LA INTRAHISTORIA: DE GALDÓS A UNAMUNO
Jenaro Artiles
El propósito de este estudio es el de discutir hasta qué punto son injustos
quienes han criticado en Galdós el expresar un concepto de la historia de España
patriotero y vulgar, juzgando a través de los Episodios Nacionales y de sus
novelas de carácter histórico. Tales críticos no aceptan que el concepto de his
toria de Galdós está basado en una preocupación silenciosa y honda por la misma
España que tanto dolía a Unamuno en el corazón, y encendía indignadas pro
testas en los jóvenes de la generación del 98 contra el estado de cosas que venía
prevaleciendo en España desde los días de Isabel II, y que ni la Restauración
ni la Regencia ni don Alfonso XIII habían logrado enmendar.
Lo que se conoce hoy por intrahistoria no surgió de la nada al conjuro de
una palabra afortunada de Unamuno, ni nació entonces. Y no consistió sólo en
la preocupación por el hombre común (nadie lo conocía ni lo había exaltado
más que Galdós) y por los que arrastran por las calles de Madrid sus hambres
y mugres, no menos respetables que las de tantos Bringas como las esconden por
los pasillos oscuros de los pisos altos del Palacio de Oriente o tras los damascos
de las salas de ceremonias.
Conviene sentar al principio mismo de estas consideraciones que Unamuno,
el mayor en edad entre los miembros de la generación del 98, tenía escasamente
media docena de años por los días en que Galdós alcanzó renombre literario,
todavía recién llegado a Madrid. De los demás, si exceptuamos a Ganivet, que era
un niño de no más de tres a cinco años, y a Valle-Inclán, nacido en 1866, nin
guno (Baroja, Azorín, Maeztu, los Machado, etc.), ninguno había nacido siquiera.
Galdós descubrió por sí mismo la fisonomía moral de España, independien
temente de lo que habían venido enseñando los historiadores tradicionales. Y la
había descubierto a través del contacto personal con la geografía de España, tan
adentro en el corazón de don Benito como lo estuvo en el de don Francisco Giner
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y en el de los generacionistas y de los hombres de la Institución Libre de Ense
ñanza. Y aplicó la misma técnica de contacto directo y de observación personal
al estudio de la sociedad de su tiempo. Todo lo cual, el conocimiento del hombre
español y su medio, lo llevaron a la definición de España y de su historia. Los
biógrafos todos de Galdós, y él mismo en sus memorias, nos lo presentan via
jando frecuentemente a pie o en diligencias, en coches de tercera clase en los
ferrocarriles o paseando días enteros por los barrios de Madrid en busca del
hombre común y de su conversación. Apenas si existían entonces estudios socia
les serios ni estadísticas confiables.
Galdós fue el que, adelantándose a los escritores de su tiempo, nos puso
ante los ojos la abulia ancestral, característica del español, que tanto irritaba a
los jóvenes iconoclastas del 98, mucho antes de que se raparan las barbas y mu
chísimo antes de que el aldabonazo del «Desastre» despertara de un sopor de
siglos a toda la nación. Por él supimos, antes que por ninguno otro, de la igno
rancia ancestral y cerril, tan española y causa inicial de la decadencia nacional
y de la miseria física, antes, muchísimo antes de que se escribieran Amor y pe
dagogía, El árbol de la ciencia o Prometeo, y antes de la llamada angustiosa de
Costa pidiendo se echara doble llave al sepulcro del Cid, se abriesen escuelas y se
surtieran despensas, Galdós tiene conciencia de la opresión de los espíritus
dominante en España y de la ineficacia de la fe ciega del pueblo; abrió la mente
del español medio a la Europa culta y a su literatura, representada entonces por
-Balzac y por Dickens, recién fallecidos, antes de que se hablase de «europeizar a
España» '. Yno sólo señaló el mal, sino que dio con el remedio: dar importancia
a.la clase media (éste fue su secreto) como objeto del arte y creadora de la verdad
histórica2; desacreditó la corrupción, el vacío intelectual y la esterilidad de las
clases llamadas «dirigentes»; puso al descubierto toda la podredumbre de la
monarquía tradicional española, tanto la del antiguo régimen, que él mismo,
desde su rincón en la sociedad, ayudó a derrocar, como la restaurada con Al
fonso XII; se incorporó desde los primeros días de su vida universitaria en
Madrid al movimiento krausista, que había formulado ya y estaba promoviendo
la heterodoxia de las «ideas extranjeras» en el estanque pacífico, sin matices ni
ondulaciones, del pensamiento nacional3. Y muy al contrario de los hombres
de 1898, practica la modestia, enseña con el ejemplo sin estridencias y posee
el arte difícil para el español de escuchar a los demás. No es hombre de tertulia
literaria. Si lo hallamos presente todos los días en la «cacharrería» del Ateneo,
es sólo como oyente, nunca como oráculo. Es, en suma, un hombre común.
Y, sobre todo, lo mismo que los escritores del 98, aunque a su manera, mantuvo
un optimismo juvenil, suave, y fe, ni ciega ni cerril, en el destino de España.
Del pueblo español, para ser más exacto.
Estas características y el magisterio que indudablemente ejerció sobre los
generacionistas con su ejemplo y con su obra, según ellos mismos declaran, des
mienten la afirmación, bastante aceptada en un tiempo y no del todo desechada
aún hoy, de que la influencia de Galdós en los escritores jóvenes de 1898 es sólo
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«un lugar común», no soportado por hechos 4; que el historicismo de Galdós no
va más allá de la Guerra de Independencia, al paso que a la generación del 98
no le interesa el siglo xrx, a excepción de las Memorias de un hombre de acción,
de Baroja; que Galdós novela objetivamente, atiende a la historia externa, las
crónicas y los periódicos. La Generación del 98, se ha dicho, como si ello fuera
un fenómeno nuevo, rechaza este tipo de testimonio y ha elaborado un concepto
distinto radicalmente, que Unamuno redujo a su fórmula de intrahistoria: «His
toria, la auténtica, la que vivió y formó carne y espíritu de los españoles, no es
la ofcial, la historia al uso..., sino la que se escapa [a los historiadores]...» «En
Galdós lo que sobran son palabras huecas, pasajes fofos, descripciones y situacio
nes sin valor significativo»5. Bastaría tal vez mencionar aquí el ensayo de ju
ventud de Galdós, Observaciones sobre la novela contemporánea, publicado en
1870 6, para refutar la tesis de lo hueco de las palabras de Galdós y lo fofo de
los pasajes o la vaciedad de las descripciones.
Gracias a la inmensa labor de reconstrucción y de estudio llevado a cabo
por investigadores de la obra de Galdós, sobre todo en los últimos diez años,
el conocimiento de lo que Galdós aportó a la evolución de las ideas en España
nos ha llevado a una mejor apreciación de Galdós y de su influencia en su tiempo.
La opinión que se tiene hoy de él ha cambiado sustancialmente en los últimos
diez años.
El proceso de reevaluación de Galdós, que según Guillermo de Torre se
manifestó primero, paradójicamente, como reacción al ataque de Antonio Es
pina en 1923, de que se hablará más abajo, se aceleró durante los años de la
Guerra Civil española y ha continuado y sigue poderoso en nuestros días. Do
mingo Pérez Minik, entre otros, parece recoger en sustancia las etapas de este
proceso diciendo: «Pasado el tiempo en que [Pérez Galdós] llevó a cabo su
vastísima obra, cuando la generación del 98 asumió la dirección del mundo
artístico, quedó arrinconado, viviendo su primer purgatorio... Al criterio rigo
rista de un Unamuno o al de Baroja se unió el de la generación de aquellos
poetas y escritores que, entre cátedra universitaria y «Revista de Occidente»,
dispensaron el orden de la nueva literatura»7... Después de la Guerra Civil
española revivió Galdós, y sus devotos se multiplicaron. Entonces «ni Baroja ni
Valle-Inclán, ni Azorín con sus menudos personalismos y sus invenciones lite
rarias, con sus héroes introvertidos... tampoco servían para disponer un frente
deseado de concordia y de conocimiento veraz... Frente a la tendencia estilizadora
del grupo del 98, la escuela realista de Galdós se manifestó dentro de un
orden corriente de escritura y de una coloquial actitud imaginativa» 8..
difícil comprender que, cuando Galdós se puso a trabajar, todo estaba por hacer.
Después de las guerras civiles del pasado siglo, urgía revisar por completo el
material humano que constituye España»9.
El primer ataque despiadado contra Galdós partió, como acabamos de ver,
de Antonio Espina, quien en el primer número de la «Revista de Occidente» 10
había dicho, entre otras cosas, que «Galdós no es un Dickens ni siquiera un
Balzac que justifiquen —disculpen— la exageración del culto y la deformación
del mito»; que adolece de «falta de centro de gravedad intelectual, que se llama
sentido crítico, con más exactitud, autocrítica»; que «Galdós en literatura fue
lo que Letamendi en Biología, Sagasta en Política y Pradilla en Pintura», un
novelista «de ojo» y un poeta «a oídas» u. A lo que Guillermo de Torre, que
estudia con detenimiento y con profusión de detalles, los orígenes y el crecimiento
contemporáneo de reevaluación de Galdós, opone débilmente, con más indulgen
cia fraternal que justicia crítica: «Espina no formula ningún cargo contra Galdós,
sino contra la clase media» y añade: «Aunque el anunciado revisionismo galdosiano
quedara en ciernes y la explosión en salva seca de pólvora... se enderezaba
más bien contra los fines del siglo xix —los años bobos— que contra el novelista
mismo» n.
Como quiera que la controversia sobre Galdós y la generación del 98 gira
en gran parte en torno al concepto de historia de aquél comparado con el de los
noventiochistas, es conveniente analizar este punto someramente antes de seguir
adelante en el estudio de las relaciones del 98 con la obra de Galdós y de la
influencia de éste, o la falta de influencia, sobre los primeros. El punto central
es el examen de las ideas políticas y sociales de Galdós, contrastadas con las de
los hombres del 98; y estriba en el concepto mismo de historia: lo que es y hasta
qué punto pesa en las vidas de los individuos y en la sociedad en general. Exa
minemos, pues, lo que es historia para Galdós, concretamente, qué entiende Gal
dós por historia de España, con objeto de llegar a una conclusión sobre los puntos
de contacto o las discrepancias entre Galdós y Unamuno, pongamos por caso,
que es de todos los noventiochistas el que ahondó más y enfocó más directa
mente el tema de lo que él y los demás hombres de su generación entienden
por historia. En otras palabras, cuál es la actitud de Galdós frente a la historia
de España y hasta qué punto difiere de lo que implica la definición de intrahistoria
de Unamuno.
Para Unamuno, la intrahistoria es la verdadera historia, la que no se ve ni se
narra, y de lo que está formado el sedimento que queda del paso de los años
cuando el tiempo ha aventado el humo y el polvo de las batallas ha barrido el
viento las cenizas y se han olvidado las conquistas: lo que hay de verdadero
y eterno al pasar de los siglos. Unamuno distingue entre la historia y la intra
historia. El presente se compone de dos capas distintas: una superficial y huidiza,
que constituye el «presente histórico», y otra profunda y permanente, que es el
«presente intrahistórico», que sería algo así como la decantación del histórico
y resultado de su sedimentación, de la eternización de todos los presentes histó
ricos ya pasados, la solera de la cultura. «Los hombres van haciendo su historia
cotidiana, pasajera y cortical, sobre un légamo de intrahistoria o humanidad per
manente, cada vez más denso y rico. La historia se convertiría así en tradición
eterna, en intrahistoria.» Esta misma tradición eterna o intrahistoria, proyectada
al porvenir, se convierte en «el ideal», «que no es otra cosa que ella misma [la
intrahistoria] reflejada en el futuro» 13. No es otra cosa, en el fondo, la opinión
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de Azorín, expresada cuando haba de la existencia de «grandes hechos» [pasa
jeros, históricos], «menudos hechos» [sedimento eterno], perfectamente para
lelos a los «sucesos» y los «hechos» de Unamuno. «Se historian los primeros
—dice Azorín—; se desdeñan los segundos.» «La existencia diaria está formada
de... microscópicos detalles. La historia, a la larga, no es sino de igual manera
un diestro ensamblaje de estas despreciables minucias» 14. Y también habría de
decir: «No busquéis el espíritu de la historia y de la raza en los monumentos
y en los libros. Buscadlo aquí. Entrad en estos obradores, oíd las palabras toscas
y sencillas de estos hombres; ved cómo forjan el hierro o cómo arcan las lanas,
o cómo labran la madera, o cómo adoban las pieles» 15. Esta misma idea, la dis
tinción entre el «presente histórico», la historia cotidiana y pasajera, cortical,
que van haciendo los hombres sobre un légamo de intrahistoria, la expresa en
otra parte, evocando la figura de un inquisidor español del siglo xvi, en que,
dando de lado a los hechos tal y como los narraría un historiador tradicional:
grandes procesos, el funcionamiento del tribunal, denuncias y averiguaciones, tor
turas y relajamientos, autos de fe, procesiones solemnes, se fija en detalles peque
ños de la vida familiar del inquisidor nada más. Nos presenta al viejo hidalgo
sentado en su cámara, esperando la llegada de un hijo que, tras larga ausencia,
ha regresado de Flandes y París: «Poco después resuenan otros pasos. Y éstos sí,
estos son los pasos del hijo. Los pasos se oyen más cerca. El viejo caballero, ins
tintivamente, sintiendo una dolorosa opresión en su pecho, se levanta. Una mano
acaba de posarse en el picaporte. La puerta se ha abierto...» 16.
Y Pérez de Ayala viene a decir lo mismo en el fondo, cuando afirma que la
historia moderna es en verdad la crónica periodística, que se escribe todas las
mañanas a vuela pluma y se marchita ya y desaparece a la tarde, el periodismo:
«La crónica es la forma literaria que revistió la historia en los tiempos oscuros
y sin historia de la Edad Media. Es curioso observar cómo en nuestro tiempo,
que reputamos de supraculto, la historia vuelve a ser lo mismo: crónica, anota
ción rápida de acontecimientos huidizos. En suma, la historia moderna es el pe
riódico actual. Lo cual —para mí y para otros muchos también— significa que
no existe propiamente historia moderna, sino un fárrago abrumador de nonadas
efímeras. Con razón advierte un autor que hay más cantidad de historia en el
sucinto Tucídides que en todas las colecciones juntas de todos los periódicos de
todas las naciones. Entiéndese por lo común que lo histórico es lo que de todo
punto ha pasado. Entiendo, por el contrario, que lo histórico es lo que no deja
de pasar; lo que se salva del naufragio irremediable de las horas ligeras. Lo
pasado, vivo y activo en lo presente; eso es la historia» 17.
La historia, vista así por Pérez de Ayala como «lo que no deja de pasar,
lo que de continuo se salva del naufragio irremediable de las horas ligeras»,
es precisamente lo que implica Azorín con las palabras siguientes, dichas por
el Obispo a don Pablo, en Doña Inés: «La historia, tan cautivadora, nos aleja
de la realidad presente. El historiador vive en lo pasado, las cosas de la actua
lidad pasan por él inadvertidas. Yo, en mis tiempos, cuando era aficionado a la
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historia, experimenta esta sensación de ausencia de lo presente. Y lo presente
no debe ser olvidado. A nuestro lado se desarrolla una vida que es preciso conoz
camos» 18, idea que, cambiando tal vez la forma, la encontramos expresada en
diversas partes de su obra: comentando en Las nubes unas palabras de Campoamor,
«Vivir es ver pasar», Azorín comenta: «Sí, vivir es ver pasar..., mejor
diríamos vivir es ver volver. Es ver volver todo en un retorno perdurable,
eterno» 19.
En La Fontana de Oro, Galdós pone estas palabras en boca de Lázaro, el
cual, sin duda, expone aquí ideas políticas del propio autor de la novela:
«...porque un hombre puede ser ingrato, pero un pueblo, en la serie de la
Historia, jamás. En esta vida cabe un error, pero en las cien generaciones de
un pueblo, que se analizan unas a otras, no cabe error» 20. Un hombre, aquí,
es la historia, definida por Pérez de Ayala, lo efímero de la vida al día. La
tradición, las cien generaciones, es el sedimento que queda del acontecer diario.
La Fontana de Oro no es, en opinión del profesor López-Morillas, real
mente una gran novela como tal. Es una historia novelada21. A propósito de
La Fontana de Oro, dice López Morillas: «Es evidente que lo que Galdós
buscaba en su reconstrucción novelesca de los orígenes de la España contem
poránea era la historia viva, es decir, no la superficial de los reinados, batallas
y alianzas, sino la interna —algo análogo a la intrahistoria unamunesca—,
que refleja la vida de aquellos que cabalmente no tienen historia» n. Lo que
realmente nos dice aquí el señor López-Morillas es que la idea de historia en
Galdós, según se desprende de sus escritos, no es otra cosa que la intrahistoria
de Unamuno.
En una interview periodística que por encargo del periódico madrileño
El Diario de Madrid hice yo a Baroja allá por el año 1930 ó 1931, con motivo
de habérsele llamado a ocupar un sillón en la Academia Española de La Len
gua23, al preguntarle yo (pregunta tan inocua como obvia en un periodista
en ciernes, que era, además, canario) que qué diferencia veía él entre la histo
ria tal y como la utilizaba Galdós en los Episodios nacionales y mi interlo
cutor, Baroja, en sus novelas de carácter histórico, me contestó, para consterna
ción y asombro mío, con esta incomprensible paradoja:
—Muy sencillo. Que Galdós sabe historia; yo la invento 24.
Entonces, la respuesta me pareció un exabrupto y una extravagancia del
Baroja agrio y genial. Hoy la veo de manera distinta. En sus novelas, Galdós
escoge trozos de historia pasada de España y los novela envueltos en una gasa
tenue de ficción. La novela es lo sustancial, lo importante, «la historia viva...,
no la superficial de los reinados, batallas y alianzas, sino la interna», para
decirlo repitiendo las palabras de López-Morillas. La historia así concebida es
lo que Unamuno llamaría, usando una palabra que ya hemos oído empleada
por él, «lo cortical». Baroja, el mismo Valle-Inclán y Unamuno en sus novelas
históricas, apartan la vista del estrato superficial, visible, de la historia, de
los grandes personajes brillantes y de los grandes sucesos, para concentrarla
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en el sedimento profundo y subconsciente de la historia que dijo Unamuno, en
las oscuras ocurrencias cotidianas. Tanto Baroja como Azorín y Valle-Inclán
evocan la historia mediante el delicado primor de un mosaico de menudas co
sas, se ha dicho. Galdós recoge los hechos haciendo desfilar ante los ojos de
sus lectores un mundo abigarrado de vidas oscuras. El mundo en que se desen
vuelven las novelas históricas de Galdós y los caracteres que entran y salen
y se mueven en el inmenso escenario de sus novelas son, cambiando los tér
minos más o menos científicos de la fórmula, los de la intrahistoria de Una
muno o las «menudas de cosas» de Azorín.
La indudable relación del concepto galdosiano de historia con el de la intra
historia de Unamuno, que López-Morillas vio en 1965 manifiesto en La Fon
tana de Oro (1870), según acabamos de ver, la había señalado Hans Hinterhauser
ya en 1961, fecha de la edición alemana de Los «Episodios nacionales»
de Benito Pérez Galdós^. Hinterhauser encuentra que esta preocupación de
Galdós, por lo que hemos visto llamado historia interna, no surge hasta 1875,
que es cuando aparece en El equipaje del Rey José, publicado este año, y pri
mero de los volúmenes de la segunda serie. No llega a discutir directamente
y con el detenimiento que el asunto requiere, esta relación —que es precisa
mente lo que he querido yo destacar en este estudio—, relación que no es
sino dos temperamentos y dos etapas de una misma manera de considerar la
historia y que, diciéndolo otra vez con palabras que ya hemos encontrado
en los escritores del 98, y antes de ellos en Galdós, se reduce a los «grandes
hechos» y las «menudas cosas» de Azorín, las «nonadas efímeras» o «lo que se
salva del naufragio irremediable de las horas ligeras» de que habla Pérez de
Ayala, y a los «grandes innovadores y los grandes libertinos, los ambiciosos de
genio y las ridiculas vanidades» de que ya nos hablaba Pérez Galdós en
1870 en sus Observaciones sobre la novela contemporánea española.
Trae el señor Hinterhauser al final de su libro una que llama Conclusión,
de la cual tomo estos dos párrafos que representan un gran paso de avance
en la apreciación de la obra de Galdós en lo que tiene de creación literaria y
le recopilación histórica. Es una: «La concepción galdosiana de la Historia
se caracteriza por una lucha incesante y apasionada en torno al concepto de
Historia interna: su filosofía de la Historia, construida en las primeras series
(de los Episodios) sobre el papel predominante de las grandes personalidades,
se desplaza desde la tercera, cada vez más rápidamente, hacia el reconocimiento
de la colectividad —el pueblo— como fuerza determinante de la Historia».
Y es la otra: «Los Episodios nacionales son una obra literaria mucho más
esencial de lo que hasta ahora se había querido reconocer; más exactamente,
a pesar de que en la concepción fundamental del autor predomine un juicio
crítico-histórico determinado y una doctrina política, no cabe duda de que pue
den aspirar al rango de obra de arte» 26.
La cuestión de si Pérez Galdós es primordialmente un novelista o un his
toriador; creador de una obra literaria basada en su parte narrativa en la
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historia de España, se ha discutido desde muy diversos puntos de vista du
rante los últimos treinta años de renacimiento de los estudios galdosianos.
Ya hemos avanzado lo bastante para sentar conclusiones definitivas, del mis
mo modo que está definitivamente resuelto, sin que siquiera se haya discutido,
el problema de si Cervantes es un novelista o un historiador de la batalla de
Lepanto, de la pérdida de la Invencible, la de Numancia o de la vida de los
cautivos cristianos de Argel. Y en nuestros días casi, si quisiéramos, podríamos
discutir si fue Cánovas historiador o novelista o simplemente político sagaz
(que en los tres campos sembró); si Mélida fue arqueólogo o novelista de
temas numantinos, o si don Ramón Menéndez Pidal fue biógrafo del Cid o
simplemente novelista de temas sobre doña Jimena.
El problema, en lo que se refiere a Galdós, lo dejó zanjado a su manera
un distinguido crítico hace más de treinta años, Pedro Laín Entralgo, quien
tomó defintivamente partido al lado de los que mantienen la tesis de Galdóshistoriador:
«Los Episodios nacionales —dice— son una serie de cuadros de
historia, atravesados por el hilo unitivo de cierta acción novelesca elemental».
Y como para que no quede duda en el ánimo del lector acerca de qué es
exactamente lo que quiere decir, añade a continuación: «La técnica de los
Episodios puede ser educida a sencillísima receta: Tómese la materia histórica
contenida en un tomo de la Historia de Lafuente, redáctela con mejor pluma,
revístela de ropaje novelesco —y si el ropaje es una simple hoja de parra,
mejor— ... hágase todo esto, y se tendrá un tomo de Galdós27. Es más seguro
qeu hoy, al cabo del tiempo transcurrido, el mismo Laín Entralgo, que tiene
que haber seguido la evolución y el resultado de los estudios sobre Galdós
en el último tercio de siglo, suscribiría la siguiente redacción de su afirmación,
que es la generalmente aceptada: Los Episodios nacionales son una serie de
cuadros novelescos ensartados en el hilo tenue de cierta acción histórica ele
mental, imprecisa y no bien definida, que queda cubierta y constituye como
un telón de fondo para un sinnúmero de episodios totalmente imaginados.
Obsérvese cómo ninguno de los personajes históricos, o muy pocos compa
rativamente, y éstos más como soporte del aparato novelesco (un amigo a quien
ya conocemos porque lo hemos visto en otras novelas) que como actores en
el desarrollo de la Historia figuran en los libros de historia que nos dejaron
los Lafuente, Pirala o Madoz. Se trata, en defintiva, de «nonadas efímeras»
de «menudas cosas» o de «ridiculas vanidades», que ya había llamado Galdós,
«ocurridas a héroes sin historia de la Historia; «los millares de hombres sin
historia —habría de decir Unamuno— que a todas horas del día y en todos
los países del globo se levantan a una hora del sol y van a sus campos a pro
seguir la oscura y silenciosa labor, cotidiana y eterna».
Los estudios sobre Galdós en la actualidad nos presentan un Galdós muy
distinto del que hemos visto en las páginas anteriores. Antonio Regalado Gar
cía nos da un Galdós que es ya primero y, sobre todo, novelista. Pero indu
dablemente Regalado se deja llevar un poco de la opinión tenida hace años,
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de que «el patriotismo de Galdós, según lo revelan los primeros Episodios,
está influido por el nacionalismo que florece en la España de la última dé
cada del reinado de Isabel II, nacionalismo que sobrevive a las perturbaciones
que siguen a la caída de los Borbones (1869) y que se afianza en el ambiente
político-social de la burguesía de los fines del siglo». De esta premisa pasa el
autor naturalmente a esta otra: «De acuerdo con la comprobada exactitud de
esta observación, estimo que la novela histórica galdosiana brota de la menta
lidad de la burguesía liberal conservadora de la Restauración»28. De aquí pasa
lógicamente a afirmar que «en la selección y tratamiento de los temas se
puede areciar que cae en el convencionalismo de la historia patriotera que se
sirve a los niños en las escuelas». Pero dice poco después: «Es Galdós, liberal
burgués, quien... da entrada en la novela a la masa popular»29. Y ya mantiene
en adelante decididamente una actitud de defensa de lo correcto de las ideas
de Galdós sobre Patria y sobre Historia: «Galdós —dice— no trata de hacer
historia sino novela» 30. Y poco después añade: «Los personajes históricos de
los Episodios no suplantan en interés a los de la ficción, que representan al
pueblo mismo. Mezclándolos, crea el novelista la ficción de que todos son his
tóricos... «La Historia así sentida es la historia de la nación, y la nación es
la suma de todos los individuos que la componen, desde los más ilustres hasta
los más ínfimos, esto es, el pueblo, como ya en el siglo xm lo define el rey Al
fonso X el Sabio: Ayuntamiento de todos los homes comunalmente, de los
mayores et de los menores et de los medianos»31.
En 1870 apareció en la Revista de España de Madrid32 el largo estudio de
Galdós a que nos hemos referido anteriormente, «Observaciones sobre la novela
contemporánea española», que precede a la crítica literaria de los Proverbios
ejemplares, de don Ventura Ruiz de Aguilera. Aquí, Galdós, ampliando una
idea que ya había apuntado dos años antes en La nación (9-1-1868) comentando
La Arcadia moderna de Aguilera, alza por primera vez en la historia de la
crítica literaria española, una voz contra la decadencia de la novela en España,
mala, a diferencia de lo que ocurría con la poesía lírica y en el teatro, debido a que
la mayor parte de nuestros novelistas «utilizan elementos extraños, convencio
nales, impuestos por la moda, prescindiendo por completo de lo que la socie
dad coetánea ofrece con extraordinaria abundancia»33. «En cambio, cuando
leemos las admirables obras de arte que produjo Cervantes y las que hoy
hace Dickens, decimos: ¡Qué bonito es esto! Parece cosa de la vida»34. «La
clase media, la más olvidada de nuestros novelistas, es el gran modelo, la
fuente inagotable. Ella es la base del orden social; ella asume, por su inicia
tiva y por su inteligencia, la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre
del siglo xix con sus virtudes y sus vicios, su noble aspiración, su afán de
reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser
la expresión de cuanto bueno y malo existe en el fondo de esta clase» 35. Es
tamos asistiendo aquí al nacimiento del nuevo concepto de historia como objeto
de la literatura y de la novela concretamente, que habrá de prevalecer en ade-
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lante, que hizo suyo la Generación del 98 y que Unamuno llamaría años más
tarde Intrahistoria. «Esta clase —continúa— es la que determina el movi
miento político, la que administra, la que enseña, la que discute, la que da al
mundo los grandes innovadores y los grandes libertinos; los ambiciosos de
genio y las ridiculas vanidades; ella determina el movimiento comercial» 3o.
Se ha querido ver en las Memorias de un aprendiz de conspirador, de Baroja,
un propósito de éste de seguir los pasos de Galdós en sus Episodios na
cionales711, & lo que arguye Sáinz de Robles: «La comparación no me parece
feliz. Entre las dos series no existe otra semejanza que la de operar ambos
novelistas con material histórico, más histórico en Galdós que en Baroja, aun
que los dos, siempre que lo estiman necesario, entreveran la realidad con la
imaginación, precisamente para conseguir su propósito: transmutar a lo nove
lesco lo histórico»38. Y, confirmando sin saberlo, las palabras recogidas por mí
de labios de Baroja en la interview del «Diario de Madrid» a que me he re
ferido anteriormente, añade Sáinz de Robles que el mismo Baroja rechazó la
comparación. Y copia de él las palabras siguientes: «No creo que tengan más
parecido externo que el que les dan la época y el asunto. Galdós ha ido a la
Historia por afición a ella; y yo he ido a la Historia por curiosidad hacia un
tipo. Galdós ha buscado los elementos brillantes para historiarlos; yo he insis
tido en lo que me da el protagonista. El criterio histórico es también distinto,
y Galdós pinta a España como un feudo aparte; yo la presento muy unida en
los movimientos liberales y reaccionarios a Francia; Galdós da la impresión
de que la España de la Guerra de la Independencia está muy lejos; yo casi la
encuentro la misma de hoy»39. Como se puede observar teniendo en cuenta
lo dicho anteriormente, Baroja se deja llevar por lo que él cree, o aparenta
creer, que es lo característico de la técnica novelística de Galdós como histo
riador. Por otra parte, Baroja, que se expresa siempre con gran respeto hacia la
persona de Galdós, «se despacha a su gusto cuando enjuicia su obra», dice
Rafael Ferreres *°, el cual, para probarlo, copia de Baroja: «Galdós, con sus
hogares madrileños burgueses, sus tertulias, las salas con sus cómodas pesadas,
con sus Niños de Jesús encima y cuadros y dibujos con pelo. Es el amor por
la vida un poco mediocre y trivial, el entusiasmo por los giros de las conversa
ciones kilométricas, las genuflexiones de los empleados de Palacio o de los
Pósitos, los donjuanes de las tiendas de tela, el discurso del frailecito amigo
de la casa y el regalo del tarro de dulce de la monjita de la familia»41.
En otra parte dice Baroja hablando de Galdós: «El único grande era Gal
dós. Pero era un burgués falso, aparatoso. Hay personajes de sus novelas,
como en La familia de León Roch, que hablan parlamentos que se extienden
cuatro o cinco páginas. El hubiera querido ser un Dickens, pero le faltó ter
nura. Dickens fue un apóstol. Galdós, en cambio, no tenía ética. En sus últi
mos años se dejó llevar como un fantasmón a los mítines republicanos, que
en el fondo nada le importaban. Con todo fue un gran escritor. Pero tenía
defectos enormes. No le gustaba el campo, por ejemplo». «Galdós describió
210
el siglo xix creando la gran novela histórica española. Yo hubiera querido
romantizar en un gran libro de Historia la vida de mi pariente Avinareta. Como
no tenía datos suficientes, escribí novelas. Con lo que tuve, luego escribí una
biografía»42. Y también: «Yo, aunque conocí a Pérez Galdós, no tuve gran
entusiasmo ni por el escritor ni por la persona. Era indudablemente un nove
lista hábil y fecundo, pero no un gran hombre. No había en él más posibilidad
de heroísmo. Nadie tiene la culpa de eso: ni los demás ni él»43.
Y el mismo Baroja que escribió los párrafos recogidos arriba había escrito
a fines del siglo pasado estos otros de muy distinto tono: «Pérez Galdós es el
único verdaderamente grande y abierto de nuestros escritores: ha podido dar
un impulso a la literatura española, dirigiéndola hacia nuevos principios tal
y como lo han comprobado las obras de su última evolución hacia un nuevo
misticismo realista»44, y también: «Pérez Galdós, espíritu español meditativo,
tan poco conocido fuera de España, es uno de los escritores españoles mejor
dotados de una facultad creadora y de una admirable agudeza de observación.
Sus personajes están tomados de la realidad: hablan como nosotros y son, sobre
todo, reales al mismo tiempo que ficticios. Galdós es la encarnación del espí
ritu de Dickens en España»45.
Y Pérez de Ayala, con aquel su cariño admirable y filial devoción que siem
pre le profesó, declaró en su conocido discurso en el homenaje que tributó
al gran novelista la sociedad «El Sitio» de Bilbao en 1916: «Las similitudes
y correspondencias entre Cervantes y Galdós son tantas y tan manifiestas,
que casi huelga el señalarlas. Cervantes creó el gran género novelesco, este
modo literario característico de la Edad Moderna; Galdós lo ha llevado en
España al término más cumplido de perfección y madurez... Esta España en
que ahora vivimos será inmortal gracias a Galdós. Están, pues, Cervantes y Gal
dós como dos altas montañas, fronteras y mellizas, separadas por un hueco de
tres siglos... Hay también montes empinados y majestuosos, pero ninguno, a
lo que presumo, alcanza la altura de aquellas dos montañas meÜizas y señeras».
Y poco antes, en la misma conferencia, había dicho: «Cervantes no llegó a ser
el primer dramaturgo de su época, y Galdós lo es sin disputa de la nuestra,
y uno de los primeros, entre los de cualesquiera época y comarca» 46.
Azorín nos ha dejado una opinión muy parecida, que expresa con las si
guientes palabras: «Don Benito Pérez Galdós, en suma, ha contribuido a crear
una conciencia nacional: ha hecho vivir a España con sus ciudades, sus pueblos,
sus monumentos, sus paisajes... La nueva generación de escritores debe a Gal
dós todo lo más íntimo y profundo de su ser: ha nacido y se ha desenvuelto
en un medio creado por el novelista» 47. Esta «nueva generación de escritores»
a que se refiere Azorín no puede ser otra que la del 98.
Vicente Lloréns, en un estudio titulado «Galdós y la burguesía», llega a
una conclusión que se acerca mucho más a la de Pérez de Ayala y a la de
Azorín que a la agria de Baroja, recogidas anteriormente, al caracterizar la
211
^
política de la Restauración, adelantándose a Ortega y Gasset, de «política de
inercia y de farándula»48. .
Juan Chabás nos da la siguiente acertada interpretación de la idea de Patria
de Galdós: «Para Galdós, como para los hombres del 98, España es una in
quietud, un desasosiego, un problema. España, como nación, y como pueblo, es
para Galdós una pasión dramática, y el hombre español, líder o masa, es siem
pre el héroe local y universal a la vez, en su novela y en su teatro. Es curioso
observar cómo la Generación del 98, que al principo de su vida literaria no
parece acordar importancia a Galdós, y aún se desvía^de él y le censura, poco
a poco reconoce su grandeza y lo estudia y analiza»49.
Joaquín Casalduero sienta el hecho de que «la emoción histórica que los
románticos sintieron por primera vez como expresión de la temporalidad hu
mana es una de las características del siglo xix. Esta emoción histórica es
lo que condujo a los románticos a que se fijaran en su propia época, en el pre
sente como tal presente, preparando así el advenimiento del realismo. Fernán
Caballero lo dice claramente. Su intención es pintar la sociedad contemporánea»,
«Galdós, pues, en su juventud madrileña... después de breve vacilación... en
cuentra el tema de su obra y la forma que le convenía: la sociedad contemporá
nea y la novela»... «Taine da a Galdós las ideas históricas para poder aprehender
la realidad social^ Balzac le hace ver la sociedad no ya como un cuadro de costum
bres sino como un organismo vivo, el verdadero héroe de la Historia, y Dickens
le prepara para transformar el sentimentalismo individualista en un sentimenta
lismo social...». «Además de estas tres grandes figuras del siglo xix hay que tener
en cuenta a Cervantes. El Quijote, sentido y comprendido, como es natural, según
las ideas de mediados del siglo xix, es el que proporciona a Galdos los medios
para contemplar la realidad española y para crear el perfil grotesco de gran nu
mero de sus personajes» 50.
Y oigamos ahora al mismo Galdós explicar y analizar con sus propias
palabras y en su estilo, el concepto de lo que él entiende por historia, la Historia:
En Las tormentas del 48 nos da el novelista canario una definición de la His
toria, definición en la que se podrá observar que en su edad madura, a los
sesenta años de edad, recoge ideas que ya hemos visto expresadas por el en
diversos pasajes de sus obras, comenzando por 1870, cuando, en expresión
de Casalduero, «encuentra el tema de su obra y la forma que le convenía: la
sociedad contemporánea». Aquí vemos cómo Galdós se adelanta ya a Azonn
y a Pérez de Ayala en entender la historia como algo vivo que pasa y desapa
rece pero que también como las nubes de Azorín, está allí permanentemente,
como una corriente que se desliza sobre un sedimento eterno de intrahistona
unamunesca, «lo que nunca deja de pasar». «Cosas y personas mueren —dice
Galdós—, y la Historia es encadenamiento de vidas y sucesos, imagen de la
Naturaleza, que de los despojos de una existencia hace otras y se alimenta de
la propia muerte. El continuo engendrar de unos hechos en el vientre de otros
es la Historia, hija del Ayer, hermana del Hoy y madre del Mañana. Todos los
212
hombres hacen historia inédita todo el que vive va creando ideales volúmenes
que ni se estampan ni aun se escriben» 51.
Y en El equipaje del Rey José leemos: «¿Por qué hemos de ver la Historia
en los bárbaros fusilamientos de algunos millares de hombres que se mueven
como máquinas a impulso de una ambición superior, y no hemos de verla en
las ideas y en los sentimientos de ese joven oscuro? Si en la Historia no
hubiera más que batallas; si sus únicos actores fueran las personas célebres,
¡cuan pequeño sería! Está en el vivir lento y casi siempre doloroso de la so
ciedad, en lo que hacen todos y en lo que hace cada uno. En ella nada es
indigno de la narración, así como en la Naturaleza no es menos digno de estudio
el olvidado insecto que la inconmensurable arquitectura de los mundos».
«Los libros, que forman la capa papirácea de este siglo, como ha dicho un
sabio, nos vuelven locos con su mucho hablar de los grandes hombres, de si
hicieron esto o lo otro, o dijeron tal o cual cosa. Sabemos por ellos las acciones
culminantes, que siempre son batallas, carnicerías horrendas y empalagosos
cuentos de reyes y dinastías, que agitan al mundo con sus riñas y con sus casa
mientos y, entre tanto, la vida interna permanece oscura, olvidada, sepultada.
No se contenta con saber de memoria todas las picardías de los inmortales,
desde César hasta Napoleón; y deseando ahondar lo pasado, quiere hacer vivir
ante sí a otros grandes actores del drama de la vida, a aquellos para quienes
todas las lenguas tienen un vago nombre, y la nuestra llama Fulano y Mengano».
«Reposa la sociedad en el inmenso osario sin letrero ni cruces ni signo
alguno; de las personas no hay memoria, y sólo tienen estatuas y cenotafios
los vanos personajes... Pero la posteridad quiere registrarlo todo: excava, re
vuelve, escudriña, interroga los olvidados huesos sin nombre...»52.
Diríase que Galdós está aquí dictando a Azorín el pasaje que hemos copiado
más arriba, tomándolo de Una hora de España: «No busquéis el espíritu de la
Historia y de la raza en los monumentos y en los libros. Buscadlo aquí. Entrad
en estos obradores, oíd las palabras toscas y sencillas de estos hombres...»53.
Y es, asimismo, Galdós quien se encargará de explicar sus ideas sobre Patria
y Patriotismo, que están en la misma base de la pirámide de la idea de Historia
y que, aunque no se declara abiertamente en palabras, constituye el trasfondo
de la polémica sobre Galdós y los jóvenes que nacían políticamente por los
días del estreno de Electra (30 de enero de 1901) y continuó hasta la discutida
ida a Palacio de Azcárate, Melquíades Alvarez, Galdós, Unamuno: «Por primera
vez, entonces [la mañana que precedió al combate naval de Trafalgar] percibí
con completa claridad la idea de Patria, y mi corazón respondió a ella con espon
táneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces
la Patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales
como el rey y su célebre ministro, a quienes no consideraba con igual respeto.
Como yo no sabía más historia que la que aprendí en la Caleta, para mí era la
ley que debía uno entusiasmarse al oír que los españoles habían matado muchos
moros primero y gran pacotilla de ingleses y franceses después. Me represen-
213
ü*ií;*,,«..r-.E.
taba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era
tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo. Con tales pensamientos,
el patriotismo no era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta
de matadores de moros». Este es el concepto de Patria y de Historia que Galdós
rechaza.
«Pero el momento que precedió al combate comprendí todo lo que aquella
divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi es
píritu, iluminándolo y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa
la noche y saca de la oscuridad un hermoso paisaje. Me representé a mi país
como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me
representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que
mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, hora que defender; me
hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse
contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aque
llos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus
plantas, el surco que regaban con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos
padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada
por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del
largo viaje, el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago
de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza,
recinto de alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles,
transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad
de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extin
gue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e
inquietud de los nietos; la calle, donde se ven desfilar caras amigas; el campo,
el mar, el cielo, todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia, desde
el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los
objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no
le bastara» M.
La verdad es, digamos por último resumiendo, que dígase, lo que se diga
(y mucho se ha dicho, y aún se dirá mucho más) acerca de la posición de Galdós
respecto a los hombres de la Generación del 98, el gran novelista fue siempre
admirado y querido y respetado por los escritores de la nueva generación.
E. Inman Fox, en un ensayo sobre Galdós y el estreno de Electra en el
Teatro Español de Madrid la noche del 30 de enero de 1901, analiza la reac
ción histórica de los liberales y reaccionarios que acompañó el estreno55, y
acaba con la afirmación de que «with Electra, Galdós has emerged also at least
temporarily as tre spiritual leader of the Generation of 1898. Galdós, with the
performance of Electra, became the ralying point for intellectuals, politicians
and masses in their drive for liberalism in the century»56.
214
NOTAS
1 Acuñó la frase don Miguel de Unamuno en 1895 en En torno al casticismo («Ensa
yos», Madrid, Aguilar, 1964, 2 v.), y la frase evoluciona hasta convertirse en la «españolización
de Europa»: «Desde hace algún tiempo se ha precipitado la europeización de España:
las traducciones pululan que es un gusto; se lee entre cierta gente lo extranjero más
que lo nacional», «España está por descubrir y sólo la descubrirán españoles europeizados»
(Ibíd., I, p. 26), con lo que Unamuno no trata de peyorar a España sino de exaltarla:
«...que sólo abriendo las ventanas a vientos europeos, empapándonos en el ambiente conti
nental, teniendo fe en que no perderemos nuestra personalidad al hacerlo, europeizándonos
para hacer España» (p. 140). «Tengo la profunda convicción de que la verdadera y honda
europeización de España, es decir, nuestra digestión de aquella parte del espíritu europeo
que puede hacerse espíritu nuestro no empezará hasta que no tratemos de imponernos en
el orden espiritual de Europa, de hacerles tragar lo nuestro, lo genuinamente nuestro, a cambio
de lo suyo, hasta que no tratemos de españolizar a Europa» («Sobre la europeización», I, pá
gina 918). Y todavía en enero de 1902 habría de insistir: «Se nos ha dicho y repetido
—y yo lo digo y repito por mi parte— que debemos europeizarnos. Me desdigo: europei
zarnos, no, que Europa no es pequeña; unlversalizarnos más bien, y para, ello españolizarnos
aún más» (Ibíd., I, p. 920). Véase el ensayo «Unamuno y Ortega: ¿Allende o aquende los
Pirineos?», por María Scuderi, en Cuadernos americanos, México, CXLII, núm. 5, septiembreoctubre
1965, pp. 129-146).
Refiriéndose Azorín a lo que leían los españoles por la misma época, observa que «en
1870 las librerías madrileñas apenas exhiben libros extranjeros, cuando dos años antes ya
Galdós descubre a Balzac en París comprando Eugéne Grandet, que le sirvió de estímulo
y modelo para La Fontana», y añade que «en 1898, el número de libros extranjeros que
entran en España es mucho mayor, se leen más revistas francesas, inglesas, alemanas; circulan
más periódicos extranjeros». («La Generación del 98», Estética y política literaria, 1810-1846,
Obras completas, Madrid, Aguilar, 1962, tomo IX, pp. 1.143-1.145.)
2 Véase el discurso de ingreso de Pérez Galdós en la Academia de la Lengua de 7 de
febrero de 1897, La sociedad presente como materia novelable, contestado por D. Marcelino
Menéndez y Pelayo, quien expresó su famosa opinión sobre la novela en España antes de
Galdós: «Entre ñoñeces y monstruosidades dormitaba la novela española por los años 1870,
fecha del primer libro del señor Pérez Galdós». Y téngase en cuenta que ésta no es la
primera salida de Galdós en defensa de la misma tesis, que había defendido unos años antes,
como veremos más adelante. Joaquín Casalduero ha señalado acertadamente cómo Galdós, en
su tiempo, encuentra el tema de su obra y la foma que le convenía: la sociedad contemporánea
y la novela». («El desarrollo de la obra de Galdós», en Híspante revtew, X, 1942, p. 244;
véase más abajo, nota 50.)
3 Reléase El amigo Manso, teniendo en cuenta estas consideraciones. El amigo Manso
está considerada por muchos como la obra de Galdós más imbuida de las doctrinas filosó
ficas y de la práctica pedagógica de D. Julián Sanz del Río y de sus discípulos. La cuestión
del Krausismo de Galdós, aunque no confesado abiertamente en ninguna parte, sí manifiesto
en muchas de sus obras, ha sido discutida con autoridad y amplitud en los últimos años.
Se ha rastreado esta influencia desde las novelas Gloria y La Familia de León Roch, a las
tres del grupo La desheredada, El amigo Manso y El Dr. Centeno, aparecidas en sucesión
en 1881, 1882 y 1883. Esther B. Silvia sugiere que Galdós se inspiró en el ensayo de D. Fran
cisco Giner, Teoría y práctica para la creación de los tres caracteres masculinos de El amigo
215
Manso (El primer período de la manera naturalista de Benito Pérez Galdós, tesis doctoral,
Middlebury College, 1947, pp. 6-7). Para más amplia información sobre este punto se pueden
consultar con provecho los estudios del profesor Juan López-Morillas El krausismo en España,
México, Fondo de Cultura Económica, 1956, y «Galdós y el krausismo», Revista de Occidente,
2.a época, VI, 1968, pp. 331-336; Les éducateurs de l'Espagne contemporaine, por Pierre Jubit,
París, 1936, que cita Fernando Salmerón con gran elogio en la crítica bibliográfica del libro
mencionado de López-Morillas {La palabra y el hombre, Xalapa, Universidad de Veracruz, I,
1957, pp. 103-106); «Galdós and Giner: a literary friendship», por H. C. Berkowitz (Spanish
Review, I, 1934, p. 64); «El amigo Manso with a mirror», por Robert Russell (Modern language
notes, LXXVIII, 1936, pp. 165-168); «Sol y sombra de Giner en Galdós», por
W. H. Shoemaker (Homenaje a la memoria de Antonio Rodriguez-Moñino, Madrid, II, pá
ginas 213-223. A los cuales habrá que añadir, por ser más reciente y más resumido, la intro
ducción de Lida Denah a su edición de El amigo Manso, de Galdós, New York, Oxford University
Press, 1969, pp. 7-13. Hay también valiosa información en The novéis of Pérez Galdós:
the concept of Ufe as dynamic process, por Sherman Eoff, Sta. Louis, Washington University
Press, 1954.
4 Véase esta tesis mantenida por José Angeles en «¿Galdós, precursor del noventa y ocho?»,
Hispania, XLVI, 1963, pp. 265-272, opinión que reafirma en «Baroja y Galdós; un ensayo
de diferenciación», en Rev. de Literatura, Madrid, XXIII, 1963, pp. 49-64, y en «Galdós
en perspectiva», en Rev. de Estudios Hispánicos, Univ. de Alabama, 1966, III pp. 105-118.
5 Ibid., p. 265.
6 Revista de España, Madrid, XV, 1870, pp. 162-172.
7 Domingo Pérez Minik: Novelistas españoles de los siglos XIX y XX, Madrid, Ed. Gua
darrama, 1954, p. 67. Si aceptamos la clasificación de Pérez Minik, Guillermo de Torre, Espina
y Bergamín, con Adolfo Salazar, Fernando Vela, José Díaz Fernández, Salazar Chapela, serían
de los jóvenes de Revista de Occidente; Salinas, Dámaso Alonso, Guillen, Francisco Ayala,
de los de «cátedra universitaria».
4 Ibid., p. 81.
9 Ibid., p. 82.
10 Antonio Espina: «Libros de otro tiempo: B. Pérez Galdós: Fisonomías sociales. José
María Matheu: Los tres dioses y otras narraciones», Revista de Occidente, Madrid, I, julio
1923, I, pp. 114-117. Un nuevo dardo contra Galdós partió de otro joven de aquella genera
ción, José Bergamín, quien calificó la obra de don Benito de «la gran escombrera nacional»
(«Galdós, redimuerto», en el Heraldo de Madrid, 5 de enero de 1933).
» Ibid., 114.
12 Guillermo de la Torre: Del 98 al barroco, Madrid, Ed. Gredos, 1969 (Biblioteca Ro
mánica Hispánica), capítulo «Revaloración actual de Galdós», pp. 165-232. Como se puede
apreciar en presencia de la copiosa bibliografía moderna de estudios sobre Galdós, Guillermo
de Torre no está en lo cierto cuando afirma que el anunciado revisionismo galdosiano que
dara en ciernes. Guillermo de la Torre, por otra parte, considera el ataque de Espina contra
Galdós como el revulsivo que produjo, paradójicamente, el movimiento actual, que culmina en
el creciente número de galdosianos (loe. cit., p. 165).
13 Miguel de Unamuno: Ensayos, Madrid, Aguilar, 1964, t. 1, p. 44.
14 Azorín: La voluntad, ed. de E. Inman Fox, Madrid, Castalia, 1969, p. 212.
15 Azorín: «El doctor Dekker está satisfecho», en «Tiempos y cosas», Obras completas, Madrid,
Ed. Aguilar, 1969, p. 217. La misma idea que expresa Azorín en estas palabras la encon
tramos en Unamuno: «Penetrad en uno de esos lugares, o en una de las viejas ciudades amo
dorradas en la llanura, donde la vida parece discurrir calmosa y lenta en la monotonía de las
horas, y ahí dentro hay almas vivas, con fondo transitorio y fondo eterno y una intra-historia
castellana» («En torno al casticismo», Ensayos, Madrid, Aguilar, 1964, I, pág. 64).
16 Azorín: «El viejo inquisidor», en «Una hora de España», Obras escogidas, Madrid,
Biblioteca Nueva, 1962, pp. 582-583.
17 Ramón Pérez de Ayala: «Política y toros», Obras selectas, Barcelona, 1957, p. 789.
18 Azorín: «Doña Inés», Obras escogidas de Azorín, Madrid, Biblioteca Nueva, 1962,
página 655 A.
19 Azorín: «Las nubes», Obras escogidas de Azorín, Madrid, 1962, p. 455 A.
20 Benito Pérez Galdós: La fontana de oro, Madrid, Ed. Aguilar, t. IV, p. 43 A.
21 Juan López-Morillas: «Historia y novela en el Galdós primerizo: La fontana de oro»,
en Revista Hispánica Moderna, XXXI, 1965, pp. 273-285.
22 Ibid., p. 275. Véase la misma idea expresada por Luis Clavería en Revista Nacional
de Cultura, Caracas, XIX, 1957, pp. 170-177. Este estudio es el texto de conferencia en una
sesión de H. L. A.
23 En el vendaval que aventó mi vida, y mis papeles con ella, en los días de la guerra
civil española de 1936-1939, desaparecieron mis notas y mi biblioteca. No conservo el recorte
del periódico en que apareció la entrevista, pero si alguien salvó la colección de aquel perió
dico de vida efímera, que fundó y dirigió en Madrid Manuel Villaverde, cubano, de los días
de El País,, de La Habana, se podrá ver el texto del trabajo periodístico.
24 En contra de lo que me confesó Baroja en la entrevista, Antonio Regalado García dice:
«Siempre tendió nuestro autor [Galdós] a la fácil solución de recoger los hechos como los
encontraba en las historias de su tiempo, bien diferente en esto a Baroja, que hizo una autén
tica investigación en archivos y bibliotecas sobre la historia del siglo xix para sus Memorias
de un hombre de acción, y que elaboró trabajosa y concienzudamente sus propios juicios»
(«Benito Pérez Galdós y la novela histórica española: 1868-1912», Madrid, ínsula, 1966, pá
gina 315). Y más adelante añade: «Baroja fue un verdadero investigador de la historia del
siglo xix, en que utilizó su investigación y sus aficiones de coleccionista y de anticuario para
recrear un ambiente auténtico e integrarlo, sin que apenas se note, en la narración» (Ibid., pá
gina 533). Por su parte, más recientemente, en 1971, alguien ha dicho: «Baroja .. escribió
con sus Memorias de un hombre de acción una réplica, muchas veces lineal, de los Episodios
nacionales de Benito Pérez Galdós. Solamente un hombre de la cultura histórica y de la ri
queza espiritual de Baroja podía no sólo escribir, sino atreverse a dar la réplica a la obra
gigantesca del escritor canario» (Francisco J. Flores Arroyuelo: Pío Baroja y la historia,
Madrid, Ed. Elios, 1971, p. 388).
25 Han Hinterhauser: Los «Episodios nacionales» de Benito Pérez Galdós, trad. del
alemán de José Escobar, Madrid, Ed. Gredos, 1963 (Biblioteca Románica Hispánica).
26 Ibid., p. 371.
27 Pedro Laín Entralgo: La generación del noventa y ocho, Madrid, Col. Austral, 1954,
páginas 170-171. (Esta obra se publicó en Buenos Aires, Ed. Espasa-Calpe, 1947.) Hans Hin
terhauser recoge las palabras citadas de Laín Entralgo en Los «Episodios nacionales» de Be
nito Pérez Galdós, mencionados ya, pp. 16-17, n. 21, sin expresar opinión alguna.
217
28 Antonio Regalado García: «Benito Pérez Galdós y la novela histórica española:
1868-1912». Madrid, ínsula, 1966, p. 25.
29 Ibid., p. 31.
30 I«¿, p. 45.
31 I«¿, p. 51.
32 A principios de 1868, tal vez en marzo, comenzó la publicación de la Revista de
Madrid, como «revista científica, literaria y política», con el propósito indudablemente de
que fuera una réplica en España de la Revue de deux mondes, que llevaba ya varios años de
publicación en París. Fue su fundador y director don José L. Avellaneda. El trabajo de Pérez
Galdós apareció en el tomo XI, 1970, pp. 162-172.
33 Ibid., p. 162.
34 Ibid., p. 164. Vivía todavía Carlos Dickens cuando Galdós escribió las Observaciones
sobre la novela, puesto que habla de «las oBras de arte que produjo Cervantes y las que hoy
hace Dickens». Como se sabe, el gran novelista inglés, a quien tanto veneraba Galdós, murió
repentinamente al anochecer del 9 de junio de 1870. Probablemente fue Galdós quien escribió
la reseña crítica de las Escenas montañesas de Pereda, con prólogo de Antonio de Trueba (Ma
drid, 1864), que apareció sin firma en la Revista de España (VI, 1869, p. 310), siendo ésta,
tanto, la primera defensa del realismo en la novela. En esta crítica se elogia la obra de Pereda
y el espíritu de observación de que es muestra.
35 Ibid., p. 167.
36 Ibid., p. 167. Estas «ridiculas vanidades» son lo que Azorín llamaría más tarde «des
preciables minucias», y Pérez de Ayala, «nonadas efímeras».
37 Véase más arriba (nota 34) la opinión del señor Flores Arroyuelo sobre la relación de
las Memorias de un hombre de acción y los Episodios nacionales.
38 Federico C. Sainz de Robles: La novela española del siglo XX, Madrid, Ed. Pega
so, 1957, p. 98.
39 Según transcribe Sainz de Robles.
40 Rafael Ferreres: «El aspecto de la crítica literaria de la llamada generación del 98»,
en Límites del Modernismo y del 98, Madrid, Colección Persiles, 1964, pp. 46-47.
41 Citado por Ferreres, quien lo toma de La caverna del humorismo, de Pío Baroja, Madrid,
Biblioteca Nueva, Obras completas, 1948, vol. V, p. 431.
42 «Pío Baroja habla para ínsula», ínsula, Madrid, I, núm. 2, 15 de febrero de 1946, pá
ginas 1 y 5.
43 Pío Baroja: «Divulgaciones de autocrítica», Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva,
1948, vol. V, p. 498 A. Compárase con lo que dice el mismo Baroja acerca de su opinión de
Galdós como persona, con lo que expresa Ferreres anteriormente (nota 40).
44 Rafael Pérez de la Dehesa: «Baroja, político de la literatura española en 1899; tex
tos olvidados», Papeles de Son Armadáns, núm. 152, págs. 139.
45 Ibid. Aquí habrá que recordar una opinión sobre Galdós expresada por Baroja años
antes. Las notas de Pérez de la Dehesa están tomadas de L'Humanité Nouvelles, revista anar
quista belga, de A. Hamon, París-Brussels, 1899, III, 2.
46 Ramón Pérez de Ayala: «Las máscaras», Obras completas, Madrid, Aguilar, 1947, pá
ginas 628-629.
218
47 Azorín: «Lecturas españolas» 0¿r<u completas, Madrid, Aguilar, 1959, t. II, p. 633.
Este artículo de Azorín se publica por primera vez en Nosotros, Buenos Aires, 1920, pági
nas 105-108.
48 Vicente Lloréns: «Galdós y la burguesía», en Anales galdosianos, III, 1968, p. 55.
Véase también «Miseria y parodia de la Restauración», ínsula, Madrid, XXV, febrero de 1971,
páginas 4-5.
49 Juan Chabás: Literatura española contemporánea, 1868-1930, La Habana, 1962, p. 32.
50 Joaquín Casalduero: «El desarrollo de la obra de Galdós», Hispanic Review, X, 1942,
páginas 244-250.
51 Benito Pérez Galdós: «Las tormentas del 48», Obras completas, Madrid, Aguilar,
1963, II, pp. 1371-1372.
52 Benito Pérez Galdós : «El equipo del rey José», Obras completas, Madrid, Aguilar, I,
página 1199 A.
53 Vid. la nota 15, más arriba.
54 Benito Pérez Galdós: «Trafalgar», Obras completas, Madrid, Aguilar, 1964, I, pá
gina 241 A-B. El concepto de «patria» y de «patriotismo»» en Galdós está analizado con gran
detalle por José Schraibman en «Patria y patriotismo en los Episodios nacionales de Galdós»
(Bol. del Seminario de Derecho Político, pp. 71-86).
55 E. Inman Fox: «Galdós'Electra. A detailed study of its historical significance and the
polemic between Martínez Ruiz and Maeztu», Anales galdosianos, I, 1966, pp. 131-141.
56 La cita en las páginas 140-141.
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