ACERCA DE «LA DESHEREDADA», DE BENITO PÉREZ
GALDOS
F. García Sarria
Algunos de los críticos que han dedicado estudios a esta novela se han
hallado ante la dificultad de tratar de conciliar el mayor o menor naturalismo
de la misma con el obvio moralismo que la acompaña.
Por nuestra parte, vamos a tratar de encontrar el criterio unitario que cree
mos sirve de elemento integrador y que está en la base de este moralismo. Con
este fin vamos a fijarnos en la motivación básica de la conducta de Isidora, tal
como se revela con toda su intensidad en las dos crisis por las que pasa, y en
la relación entre el estudio de su carácter y el sentido que hay que dar a la
locura de los Rufete.
En las dos crisis vemos manifestarse el orgullo de Isidora hasta el punto
de llegar a la soberbia. Los actos que siguen nacen de una rebeldía, consecuen
cia del orgullo contrariado. La primera crisis se halla en el capítulo XVI, y el
comentario directo del autor es bien explícito: «su orgullo (de Isidora) con
trariado se hizo brutal soberbia» (221)1. La consecuencia es el acto que sigue
en el capítulo XVII, sin que haya discontinuidad temporal de la acción. La de
cisión de entregarse a Pez es resultado de la contrariedad que sufre Isidora ante
la negativa de la marquesa. Isidora pensará luego que la culpa de aquel «mal
paso» con Pez la tiene la que todavía considera su familia: «si me hubiera
acogido con amor no habría dado yo un mal paso... Mi familia tiene la cul
pa» (269-70). Este es su punto de vista, erróneo, sin duda, y que no coincide
con el de Galdós; pero en lo que lleva razón es en establecer una relación de
causa a efecto entre la negativa de la marquesa y el comienzo de su degrada
ción moral. La crisis de la segunda parte explica el fin de Isidora y no es más
que el desarrollo llevado a su extremo de la crisis de la primera parte. En un
caso Galdós habla de «suicidio», en el otro de «muerte». Sin embargo, esta
crisis añade un factor importante. Isidora se ve obligada a reconocer los hechos;
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ella no es descendiente de los Aransis. Pero su reacción, el irse a vivir con el
Catitea, primero, y la entrega a la prostitución, posterior, obedece a un meca
nismo semejante al que hemos visto ocurrir en la primera parte. De nuevo se
trata del orgullo contrariado y de la rebeldía que sigue por no querer aceptar
el estado que le corresponde. J. F. Montesinos, al comentar esta segunda crisis,
indica que «se trata de una deformación moral producida por el orgullo des
medido, siempre rebelde a cuanto pueda parecer compromiso»2. Se puede aña
dir que Isidora llega en esta segunda crisis al desengaño, pero éste no va seguido
del arrepentimiento, sino de la rebeldía. El error mental desaparece, pero el vi
cio moral persiste.
Este análisis del carácter de Isidora, tal como se manifiesta en forma extre
ma en las dos crisis comentadas, se halla en plena conformidad con el moralismo
claro de La desheredada. Pero tal congruencia desaparece si se pone en
primer plano el determinismo naturalista. J. F. Montesinos, que tan bien ha
analizado el aspecto primordial del orgullo de Isidora, afirma, sin embargo, que
«Galdós va trazando aquí (La desheredada) su más ortodoxa naturalista: estu
dio de dos seres, víctimas de la locura paterna ... y del ambiente en que se
forman» 3. Si así fuera, mal podría admitirse el que Galdós inculpe de sus actos
a la protagonista de la novela. En el artículo que R. H. Russell consagra al
estudio de esta novela4, también aparece la dificultad de conciliar la actitud
naturalista con el tipo de moralismo que Galdós manifiesta aquí. Así resulta
que, según este crítico, estaría en favor de una interpretación naturalista el
hecho de ver incorporada en la propia estructura de la acción la inevitabilidad
del destino de Isidora. Pero al mismo tiempo, afirma este mismo crítico, Gal
dós nos está sugiriendo que Isidora es una joven que eligió mal y no una vícti
ma indefensa de la herencia y el ambiente5. Con posterioridad, otro crítico,
E. Rodgers, en un artículo muy medido6, ha añadido precisiones importantes
en cuanto a los factores de la herencia y el medio ambiente. Aunque el segun
do factor es más importante que el primero, según Rodgers, el moralismo sin
tapujos de la novela es incompatible con una presentación completamente na
turalista de Isidora. Esto nos parece cierto, pero este crítico, al comentar una
frase clave de la novela, «era forzoso rendirse a la fatalidad, según Isidora de
cía, llamando fatalidad a la serie de hechos resultantes de sus propios defec
tos» (339), dice que «paradójicamente la razón por la cual el destino de Isidora
no está presentado desde un punto de vista naturalista es la forma en que
Galdós desarrolla la crítica naturalista del romanticismo en la dirección de cen
surar explícitamente la idea que se hace Isidora de la vida, de modo tal que le
imputa a ella la responsabilidad»7. Esto sería así suponiendo que la crítica
del romanticismo tuviera su origen en la influencia naturalista, pero si, como
creemos nosotros, esta actitud crítica provenía del mantenimiento de una acti
tud moral cristiana tradicional, entonces la paradoja desaparece. La fatalidad
es explicación del romántico, el naturalista la sustituye por el determinismo
fisiológico y ambiental, el cristiano, aunque admita la importancia de la fisio-
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logia y el ambiente, mantiene siempre un elemento irreductible, el de la res
ponsabilidad individual, consecuencia del ejercicio del libre albedrío. Tanto la
actitud naturalista como la cristiana se oponen a la fatalidad romántica, pero
por diferentes razones. El moralismo obvio de la novela y la crítica del roman
ticismo son perfectamente compatibles si se adopta una perspectiva cristiana.
Esta perspectiva se halla incorporada a la novela misma, de forma explícita,
gracias al personaje llamado Canencia. El primer capítulo tiene importancia en
el sentido de que sirve de guía a la línea interpretativa que se dé a la novela.
En él asistimos al enlace entre la novela que termina, la de Tomás Rufete, y la
novela que empieza, la de Isidora, su hija. Este primer capítulo sirve de intro
ducción a la novela, y es bien significativo el que sea aquí donde aparece Ca
nencia.
Los críticos que mencionan a este personaje suelen hacerlo de pasada. Para
J. F. Montesinos, Canencia no es más que un ejemplo de «esos retratos galdosianos
centrados en un rasgo», en este caso el de «sorber el aire por entre los
dientes» 8. Para Russell, Canencia es un loco de remate. J. Lowe dedica aten
ción detallada a esta entrevista de Isidora y Canencia, pero su atención está
puesta casi exclusivamente en el estudio de las reacciones de Isidora. No obs
tante, observa con razón que la aseveración de Russell es extremada, ya que
Canencia «es capaz de pasar dos o tres años sin el menor asomo de desequili
brio»9. A. Ruiz Salvador da más importancia a este personaje al afirmar que:
«La moraleja final de La desheredada la emite Galdós desde un principio por
medio del venerable Canencia de Leganés, ese loco que rezuma verdades» 10.
Pero este crítico se ocupa en su artículo del simbolismo y determinismo histó
ricos, aspectos éstos en los que nosotros no entramos. Desde nuestro punto de
vista nos interesa destacar que el moralismo de La desheredada está en com
pleto acuerdo con la perspectiva cristiana que se halla incorporada explícita
mente a la novela por medio de Canencia. Al examinar en pormenor lo que
nos dice Galdós de este personaje, no vemos ninguna razón para no ver en él
el carácter representativo que le atribuimos. Caracterización física y moral in
ciden en destacar los aspectos venerables y cristianos del personaje. Pertenecía,
nos dice Galdós, al tipo de «funcionario antiguo», «honradísimo personal de
nuestra primitiva burocracia», «era de edad provecta», «las corrientes de bon
dad que afluían a sus ojos», «habría en su mirar tanta compasión, un interés
tan puro y tan cristiano», iba «totalmente afeitado como un cura», y lo que
dice hace que Isidora lo tenga por sacerdote (23 y ss.). Si sus palabras son
«sensatas y filosóficas», su perspicacia es grande, en consonancia con su carac
terización. Al oír las quejas de Isidora, Canencia, «con esa rapacidad de pensa
miento que distingue a los hombres perspicaces, se apoderó de la idea apenas
indicada, y dijo así... usted, señorita ... no ve, no puede ver en el infelicísimo
Rufete más que un padre putativo, tal y como el Santo Patriarca San José lo
era de Nuestro Señor Jesucristo» (29). Con ello Canencia fija el mal moral de
Isidora en su raíz. La equiparación entre Isidora y Cristo se halla en claro
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paralelismo con la situación de Isidora, hija de los Rufete y pretendiendo ser
de la familia de los Aransis. Esta pretensión es aspiración de Isidora a elevarse
a una especie de plano divino, que para ella es a modo de fe cristiana. Isidora,
comenta Galdós, «era toda convicción, y la fe de su alto origen resplandecía
como la fe del cristiano... lo divino en ella era el orgullo» (220). La diviniza
ción del orgullo a que procede significa en el plano humano que quiere imponer
su propia voluntad frente a la voluntad divina. La actitud de Isidora es mani
festación de lo que la doctrina católica ha llamado tradicionalmente el pecado
original. La crisis final de Isidora pone en todo su relieve el carácter volunta
rio de su rebelión. La entrega a la prostitución no tiene posible explicación
naturalista, sino que es acto libre por el que Isidora afirma su voluntad. El
dictamen de Canencia autoriza, de forma explícita, esta interpretación.
Por eso el resto de las palabras de Canencia está constituido por la expre
sión de las verdades cristianas más conocidas: hay que conformarse con la san
ta voluntad de Dios, existe una segunda vida donde se recompensarán nuestros
afanes, etc. Estas son las palabras que Isidora no escucha. No obstante, de
acuerdo con el carácter representativo que tiene Canencia, terminará expresan
do su perdón mediante la repetición de las palabras de Cristo: «¡Oh, Señor!
¡Perdónala, perdónala, porque no sabe lo que se dice!» (31). «Dice» y no
«hace», porque hasta ahora no tenemos más que dichos de Isidora. Si Canencia
apareciera al final de la novela, podría entonces decir «porque no sabe lo
que se hace».
Canencia define la locura de Isidora como mal moral, lejos de toda idea
fisiológica naturalista.
Tal actitud explica las consideraciones filosóficas que pone Galdós en el
capítulo I acerca de los locos. Estos locos son representativos de la Humanidad
misma, aunque en forma exagerada: «Y considerar —escribe Galdós— que
aquella triste colonia no representa otra cosa que la exageración o el extremo
de nuestras múltiples particularidades morales o intelectuales, que todos, cual
más, cual menos, tenemos la inspiración, el estro de los disparates, y en poco
que nos descuidemos entramos de lleno en los sombríos dominios de la cien
cia alienista. Porque no, no son tan grandes las diferencias. Las ideas de estos
desgraciados son nuestras ideas... Estos pobres orates somos nosotros mis
mos...» (15) Galdós se sirve de los locos para poner literariamente de relieve
el mal que quiere exponer, dando así una dimensión universal a la locura de
los Rufete. En este sentido el manicomio de Leganés carece de límites preci
sos: «¡Oh, Leganés! Si quisieran representarte en una ciudad teórica, a seme
janza de las que antaño trazaban filósofos, santos y estampistas, para expresar
un plan moral o religioso, no, no habría arquitectos ni fisiólogos que se atre
vieran a marcar con segura mano tus hospitalarias paredes» (16). Esto es tanto
como decir que la locura a que se refiere Galdós afecta a la Humanidad entera.
En conclusión, el análisis de la motivación básica que impulsa a Isidora y
el sentido de la locura de los Rufete pueden encontrar un elemento integrador
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desde la perspectiva del pensamiento cristiano tradicional. Esta perspectiva se
halla explícitamente contenida al principio de la novela gracias a la presencia
del personaje llamado Canencia.
NOTAS
1 Todas las citas de la novela están tomadas de la edición de La desheredada hecha por
Alianza Editorial, Madrid, 1967. El número de la página va indicado entre paréntesis.
2 Galdós, II, p. 9, Madrid, 1969.
3 Ibíd., p. 13.
4 «The structure of La desheredada», MLM, 76, 1961, pp. 794-800.
5 Galdós «is suggesting that Isidora was a girl who made the wrong choices, and
not a helpless victim of heredity and environment». Ibíd.
6 «Galdós La desheredada and Naturalism», BHS, XLV, 1968, pp. 285-298.
7 «Paradoxically, what prevenís Isidora's fate from being presented from a naturalistic
point of view is the way in which Galdós develops the naturalistic critique of
Romanticism in the directíon of explicidy censuring Isidora's view of life in a way which
imputes responsibility to her.» Ibíd.
* Op. cit., p. 15.
9 «Canencia who is capable of going for two or three years without any display of
hinacy», J. Lowe, «Galdós' Skill en La desheredada», Iberoromania, II, 1971, pp. 142-151-
10 «La función del trasfondo histórico en La desheredada», A. Ruiz Salvador, AG, I, 1966,
páginas 53-62.
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