LA OPERA «ZARAGOZA» Y GALDOS

(Comentarios y documentos)

Manuel Alvar López

De las seis novelas que Galdós llevó al teatro, una, Zaragoza, arropada por

la música del maestro Lapuerta, se representó como ópera. Los fondos que

conserva la Casa Museo de Las Palmas y la prensa de la época pueden ilus

trarnos muy variadamente sobre su génesis. Si no se llega con ello a solucio

nes de grandes problemas, creo que se ilustran numerosos motivos tanto bio

gráficos cuanto literarios, y se podrán puntualizar cosas que no estaban dema

siado claras.

II

Lapuerta fue un músico de poco relieve. Continuamente se le llama «joven»

y «modesto», lo que a falta de mejores títulos no es mucho 1. Era navarro y

había nacido en 1871; pasó no pocas necesidades y llegó a escribir música para

el cine. Su apogeo como compositor coincidió —precisamente— con la Zara

goza galdosiana. Después todo se fue apagando, y aquí tenemos los testimonios.

Son más o menos los de su correspondencia con don Benito, empezada en ju

nio de 1899 y terminada —en los materiales de que disponemos— en febrero

de 19142.

Las relaciones de Lapuerta con Galdós comenzaron de una forma harto

directa: el músico —a la sazón de veintiocho años— escribió una carta (18 de

junio de 1899) de autopresentación al novelista, famoso desde mucho antes:

quería darle a conocer diversos fragmentos musicales inspirados en Marianela,

obra que debería convertirse en pieza teatral, aunque no en ópera, género poco

propicio a los gustos españoles (doc. 1). Sin embargo, la respuesta de Galdós

no fue concorde con los deseos del músico: a través de Carlos Fernández

421

Shaw3 le propuso cambiar Marianela por Zaragoza y la posibilidad de repre

sentarla en el Teatro Español; esto al menos queda claro por la segunda carta

de Lapuerta, que tuvo que resignarse por el momento —y para siempre— de

componer su «gran Marianela». Las cosas se iban a forzar mucho: el músico

escribía el 11 de agosto de 1900 y, siempre a través de Fernández Shaw, sabía

que para diciembre de ese año tendría que tener dispuesta la obra; la urgen

cia no admitía dilaciones, aunque el estreno se retrasara mucho. Corto anda

García Mercadal al hablar de años de retraso 4, pero motivados por causas que

no tienen que ver con nada de lo que él cree, pues ni Lapuerta ni Galdós an

duvieron tan diligentes como para acabar la ópera antes de diciembre de 1900.

Lapuerta había conseguido autorización de Galdós para musicar Marianela, y

trabajó —a la vez— en Zaragoza, aunque su quehacer se iba retrasando: penu

rias económicas, que siempre cuentan en sus cartas, y problemas con la Socie

dad de Autores le impedían seguir a buen ritmo su trabajo (doc. 3). La impa

ciencia de Galdós le llevó a abandonar la ópera, y Lapuerta aceptó la deci

sión (doc. 4)5.

Hay una laguna en el epistolario, si es que tales cartas existieron. Desde

ese 4 de septiembre de 1900, en que todo parece acabarse, hasta agosto de 1901,

en que el mayor optimismo campea en la pluma del músico (doc. 5). Durante

un año no volvemos a saber nada de la ópera, pero evidentemente se trabajó

en ella. Tras la palinodia de Lapuerta, Galdós debió aceptar la continuación de

la obra. Ahora, un año después, las referencias son explícitas: la música del

acto segundo iba a ser modificada (señal de que se había trabajado en él) (docu

mento 6), había motivos para el preludio del acto tercero y la esperanza de no

descansar hasta el final. Don Benito volvía a sugerir ideas6. Pero otra vez

las cosas se interrumpieron y, otra vez, sin duda, por culpa del músico 7. Cinco

años después, Zaragoza volvía al atril, y no era por mucho tiempo: en julio,

Lapuerta prometía trabajar hasta octubre (doc. 9), pero —de nuevo— pespun

tean sus líneas las penurias económicas (urgencias del género chico, dificultades

de estrenar, amagos de cesantía). Y Galdós, armado de paciencia, enviaba las

cuartillas del segundo cuadro del acto tercero, soportaba nuevos lamentos eco

nómicos del maestro, sus urgencias para disponer de nuevo material... (docu

mentos 10-13). Hasta que hubo nueva demora: otro año —de agosto a agos

to— la música no debió adelantar mucho; más bien, estuvo estancada de

nuevo, según se desprende de una carta de 1907, con referencia a otra per

dida (doc. 14).

Así acaba la historia musical de Zaragoza. Después, Lapuerta envió a Gal

dós dos cartas sin fecha: una de ellas inmediata a su estreno (doc. 15)8; otra,

posterior a él, y con relación a la crítica (doc. 16). Después, el epistolario de

Lapuerta acaba con otras dos esquelas, ya de 1914, en las que el músico trata

de colocar algunos fragmentos de su obra en el repertorio de la banda muni

cipal de Madrid (docs. 17 y 18) y hace referencia a sus trabajos sobre el Alceste

galdosiano9. Una carta sin fecha creo que debe ser la última de su serie.

422

III

Hemos llegado —y no se culpe sino a la lentitud de Lapuerta, unas veces;

otras, a demoras de Galdós— al año de 1908. Zaragoza iba a conmerorar el

centenario de los Sitios, y el estreno de la ópera se anunció con toda clase de

alardes 10. La prensa del tiempo nos ayuda a conocer nuevas dilaciones. El Dia

rio de Avisos de Zaragoza, publicó el 3 de junio un anticipo en «vísperas

del estreno»: Luis Arnedo pasó revista a cada parte de la ópera y no esca

timó elogios, a pesar de que la obra estuviera inédita. Pero el 3 de junio la

obra no se estrenó: Miguel Moya anunció la enfermedad de Galdós ", los en

sayos iban muy retrasados (buena parte por culpa de las disparatadas copias

que había mandado la Sociedad de Autores) y todo aconsejó el aplazamiento,

aunque don Benito se enteró tarde y se anticipó con este telegrama, dirigido al

empresario del Teatro Principal, de Zaragoza:

Procure que los entreactos sean lo más breve posible. Tenga el escenario

despejado de intrusos y curiosos. Evitar tiros en el escenario; deben oírse

sólo tiros lejanos, producidos por la caja de descargas. Cuide de que me

comuniquen por teléfono impresiones estreno acto por acto; estoy muy

intranquilo. Dios nos tenga de su mano. Galdós 12

El alcalde de la ciudad aceptó la suspensión. El Ayuntamiento —reunido

aquel día— pidió a Galdós que anunciara su llegada a Zaragoza para ser digna

mente recibido 13. El empresario viajó a Madrid, y a Madrid fue un político

republicano. Todos de acuerdo, hubo una pequeña dilación: la ópera se estre

naría el 5 de junio (no el 5 de octubre, como dice García Mercadal). El día

4, Arturo Lapuerta publicó la autocrítica de su obra14, en la que vierte cosas

por él harto repetidas y ofrece testimonios de su invariable devoción a Gal

dós (doc. 20)1S. Pero si don Benito no tenía buenos informes el día 3, el mú

sico no los tuvo el 4. Contra lo que él creía, Galdós fue al estreno de Zaragoza,

y llegó ese mismo día, víspera del acontecimiento 16. García Mercadal, en un

reciente artículo, ha contado cómo don Benito, con Ortega y Munilla (director

de El Imparcial) y Miguel Moya (representante de El Liberal), llegaron

en un mercancías: en Casetas cambiaron de tren para que los infantes Fer

nando de Baviera y María Teresa de Borbón llegaran antes a la ciudad. Tal y

como ocurrieron las cosas, la medida fue cauta, pues la acogida a Galdós se

hizo el olor de república: lo recibió una comisión del Ayuntamiento con maceros,

y «numeroso público», y de cuanto fue pasando dio puntal noticia el

Diario de Avisos 17:

Al descender del tren el ilustre autor de Zaragoza la banda de música del

Hospicio tocó el Himno de Riego.

Oyéronse entusiastas aplausos y vivas al autor de los Episodios Nacionales

y de «España sin Rey».

423

Desde la estación dirigiéronse el señor Galdós y la comitiva que le acom

pañaba al Hotel Europa, viéndose aquél obligado a salir al balcón, donde

volvió a escuchar una afectuosa ovación.

La música tocó entonces La Marsellesa.

Y Zaragoza se estrenó. La prensa local (el Heraldo [doc. 22], el Dia

rio de Avisos [doc. 21]) dio cumplida cuenta18 y —nobleza obliga— expresó

su gratitud. Días después, alguna revista especializada, El Arte del Teatro,

ensordinaría los entusiasmos (doc. 24)19. Pero Galdós vivió en Zaragoza entre

los entusiasmos de todos: el día 5, el alcalde y una comisión de concejales fue

al Hotel Europa para cumplimentarle; el 6 se le rindió un homenaje en la

Quinta Julieta (doc. 23)"; Tomás Bretón envió un telegrama, que la prensa

difundió; los periódicos no regatearon elogios a las sucesivas representaciones

de la ópera21; el día 7, en las funciones de tarde y noche, los autores se

despidieron de la ciudad, aunque don Benito permaneció varios días más en

ella... La presencia de Galdós había sido —además— un acto de afirmación

republicano: el 6 de junio, Marcelino Isábal convocó a sus correligionarios

para lograr que el teatro se llenara (doc. 25) y Galdós le guardó gratitud, según

puede leerse en una carta que el 2 de agosto le escribió el abogado zaragozano.

Como fruto de tantas satisfacciones, quedaron unas líneas emocionadas con las

que el novelista evocó sus anteriores visitas. No han sido reproducidas y mere

ce la pena salvarse del olvido (doc. 23).

Por último, Zaragoza fue adquirida por el Ayuntamiento de la ciudad, que

pagó por ella algo más de dos mil pesetas (doc. 26).

IV

Esta es la historia menuda de la ópera Zaragoza. A la grande, no llegó. La

obra tenía una fisonomía literaria como novela que la hacía imposible de repe

tir. Como tal había servido de canto épico a la gloria de una ciudad inmortal.

Galdós supo —sin duda— el acierto de lo que había logrado. Y, por ello,

acaso, tentó llevarla al teatro convertida en ópera. Algo así como un ensueño

wagneriano22 adaptado a la mística nacional que culminó en el heroísmo de la

ciudad pero hubo desajuste entre lo que se soñó y los medios que se utili

zaron para lograrlo. Arturo Lapuerta era un músico de pocos alcances y con

muchas necesidades que atender. La obra empezó a hacer agua por donde no

debiera: tal vez hubo —además— culpa de todos. Lapuerta quería musicar

Marianela, y Galdós le propuso Zaragoza. Ciento ochenta grados tuvo que girar

el compás de la inspiración: de un análisis psicológico se pasó a la grandeza

colectiva, de la historia sutil y delicada de un alma al planteamiento de la vo

luntad de todo un pueblo. Lo que era lírica se convirtió en épica. Y los resul

tados no pudieron mejorar su calidad. Galdós se equivocó, por más que sólo

generosidad tuviera su conducta con Lapuerta, pero tal vez ni músico ni es-

424

critor se encontraron a gusto en la tarea que los hermanaba. Lentitud, demoras,

retrasos. Y, en definitiva, la obra lo pagó. La ópera apenas si es aducida por

nadie dentro del monumental conjunto galdosiano23 y, salvo los entusiasmos

locales, apenas si trascendió24. Lo que debió ser criatura artística se convirtió

en una obra de circunstancias. No en 1900, sino en 1908 se acabó la ópera.

Y para una ocasión harto concreta, para una conmemoración oficial, para algo

que vino a mediatizar su propia independencia estética. Y éste fue otro fallo

más que unir a una serie de errores (planteamiento, intermitencias, abandono,

reanudación, final apresurado). Y es instructivo ver cómo se equivocan los

hombres de excepción. La ópera, destinada al Teatro Español, de Madrid, acabó

—y de él no salió— en el Principal, de Zaragoza. Ni la ocasión pudo hacerle

superar la limitación. Galdós no iba a asistir al estreno, pero terminó yendo.

La dolencia del 3 de junio estaba curada para emprender un viaje el día 4 y

asistir a la inauguración del día 5. Me cuesta creer en tan rápidas soluciones

de las enfermedades. Me cuesta porque sabemos que hubo por medio presio

nes de todo tipo: las políticas de Luis Moróte2S, las económicas del empresario.

Y don Benito marchó a Zaragoza forzado por muchas circunstancias, hasta llegar

en aquel mercancías que tanto ha sorprendido. Pero era la única manera de

estar en el estreno. Y, otra vez, el nombre glorioso fue utilizado para fines

de partido: los republicanos se habían movido (colocaron localidades, organi

zaron actos) y Zaragoza les sirvió de bandera de facción26. Frente a los infan

tes que llegaban, el nombre de Galdós era el pabellón de un triunfo seguro

y sin comparación posible; en el Ayuntamiento su homenaje figuraba junto a

los agasajos que se iban a tributar al rey; en el hotel de la plaza más céntrica

e importante de la ciudad, y ante una multitud, sonaba —y no deja de haber

sarcasmo en ello— La Marsellesa. La revolución cuyo fruto sazonado vino a

llamarse Napoleón daba las notas para conmemorar el heroísmo de la ciudad

inmolada por la francesada. El motivo nacional se orientó hacia la política y así

lo vieron los munícipes de la ocasión. Pero Galdós en Zaragoza no podía ser

nunca bandería: era la gloria imperecedora de la ciudad, era el Hornero —y

evoco palabras suyas— que la ciudad necesitó para inmortalizar su heroísmo.

Galdós por encima de anécdotas y circunstancias. Después, un final mezquino,

cicatería de la Administración, tenacidad de sus amigos, y, parvo consuelo para

un fracaso, las dos mil pesetas con que el Ayuntamiento compró la Zaragoza.

Esta es la historia chica de una obra que debió ser grande, pero muerta antes

de nacer. Todo se concitó para empequeñecer lo que, por el heroísmo que na

rraba, por la gloria literaria de Galdós, debió ser una de las creaciones gigan

tescas del gran escritor. Nunca segundas partes fueron buenas. Y la ópera,

equivocada en su planteamiento, limitada por la circunstancia, mediatizada por

toda clase de compromisos, se quedó reducida al conjunto de datos que he

podido hilvanar. Pero —y esto acaso sea una lección— no fue la única vez

que Galdós —generoso de sí mismo— vino a caer en la minucia ocasional.

425

Documentos

Balneario de Betelu 18-6-1899

Navarra

Sr. D. B. Peréz Galdós

Santander

Muy señor mío: ruégole conceda a este intruso dos minutos de atención,

ya que tiene el atrevimiento, o la osadía, de molestarle.

Por la adjunta noticia, tomada del periódico El Español, comprenderá

usted quien soy.

Haré un poco de historia. El año pasado tuve el gusto de hacer amistad

en este balneario con su amigo don Manuel Marañón27, gran aficionado a la

música, y hablando, hablando, uno de los días, de arte y literatura, salió su

ilustre apellido, diciéndome don Manuel era amigo de usted. Aproveché esta

oportunidad para decirle me tenía yo por uno de los más apasionados de las

obras todas de usted y sobre todo de Marianela, pues desde k primera vez que

la leí (hará unos cuatros años, tengo veintiocho) comprendí que la antedicha

novela se prestaba muchísimo para hacerla teatral.

En todo el tiempo que vengo leyéndola, más y más crece mi entusiasmo por

el monumental idilio de Nela y Pablo y, por consiguiente, también más y más

se aferra la idea de transportarla a la escena.

Díjome don Manuel que sería fácil, al descansar de sus trabajos literarios,

fuera usted a Madrid, sirviéndome esto de acicate para que yo, al retornar a

la corte (donde resido) me pusiera en seguida a estudiar con más fe que nunca

la susodicha obra.

Al poco tiempo le llevé al señor Marañón el plan de la obra, a fin de que

me diera su parecer.

Le satisfizo, diciéndome había estado muy oportuno para encontrar las si

tuaciones musicales sin quitar ni poner nada que no estuviera en la novela.

Consta dicho plan de tres actos y seis cuadros, a dos por acto, y catorce

números musicales. No le relato ni le mando el plan; lo primero, por no hacer

ésta muy extensa; lo segundo, por tenerlo en Madrid.

Después de algún tiempo (¡y con las ilusiones que usted, gran maestro,

puede imaginarse!, pues siempre me figuraba que al fin había llegado a Ma

drid) me dijo que por entonces habría que desistir de presentaciones y de obras

teatrales, pues usted no volvía a la corte hasta principios de invierno para bien

de las artes patrias, aunque mal para este pobre artista.

426

Una vez que empecé el plan, empecé a buscar ideas musicales de «fondo»,

digámoslo así, o bien estudios psicológicos de los personajes, pues no com

prendo otra manera de hacer obras teatrales.

Tengo encontradas (me parece) para la muerte de Nela (donde termina la

obra) dúo de ésta y Pablo y el preludio descriptivo (en la forma que usted tan

magistralmente lo hace) que va en el segundo acto, cuando los mineros al rom

per el día van a sus tareas. También tengo hechas varias canciones (con el fin

de elegir la que más convenga) para Nela, para cuando el doctor, perdido, oye

un cántico. He procurado darles sabor popular. Son cortas.

Todos estos trabajos los he tocado varias veces a presencia de amigos de

confianza, unos músicos y otros literatos. De mi boca jamás salió el decir esta

ba haciendo con usted la obra; sí, únicamente, que emplearía los medios a fin

de conseguirlo, porque sería uno de los días más grandes de mi vida si al fin

llegara a realizar.

Ya puede, pues, comprender el malísimo efecto que me habrá hecho la tal

noticia periodística, siendo éste el móvil que me ha impulsado a tener el honor

de dirigirme a usted.

Soy la piedrecilla que una mano osada ha lanzado del valle a la cúspide

de la montaña y que Dios quiera no sea usted lastimado.

Para terminar, le diré, ya que tengo la ocasión, que todos mis afanes, mis

desvelos, mis mayores energías se encierran en un gran amor al arte, al cual,

repito, consagro toda mi existencia.

Su Marianela creo que la he vivido, pues encarna admirablemente a mi

temperamento. Mi mayor gusto sería el darle a conocer lo que tengo hecho

de La obra.

Las dos zarzuelas que también salen anunciadas las hago, se lo confieso,

sin otras miras que el dinero, pues este género no se amolda a mi modo de

sentir el arte.

Respecto de la «ópera» Marianela, jamás he pensado en tal cosa, pues este

público en su mayoría no admite la ópera en español.

Si supiera no le iba a molestar, le suplicaría digéseme su opinión sobre

Marianela teatral, y de si acaso algún día podría llegar a realizarse lo que hoy

para mí no es más que un sueño.

Y pidiéndole mil perdones por la distracción que le he causado, se despide

de usted su más ferviente admirador q. b. s. m.

Arturo Lapuerta

Aquí me tendrá a su disposición hasta fines de septiembre.

Aunque fuera del lugar, le diré que don Antonio Pirala28, que se halla

tomando estas aguas, me da sus recuerdos.

427

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Mi más distinguido e inapreciable amigo: en mi poder su muy grata, con

la que mi ánimo se rehízo.

El otro día me llamó Shaw, acudí a su casa, me leyó la carta de usted; y

en seguida me comunicó el pensamiento de Zaragoza, diciéndome que ya a

usted se lo había manifestado en dos cartas.

Carlos demuestra gran entusiasmo por la obra, y a decir verdad, aunque

no conozco el plan, también me gusta muchísimo, pues se sale de lo trillado

y con la gran novedad de ponerse en «El Español».

Mire usted, maestro; por mí no hay inconveniente (aunque siempre dis

puesto a acceder a los deseos de usted) en abandonar por ahora (sólo por ahora)

mi Marianela por Zaragoza, pues se trata de otra obra de usted no menos

famosa, aunque de distinto ambiente.

Usted, como nadie, sabe mis afanes por Marianela y viendo que la dejo,

aunque temporalmente, por otra obra, comprenderá las ansias que tengo por

trabajar por el arte... ¡y por el bolsillo! Ya sabe usted que todos mis bienes

están en el teatro. No tengo otra hacienda.

Si a usted no le parece que debo abandonar Marianela, dígamelo sin repa

ro, pues el entusiasmo que demuestro por Zaragoza en nada le ha perjudicado

a la otra obra, que sigo y seguiré siempre pensando en ella.

Dice Shaw que de hacerla había de ser para mediados de diciembre. De

tener, como espera Carlos, éxito, me preparaba muy bien el terreno para la

gran Marianela.

Aunque comprendo lo muy ocupado que está usted; permítame le niegue

me conteste pronto, pues estoy muy impaciente por saber qué opina de esto.

Salud, maestro. Dé mis recuerdos a sus sobrinos, pues en la casa me han

dicho que se halla a su lado Hermenegildo29, y usted disponga de éste su

más ferviente admirador, q. b. s. m.

.11-8-1900 A. Lapuerta

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Mi querido maestro: con grandes temores y no menos zozobras sobre

el resultado que ésta pueda tener, tomo la pluma para contestar a la suya del

13 del corriente.

428

Dos grandes cuestiones encontradas motivan ésta: la ideal o puramente

artística y la material o indispensable para la vida. Las dos son poderosas. ¿Cuál

vencerá?

Para mayor claridad le hablaré primero de aquélla. Desde luego, mi queri

do don Benito, que seguiré su sano consejo, y que procuraré no se aparte de

mi memoria, pero antes deseo, y para ello acudo a su habitual cortesía, que

me oiga.

Permítame ante todo que le hable con la misma franqueza que pudiera

hacerlo con mi padre, más aún, a solas con mi conciencia. Y basta de exordio.

Gran día fue para mí aquel en que tuve la dicha de estrechar su mano y

luego la honra muy grande de tratarle, cosas ambas que las anhelaba con toda

mi alma. (Podría darle algunos detalles que atestiguaran esta mi admiración por

el gran novelista, pero no...; algún día los sabrá usted. Hoy no me atrevo.)

Pero aunque nada de lo dicho arriba del paréntesis hubiera pasado, bastaba

solamente para estarle reconocido toda la vida la a[u]torización que me con

cedió a fin de que pusiera música a una de las joyas de nuestra literatura: a

su Marianela.

Lo que para mí era un sueño casi irrealizable hace un año, hoy es un he

cho real y positivo.

¡Qué cambio tan inmenso en tan poco tiempo! ¡Qué gran acicate para

un artista que empieza!

¡Qué de ilusiones, qué de planes al leer y releer la sugestiva obra, o bien

componiendo trozos que en el momento y, sin previo plan, se me ocurrían!

Yo dejaba a mi vehemente imaginación que volase, remontarse todo lo que

quisiera y así mi alma, tristona por temperamento, se dilataba, arrancándome de

este mundo de pequeneces y miserias, haciéndome sentir un bienestar hasta

entonces, para mí, desconocido.

Ha tiempo que no me ocupaba de otra cosa que poder poseer una obra de

arte. Al fin encontré a Marianela. Usted me autorizó hacerla musicable. Aquel

día fue feliz. Me parece no debo extenderme más sobre este punto. Dejemos,

pues, la parte ideal; cortémonos las alas y descendamos más que aprisa a la

vida real.

Como ya al principio digo que deseo hablarle con toda franqueza, no quie

ro dejarme en el tintero la exclamación que me salió de muy adentro al terminar

de leer la suya. ¡Por qué no seré rico! Sí, don Benito; ¡quién fuera rico!

Vería usted entonces cómo no hubiera dado lugar a esto; vería también cómo

echaba a paseo a todos estos poetas y poetastros, que no hacen más que ator

mentarme, para dedicarme única y exclusivamente con alma y vida a Marianela.

Por lo que a mí atañe, le diré que este nuevo derrotero (aunque nos con

dene al mismo punto) no ha sido por inconstancia en el método de trabajo y

sí por la dura necesidad de la lucha por la vida.

La casualidad, puesto que yo nada puse de mi parte, venía a ofrecerme un

medio (y que yo creyendo acertar lo acepté como bueno) por el cual, y en

429

breve, satisfacía si no los dos por lo menos uno de los grandes factores para

todo artista, que son: nombre y dinero. Si de lo primero carezco..., ¡nada

digo de lo segundo!

Óigame usted bien, don Benito. Excluyendo a usted, me encuentro solo,

completamente solo. Aquí no hacen más que prometer y prometer..., pero el

libro no parece. De Zapata30 y de Perrín31 espero sacar lo que el negro del

sermón, solamente tengo para estrenar una quisicosa de Zúñiga32, que creo

no me dará ni honra ni provecho.

De la cuestión de dinero, el mes que viene es el último que Fiscowich33 me

adelanta; para el otro no tendré, de no hacer Zaragoza, ni obras (me refiero,

claro es, a esta temporada) ni dinero.

Casado, aunque sin familia, también tengo que atender a mi madre, pues

no tiene otro hijo.

Esta es la verdad, lisa y llana. Sólo a usted, por ser quien es, y por la

confianza que me inspira, se lo digo.

Algo ya sabe usted de la lucha brutal que hay planteada entre las dos So

ciedades de Autores, y que por no ser ésta (la lucha) una excepción de las de

más, morirán los débiles, y entre éstos espero, pues carezco de medios de

defensa, encontrarme yo!...

No vea usted, por Dios, en este cambio el más ligero enfriamiento hacia

Marianela. Únicamente el poder poseer un arma poderosa para el combate, y

ya de morir, hagámoslo con honor.

Además, nuestro amigo Shaw puede cumplir con usted y conmigo, dándome

dos actos de Marianela, y mientras yo los musiqueo, puedo hacer Zaragoza y

dársela a otro músico, cosa que a la verdad (y perdóneme este egoísmo por mi

mejor deseo) lo sentiría.

No, mi querido maestro. Mis intenciones no son para abandonar a Marianela

en el sentido de relegarla al olvido. Eso jamás; si me pusieran a elegir entre

una y otra obra, desde luego dejaba Zaragoza, y no porque aquélla me guste

más, sino por ser la que me ha servido de puente para llegar a usted y tam

bién la primogénita, como usted dice muy bien.

Voy a terminar; ésta me va resultando muy larga y temo molestarle.

¿Cuál es más fácil de estrenarla inmediatamente, Marianela o Zaragoza?

He aquí mis luchas interiores y mis cavilaciones.

Una dudilla anda haciéndome cosquillas, y que no sé si decírsela. En fin,

allá voy. ¿Teme usted no se amolde bien Zaragoza a mi temperamento musical,

o al menos no tan bien como Marianela? Si así lo creyera, entonces sin va

cilaciones e inmediatamente ponía manos a la obra.

Como puede suponer, Shaw y yo hemos hablado muy largo, y créame, que

si entusiasmo demuestra por Zaragoza, no es menos por Marianela.

Quedamos en escribirle, yo primero, y él lo hará cuando reciba la suya.

Por fin viene la Guerrero hasta enero e inmediatamente empezará la com-

430

pañía de «El Español» a hacer la temporada oficial de seis meses propuestos en el

contrato.

Para que usted no se moleste, pensando en el mucho trabajo que tendrá,

opino que de no contestar en unos ocho días lo interpretaremos como ratifica

ción a su última, y ya entonces (al menos por mi parte) sin acordarme para

nada de Zaragoza haré por activar a Shaw y con bravura y empuje emprender

el trabajo con Marianela.

Sepa usted que por encima de todo está el que usted no se disguste, pues

más necesaria y útil es su tranquilidad que la mía.

Salud, maestro.

Sabe lo mucho que le admira y quiere su afmo. s. s., q. b. s. m.

18-8-1900 A. Lapuerta

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Mi muy querido maestro: supongo que Shaw le habrá escrito, pues así

me dijo.

Sí, don Benito, sí; tiene usted muchísima razón, y por ahora debemos desis

tir de hacer Zaragoza. Lo principal es que usted no se haya disgustado al ver

mi decisión por Zaragoza, y que siga como hasta aquí, honrándome con su

inapreciable amistad. Esto vale para mí más que todo.

Claro es que algo me ha contrariado; pero, qué diablo, tal vez por aquello

de que no hay mal, etc.

No sé lo que habrá dicho respecto de Marianela; a mí me dice que teniendo

otras obras inmediatas no podrá ocuparse solamente de la ópera, lo cual que

yo entiendo que la cosa irá para largo.

La verdad es que no entiendo a qué llaman trabajar estos poetas de agora.

No me tengo por muy trabajador (y con rubor lo confieso), pero no tengo in

conveniente en comprometerme el hacer Marianela mientras haga dos o tres

del género pequeño.

Un año va a hacer desde la primera visita que hice a Shaw... ¡Y estamos

como el primer día!... No sé qué pensar. Ruégole no le diga nada de esto. De

palabra seré explícito.

Ayer, usando (y no sé si abusando) de los generosos ofrecimientos tanto de

usted como de su simpático sobrino Hermenegildo, tomé Zaragoza, El doctor

Centeno y La desheredada, las últimas, únicas novelas que me faltaban para

completar la serie.

No es muy numerosa mi biblioteca, incluyendo la música, pero no la cam

bio por ninguna.

431

En mi poder el tarjetón de Pepe. ¿Vendrá usted con él? Mire que ya el

calor hase fugado; si preciso fuera, haremos que nieve.

Salud, maestro.

Disponga de su ardiente admirador, q. s. m. b.

4-9-1900 A. Lapuerta

Queridísimo maestro: ¿Recibió mi anterior? La obra de Benavente la he

dejado para la temporada de invierno; la actual va muy avanzada, además de

que la compañía de Eldorado es muy mala. Benavente opina como yo. Será de

las primeras que se estrenen en la Zarzuela, pues iremos trabajándola despacio.

Heme ya aquí, don Benito, dispuesto a no dejar la pluma hasta no poner

fecha y firma en la gran obra, en la enorme Zaragoza.

Voy a reformar bastante (la parte musical) del segundo acto, no quiero de

jarlo para después. No me ha salido con la sencillez poética que deseaba y pedía

la situación.

Ya tengo los motivos para el preludio del acto tercero. Quiero pintar la

lucha grande, hermosa de aquellos titanes unidos por la idea Patria (¡y que hoy

desconocemos «gracias» a nuestros desgobiernos!). Y defendiendo el sagrado

suelo palmo a palmo. En el momento crítico y dominando el rudo combate se

oirá la Jota, pero nada más que un destello, sin desarrollo, para no quitar el

efecto en el final del acto que sigue.

Aunque sobre esto hay tiempo, dígame su parecer, pues a decir verdad, no

sé por qué decidirme, pues sería también de gran efecto se oyera desarrollada,

resultando como Himno de Paz, a la vez que como símbolo de la idea que no

muere. ¿Qué le parece?

Supongo sabrá que Berriatúa M se ha quedado con la Zarzuela; los chicos de

Hermenegildo están de enhorabuena.

En la temporada que viene no quisiera estrenar más que lo de Benavente,

y si al final otra cosa con Paco Navarro, la que yo le indiqué. Menos género

«chico» quisiera, pero me hace falta dinero. Con Torquemada*5 tengo un saldo

regular.

Fiscowich ha muerto después de vender su archivo a la Sociedad de Autores

en 65.000 duros. Torquemada sigue siendo lo que era.

Un abrazo, maestro, por la toma de esa jesuística y difícil trinchera.

Ansio ver letra suya. Recuerdos.

Siempre suyo affmo, q. b. s. m.

A. Lapuerta

432

Sr. D. B. Pérez Galdós Agosto 1901

Santander

Insigne maestro: aunque ya tuve el gusto de presentarle al amigo Llanas en

la memorable noche del estreno de Electra y teniendo en cuenta su amabilidad

y buena acogida que siempre hace a la juventud que trabaja, hoy repito la pre

sentación, aunque ya creo se han hablado ustedes, permitiéndome el rogarle

—muy de veras— haga cuanto pueda a fin de que mi amigo consiga lo que desea.

Y ahora... a otra cosa. Casi terminado el arreglo del acto segundo. Me queda

mucho mejor; como yo quería.

Haga los posibles por mandarme material, pues el Preludio del acto tercero

lo tengo planeado y deseo ya meterme con este acto. Recuerdos a la familia.

Salud maestro.

Siempre suyo affmo., s. s. q. b. s. m.

A. Lapuerta

Sagasta-9-3.° Madrid, 2 de Sepbre. 1901

Maestro: en mi poder cuartillas monumentales. Sí, creo no habrá más re

medio que meter la tigera, pues opino como usted que este acto es el decisivo

y por lo mismo hay que tratarlo con más cuidado que los demás. Muchas

cosas se me ocurren, pero lo dejo para cuando venga, y pueda ver otras que he

hecho en el segundo, en la idea de que este acto será el del público. Allá

veremos.

Siempre admirador y aff°.

A. Lapuerta

8 37

Sr. D. B. Pérez Galdós

Queridísimo maestro: sin preguntarle, me imagino muy bien como le en

contraré.

El público acogerá la obra como quiera, no lo sé, aunque le podría asegurar

(según va el tiro) que entrará en ella, pero, sea como sea, usted siempre saldrá

vencedor. Tengo mucha pena no estar al estreno, pues hasta ahora he presen

ciado todos los suyos.

433

28

El equipaje ha tenido este público el mal gusto de verlo con indiferencia.

Peor para él.

A mí me gusta mucho, me interesa, y me conmueve. A nuestro publiquito

le ha debido parecer muy rápida la acción, demasiado rápida.

Sigo en mi opinión de que hacían falta los tres actos, pero también opino

que este medio es más fácil que los tres actos para popularizar sus Episodios.

Puede usted estar satisfecho completamente de la labor de Chapí. Hacía

muchos años no trabajaba así. Está aquí rejuvenecido.

¡Así, así, es como se ennoblece el Arte! Por ahí sí que se llegaría pronto

a la ópera.

Adiós, maestro. Vaya un abrazo muy fuerte por adelantado.

A. Lapuerta

38

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Insigne amigo y maestro:

Ya está sobre el atril Zaragoza. Ahora sólo deseo no tener que dejar la

labor hasta lo menos octubre.

Aunque no hiciera más que planear los dos cuadros del acto tercero, me

daría por satisfecho, pues créame que son inmensos (me refiero a su impor

tancia), el drama está ahí en todo su desarrollo; todos los personajes grandes

y chicos en acción, y el músico... el músico pasando las de Caín para musiquear

todo éso; eso sí, con la esperanza de que terminanado gallardamente este

acto, ¡nuestra es la victoria! ¡Aurrerá! —que dirían mis «parientes» los vas

congados— \Adelante\

Los motivos que había apuntado anteriormente para este acto, no me sirven.

La selección que voy haciendo de las ideas o motivos responde a la idea

general que ya sabe tengo para esta obra: popular sin populachería de organi

llo, según los cánones que nos han dejado primero Beethoven y luego Wagner.

Verdi, el más popular de todos, para ir con el público tuvo que ir modificando

de manera. Ahí están Aída, Otello y Falstaff. ¿Acertaré?

¡Un año más sin estrenar! ¡Cómo voy perdiendo las ilusiones por mi

amado arte! ¿Estrenaré en la temporada próxima? ¿Llegaré al fin a conseguir

el bienestar que me creo lo tengo bien ganado? —¡Paciencia! Paciencia —me

dicen todos—. Ya la tengo; pero ¿hasta cuándo?

Mire, D. Benito; en la casi seguridad de que no estaré de mestro en teatro

de varietées (pues, no habrá abierto más que uno) y también en que Maura

suba y yo baje, ¿tendría usted inconveniente en escribir al empresario de la Co

media o a Thuíller39 (que viene a la Princesa) a fin de que yo dirija el sexteto?

434

De conseguir esto para nada me acordaría del género chico, quedándome las

tardes libres (y en caso de cesantía, las mañanas también) para dedicarme por

entero a Zaragoza, que bien sabe Dios que si no está terminada no es mía toda

la culpa; exigencias de la vida me han obligado a torcer mis propósitos mil veces.

No olvide mi petición, e influya cuanto pueda con el empresario y actor

a fin de conseguir mis deseos.

Dígale al simático don José * que mi segunda carta será para él.

Saludos maestro.

Con un fuerte apretón de manos se despide su buen amigo

Madrid, julio, 1906 A. Lapuerta

10

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Mi siempre querido y admirado D. Benito: Sí, señor; así termina el primer

cuadro del acto tercero, oyéndose la marcha de la Ronda después del incendio

del caserón.

La muerte de la Sancho, no sólo está hecha, sino que creo será uno de los

números que más impresión causará (y perdóneme este rasgo).

Mire cómo he visto la escena: inmediatamente después del feliz encuentro

de María con Agustín, que quiero sea como un rayo de sol que ilumine aquellas

tenebrosidades, súbitamente se interrumpe por quejumbrosos acordes metálicos

que preceden a la aparición de la heroína... Y aquí sí que pediría una gran

actriz, pues de expresión tal vez sea la más difícil de la obra (hasta ahora) por

haberla sentido más sobriamente y alejándome a mil leguas de toda aria y ro

mance, y con esto ya comprenderá que la veo casi hablada sin que pueda pre

cisar dónde tiene que cantar y dónde recitar. ¡Qué desgracia! ¡Son tan torpes

nuestras cantatrices! En fin, allá veremos.

A su muerte y después que las cosas han dicho lo que tienen que decir, y

con el profundo respeto que merece la muerte de un héroe, la acción de tomarla

en hombros (todo muy solemne) para llevársela [tachadura ilegible] a todo esto

acompaña la orquesta con una marcha fúnebre, parafraseando el motivo que

simboliza a la Sancho, hasta el momento de prender fuero al caserón, que re

tornan los motivos belicosos, terminando el acto con gran estrépito orquestal.

¿Qué le parece?

Y ahora vengan pronto, pronto esas cuartillas.

Salude a D. José y familia, sin olvidar al gran Victorino y usted sabe lo que

lo quiere y admira su amigo.

A. Lapuerta

9 julio

435

11

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Mi muy querido D. Benito:

Recibidas carta y cuartillas correspondientes al segundo cuadro del acto tercero.

No he hecho un estudio detenido de ellas. A primera vista me ha parecido el

cuadro enorme, muy grande y muy teatral. Conforme en todo lo que me dice

de la jota. No pondré guitarras en escena, esté tranquilo. Me habían de ase

gurar el éxito los conspicuos en lides teatrales si ponía eso en escena, y aun

así no las pondría. Nunca pienso en ello. No puedo hacer más, D. Benito, que

emplear tarde y noche en la obra, y cada vez con más ahínco con más fe cada

día. Hace mucho tiempo que mi ánimo no decae tan fácilmente como antes.

¿Qué será?

Tal vez a principios de agosto me vea en la precisión (y digo precisión por

que mis obligaciones me obligan a ello) de tener que aceptar la plaza de maes

tro de sexteto de cinematógrafo que se va a abrir en la plaza S. Marcial.

Estoy muy atrasado, D. Benito, y ahora no saco ni para las trampas...

¡Qué contrastes! He empezado la carta con mi volandera fantasía allá,

donde debía estar siempre y termino de la manera más prosaica. Perdóneme.

No se moleste en escribir. Ya lo haré yo.

Salude a su familia, y sabe lo mucho que le admira su buen amigo,

A. Lapuerta

Julio-20

12

Sr. D. B. Pérez Galdós

Santander

Mi muy querido amigo D. Benito: el primer cuadro ya va bueno, espero

terminarlo la semana que viene. Trabajo cuatro horas diarias, por las tardes.

¿Cuándo podré recibir el segundo? No demore el envío, puesto que la fragua

está bien preparada.

He hecho algunos cortes, poca cosa. Los diálogos entre el Capitán y Montoria

(padre) van hablados, pero con música; he temido ponerlos en recitado por

miedo a que nos pusieran un fortísimo que por mal que lo hagan hablando,

mil veces peor lo harían cantando. Son terribles. Los diálogos son de alguna

importancia, y precisan se entienda bien todo.

436

Le repito no demore el mandarme el segundo cuadro. Tengo verdadera an

siedad y miedo a la vez de llegar a la escena de la jota, este vigoroso canto,

jamás llevado a la escena con tan justificada razón, ni con tal alarde de origina

lidad. ¡Beethoven me ilumine!

Ahora le digo que me costó gran trabajo empezar el cuadro. Me encontraba

desorientado, casi nulo, seco, diría mejor. ¡La máquina se había enfriado de

masiado! Para las quisicosas musicales que he estado haciendo tanto tiempo,

se conoce empleé la maquinilla. Aquello pasó, y ahora, mi querido D. Benito,

estoy como el primer día que empecé la obra, o, mejor, creo que sí.

Salud, y hasta otra. Siempre muy suyo,

A. Lapuerta

Madrid-agosto-1906

13

Sr. D. B. Pérez Galdós

12 agosto 1906

Insigne D. Benito: ¿ha recibido mis dos anteriores?

Está terminado el primer cuadro. Lo que más me satisface es el ambiente

de guerra y tristeza grande —¡tristeza de héroes!— que rodea todo el cuadro.

Me parece he acertado con la muerte de Manuela Sancho... ¡Y qué miedo tenía

a este cuadro!... Mientras llega el segundo voy a rectificar dos estrofas de

Montoria, padre.

A ser posible, procure no sea muy largo el cuadro segundo, pues esto dura

cuarenta minutos.

¡Cuánto tiempo que mi espíritu no sentía impresión alguna artística! Si

casi, casi me había olvidado a que sabía éso\...

Y le advierto que no dejo de pasar mis malos ratos, pero son los menos;

y siempre, siempre que atajarme quiere la idea —¡idea mala!— del trabajo

perdido, con dos manotazos que doy al piano, desaparecen y ya rehecho y tran

quilo prosigo mi trabajo. Pase lo que pase, jamás olvidaré las horas tan felices

que he disfrutado musiqueando Zaragoza.

Con que... venga pronto el cuadro segundo.

Hasta otra; suyo,

A. Lapuerta

437

14

Sr. D. B. Pérez Galdós.

Santander.

Mi muy querido D. Benito: En mi anterior decíale tenía paralizado el tra

bajo; hoy le comunico he entrado nuevamente en raíles yendo a una marcha

regular, pues de mi anterior a hoy he hecho la introducción del cuadro y las dos

primeras escenas.

He estudiado detenidamente todo el cuadro segundo y estoy completamente

de acuerdo con todo lo que usted me expone. De dimensiones no me parece largo.

Su primera escena (la XII) la he hecho hablada. La XIII (cantada) y en

forma de scherzo por amoldarse perfectamente este ritmo al carácter joco-serio

de la situación.

La entrada de Candióla no me ha salido mal; triste, pero sin grandeza.

El perpetuo contraste que quiero aparezca entre Montoria padre y Can

dióla, ¿llegará al público? La música sin palabras ¿podrá expresar los senti

mientos de simpatía y antipatía? Yo creo firmemente que sí.

La jota... ¡ay, D. Benito!, todavía la siento allí, muy lejana. No puedo dar

con la forma, pero al fin será mía. No tenga miedo.

Recuerdos a D. José.

¿Ha escrito a Gracia? 41.

Muy suyo,

A. Lapuerta

Agosto, 13-1907

15

Grand Hotel de PEurope.

Saragoise.

Queridísimo D. Benito:

¿Podré tener la suerte, la dicha de que esté a mi lado la noche del estreno?

Supongo le habrá dado alguna anchura la visita de Gascón42. Hoy han llegado

Miquis43 y Pablillos. Han presencia [do] el ensayo de la obra. La parte mu

sical les ha gustado, encontrándola muy ajustada al libro.

D. Benito, que estoy huérfano. Mañana nos vamos a ocupar sólo de la

parte escénica.

D. Mariano quería ponerle dos letras. Yo contento.

Hasta mañana, y... ¡al tren!

A. Lapuerta

438

16

Sr. D. B. Pérez Galdós

D. Benito: Supongo habrá leído en El País lo que el buen Arnedo dice de

Zaragoza; poco, pero substancioso. Haga porque Pablillos lo comente lo antes

posible. En El Heraldo, ¿no podría decir algo también Pinillos? No creo sea

gran obstáculo el que no sea amigo (ni enemigo) de él para defender una causa

justa.

Hoy escribo a Arnedo y le encargo pida las señas a Baccario.

No voy por su casa por estar muy ocupado en una quisicosa para «La La

tina», que quiero acabar enseguida.

Siempre suyo,

A. Lapuerta

No se le olvide el palco para mi familia.

17

Madrid, 24 fbro. 1914

Sr. D. Benito Pérez Galdós.

Don Benito: Hoy he estado dos veces en su casa.

Ya tengo hecha la música para el funeral de Alceste. El domingo a la

una iré para que lo oiga. Podría acercarme por la «Princesa» a las horas que

estará usted de ensayo, pero antes quiero que usted la oiga particularmente.

Creo le gustará.

¿Qué hay de la Banda? Piense que ahora es oportuno; hasta este momento,

desde el estreno, nada le había dicho. He visto Las golondrinas** y... de usted

para mí, no han achicado por ningún lado a Zaragoza. Al tiempo.

¿Sería tan difícil conseguir que algún amigo de usted en El Liberal, u otro

diario, pidiera tocase la Banda algo de nuestro Zaragoza^ Si no tuviera gran

confianza en mi labor, jamás saldría de mis labios tal petición.

Siempre suyo,

Lapuerta

18

Madrid, 9 marzo 1914

Don Benito: ya me avisté con el director Villa45. Quedamos en que yo le

daría un croquis de lo que quisiera se tocase, y en esto estoy. No le he pedido

439

terminar por tener que ocuparme en hacer música para una cinta cinematográ

fica de la Zarzuela.

Los momentos que he pasado son los siguientes:

1.° Escena épica del tercer acto.

2° Raconto tenor («una tarde...») y llegada de Montoria (acto primero).

3.° Dúo de amor (acto segundo).

Final.—Copla de jota.

¿Qué le parece?

Todo esto vendrá a durar de unos veinte a veinticinco minutos.

Siempre suyo,

Lapuerta

¿Y, qué hay de Alceste?

19

Sr. D. B. Pérez Galdós

Queridísimo maestro: nada le digo de su gran Marianela puesto que ya

tuvo noticias de cómo y dónde pasé la noche del estreno. Del proceder de

Bueno, Laserna y otros «conpicuos», sólo le diré me ha perecido sencillamente

necio. No, casi, casi culpo más a los directores (de cómplices no escapan) que

a sus críticos literarios.

Y ahora, a otra cosa.

Acabo de leer en el Heraldo va a poner música Morera46 a Marianela. No

puedo menos de apresurarme a decirle me diga que hay de cierto. En verdad

me ha disgustado dicha noticia.

Usted ya sabe las grandes ilusiones que siempre he tenido (y sigo con ellas)

por dicha obra. Ella fue la que me presentó a usted (¡una de las satisfacciones

más grandes de mi vida!); en ella he pensado muchas, muchísimas veces como

en la única obra para darme a conocer del todo a este público. En fin, por esta

obra adelanté mi boda, creyendo podría hacerla inmediatamente como así pudo

ser, a no haber pasado lo de F. Shaw.

Sé que me dirá usted que yo también podré hacerla, pero también sé aquello

de que «Segundas partes...»

Si la obra resultara un éxito grande sería ya inútil mi labor. Si por desgra

cia (para usted) no fuera así, también sería, si no inútil, por lo menos muy

peligroso el que yo saliera victorioso, pues ya sabe, querido don Benito, que

este es el país de los precedentes.

De ser verdad dicha noticia, se me ocurre un medio con el fin de que él

y yo la hagamos: la colaboración. Por mí no hay ningún inconveniente, y si a

440

usted no le parece mal, puede desde luego el proponérselo a Morera poniéndole

en antecedentes sobre la prioridad mía y que él, si quiere, puede verlos justi

ficados por F. Shaw.

Precisamente la misma noche del estreno de Marianela estuve hablando con

Jurado de la Parra, y me decía tenía muchísimos deseos de hacer libreto musical

Marianela, pata, lo cual pensaba pedirme autorización muy pronto, así que ter

minara una obra que tiene para Chapí.

Ahora, usted tiene la palabra. Estaré impaciente hasta saber lo que usted

me dice. —Salud maestro. Mañana viernes, ¡por fin!, salen los valses en el

Heraldo—. Reciba un apretado abrazo de su muy suyo,

A. Lapuerta

NOTAS

1 Algún crítico habló del joven y ya aventajado maestro, palabras que a Lapuerta le

parecían escritas por un imbécil (tarjeta a Hurtado de Mendoza en el legajo que describo

en la nota siguiente). Lo cierto es que hoy su nombre está totalmente ignorado en los

repertorios de historia musical y hasta en los inventarios de los géneros que él cultivó.

2 El legajo que conserva esta correspondencia en el número 10, carpeta número 11. El

total son 31 piezas entre cartas y tarjetas.

3 Guillermo Fernández Shaw ha contado cómo don Benito confió al librero Baldomero

Portillo sus deseos de que el poeta convirtiera Marianela en zarzuela u ópera (1905), como

también se pensó en que él mismo hiciera la escenificación de Zaragoza (vid. Un poeta de

transición. Vida y obra de Guillermo Fernández Shaw (1865-1911). Madrid, 1969, pági

nas 130 y 132). Puedo confirmar la información concerniente a Marianela con nuevos datos:

el interés de Galdós estaba amparado en un fracaso que había tenido con Valle-Inclán.

En 1905 debía haberse acabado un intento de colaboración, ya que sabemos que Valle pre

tendió llevar la novela a las tablas y, si hemos de hacerle caso, trabajó en ello. Por 1904

decía tener algo hecho, pero nunca terminó (cfr. la carta de don Ramón a Galdós en

Sebastián de la Nuez y José Schraibam, Cartas del archivo de Galdós. Madrid, 1967, p. 28).

Sólo al tercer intento fue la vencida: los Alvarez Quintero —ya por 1914— pensaron en

hacer una versión de la novela para desagraviar al gran novelista de las mezquindades que

padeció en su candidatura al Premio Nobel. La Marianela de los dramaturgos sevillanos se

estrenó en 1916. (vid. Cartas del archivo de Galdós, ya citadas, pp. 238 y 240-244).

4 El periodista aragonés hace referencia al artículo «Género chico, ópera nacional» que

el propio Lapuerta publicó en el número 5 de Juventud (se empezó a publicar en octubre

de 1905), vid. sus páginas de recuerdo Galdós, Aragón y la ópera Zaragoza («Cuadernos

hispanoamericanos», 250-252, 1970-71, p. 730).

5 Carta del 4 de agosto de 1900.

6 Carta número 7.

7 Aunque se conserva una carta de cierto interés [la n. 8], pero no referida al tema

que tratamos de historiar.

441

8 Galdós estuvo en la ciudad poco antes de estrenar la ópera y, según contó Francos

Rodríguez (vid. nota 14) hizo bocetos para el decorado. Zaragoza le era conocida desde

mucho antes: en 1869 la visitó con ocasión de acontecimientos narrados en las Memorias

de un desmemoriado (O. C, VI, pp. 1858-1859):

De Zaragoza recibieron nuestros gloriosos generales una invitación para

asistir a un certamen de artes e industrias [...]. Varios amigos me colocaron

a mí, que en aquellos días escribía en no sé qué semanario... Al día siguiente,

tempranito, me eché a la calle, ansioso de conocer ciudad tan interesante,

renombrada por su grandeza histórica y singularmente por el valor de sus

hijos. En pocas horas recorría sin guía el Coso, el Mercado, el Pilar y la

Seo; vi la Torre Nueva; después la Escuela Pía, la parroquia de San

Pablo, la Puerta del Carmen, acribillada por los balazos de los dos famo

sos sitios; la Trinidad, la Aljafería, el Torrero y, por último, las ruinas de

San Agustín. No puedo decir que todo esto lo viera en una sola caminata,

sino en varias aquel día o en los siguientes; ello fue que por un miste

rioso móvil de observación me fui apoderando de todos los aspectos carac

terístico de la capital aragonesa (p. 1659 a).

En La Esfera (24-1-1920), Rafael de Mora publicó un artículo, Pérez Galdós, dibu

jante, ilustrado con un bellísimo dibujo del Pilar, hecho por don Benito, y con el que

acompañó estas páginas.

9 El 21 de abril de 1924, estrenó Galdós (teatro de la Princesa de Madrid) su Alceste,

protagonizado por los grandes de la escena española (la Guerrero, Díaz de Mendoza,

Thuillier). El escritor puso una nota A los espectadores y lectores de «Alceste» (O. C, VI,

1284-1249) en la que no habló de colaboración, pero —carta del 24-11-14— Lapuerta

había escrito, cuando menos, la partitura del funeral que podría ir en la escena IV del

acto tercero, cuando el dramaturgo ha apostillado el «óyese [...] música funeraria de

flautas y liras» (p. 1276 a).

10 Los amigos zaragozanos de Galdós le tuvieron al corriente de la situación teatral de

la ciudad y la asignación del Teatro Principal, donde la ópera acabaría estrenándose. En la

Casa Museo de Las Palmas se conserva una carta muy explícita de Mariano Gracia a don

Benito (9 de enero de 1908).

11 El texto de su telegrama —dirigido a Luis Moróte— se publicó en la prensa local.

El Diario de Avisos del día 3 lo reprodujo de la manera siguiente:

Galdós sigue enfermo. No puede asistir al estreno de Zaragoza. Espera

mejorar y cree seguro ir jueves. En este caso le acompañaremos muchos

amigos y admiradores. Moya.

12 Copia del Diario de Avisos de Zaragoza (3 de junio de 1908).

13 El Heraldo de Aragón (30 de mayo) había publicado la noticia de que ese día se

reuniría el Ayuntamiento en «sesión confidencial». Merece la pena recoger la nota:

La reunión ha sido convocada con urgencia por el alcalde a ruego de

la sección municipal de Beneficencia e Instrucción y tiene por único objeto

acordar el homenaje que tributará a D. Benito Pérez Galdós, con motivo

del estreno de su ópera Zaragoza.

Existe en la casa consistorial el criterio unánime de hacer excelente

442

recibimiento al ilustre literato a su llegada a Zaragoza y de verificar en su

obsequio un acto de afectuosa gratitud por haber concedido a Zaragoza

las primicias de su privilegiado talento al escribir una obra relacionada

con los Sitios.

Desde luego puede afirmarse que el recibimiento a Galdós será tan

cariñoso como el que se hizo a Sarasate.

A la estación saldrá a esperarle nutrida comisión de concejales y la

sección montada de la guardia municipal.

La noche del estreno de Zaragoza, el Ayuntamiento obsequiará con un

lunch en el salón verde del coliseo de la calle del Coso y hay el propósito

de llevar a cabo otros actos, los cuales quedarán planeados en la sesión de

esta tarde.

Por eso los acuerdos del día 3 fueron más protocolarios y atendían al próximo viaje de

miembros de la familia real.

14 Vid. Heraldo de Aragón y mi apéndice documental. Con las impresiones de Lapuerta

coincide Francos Rodríguez: «los derechos que puede dar una ópera son irrisorios, mientras

que una zarzuela de un acto puede producir —1908— hasta treinta mil duros». (El teatro en

España 1908, p. 102).

15 Alguna de sus especies está en la última carta que aquel mismo día debió escribir

a Galdós (nuestro número 15).

16 Lapuerta llevaba diez días en Zaragoza y con él algún prohombre republicano —como

el político Luis Moróte— que regresaría a Madrid para ver a Galdós (Diario de Avisos,

3 de junio). Para el retraso del estreno tuvieron que ponerse de acuerdo los empresarios

del Lara (Eduardo Yáñez) y del Principal (Gascón), pues la compañía en verso de aquél

tenía que haber debutado el 5. Su actuación se retrasó al 9.

17 Ejemplar correspondiente al 3 de junio. Su información es mucho más completa que

la de García Mercadal.

18 Los otros periódicos locales están faltos de números en las bibliotecas de la ciudad.

Me atengo a lo que he logrado ver y a los que ha visto por mí don Javier Lucea, a quien

agradezco públicamente su gentileza.

19 Me refiero al tomo III, número 54, p. 16, correspondiente al 15 de junio de 1908.

20 El Heraldo de ese día facilitó una información que es bastante explícita. Me ahorro

el comentario y transcribo —sólo— unas líneas:

El homenaje que rinde el Ayuntamiento al Sr. Pérez Galdós no tiene

más objeto ni otro alcance que expresar su gratitud por haber escrito su

ópera basada en los sitios memorables que sostuvo Zaragoza los años 1808

y 1809, concediendo a la ciudad las primicias del estreno de la obra.

21 Vid., por ejemplo, el Heraldo de Aragón del día 6: «La interpretación fue más segura,

sin las vacilaciones que impone el temor en las solemnes noches de estreno».

22 Vid. José Pérez Vidal, Galdós crítico musical. Las Palmas, 1956, pp. 35-37.

23 No deja de ser sintomático que no se cite ni una sola vez en los tres volúmenes

—sapientísimos, sagaces— de Montesinos (Galdós, edit. Castalia, 1968-1973), ni conste

en la biografía lineal de Sainz de Robles al frente del t. I de las Obras Completas, ca

pítulo IX.

443

24 Una excepción es José Francos Rodríguez que en El teatro en España 1908

(Madrid, 1908), se ocupó de la ópera. Sus palabras son un amontonamiento de vaciedades

cuando no de inexactitudes. El crítico cuenta que Galdós trazó «los croquis de las de

coraciones que han de servir en su ópera» (p. 35) en un viaje a Zaragoza antes del que

ha tenido que comentar.

25 En 1906, Galdós se metió —o le metieron— en política y acompañando a Luis

Moróte figuró en la candidatura republicana que triunfó. Para el viaje de Moróte, cfr. nota 16

26 A veces se llegó a cartas de una ridicula exageración. Véase ésta —sin fecha— de

Mariano Gracia:

Querido Don Benito:

¿Por qué no habré tenido yo, mi esposa o cualquiera de mis hijos ese

traidor reuma? No necesito decirle cuánto siento y con usted la contrariedad

de este entorpecimiento.

Supongo que viene usted el jueves, hace falta usted y lo esperamos.

Todo Zaragoza me pregunta constantemente por Don Benito y yo ya no

sé qué contestar a los vivísimos deseos de estos buenos amigos que

el HOMBRE que escribió «Zaragoza».

Suyo que le abraza Mariano Gracia

Este corresponsal es el don Mariano a que se refiere Lapuerta en la carta número 15

y de quien dijo Galdós (Memorias de un desmemoriado, O. C, VI, p. 1659 a):

Mucho aprendía en aquel primer viaje [a Zaragoza]; pero hasta mi

segunda o tercera visita no conocí al famoso Mariano de Gracia, el hombre

más salado, más simpático, más ameno que ha nacido a orillas del Ebro.

La jota y los dos Marianos, Cavia y Gracia, son las mejores flores de Aragón.

27 Manuel Marañón defendió a Galdós en el pleito sobre la propiedad de las obras

del novelista.

28 Antonio Pirala, Madrid (1829-1903). Político e historiador. Son conocidas sus obras

Anales de la guerra civil (1853), Historia contemporánea (1875), Anales contemporáneos (1894).

29 José Hermenegildo Hurtado de Mendoza y Pérez Galdós, al que Lapuerta escribió en

alguna ocasión, cfr. nota 1.

30 Marcos Zapata (Zaragoza 1845-Madrid 1914). La capilla de Lanuza fue su obra de

más éxito. De sus zarzuelas se recuerdan El anillo de hierro y El reloj de Lucerna (ambas

con música de Marqués).

31 Guillermo Perrín, malagueño, como su tío Antonio Vico. Autor de más de cien

piezas del género chico; colaboró casi siempre con Miguel de Palacios. Obras: La esqui

na del Suizo, Cambio de habitación, La cuna.

32 Juan Pérez Zúñiga, colaborador del Madrid Cómico (1880), periodista de Blanco y

Negro, ABC, El Liberal y Heraldo de Madrid. Sus obras más conocidas son los Viajes morro

cotudos y, en el teatro, La lucha por la existencia, La gente de patio y Exposición permanente.

33 En el ruidoso asunto de los derechos de autor, vemos que Lapuerta estuvo con los

que claudicaron a las exigencias de Florencio Fiscowich. En pocas líneas el asunto era éste:

para que las zarzuelas se pudieran representar hacía falta el «material de orquesta» (la

parte de cada instrumento), cuya copia es cara y sin ningún valor económico en caso de

que la obra no tenga éxito. Estas copias eran hechas por los «archiveros». Como los mú-

444

sicos no daban importancia a estos derechos, harto problemáticos, Fiscowich fue comprando

a precio muy bajo los derechos de copia. Cuando el editor se encontró dueño de un gran

número de contratos, amenazó a las empresas con retirarles el repertorio de que era dueño.

Chapí se opuso a la explotación, aunque le ofrecieron un millón de pesetas; rompió con el

teatro de Apolo, fue eliminado del de la Zarzuela y se quedó sólo en Eslava. Con una

enorme energía, se enfrentó a todos, sin libretistas, sin teatros y con la escasa ayuda de

Sinesio Delgado y Fernández Shaw logró vencer y rescatar el archivo que pasó a la So

ciedad de Autores, según cuenta Lapuerta en la carta 5 (crf. A. Martínez Olmedilla, Los

teatros de Madrid. Madrid, 1947, pp. 263-267).

34 Luciano Berriatúa tenía un negocio de frontones en Madrid (Euskal Jai, Frontón

Central); animado por sus éxitos, se hizo empresario del teatro Español y luego del de la

Comedia; tras ellos, regentó el de la Zarzuela. Quiso aclimatar la ópera en España, y para

ello construyó el Teatro Lírico pero fracasó (Chapí estrenó entonces su Circe); cfr. Martínez

Olmedilla, op. cit., pp. 224-225.

35 Pienso que es Fiscowich, que con sus maniobras se había convertido en arbitro de la

producción teatral.

36 Aunque la carta no tiene fecha creo que es de agosto de 1901 por las siguientes

razones: 1) hace referencia al estreno de Electra (30-1-1901) como cosa próxima y, sobre

todo, como algo aún operante al escribir la carta. 2) se habla del arreglo del acto segundo de

Zaragoza, estableciendo relación con nuestros doc. 5, y 3) las palabras sobre el Preludio

no hacen, sino reincidir en lo que escribió en agosto de 1901.

37 Aunque la carta no está fechada, es de 1903, año en que se llevó al teatro, con

música de Chapí, El equipaje del rey. Novela que pertenece a la 2.a serie de los «Episodios

Nacionales», vid. la carta del 15 de julio de 1903 que Tolosa Latour envió a Galdós

(apud. Ruth Schmidt, Cartas entre dos amigos del teatro. Las Palmas, 1968, pp. 151-152).

38 La carta es muy de los primeros días de julio, según se desprende del comienzo de la

siguiente.

39 Emilio Thuiller, malagueño, tras una rápida carrera, perteneció a la compañía del

teatro de la Comedia, con Emilio Mario, y estrenó una serie de dramas galdosianos: Realidad,

Doña Perfecta, La de San Quintín, Los condenados. En el Español dio a conocer Alma y

vida, la obra que tantos sinsabores dio a don Benito.

40 José Hermenegildo, el sobrino de Galdós al que ya se ha hecho referencia (nota 29)

41 Gracia, vid., nota 26.

42 Empresario del teatro «Principal» de Zaragoza, que marchó a Madrid para lograr que

Galdós asistiera al estreno (vid. nota 16). Según esta referencia y la despedida, la carta es

del 3 de junio de 1908, día en que Gascón salió para Madrid «en el rápido de esta tarde»

{Diario de Avisos del 3-VI-1908).

43 Miquis es el Dr. Manuel Tolosa Latour, amigo entrañable de Galdós. Solía usar este

seudónimo que no era sino el nombre de un médico (Augusto Miquis) de La desheredada.

44 Usandizaga (San Sebastián, 1887-1915). Recogió la lírica popular vasca y la enal

teció en sus obras (Mendi Mendiyan, 1910); Las golondrinas, letra de Martínez Sierra, es

trenadas en 1914, fueron acogidas con enorme éxito. Un año después Usandizaga dio a

conocer La llama.

45 Ricardo Villa (Madrid, 1873): Cantos regionales asturianos (1899), Raimundo Lulio

(1902, ópera con libro de J. Dicenta) La visión de Fray Martín (poema sinfónico sobre

445

texto de Núnez de Arce) y zarzuelas. Director de la orquesta del «Teatro Real» (1905) y de

la banda municipal de Madrid (1909).

46 Que a Galdós le animara estar en relación artística con Enrique Morera es incuestio

nable. El fundador del Teatre Líric Cátala (1901) había escrito poemas sinfónicos {L'Atlántida)

y música para obras de los grandes escritores de su época. Sumamente prolífico, dio

vida a textos de Guimerá, Apeles Mestres, Adriá Gual, Rusifíol, Amiches, etc.

446

IMPRESIONES DE UN AUTOR

LA OPERA DE ZARAGOZA

Sr. Director del Heraldo de Aragón.

Distinguido señor y amigo: Me invita usted cariñosamente a escribir cuatro

palabras sobre la partitura de la ópera Zaragoza, que se estrena definitivamente

boy jueves en el teatro «Principal».

La situación de ánimo en que se encuentra todo autor en las proximidades

del estreno, no es la más a propósito para hilvanar alegatos de defensa que son

en el fondo las ideas palpitantes en las autocríticas que se solicitan de los auto

res en casos tan extremos como en el que yo me hallo.

Prescindiendo de retóricas ni formulismos, á los que no me encuentro bien dis

puesto por mi rudo carácter navarro, que tan bien hermana con el franco y

noble aragonés, declaro aquí, en trance tan inminente, que mi mayor preocu

pación es la de mostrarme en mi trabajo modesto a la altura de la gloriosa

epopeya que conmemoramos y a la altura también del varón insigne, del gran

escritor D. Benito Pérez Galdós, que me ha honrado de manera espléndida con

una colaboración tan valiosa.

Quiero ser digno de una y otra y a ello he encaminado principalmente mis

esfuerzos: todo lo que he puesto á su servicio y si me he equivocado mía será

exclusivamente la culpa.

Poco propicio es en España el ambiente artístico para la ópera nacional: la

transición de géneros resulta brusca y necesita una delicada preparación, por

parte de todos, para que tan hermosa planta se aclimate.

Al escribir la música de la ópera Zaragoza, he procurado inspirarme en los

modernos cánones, corrientes y sancionados en el mundo artístico: he querido

tomar puesto en las avanzadas del progreso musical, pensando en la alteza del

asunto, digno de todos los esplendores de la moderna escuela.

La cultura del público, su fino instinto, pronto a la asimilación de proce

dimientos racionales que traen aparejados los nuevos moldes, permiten al autor

moderno confiar en la eficacia del espíritu innovador que agita los espacios

infinitos del arte.

Descender a detalles sobre la música de Zaragoza, faltando tan pocas horas

para que el ilustrado público zaragozano la conozca y pronuncie su fallo, podría

parecer pretencioso e inoportuno.

Sólo creo necesario en este momento, señor director, señalar como queda

expuesto, la tendencia de la obra y lamentar con toda mi alma la ausencia, por

enfermedad lamentable de mi ilustre protector y colaborador animoso D. Benito;

al que corresponderán la mayor parte de las satisfacciones, si las hubiere.

La orfandad en que involuntariamente me ha asumido D. Benito se ha con-

447

trarrestado en lo posible con los buenos oficios y cariñosos desvelos del maestro

Baratta, artistas y amigos, todos los que han ensayado y me han ayudado en la

tremenda tarea con interés y amore.

Sin olvidar a los que, como usted mi buen amigo Motos, entienden el noble

sacerdocio de la prensa, en el sentido de animar al pobre autor en los azarosos

preliminares del estreno.

Y deseando le hayan satisfecho estas líneas para el fin que desee, queda de

usted su muy afectísimo que le estrecha la mano.

Arturo Lapuerta.

{Heraldo de Aragón, 4-VI-1908.I

21

EN VÍSPERAS DEL ESTRENO ZARAGOZA

Con objeto de que nuestros lectores conozcan por anticipado lo que es la

obra, a continuación publicamos la siguiente impresión escrita por el ilustrado

crítico musical D. Luis Arnedo, cuya competencia en la materia es bien conocida

de todos.

EL PRELUDIO

Es corto; sin las proporciones ni patrón obligado de las antiguas oberturas,

mandando retirar, los compases que se oyen antes de sorprender la acción, en

los comienzos de la ópera, sirven acertadamente al objeto que se propone^ el

compositor, inspirado en modernos cánones: dar una idea del tono épico im

perante en casi todos los momentos de la partitura, preparando el ambiente

y barajando inicialmente los elementos religioso y popular.

El motivo de la jota llamada de los Sitios corre como un lamento entre

fragores de lucha y pequeños oasis de calma mística: la labor contrapuntística

del órgano, tranquila, grave, reposada, contrastan con los efectos de instrumen

tación tumultuosa, violenta, que pinta con sus ritmos atropellados los horrores

de la titánica lucha.

PRIMER ACTO

Tiene lugar en la histórica plaza del Pilar (Cuadro primero).

Perora un fraile (bajo) animando a la lucha, mientras desfila un triste cortejo

de camillas, conduciendo heridos. Interviene en esta escena el coro de mujeres

y niños.

Montoria (hijo; el tenor de la ópera), seminarista, manifiesta no tener vo

cación religiosa, pues además de estar enamorado de Pilar, según expresa en

448

un magnífico raconto, reconoce que la patria en tales momentos necesita gue

rreros, decidiendo arrojar los hábitos.

Montoria (padre, barítono, de gran importancia, como se verá), arrastra tras

de sí al pueblo, inflamándole en amor patrio. Este momento da lugar a un coral

de extraordinario vigor, levantado y sonoro, en el que se jura morir luchando

sin tregua ni descanso.

Manuela Sancho (contraalto), el tipo de mujer del pueblo, valerosa y deno

dada irrumpe la escena seguida del coro de mujeres, igualmente heroicas.

Es página culminante de este mismo acto el dúo, o más propiamente dicho,

escena amorosa entre la hija del usurero Candióla y el hijo del héroe popular

Montoria. El compositor ha tenido el acierto delicado de combinar en tal

momento dos motivos de jota, contrapuntísticamente enlazados, que al oirse

simultáneamente, expresan, a la vez, con otras vigorosas pinceladas del bellísimo

fragmento, la amalgama de pasión y patriotismo, afectos y deberes que embar

gan el ánimo de los amantes.

Candióla, el repugnante usurero, (otro barítono de importancia), sorprende

la escena y termina el cuadro primero.

Brillante y originalísimo preludio prepara el acceso al cuadro segundo; de

carácter marcial préstanle carácter el isócrono ritmo de los tambores y el brillante

relampaguear de los agudos pífanos.

Los niños marchan al frente del marcial desfile, por una calle en la que se

supone habita Candióla.

Llaman a su puerta y como se niegue a facilitar lo que se le pide, dispónense

a castigarle duramente.

Montoria lucha entre el amor, el deber y la consideración de ser aquel

traidor padre de la que ama. Interviene Pilar, en favor de Candióla; éste se

retuerce bajunamente obteniendo por fin el perdón y el dinero, que recoge su

insaciable codicia.

ACTO SEGUNDO

Huerta de Candióla, destacándose en el horizonte la famosa Torre Nueva.

María del Pilar, la hija del usurero, espera a su novio, el bizarro Montoria. La

llegada de éste da lugar a una nueva escena amorosa, de mayor fuerza aún que

la del primer cuadro: anhelos por la futura suerte de aquel amor nacido entre

lágrimas y sangre, juramentos que aprietan irrompibles lazos, dan lugar a un

verdadero derroche de ideas musicales llenas de poesía y firmeza. Una bomba

atraviesa el espacio; su estallido determina la aparición de Candióla, sorpren

diendo a los amantes. Violenta escena en la que el iracundo padre llega a mal

decir a Pilar.

Montoria ofrece volver a recoger la palabra empeñada uniéndose a la mujer

que idolatra. El motivo de jota convertido en suave plegaria, es originalísimo

y sentido.

449

29

. Este acto es de los más claros y asequibles a la masa general del público;

está bien entendido y mejor espresado.

ACTO TERCERO

Un hospital de sangre. £1 rezo continuado de las monjas de Santa Mónica

da un ambiente de doloroso misticismo a la escena. Los lamentos lejanos de

los heridos se mezclan a los rezos de las religiosas y a las frases de desesperada

amargura de las mujeres del pueblo.

La entrada de los Montoria reanima los abatidos ánimos, con un brioso

marcial.

Anúncianse nuevos peligros: los invasores se preparan a asaltar la casa óyese

el coro de hombres dividido en dos grupos y cantando en distintos planos.

Efecto nuevo de sorprendente resultado a no dudar: los defensores ocupan

el tejado y azoteas, los invasores llegan por sótanos y pisos interiores. Final de

gran confusión.

ACTO CUARTO

Tiene lugar en el templo de San Agustín, convertido en ruinas. El abati

miento, producido por el cansancio y el aniquilamiento de la lucha, ha llegado

a su grado máximo. Candióla, al que los acontecimientos separaron de su hija,

solicitan ahora la protección de los patriotas. Una bomba destruyó su casa e ig

nora el paradero de Pilar. Increpa a Montoria, el que desprecia sus amenazas,

prosiguiendo siempre en su tarea de animar constantemente a los anónimos héroes,

Es notable en el acto de raconto elegiaco del barítono. Convergen todos los

personajes para preparar el final brillante de la obra. Montoria se sobrepone al

dolor que le produce la muerte de su hijo Manuel, que pereció en la lucha.

De Candióla se dice que lo fusilan.

La llegada de nuevos refuerzos invasores inflama el ánimo de los que aún

sobreviven a la trágica epopeya, y este es el momento de resurguir el canto patrió

tico de la jota, esta vez en todo su desarrollo y brillantez.

Tal es, a grandes ragos, el campo de acción en que se desarrolla la ópera

Zaragoza.

Oportunamente daremos cuenta de su interpretación por la Compañía que

actúa en el Principal y del efecto que produzca en el público.

(Luis Arnedo, Diario de Avisos de Zaragoza. 3-VI-1908)

450

22

EL ESTRENO DE ZARAGOZA

EL MÚSICO.—LA PARTITURA

El estreno de la ópera de Zaragoza pone término a una odisea por todo ex

tremo interesante.

Ya la conté en El País cuando el maestro Lapuerta nos obsequió con una

lectura al piano de su ópera: entonces oficié de profeta anunciando el éxito.

Inútil es carecer cuánto celebro no haberme equivocado.

El caso de Lapuerta era para interesar el ánimo a su favor.

Un músico joven, fuerte y animoso, que desdeña los fáciles triunfos del

género zarzuelero, cada vez más rebajado de tamaño y significación artística y

se entra valientemente por el campo de la ópera nacional, demostrando en este

su primer ensayo que puede hacerla, perseverando constante en una labor donde

toda clase de contratiempos, sinsabores y pequeñas miserias tienen su asiento,

constituye un hecho laudatorio digno de estímulo.

Lo corazonada del ilustre varón D. Benito Pérez Galdós, prestando la pode

rosa ayuda de su cooperación valiosa al joven maestro, hasta ayer oscuro y casi

desconocido, da tinte novelesco a la gestación lenta y laboriosa de la nueva ópera.

Por fin cesaron las inquietudes y temores de insomnios y vigilias.

Llegó el momento tan esperado, deseado y temido al propio tiempo, del

estreno; el éxito ha sobrepujado las esperanzas de los autores.

Zaragoza ha correspondido a su esfuerzo, premiando largamente con acogida

entusiasta y cariñosa la delicada ofrenda artística de Galdós y Lapuerta.

Yo que animé a este último en días de espera, amargos y difíciles, quiero

ser también el primero en felicitarle hoy que orea su frente la brisa acariciadora

de la gloria.

La tendencia y significación de la nueva partitura Zaragoza esta bien expre

sada por su autor en las siguientes líneas: «Al escribir la música de Zaragoza—

dice Lapuerta— he procurado inspirarme en los modernos cánones, corrientes

y sancionados en el mundo artístico: he querido tomar puesto en las avanzadas

del progreso musical, pensando en la alteza del asunto, digno de todos los esplen

dores de la moderna escuela.»

Esto, que podría parecer arrogancia a los que no conozcan la noble dureza

del carácter navarro, es la expresión de los propósitos que animaron al compo

sitor: su credo artístico.

Cree y cree bien que a la ópera nacional se ha de llegar en automóvil, última

expresión del adelanto moderno en materia de locomoción y se ha de entrar en

su inexplorado recinto, por la puerta grande del más depurado progreso.

Lapuerta demuestra en su trabajo despreocupación grandísima sobre todo

lo que no sea arte, tal como él lo siente y lo señalan los modelos más dignos

de ser imitados en el actual momento histórico del drama lírico.

451

No hay en Zaragoza romanzas, dúos, ni cavaletas, ni aún corales, a pesar de

la casi continua intervención de la masa vocal, a la antigua usanza, con arreglo

a procedimientos manidos, donde el aplauso se solicita de continuo a grito

herido, vergonzantemente.

Con arreglo al ambiente del libro a las gloriosas hecatombes históricas que

le sirven de fundamental desarrollo, domina continuamente la nota patética

que da suave color y apacible tranquilidad a los principales fragmentos; fran

camente se destaca con perfiles nobles y fieros la figura musical de Montoria;

su hijo Agustín representa el elemento pasional amoroso, que da interés y va

riedad a la fábula; Candióla se inicia siempre por sonoridades graves, cupas,

estridentes, choque de intervalos y registros orquestales que parecen indicar la

sórdida avaricia, las bajas pasiones de tan repulsivo personaje. El padre Aragón

representa el elemento religioso, asociado a la grande epopeya: sus recitados y

parlamentos le imprimen carácter místico y varonil al propio tiempo. Guedita,

Manuel y el Capitán son musicalmente episódicos, aunque requieren cierta artís

tica significación en sus intérpretes, sobre todos los dos últimos.

Con tales elementos algunos de cuyos leid motive se halla bien definido, ha

construido el maestro Lapuerta su edificio musical.

Abundan los diálogos entrecortados constantemente, luchando bravamente

con la fatiga y monótona sensación que la generalización de tan peligroso proce

dimiento pudiera acarrear: este ligero temor lo ahuyenta (y de ello ha tenido

ocasión por adelantado de convencerse el inteligente músico) la tijera sabiamente

manejada. Considerada en conjunto la partitura, resta señalar los momentos

culminantes de ella. Tras corto preludio en que se barajan los elementos psico

lógicos de la obra, ya apuntados, da sensación exacta y preparada adecuadamente

el ánimo del oyente la primera escena, donde se entremezclan las plegarias mís

ticas del Pilar, con los alegres y marciales acentos de soldados y pueblo.

La salida de Montoria es teatral e interesante; sus frases vibrantes cons

tituye una de las inspiraciones de la ópera.

Manuela Sancho representa el elemento popular y por eso los diseños de la

jota revolotean en la orquesta, dando carácter al típico personaje. Antes merece

apuntarse el raconto de Agustín, en su escena con el Padre Aragón, bien sentida

y trazadas con acierto.

En el segundo cuadro se ha olvidado Lapuerta de hacer un preludio descrip

tivo que hubiera dado lugar a la mutación, exigencia escénica también atendible,

donde tendrían su sitio la marcha de los pífanos y tambores y, si quería uti

lizar a los niños, siempre internamente, evitando su salida que a nada obedece:

en el teatro pasa por axiomático, que lo que no hace falta o se halla jus

tificado pesa.

El asalto de la casa de Candióla da lugar a una movida escena; dibújase

ya en la salida del avaro su carácter musical, bien sostenido en el resto de la obra.

La escena amorosa del segundo acto será para el público lo mejor y más

asequible de ella; frases pasionales, caldas forman el dúo moderno de los

452

amantes María y Agustín (soprano y tenor); el autor aquí ha querido probar

que con la jota se expresan todos los sentimientos imaginables en esta hermosa

región y dejos de jota tiene el hermoso fragmento de referencia.

La violentísima acción que forma el nervio del tercer acto constituye un

escollo para su perfecta ejecución escénica, necesitada de elementos extraordina

rios; lucha, ataque del enemigo invasor por azoteas y sótanos, precisa división

de coro y ajuste matemático, difícil de lograr en el conjunto por virtud de la

plantación teatral; refinamiento de plástica para que la posible aproximación á

la realidad no malogre el efecto bien ideado por los autores.

La arenga que pudiéramos llamar, de Montoria, es valiente, aunque un

poco italiana; hay concesiones que se imponen.

El raconto patético de Manuela Sancho es otro momento afortunado del

autor; la frase grave de la contralto pinta bien el dolor sombrío, los horrores

de la lucha...

El fragmento instrumental que sigue; evacuación del Hospital é incendio

del mismo por Montoria, es un bello trecho de concierto, pequeño poema sin

fónico de frase inspirada, concepción atrevida y trazo seguro.

Del cuarto acto, breve por su desarrollo y conciso en acción, ya suficiente

mente diluida en lógicas condiciones de proporcionalidad, merece anotarse el

raconto en que Montoria llora la muerte de su hijo, trozo impregnado de ter

nura, y bien sentido.

Terminando la ópera con una escena que levanta el abatido ánimo de los

heroicos defensores a los sones de jota vibrante, después de la tierna despe

dida de María y Agustín, infortunados amantes que sacrifican su amor «en el

altar de la Patria».

Tal es, a grandes rasgos, el examen de la partitura Zaragoza.

No hay por qué repetir lo ya dicho: el maestro Lapuerta merece plácemes

por su ópera, que constituye un gallardo acto de presencia.

El que con tales alientos emprende el camino no puede dudarse que en

la segunda etapa afirme su personalidad artística, aproveche atendibles ense

ñanzas de experiencias pasadas y proporcione pronto nuevas ocasiones de aplau

dirle y festejarle como uno de los más animosos cultivadores del arte lírico na

cional.

LA INTERPRETACIÓN

El público ha correspondido al esfuerzo de los autores, recibiendo la ofren

da de su obra con cariñoso entusiasmo.

De los intérpretes merece consignarse en primer término el maestro director,

Arturo Barratta, por la escrupulosidad e inteligencia con que ha ensayado la obra

y la pericia desplegada en su dirección.

No es tarea fácil, por la naturaleza de la composición. Abundando en ella

los cambios de tiempo, la brusquedad en el atacco necesarios de estudio y pre

cisión matemáticos. El notable trabajo de Baratta ha de ser debidamente aprecia-

453

do por los inteligentes y por los autores de la ópera. Sea el primer aplauso, nu

trido y fuerte, para el maestro Baratta, cuya artística reputación se halla sólida

mente cimentada.

De los artistas, bien penetrados de la responsabilidad que asumían, descuella

la Vergeri, ya reputada en Zaragoza por sus aciertos en la presente temporada

y sus facultades de mérito positivo. Llevó la mejor parte en el hermoso dúo pa

sional del segundo acto, calurosamente aplaudido.

La Sra. Julibert de Achilli es una artista de buena cepa; su voz pastora,

de volumen y buen timbre, dio realce al interesante papel de Manuela Sancho,

sobresaliendo en el sentido raconto del tercer acto.

Costa dijo con buena entonación el raconto del primer acto, coadyuvando al

dúo del segundo.

Montoria resulta el papel de mayor relieve por su continua intervención en

las principales escenas; Ignacio Tabuyo le prestó autoridad, ya que su ronque

ra inoportuna le impidió dar brillantez a la particella.

El avaro Candióla fue bien caracterizado plástica y musicalmente por el ba

rítono Puiggener.

Antonio Vidal responde en Zaragoza a su abolengo artístico: el Padre Ara

gón, personaje de alta significación, necesita de un artista de talla. Los majes

tuosos, severos y reposados recitados adquieren singular relieve y Vidal realiza

un trabajo depurado, digno de anotarse.

Orquesta y coro rivalizan en laudables esfuerzos de laboriosidad y buen

deseo.

El público de las alturas volvió por lo suyo, haciendo repetir la frase de la

jota final.

El éxito de Zaragoza garantiza, a nuestro juicio, la vida de la ópera en el

moderno repertorio español.

(Luis Arnedo, Diario de Avisos de Zaragoza, edición

déla tarde, 5-6-1908.)

23

ESTRENO DE LA OPERA ZARAGOZA

El teatro

Apremia el espacio y el tiempo; su tiranía sacrifica nuestro deseo de esmaltar

estas columnas con los nombres de las bellísimas damas, radiantes de elegancia,

que abrillantaban anoche la sala del teatro municipal. ¡Cómo ha de ser!

Resígnese el lector, como nosotros nos resignamos; sepa que cada palco era

un bouquet de bellezas y el patio una exposición de hermosuras; que la elegan

cia había llegado á las localidades altas; que nuestras mujeres —gala de toda

454

gran fiesta— daban una nota exquisita, de sugestivo atractivo al teatro y que

pocas veces, ni en solemnidades, se ha visto aquel tan espléndido como anoche.

Los infantes presentáronse en el intermedio del primer acto.

Apareció primero la infanta y tras ella el infante; vestía la infanta traje rosa

rameado, con triple collar y diadema de gruesos brillantes, y el infante uniforme

de húsar.

El ama de la infanta, condesa de Mirasol, vestía traje azul y chai.

La infanta saludó con una profunda y delicadísima reverencia; el infante, mi

litarmente.

Sonó la marcha real, y una nutrida salva de aplausos, prolongada largo rato,

saludó a los infantes, que permanecieron en pie hasta que comenzó el acto y cesó

la ovación, muy cariñosa y expresivamente agradecida por los ilustres huéspedes.

La infanta ocupó el sillón del centro; a la derecha, el infante, y a la izquier

da, el infante D. Luis de Orleáns, que lleva una temporada en Zaragoza, de uni

forme de Maestrante de Ronda.

La infanta mostrábase complacidísima y muy sonriente, interesada en conocer

el público que le indicaba el de Orleans y hablando animadamente con su esposo.

El alcalde permaneció al lado de los infantes toda la representación.

El ministro, en el palco inmediato.

Aplaudieron mucho la obra y cooperaron a que se presentaran en escena

los autores. :

Los infantes recibieron iguales demostraciones de simpatía al abandonar el

palco.

Todas las localidades ocupadas.

Todo Zaragoza irá a aplaudir Zaragoza.

LA OBRA LITERARIA

No necesita ser encomiada; trátase de uno dé los Episodios Nacionales, Hevado

al teatro por el insigne maestro Galdós con todos los amores que él ilustre

autor de Maríattélá siente por nuestra tierra.

Galdós al escribir para la escena su Zaragoza ha. conseguido pintar de mano

maestra los grandes rasgos que caracterizaron nuestra capital durante los Sitios,

poniendo sobre el fondo patriótico, obligado en su concepción, las notas religiosas

y dramática y la nota amorosa. Y logrando un conjuntó admirablemente dispues

to para el objeto que se propusiera.

La MtísiCA

, No era empresa fácil la de escribir una partitura para Zaragoza. Necesitábase

para salir airoso de tal empeño un profundo conocimiento de la moderna técnica

musical, una extraordinaria flexibilidad de espíritu para que éste se adaptase a

los diversos caracteres que necesariamente habían de imperar en la obra: el carác

ter guerrero de lucha épica, que sirve de fondo al asunto; el religioso, que sobre-

455

sale en ciertos parajes del libro; el trágico, hábilmente dispuesto por el maestro

Galdós en los últimos actos, y, finalmente, el amoroso, que representa la traba

zón, la forma, algo así como el elemento decorativo de la ópera. El maestro Lapuerta

ha sabido vencer brillantemente todas estas positivas dificultades, mos

trándose como compositor de grandes vuelos, como músico hecho, como artista

cuyas grandes aptitudes le permiten acometer empresas de tanta magnitud como

lo es la creación musical de Zaragoza.

Comienza la obra con un preludio breve, sobrio y vigoroso, dulcificado por

algunos compases de jota, intercalados hábilmente. En el primer cuadro los acor

des litúrgicos del órgano del Pilar añaden al conjunto un delicado ambiente mís

tico, que se percibe a través del canto brioso y muy expresivo de la orquesta. Es

muy característica la oración del fraile y raconto de Montoria hijo (tenor), que

tiene frases verdaderamente inspiradas. Pero el pasaje sobresaliente del cuadro

primero es el canto de Manuela Sancho (contralto), página musical escrita tam

bién a base de la jota, valiente, inspiradísima, de gran efecto. Sigue una escena

de amor entre la hija de Candióla (primera tiple) y Montoria hijo, bello fragmen

to, tierno y apasionado. Y el acto termina con el cuadro segundo, en el que son

dignos de mención los coros y el canto suplicante de Candióla.

El acto segundo es un gran dúo de amor: la jota vuelve a escucharse más

que nunca apasionada y dulce. Este fragmento de Zaragoza está llamado a ser

popular. Es oportuno, muy inspirado y es escrito de mano maestra. Le siguen

varias páginas descriptivas, en las que resaltan el sonar de los tambores, el esta

llido de las bombas y las campanadas del vigía de la Torre Nueva. Todo el final

del cuadro es un prodigio de instrumentación.

El acto tercero es, técnicamente considerado, el de más grande mérito. Las

escenas del hospital de sangre son de lucha violenta y dramática, que la orquesta

cuenta exactamente y con todo detalle. Emocionan la majestad del canto de los

Montoria, la delicada tristeza de los coros y el final desordenado, de trágica

desesperación.

En todo el cuadro, Lapuerta se revela como profundo conocedor de los re

cursos orquestales y como meritísimo contrapuntista.

En el acto último, la inspiración del maestro, sin dejar su carácter trágico,

expresa el desaliento, la triste impotencia de los vencidos. Es muy sentida la

romanza del barítono y muy expresivos todos los recitados del cuadro, que re

presenta las ruinas del convento de San Agustín. La jota final, inspirada en el

brioso resurgir de los ánimos por la llegada de refuerzos, es original, inspira

dísima y ofrece un conjunto de grandeza, que muy justamente arrancó una tem

pestad de aplausos.

El maestro Lapuerta ha triunfado; y su triunfo es justo, merecido, indiscuti

ble: la partitura de Zaragoza es de las que consolidan una reputación.

456

El decorado

Es de gran efecto, particularmente el pintado para el acto segundo, patio con

jardín de la casa de Candióla, al fondo del cual se vé la Torre Nueva.

Las decoraciones que representan la puerta del Pilar y una calle de Zara

goza son de una gran visualidad, muy bien entonadas y de exactitud irrepro

chable.

Lo mismo cabe decir de los dos telones de los actos últimos. Todos ellos

justifican la fama que como escenógrafo tiene adquirida Muriel.

La interpretación

Fue en conjunto muy ajustada: por ella merece toda clase de elogios la com

pañía que actúa en nuestro primer teatro, la cual ha hecho verdaderos esfuerzos

para coadyuvar al éxito de anoche.

La mayor parte de este corresponde al maestro Baratta y a la orquesta de su

dirección. Entre los cantantes debe citarse á las Srtas. Vergeri y Julivert y

a los señores Tabuyo, Puiggener y Costa. Todos ellos cumplieron como buenos,

logrando que el público premiase con sinceros aplausos su estimable labor.

El gran Galdós y el maestro Lapuerta fueron llamados a escena en todos

los finales de los actos, recibiendo a su presentación ante el público ovaciones

indescriptibles.

Por todos conceptos el estreno de Zaragoza constituyó un acontecimiento, del

cual guardará nuestro público grata y perdurable memoria.

{Heraldo de Aragón, 5-VI-1908)

24

UN TEXTO OLVIDADO DE GALDOS

En el Heraldo de Aragón del 7 de junio de 1908 se incluyó —bajó la cabece

ra: «El Ayuntamiento y Galdós»— la nota siguiente:

El Ayuntamiento de Zaragoza obsequió ayer con un banquete en la Quinta

Julieta al gran Galdós.

El Sr. Galdós ocupó la presidencia de la mesa, sentándose entre el alcalde,

señor Fleta, y el primer teniente de alcalde, señor Aznárez.

El comedor estaba decorado con la bandera nacional y la dedicatoria del

agasajo que era: «El Ayuntamiento de Zaragoza a Galdós.»

El alcalde ofreció al final del almuerzo el obsequio, al Sr. Galdós.

El Sr. Fleta, muy feliz de frase y muy oportuno en ideas, pronunció breve

y elocuente discurso, agradeciendo al eximio novelista su deferecia a Zaragoza.

Galdós correspondió con las siguientes cuartillas, que leyó él mismo:

457

«Tengo que contradecir al digno alcalde de Zaragoza, sostenien

do que esta ciudad, cien veces augusta, cien veces grande y gene

rosa, no me debe la menor gratitud. Soy yo el agradecido, soy yo

el que debe a la capital de Aragón acendrado reconocimiento.

A Zaragoza he venido en diferentes ocasiones del 68 acá. En

todas estas visitas busqué y encontré siempre aquí el país de la

verdad. Hastiado de ficciones y convencionalismos, aquí hallé el

sentido recto de las cosas y la energía y perseverancia, virtudes sin

las cuales ningún español puede acometer empresa alguna de me

diano aliento.

Soy yo el agradecido, porque cuando mi destino me ha lan

zado a difíciles y trabajosas campañas del orden literario y artís

tico, he tenido que sentirme un poco aragonés o figurarme que lo

era, para poder acometerlas y consumarlas. Los ejemplos que he

sacado de esta ciudad, de su suelo y cielo y ambiente y de la pu

jante raza que forma su vecindario, han sido mis estímulos. ¿No

es esto el más estrecho lazo de gratitud que cabe imaginar?

Y ahora, por dicha mía, me encuentro en la más propicia oca

sión para proclamar mis sentimientos ante este pueblo tan admi

rado y querido. Frente a mí veo la propia Zaragoza, viva, repre

sentada por su municipio, y este presidido por su primer alcalde.

A tan ilustre representación y al delicado agasajo que acabo

de recibir, respondo con toda la efusión de mi alma: Señores y

amigos: Decid a vuestra madre inmortal que este forastero la adora

en su pasado épico y aún más la gloria y enaltece en la visión de

paz de su fecundo porvenir.»

Al ausentarse de la finca —que recorrió acompañado del Sr. Sagols y

de los concejales— fue vitoreado el Sr. Galdós.

25

RESEÑA DEL ESTRENO DE ZARAGOZA

Considerado como un acontecimiento teatral de primer orden el estreno

en esta capital de la ópera Zaragoza, libro del insigne Galdós, música del joven

compositor Sr. Lapuerta, preciso es consignar, haciendo a la verdad el ho

nor debido, que el resultado no ha respondido á la expectación que despertara

el anuncio de este suceso.

El libro, como obra del gran novelista, está primorosamente hecho, y es,

literariamente considerado, admirable; pero desde el punto de vista teatral

no ofrece todas las condiciones indispensables. Existen, sin duda, algunas si

tuaciones dramáticas de verdadera intensidad, pero en conjunto resulta lán-

458

guida la obra, acaso porque el libretista ha hecho el sacrificio de su personalidad

en beneficio de la del músico.

Los personajes que en la obra figuran están dibujados con la firmeza y el

arte propios de tan ilustre literato, y el argumento es el mismo del hermoso

episodio que forma parte de ese grandioso monumento elevado por el insigne

Galdós al arte, a la historia y a la cultura nacional.

Lapuerta, el modesto maestro y autor de la música, ha hecho una parti

tura de brillante orquestación y de factura irreprochable, dentro de las tenden

cias modernas, advirtiéndose, no obstante, la carencia de una sublime inspira

ción, de ese algo inmaterial con el que los grandes maestros cautivan a los

públicos, haciéndoles partícipes de sensaciones superiores, comunicadas por

vibraciones del espiritualismo, muy ajeno a la técnica musical, a la que, por lo

visto, se supedita el espíritu culto de Lapuerta.

Esto no quiere decir que Lapuerta carezca en absoluto de inspiración, pues

en algunos pasajes hay destellos muy dignos de tenerse en cuenta, como acon

tece en el dúo amoroso del segundo acto, donde se ha mostrado más poeta que

constructor musical, así como en el acto tercero se ha encariñado más con los

efectos de la orquestación y coro. Lapuerta ha servido muy bien el libro, refle

jando en su composición cada uno de los caracteres de los personajes, ya des

cribiendo con maestría la condición pasional de María Candióla (Srta. Vergerí)

y de Agustín (Sr. Costa), hijo del noble y fiero Montoria (Sr. Tabuyo),

ya la pasión sórdida del avaro Candióla (Sr. Puiggener), que almace

naba en su casa elementos de vida, mientras el pueblo heroico se moría de

hambre.

De los números musicales son dignos de citarse la salida de Montoria y el

racconto de Agustín con el Padre Aragón (Sr. Vidal) en el primer acto. La

salida de Candióla, en el segundo cuadro del acto primero, cuando el pueblo,

al frente del que va Montoria, asalta su casa en busca de trigo; el dúo de Ma

ría y Agustín del acto tercero, del que ya hemos hablado anteriormente; el

racconto de Manuela Sancho, muy sentido y afortunado, y la escena final del

acto cuarto y de la obra, que es una jota valiente y levantada, que fue aplaudi

da con entusiasmo, mereciendo los honores de la repetición. Los autores fue

ron llamados a escena al final de cada uno de los actos y de la obra, en unión

del maestro Baratta e intérpretes.

Desde el estreno de Zaragoza, Lapuerta tiene ya personalidad propia y no

dudamos que en lo sucesivo nos demostrará lo mucho que vale.

La interpretación fue aceptable en su conjunto, distinguiéndose la Srta.

Vergeri y la Sra. Julibert de Adrilli, así como el Sr. Tabuyo, que, a pesar

de su afonía, se defendió con arte, y los Sres. Puiggener, Costa y Vidal.

Los coros, semientonados. La orquesta, bien.

459

Merece párrafo aparte el maestro Baretta, no tan sólo por el mucho traba

jo que sobre él ha pesado estos días, sino por la inteligencia con que llevó la

obra, cosa no tan fácil como parece si se tiene en cuenta lo difícil de la música

por los cambios bruscos de tiempo. Del decorado de Muriel merecen citarse

el telón del segundo cuadro del acto primero y las decoraciones de los actos

segundo y tercero.

(R. de San Juan, El Arte del Teatro, III, n. 54,

15 de junio de 1908, p. 16.)

26

MARCELIANO ISABAL

ABOGADO

Coso, 82, principal

ZARAGOZA

Estimado amigo y correligionario: mi amistad con el Sr. Galdós, la admi«

ración que merece su talento y la gratitud debida a su devoción a nuestra causa

y a su entusiasmo por las glorias de Zaragoza, me mueven a rogar a V. enca

recidamente se sirva contribuir, en cuanto le sea posible, a que se vea concu

rrida la representación de mañana en el Teatro Principal, dedicada como está

a nuestro ilustre correligionario.

Muy de V. afmo. amigo, q. b. s. m.

Junio, 6 [1908].

Tras lo anterior, escrito a máquina, aparecen las siguientes líneas autó

grafas:

«Mi amigo Sr. D. Benito: Eso es lo que digo a los concejales, según

las indicaciones que se me han hecho. Mucho celebraré que entre unas cosas y

otras podamos conseguir se llene el teatro, ya que tanto lo desea V. en bien

de los artistas.

Su admirador y amigo.—Marcelino Isábal.»

27

Querido D. Benito:

Verdadera sorpresa me causó la lectura de su carta, de que este Consejo no

aprobara la adquisición de Zaragoza después de lo ofrecido. Esto sólo lo puede

suponer un Gasea. ¡Miá que quedar mal el Ayuntamiento de Zaragoza con la

Zaragoza de Don Benito P. Galdós!

460

Faltaba para el cumplimiento de lo ofrecido el informe del arquitecto mu

nicipal, y hoy han quedado cumplimentados favorablemente nuestros deseos

por parte de nuestro querido amigo don Ricardo Magdalena.

Con este requisito, que exigían los munícipes altos y bajos, sólo falta que

entreguen esas dos mil y pico de pesetas enfermas. Porque no en pesetas, sino

en sendas peluconas debían entregar a Don Benito y a gran honor, esa mise

ria, en comparación con la que Zaragoza debe a V. Y no digo más, sino

que le sobre la salud y con un fuerte abrazo queda suyo

Mariano Gracia

Zaragoza, 1.° de julio de 1908.

Recibí el libro de las Escuelas. Gracias. Recuerdos a esa familia.

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