LOS CURAS EN LA NOVELA DE GALDOS

Ignacio Elizalde Armendáriz

No hay sector en la vida española que se escape a la mirada de Galdós.

Con gran razón se habla de la «comedia humana» de Galdós, ya que iguala

a Balzac en poder creativo y tal vez le supera en profundidad espiritual. Yo

me voy a fijar en el sector de los clérigos. Primero, porque constituyen una par

te muy importante de su obra. La cuestión religiosa es tema esencial de la

novelística galdosiana y en la España de su época. El estudio de su tipología

clerical nos servirá para desentrañar más el sentido de su obra. Y, en segundo

lugar, porque es un aspecto menos estudiado !.

Para entender bien el mundo complejo de los clérigos galdosianos creo nece

sario formular algunos preñotandos.

Realismo moderno e historicismo

Galdós fue el primero en asimilar la lección de Balzac y Dickens, siendo

el creador del realismo moderno y absorbió las posibilidades del costumbrismo

de Larra y Mesonero Romanos. Todos sus personajes, por consiguiente, inclu

yendo los clérigos, son seres reales, sacados de la coyuntura histórica española.

Más todavía. Su técnica novelesca está acostumbrada a fusionar la historia y la

ficción, alcanzando en las obras de su madurez un todo orgánico. Sería intere

sante, aunque difícil, descubrir los personajes históricos2 en que se inspiró

Galdós para el retrato de sus curas, acumulando, a veces, en el mismo perso

naje, como nos afirma, rasgos de diversos individuos conocidos por interesarle

para sus fines. En todo el problema de sus clérigos advertimos la dependencia

de los acontecimientos históricos. A principios de siglo el estamento religioso,

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como clase privilegiada, gozaba de un gran poder económico, que es el acremente

censurado por Muriel, protagonista de El audaz, y la minoría intelectual. Una

vez realizadas las leyes desamortizadoras y restringidas por los gobiernos libe

rales, las aportaciones económicas al culto y clero es realmente precaria la situa

ción de algunos sectores eclesiásticos. Esta pobreza y miseria se advierten en mu

chos clérigos galdosianos de sus novelas posteriores. Baste el testimonio de Fran

cisco Mancebo en Ángel Guerra:

Tras unos tiempos vienen otros, siempre a peor. Dígamelo usted a mí, que

conocí la Obra y la Fábrica con cuarenta y pico mil ducados de renta y

ahora... Yo me acuerdo de aquella contaduría, en que se guardaba el

dinero a capazos... Pero nos desamortizaron... y ¡zapa!, ahora no come

nadie, porque dígame usted a mí si con veintiún reales diarios que nos

dan, a los que faimos capellanes y ahora somos beneficiarios, se puede

vivir decentemente... 3

En los clérigos de Galdós encontramos la misma gama de virtudes y defectos

que los restantes ciudadanos contemporáneos. En esto coincide con Baroja, cuan

do el novelista vasco nos afirma: «Si el cura español es fanático y despótico, es

porque el español lo es. Nuestros defectos y nuestras cualidades son las suyas»4.

Contra lo que pudiéramos creer son pocos los retratos que poseemos del cura

fanático, intransigente, cuyos tipos más significativos encarnan Paoletti y Luis

Gonzaga, de la novela Gloria. Galdós es menos comprensivo con el laico faná

tico, cerrado, contra el cual se ensaña, como contra doña Perfecta, de la obra

del mismo título; doña Juana Samaniego, de Casandra; don Salvador Pantoja,

de Electra (no es jesuíta, como escribe E. Inman Fox en Galdós, Electra, «Ana

les Galdosianos» n. 1, 1966, p. 139).

Preocupación religiosa y voluntad reformista

Hacia la década del año 70 la «cuestión religiosa» va a agitar la conciencia

nacional como consecuencia de la revolución de 1868, la república, los debates

en las Cortes sobre la libertad de cultos, la polémica entre krausistas y tradicionalistas.

Galdós escribe entonces sus novelas de tesis religiosa: Doña Perfec

ta (1876), Gloria (1876-1877) y La familia de León Rock (1878). Las tres son

denuncia del clericalismo y de los males que acarrea la intolerancia. Esta preocu

pación por el tema religioso se formula en La familia de León Rock.

Los espíritus mejores del siglo xix experimentan una honda preocupación

política y religiosa ante la crisis que sufre España en todos los órdenes. Galdós

será uno de ellos. Bajo una superficie de hombre tranquilo y silencioso, pode

mos adivinar un espíritu «atormentado, turbado e inquieto», como nos dijo

al escribir a Pereda. En otra ocasión añade: «Siempre he visto mis conviccio

nes oscurecidas en alguna parte por sombras que venían no sé de dónde.» Ber-

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kowitz, aunque sin fundamento, nos habla de hábitos patológicos. Con razón,

Ángel del Río no cree que el creador de un mundo tan rico en humanidad fuera

el señor normal y un poco gris, sin ningún problema. Su serenidad, como la de

Cervantes, era más bien de orden intelectual y artístico. Casalduero escribe:

Ni por un momento encontró la paz y el reposo sintiendo en aumento, a me

dida que pasaban los años, el pavor ante el misterio de la vida y de la muerte.

Paso a paso, conducido por la duda y la sinceridad, va cruzando de una zona

espiritual a otra más alta...5

Desde su primera obra hasta la última nos habla de la vida religiosa, ya

desde el punto de vista individual o colectivo. Y cuando fustiga, desde su pri

mera novela hasta sus últimas obras, al clero y a la Iglesia, lo hace desde un

punto de vista político-social, como al hablar de los militares, de los empleados,

del estado de la enseñanza, de la Administración, de los campesinos o de los

políticos. Galdós cree que la Iglesia institucionalmente ha sido un obstáculo al

progreso y a la apertura de España hacia Europa, y por eso ya en una de sus

primeras obras, El audaz, en 1871, pone en boca de Muriel, su protagonista,

un juicio totalmente negativo. Galdós, como buen liberal, defiende la separación

de la Iglesia y el Estado, y se manifiesta en contra del poder político de la Igle

sia. Cree que el poder eclesiástico no debe inmiscuirse en el poder civil.

Es muy clara la voluntad reformista, el espíritu de denuncia con que escribe

su obra. En ella hay una protesta contra todo abuso político, social, religioso.

Está totalmente en desacuerdo con la sociedad. Su denuncia va contra la so

ciedad entera, contra la gente oficial, la aristocracia, etc., no solamente contra el

clero. Oigamos al padre Gamborena en Torquemada y San Pedro:

Así resulta una cosa muy triste y es que las clases altas son las que más

olvidadas tienen la doctrina pura y eterna. Y no digáis que protegéis la

religión ensalzando el culto con ceremonias espléndidas, o bien, organizando

hermandades o juntas caritativas; en los más de los casos no hacéis más

que rodear de pompa oficial y cortesana al Dios Omnipotente, negándole

el homenaje de vuestros corazones. Queréis hacer de él uno de esos reyes

constitucionales al uso, que reinan y no gobiernan6.

Los clérigos, los aristócratas fracasados, la burguesía del «quiero y no pue

do», los burócratas estilo Pez, la sociedad entera, aparece poseída de la misma

holgazanería, ignorancia, frivolidad, aunque en distinto nivel. Naturalmente, con

numerosas excepciones. La denuncia, como el sermón moral, subraya princi

palmente los vicios y defectos.

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Ideal del sacerdote para Galdós y constantes deformadoras

De una lectura atenta de su obra veremos cuál era para Galdós el ideal de

sacerdote, así como también las notas deformadoras que repite en sus retratos,

y que forman constantes caracteriológicas.

La primera virtud, sin duda, que Galdós pone en el sacerdote es la caridad.

En esto coincide con el evangelio. Según este rasero medirá a sus clérigos, y por

eso Nazarín constituye la cumbre de todos7. En El audaz nos dice que «no ha

de haber igualdad en el mundo sino por el amor». Sus personajes más bellos

son los que encarnan esta virtud, desde el amigo Manso hasta el abuelo, Benigna,

Guillermina Pacheco—repetida en varias novelas—, Leré, Ángel Guerra, hasta

llegar a Nazarín.

Otra virtud esencial para Galdós es la flexibilidad, la tolerancia8, la com

prensión. Sus ataques más fuertes van contra la intolerancia y la intransigencia.

Intolerancia que a veces, como en Gloria, es un modo de ser más que una

creencia religiosa; o una concepción de la vida, como en doña Perfecta; o un

defecto personal, como en León Roch.

Poletti será el clérigo más antipático en la galería galdosiana, por su intran

sigencia, cerrando los ojos a la realidad del alma humana. Galdós logró sobrepo

nerse a la intransigencia de los partidos, y lo mismo arremetía contra el fana

tismo clerical como contra la intolerancia de sus correligionarios liberales. Le ate

rrorizaban los hombres de una sola idea o de una sola verdad, unidimensionales,

petrificados, incapaces de acomodarse a cualquier situación, fuera del repertorio

de sus procedencias.

Los santos de Galdós son prácticos, como ha advertido Ruiz Ramón y anter

nórmente Clarín9. Necesitan realizar inmediatamente sus ideales religiosos. Sus

problemas entrañan siempre una dimensión social. Ángel del Río afirma que

para Galdós el misticismo, como cualquier otra forma de idealismo exagerado,

sólo se justifica cuando se pone al servicio de la vida. El personaje místico no

va con la psicología del autor. Nazarín nos dirá:

No me contento con salvarme yo sólo; quiero que todos se salven y que

desaparezcan del mundo el odio, la tiranía, el hambre, la injusticia; que

no hayan amos ni siervos, que se acaben las disputas, las guerras, la po

lítica 10.

La paciencia será otro distintivo del buen sacerdote. En Nazarín prodiga a

esta virtud grandes alabanzas. Ángel Guerra señala esta virtud como una de

las primeras reglas de su orden religiosa. Junto a ella la humildad, la obedien

cia, el espíritu de pobreza. A Galdós le da en rostro todo egoísmo materialista,

como la ambición y el orgullo de los clérigos. Aparte de Nazarín será el padre

Nones el descrito con más simpatía y cariño por responder al ideal que se había

forjado Galdós del sacerdote. Muchos de sus sacerdotes suelen ser directores

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espirituales, con frecuencia perniciosos, los causantes de que la acción de la

novela tome derroteros equívocos.

En su obra se dan los malos sacerdotes como en la vida. Observemos las

constantes caracteriológicas con que suele estructurarlos. En su primera produc

ción responden más a ideas abstractas.

Estos llegan al sacerdocio sin auténtica vocación. A veces para elevar su nivel

social misérrimo, como el caso de don Inocencio o Pedro Polo; otras por im

posición de sus padres, para no perder unas capellanías, como Silvestre Romero;

otras por ambición, y hasta por afición al latín, como Virones. Esta nota repite

en muchos de sus clérigos, pues responde a la realidad española de la época.

La ignorancia y la rudeza aparecen constantemente. Un ejemplo gráfico es el

de Nicolás Rubín, en Fortunata y Jacinta:

Por las orejas y nariz se asomaban espesos mechones de vello. Diríase que

eran las ideas que cansadas de la oscuridad del cerebro, se asomaban

por los balcones de la nariz y de las orejas a ver lo que pasaba por el

mundo 1!.

La falta de inquietud espiritual y de interés por ejercer su ministerio sa

grado. El cura párroco de Ficóbriga, Silvestre Romero, dedica su vida a tres

menesteres: la caza, el cuidado de una huerta que posee y los negocios electora

les. La glotonería y la zafiedad son constantes más marcadas en sus primeras

obras. Los violentos y los reaccionarios cuentan con todas sus antipatías. Ya

hemos indicado el fanatismo y la cerrazón, efecto muchas veces de la cortedad

de luces. El egoísmo material, atento sólo «a defender el garbanzo»; la adula

ción y el buscar el apoyo de los poderosos, con olvido del humilde y el desva

lido; el erotismo, contrario al celibato; el tomar parte como guerrillero en las

contiendas de la época o en las intrigas políticas; el nepotismo, la avaricia y la

hipocresía. Este último vicio muy extendido entre ciertos elementos eclesiásticos

y clases sociales fue blanco de sus frecuentes sátiras 12. Hay que reconocer la

miseria en que vivía gran parte del clero, causa muchas veces de estos defectos.

Perspectiva liberal

Finalmente, conviene advertir que el mundo de su obra está visto desde una

perspectiva liberal. Siempre hizo profesión de su liberalismo. El carlista, el tra

dicional, el defensor de la restauración, el integrista, entre los cuales abundan

los clérigos, casi siempre salen malparados. Pero en su extensa producción late

un deseo de conciliación y la esperanza de encontrar la unidad de conciencia que

resolviera el drama nacional13. Fue diputado varias veces, y después del estreno

de Electra se le tomó como bandera de combate, con cierta inhibición por su

parte. En época de tensiones y apasionamiento esto le ocasionó serios disgustos

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18

y enemistades, y le restó simpatía en ciertos sectores. Jean Francois Botrel há

lyt demostrado el alejamiento de la clase obrera con ocasión del homenaje que se

"■■' le rindió en 1914. Actualmente el Cristianismo defiende la libertad religiosa

(la libertad de cultos, en términos del siglo pasado), y muchos de los dogmas

liberales han quedado estrechos en la práctica. Por eso hay más comprensión de

su cosmovisión y se interpreta mejor su actitud con respecto al clero y a los

problemas de España.

Tipología clerical

La actitud y valoración de Galdós es distinta respecto a la Iglesia, como

institución, y respecto, al clérigo individualizado. Muy liberal, llegando a veces

al anticlericalismo, al considerar a la Iglesia como organismo social, pues la cree

retrógrada y fuerza negativa para el progreso y la libertad. Apreciación muy

subrayada, en la última serie de los Episodios Nacionales. Galdós cree que la

invasión de frailes franceses fue tan perniciosa como la invasión de los romanos,

de los visigodos o de los árabes. Y mira la revolución como la única esperanza

del futuro, lo mismo que Blasco Ibáñez 14. En el pensamiento político y religioso

de Galdós opino, con Casalduero, que no hay evolución.

Respecto a sus clérigos como individuos, es mucho más humano y compren

sivo, más generoso y polifacético, sobre todo desde su segunda época. Y en esta

actitud sí hay evolución, desde su primera época histórica, en que intenta inves

tigar la realidad española con una inquietud reformista social, más profunda, como

en La Fontana de Oro o El audaz, y afirma la influencia nefasta del mal clero

para demostrar su tesis. Después vendrá el período abstracto, en el que el clero

encarna la intolerancia, como don Inocencio en Doña Perfecta. Y, finalmente,

en su última época de mayor madurez, que coincide con la etapa naturalista, los

toma de la realidad y desfilan toda clase de tipos, cada uno con su personalidad

propia. Hay cambio de técnica literaria. Pasa de la encarnación de las ideas abs

tractas y reformistas al retrato de carne y hueso más logrado, variado y auténtico.

Hay una evolución de lo histórico y social a lo individual, de los problemas abs

tractos a los concretos. Lo mismo que Menéndez y Pelayo, con su madurez y sus

años se hace más comprensivo y flexible, olvidando sus apriorismos y sus rígidas

categorías. Entonces abundan más los clérigos dotados de virtudes. E incluso

sabe comprender a los viciosos, como a Pedro Polo, y reconoce sus cualidades

positivas.

En Galdós son frecuentes entre los personajes los curas, como en la obra

de Baroja, pero la técnica del retrato es completamente distinta. Ya hemos dicho

que en Galdós se advierte una evolución respecto a la pintura de los curas. En

Baroja la técnica es siempre la misma, un poco impresionista, tapida, al ritmo

de andadura. Su carácter turbulento y dionisiaco, como él mismo se define en

El escritor según él y según los críticos, le impulsaba más a la captación de la

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vida que a un trabajo de perfección literaria. Por eso nunca obedece a un cliché.

Los curas barojianos pasan rápidos, sin detenerse, a excepción de Javier Olaran,

en El cura de Monleón, y Bartolomé Beltrán, en El «Nocturno» del hermano

Belirán, que son los protagonistas de esas dos novelas. Los curas de Galdós mu

chas veces son personajes importantes, que tienen gran parte en la acción de

sus novelas. Los curas de Baroja, como sus personajes, van todos en ablativo:

con, de, en, por, sobre, tras Baroja; no pueden tener psicología propia, porque

Baroja no tiene ojos para ver otra que la suya. Los curas de Galdós, al contrarío,

van en dativo: para los demás, llenos de matices, muy diversos entre sí y ricos

en psicología independiente de la del autor. Galdós los mira con más humanidad

y comprensión. Baroja con más desgarro y dureza de rasgos. Los curas de Ba

roja son más bohemios, vagabundos, aventureros, de vida inquieta y dinámica.

X<os curas de Galdós llevan de ordinario una vida más reposada, incardinados

en pequeñas ciudades tranquilas o en la capital. Baroja nos presenta tipos. Gal

dós, arquetipos. Los dos coinciden en la simpatía con que miran a los abates o

canónigos ilustrados y liberales, amantes de los libros y a veces autores, con sus

buenas bibliotecas, relacionados con la aristocracia y los políticos, los cuales en

Baroja suelen ser secretarios o administradores de alguna señora de título y rica,

a veces un poco volterianos.

Personajes históricos

La historia es parte muy importante de la novela galdosiana. No nos extra

ñará, por consiguiente, que entre sus curas haya una gran galería de personajes

históricos. Generalmente no hace más que aludirlos. Se detiene más en San Fran

cisco de Borja, que es uno de los personajes más importantes que interviene en

su obra teatral Santa Juana de Castilla. No los deforma o proyecta sobre ellos

su juicio envilecedor, como hace a veces Baroja. Es fiel al retrato histórico. Son

muchos, pero sin importancia especial. Representan un papel más extenso en los

Episodios Nacionales.

Curas guerrilleros

Fuera de los Episodios Nacionales no suelen pulular. En Baroja este grupo

cobra mayor relieve. Encontramos un buen retrato de este tipo en mosén Anto

nio Trijueque, cura aragonés que había tomado las armas desde el principio en

la guerra. Un hombre altísimo, descarnado, con barba entrecana, pelo corto, ojos

fieros, cejas pobladísimas..., ciclópeo..., que al final se ahorcó, como Judas 15.

Existieron tres curas guerrilleros, que en Baroja cobran gran relieve, sin que

en Galdós tengan importancia alguna. Estos curas son Francisco Gorostidi, cura

guipuzcoano, gran caudillo de las guerras carlistas; el cura Merino y fray Anto-

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njb Marañón, alias «El Trapense». Otros curas guerrilleros serían: el cura de Carrión,

personaje muy secundario de La Fontana de Oro, y los que aparecen en

los Episodios Nacionales.

Políticos y revolucionarios

En las novelas de Galdós apenas aparece este tipo de sacerdotes, más abun

dante en las obras de Baroja. Un ejemplo es el de don Pedro Regalado, alias

Corchón, personaje de El audaz, que tomó parte en las conspiraciones contra

Godoy, porque piensa que gobierna mal y protege la filosofía y la desamortiza

ción de los bienes del clero. En los Episodios Nacionales, como es natural, en

contramos muchos curas metidos en política.

Entre los curas revolucionarios podemos catalogar al padre Vélez, de la

novela El audaz, cura levantisco que profesaba las ideas más exageradas en ma

teria de política y religión y tenía retiradas las licencias. El padre Alelí, perso

naje secundario de Fortunata y Jacinta. En su juventud fue volteriano y libre

pensador. Aparece en repetidas novelas y en los Episodios Nacionales. Este tipo

revolucionario abunda en los Episodios Nacionales.

Curas ambiciosos

La ambición de los sacerdotes es nota repetida en la obra galdosiana. Encon

tramos algunos casos muy significativos. Con frecuencia es el motivo de su voca

ción. El padre Jerónimo Matamala, franciscano del convento de Ocaña, tenía

por único ideal conseguir una mitra, y a esto lo supeditaba todo. De ahí el miedo

a manifestarse como era y el hacerle traición a su antiguo amigo Muriel, prota

gonista de la novela El audaz. Don Remigio Díaz, cura secundario de la novela

Halma, aparece manchado con esta nota. Inteligente y ambicioso, intentó ser

párroco de Madrid y mangonear en la fundación de la condesa Halma. Juan

Casado, el sacerdote más importante de la novela Ángel Guerra, llegó al sacer

docio por ambición. El ideal de su juventud era opositar a Lectoral o Doctoral

cuando vacase. Aunque de singulares dotes, no tenía vocación, sino ambición.

Cuando heredó cuantiosa hacienda, la riqueza le mató la ambición eclesiástica, y

su fama de buen teólogo y los laureles ganados en el pulpito le importaban tanto

como las coplas de Calaínos. El doctor López Sedeño, secretario del obispo Lantigua,

es también un cura ambicioso. Clérigo culto, muy diplomático y servicial,

<ie ideas liberales, aspiraba al episcopado con impaciencias mal disimuladas.

Curas inmortales

No son muy numerosos en la novela galdosiana, contra lo que pudiera creer

se, ni ocupan lugar importante en sus obras de creación. Es la falta clerical que

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mira Galdós con más benevolencia y comprensión. El que aparece descrito con

más detención es Pedro Polo, personaje de El doctor Centeno, pero sobre todo

de Tormento, una de las creaciones más vigorosas de Galdós, según Robert

Ricard 16.

Era un extremeño que se hizo cura sin vocación. «Le fingieron una voca

ción que no tenía.» Su padre murió en la cárcel y él vivía muy pobremente con

su madre y hermana. Acabó enamorándose perdidamente de Amparo Sánchez,

protagonista de Tormento. De esta sima logra sacarle la energía de su buen ami

go el padre Nones, y cuando Amparo se une a Agustín Caballero, acepta un

curato en Filipinas y marcha, arrepentido, con un fin apostólico. Su error fue el

hacerse sacerdote sin vocación. Galdós reconoce en él rasgos positivos, como

cuando cuida de su ama de llaves. Tiene conciencia de su pecado e indignidad.

Su constitución física y psíquica, toda pasión y fuerza biológica, nos explica su

conducta. Por eso más que desprecio inspira a Galdós este personaje honda

compasión.

En su última novela, La razón de la sinrazón, presenta otro sacerdote caído,

don Hilario Acuña. Intachable en todo, pero con una debilidad: sus relaciones

eróticas con su ama de llaves. Galdós, que fustiga otros vicios de los curas, no

condena éste, y trata a don Hilario con simpatía.

En su primera novela, La Fontana de Oro, aparece otro clérigo, presa de la

pasión amorosa. No nos dice su nombre. Clérigo pequeño, a juzgar por su vestido,

que era raído y verdinegro. De edad madura. A juzgar por su pronunciada y re

donda panza no se daba mala vida. Indecorosamente pretende seducir a Clarita

Chacón, extraviada una noche en la calle. Pero la muchacha se niega a subir a

su casa.

Curas vulgares

Nos encontramos con muchos ejemplos en sus novelas. Galdós repite con

mucha frecuencia los rasgos de sus retratos. A veces son modos de acentuar la

misma realidad. Todos tienen un aire de familia, debido a su técnica descriptiva.

Consiste en proyectar sobre ellos una cruda luz que abulta determinados rasgos,

casi siempre los mismos, en perjuicio de los demás. Así llega a veces a la cari

catura y al esperpento.

En La Fontana de Oro, encontramos dos de estos tipos. El primero es don

Pedro Regalado, alias Corchón. Su índole intelectual nos lo da el haber compuesto

catorce libros sobre la devoción al Señor San José, que no vieron la luz. Cuando

no entiende a las personas por ser de ideas contrarias o más avanzadas las tilda

de herejes y su gozo, al descubrir un hereje, es el mismo del cazador que descu

bre una pieza, ya que era una de las lumbreras de la Inquisición, afirma irónica

mente.

Don Silvestre Entrambasaguas, clérigo amigo de las Porteño, es otro de estos

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curas. Desempeña un papel secundario en la obra. «Bien cebado, grasiento, avaro,

algo tonto, mal teólogo y predicador tan campanudo como hueco» 17.

Don Nicolás Rubín es el único sacerdote importante que aparece en la gran

novela Fortunata y Jacinta. Es igualmente uno de estos clérigos vulgares toleda

nos. Tosco, velludo, desaliñado, gran comilón, tacaño. «La carne que a él le ten

taba no era otra que la de ternera o la de cerdo.» Influye en la novela, desarre

glándolo todo. Practicaba el apostolado por fórmulas rutinarias o rancios afo

rismos de los libros... desgobernando, en fin, la máquina admirable de las

pasiones 18.

En Ángel Guerra vemos dos nuevos modelos: León Pintado y Eleuterio García

Virones, con papeles secundarios. León Pintado aparece ya en Fortunata, como

amigo de Nicolás Rubín, capellán de las monjas Micaelas. Por influencia de la

madre de Ángel Guerra llega a ser canónigo de Toledo. Era corpulento, gallardo,

presumidillo en el vestir, de absoluta insignificancia intelectual y moral, gran

amigo de estar bien con todos, mejor tresillista que teólogo. Virones es uno de los

más representativos de la miseria del clero. Se acogió al asilo de Ángel Guerra,

empleando sus hercúleas fuerzas, como albañil. Fue un sacerdote sin vocación

en su prosoprografía concentra Galdós los rasgos más negativos19.

En El abuelo aparece don Carmelo, cura de Jerusa, gran amigo del conde

de Albrit. Hombrachón de buen año, limpio y de nariz como pico de garbanzo.

Poseía buena formación en su carrera de teólogo y de derecho. Le encantaba el

mangoneo y la comida.

Curas burgueses

Las notas burguesas abundan en los curas galdosianos. El cura párroco de

Ficóbriga, en Gloria, don Silvestre Romero, era un hombre rico, con regular

hacienda. Vivía con comodidad y competía en la caza con los vecinos del pueblo.

Sus ocupaciones de campo y mar le impedían abrir un libro.

Don Juan Casado, en Ángel Guerra, es un clérigo medio campestre, medio

urbano, siempre con un pie en el altar y otro en el estribo. Comparte sus debe

res eclesiásticos con el cuidado de sus tierras. Vive cómoda y sanamente, como

un buen burgués, y mantiene a su larga familia. Su patriotismo le lleva a des

preciar toda devoción que viniera de fuera de España, como la devoción al

Corazón de Jesús o el culto a la Virgen de Lourdes.

Curas ilustrados y liberales

Ya hemos dicho que Galdós los mira con cierta simpatía y abundan en su

obra. En los Episodios Nacionales podríamos citar una galería de ellos.

En sus novelas, pertenecen a esta clase, Fray Jerónimo Matamala, del

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convento franciscano de Ocaña, personaje importante de El audaz. Hombre

de instrucción y de claro talento, formado en Salamanca, donde se distinguió

como claro poeta de la escuela salmantina del siglo xvm. Conoció las ideas

liberales, de las que era adicto. Muy versado en Rousseau, dominaba los ar

gumentos de ateísmo. Pero no hablaba de esas ideas con nadie por miedo a

que le quitaran los cargos.

Isidoro Palomeque, canónigo toledano, de la novela Ángel Guerra, estaba

poseído de un furor arqueológico. Era corresponsal de las Academias de San

Fernando y de la Historia, «hombre erudito, punto fuerte en todo lo referente

a fundaciones pías e impías, en letreros romanos, etc.». Reveló su caudalosa

erudición de menudencias y chismes históricos.

Fanáticos e intolerantes

Contra lo que pudiera creerse no son muchas las pinturas que poseemos

del cura fanático, aunque conocemos la preocupación de Galdós por atacar

desde todos los ángulos posibles el fanatismo y la intolerancia que veía en

cierto sector de la sociedad española.

Una de las figuras menos simpáticas de la galería clerical galdosiana es

don Inocencio Tinieblas, canónigo penitencial de Orbajosa, en la novela Doña

Perfecta. La descripción de Galdós rezuma ironía. Don Inocencio, como otros

curas de sus novelas, con frecuencia nos lanza sentencias latinas. Don Inocen

cio, como Doña Perfecta, encarna la intolerancia y el fanatismo. Feroz enemigo

de lo nuevo, inquisitorial e intolerante. Galdós enfrenta a los dos con Pepe

Rey, liberal, de ideas nuevas, increyente, amigo del progreso y de la libertad.

Don Inocencio es el producto de un ambiente y una educación, perfectamente

captado por el novelista.

Luis Gonzaga Sudre, hermano gemelo de María Egipcíaca, la esposa de

León Roch, hijo de los marqueses de Tellería, es otro tipo de fanatismo.

Estudiante jesuíta, era místico, sin ninguna concesión a lo humano. Muy en

fermizo, vivía en estado de taciturnidad trágica. Había hecho voto de no mi

rar jamás a una mujer. Con tal sistema, añade irónicamente Galdós, había con

seguido la pureza del ser que no ha nacido. Infunde a su hermana ideas de

desprecio al mundo y prevenciones contra su marido, que destruirán la felici

dad del matrimonio. Galdós insiste, como en el caso de don Inocencio, en los

males que se derivan de este espíritu deformador. También aparece este per

sonaje, muy de pasada, en la novela La de Bringas.

Ya dijimos que Paoletti era el tipo más antipático. Galdós se ha ensañado

con él. Es un italiano, muy entendido en Bellas Artes, afable, educado, de

eximia estatura, un si es no es pueril el rostro, que ocupaba el público de San

Prudencio, con una oratoria muy del gusto de la marquesa de Tullería. Conse

jero espiritual de medio Madrid y de María Egipcíaca. Fue el causante prin-

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cipal del divorcio espiritual del matrimonio. Es interesante el diálogo con

León Roch en el capítulo VII de la segunda parte, que nos da su pensamiento.

Dos concepciones de la vida. Roch quiere conciliar el espíritu con la materia.

Para el padre Paoletti no cabe conciliación. La víctima de estas dos fuerzas

antagónicas será María Egipcíaca.

Aunque no aperecen en la escena se adivinan dos fuerzas ciegas, tal vez dos

directores espirituales, de esta especie, detrás de Juana Samaniego, en Casandra,

y detrás de Paniagua, en Electro.

Curas bondadosos

Generalmente Galdós pone esta nota en muchos de sus personajes sacer

dotes. Pero a veces no es la que prevalece en el retrato. Por eso aquí nos

vamos a fijar en dos tipos, cuya nota más importante y caracterizadora es la

bondad.

Uno es el prelado, don Ángel Lantigua, en su novela Gloria. Es el único

obispo que aparece, como personaje influyente en la acción. Tal vez sea, como

apunta Ricard2C, porque la dignidad episcopal vivía más aislada en sus palacios,

en el siglo pasado, y era difícil a un laico penetrar su psicología. Por eso está

aquí excesivamente idealizado y abstracto. Virtuoso prelado, tío carnal de Glo

ria, consejero de su sobrina y un alma de Dios. Parecía un niño grande... Su

cara redonda, sonriente... respirando benevolencia y paz completa... Por natu

ral impulso de su corazón se inclinaba a suponer lo bueno en todo... Profesaba

la doctrina de la tolerancia en el verdadero sentido teológico, cualidad tan cara

de Galdós. Carecía de ambición, comprensivo y generoso, su única felicidad

era proporcionársela a los demás. Solamente poseía un defecto: que era incapaz

de resolver los conflictos que se le planteaban. Todo lo quería resolver con su

bondad angelical y todo lo dejaba sin resolución. Tal vez, añade Galdós, su in

teligencia y energía eran inferiores a su corazón.

El otro es el abate don Lino Paniagua, personaje secundario de la novela

El audaz. Hombre tímido, sin ambición, de bondad extrema y floja voluntad.

Todas las clases sociales le abrían sus puertas, porque su enciclopedia memorística

retenía todo lo que pasaba en la ciudad y que él se enteraba. Tenía la

debilidad de proteger a todos los enamorados y llevarlos al sacramento del ma

trimonio.

Curas ejemplares

Contra lo que a veces se ha afirmado, en Galdós tropezamos muchas veces

con el cura ejemplar que nos causa afecto y estima. Va a ser este el apartado

más extenso.

280

Torquemada es una de las más recias creaciones de Galdós. Junto al usurero,

en la última tetralogía, aparece un sacerdote, de auténtica vocación, que ha to

mado en serio el sacerdocio, el misionero padre Luis de Gamborena. Frente al

grosero materialismo del usurero Torquemada encarna el espíritu y la genero

sidad. El novelista no le escatima ninguna alabanza. A la amenidad del trato

unía la maestría en el apostolado para los asuntos espirituales. Alma pura, con

ciencia inflexible, entendimiento luminoso, gran conocedor del alma humana y

del organismo social, enérgico y desenvuelto. Sus consejos nos recuerdan los de

Jesucristo. «Nada importa olvidar la letra, si el principio, la esencia, permanecen

estampados en el corazón.» A la inquietud auténtica religiosa y al temple he

roico une la capacidad de reflexión. Después de treinta y cinco años de vida

heroica en las misiones, se encuentra capacitado para criticar a la sociedad es

pañola. Su diagnóstico: el mal de las clases ricas es su frivolidad. «La caridad

la habéis convertido en juego social y los actos de culto en feria de vanidades.»

Deben volver a la sencillez religiosa y a la pureza de corazón, que también

propugna Galdós por medio de Ángel Guerra. En los últimos momento de Tor

quemada hace lo imposible por salvarle.

Así como Galdós ha contrapuesto estos dos personajes de Torquemada y

Gamborena, igualmente en Tormento contrapone dos caracteres, aquí dos sacer

dotes, Pedro Polo y José María Nones.

El padre Nones es otro de los personajes-sacerdotes con el que Galdós se

encariña, dándonos un ideal. Sacerdote por vocación, había sido anteriormente

soldado y calavera, hasta que «tocado en el corazón por Dios, tomó aborreci

miento al mundo convencido de que todo es humo y vanidad, se ordenó». No

tenía ambición alguna, dispuesto siempre a ayudar a todo el mundo. Tenía gran

compresión y como había visto mucho mundo, no se asustaba de nada. De trato

llano y festivo y costumbres tan puras como pueden serlo las de un ángel. Sabe

encontrar soluciones a las cosas y despliega gran energía para llevarlas a cabo.

Es la única persona que tenía ascendiente sobre Pedro Polo y logró sacarle de

su mala vida.

En su novela Halma, encontramos otro sacerdote ejemplar, Manuel Flórez,

director espiritual de la condesa Halma. «Hombre pulcro, de aspecto agradable,

buen conservador, sin ambición eclesiástica. Para su apostolado utilizaba la

conservación y el trato social.» Si no carecía de austeridad y rectitud en sus

principios religiosos, lo que más resplandecía era la dulzura, la benevolencia y el

lenguaje afectuoso, persuasivo...21. Había llevado una vida tranquila, intacha

ble, alegre, sin que su conciencia le reprochase nada, hasta que conoce a Nazarín.

Se plantea la lucha en su alma y su vida anterior le parece anodina, insulsa,

cree que ha sido simplemente un cura de salón para lo cual no ha tenido que

esforzarse nada. Su avanzada edad y su débil naturaleza no le permiten superar

la crisis y muere ofreciendo a Dios su buena voluntad y lo que él cree que ha

sido un fracaso.

Con frecuencia vemos en los clérigos de Galdós un proceso final, más o me-

281

nos profundo y auténtico, de arrepentimiento. Por ejemplo, en don Inocencio

hay un arrepentimiento más o menos tácito; en Polo y en Manuel Flórez clara

mente expreso y sincero.

Encontramos otra serie de sacerdotes ejemplares, de menos significación en

sus novelas. En algunos, como en don Tomé y don Francisco Mancebo, aparece

la nota de un trabajo infatigable, para poder sostener a su familia.

Don Tomé, personaje secundario de Ángel Guerra, era capellán de monjas

de Toledo. «Alma sencilla, toda pureza y humildad, un ser en quien Dios mo

raba.» Temperamento angelical, no salido aún de la edad infantil, timidísimo,

se ruborizaba siempre que tenía que decir algo. Su vida no era fácil. Daba

clases de historia, porque su sueldo no era suficiente para vivir. Una de sus

características era la dura lucha por la existencia. No era un parásito, sino un

honrado trabajador. Cumplía sus deberes con sencillez, sin pretensiones.

Francisco Mancebo, de la misma novela, era un poco gruñón, pero buenísimo.

Mantenía a sus muchos sobrinos, que hubieran vivido en la miseria, siendo

beneficiado de la catedral toledana. Por eso le llamaban el «Tío Providencia».

No había tenido jamás un vicio. «Por donde únicamente podía prepararle la

zancadilla el tuno de Luzbel era por su desmedida afición al sórdido ahorro.»

Siempre encontraba razones para justificar el ahorro, que él consideraba como

una virtud de economía. Guardaba su dinero bajo un baldosín y pensando en él

no podía dormir. Siempre infatigable y celoso en sus obligaciones, no dejó un

solo día de ir a la catedral.

Dos sacerdotes ejemplares, aunque secundarios, aparecen en la novela Halma.

Don Modesto Díaz, íntimo del padre Flórez, a quien asistió a bien morir.

Como don Tomé y Mancebo, tiene que trabajar intensamente para mantener

a su familia, tipo muy repetido, ya que era una realidad del clero español.

Obrero incansable propter panem. «Daba lecciones de latín y moral en colegios

y traducía del francés obras religiosas para una editorial católica. Con esto y

con las misas y sermones mantenía a la familia y aún le quedaba algo para so

correr a algún pobre» 22. Don Remigio Díaz de la Robla, sobrino del anterior,

alberga en su casa a Nazarín. Aunque algo ambiciosillo, era inteligente, bonda

doso, tolerante y virtuoso.

En Misericordia, la novela del amor al prójimo, hay una figura sacerdotal

de escaso relieve, don Romualdo Cedrón. «Fornido, atezado y, al mismo tiem

po, excelente persona, de intachable conducta en lo eclesiástico; cazador, hom

bre de mundo, en el grado que puede serlo un cura de apacible genio; de

palabra persuasiva, tolerante con las flaquezas humanas, caritativo, misericor

dioso... *\

En la novela El abuelo encontramos al padre Baldomero Maroto, prior de

los Jerónimos de Zaratán, cerca de Jerusa. Varón tosco y agradabilísimo con

sesenta años que parecían cincuenta... admirablemente construido por dentro y

por fuera... La ingeniosa naturaleza supo armonizar en él la potente estructura

282

corporal con la agudeza de entendimiento... Su índole nativa de organizador y

gobernante se revelaba en todo... 24.

Rafael, cura párroco de Agramonte, es un personaje de la obra teatral Mariucha.

Es también ejemplar. Humano y protector de Mariucha, goza de las sim

patías de Galdós. En él encontramos las ideas del autor. El cura lucha contra

los intransigentes, los duros de corazón, se enfrenta con los ricos y poderosos,

está siempre al lado de la razón. Un cura que tiene la valentía de decirle al

alcalde, en el último acto: «Mi papel es consolar a los oprimidos, como el tuyo

adular a los poderosos.»

Ángel Guerra

A continuación estudiamos dos personajes importantes, protagonistas de dos

novelas que llevan por título sus nombre: Ángel Guerra y Nazarín. Aunque el

primero no es propiamente sacerdote, por sus sentimientos y problemas reli

giosos e incluso por sus deseos e intentos de hacerse sacerdote y fundar una

especie de orden religiosa o religión nacional, merece estudiarse aquí.

Ángel Guerra es la novela en que Galdós refleja el catolicismo de su in

fancia y, por otra parte, responde a la reacción de cansancio y de ansia insatis

fecha que se nota a fin de siglo y los primeros síntomas de la crisis de la

ciencia. Junto a esta novela espiritualista vendrán después en la misma línea Na

zarín, Halma y Misericordia, en muy pocos años. La historia de la vocación

sacerdotal de Ángel Guerra aparece ya estructurada desde el principio de la

tercera parte. En Ángel Guerra hay dos hombre y su vida es la lucha constante

entre dos tentaciones: la de la carne y la del espíritu. En Ángel Guerra se da

una sublimación de su amor a Leré. Dice que es la fe, la santidad, la vocación

de ella lo que le atrae. «Soy y seré lo que ella quiera», afirma, porque es la

voz de Dios. Al final de la novela, Ángel Guerra juzga su vocación, como

espejismo. Pero hasta entonces es vivida como real, con una lucha dramática

en el fondo de su conciencia. Se enfrentan en él, la condición humana y la con

dición angélica. Leré y don Tomé, este último con su vida y su muerte pura,

representan la condición angélica. Pero Ángel Guerra, en oposición a ellos, es

un hombre desequilibrado. Siendo infiel a su naturaleza humana, ha pretendido

vivir según la naturaleza angélica25. Se realizará cuando viva humanamente el

mundo del espíritu, pero se desrealizará en cuanto quiera vivir místicamente.

Durante mucho tiempo no duda de su vocación eclesiástica. Al final, renunciará

a ella. Y morirá sin sacramentos, a pesar de que los había pedido, porque el

Viático llegó tarde. La novela termina: «Recemos... por él no, por nosotros».

El otro aspecto sacerdotal de Ángel Guerra es su deseo de fundar una nueva

religión. La llamará dominismo. Sería una comunidad de hermanos, una especie

de anarquismo religioso ideal, que significaría una vuelta a la Edad de Oro del

Cristianismo, sin ninguna forma de organización estatal, que encarnará la cariW-

t

dad. Esta congregación religiosa tendría por fin «amparar al desvalido, sea quien

fuere; hacer bien a nuestros enemigos; emplear siempre el cariño y le persua

sión, nunca la violencia; practicar las obras de misericordia». Este instituto

dominista defendería, a diferencia de los otros, la libertad y la vida común, sin

distinción de sexos. Intentaría igualmente un renacimiento espiritual de la na

ción. Galdós desengañado de la política, la filosofía y la economía, cree que

solamente la religión podrá conseguir una transformación de la sociedad.

Este instituto estaría dotado de una gran fuerza destructora. Es necesario

destruir la sociedad, cree Ángel Guerra, para salvarla. «La propiedad, la fami

lia, los poderes públicos, la administración de la Iglesia, la fuerza pública, todo

necesita ser deshechado y construido de nuevo». Había que realizar un espíritu

encarnado en los materiales de la existencia. Ángel Guerra afirma:

¿Cree usted, hablando en confianza, que la actual unidad de la Iglesia

podrá subsistir desde el momento en que el suelo de nuestra nación eche

de sí un árbol tan hermoso como éste, cuya semilla va a caer en la tierra?

No diga usted que no. Veo para dentro de un plazo no muy largo... la

emancipación de la Iglesia española, la ruptura con esa Roma caduca y el

establecimiento del papado español26.

Cuando su interlocutor, el cura Casado, se escandaliza, Ángel Guerra le

tranquiliza, asegurándole: «mi cisma es puramente especulativo... Lo que le

dije fue una apreciación pura de historiador o filósofo». Esto no convence a

nadie. Quizá Galdós pensó en la vieja tradición regalista española o en hacer

una Iglesia nacional a imitación de Inglaterra. ¿Podría pensarse en la influencia

de los curas liberales de las Cortes de Cádiz? ¿O en la influencia del canónigo

canario Graciliano Afonso (1775-1861), partidario de la fundación de una Igle

sia nacional? 27. Hacía treinta años que había muerto, cuando Galdós escribe

esto.

Robert Ricard28 ha estudiado otras publicaciones más próximas a Ángel

Guerra. En 1902 sale a luz una encuesta, dirigida por Joaquín Costa, en la que

se preguntaba sobre Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno

en España: urgencia y modo de cambiarla. Bretón cree que todo va mal en

España y que el único remedio sería desligarse de Roma y nacionalizar la Igle

sia... Baroja en Camino de perfección escribe: «En tiempo de agitación —con

cluyó diciendo el médico— este arzobispo sería capaz de hacer independiente

de Roma la Iglesia española y erigirse Papa» 29. Otras veces, en Momentum

catastraphicum y en Intermedios no hablará de la famosa república del Bidasoa,

sin moscas, sin frailes y sin carabineros30. Entre los párrafos de Galdós y

de Bretón y Baroja existe la crisis de 1898, con un matiz anticlerical. De 1890

a 1900 se advierte en España una minoría que era partidaria de la ruptura de

la Iglesia española con la Santa Sede, comparable a la Iglesia de Inglaterra31.

Hace unos años Ángel del Río escribió sobre la tendencia jansenista de Jovellanos

—parecida a las ideas político-jansenistas de Graciliano Afonso— y de

los intelectuales contemporáneos 32.

284

Nazarín

Ángel Guerra es el fracaso de la revolución política que corresponde al

desengaño político de Galdós en esa época. De revolucionario político, Ángel

Guerra se ha transformado en un intento de reformador religioso. Guerra murió

antes de terminar su proyecto y no era él llamado a esta empresa, ya que su

religiosidad no era auténtica, causada y sostenida por su amor a Leré. El llamado

será Nazarín, sacerdote ferviente, de vocación más decidida y sincera. En Ángel

Guerra hay párrocos que anuncian ya a Nazarín.

Nazarín y Halma se publican el mismo año 1895. En 1897 sale Misericordia.

Se suele ver en esta trilogía como la marcha progresiva de Galdós hacia la

pintura de un Cristo ideal, figura digna de imitación, que sería Benigna, la pro

tagonista de Misericordia. Para mí sería Nazarín. Nazarín y Halma son dos no

velas que están íntimamente unidas. Halma aparece claramente como la conti

nuación de Nazarín 33. Misericordia se aparta de este esquema. Tal vez presenta

lo que para Galdós constituye la esencia del cristianismo, la caridad.

Nazarín responde a la reacción espiritual de fin de siglo. En el mismo terreno

cultural se aprecia una derivación hacia una mayor espiritualidad. El panteísmo

naturalista del romanticismo que perdura en el positivismo, vuelve a revivir. La

religión se sublima en la virtud de la caridad, cuyos representantes en la novelís

tica galdosiana serían Leré, Ángel Guerra, Guillermina Pacheco, Benigna y

Nazarín.

En este cura revolucionario y andariego 34, como afirma Pilar Faus Sevilla35

confluyen las dos tendencias, panteísta y positivista, dentro de la más pura or

todoxia, para desembocar en una peculiar forma de neomisticismo. Este, aunque

literalmente revela influencia de la literatura rusa, aparece como indumento his

pano, como amalgama de la actividad e individualismo ibérico y el idealismo es

tático y soñador de abolengo árabe.

Galdós quiso hacer de Nazarín un imitador de Cristo. Así lo acerca en su

físico. Su nombre Nazarín es diminutivo de Nazario, pero también de Nazareno.

Los hechos de su vida guardan paralelismo con los de la vida pública de Jesús.

Lleva una vida errante, sin casa fija, ni comida, ni alforjas. Vive de la caridad

de los demás. A Cristo le seguían los discípulos. A Nazarín, dos discípulas. Mu

chas veces sus palabras nos recuerdan las del evangelio 36. Nazarín es víctima de

la calumnia y la incomprensión, como Cristo. Los enfados de Nazarín con Andará

recuerdan las palabras duras de Cristo a Pedro: «Apártate de mí, Satanás.» Na

zarín vive también entre pecadores y publícanos. Es hombre de luces, austero,

ama la naturaleza, desprecia la gloria y la ciencia, obedece a la Iglesia, a pesar

de no sujetarse a ciertas normas, lo cual le crea una situación equívoca, como se

le creó a Cristo, dentro del pueblo judío. Por eso Nazarín repite que no es

hereje. Encuentra a un ladrón bueno en la cárcel. Como Cristo, su vida constituye

un escándalo viviente para los espíritu pusilánimes, apegados a la letra37.

También es conocida la semejanza de las andanzas de este evangélico cura

285

con las del ingenioso hidalgo don Quijote. Al imaginar Galdós a su héroe, pre

dicando con el ejemplo de buena nueva por las secas tierras de la Mancha, tal

vez se le presentó la figura de don Quijote. Francisco Ruiz ha querido ver en

esto una intención profunda de Galdós. Ambos caballeros pretenden resucitar un

estilo de vida pasado. Galdós ve la incontemporaneidad de ambas criaturas. Cer

vantes lanza al fracaso a su héroe; Galdós al simple don Nazario. Don Quijote

va a resucitar la andante caballería en un mundo que la rechaza; Nazarin resucita

la andante santidad en un mundo que también le rechaza. «Galdós —añade Fran

cisco Ruiz—, proyecta la figura de don Quijote en la de Nazarin, porque uno y

otro son cifras de una misma realidad, cuya esencia consiste en una incurable

y radical ucronía»38. Creo que este autor lleva más allá de la realidad la inten

ción de Galdós. Nazarin es la proyección idealista del autor, la esencia de la

religión que él concibe y también un utópico reformador, al cual deberíamos

tender. Por eso en Nazarin domina la presencia de Cristo. Lo cierto es que esta

presencia de Cristo y de don Quijote pesa demasiado en la estructura de la

obra y del personaje y perjudicó el buen comienzo. Nazarin es una novela fallida.

La conducta de Nazarin es reflejo de la doctrina del evangelio. No se preocu

pa del mañana, como no se preocupan las avecillas del campo. No encontramos

en él ninguna ambición: «es condición mía esencialísima la pobreza y si me lo

permiten les diré que el no poseer es mi suprema ambición». Posee una man

sedumbre evangélica. Nazarin no es rebelde. «Jamás me he desviado de los

principios de la Iglesia», nos dice. Lo que hace es porque así le dice su voz

interior o porque se lo imponen las circunstancias. Si es rebelde es porque su

modo de ser y de obrar no encaja en las vacías estructuras sociales. Cuando no

le encargan misas, cuando le roban y luego le incendian la casa, Nazarin se ve

obligado a comenzar su vida vagabunda y no renunciar a su libertad interior. En

los sacerdotes de Galdós suelen abundar las dotes oratorias. Nazarin no sabe pre

dicar.

En la novela Halma, Nazarin queda en segundo plano. Pero su doctrina y sus

efectos aparecen en primer lugar, influyendo en Halma y otros personajes.

¿Galdós anticlerical?

Después de haber estudiado los curas en Galdós, cabe esta pregunta. ¿Es

Galdós anticlerical?

Tanto Menéndez y Pelayo, como Julio Cejador y Frauca, en Historia de la

lengua y la literatura castellana (1918) y Stephen Scatori en su tesis doctoral,

La idea religiosa en la obra de Benito Pérez Galdós (1926) defienden su anti

clericalismo e incluso anticatolicismo. Juicios que no responden a la realidad,

por ser la crítica de entonces apasionada, apriorística, sin sereno rigor científico.

Desde entonces ha cambiado profundamente la sociedad y su ideología. Otros

problemas, otros juicios de valor, otros criterios prevalecen hoy. Últimamente el

286

Concilio Vaticano II ha influido en la actualización de la doctrina católica y en

el cambio de actitud de la Iglesia, y con ello el clero y los católicos han salido

de aquellas posiciones categóricas, apriorísticas. Por otra parte, la crítica ha apli

cado métodos de más rigor científico y más objetivos. En particular, sobre Galdós

nuevos estudios han venido a esclarecer aspectos discutidos o inéditos. A ello

han contribuido eficazmente los Anales Galdosianos y desde ahora contribuirán

estos Congresos Internacionales sobre el autor canario.

• Ninguna persona seria puede admitir hoy el anticatolicismo de Galdós. Hay

que distinguir el ataque a la mentalidad de un sector de los católicos y el ataque

al catolicismo. Tampoco es antirreligioso. Continuamente sus personajes reciben

los sacramentos, mueren cristianamente y advertimos un gran respeto a todas las

auténticas ideas y prácticas cristianas. En la cuarta serie de los Episodios Na

cionales defiende la idea cristiana, aunque rechace el celibato del clero, como

antinatural, y se oponga al control que ejerce el clero en España y, sobre todo, a

la unión de la Iglesia y el Estado. Defiende un cristianismo de conciencia más

que de prácticas externas. Eso sí, casi todos los cargos que los reformistas del

siglo xix achacan a la Iglesia se encuentran en sus obras. Por la doctrina del

evangelio siente gran admiración. Aunque enfoca tanto a los clérigos como al

catolicismo desde el punto de vista liberal, como dijimos.

Respecto a su anticlericalismo, después de este estudio, podemos afirmar

que no todos sus clérigos son indeseables llenos de defectos. La mayoría de los

curas galdosianos son de signo positivo, sobre todo los de su segunda época. En

sus primeras novelas se advierte más su voluntad deformadora y la concentra

ción de notas negativas. Nos pinta el arquetipo del anticlérico. Aunque hay que

notar su sentido satírico reformador y fustigador de los vicios de la sociedad

de entonces, de los laicos y de los clérigos. En Galdós, como ya dijimos, hay

que distinguir entre las órdenes religiosas y la Iglesia, como organismos sociales,

perjudiciales para el progreso y la libertad, según el autor canario, y los clérigos

considerados individualmente. En el primer aspecto, su oposición se mantuvo

constante. Pero reconoce cualidades y admira hechos del clero cuando sale la

ocasión. Por ejemplo, en el caso del cólera en octubre de 1865. En su Crónica

de Madrid, rinde tributo de admiración al clero parroquial, que en los días

aciagos no abandona el lecho del enfermo. Nunca usa el sarcasmo e ironía con

la saña de otros autores claramente anticlericales, como Azzati, Nakens, Blasco

Ibáñez o la revista El montín, ni censura a las altas jerarquías. Su novelística

está basada en una estructura: la crítica de la sociedad. Su obra constituye una

trágica farsa de un mundo falso que quiere ser norma de verdad.

El intelectual católico comprende hoy a Galdós mejor que a comienzos de

siglo. Galdós responde al espíritu ecuménico, a la mentalidad abierta de la se

gunda mitad del siglo xx y del Concilio Vaticano II.

287

NOTAS

1 Diversos autores han tratado el tema, pero de pasada, o han estudiado únicamente a

Nazarín o algún otro tipo de sacerdote galdosiano. Así, Scatori, La idea religiosa en la

obra de Benito Pérez Galdós, Toulouse, 1926; Robert Richard, Aspects de Galdós,

París, 1963; Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós, Madrid, 1961; Arnold M. Penuel,

Charity in the novéis of Galdós, Georgia, 1972; Brian J. Dendle, Tbe spanish novel

of religious thesis (1876-1936), Princeton, Madrid, 1968; John Devlin, Spanish anticlericalism.

A study in modern alienation, New York, 1966; Pilar Faus Sevilla, La sociedad

española del siglo xix, en la obra de Pérez Galdós, Madrid, 1972. Algunos artículos, en

los primeros números de Anales Galdosianos sobre Nazarín, el clero madrileño en la época

de Galdós, etc. El autor que trata el tema con más extensión es Francisco Ruiz Ramón,

en Tres personajes galdosianos, quien dedica un extenso capítulo a «Los clérigos toledanos»,

Madrid, 1964.

2 Un caso muy curioso y conocido es el de doña Ernestina Manuel de Villena, cuya

vida interesó a Galdós extraordinariamente y la saca en Fortunata y Jacinta, con el nom

bre de Guillermina Pacheco, y en Misericordia, Ángel Guerra, Halma y Celia en los in

fiernos.

3 Ángel Guerra, V, pp. 1293. Las citas de la obra de Galdós corresponden a las C. O. de

Ediciones Aguilar, 1942-44.

4 Baroja, O. C, I. p. 1375.

5 Vida y obra de Galdós, Madrid, 1961, p. 29. Sería interesante estudiar la muerte en

su obra. Son muchísimos los personajes que mueren en sus novelas. La muerte es para él

un misterio y nunca se atreve a traspasar sus umbrales.

6 Torquemada y San Pedro, V, p. 1156. Esta relajación moral de las clases altas apare

ce además descrita en Pequeneces, de Coloma ; La espuma, de Palacio Valdés; Lo prohi

bido, Realidad, de Galdós.

7 La caridad es factor de caracterización y el tema más esencial de su obra, como ha

demostrado Arnald M. Penuel, en Charity in the novel of Galdós, Georgia, 1972. La

esencia de su pensamiento y su arte, afirma Ángel del Río, es la comprensión, la toleran

cia y el amor, único terreno en el que creía posible la conciliación de las fuerzas que

luchaban.

8 Rafael Lapesa nos hace notar cómo se ha formado el vocabulario que refleja las

nuevas ideas de los primeros liberales. Por ejemplo, en el Diccionario de la Academia, de

1803, la palabra «tolerancia» lleva una nueva notación, con respecto a la edición de 1793,

la de «civil» que se aplica «a el permiso que concede el gobierno para ejercer libremente

cualquier culto religioso».

9 Clarín creía que ese espíritu pragmático le vino de lo mucho de inglés que había en

el novelista. O. C, Madrid, 1912, I, p. 277.

10 Nazarín, V, p. 1726.

11 Fortunata y Jacinta, V, p. 209.

12 Baroja coincide con Galdós en apuntar los mismos defectos en sus malos clérigos: la

hipocresía, la política, la intriga, el erotismo, el obscurantismo, el odio a lo extranjero o a lo

nuevo, el fanatismo y la intransigencia, la avaricia, la ignorancia, la traición, la bebida, la

suciedad, I. Elizalde, Los curas en la obra de Baroja, Letras de Deusto, núm. 4 julio-diciem

bre 1872, p. 61.

288

13 Dentro de la Iglesia hubo en el siglo pasado un movimiento para conciliar h demo

cracia y el progreso científico con el catolicismo. Así Lacordaire defiende la alianza de la

democracia y la religión, en 1848. Montalambert, en el Congreso de Malinas (1863), opta

por la libertad de prensa y de cultos. En el mismo año, Dollinger, en el Congreso de

Munich, pide la libertad completa de la ciencia y la investigación. Pero este liberalismo

fue condenado en 1864 por la encíclica Quanta cura y el Syllabus. El dogma de la infali

bilidad pontificia en 1870 fue un nuevo golpe para el liberalismo. En España, el liberalismo

contó con pocos elementos importantes, dentro de la Iglesia. El cardenal Moreno y los

obispos españoles defienden firmemente la infalibilidad pontificia. En 1884, Sarda y Salvany

publica El liberalismo es pecado, donde afirma que todo católico verdadero debe luchar

contra el liberalismo. A pesar de la intransigencia de los integristas, hubo católicos liberales

que defendieron en las Cortes Constituyentes de 1869 la libertad de cultos y aceptaron la

constitución de 1876, que aumentaba la tolerancia para otras religiones. A la Pardo Bazán

y a Concha Espina, defensoras de la conciencia individual, se les achacó errores modernistas.

14 «Episodios Nacionales», Cánovas, III, p. 1375. Aquí aparecen sus ataques más fuertes

contra la Iglesia, comparable a los de Mecías Picavea, en La tierra de Campos o de Trigo,

en Las ingenuas.

15 «Episodios Nacionales», Juan Martín, el Empecinado, I, p. 766.

16 Robert Ricard, Aspects de Galdós, París, 1963, p. 54.

17 La Fontana de Oro, IV, p. 115.

18 Fortunata y Jacinta, V, p. 164.

19 Ángel Guerra, V, p. 1493.

20 Robert Ricard, Aspects de Galdós, París, 1963, p. 46. Sería interesante estudiar

además el obispo que sale en La Regenta, de Clarín y en Doña Inés, de Azorín. En las

obras de Miró, Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso, está más sofisticado. Miró

escribe: «Para mí, un obispo era un pectoral, un anillo, con una piedra preciosa, un báculo

y una mitra, todo entre cirios de un altar con los mejores manteles y floreros, o guardado

quietecito en su palacio.»

21 Raima, V, p. 1820.

22 Halma, V, p. 1875.

23 Misericordia, V, p. 1.999.

24 El abuelo, VI, p. 65.

25 Francisco Ruiz ha querido ver traspuesto al plano nacional este estado psicológico

individual. El desequilibrio fundamental de la sociedad española, afirma, es querer vivir

según lo que no es. Por otra parte, refuta la interpretación de Casalduero, al afirmar que

todo el elemento religioso de la tercera parte se debe «al esteticismo de fines de siglo,

que se acerca a Roma en busca de una belleza espiritual».

26 Ángel Guerra, V, p. 1557.

27 Cfr. Alfonso de Armas Ayala, Graciliano Afonso. Un diputado canario en las

Cortes de 1821... En Anuario de Estudios Atlánticos, n. 3, 1957, pp. 387-451.

28 Robert Ricard, Aspects de Galdós, París, 1963, pp. 86-88.

29 En esta época fueron arzobispos de Toledo: el arzobispo Paya y Rico (1886-1891),

Monescillo (1892-1897) y Sancha (1898-1909). Pero ninguno de ellos responde a las inten

ciones de Baroja. Sin embargo, se puede suponer que piense el novelista en Sancha, ya que

quiso hacerle una visita con Azorín para preguntarle algunas cuestiones.

19

289

30 Momentum catastrophicum, V, p. 385; Intermedios, V, p. 685.

31 Ricard estudia la relación de esta concepción con la tradición toledana, basado en la

obra de Manuel Criado de Val, Teoría de Castilla la Nueva, Madrid, 1960.

32 Escribe en el prólogo a Obras escogidas, de Jovellanos, «Clásicos Castellanos»,

Madrid (1955): «Hubo en los intelectuales de entonces una tendencia hacia la emancipa

ción de la Iglesia nacional del poder de Roma; un hispanismo eclesiástico... hacia la pureza

del antiguo Cristianismo.»

33 Según Ciríaco Morón, Nazarín y Halma son una novelación de los dos primeros

tomos de la Historia de los orígenes del cristianismo, de Renán: «Vida de Jesús y de los

apóstoles.»

34 Quizá demasiado revolucionario y andariego para el ambiente clerical disciplinado

español. Por eso se ha advertido el acierto de Buñuel al poner Méjico como escenario

de su film Nazarín, el mismo que El poder y la gloria, de Graham Green.

85 Pilar Faus Sevilla, La sociedad española del siglo xix, en la obra de Pérez Galdós,

Madrid, 1972, pp. 243-244.

36 «Si usted quiere, don Nazario, la niña se salvará» «Maldita sea la leche que mamó»

«Si usted es un pájaro, vayase al campo a comer lo que encuentre.» «¿A quién buscáis?»

37 Ciríaco Morón Arroyo, en «Nazarín y Halma»: sentido y unidad, en Anales Galdosianos,

II, 1967, pp. 67-81, estudia las semejanzas de Nazarín y Cristo. Las cataloga en

cuatro aspectos: ideal de vida, orgullo y testimonio, santa ira y tragedia personal e insti

tucional. También estudia este aspecto, Alexander A. Parker, en Nazarín of the passion

of our Lord Jesús Crist according to Galdós, Anales Galdosianos, II, pp. 83-101. Y Fran

cisco Ruiz Ramón, en Tres personajes galdosianos, Madrid, 1964, pp. 186-188.

38 Francisco Ruiz Ramón, Tres personajes galdosianos, Madrid, 1964, p. 185.

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