el rico Orozco, movido por el

afán de justicia y una moral racionalista digna de la Antigüedad37, se emplea en

restituir los bienes adquiridos con engaño en otros tiempos. Las novelas galdosianas

nos incitan a reflexionar sobre las diversas doctrinas que condenaron la

injusticia y las pasiones humanas que la provocan.

Renán, después de Erasmo, pensaba que el dominio del alma es el de la libertad y pretendía que con la libertad se resolvía la cuestión religiosa. Lo clamaban

también los librepensadores muy leídos en tiempos de la Revolución de Septiembre. El ensueño de libertad toma formas muy diversas en la obra de Galdós.

El revistero de La Revista de España aspiraba a una «libertad armonizada con

el orden o, mejor dicho, produciéndolo»38. Sin libertad no hay dignidad humana.

La idea de nación se funda en la libertad, y hasta la noción de Naturaleza, como

lo creían Herder y Schiller. Cuando, en La Fontana de Oro, Lázaro, encarcelado,

declara al absolutista Coletilla: «Yo creo en la libertad que está en mi naturaleza

para que la manifieste en los actos particulares de mi vida», ¿cómo olvidarse de

otro «diálogo entre ayer y hoy» de la confrontación entre Felipe II y el marqués

de Posa en el Don Carlos de Schiller?:

¡Contemplad las maravillas de la Naturaleza divina! ¡Ella se funda en la

libertad! 39

Ángel Guerra sueña con una congregación caritativa que respete la libertad

de cada uno, haciéndonos recordar la «contra abadía» famosa de Rabelais: la

abadía de Théléme. Pero en el dominio religioso Nazarín es la obra de Galdós

más satisfactoria para la cuestión que nos preocupa. La oposición de Nazarín, el

sacerdote loco por Cristo, y de don Manuel Flórez, tan atildado y sociable, nos

recuerda la crítica que hace Erasmo de los monjes demasiado afectos a las apariencias exteriores40. El tema de la locura de Dios está marcado al lápiz en el

ejemplar de L'Eloge de la Folie que conserva la biblioteca. Pero en la novela

el tema está tratado en tono a veces grave, a veces humorístico, que pudo inspirar la lectura de los primeros capítulos de La Vida de Jesús de Ernest Renán.

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En su poética concepción de la Naturaleza, un soplo único penetra el universo:

el soplo del hombre es el de Dios. Dios mora en el hombre, vive por el

hombre lo mismo que el hombre mora en Dios y vive por Dios.

En la interpenetración de lo humano y de lo divino se cifra la poesía de la

novela galdosiana. Poesía de una vida purificada y errante, en la cual «creíanse

en mayor familiaridad con la Naturaleza, en libertad absoluta» (4.a parte, cap. II).

Las palabras evangélicas van asociadas a la evocación de paisajes idílicos o misteriosos, y no se puede afirmar que el autor se inspire en la idea de la inmanencia

divina, pero sí que ha entendido las sugestiones de Renán. A lo largo del camino,

la libertad de los vagabundos inspirados cobra un valor tan positivo que nos

recuerda El alfabeto cristiano de Juan de Valdés, quien con tanto entusiasmo

describe la libertad del cristiano:

Sappiate, signora, che la liberta cristiana é una cosa che, per molto che si

ragioni e per bene che si pratichi, non si puote giamai intendere se non per

isperienza, di maniera che tanto saprete di lei quanto isperimenterete

nell'anima vostra, e niente piü... Ma tuttavia vi voglio dis questo che, secondo

pare per quello che dice S. Paulo: «essendo io libero di tutte le cose, mi fed

servo di tutti per guadagnarli tutti per Cristo», la liberta cristiana é nella

coscienza, peroché il vero e perfetto cristiano é libero dalla tirannia della legge,

dal peccato e dalla morte ed é signore assoluto degli affetti suoi e degli

appetiti. E dalTaltra parte é servo di tutti, quanto all'uomo esteriore, percioché

é soggetto a serviré alie necessitá del corpo suo e a tenere soggetta la carne

sua e a serviré alli prossimi suoi secondo la sua possibilitá o con le facoltá sue,

se ne tiene, o con buona dottrina, se v'aggiunge, e con essempio di buona e

santa vita. Di maniera che una estessa persona cristiana, quanto alio spirito,

é libera senza riconoscere altro superiore che Iddio e, quanto al corpo, é

soggetta a tutte quante le persone che sonó nel mondo per Cristo41.

Ahí está el tema de la novela, la explicación de los actos del protagonista

principal:

No era, pues, hereje, ni de la más leve heterodoxia podían acusarle, aunque a

él las acusaciones le tenían sin cuidado, y todo el Santo Oficio del mundo lo

llevaba en su propia conciencia. (3.a Parte, cap. I.)

En fin, las investigaciones acerca de Santa Juana de Castilla que hizo (y ayer

comentaba con tanto acierto) mi amigo Rodolfo Cardona parecen probar que Galdós

fue movido del propio impulso y de la sola fantasía cuando quiso unir en la

misma gloria al maestro del humanismo moderno con la Reina tan amada de los

castellanos, Juana la Loca, lavándola de la sospecha de locura y proclamándola

santa por encarnar el espíritu del evangelismo erasmiano. Mensaje conmovedor

del viejo novelista, una vez más acusador y entusiasta, dominando sus decepciones y sus rencores para enseñar a España el camino de salvación con el nombre

de Erasmo en su última obra.

53

Creo que era necesario recordar todo esto para comprender la oposición tan

notable en la obra de Galdós entre los conceptos de civilización y de barbarie.

Porque los neos, es decir, los católicos ultramontanos, sus enemigos, también

cifraban su propaganda en la misma oposición, utilizando las mismas palabras,

pero con valores diferentes. La Civiltá Cattolica, órgano de los Jesuitas de Roma,

consideraba que el espíritu que animaba la Reforma era de inspiración satánica,

y por eso condenaba con especial encono, entre los principios del liberalismo, el

aliento del libre examen. Y si, como lo ha dicho Heidegger con tanto acierto, se

entiende por la palabra humanismo el esfuerzo que intenta conseguir que el hombre sea libre por su humanidad y descubra su dignidad, el humanismo se diver

sifica según las diferentes concepciones de la libertad y de la naturaleza del hombre. La humanitas del homo humanus se determina a partir de una interpretación

fija de la naturaleza, de la historia, del mundo, del fundamento del mundo42.

Para mejor comprender la obra de don Benito tenemos que recurrir también a la

definición del humanismo que proponen los críticos de arte André Chastel y

Robert Klein43: se trata de asociar en una misma intuición Naturaleza, virtud,

hermosura, razón, Antigüedad, religión cristiana, purificándolas y reduciéndolas a

su esencia verdadera. En la intuición del artista que fue Galdós, tales nociones

se van depurando y matizándose unas a otras en el admirable movimiento de la

vida que con tanta maestría supo imponer el novelista a su obra, y sirven para

exaltar o criticar la sociedad española en la amplia epopeya —ora heroica, con

el recuerdo evidente de Plutarco, ora irónica y desengañada— que constituyen

los Episodios y las Novelas. En este sentido sí podemos hablar de un «Galdós

humanista», pero no en el sentido clásico —el más corriente— de la palabra

humanista, porque, aunque tuvo buen conocimiento de las obras fundamentales

de la Antigüedad y del humanismo europeo, nunca fue Galdós un verdadero

erudito, ni nunca pretendió serlo. Su vocación de novelista naturalista le llevaba

por otro camino. Por eso me parece más exacto definirle como un librepensador

heredero consciente de la tradición espiritual del humanismo, la cual seguía muy

viva en la Europa y en la España del siglo xix, sobre todo en la corriente del

libre pensamiento que representaba Franc.ois Laurent. Como Castelar, Galdós

debía de pensar que «el hombre es un ser religioso» y la sociedad «una entidad

religiosa». En el sistema galdosiano los valores cristianos cobran esencial importancia, coincidiendo con las aspiraciones del protestantismo liberal que expresaba

el profesor belga. Esto explica la insistencia de los neos en calificar de protes

tantes a los liberales (especialmente a los ateneístas) y las protestaciones de los

que, respetuosos de la historia y de la personalidad de la nación española, se

consideraban atados al catolicismo44. Pero siguiendo fiel al espíritu del siglo xvi

hasta en el tono festivo de quien sabe que la festivitas tiene valor de ejemplaridad,

el humanismo galdosiano va creando una nueva síntesis de valores en el

dominio de la religión como en el de las relaciones humanas. Si las reivindica

ciones del racionalismo crítico, del espíritu de libertad y de caridad se expresan

con la misma fuerza, la idea de la inmanencia divina derivada del panteísmo de

54

Spinoza les da una significación nueva. La experiencia (el drama) de la salvación

es cosa puramente humana y el reino de Dios es el del espíritu. La tradición de

la «nobleza de alma» se perfecciona con la idea kantiana de la persona, originando una serie de obras en las cuales se condena la sociedad donde pululan

fantoches risibles y siniestros. En este plano el moralista se anticipa algunas

veces a Pirandello y a los creadores del esperpento. Pero la concepción galdosianá

de la felicidad humana se aleja del kantismo y supone la reconciliación con la

Naturaleza. A pesar de su adhesión a los valores esenciales del cristianismo, Galdós no se entrega a la búsqueda del reino de Dios como lo hacía Clarín en los

últimos años de su vida. La reflexión del novelista se fija en las condiciones

de realización de una república civil que permita que cada ciudadano alcance

el feliz desarrollo de su personalidad y cree, según sus convicciones, «la relación

pura, libre, espontánea con el ideal» que constituye para Renán la religión45.

Entre los novelistas españoles de su generación, si los hay más eruditos y anima

dos de más alta exigencia de espiritualidad, ninguno como Galdós supo defender

al homo humanus en obra tan suntuosa. La fidelidad a los hermosos ensueños

del liberalismo humanista explica los desengaños ocurridos en la vida política del

novelista que pasó del partido monárquico al republicano y llegó a pensar que

«el único porvenir estaba en el socialismo»46; pero el humanismo fundado en

los valores de persona y de caridad hacía imposible la completa adhesión al principio marxista de la lucha de las clases. Y en literatura, cuando, a fines del siglo,

con la crisis económica y política que se plantea, se ponen en duda los valores

espirituales de dicho humanismo, y con la influencia de Nietzsche otra forma de

humanismo, fundado en valores diferentes, va desarrollándose, Galdós se encuentra algo desfasado y vuelve a lo de siempre: a la educación del pueblo español

con los Episodios, insistiendo cada día más en el ideal de fraternidad y de tolerancia. Francois Botrel nos reveló ayer, muy oportunamente, el aislamiento de

Galdós en 1914, abandonado de los intelectuales como de los partidos obreros.

Por eso creo que el humanismo galdosiano fue uno de los agentes más activos

de la evolución de las ideas políticas y literarias de Galdós, pero que también

fue una remora.

Andado el tiempo y apagados los odios y la incomprensión que tan caro le

costarían, podemos hoy rendir homenaje a la lucidez y a la amplitud de miras del

novelista amado y admirado hasta en la Rusia soviética, como lo muestra la excelente comunicación de Vernon A. Chamberlin. Hoy podemos apreciar cómo la

permanencia de los valores espirituales a los cuales Galdós. había dado su fe en

los años de juventud enriquece la obra del autor naturalista con matices y vibra

ciones delicadas, muy personales. Siempre con la nostalgia del homo faber, el

gran trabajador que fue Pérez Galdós coincide con Emilio Zola en muchos de los

temas tratados, pero por su arte de la mesura y de la ironía se distingue del

maestro del Naturalismo y se acerca más a la tradición humanista. Al ilustrar

y perpetuar en los tiempos modernos el combate del humanismo contra la barbarie, Galdós ha dado una imagen ejemplar de su querida patria, la noble España.

55

NOTAS

1 La biblioteca de Las Palmas conserva estos libros:

Oeuvres, de Francois Rabelais. Illustrations par Gustave Doré. París, Bry, 1854.

Erasme, L'Eloge de la Folie, composé en forme de déclamation, par Erasme et traduit par

M. Gueudeville, avec les notes de Gérard Listre, et les belles figures de Holbein. Le tout sur

l'original de 1'Université de Basle. Nouvelle éditíon, revue, augmentée et mise en meilleur ordre.

A Neuchatel, chez Samuel Fauche, Libraire du Roi. MDCCLXXVII.

Le Faust, de Goethe, seule traductíon complete précédée d' un Essai sur Goethe, accompagnée

de notes et de commentaires et suivie d'une étude sur la mystique du poéme par M. Henri

Blaze. París, Charpentier, 1840 (1.° éd.), 1861 (9.° éd.). (Este volumen ha desaparecido de la

biblioteca, pero está señalado en el inventario en fecha de 1865: hasta septiembre.)

Goethe, Wilhem Meister, trad. complete et nouvelle par M. Théophile Gautier fils. París,

Charpentier, 1861, 2 t.

Wertber, par Goethe. Traduction nouvelle et notice bibliographique et littéraire de Louis

Enault. 2.° édition. París, Hachette, 1859.

(Estos dos libros señalados en el inventario en fecha de 1865: hasta septiembre.)

Goethe, Hermann et Dorothée, traduction nouvelle de H. Fournier, París, Michel Lévy,

1864. (En el inventario en fecha de octubre 1865.)

Tbéátre, dé Schiller, traduction nouvelle précédée d'une notice sur sa vie et ses ouvrages,

par M. X. Marmier. París, Charpentier, 1860. 4.° éd. 3 vol. (En el inventario: hasta septiembre

de 1865.)

2 U. González Serrano, Estudios Críticos, Madrid, 1892, p. 38.

3 El Siglo Futuro, 4 de mayo de 1876: «¿A qué citar... pactos exigidos por la necesidad

y hechos con espíritu de cristiana intolerancia, precisamente por los mismos que echaron por

tierra la media luna para poner los pueblos al amparo de la Cruz?»

V. también el discurso de Monterola pronunciado el 12 de abril de 1859 discutiendo el

proyecto de Constitución en las Cortes Revolucionarias.

4 Cf. Castelar, Discurso pronunciado el 7-4-1869: «Acordaos de la Edad Media, en la

que el principio de tolerancia religiosa reinaba imperfectamente, pero reinaba al cabo en

nuestro suelo...»

Rectificación al señor Manterola sobre la libertad religiosa y la separación entre la Iglesia y

el Estado pronunciada el 12 de abril: «Hay en la Historia dos ideas que no se han realizado

nunca; hay en la sociedad dos ideas que nunca se han realizado: la idea de una nación y la

idea de una religión para todos...»

Discurso con motivo de la discusión del Mersaje pronunciado en el Congreso el día 16

de marzo de 1876, etc.

5 Galdós, en Las cartas desconocidas de Galdós en la Prensa de Buenos Aires. Ediciones

Cultura Hispánica, Madrid, 1873, p. 131.

« Ibíd., p. 60.

7 Cf. J. Blanquat, «Lecturas de Juventud», en Cuadernos Hispanoamericanos, LXXXIV,

250-52, octubre 1970-enero 1971, pp. 178-220.

8 Señalado por W. T. Pattison, Benito Pérez Galdós and the Creative Process, pp. 118-120,

Philosophy in Marianela and Wilhelm Meister.

9 Lamartine, Homére et Socrate, París, Michel Lévy, 1863 (en el inventario va fechado:

septiembre 1865).

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Christophe Colomb, París, Michel Lévy, 1863 (octubre 1865 en el inventario).

Nelson, París, Michel Lévy, 1864 (noviembre 1865 en el inventario).

Toussaint Louverture, París, Michel Lévy, 1857 (noviembre 1865 en el inventario).

Bossuet, París, Michel Lévy, 1864 (diciembre 1865 en el inventario).

Fénelon, París, Michel Lévy, 1864 (diciembre 1865 en el inventario).

Cromwell, París, Michel Lévy, 1864 (marzo de 1866 en el inventario).

Jacquard-Gutenberg, Paris, Michel Lévy, 1864 (diciembre 1865 en el inventario).

10 Vies des Hommes Illustres de Plutarque, traduction nouvelle par Alexis Pierron, professeur

au Lycée Saint-Louis, 3.° édition, Paris, Charpentier, 1858, 4 t. (julio 1866 en el in

ventario).

11 La Revista de España, t. XXV, núm. 97, marzo-abril 1872: «Cuando los leaders y

manipuladores de los partidos pierden la razón, las masas, apartadas de este centro de rencores

y personalidades, suelen conservar el sentido común. La rectitud que aquellos no tuvieron la

suele tener el país a quien no se mistifica tan fácilmente como se mistifica a un comité, y si

así no fuera, ¡qué idea tan triste deberíamos formar de nuestros tiempos y de nuestras costumbres!

12 La Revista de España, núm. 98, 28 marzo 1872: «Y en medio de esta lucha de los ban

dos extremos, agravada por la intervención de los políticos de aldea, que creen salvar la patria

discutiendo en menguados comités lo que no entienden ni han entendido nunca, existe resignada y en silencio la clase verdaderamente mártir, el partido que no se agita, ni bulle ni intri

ga, pero que desea el orden y la paz, tiene la intuición de la libertad y el instinto del buen

gobierno.»

13 Cf. Paúl Viallanedc, La Voie Royale, Essai sur l'idée de peuple dans Voeuvre de Michelet,

Paris, Flammarion, 1971.

14 La Revista de España, 13 de enero de 1872: «Los agrestes clérigos de las montañas, los

almibarados y maliciosos neo católicos de las ciudades, los soñadores de la república federal y

los detestables soldados de una escuela que más tarde había de reducir a pavesas los monumentos de la primera ciudad del mundo, formaban juntos una fuerza formidable. Pero

¡cuan inútiles fueron las tentativas de la coalición contra una minoría que representaba la

libertad, el derecho y la fuerza nunca vencida de las ideas!»

15 Ibtd. «Esperamos con confianza en que los hombres cederán a la fuerza incontrastable

de la lógica y dejarán de ofrecer espectáculos que abochornan.»

16 Citado por Américo Castro, «El Pensamiento de Cervantes», Revista de Filología Es

pañola, Anejo VI, Madrid, 1925, El Vulgo y el Sabio, p. 210.

17 La Revista de España, núm. 93, 13 de enero de 1872.

18 Ibtd., núm. 99, 13 de abrÜ de 1872.

19 Galdós, Crónica de Madrid, junio 22 de 1865 y agosto 27 de 1865 en Obras Completas

de Don Benito Pérez Galdós, t. VI, Madrid, Aguilar, 1942, pp. 1579 y 1593.

20 Michelangelo Buonaroti, Rime, CI: Se 7 mió rozzo martello i duri sassi. Para más

referencias al humanismo platónico en la novela, cf. J. Blanquat, Le Naturalisme espagnol

en 1882: «El amigo Manso» de Galdós, en Mélanges offerts a Marcel Bataillon par les Hispanistes

franeáis, Bordeaux, 1963.

21 La Revista de España, 28 de agosto de 1872, núm. 108: «Justo es que al clero se le dé

lo que merece como otra institución cualquiera, lo que ni siquiera a la Internacional se ha

negado, es decir, la libertad; pero que este precioso don no se les conceda a trueque de morir

de hambre en el seno de un país católico; y los proyectos del señor Montero Ríos, respecto

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al pago de las asignaciones del clero, hacen creer que éste será puesto bajo la paternal vigilancia y protección de los Ayuntamientos para ser asimilados en su cristiana suerte y penitente

destino a los pobres maestros de escuela que, cubiertos de harapos y muertos de miseria, piden

limosna por los pueblos de puerta en puerta. Bello es decir que k Iglesia dará a la civilización

lo que la civilización le pida, y viceversa; pero es monstruoso y repugnante que con estas

palabras se ponga la suerte y subsistencia de una clase tan respetable en manos de quien se

sabe que no puede soportar su carga.»

22 La Revista de España, núm. 80, 28 de junio de 1871, p. 628: «... para ellos el rey no

es otra cosa que el brazo secular encargado, por designación de lo alto, de atar y desatar en el

trono lo que el clero atare y desatare en sus claustros y sacristías. El elemento seglar no puede

menos de pretender, por cuantos medios están a su alcance, una unión cada vez más íntima

con tan poderoso aliado. Los intereses teocráticos se funden más cada vez en los intereses

absolutistas y en cuantos problemas pueden preocupar a un hombre de Estado, desde la organización política hasta el cuarto del cartero, desde las atribuciones de la Majestad hasta el

reglamento para ingresar en el cuerpo de policía, aparece irradiando su luz para esclarecer

todas las lobregueces la autoridad eclesiástica.»

23 J. F. Montesinos, «Introducción crítica» a Benito Pérez Galdós, Lo Prohibido, O&.

sicos Castalia, Madrid, 1971, p. 35.

24 Galdós, Crónica de Madrid, octubre, 22 de 1865, op. cit., p. 1.559.

25 J. Blanquat, «Toléde médiévale et l'Eglise de l'avenir», in Actes du Septiéme Con

gres National de Littérature Comparée, Poitiers, 1965. París, Didier, 1967.

26 Etienne Vacherot, Le Nouveau Spiritualisme, París, 1884.

27 Galdós, Prólogo a Niñerías de Tolosa Latour: «Creo que es más fácil llegar al co

nocimiento total de aquélla (la naturaleza moral) por el de ésta (la naturaleza física), que

dominar la moral sola y sin tener en cuenta para nada o para muy poco el proceso fisiológico. Por eso envidio tanto a los que poseen la ciencia hipocrática, que considero llave del

mundo moral...» (Publicado en «El Imparcial» 10 de junio de 1889.)

28 Tormento, cap. XXXIX: «Cuando el misterioso coloquio hubo terminado, Amparo

tenía la cara radiante, los ojos despidiendo luz, las mejillas encendidas, y en su mirar y

en todo su ser un no sé qué de triunfal e inspirado que la embellecía extraordinariamente.,

—Nunca la he visto tan guapa —decía la discretísima vecina.»

Así pinta Galdós el florecer de la persona en la hermosa huérfana.

29 Lord Macaulay, Estudios Literarios, trad. esp. Juderías Bender, Madrid, 1879. Dante,

pp. 260-287. «Adviértese, leyendo la Divina Commedia, cuan escasa impresión produjeron

en el ánimo de Dante las formas del mundo exterior; que todas sus observaciones se fijaban, debido a su carácter y a la situación especial en que se hallaba, casi exclusivamente

en la naturaleza humana, como lo demuestra el admirable principio del octavo canto del

Purgatorio... (p. 280). A esta circunstancia debe atribuirse... la superioridad relativa de

sus descripciones del cielo, comparadas con las que hace del infierno y del purgatorio. Por

que las pasiones y las miserias de los que sufren le inspiran profunda simpatía, no así los

bienaventurados, cuya felicidad inefable y delectación suprema no comprende ni se explica... En ninguno de cuantos poetas han existido se ven unidas la naturaleza moral y

la intelectual de una manera tan estrecha y tan íntima como en Dante, (p. 275). Compárese

con las apreciaciones de Galdós en Viajes y Fantasías, Florencia.

30 Ángel Guerra, Final, V.

31 Goethe, Ensayos Críticos por U. González Serrano. Segunda Edición corregida y

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aumentada con un estudia sobre el Fausto y precedida de un prólogo de don Leopoldo Alas

(Clarín). Madrid 1892 pp. 351-352.

32 L'Avenir religieux des sociétés modernes, Revue des Deux Mondes, 15-10-1860.

33 No digo que los hermanos Lagarrigue han revelado a Galdós la existencia del positivismo, sino que, entre las obras contemporáneas de Ángel Guerra, sólo en sus publicacio

nes encontramos una concepción del amor comparable a la que define Ángel, aludiendo, in

dudablemente, a la misión de la mujer «intercesora natural entre el bosque y la Humanidad»,

id. J. Blanquat, Galdós et la France en 1901, Revue de Littérature Comparée, 1968, nú

mero 3). Es imprescindible recordar «el catolicismo positivo» de los discípulos chilenos de

Auguste Comte para apreciar en su plenitud los progresos realizados por Galdós en la es

cuela Naturalista.

34 Gastón Bachelard, Prefacio a Les Grands Mattres de l'Humanisme Europée por

Jean-Edouard Spenlé, Paris, éditions Correa, 1952.

35 Clarín, Revista Literaria, en «La España Moderna», noviembre, 1889: «Injertar en la

España católica la España liberal, no consiste en falsificar la libertad, ni en corromper a los

católicos por el soborno del presupuesto repartido. Tampoco se trata de una obra de se

ducción pérfida, de una propaganda inoportuna en terreno mal preparado; se trata de practicar de veras la tolerancia; de respetar las antiguas ideas y los sentimientos que engen

dran, y hasta de participar de esos sentimientos por lo que tienen de humanos y por lo

que tienen de españoles». (Recogido en Ensayos y Revistas, 1888-1892, Madrid, 1892,

p. 199.)

36 En el ejemplar de Estudios sobre la Edad Media de Pi y Margall que conserva la

biblioteca de las Palmas, las líneas siguientes van señaladas con rayitas al lápiz en los

márgenes: p. 95: (los Padres de la Iglesia) Recogieron una por una las palabras de Jesucristo y empezaron desde luego, con una energía de que se hallan escasos ejemplos en la

historia, a inculcar el amor como la base de las futuras sociedades. Hicieron de la caridad

uno de los más sagrados deberes, desplegaron toda la fuerza de su elocuencia contra los que

pudiendo cubrir las carnes del mendigo, preferían engalanar con ricas mantillas sus cabe

llos, dejar podrir el trigo en sus graneros, llenar hasta el colmo sus arcas y consumir en

vicio sus tesoros... He aquí la idea que debemos formar de los ricos y de los avaros, dice

San Juan Crisóstomo: son ladrones que asaltan los caminos públicos, despojan a los pasajeros y convierten sus casas en cavernas donde ocultan los tesoros de otros.

37 V. J. Blanquat, Au temps d'Electra, B. Hi. 1966.

38 La Revista de España, 1872, núm. 98.

39 Don Carlos, Acte III, escena, X.

40 L'Eloge de la Folie, op. cit, p. 197.

41 El alfabeto cristiano, de Juan de Valdés, ed. Benedetto Croce, Barí, 1938.

42 Ueber Den Humanismus, 1946.

43 L'Age de l'Humanisme, L'Europe de la Renaissance, París, Éditions des deux Mon

des, 1963.

44 Clarín, op. cit.

45 La Crise religieuse en Europe, 1874 (in. Oeuvres... t. VIII, p. 1.126).

46 Diario de Las Palmas, 31 de agosto, 1973, p. 11: entrevista de don Joaquín Casalduero:

«Yo he hablado de un Galdós que, sin ser socialista y sabiendo que nunca podría

ser socialista, veía que el único porvenir estaba en el socialismo.»

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