LA RELACIÓN INTIMA DE GALDOS CON LA

LITERATURA POPULAR

Alicia G. Andreu

«Siempre se ha creído que la familia es la base

de la sociedad, y que la mayor parte de los males

que agitan a ésta provienen de las disensiones de

aquélla. La buena organización de la familia es

causa de la buena organización de una sociedad,

y más de una vez encontramos el origen de una

decadencia social en la desmoralización del hogar

doméstico.»

Benito Pérez Galdós. La Nación, 29-IV-1866.

El estudio de la literatura española publicada entre los años de 1840 a

1880 \ señala la presencia de un arquetipo femenino que prevalece a través

de las muchísimas publicaciones editadas en esta época y el cual no es otro

que el arquetipo mariano, pero trasplantado a un ambiente aburguesado deci

monónico. El arquetipo de la Mujer Virtuosa representa una actitud moral

conservadora de tres grupos específicos: la incipiente burguesía de mediados

de siglo; grupos poderosos dentro de la Iglesia, especialmente aquellos preo

cupados con el debilitamiento de la misma debido a las desamortizaciones de

sus bienes y, finalmente, los editores interesados en los beneficios económicos

de un provechoso mercado literario. Todo esto corresponde, por lo tanto,

a que el arquetipo femenino estuviera sólidamente encuadrado en un deter

minado marco social, económico y seudo-religioso íntimamente relacionado

a un específico momento histórico.

Desempeña la Mujer Virtuosa la función de servir como modelo de virtud

al público que más fácilmente se identificaba con este tipo de literatura: la

mujer. Se esperaba que de adoptar el público femenino la ideología proyec

tada por el arquetipo, podría éste impulsar a España en un proceso de rege

neración que alejara al país de las tendencias materialistas y positivistas que

estaban empezando a corroer las tradiciones castizas españolas, especialmente

aquellas relacionadas a sus instituciones más preciadas: el matrimonio (rela

ción hombre-mujer) y la familia (relación madre-hijos).

Benito Pérez Galdós, en su novela contemporánea Tormento (1884), re

chaza la rigidez de los valores proyectados a través de la MV. Así como Cer

vantes escribió su Don Quijote como una respuesta a los tan leídos libros de

18

llamar sotasí, y en cuanto al conocimiento del ser humano, se atiene al más

sabio de los dichos de Sancho Panza: Cada cual es como Dios lo hizo y a

veces peor.

España es cristiana. Pero el talante español, aunque tan socrático en lo

intelectual como el del resto de Europa, se ha resistido siempre a seguir

aquel sector de la inteligencia europea que se entregó sin reserva al raciona

lismo hasta volver la espalda al principio de que no hay creación sin Creador.

No hagamos estadísticas comparativas de los que piensan como Galdós

o creen como Pereda. Las cosas del espíritu no se pesan al kilo. Basta con

tener conciencia del tesón con el cual los liberales españoles se han negado

a aceptar un concepto mecánico de la vida, cómo se resistieron Canalejas,

Castelar y tantos otros para que nos demos cuenta de que en este aspecto

de las cosas lo que se ha dado, algo donosamente en llamar la revolución

científica, no ha logrado el asenso de los espíritus liberales españoles porque

estos estiman que no hay creación sin Creador. Pues qué, ¿no era Galdós el

creador de la obra galdosiana? Y ¿no es acaso el más excelso elogio que

cabe hacer de los grandes espíritus que son aquellos a quienes el Creador

abre su taller para que tomen parte en su creación?

17

caballería, Galdós reacciona ante aquella literatura responsable de la propa

gación de un arquetipo femenino que, por definición, carece de validez existencial

para un público lector, especialmente para la mujer: primero, porque

carece del elemento de verosimilitud el cual, según Galdós, es indispensable

en toda obra literaria y, segundo, por la enorme influencia negativa que el

arquetipo tiene en la mujer lectora. En otras palabras, reacciona Galdós ante

la moralidad del arquetipo por su rigidez y por su falta de adaptación a la

realidad cotidiana de la mujer española en el siglo XIX.

Era una niña encantadora, una beldad que más tenía de divina que de

humana: en sus grandes y rasgados ojos podía leerse la expresión de la

inocencia y de la virtud. Sus hermosos labios de coral, entreabriéndose

para dar paso a una dulce sonrisa, dejaban ver un pequeño grupo de

brillantes perlas. Su talle esbelto como el junco de las riberas, y su

traje blanco como la espuma del mar, la hacía parecer un ángel bajado

del cielo... El ramo de violetas que ostentaba en su seño, no había

sido jamás agitado por el tibio hábito de un soñado deseo, y simboli

zaba en toda su pureza la más seductora modestia2.

El aspecto elegante y distinguido que caracteriza al arquetipo de la MV

es una influencia directa de la cultura francesa que llegó a la península de

una manera avasalladora en el siglo XIX. Fueron especialmente las letras

francesas las que más directamente contribuyeron a la propagación de un ar

quetipo obediente y elegante, a través de las novelas de folletín, las revistas

de modas y salones y en un cierto afrancesamiento de la prensa que empezó

a principios del siglo XVIII con la llegada de los Borbones a España y que

continuó con la invasión napoleónica.

A pesar de que el patrón inmediato del arquetipo viene de Francia, los

orígenes del arquetipo de la MV se remontan al cristianismo, especialmente

en lo que concierne a las virtudes que acompañan al mismo: la fe, la humil

dad, la castidad y el amor. Otras fuentes, derivadas del cristianismo y relacio

nadas esta vez al concepto del amor, fueron el amor cortés y el romanticis

mo. Del primero se adoptó la idea de la mujer como un ser superior frente a

la posición inferior del amante y del romanticismo heredó el concepto del

amor como el elemento vital en la vida del ser humano.

No es de extrañar, por lo tanto, de que la columna fundamental sobre la

cual se apoya todo el arquetipo sea su capacidad de amar. Conjuntamente

con el amor, y como consecuencia de éste, resultan la castidad, el sufrimien

to, la abnegación y el sacrificio. Al mismo tiempo, su capacidad para el amor

la hacen sumisa, subordinada y obediente.

No dejan de tener cierto interés los extremos a los que se llegó para

tratar de convencer al público lector que la mujer había nacido con el pro

pósito único de amar. Leemos:

19

La mujer ha nacido para amar: el amor es su distintivo, el móvil de

sus acciones, el despertador de sus virtudes, el estímulo de sus grandes

hechos. Suprimid el amor en la mujer y sería una estatua muda; sus

ojos perderían su belleza y expresión; la fisonomía, sus encantos;

la risa, su gracia; la palabra, su dulzura. Sería otro ser distinto en

naturaleza, en formas, manifestaciones, cultura, en todo género de

vicios y virtudes3.

Su naturaleza es responsable de su condición afectiva, señalan los es

critores :

Las funciones orgánicas se desempeñan con rapidez: son más prontas

las digestiones, más frecuente la respiración, más activa y precipitada

la circulación. Las (funciones) sensoriales ofrecen también algunas mo

dificaciones debidas al predominio orgánico que antes hemos indicado;

las impresiones son más vivas, aunque menos duraderas; los movi

mientos más fáciles, aunque menos enérgicos; la sensibilidad general

así como la espacial, más exagerada que en el hombre. Por este ligero

bosquejo que acabamos de hacer, se podrá comprender que la mujer

por sus condiciones materiales, ha sido dotada de una organización

rica en sentimiento, y de menos energía muscular que la del hombre 4.

Según los escritores, la capacidad sentimental de la mujer hace de ella un

ser moralmente superior al hombre: superioridad que la coloca en el terreno

propicio para llevar a cabo la regeneración del hombre y a través del mismo,

de España.

El amor es visto en este contexto como el «negocio» (para utilizar un tér

mino muy de la época) de la mujer, en este mundo. Esto no implica, sin em

bargo, de que en la transacción del negocio sentimental de la mujer deje ésta

de lado la pureza que la caracteriza. Aún más: para que la mujer pueda

desempeñar con mayor efectividad el negocio de su vida —o a lo que muchos

escritores se refieren como «el sacerdocio de su misión», «la obra de su des

tino» o «la misión de su vida»— también ha sido dotada de armas misterio

sas indispensables en la reconquista del hombre impío y racionalista. Son

estas el candor, la modestia, la bondad, la persuasión, la timidez, la dulzura,

las lágrimas y la coquetería. En otras palabras, las mismas características que

hasta entonces habían sido consideradas como pruebas seguras e inconfundi

bles de la inferioridad del bello sexo.

El amor de las heroínas virtuosas de la literatura popular sólo puede exis

tir, sin embargo, con hombres de su misma clase. Si una mujer pobre se ena

mora de un hombre de clase superior, los resultados son desastrosos para ella,

terminando muchas veces en demencia, enfermedad o muerte. Lo que sí se

permite, y se promueve —dada la ideología clasista que respalda los valores

morales de la época— es el amor entre miembros de la clase burguesa con

la aristocrática, siempre y cuando la mujer sea una mujer virtuosa.

20

El concepto rígido de clases que respalda los valores femeninos proyec

tados en la MV se reflejan claramente en la idealización de la mujer pobre.

Acepta ésta resignadamente su condición en la vida sin profanar con sus la

mentos la armonía de la estructura social. Las consecuencias de la resigna

ción ante la pobreza se escucha de los labios de las protagonistas pobres y

virtuosas en frases como, «no trocaría mi felicidad por una corona» 5.

No sólo idealiza la literatura popular a la mujer pobre, presentándola

como un ejemplo de virtud a la cual es menester imitar en todo lo posible,

sino que la dotan los escritores de cualidades extraordinarias que la con

vierten en un ser superior, completo, sumergido en las dichas más grandes

como resultado de su condición socio-económica. Aún el amor, señalan los

escritores, es más puro, más total, en la pobreza. Es en la pobreza donde dos

seres, desarraigados de toda ambición materialista, pueden confrontarse el

uno con el otro, libremente, para amarse de la misma manera. Severo Cata

lina escribe en 1858, «Dichosos los pobres, cuyos amores y cuyos enlaces

proceden siempre de los impulsos del corazón», y compara estos amores a

aquéllos puros y sencillos que sólo se pueden encontrar entre los pájaros y

la naturaleza6.

La hora de la reivindicación de la mujer ha llegado, se lee en los cuentos,

novelas y ensayos que pueblan las obras populares:

La moral y el sentimiento, sofocados bajo el peso de la razón avasalla

dora, necesitan de la influencia fecunda de esa criatura sensible para

recobrar su imperio. La amante, la esposa y la madre, seres arrancados

por el cristianismo de los brazos impuros del sensualismo, de la socie

dad represiva del gineceo, ven disiparse alrededor las últimas nieblas

de un injusto olvido, y se levantan en el seno de la sociedad y de la

familia, como una divinidad triforme para quien ha llegado el tiempo

de la encarnación7.

La mujer lectora recibe a través del arquetipo de la Mujer Virtuosa amo

nestaciones concernientes a las consecuencias inevitables de vivir una vida

ya sea virtuosa o carente de virtud. Las consecuencias de una vida no vir

tuosa son funestísimas. Encabezan la lista la soledad, enfermedades incura

bles, la muerte y la fealdad. Magdalena, protagonista de una de las novelas

folletinescas de Pérez Escrich, La mujer adúltera, simboliza la relación íntima

entre un final desgraciado y el adulterio cometido por la mujer:

Cuadro horrible, espantoso, cruel, es el de la mujer culpable... sola,

abandonada, como esos carcomidos árboles que se hallan de trecho

en trecho en las abrasadas arenas del desierto, todo cuanto les rodea

es seco y estéril, ni una fuente que murmure prestando vida con sus

raudales a sus secas raíces; ni un ave que cante entre sus ramas8.

No sólo termina la pobre y desdichada Magdalena sola y abandonada por

todos, sino que el padre se vuelve loco y el abuelo muere como consecuencia

21

de su maldad. No se diga nada, por supuesto, del inmenso sufrimiento del

virtuoso esposo abandonado, Ángel Guerra.

El egoísmo y la ambición producen también desenlaces infelices en las

protagonistas. Ejemplos existen muchos en la literatura popular que tratan de

demostrar el fracaso inminente de mujeres que, motivadas por móviles am

biciosos, rompen con los roles tradicionales impuestos a ellas desde fuera.

Albina, poetisa en un cuento titulado «Amor y Gloria», inspirada por su ta

lento poético, decide irse a la gran ciudad en busca de nuevas experiencias.

Llena de desilusión regresa a su pueblo natal después de haber fracasado:

no por falta de talento artístico sino por un desengaño amoroso. Un hombre

noble la había rechazado debido a su condición social inferior9.

Por otro lado, las gratificaciones de una vida virtuosa, señaladas por las

heroínas virtuosas, prometen a la lectora una vida de felicidad y de dicha

eterna, aquí en la tierra. Por un lado, se le promete que la virtud contiene

en sí tal fuerza de atracción, que no habrá corazón suficientemente duro o

pervertido que pueda resistir su poderoso influjo. La literatura popular está

llena de ejemplos de maridos contritos que regresan al dulce hogar en señal

de arrepentimiento, gracias a la efectividad del negocio sentimental de la

mujer.

Otra «recompensa lógica» de una vida virtuosa, tan popular como la an

terior aunque esta vez para la doncella virtuosa, es el matrimonio. General

mente el enlace nupcial ocurre dentro de la misma clase, pero —especial

mente en las novelas de folletín— se encuentran unos pocos casos de vírge

nes virtuosas que establecen matrimonios bien remunerados con hombres de

clases superiores. Un estudio minucioso de estos casos, sin embargo, demues

tra que bajo esta actitud aparentemente liberal, se encierra la misma postura

clasista que predominó en toda la literatura de esta época. La mayoría de los

ejemplos de recompensas económicas por una vida virtuosa se desarrollan

dentro del ámbito de la caridad.

Como punto final, las recompensas pueden tener repercusiones más am

plias, como en el caso de la pobre y virtuosa María. Es su historia la de una

costurera que mantiene a su madre y a dos niñas huérfanas con el mísero

salario de una vida de sacrificios y trabajo. Como recompensa, recibe el re

conocimiento de su majestad el Rey, acompañado de 3.000 francos. No sola

mente eso, sino que a medida que avanza para aproximarse al rey a recibir

su ofrenda, la recepción pública es exhorbitante: «no hubo una persona que

no se levantara para ver a la laureada joven, y las mugeres le arrojaron sus

ramos de flores» 10. Termina el cuento con las palabras de su benefactor, «Ya

ve Ud. María que el trabajo, la virtud y la caridad obtienen su merecido pre

mio y producen la felicidad» ".

Benito Pérez Galdós comparte con los escritores de literatura popular las

mismas inquietudes ideológicas prevalentes en la época y asume, como escri

tor, la responsabilidad de confrontar directamente, a través de su obra, los

problemas que afligían a España como producto del estado de transición en

22

que se encontraba. Participa Galdós de las incertidumbres relacionadas con

la vida doméstica y la organización familiar, y ve en ambas un estado de

decadencia social12. Al mismo tiempo, para Galdós como para los otros es

critores, la respuesta de una sociedad en crisis radica en la mujer.

A diferencia de los escritores populares, sin embargo, no considera Galdós

al arquetipo de la MV ni al código que lo acompaña como la respuesta ade

cuada a la problemática de la moralidad española, ni de sus instituciones,

ni mucho menos el de la mujer. Rechaza Galdós al arquetipo como medio

regenerador de España, por razones lógicas si se tiene en cuenta el concepto

que del arte tiene el autor. El primer lugar, se caracteriza la MV por su falta

de integración a toda una realidad española. En segundo término están las

raíces extranjeras que en sí implican su rechazo inmediato. Por último, care

ce la MV del elemento de verosimilitud del que no puede, ni debe, prescindir

un personaje de ficción. Como consecuencia, las protagonistas femeninas se

manifiestan en la narrativa galdosiana como personajes antitéticos al arque

tipo de la MV.

La antítesis, sin embargo, es más de caracterización que de valores mora

les. No rechaza Galdós totalmente los mitos que rodean al arquetipo feme

nino por ser éstos, claro está, productos del ambiente que rodea al autor.

No es de extrañar, por lo tanto, que en sus primeras publicaciones Galdós se

refiera a la mujer como «el sexo humanitario por excelencia» caracterizada

por su «debilidad material»13. En una reseña a una obra francesa, escribe:

Al lado del vicio se encuentra siempre la virtud. ¿Por qué el autor de

El Suplicio no puso al lado de la adúltera otra mujer que fuera pre

cisamente lo contrario y contrastara con ella, que consolara con su

virtud los tormentos...?14.

En otra reseña escrita esta vez en La Nación en 1866, titulada «La rosa

y la camelia» presenta Galdós la imagen de la rosa como el símbolo de la

mujer virtuosa y la camelia como su contraria: la mujer materialista, moti

vada por sus propios triunfos. Al final se dirige al lector con las siguientes

preguntas:

¿Crees amable lector, que en este paralelo hay una solapada alusión al

bello sexo? ¿Crees que el que ha sentenciado (tal vez injustamente)

en esta contienda dos flores que se disputaban el imperio del tocador,

ha tenido la idea de representar en la perfumada rosa a la parte mayor

del sexo femenino, y a la menor en la artificiosa camelia? ¿Crees que

al establecer este parangón de flores, al urdir estos párrafos fastidiosos

de la literatura vegetal, lo hice con intento de representar la supre

macía de la virtud sobre la hermosura, o tal vez la victoria de la belleza

del alma sobre la belleza material, que obtiene breves triunfos en el

mundo? ¿Crees que intenté fundar esta disertación extraña en un pen

samiento que peca de vulgar y añejo en demasía? Pues si tal crees,

acertaste puntualmente, lector querido, porque esa fue mi intención15.

23

A pesar de que Galdós está consciente de la virtud como el estado de

perfección espiritual al que debería tratar de aproximarse todo ser humano,

incluyendo la mujer, comprende perfectamente bien lo impráctico de esta

expectativa, dada la condición económica y la estructura social de España.

Considera Galdós que la virtud, tal y cual se proyecta en la obra popular,

es otro de los elementos que han oprimido y que siguen oprimiendo a la gran

mayoría de la población femenina española, que no puede darse el lujo de

vivir una vida virtuosa.

A través de sus personajes femeninos rechaza Galdós las pretensiones de

un arquetipo femenino anclado en un sistema clasista. Comprende muy bien

que las condiciones impuestas a través del arquetipo al público lector reper

cuten mayormente en beneficio de ciertos grupos privilegiados. Reacciona

Galdós ante los valores proyectados en el código de la virtud porque no re

flejan los de una clase media, la cual, según el autor, es la única que en ese

momento es capaz de estabilizar la sociedad española, corrigiendo los males

que aquejan a las instituciones domésticas.

Para el Galdós de la época en que escribe sus «Observaciones sobre la

novela contemporánea en España» es la clase media, y no los grupos pudien

tes, el «gran modelo, la fuente inagotable» de donde saldrán todas las solu

ciones a la problemática española:

Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y

por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre

del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable

inspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa16.

Aunque más adelante sugiere Galdós, en su obra Fortunata y Jacinta, que

si la clase media no logra realizarse será el pueblo el que proveerá la columna

moral que necesita España para su regeneración, en 1870 todavía considera

a la clase media como la única capaz de expresar todo lo bueno y lo malo.

Es la clase media la que, según él, se mantiene en una incesante agitación, la

única que se entrega a la búsqueda de ciertos ideales y la única que anhela

una resolución a sus problemas. Es dentro de esta clase media donde, según

el autor, se descubrirán los remedios a los males que afligen a las institucio

nes familiares y no a través de un arquetipo caduco, impuesto desde fuera

por aquellos grupos alejados de la verdadera experiencia española. «¡Qué

vasto cuadro ofrece esta clase —escribe alborozado D. Benito— constante

mente preocupada por la organización de la familia!».

Que Galdós señala la clase media como el único medio de donde pueden

evolucionar las soluciones a los problemas morales de España no significa

que nuestro escritor no adopte una actitud de crítica frente a la misma clase.

Por ejemplo, critica el concepto del honor basado en la «respetabilidad» como

el elemento que más ha contribuido a la interrupción armónica de la estruc

tura familiar. Condena Galdós un concepto de honor basado en el lujo y por

24

el cual se cometen las más grandes atrocidades. Al lujo lo compara con una

serpiente que inocula en la sangre pura «el virus de un loco apetito». Escribe:

El lujo es lo que antes se llamaba el demonio, la serpiente, el ángel

caído, porque el lujo fue también querubín, fue arte, generosidad,

realeza y ahora es un maleficio mesocrático, al alcance de la burguesía,

pues con la industria y las máquinas se han puesto en condiciones

perfectas para corromper a todo el género humano, sin distinción de

clases17.

Es el lujo responsable de que la mujer deje de lado su estado virtuoso,

entregándose al mundo del vicio. Manso, protagonista de una de sus novelas,

le dice en tono lastimero a la simpática Manuela:

¡Ay! Manuela, no sabes a qué tentaciones vive expuesta la virtud en

nuestros días. Tú figúrate. Se dan casos de criaturas inocentes, ange

licales, que en un momento de desfallecimiento han cedido a una

sugestión de vanidad, y desde la altura de un mérito casi sobrehumano

han descendido al abismo del pecado. La serpiente les ha mordido...18.

Para Galdós, la vida virtuosa no es la respuesta a los problemas de la

mujer, ni mucho menos a los problemas de las instituciones familiares. Con

sidera Galdós, que la virtud en la mujer no es lo suficientemente vigorosa

ni dinámica como para poder brindarle a la mujer la fortaleza necesaria para

vencer las diferentes tentaciones que por doquier la agobian. La solución la

encuentra el escritor en una esfera aparentemente marginada de los preceptos

morales proyectados a través del arquetipo de la MV, y que no es otro que

la educación. En la narrativa galdosiana se refleja el enorme apoyo e interés

—mantenidos a través de los años por el novelista— por la educación. Para

Galdós la educación es el medio más eficaz de combatir la situación crítica

de España. En el «prólogo» que escribió en 1901 a la tercera edición de la

obra de Clarín, La Regenta, se refiere el autor a las consecuencias funestas

en la mujer a la que no se le ha desarrollado sus facultades morales e inte

lectuales :

En ella (Ana Osorio) se personifican los desvarios a que conduce el

aburrimiento de la vida en una sociedad que no ha sabido vigorizar el

espíritu de la mujer por medio de una educación fuerte, y la deja

entregada a la ensoñación pietista, tan diferente de la verdadera

piedad w.

Deploraba también Galdós la educación deficiente que se brindaba a las

mujeres más afortunadas, y la cual consistía de «leer sin acento, escribir sin

ortografía, contar haciendo trompetitas con la boca y bordar con punto de

marca el dechado» ®. Por medio de Tristana, en la novela del mismo nombre,

25

condena Galdós la educación insustancial de la mujer brindada con el pro

pósito de hacerla más atractiva en el mercado matrimonial. Dice Tristana:

Pero mi pobre mamá no pensó más que en darme la educación insubs

tancial de las niñas que aprenden para llevar un buen yerno a casa,

a saber: un poco de piano, el indispensable barniz de francés, y qué

sé yo, tonterías... Así es que me encuentro inútil de toda inutilidad21.

Varios estudios se han hecho relacionando la influencia de los krausistas

españoles a la actitud de Galdós frente a la educación. Para el propósito de

este estudio, sin embargo, baste mencionar de que la idea mantenida por los

krausistas de que en la educación radicaba la respuesta a la problemática de

la mujer, fue íntimamente compartida por Galdós. Esta idea, sugerida por

varios críticos, llevó a los krausistas y a Galdós a cierto utopismo social del

que nunca se pudieron separar. Para ellos, la educación era el medio propicio

para el logro de la redención social 2S.

A pesar de que Galdós adoptó el concepto de que en la educación feme

nina radicaba esencialmente la respuesta a la condición de la mujer compren

dió, por otro lado, lo que de suicida tenían los valores proyectados en el

arquetipo de la MV. A través de sus personajes femeninos en Tormento, re

chaza Galdós al arquetipo femenino y al código que lo acompaña, por estar

totalmente alienados de las necesidades reales y vitales de la gran masa feme

nina que componía entonces casi la mitad de la población española decimo

nónica. En su lugar, nos presenta Galdós una visión sociológica y psicológica

de la relación entre la mujer y su triste condición y un ambiente cargado de

valores ajenos a sus propias necesidades. A través de esta visión, y por medio

de Amparo y Refugio, quiere el autor señalar lo destructivo de estos valores

tradicionales, e insiste en una nueva escala de valores morales con respecto

a la mujer. Espera que el rejuvenecimiento de los valores contribuya a una

imagen diferente de la mujer basada en un nuevo concepto de la honra, ad

quirido por medio de la educación y de una seria revalorización de lo tradi

cional y decadente. No es pura casualidad de que en la dedicatoria a su pro

pia novela, La desheredada, mencione que los problemas que aquejan a la

sociedad española son el resultado de «la falta de nutrición y del poco uso

que se viene haciendo de los benéficos reconstituyentes llamados Aritmética,

Lógica, Moral y Sentido Común» 23.

Tormento, más que ninguna otra obra de Galdós, refleja claramente la

postura de Galdós frente al arquetipo de la MV de la literatura popular. Par

tiendo de una realidad socio-económica madrileña {Tormento tiene lugar en

tre 1867-8) saca Galdós a dos mujeres de la clase media baja —Amparo y Re

fugio— para demostrar lo ineficaz de un arquetipo que promulga un código

moral imposible de realizarse fuera de la clase que la promueve: la burguesa.

A través de esta novela, y específicamente a través de sus dos personajes fe

meninos, rechaza Galdós aquellos valores morales literarios que, con preten-

26

siones de glorificar la pobreza, le niegan a la mujer pobre una participación

honesta en la sociedad. Aún más, critica Galdós un código moral que impide

el perfeccionamiento moral de la mujer pobre creando, en su lugar, un estado

de conflicto espiritual imposible de reparar.

Empieza la novela con una especie de primer acto de teatro, de tono me

lodramático, donde dos personajes embozados se encuentran en la oscuridad

de una noche. Después de reconocerse con grandes voces de regocijo, resul

tan ser Ido del Sagrario, ayudante de escritor de novelas de folletín y Aristo,

sirviente de Agustín Caballero. Con esta ingeniosa presentación, introduce

Galdós el marco folletinesco que servirá de base para el resto de la novela.

Ido del Sagrario es un personaje caricaturesco: es candido y loco de re

mate —elementos ambos que contribuirán a su inhabilidad de poder distinguir,

discriminar, la realidad de la ficción. No sólo cree Ido literalmente las ideas

obtenidas a través de sus lecturas de las obras de folletín, sino que las ha

internalizado de tal manera que le impiden ver la realidad tal cual es. Aún

más: ha invertido Ido del Sagrario el concepto de la literatura como reflejo

de la realidad para llegar a la conclusión de que la vida refleja la literatura.

A través de la ironía galdosiana nos encontramos, pues, con un personaje

cuyos medios de vida radican en la producción de novelas folletinescas mien

tras que por otro lado representa exactamente el público candido, ingenuo,

que no sólo consume ávidamente este tipo de novela sino que cree al pie de la

letra lo que lee, y en el caso específico de Ido, lo que escribe. El propósito

en la creación de este personaje es evidente: el hacer una sátira en contra

de aquellos escritores que se dedican a la producción de novelas de folletín

así también como una crítica a toda la industria de literatura popular en el

siglo XIX alcanza su época de gran apogeo económico.

La explicación que da Ido a Aristo sobre su nueva profesión como ayu

dante y colaborador de novelas de folletín, puede representarse según el si

guiente esquema:

1. Introducción a su ocupación como «creación» literaria y de la novela de

folletín como el producto de esta ocupación. El novelista, en el papel

de productor de obras literarias, obtiene en la sociedad un lugar de gran

estima. También trata esta primera parte de la relación entre autor y

ayudante, el tipo de cooperación que se requiere de los ayudantes, el

proceso implicado en el desarrollo y producción de la novela de folletín

y, finalmente, el aspecto económico.

2. Introducción de los diferentes tipos de novelas de folletín, los diferentes

tipos de protagonistas, lugares de acción y otros elementos más.

3. Además de volver a repetir el elemento de la ganancia mencionado en la

primera parte, incluye el tema del sentimiento como uno de los elementos

más importantes en este tipo de literatura.

4. Introducción del tema alrededor del cual se produce el tipo de novela

de folletín de vena romántico-sentimental: la mujer virtuosa pobre que

27

vive bajo el asedio constante de las fuerzas del mal proyectadas a través

de la lascivia de los hombres que la rodean. Leemos:

Dos niñas bonitas, pobres, se entiende, muy pobres, y que viven con

más apuro que el último día de mes... Pero son más honradas que el

Cordero Pascual. Ahí está la moralidad, ahí está, porque esas pollas

huerfanitas, que, solicitadas de tanto goloso, resisten, valientes, y son

tan ariscas con todo el que les habla de pecar, sirven de ejemplo a

las mozas del día. Mis heroínas tienen los dedos pelados de tanto

coser, y mientras más les aprieta el hambre, más se encastillan ellas

en su virtud 24.

Como se puede ver, las cualidades morales que acompañan a las heroínas

de Ido son las mismas virtudes que acompañan al arquetipo de la MV. Em

pieza nada menos que con el concepto de que la pobreza es el paso inicial e

imprescindible para aquél, o aquélla, que quiera alcanzar un estado de per

fección moral. No llama la atención, por lo tanto, de que la picardía (acción

baja y vil según Ido), sea una característica de los ricos. «¿Dónde está la pi

cardía? En el rico, en el noble, en el ministro, en el general, en el cortesano».

La honradez, como es de esperar, la ve en el obrero, en el pobre y aún en el

mendigo (pág. 1465 a). También encuentra la honradez en la mujer. La fina

lidad de este concepto, como ya se ha mencionado en otra parte, es la de

propagar la idea de que la pobreza es el estado perfecto para la mujer y para

todo miembro del cuarto estado.

Dentro de este marco ideológico coloca el ayudante a sus protagonistas.

La descripción de ambas reflejan las mismas características de las heroínas

virtuosas de la literatura popular. Son bonitas y sobre todo son pobres. El

segundo elemento se repite tres veces aunque la imagen varía para lograr el

mayor efecto posible: «(son) pobres, se entiende, muy pobres, y que viven

con más apuro que el último día de mes» (pág. 1464 b).

La belleza y la pobreza están supeditadas solamente por una tercera ca

racterística: la honradez. La honradez representa para Ido, como para los

otros escritores de literatura popular, la condición moral que evita que las

hermosas doncellas cometan el pecado de fornicación fuera del matrimonio.

Siguiendo la temática de la Mujer Virtuosa, las heroínas de Ido no sólo

soportan la pobreza con dignidad —a pesar de morirse de hambre y de tener

«los dedos pelados de tanto coser»— sino que hasta viven rodeadas de un

sentimiento de paz, expresado a través del ambiente armónico que las rodea

—nótese el uso del diminutivo con que el ayudante describe cariñosamente

el mundo de las muchachas—: «El cuartito en que viven es una tacita de

plata. Allí flores vivas y de trapo... Por las mañanas cuando abren la ventanita

que da al tejado...» (pág. 1464 b).

Para terminar el conjunto coloca Ido a los dos enemigos de la virtud fe

menina. En primer lugar tenemos a un grupo de hombres ricos empeñados

en comprar la virginidad —la honradez— de sus heroínas. El segundo ene-

28

migo se manifiesta en la persona de una duquesa mala. La función, única, de

este personaje antagónico a la pureza de las primeras es la de tratar de per

derlas a causa de la envidia que siente por la hermosura de las bellas mu

chachas.

Ido del Sagrario se ha basado, para escribir sus novelas, en la existencia

de dos muchachas, vecinas suyas: Amparo y Refugio. Ambas comparten al

gunas de las características de las heroínas virtuosas, especialmente aquellas

basadas en su orfandad y en su juventud. Pero en oposición a las primeras,

las dos muchachas distan mucho de ser una copia exacta del arquetipo lite

rario, como lo sabe muy bien Ido. Lo interesante, sin embargo, es que Ido

sólo incluye aquellos aspectos de las dos hermanas que directamente las co

nectan al arquetipo de la MV, omitiendo aquellos otros considerados no vir

tuosos o anti-virtuosos. Esto lo hace Ido para preservar el aspecto de «poesía»

en la obra de ficción, poesía que dentro de este contexto equivale a aquello

que «no escandaliza». El mismo lo dice cuando afirma: «Cosas pasan estu

pendas que no pueden asomarse a las ventanas de un libro, porque la gente

se escandalizaría» (pág. 1465 b).

Lo que Ido no quiso incluir en su obra, sin embargo, se convertirá en la

base de la novela de Galdós. El autor de Tormento, siguiendo la técnica narra

tiva de la interposición de una novela dentro de otra novela, desarrolla los

dos arquetipos femeninos de la narrativa sagrariana, transformándolas en mu

jeres de carne y hueso en un proceso de confrontación con una realidad alie

nada de los valores morales enunciada en la literatura popular. El proceso

de transformación lo empieza Galdós dándoles nombres a sus protagonistas.

Siguiendo la característica galdosiana de dar a sus personajes nombres que

de alguna manera reflejen un aspecto de su personalidad, a la primera la lla

ma Amparo mientras que a la hermana menor la nombra Refugio. Amparo,

como su nombre lo indica, es una muchacha que vive en una búsqueda conti

nua de elementos externos que la protejan, que la amparen de su condición

de mujer pobre (material y espiritualmente). La pobreza espiritual de la pro

tagonista es un comentario que se repite a menudo en la obra. Galdós se

refiere a ella como una criatura «humildísima y de carácter débil, continuo

amarrada al yugo de... protección» (pág. 1473 b). A la hermana menor la

llama Refugio por buscar ésta el refugio y la respuesta a su vida miserable

en la explotación de su sexualidad. El hecho de haberles dado a ambas mu

jeres un nombre que de alguna manera las identifique íntimamente con as

pectos diversos de su temperamento, y con el ambiente que las rodea, les

da a las dos hermanas un toque de realidad.

A continuación toma Galdós una de las virtudes señaladas por Ido como

una de las más importantes en el estado honrado de la mujer: la pobreza,

y la despoja del brillo y colorido con que se manifiesta en la literatura bur

guesa. Para conseguirlo, proyecta el escritor los efectos de la pobreza en las

dos mujeres, en su más absurda y cruda realidad. En oposición a la literatura

sentimental demuestra Galdós que la pobreza es precisamente el resorte que

29

impulsa a la mujer a adoptar una vida de inmoralidad. Decir pobreza, para

el escritor de Tormento, es decir deshonestidad, es decir debilidad y no for

taleza de espíritu como sugieren las novelas folletinescas.

Semejante a las heroínas de José Ido, la condición básica de las dos her

manas galdosianas es, pues, su pobreza. Son ambas huérfanas y sin un res

paldo económico que les augure un porvenir seguro. Porque ambas se saben

pobres se han creado una imagen negativa de sí mismas, estimuladas por

una sociedad que cree y propaga la inferioridad del pobre. El concepto que

ambas mujeres tienen de sí mismas es un concepto carente de todo elemento

de integridad y de amor propio. Amparo se piensa a sí misma como un ser

sin valía mientras que Refugio, más asentada en la realidad y por lo tanto

mejor capacitada para verla tal cual es, comprende que la imagen que la mu

jer tiene de sí misma corresponde a su condición económica: «¿Por qué es

una mujer mala? —por la pobreza—» (pág. 1497 b).

Recuérdese que para Ido el estado de pobreza contribuye a que sus heroí

nas adquieran una fortaleza de espíritu que las llevará a confrontarse, virtuo

samente, a la vida. Para Galdós, las dificultades acarreadas por la pobreza

de ambas mujeres producirán efectos completamente antifolletinescas. Y no

es que las mujeres galdosianas no hayan tratado de imitar la imagen folleti

nesca de la virtud, ni mucho menos —ni que no crean en ella—. Al contrario,

Galdós señala el hecho de que Amparo y Refugio, al verse huérfanas y sin

dinero, adoptaron ansiosamente el ideal del trabajo compatible con sus de

seos de vivir una vida honrada, a pesar de las dificultades que tal decisión

implicaba para ambas hermanas:

(ellas) hicieron ese voto de heroísmo que se llama vivir de su trabajo.

El de la mujer sola, soltera y honrada, era y es una como patente de

ayuno perpetuo; pero aquellas bien criadas chicas tenían fe, y los

primeros desengaños no las desalentaron (1472 a).

Oponiéndose a los valores burgueses que propagaban la idea de que el

trabajo realizado por la mujer era suficiente para su mantención así también

como para el mantenimiento de aquellos que dependían económicamente de

ella, presenta Galdós una dialéctica opuesta que trata de demostrar lo ilógico

de tales pretensiones. Las labores de Amparo y Refugio como «sirvientas-pa

rientes» de la casa de los de Bringas demuestran el empeño vano de ambas

de poder adquirir, por medio de un trabajo honrado, una situación econó

mica libre de miserias y de angustias monetarias. La realidad cotidiana de

ambas mujeres, como ellas mismas lo expresan, atestigua que el trabajo fe

menino no era suficiente para la mujer pobre y desamparada.

Tenemos entonces que las dos protagonistas de Tormento son mujeres

pobres y a Amparo se le podría considerar hermosa. Pero hasta ahí llega la

virtud en ambas. Ni Amparo ni Refugio son mujeres fuertes. La pobreza y la

falta de preparación para confrontarse con la vida, han hecho de ellas seres

30

débiles. Amparo vive una vida denigrante bajo la «protección» de sus parien

tes. Refugio, quien cree escaparse de ese servilismo, se somete a otro estilo

de vida que, sin duda, es más denigrante que el de su hermana, dadas las

condiciones de la prostitución en el siglo XIX. Amparo misma está consciente

de las implicaciones negativas de la decisión tomada por su hermana. Al

meditar sobre la nueva «libertad» de la vida de su hermana, se da cuenta que

es aún más triste y más peligrosa que la esclavitud en que ella, Amparo, vive.

La diferencia que se establece desde este momento entre las dos herma

nas es importante porque a través de ella se refleja la discrepancia que existe

entre la mujer que se somete a los valores proyectados en el arquetipo lite

rario de la MV (Amparo) y la mujer que reconoce los límites de esos valores

en relación a su propia vida y decide, conscientemente, rechazarlos (Refugio).

Refugio es la versión realista de la mujer no-virtuosa. Es el prototipo de

las «Magdalenas» de la literatura popular que deciden abandonar a sus «seres

queridos» en busca de otras circunstancias que les brinde ya sea una mejor

posición económica, relaciones sexuales satisfactorias, o ambas. Refugio va

en busca de lo primero a través de lo segundo. La decisión de Refugio no ha

sido, sin embargo, determinada en un momento de liviandad o de capricho.

El nuevo estilo de vida de la muchacha ha sido el producto del conocimiento,

adquirido a través de experiencias amargas, de que para mujeres de su con

dición no existe ninguna otra alternativa que las saque de la miseria en que

se consumen. Ni siquiera el trabajo puede ampararlas de su pobreza. En un

altercado entre Refugio y su hermana mayor, cuando ésta le echa en cara

la «inmoralidad» de su nueva vida, le responde Refugio: «¿Pero no he tra

bajado bastante? ¿De qué son mis dedos? Se han vuelto de palo de tanto

coser. ¿Y qué he ganado? Miseria y más miseria» (pág. 1497 b). Termina

Refugio afirmando una realidad que ambas hermanas conocen muy bien:

«Asegúrame la comida, la ropa y nada tendrás que decir de mí» (pág. 1497 b).

Refugio también comprende que, dados los valores clasistas de la socie

dad, el matrimonio como alternativa a su pobreza está negado a mujeres de

su nivel socio-económico. Como ella misma lo dice: «¿Qué muchacho decente

se acerca a nosotras viéndonos pobres?» (pág. 1497 b). La palabra «decente»

en el contexto de la realidad cotidiana de las dos hermanas significa un esta

do económico fuera del alcance de las dos hermanas; en otras palabras, un

estado socio-económico privilegiado. Refugio comprende, como lo comprende

su hermana, la estructura clasista de la sociedad española del siglo XLX en la

cual los pobres se casan con los pobres y los ricos, o «decentes», se casan

con los ricos. La pobreza de las muchachas elimina, por lo tanto, cualquier

posibilidad de salirse —especialmente a través del matrimonio— de la situa

ción precaria en que habían vivido la mayor parte de su vida.

Amparo, por otro lado, es una mujer débil de carácter. Además de los

sinsabores que su debilidad le causa, especialmente en sus relaciones con

Rosalía de Bringas, también la llevó, de jovencilla, a tener relaciones ilícitas

31

con Pedro Polo —cura— dado a luz novelísticamente en El Doctor Centeno,

obra anterior a Tormento. Las razones que la impulsaron a establecer esta

relación amorosa, de la que más tarde se arrepentirá, nunca se establecen cla

ramente. No sabemos en realidad si fue el resultado de un momento de pa

sión experimentado por la muchacha o si se entregó al cura por otras razo

nes, tal vez iniciadas por él. Sobre las consecuencias psicológicas de esta

relación en Amparo escribe Montesinos, «por la violencia de él y la pasivi

dad de ella, nos imaginamos aquel ayuntamiento como una serie de actos

de brutalidad que dejan, como no podía ser menos, una repugnancia inven

cible en el alma de la pobre muchacha» 2S. Por último, su debilidad de carác

ter, evitó que Amparo tomara una actitud de confrontación ante la vida.

Montesinos señala la debilidad de la muchacha en los siguientes términos:

Amparo, siempre la pasividad misma, irresoluta, débil, es lo que otros

la hacen ser. Aún en los momentos en que sabe muy bien lo que no

quiere, en que sus deseos se aguzan y la incitan a un escape, su medrosidad

la inhibe de manera, que nunca lo encuentra franco. Esto, en

Tormento, llega a ser angustiosísimo...26.

La flaqueza que la caracteriza, sin embargo, no significa que Amparo no

comprenda, ni mucho menos, la realidad en que se mueve, y más aún, que

comparta actitudes similares con su hermana en cuanto a la pobreza y a la

condición de la mujer pobre. En uno de los primeros diálogos que mantuvo

con el que más adelante sería su pretendiente —Agustín Caballero— escu

chamos de labios de la protagonista el eco de las mismas palabras pronuncia

das previamente por Refugio:

En qué condición tan triste estamos las pobres mujeres que no tenemos

padres, ni medios de ganar la vida, ni familia que nos ampare, ni

seguridad de cosa como no sea de que al fin, al fin, habrá un hoyo

para enterrarnos. (1484 b).

Al mismo tiempo, también comprende Amparo que la respuesta a la pro

blemática de la mujer pobre no radica ni en el trabajo, ni en la prostitución,

pero sí en el matrimonio. Y, en oposición a la actitud de su hermana, se aven

tura a dejarse llevar por las posibilidades que Agustín Caballero —indiano

rico y buen prometedor— representa en las huestes matrimoniales. Galdós,

sin dejar de lado la ironía que lo caracteriza, añade, «ella le miraba a él como

la Providencia hecha hombre» (pág. 1529 a).

Ahora bien: como es de esperar, Amparo está familiarizada con el con

cepto burgués de que la mujer para ser merecedora de participar en la insti

tución matrimonial, debe poseer los valores proyectados en el arquetipo lite

rario. Este conocimiento lo adquiere la protagonista a través de su contacto

con Ido del Sagrario y a través de sus lecturas. Es evidente que Amparo es

una activa consumidora de la literatura burguesa. Recuérdese el momento en

32

que, al tratar de confrontar la manera de revelarle a Agustín sus experiencias

amorosas con Polo, se refiere a una de las frases obtenidas en sus lecturas,

«yo he sido víctima». Rechaza esta idea, sin embargo, por parecerle dema

siado cursi, y «se acordó de las novelas de don José Ido» (pág. 1528 b). Otro

instante semejante ocurre cuando está esperando la llegada del veneno con

el que pensaba quitarse la vida. En medio de los sentimientos mórbidos de

esos momentos no puede dejar de recordar la semejanza que «aquello tenía

con pasos de novela» (pág. 1564 a).

El ambiente que la rodea también le recuerda los mismos valores lite

rarios. Bringas, tío lejano de la protagonista, refiriéndose a la buena suerte

de la humilde muchacha por haber sabido conquistar el corazón del rico

Agustín, le dice: «La verdad, le tienes encantado... Esto se podría titular,

'El premio de la virtud'. Es lo que yo digo: el mérito siempre halla recom

pensa» (pág. 1530 b). Por último, Agustín representa otro medio de contacto

con los valores del arquetipo de la MV. Para el Indiano, Amparo era la ima

gen idéntica de aquellas otras doncellas literarias, como lo comprueba la des

cripción minuciosa que el enamorado hace de Amparo antes de conocer su

pasado. Para empezar, el mayor encanto que Agustín ve en su amada radica

en su pobreza. Escribe en una carta dirigida a su amigo: «Me he enamorado

de una pobre» (pág. 1522 b). El segundo aspecto de Amparo que le interesa

radica en su hermosura, aunque sin que disminuya por estos otros aspectos

también importantes como eran la virtud y la inocencia. La encuentra ade

más obediente, resignada y sumisa, «la conocí trabajando día y noche, con

la cabeza baja, sin decir esta boca es mía» (pág. 1522 b). Como se puede ver,

todas estas cualidades que Agustín aprecia en Amparo son las mismas virtu

des que caracterizan a la MV.

Por otro lado, el tipo de mujer que rechaza Agustín es el tipo de mujer

que rechaza la literatura popular. Es este tipo la mujer que por sus ambicio

nes materialistas y ansias de poder no acepta su estado en la vida, preten

diendo ser —a través de la ropa generalmente— un ser diferente del que su

estado socio económico le permite. Son «las damas que parecen duquesas, y

resulta que son esposas de tristes empleados». También rechaza Agustín a la

mujer pobre soberbia, a las que carecen de una «buena educación», a las char

latanas, a las que viven obsesionadas por gastar, por divertirse y por apo

nerse perifollos» (pág. 1522 b). Es evidente entonces de que para Agustín, la

mujer que elija como esposa tiene que coincidir, por definición, con el mo

delo ideal de la literatura.

La transferencia que Agustín establece del arquetipo de la Mujer Virtuosa

a Amparo, no es totalmente errónea sin embargo. La que pudiera haber

llegado a ser su esposa comparte muchas de las virtudes expresadas en la

descripción anterior. Amparo es pobre, bella y obediente. Es también posee

dora de un «corazón inclinado a todo lo bueno», como ella misma lo expresa,

así también como el hecho de que «si algún mérito tenía... era el grande amor

al trabajo» (pág. 1534 a).

33

Le falta a Amparo, sin embargo, la columna fundamental para ser el de

chado de perfecciones, el ejemplar impecable del arquetipo literario que bus

caba Agustín, y que no era otra que la castidad. En capítulos anteriores se

ha mencionado cómo la ideología de la virtud femenina, transmitida a través

de los medios literarios del siglo XIX, demandaba la castidad como un requi

sito absoluto de «honestidad» y de «decencia» en la mujer. De faltarle este

elemento tan importante, se hacía inmerecedora de participar en la institu

ción matrimonial (hombre-mujer) y especialmente se le negaba rotundamente

el derecho —moral— de la maternidad.

Amparo, mujer inteligente y sensible a su ambiente y a sus propias nece

sidades —aunque impotente para cambiar ambas— capta un elemento im

portante de la moralidad burguesa que, por razones obvias, escapa a la lite

ratura popular. Se trata de la «respetabilidad». Sabe la hermana de Refugio

de que el parecer algo, o alguien, es casi tan importante como el serlo. Por

lo tanto, si a ella, a Amparo, le falta la castidad —si en un momento de debi

lidad, de necesidad o de pasión perdió esa tan preciada joya— lo importante

era fingir que la conservaba. Podía, de esa manera, aparentar el estado de

pureza que caracterizaba a las más virtuosas de las doncellas literarias. De

esa manera, y sólo de esa manera, podía ella hacerse merecedora de participar

en la institución del matrimonio.

Esto no significa de que la protagonista —la «mujer débil» de Galdós—

estuviera totalmente consciente de adoptar un papel determinado que la lle

vara a conseguir un fin anhelado por todas las mujeres de su condición. No

se puede evitar el llegar a la conclusión, sin embargo, de que bajo la apa

riencia de debilidad con la que se proyecta hacia el mundo exterior, se tras

luce en muchos sentidos una voluntad de hierro y hasta de osadía, por parte

de la anti-heroína folletinesca. Esta voluntad de hierro se manifiesta en la en

tereza, en la determinación con que la protagonista cargaba con su cruz de

todos los días, especialmente en su relación con Rosalía de Bringas. Es en

este aspecto, más que en ningún otro, donde Amparo da un giro de 180 gra

dos frente a su modelo literario: la mujer virtuosa, y es en este aspecto tam

bién donde Galdós rechaza uno de los valores más importantes de la morali

dad burguesa, la respetabilidad. A través de la ironía que lo caracteriza ridi

culiza el escritor la respetabilidad y a través de su anti-heroína —o como

Montesinos diría, la «antiheroica heroína»— demuestra el escritor la futilidad

de este tipo de valores en el marco de la sociedad que los promueve.

Galdós se apodera del mismo elemento que podría haber liberado a su

protagonista —la respetabilidad burguesa— y lo utiliza para impulsar su

caída social. En nombre de «la respetabilidad» sacan las enemigas de la pro

tagonista los «trapitos al aire» de Amparo. Esto imposibilitará para siempre

las ilusiones matrimoniales de la muchacha. Al final de la novela vemos a

Amparo saliendo de Madrid en busca de otro lugar donde pudiera desempe

ñar su papel de amante de Agustín fuera de la maledicencia de los madrileños.

Ahora bien: las razones que llevaron a Galdós a tomar esta postura final

34

frente al destino de Amparo —como amante de Agustín— son, a nuestro pa

recer, tres. En primer lugar, es en esta última parte donde Galdós desarrolla

de manera más profunda el último de los tipos femeninos de la obra de Ido.

Se trata esta vez de la «duquesa mala» de las novelas de folletín. Esta du

quesa, «más mala que la liendre» e interesada en perder a las hermosas don

cellas folletinescas, se convierte en la novela galdosiana en la orgullosa Ro

salía Pipaón Calderón de la Barca.

La caricatura de la duquesa es, en la obra galdosiana, un portento de ma

ravillas que demuestran en forma concretísima el ingenio del escritor. El tí

tulo de nobleza del personaje femenino de la novela de folletín sirve de con

traste con los aires pseudo nobles que se da la de Bringas. La envidia que

consume a la primera es la misma envidia que consume a Rosalía. El deseo

de la primera de querer que las doncellas se pierdan se expresa en la segunda

en la actualización de sus sentimientos destructivos al llevar a Amparo hasta

la desesperación y casi, hasta la muerte. Al final, sin embargo, la envidia y la

codicia que caracterizan a Rosalía se vuelven en contra suya al ver sus ilu

siones frustradas. Amparo, en el papel de amante del Indiano rico, goza de

aquellas pertenencias que habían conducido a la de Bringas a su envileci

miento.

La segunda razón que justifica, en nuestra opinión, la postura de Galdós

frente al destino de Amparo radica en el deseo del autor de demostrar lo

insustancial de la respetabilidad burguesa. Al negarle Galdós a Amparo una

vida «honesta» basada en la respetabilidad, critica a toda una sociedad que se

presta a valorar al ser humano, y concretamente a la mujer, con valores ende

bles y carentes de unas bases sólidas. Por medio del episodio final en la

vida de Amparo denuncia Galdós la respetabilidad burguesa porque contri

buye ya sea al ascenso o al descenso social del individuo sin tomar en consi

deración las circunstancias del individuo mismo.

La tercera, y última razón, radica en la ambición de Amparo de querer

subir el peldaño social a través de un matrimonio de conveniencia. En el final

de Amparo se sienten las repercusiones de la historia de millones de anti

heroínas literarias embarcadas en un proceso destructivo por haber codi

ciado un estilo de vida fuera del alcance de sus propias posibilidades.

Es aparente, entonces, que Galdós rechaza en Tormento el concepto ro

mántico, señala las bases clasistas que definen la moral folletinesca de la lite

ratura popular, pero acepta algunos de los valores morales antepuestos a la

mujer a través de la literatura. El rechazo lo logra el autor al contrastar las

virtudes de la Mujer Virtuosa a la realidad cotidiana de sus dos mujeres po

bres: Amparo y Refugio. Al sacar Galdós la moralidad burguesa de su am

biente literario, y al anteponerlo a otro ambiente literario pero ya no burgués

sino clase media y baja, demuestra el escritor la inutilidad de las pretensiones

virtuosistas.

Benito Pérez Galdós, hombre arraigado en su época y en su historia, no

puede rechazar, sin embargo, dos de los «defectos» femeninos condenados

35

también en la literatura popular: la sexualidad fuera del matrimonio y la am

bición. La distorsión final del cuento de Cenicienta, en la cual la hermosa

muchacha termina como amante y no como esposa, refleja la postura del es

critor frente a estos dos aspectos de la vida de Amparo. El pasado de Am

paro y su deseo de alcanzar un nivel socio-económico superior, a través de

su matrimonio con Agustín, la condenan al papel de amante para siempre.

La «buena organización de la familia» en la cual se basa «la buena organiza

ción de una sociedad» no podía haber aceptado otra cosa. Al rechazar Galdós

a Amparo en el papel tradicional de madre y esposa, está invocando el sen

timiento y «los sagrados lazos de la familia» tal y cual se manifiestan en la

literatura popular de tipo romántico-sentimental.

NOTAS

1 La literatura utilizada en este estudio es una literatura publicada en Madrid

entre los años 1840 hasta la época en que Don Benito Pérez Galdós empieza a escribir

sus novelas contemporáneas. La forma utilizada en la transmisión de esta literatura, en

la narrativa, era el "folletín", el cual era un escrito que se insertaba en el periódico.

De esta manera se publicaban no sólo las novelas en serie, tan conocidas en la España

decimonónica, sino que también se incluían ensayos y artículos literarios. En la poesía

la forma utilizada con más frecuencia era la de los "romances".

Las características principales de esta literatura, además del apogeo que alcanza al

ser explotada como mercadería comercial, eran las siguientes:

á) sus tendencias extranjerizantes, especialmente la que se basaba en modelos

franceses.

b) su lacrimosidad y sentimentalismo.

c) su alto contenido moral y didáctico y

d) sus ambiciones políticas.

La última característica es especialmente importante al tratar de definir esta litera

tura. Un análisis detallado nos demuestra cómo las obras literarias de esa época servían

como medios transmisores de las ideologías de aquellos grupos dominantes que en aquel

momento luchaban por la adquisición, y mantención, del poder: la burguesía en com

binación con la jerarquía dominante de la Iglesia. Los valores, por lo tanto, proyectados

en esta literatura a través del arquetipo de la Mujer Virtuosa, estaban arraigados en el

status-quo vigente y en una estructura social basada en la dominación política de las

clases dominantes.

2 Arturo Saborit y Thomas, "Juanita. Un sueño", Correo de la Moda (Madrid:

8 de abril de 1872), año XXII, núm. 29, p. 226.

3 Dr. D. Francisco Alonso y Rubio, La mujer bajo el punto de vista filosófico,

social y moral: sus deberes en relación con la familia y la sociedad. (Madrid: D. F. Gamayo,

1863), p. 37.

1 Ibíd., pp. 32-33.

5 Enrique Pérez Escrich, La mujer adúltera. (Madrid: Librería de Miguel

Guijarro, Editor, 1895), t. II, p. 357.

36

6 Severo Catalina, La mujer. Apuntes para un libro. (Madrid: Imprenta de Luis

García, 1858), p. 176.

7 Peregrín García Cadena, "El arte casero", Revista de España (Madrid, 1872),

año V, núm. 102, p. 265.

8 Escrich, t. II, pp. 116-117.

9 Blanca de Gassó y Ortiz, "Amor y gloria", Correo de la Moda. (Madrid:

18 de agosto de 1872), año XXII, núm. 31, p. 242.

10 Enricue Berthod, "Estudios morales: el ramo de flores", Museo de las Familias.

(Madrid: 25 de noviembre de 1845), p. 255.

11 Ibíd.

n Benito Pérez Galdós, "Revista de teatros: La Familia", La Nación, 17-XII-65,

publicado por William H. Shoemaker, Los artículos de Galdós en "La Nación" (Ma

drid: ínsula, 1972), p. 335.

13 Galdós, "Revista de Madrid: Auditorio femenino", La Nación, 17-XII-65,

Shoemaker, Los artículos, p. 335.

14 Galdós, "El suplicio de una mujer", La Nación, 3-XII-65, Shoemaker, Los

artículos, p. 229.

15 Galdós, "Variedades: la rosa y la camelia", La Nación, 13-111-66, Shoemaker,

Los artículos, p. 303.

16 Galdós, "Observaciones sobre la novela contemporánea en España", Revista de

España, t. XI, núm. 57, 1970, p. 167.

17 Galdós, El amigo Manso. Obras Completas (Madrid: Aguilar, 1970), p. 1238.

13 Ibíd.

u Galdós, "Prólogo" La Regenta de Leopoldo Alas, 3.a edición. Obras Completas

(Madrid: 1951), p. 1450 a.

20 Galdós, Fortunata y Jacinta. Obras Completas (Madrid: Aguilar, 1942).

21 Galdós, Tristona. Obras Completas (Madrid: Aguilar, 1942), p. 1612.

22 Manuel Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936). (Madrid:

Editorial Tecnos, 1973), p. 27.

23 Galdós, La desheredada. Obras Completas (Madrid: Aguilar, 1941), p. 971.

2i Galdós, Tormento. Obras Completas, t. IV, p. 1464 b.

25 Walter T. Pattison, Benito Pérez Galdós (Bostón: Twayne Publishers, 1975),

p. 75.

26 José F. Montesinos, Galdós, t. II (Madrid: Editorial Castalia, 1969), p. 105.

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