UNAS NOTAS ACERCA DE LA «FONTANA DE ORO»
Jean Lemartinel
La novela La Fontana de Oro es una obra de juventud de Galdós. La
empezó en 1867, a la edad de veinticuatro años. Nos interesa saber cuáles
eran las ideas que quería entonces exponer a sus lectores merced a la ficción
novelesca. Antes de todo debemos decir que existen dos versiones de dicha
novela. Lo señaló Montesinos en su Galdós (Editorial Castalia, Madrid, 1968,
p. 22).
Mi buen amigo don Joaquín Gimeno Casalduero se encontró hace unos
años con la sorpresa de que el final de La Fontana en la edición de 1871,
y en la que llamaremos vulgata, presenta considerables diferencias*.
El primero en dar a conocer el hecho fue Joaquín Gimeno Casalduero en
el artículo «La Fontana de Oro, de Pérez Galdós» (Ateneo, Madrid, 1955, nú
mero 88). La edición vulgata acaba con un desenlace feliz: los dos protago
nistas jóvenes, Clara y Lázaro, se van al campo, y allí, casados, viven felices.
En esta versión, Galdós escribe (citamos esta vulgata por la edición Alianza
Editorial, Madrid, 1970):
Cómo se acomodó Lázaro en su pueblo y qué medios de subsistencia pudo
allegar, es cosa larga de contar. Basta decir que renunció por completo, in
ducido a ello por su mujer y por sus propios escarmientos, a los ruidosos
éxitos de Madrid y a las lides políticas. Tuvo el raro talento de sofocar
su naciente ambición y confinarse en su pueblo, buscando en una vida
oscura, pacífica, laboriosa y honrada la satisfacción de los más legítimos
deseos del hombre. Ni él ni su intachable esposa se arrepintieron de esto
en el transcurso de su larga vida... (p. 389).
En la primera edición el desenlace era distinto: Lázaro recibía una puña-
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lada mortal. No teniendo aquí el texto de la edición primera2, voy a leer el
resumen que da Montesinos {op. cit., p. 63).
Todo coincide en los dos textos —con numerosas variantes, y la lección
de la vulgata no siempre es mejor— hasta que los fugitivos salen de Ma
drid. Luego Galdós incurre en una de esas gratuitas diabluras que entonces
le divertían y rompe la ilusión novelesca diciendo que primero había dado
a la historia un desenlace caprichoso, más atenido a «la condición artística
que quiso dar a su libro» pero que intervino Bozmediano y le impuso otro
más conforme con los hechos. Según esta versión, Coletilla con otros sica
rios alcanzan a los jóvenes poco antes de que lleguen a las Ventas del
Espíritu Santo, y uno de ellos —no queda claro si el mismo Coletilla u
otro— mata a Lázaro de una certera puñalada. Clara muere al cabo de
cuatro días de atroz martirio.
Acerca de esta profunda modificación del desenlace, Montesinos escri
be (ibid.):
Sí, esto era lo lógico y lo artístico. No sé cuándo lo incorporaría el autor
definitivamente al libro. Ello no quita que el final truculento esté contado
con gran nervio y brío. Galdós, que repugnaba las crueldades inútiles, no
debió de tardar en dar con ello3.
Se nos plantea, pues, un problema. ¿Por qué abandonó Galdós el des
enlace truculento? Creemos encontrar la solución en un artículo de José Al
calá Galiano consagrado a La Fontana de Oro, publicado en la Revista de
España en 1871. Allí se encuentra una censura del desenlace trágico.
No es sólo doña Paulita la que muere sin gozar las dulzuras del amor.
Clara, la infeliz, también muere sin lograr las caricias de su amante. No
le perdonamos esto al autor de La Fontana de Oro. Matar a Clara y a Lá
zaro, un par de muchachos tan buenos y guapos, que podían haber dado
a estas horas unos cuantos vastagos al mundo y ser un modelo de esposos
y.. De fijo invocará el autor en defensa de su asesinato, pues el autor los
asesina, razones literarias de efecto que no admitimos. Es una crueldad
matar a Clara, tan llena de vida, sin haberla dado tiempo de amar y de
reír, porque ella muere sin haber reído jamás y a ella pueden aplicarse
aquellas palabras de La Bruyére: II faut rire avant d'étre heureux de peur
de mourir avant d'avoir ri. Hay seres que tienen que morir prematuramen
te víctimas de su destino. Werther, don Juan Tenorio, casados y con hijos,
serían horripilantes, anti-estéticos. Pero ¡Lázaro y Clara! Por este crimen
condenamos al señor Galdós al castigo de un remordimiento... literario y
a la pena que las lectoras le imponen con arreglo al código de la sensibilidad
femenina.
Este artículo ofrece otras noticias valiosas. Alcalá Galiano da consejos a
Galdós:
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Nosotros aconsejaríamos a nuestros novelistas que, a imitación de Erckman
Chatrian, creasen la novela nacional, explotando el riquísimo período de lo
que va de siglo, tan épico y dramático con los heroísmos de la guerra civil
contra Napoleón, y tan agitados con nuestro advenimiento a la vida cons
titucional.
Quizá tuviera Galdós antes ya el proyecto de imitar a Erckmann Chatrian.
En 1868 vieron la luz traducciones de la Historia de un quinto de 1813
y de Waterloo4. Según Albert Savine (prefacio a la traducción al francés de
Doña Perfecta, de J. Lugol, Nouvelle Libraire Parisienne, Paris, 1885), esto
sólo explicaría que Galdós tuviera la idea de componer Episodios. Dice Lugol:
«On traduisait alors les romans de MM. Erckmann et Chatrian et ils obtenaient
un vif succés. M. Pérez Galdós, sous le titee d'Episodios Nacionales,
songea á raconter l'histoire espagnole depuis le temps du Prince de la Paix
jusqu'au regne d'Isabelle de Bourbon.»
Ahora es lícito pensar que Galdós aprovechó el consejo de su amigo J. Al
calá Galiano.
No es nuestro intento, en esta ponencia, hacer un estudio pormenorizado
de La Fontana de Oro. Acaba de publicarse un libro valioso de Marie-Claire
Petit, en el que están estudiados tanto los temas de la novela como los carac
teres de sus personajes 5. Si no creemos, como Sainz de Robles, que «la pri
mera obra de Galdós es ya una obra perfecta», creemos, sí, que es una obra
que ya contiene como el germen de las obras posteriores del autor. Cualquier
obra de Galdós lleva en sí cierto número de temas esenciales del pensamien
to del autor. No faltan, ni mucho menos, estudios temáticos de la obra galdosiana.
Por lo tanto, lo que sólo intentaremos hacer será la reducción de estos
temas a unos pocos ejes temáticos. Dos nos parecen verdaderamente esencia
les, tales como el del «conflicto entre las dos Españas» y otro que vamos a
llamar el de «la vocación natural». Escribió el profesor de la Sorbona Robert
Ricard, en L'evolution spirituelle de Pérez Galdós, lo siguiente 6.
«Quand surgit un conflit ou une opposition entre la vocation naturelle et
la vocation surnaturelle, Galdós tranche toujours en faveur de la vocation
naturelle: c'est le cas d'Electra, qui préfére le mariage au couvent, c'est le
cas de Victoria, qui, dans La loca de la casa, quitte le couvent et se marie
pour sauver son pere de la ruine.»
Estos dos ejes temáticos están en La Fontana de Oro. El conflicto entre
las dos Españas está en el centro de la novela, esto salta a la vista. Sin em
bargo, el segundo se perfila bien. La pobre Clara obligada a una vida tediosa
ya nos hace pensar en la Gloria de la novela de 1875 y en la Rosario de Doña
Perfecta. Caso muy doloroso es el de Paulita Porreño, la devota, que acaba
por ansiar los goces de una vida doméstica. Estos dos ejes paralelos pueden
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reducirse a uno sólo. En efecto, la joven Clara, víctima y prisionera, viene a
ser el símbolo de la España prisionera y víctima, cuya vocación natural sufre
coacciones de parte de los absolutistas, que no saben sino torcer la naturaleza
prístina de la nación. Debería ser objeto de buceos el vocabulario de Galdós
para saber cómo emplea palabras como natural, naturalidad, naturaleza. Para
Galdós, natural es sinónimo de congénito y se opone a místico.
Examinando atentamente su figura, se observaba que la expresión mística
que en toda ella resplandecía era más bien debida a un hábito de contrac
ciones y movimientos que a natural y congénita forma (p. 166).
El que no se deja llevar por la naturaleza se agria, se pervierte.
Este encierro perpetuo hubiera agriado y pervertido, tal vez, otro carácter
menos dulce y bondadoso que el de Clara, la cual llegó a creer que aquella
vida era cosa natural y que no debía aspirar a otra cosa (p. 67).
Según Galdós, cada ser posee un carácter propio, natural, congénito. Por
eso es Galdós enemigo del artificio y de la moda. Hasta sus ideas estéticoliterarias
y pedagógicas pueden ser explicadas por tal «naturismo». Don Be
nito se encarniza contra el clasicismo por ser éste aportación ajena al carác
ter nacional o natural de España. Hablando del teatro del siglo xvm, declara:
Se hacían algunas tragedias, obras pálidas y sin vida porque no eran ani
madas por la inspiración nacional, ni nuestro pueblo vivía en ellas ni nue»
tros héroes tampoco (p. 115).
El ser humano o la nación, que es también un organismo, debe vivir, bus
car la luz como una planta y desarrollarse sin trabas, sin coacción. Vida y na
turaleza son palabras-claves en Galdós. Claro que tal confianza ciega en lo
natural no es posición ideológica propia del autor de La Fontana de Oro —ya
señoreó gran parte del siglo xviii francés—, pero debemos notar que Galdós
se distancia de los que hacían de la pasión una como deidad. Sería prove
choso ver cómo Galdós se vale de la palabra pasión. Hablando de un aten
tado, dice:
Era una horrible invención del absolutismo, que se había valido del par
tido exaltado para realizarla, y había excitado las pasiones del pueblo para
hacerle instrumento de su execrable objeto. Nada de esto se escondió a
la natural perspicacia del joven (p. 354).
Ricardo Gullón empieza su libro Técnicas de Galdós7 con las siguientes
palabras: «Cuando se piensa la novela desde la perspectiva del autor, lo esen
cial son los medios —las técnicas— de que éste se ha servido para llevar
a cabo la creación de un mundo imaginario.» Desde este punto de vista técni-
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co vemos que usa Galdós en La Fontana de Oro recursos que volveremos a
encontrar en obras posteriores. Destacaremos la función simbólica de los per
sonajes y de sus nombres. Lázaro quiere casar con Clara (España). Luego es
lícito ver en Lázaro el símbolo del político, del gobernante. Desea lo mismo
el buen militar liberal Claudio Bozmediano, joven franco, generoso y de bue
nas prendas. No cabe duda de que su apellido evoca el justo medio en polí
tica, ansiado por el Galdós de aquellos años de 67-68. No podemos olvidar
que nuestro autor, con ser furibundo adversario de los carlistas, dista mucho
de ser un revolucionario exaltado. En la Revista de España de 1871 escri
be Galdós, de manera inequívoca, contra la «Comune» de París y sus secua
ces españoles, comentando un discurso del diputado Figueras 8
Algunas palabras, no meditadas sin duda, del señor Figueras en favor de
la Commune de París, la afirmación hecha por algún otro diputado de que
dicho poder estaba realizando la justicia y la libertad, no podían ser acep
tadas en masa por el partido republicano, en el cual hay hombres que no
han llegado al último grado de desvarío.
Galdós es partidario de la conciliación y de la moderación en política.
Sabido es que cuando han pasado las grandes crisis en todos los pueblos
regidos por instituciones representativas, ha continuado por algún tiempo
la gestión de los negocios públicos en manos de ministerios de conciliación.
Así se ha de hacer en el nuestro y no cesaremos de excitar uno y otro día
a la mayoría de estas Cortes para que persista la tendencia prudente y
patriótica que domina en ellas.
Eh los estudios dedicados a La Fontana de Oro se suele silenciar dema
siado el papel desempeñado por Bozmediano. El es el principal «adyuvante»,
dicho sea con el vocabulario de los llamados «estructuralistas». Desiste de su
primer papel de seductor y ayuda a su ex competidor. Viene a ser el símbolo
del Ejército que debe ponerse al servicio de la Nación. No es un personaje
secundario; es informador del autor, personaje de la acción y, a veces, por
tavoz del mismo autor.
La libertad política... es el ideal de los estados. Pero ¡qué penosos son los
primeros días de práctica! ¡Cómo nos aturde y desespera el primer ensayo
de esta máquina! El mayor inconveniente es la impaciencia. Hay que tener
perseverancia y fe, esperar a que la Libertad dé sus frutos y no condenarla
desde el primer día (p. 39).
La España de 1868, como la de 1823, necesitaba tener tales hombres enér
gicos, desinteresados y amables. Bozmediano ayuda a Lázaro como lo hará
Pinzón, otro militar, que ayudará a Pepe Rey en Doña Perfecta. Además,
ayuda sin ser un. entrometido, como Carrascosa9. Parece excusado hablar del
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valor simbólico del nombre de Lázaro, puesto que el mismo Galdós lo explica
cuando describe a Lázaro encarcelado.
En tanto, le parecía escuchar siempre una voz subterránea que clamaba:
Lázaro, ¿duermes? ¡Despierta, Lázaro! (p. 219).
Es evidente que Lázaro sueña, que vive en sueños y que debe despertar.
Por eso, hablando de su sueño, el autor emplea la voz letargo (pp. 161, 171).
Clara merece su nombre tan franciscano por ser un rayo de luz divina en la
lóbrega casa del viejo y sombrío absolutista. Este tiene un nombre (Elias) que
recuerda al profeta y consejero del rey Acab y un apellido, Orejón, que con
viene a un hombre siempre en acecho y dotado de orejas transparentes. No
es tan simbólico el apellido Porreño; sin embargo, evoca palabras como porra
zo, porro. Y no parece traído por los cabellos decir que Calleja se llama así
por ser el hombre educado en la calle. Paulita es la única de las tres harpías
que se «convierte», por eso tendrá un nombre que hace pensar en San Pablo.
Recordemos que el joven ciego de Marianela se llama Pablo porque un día
ve la luz de la Verdad. No queremos proseguir esta indagación, aunque es una
gimnasia mental muy estimulante 10.
Señalemos que las principales influencias literarias y estilísticas que han
sido descubiertas por los críticos que se han ocupado en la obra de Galdós
(Balzac, Cervantes, Mesonero Romanos) existen ya, más o menos patentes,
en esta novela. Hay, en efecto, cierto olor a Cervantes en giros como los
siguientes:
Ahora podemos seguir naturalmente el curso de los sucesos de esta puntual
historia (p. 80). Pero Dios lo dispuso de otra manera, y llevó sanos y
contentos a los dos principales personajes de esta verídica historia (p. 389).
Sólo una vez en la novela está estampado el nombre de Cervantes, sólo
una vez el de Sancho. Pero puede ser que el apellido Carrascosa dado al ex
abate sea eco del de Sansón Carrasco. Es evidente que Galdós se muestra me
nos influido por Cervantes en esta novela que en obras posteriores como Doña
Perfecta o Nazartn n. Otros hablarán de las influencias de Mesonero Roma
nos y de Balzac. Lo importante aquí era señalar que existen en esta obra pri
meriza, escrita por un autor que tenía la misma edad que el Lázaro de la
novela.
Por fin destacaremos otro rasgo estilístico al que recurre Galdós: el uso
burlesco de la mitología, que es, para él, como el clasicismo: una cosa falta
de natural. Es'evidente que dioses, semidioses, cancerbero son palabras em
pleadas humorísticamente y siempre con intención satírica muy marcada. Al
parecer, Galdós creía que la mitología sólo hizo estragos en el siglo xviii.
Instalado el perro en casa, Salomé le puso nombre, y recordando las lucu-
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braciones mitológicas y pastoriles de los poetas que en el tiempo de la
Chinchón la obsequiaban con sus versos, le puso el nombre clásico de
Batilo (p. 151).
Tal odio a la mitología (y al latín) lo encontraremos en boca del ingeniero
Pepe Rey en Doña Perfecta. Una vez más diremos que Galdós es hostil a lo
que, según él, se opone a la naturaleza n. Encontramos allí el eje ideológico
de la novela 13.
NOTAS
1 La publicación de La Fontana de Oro fue anunciada por primera vez en la Revista
de España, t. XIX, n. 15. p. 468, así: «novela histórica por don Benito Pérez Galdós, Ma
drid, imprenta de José Noguera, 1871». Esta edición será la primera. Como la tal imprenta
es la de la revista, creemos que Galdós pudo publicar su novela merced a su ingreso en
el equipo de esta revista, dirigida por Albareda. Se habrá decidido la publicación en 1870
(la advertencia preliminar es de diciembre de 1870) y el libro vio la luz en 1871.
2 A falta de la primera edición, pudimos leer la edición de 1872, F. A. Brockhaus,
Leipzig. En las pp. 366-7 leemos lo siguiente:
Lázaro se vio ya perdido; comprendió que le habían cogido en un lazo
los infames, deseosos de realizar una venganza terrible por ser él quién
frustró el plan del complot contra los individuos amigos de Bozmediano.
Pero era preciso defenderse. Bajó el criado; mas apenas puso el pié en
tierra manos vigorosas se apoderaron de él, desarmándole después de una
breve lucha. Los jinetes que venían detras, habían llegado, bajándose rápida
mente de sus caballos. El cochero y el zagal dispararon dos tiros y esgri
mieron sus terribles navajas. Abrió Lázaro la portezuela para salir también;
pero cuando aun no tenia mas que la mitad del cuerpo fuera, una figura,
uno de los que habían venido a caballo detras, un hombre pequeño y flexi
ble, se abalanzó hacia él con un salto de tigre, y exclamó:
— ¡Delator!
A este grito hirió al joven en el pecho con tan horribles acierto y seguridad
que este pudo exhalar un grito, pero no articular palabra alguna. Coletilla
tenía un puño admirable. Cuando Lázaro cayó hacia adentro, arrojando
sobre el hombro de la pobre Clara su cabeza ya sin pensamiento y sin
vida, aquella horrible comitiva montó otra vez con presteza sus infernales
caballos, y picando espuela corrieron hacia las Ventas como exhalaciones.
Uno de ellos, no el que habia herido a Lázaro, cayó á los pocos pasos muer
to ó muy mal herido por un tiro que le disparó el cochero. Los demás
no hicieron caso, y corrían como demonios llevados por la tempestad.
Esta es la relación que suministró Bozmediano, asegurando que era la ver
dad pura. No hemos querido privar de ella a nuestros lectores, á pesar de
que no renunciamos por completo el desenlace primitivamente imaginado.
Puede el lector aceptar el que mejor cuadre á su gusto y sentimientos, y
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dando crédito al trágico fin revelado por Bozmediano, ya suponiendo que
los dos amantes descansaron al fin de sus tenaces desventuras en una larga
vida de amor y tranquilidad.
3 Vemos que Galdós había pensado en dos desenlaces. Concluir es lo difícil. A Lázaro
le pasa lo mismo: «Veinte veces se le ocurrió que era preciso concluir. Pero ¿cómo? No
se atrevía. Iba a concluir mal. ¡Qué horror! Y, para terminar mal, valía más no terminar,
seguía hablando, siempre, siempre, siempre. Buscaba el final y no podía encontrarlo. Y el
tinal ¡es tan importante!» Otra prueba de que Galdós no supo cómo acabar su novela
la dan las líneas que siguen (edición Brockhaus, op. cit., p. 364):
«Gran repugnancia me costó aceptar el plan de Bozmediano, aunque era el
hecho tal como sucedió; perú al fin, por complacerle, me decidí á incluirle
en el libro, rasgando el que antes habia yo compuesto, imaginado á mi
antojo y conforme á lo que me parecía más lógico y artístico.»
4 Erckmann Chatrian, Historia de un quinto de 1813, traducida al español por E. Za
mora y Caballero, Madrid, A. Duran, 1868.
5 Marie-Claire Petit, Galdós et la Fontana de Oro. Genése de l'oeuvre d'un romancier,
Ediciones Hispano-Americanas, Paris, 1972.
6 Robert Ricard, L'évolution spirituelle de Pérez Galdós, Centre de Documentation Universitaire,
Paris, s. f., p. 22.
7 Ricard Gullón Técnicas de Galdós, Taurus Ediciones, Madrid, 1970.
8 Revista de España, 1871, t. XX, n. 77, pp. 131-140. Sobre la actitud política de
Galdós en La Fontana hay observaciones de Albert Dérozier en La question nationale au
XIX siécle, in «Les Langues Néo-Latines», 1972, nn. 200-201, pp. 77-92.
9 Carrascosa es una figura de «artículo de costumbres». El autor le da el nombre de Gil
como si se tratara de un pastor de comedia. No olvidemos que este ex-abate ha sido abso
lutista y luego se alistó en una sociedad de exaltados. Nunca fue un auténtico liberal como
Bozmediano. Su actuación en la novela se explica «estructuralmente»: hacer resaltar el ca
rácter de perfecto «adyuvante» de Bozmediano. Para M. C. Petit este militar es une figure
aimable et quelque peu inconsistante (op. cit., p. 35). Disentimos en este particular. De Boz
mediano dice Galdós: «En Bozmediano los movimientos de delicadeza y generosidad eran
espontáneos y vehementes» (p. 191) y «siempre triunfaban de su amor propio la bondad de
su corazón» (p. 249).
10 Muchos seguirán poco convencidos del simbolismo de los personajes de la novela. Asen
tamos que Clara era el símbolo de España. ¿Cómo dudarlo después de leer los siguientes
renglones?: «Creyó que Dios la abandonaba o que no había Dios; que su destino la obli
gaba a optar entre la inquisición espantosa de las dos Porreñas y aquel abandono, aquel
vagar por un desierto, repelida por todos o solicitada por la depravación o el vicio.» (p. 329).
Galdós, al escribir esto, pensaría en la situación moral de la España de 1868.
11 Esta doble posibilidad del desenlace, una dada por el informador y otra por el autor,
puede considerarse como rasgo de cervantismo. Por eso podemos decir que la redacción pri
mera era más cervantina. En la edición de Leipzig leemos (p. 364):
Al llegar á este punto de nuestra historia el autor se ve en el caso de inte
rrumpirla para hacer una advertencia importante. Habia escrito la conclu
sión y desenlace del modo más natural y lógico, creyendo que era buen
fin de jornada para aquellos amantes el casarse después de tantas amargu-
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ras y vivir en paz, y mucha felicidad y muchos hijos. Esto, en su entender,
se avenia mejor que nada a las condiciones artísticas que quiso dar á su
libro. Pero desgraciadamente la colaboración de un testigo presencial de los
hechos que vamos refiriendo le obligó á desviarse de este buen propósito,
dando á la historia el fin que realmente tuvo. Mucho tiempo estuvo du
dando si terminar el libro con un desenlace hecho á su antojo ó haceise
esclavo de la verdad histórica hasta el punto de dar cima a su trabajo con
la narración de un hecho en extremo desagradable.
12 La repartición de las mayúsculas (naturaleza, Naturaleza) no es significativa porque di
fiere según las ediciones.
13 Robert Ricard, en Un Román de Galdós: Lo Prohibido, «Les Langues Néo-Latines»
n. 155, déc., 1960, escribe: «Car, si Ton étudiait délibérément l'idée de nature chez Galdós,
comme il serait intéressant de le faire, on aboutirait probablement á la conclusión qu'elle
domine sa pensée et qu'elle est á la fois le fil conducteur de son oeuvre et un de ses princi
pes d'unité.»
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