LA MASONERÍA EN LAS DOS PRIMERAS SERIES DE LOS
EPISODIOS NACIONALES DE GALDOS
José A. Ferrer Benimeli
INTRODUCCIÓN
Uno de los problemas que tiene planteada la historia de la masonería
española contemporánea es la reconstrucción de su pasado decimonónico, y
en especial el del primer tercio del siglo, debido a la escasez de fuentes docu
mentales directas. Es cierto que existen algunos papeles de archivos masóni
cos, así como de la Inquisición y de la policía de la época, pero, sobre todo,
estos dos últimos están marcados por las directrices legislativas de condena y
persecución de la masonería, lo que exije un cuidadoso trato e interpretación
de los mismos, para no incurrir en las manipulaciones que de este material
han hecho algunas escuelas historiográficas neomenendezpelayistas más preo
cupadas de Españas posibles que de la verdadera realidad española del mo
mento. En particular este problema se agudiza en el período correspondiente
al reinado de Fernando VII, que es el más polémico por el tratamiento histó
rico que ha recibido por las diversas tendencias histórico-ideológicas.
En este sentido, y para este tema concreto, se impone, quizá más que en
otras ocasiones, el recurrir a los escritos de los contemporáneos, o de los
que no excesivamente lejos del momento relataron los acontecimientos de la
época a través de memorias, correspondencias, apuntes históricos de la pren
sa, e incluso de la novelística, sobre todo si, como en el caso de Pérez Galdós,
se trata de la llamada novela histórica.
Dado que Galdós se ocupa de esta parcela de nuestra historia en sus Epi
sodios Nacionales hace que pueda ser de cierta utilidad el que intentemos
acercarnos a ella llevados de su mano. El hecho de que nos ciñamos a sólo
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5 A raíz de la muerte de ia joven Reina Mercedes en 1878, Federico Bravo
Morata se refiere al empeño de encontrar una nueva esposa e "infanta adecuada" para
Alfonso XII y España: "El hombre moderno no puede menos que sonreír, siquiera
íntimamente, cuando conoce estas andanzas de ministros y diplomáticos buscando una
princesa para un monarca, repartiendo sus actividades convencionales con estas otras
más próximas al celestineo que a la política". (Fin del siglo y de las colonias [Madrid:
Fenicia, 1972], p. 42).
6 Obras Completas (Madrid: Aguilar). La cita es del volumen III, de la edición
de 1961, p. 1363. Citaré de esta edición para los volúmenes III y IV. Las citas del
volumen V son de la edición de 1967.
7 Robert Ricard, "Mito, sueño y realidad en Prim", Cuadernos Hispanoamericanos,
núms. 250-252 (oct. 1970'-enero 1971), pp. 340-355.
8 Walter T. Pattison, Benito Pérez Caldos (Bostón: Twayne Publishers, 1975),
p. 86.
9 Emile Zola, Le Román experimental (Paris: Garnier-Flammarion, 1971), p. 64.
10 Ibíd., p. 61.
11 José Schraibman, "Los sueños en Fortunata y Jacinta", en Rogers, edición
citada, p. 163.
12 Antonio Sánchez Barbudo, "Torquemada y la muerte", en Rogers, edición
citada, pp. 351-363.
13 pattison, Ob. cit., p. 102.
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las dos primeras series radica en un doble motivo. En primer lugar porque
en ellas trata precisamente de este período. Y en segundo lugar, porque estas
dos primeras series forman un bloque no sólo histórico en cuanto al período
que rememoran (1805-1834), sino también con relación a las otras series de
los mismos episodios, pues no en vano transcurrieron veinte años entre la
redacción de las primeras y su continuación en las tres series siguientes.
GALDOS Y LA MASONERÍA EN LA PRIMERA SERIE DE LOS
EPISODIOS
Gáldós como historiador
El hecho de implicar a Galdós en la historia de la masonería española de
principios del siglo XIX nos obliga a una aclaración inicial. No se trata, por
lo tanto, de hacer un análisis de crítica literaria, ni de un mero estudio de la
novela galdosiana, sino de considerar a Galdós como una posible fuente de
información histórica. Dicho de otra forma, si se puede estimar a Galdós co
mo historiador, y en este caso, como historiador, o al menos informador, de
una parcela tan concreta de nuestra historia, como es la de la masonería en
el primer tercio del siglo XIX.
Es decir que no se trata tanto de poner sobre el tapete la cualidad de
Galdós como historiador en general, sino como historiador o fuente informa
tiva de un tema tan polémico como es la masonería, y por el que además
manifiesta una curiosa y particular inclinación.
Creo que no es éste el lugar para polemizar sobre si Galdós es o no histo
riador; sobre si reúne las condiciones que se exigen a un historiador. Pues
por poco que se conozca su vida, sus viajes, su espíritu de observación, sus
inquietudes políticas..., está fuera de duda que demostró tener una sagacidad
especial en la búsqueda de las fuentes históricas, e incluso en la reconstruc
ción de los escenarios urbanos, bélicos, etc. Sagacidad que le impulsó a una
especie de necesidad de hacer historia, mediante una técnica consumada tanto
en la utilización de las verdades recogidas, como en la selección de las mis
mas, y finalmente en la exposición clara y sustanciosa de los sucesos.
No olvidemos que los Episodios Nacionales, aparte de suponer casi la
mitad de la gigantesca labor literaria de Galdós, forman la parte más orgánica
y trabada de la misma. Y además constituyen la menos discutida por la crí
tica; la parte aceptada sin reservas por todos los públicos, cualesquiera que
sean sus ideologías.
Galdós historió todo el siglo XIX español mereciendo la admiración de
Mesonero Romanos, quien no podía menos de maravillarse de que el autor
de los Episodios «sin haberlos vivido», conociese tan bien aquellos tiempos
a los que Mesonero consagraba un auténtico culto. El propio Mesonero Ro-
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manos, en sus Memorias de un setentón, refiriéndose a alguno de los Episo
dios de la segunda serie, en concreto a las Memorias de un cortesano de 1815,
llega a decir textualmente: «En él ha sabido trazar un cuadro acabado de
aquella Corte y de aquella época, en que no se sabe qué admirar más, si la
misteriosa intuición del escritor, que por su edad no pudo conocerla, o la
sagacidad y perspicacia con que, aprovechando cualquier conversación o in
dicaciones que hubo de escuchar de mis labios, ha acertado a crear una ac
ción dramática con tipos verosímiles, casi históricos, y desenvolverla en
situaciones interesantes, todo con un estilo lleno de amenidad y galanura».
Ciertamente este juicio tiene tanto más valor cuanto que corresponde al
período objeto de este estudio. Pérez Galdós nació el 10 de mayo de 1843.
La primera serie de los Episodios abarca la Guerra de la Independencia, desde
Trafalgar hasta la batalla de Arapiles; en tanto que la segunda serie hace lo
propio con el período histórico comprendido entre los años 1813 y 1834; es
decir que los sucesos que, tanto en la primera como en la segunda serie, re
lata Galdós son anteriores a su nacimiento, y por lo tanto no los vivió de
cerca, cosa que no ocurre con las otras series de los Episodios, especialmente
la cuarta y la quinta.
Por otra parte las dos primeras series de los Episodios fueron escritas de
enero de 1873 a diciembre de 1879, lo que nos planteará la cuestión de saber
no sólo hasta qué punto se puede considerar como fuente de información
histórica, sino, sobre todo, si la agitada historia político-masónica del mo
mento influyó en la historia de ese pasado rememorado por Galdós en los
veinte volúmenes que integran estas dos primeras series.
A la primera cuestión —como afirma Sáinz de Robles— hasta ahora ni
el más sutil de los historiadores ha podido acusar a Galdós de apartarse de
la verdad o de tergiversarla. Ya que Galdós, aun cuando une a lo histórico lo
novelesco, no los confunde. En cada Episodio galdosiano el lector sabe en
seguida hasta dónde llega la verdad, y dónde empieza la ficción; cuáles son
los personajes históricos, y cuáles los novelescos.
Por esta razón al estudiar el tema concreto de la masonería, es fácil dis
tinguir lo que proviene de los personajes inventados por Galdós, de lo que
tiene o quiere tener de rememoración histórica del pasado. Y es aquí cuando
la segunda cuestión que nos planteábamos necesitaría de un ulterior desarro
llo. Es decir, cuáles son las fuentes en las que se basa Galdós cuando habla
de masonería, y cuál es el influjo que sus posibles vivencias personales o am
bientales del decenio 1870-1880 —que es cuando escribe— se reflejan como
trasposición histórica a los primeros años del siglo XIX, que es el período
relatado.
Es fácil que Galdós adquiriera algunos de sus conocimientos históricos
—aparte de en las informaciones directas que le proporcionaron algunos de
los protagonistas del momento como hizo Mesonero Romanos— en las obras
del conde de Toreno, de Alcalá Galiano, del marqués de Miraflores, de la
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condesa de Espoz y Mina, del general Fernández de Córdoba, etc. —libros
todos de fácil acceso en los tiempos en que escribía el novelista—, o en la
prensa del momento: El Zurriago, el Nuevo Diario, La Colmena, El Procu
rador General del Rey, El Restaurador, El Censor, El Espectador, El Imparcial,
etc., etc. Pero es igualmente fácil que Galdós tomara partido a la vista
de los acontecimientos que estaba viviendo España en esos momentos; o
incluso que ambas fuentes —las del pasado y las actuales— se aglutinaran
en una simbiosis armónica.
La Masonería como tema galdosiano
Una de las cosas que más llama la atención al leer los Episodios es la pre
sencia constante de la masonería en la mayor parte de los mismos. Presencia
que tendrá en algunos más incidencia que en otros, pero que va tomando
protagonismo de una forma progresiva hasta alcanzar, por así decir, el punto
culminante en el Episodio que está dedicado íntegramente a la masonería:
El Grande Oriente.
Quizá una de las preguntas que nos podemos hacer es el por qué de esta
preocupación masónica de Galdós. ¿Es que él era masón, como algunos han
insinuado o incluso afirmado? ¿O más bien está fuertemente influido por Al
calá Galiano, quien a su vez, se puede decir está igualmente obsesionado por
el tema de la masonería, que desarrolla con amplitud y minuciosidad tanto
en sus Recuerdos de un anciano, como en sus Memorias, y en donde se con
fiesa pertenecer a la Orden del Gran Arquitecto del Universo? Es importante
recordar la amistad que unió a Galdós con José Alcalá Galiano (nieto de don
Antonio), con quien realizó alguno de sus viajes a Inglaterra, concretamente
en 1883.
En cualquiera de los casos, lo cierto es que Galdós se ocupa de la maso
nería, con más o menos amplitud, en la primera serie, en Bailen, Napoleón
en Chamartín, Cádiz y La Batalla de Arapiles; y en la segunda serie en Me
morias de un cortesano de 1815, La segunda casaca, El Grande Oriente, Los
Cien mil Hijos de San Luis, Un voluntario realista, Los Apostólicos, y Un
faccioso más y algunos frailes menos.
Se nota una mayor incidencia del tema en la segunda serie, y la razón es
de fácil comprensión dentro de la lógica galdosiana, y de la dinámica de los
propios Episodios, a través de sus escenarios y de sus protagonistas.
El personaje central o protagonista de la primera serie, Gabriel Araceli,
con su sencillez, falta de instrucción, su desdicha paralela a su bondad y hon
radez, representa a la nueva clase social nacida de la epopeya de la Guerra
de Independencia, en la que entraron tantos y tan dispares elementos, entre
ellos la propia masonería. Pero durante la epopeya nacional la incidencia de
la masonería en la parte no francesa de la península es mínima; de ahí que
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no se refleje tanto la temática masónica en esta primera serie, y que cuando
lo haga sea casi siempre bajo el genérico nombre de sociedades secretas.
Sin embargo en la segunda serie el protagonista será Salvador Monsalud,
vehemente, con su deje de patetismo, que viene a ser como el símbolo de las
nuevas tendencias constitucionales, en lucha contra el despotismo. Y aquí
el papel a desarrollar por la masonería, tanto en su aspecto histórico, como
en el puramente novelesco es más coherente, ya que la trama revivida por
Galdós está íntimamente ligada con las pasiones políticas que agitaron a
blancos y negros, a carlistas y cristianos, a republicanos y monárquicos, y
con las preocupaciones religiosas y las inquietudes de clases. Por esta razón
la masonería con su ideología liberal y su carácter secreto —óptimo para la
conspiración— está mucho más presente en la segunda serie, donde cierta
mente se puede decir que es elevada incluso a categoría de protagonista.
Cejador juzgando los Episodios, con su acostumbrada sinceridad arago
nesa, dirá que «Galdós no falsea los acontecimientos ni los personajes. Podrá,
acaso, alguna vez, engañarse, como los historiadores se engañan; pero ha
bebido las noticias en los mismos documentos que los historiadores, y ha
sabido, mejor que ellos, darnos el espíritu, la visión artística de la Historia...
Lo que logró hacer Galdós es la historia interna y viva de los pueblos...».
Pues bien, dentro de este contexto de confianza otorgado a Galdós, es
importante distinguir tres aspectos al analizar el tema de la masonería que
tanto le preocupa o —al menos— al que tanta atención dedica. El primero lo
que nos dice de la masonería por boca de sus protagonistas masones; segun
do lo que de la masonería dicen los personajes procedentes del pueblo y del
clero; y tercero lo que piensa el propio Galdós y así lo manifiesta cuando
haciendo un paréntesis en la trama de la novela episódica correspondiente,
se toma la libertad de dar juicios de valor sobre la masonería o incluso cuando
traza rápidas pinceladas de su historia interna.
Como un ejemplo que sintetiza lo anterior en una misma escena, puede
servir la siguiente, tomada de Bailen:
—Oye tú Marijuán —dijo otro. ¿Sabes lo que decían en Sevilla? Pues de
cían que la Junta se iba a poner de compinche con las otras Juntas para ver
de quitar muchas cosas malas que hay en el gobierno de España, lo cual po
demos hacer nosotros «sin necesidad de que vengan los franceses a enseñár
noslo» [Palabras de la Junta Suprema de Sevilla].
—Así ha de ser —observó Santorcaz—. Me han dicho que en Sevilla hay
sociedades secretas.
—¿Qué es eso?
—Ya sé —replicó uno—. Tiene razón don Luis, en Sevilla hay lo que se
llama «flamasones», hombres malos que se juntan de noche para hacer ma
leficios y brujerías.
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—¿Qué estás diciendo? No hay tales maleficios. Mi amo iba también a
esas juntas, y cuando su mujer se lo echaba en cara, respondía que los que
allí iban eran al modo de filósofos, y no hacían mal a nadie.
—Pues en Madrid las sociedades secretas están todavía en la infancia,
añadió Santorcaz. En Francia las hay a miles y todo el mundo se apresura a
inscribirse en ellas \
La masonería como polémica popular
El concepto que de la masonería tienen los personajes de Pérez Galdós
queda expresado en dos vertientes contrapuestas, que por otra parte resultan
tan históricas como actuales, pues encajan perfectamente en la polémica po
pular del desconocimiento que en España ha habido tradicionalmente acerca
del sugestivo tema de las sociedades secretas y en particular de la masonería.
Por una parte está el aspecto de la masonería que podríamos denominar
positivo, y que se resume en la identificación de los masones con los filósofos,
los liberales y de cuantos desean hacer desaparecer las injusticias de la socie
dad en que viven, recurriendo si es preciso a la conjura e incluso a la revolu
ción, para por medio de las sociedades secretas reformar el Gobierno de
España.
La otra vertiente del concepto galdosiano de la masonería nos viene dada
por las palabras que pone en boca de sus personajes procedentes del pueblo.
En la masonería, en este caso, no hay nada de positivo. Los masones son con
siderados por el pueblo como brujos, tunantes, mentirosos y falsarios, jugado
res, libertinos, ambiciosos, propagandistas políticos, afrancesados, demonios,
herejes y malvados. Se les acusa incluso de robar doncellas y secuestrar niños
para educarles en la fe de «Majoma» 2.
La masonería española según Galdós
Pero dejando aparte sus personajes, el propio Galdós se permite terciar
en la cuestión histórica de la masonería, aludiendo a sus orígenes en España
de una forma clara y contundente: «Yo tengo para mí —escribirá— que antes
de 1809, época en que los franceses establecieron formalmente la masonería,
en España ser masón y no ser nada era una misma cosa. Y no me digan que
Carlos III, el conde de Aranda, el de Campomanes, y otros célebres persona
jes eran masones, pues como nunca los he tenido por tontos, presumo que
esta afirmación es hija del celo excesivo de aquellos buscadores de prosélitos
que, no hallándolos en torno a sí, llevan su banderín de recluta por los cam
pos de la Historia, para echar mano del mismo padre Adán, si le cogen des
cuidado» 3.
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Esto lo escribe Galdós en enero de 1874 y pertenece al primer capítulo
de Napoleón en Chamartín. Consecuente con lo escrito, en los episodios an
teriores no se ocupa, y ni siquiera menciona a la Masonería. No lo hace en
Trafalgar, ni en La Corte de Carlos IV, que tanto se prestaba a ello, caso de
haber dado Galdós importancia a lo que don Vicente de la Fuente, en su
Historia de las Sociedades Secretas había publicado en 1870, donde por pri
mera vez se plantea y cuestiona el mito de la masonería de Carlos III, Aranda
y Campomanes, entre otros4. Es cierto que La Fuente no se atreve a con
testar al interrogante que queda abierto, pero tras él ya se encargarían otros
muchos, con un desconocimiento notable de nuestra historia, de dar respues
tas según el gusto de los grupos clericales o anticlericales, que por aquel en
tonces —sobre todo a raíz de la cuestión romana y de la reciente experiencia
republicana en España— polemizarían sin piedad en torno a las sociedades
secretas, y en especial a la masonería.
Por esta misma razón tampoco se ocupa Galdós de la masonería en El 19
de marzo y el 2 de mayo. Hay que esperar a la llegada de los franceses para
que en la trama novelística de sus episodios se empiece a ocupar de las
sociedades secretas. Por esta razón será en Bailen donde se permita ya aludir
a las sociedades secretas relacionándolas indirectamente con las Juntas que
iban a «quitar muchas cosas malas que hay en el gobierno de España, lo cual
podemos hacer nosotros sin necesidad de que vengan los franceses a ense
ñárnoslo». Inmediatamente, y como consecuencia o explicación de lo anterior,
dirá que ya hay sociedades secretas en Sevilla, si bien en Madrid dichas so
ciedades «estaban todavía en la infancia». No obstante —añadirá a modo de
observación histórica— «en Francia las hay a miles y todo el mundo se apre
sura a inscribirse en ellas» 5. Y no deja de ser sintomático que en este caso
sociedad secreta se identifique con «lo que se llama flamasones».
Respecto al carácter reformista de dichas sociedades secretas —que no
eran «sociedades de enamorados» dedicadas a asaltar conventos—, si algún
día se ocupaban de conventos sería «para echar fuera a los frailes y vender
luego los edificios» '. La alusión a futuras desamortizaciones es suficiente
mente clara sobre todo teniendo en cuenta la fecha en que se desarrolla la
acción de este Episodio.
Galdós, hasta que llega en su relato al año 1809, no empieza a ocuparse
más directamente de la masonería. Y debo indicar —dirá entonces— «que en
aquel año la masonería española era pura y simplemente una inocencia de
nuestros abuelos, imitación sosa y sin gracia de lo que aquellos benditos ha
bían oído tocante al Grande Oriente Inglés y al Rito escocés»7. Después de
1809 —dirá Galdós en su Napoleón en Chamartín— ya es otra cosa:
«De aquellas dos logias infantiles que yo conocí en la calle de las Tres
Cruces y en la de Atocha, y donde se regocijaban con candorosas ceremonias
unos cuantos desocupados, salieron la famosa logia de la Estrella, la de Santa
Justa [sic], patrona de Córcega; la sociedad de caballeros y damas Pnilocorei-
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tas; la de los Filadelfios, de Salamanca; la Gran Logia nacional, que estuvo
en el edificio ocupado antes por la Inquisición; la logia de Santiago el Mayor,
en Sevilla, y las de Jaén, Orense, Cádiz y otras ciudades. Entrometiéndome
en la Gran Logia nacional, oí hablar de cosas más serias y graves que los discursitos
filosóficos en verso que le echaban al esqueleto de la Rosa-Cruz;
oí hablar mucho de política, de igualdad; entonces fue cuando anduvo de
boca en boca y llegó a ser muy de moda la palabra democratismo, que luego
desapareció para presentarse de nuevo al cabo de medio siglo, aunque variada
en su forma y tal vez en su significación. De la larva de aquellas logias no es
aventurado afirmar que salió al poco tiempo la crisálida de los clubs, los
cuales, a su vez, andando el voluble siglo, dieron de sí la mariposa de los
comités» 8.
Tras esta digresión histórica, Galdós volverá a su narración reconociendo
que se había alejado de su objeto9. Sin embargo, Galdós plantea aquí al lector
una duda o interrogante, que algunos quizá con excesivo simplismo han re
suelto de forma afirmativa: ¿Fue Galdós masón?, o mejor dicho, ¿se puede
deducir de lo que aquí dice que él perteneció a la masonería? Porque Galdós
escribe —como acabamos de ver— en primera persona: «De aquellas dos
logias infantiles que yo conocí en la calle de las Tres Cruces y en la de Ato
cha... salieron la logia de la «Estrella», la de Santa Justa, patrona de Córcega
[en realidad debería haber dicho Santa Julia, y no Santa Justa], la sociedad
de..., etc. Entrometiéndome en la Gran Logia Nacional oí hablar...».
Es evidente, no obstante, que esa primera persona no corresponde al pro
pio Galdós, o no puede corresponder, puesto que en 1809 no había nacido
todavía, y para cuando nació —en 1843— todas esas logias que cita ya no
existían, pues desaparecieron con la prohibición y persecución de la Inquisi
ción y de la policía de Fernando VIL No obstante tampoco se trata de don
Diego Rumblar o del señor de Manara, que son los protagonistas de la escena
en cuestión, sino de un hipotético narrador que describe en primera persona
las andanzas de los protagonistas de turno, andanzas que van salpicadas de
comentarios en los que la personalidad de Galdós se desdobla entre su propio
pensamiento y el de su otro yo que es el narrador del episodio de turno.
A partir de este episodio —Napoleón en Chamartín— las alusiones a la
masonería aparecerán más frecuentes en Cádiz y en La Batalla de Arapiles,
para luego ocupar un lugar preferente en la segunda serie, en especial en las
Memorias de un cortesano de 1815, La segunda casaca, El Grande Oriente,
Un voluntario realista, Los Apostólicos, y Un faccioso más y algunos frailes
menos. Es decir, que a excepción de tres episodios: El equipaje del rey José,
El 7 de julio, y El terror de 1824, la masonería aparece en la segunda serie
como protagonista de todos los demás Episodios, con más o menos intensidad.
Y es en esta segunda serie, y en concreto en el capítulo sexto de El Gran
de Oriente donde Galdós vuelve a hablar en primera persona para decirnos
qué entiende él —no sus personajes— por masonería en el período que relata,
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y que se remonta en este caso al Trienio Constitucional (1820-23), si bien el
Episodio fuera escrito en junio de 1876.
«No puede formarse juicio exacto de la masonería —nos dirá— por lo
que esta institución ha sido en España. Los masones de todos los países de
claran que la Sociedad del compás y la escuadra existe tan sólo para fines fi
lantrópicos, independientes en absoluto de toda intención y propaganda polí
ticas. En España, por más que digan los sectarios de esta Orden, cuyos mis
terios han pasado al dominio de las gacetillas, los masones han sido, en las
épocas de su mayor auge, propagandistas y compadres políticos. Tampoco
puede formarse juicio de la masonería española de antaño por los restos de
ella que existen hoy, y que, al decir de los devotos, se reducen a unas juntillas
diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad, aunque cumplen
medianamente su objeto de dar de comer a tres o cuatro hierofantes. Esta
antigualla oscura que algunos sostienen como una confabulación caritativa
para fines positivos o menudencias individuales, y para protegerse en uno y
otro continente (por lo cual son masones casi todos los marineros que hacen
la carrera en América), no tiene nada de común con la asociación de 1820.
«Era ésta una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeto,
una hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de reli
gión (hecho que parcialmente subsiste en la desmayada y moribunda masone
ría moderna), y no se ocupaba más que de política a la menuda, de levantar
y hundir adeptos, de impulsar la desgobernación del reino; era un centro
colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones; una
máquina potente que movía tres cosas: Gobiernos, Cortes y Clubs, y a su
vez dejábase mover a menudo por las influencias de Palacio; un noviciado
de la vida pública, o más bien ensayo de ella, pues por las logias se entraba a
La Fontana y La Cruz de Malta, y de aprendices se hacían diputados, así co
mo de Venerables los ministros. Era, en fin, la corrupción de la masonería ex
tranjera que al entrar en España había de parecerse necesariamente a los es
pañoles.
«Durante la época de persecución, es notorio que conservó cierta pureza
a estilo de catacumbas; pero el triunfo desató tempestades de ambición y
codicia en el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y
honrados había tanto aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearse.
«Apareció formidable el compadrazgo, y desde la simonía, el cohecho, la
desenfrenada concupiscencia de lucro y poder, asemejándose a las asociacio
nes religiosas en estado de desprestigio, con la diferencia de que éstas con
servan siempre algo del simpático idealismo de su instinto original, mientras
aquélla sólo conservaba el grotesco aparato mímico y el empolvado atrezzo
de las llamas pintadas y las espadas de latón.
«A medida que iba avanzando el triunfo, iba decayendo el ritual masónico,
simplificándose la disciplina en lo relativo a juramentos, pruebas, iniciación.
Por eso hemos visto tan empolvados y rotos los tarjetones y huesos de la
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Cámara de Meditaciones, cuya inutilidad empezaba a ser reconocida. Es pro
pio de gente tocada de afán de codicia el no preocuparse de detalles tontos,
y bien se sabe que hambre o ambición no tienen espera» 10.
Aquí Galdós expresa en poco espacio una serie de ideas importantes por
cuanto se permite comparar el período que relata —los años 1820— con los
que está viviendo cuando escribe —junio de 1876—.
En primer lugar deja claro cuál es su concepto de la masonería haciendo
abstracción de lo que ésta asociación sea o haya sido en España, ya que «no
puede formarse juicio exacto de la masonería por lo que esta institución ha
sido en España». Es decir que contrapone claramente la masonería española
frente a la masonería de los otros países; y no olvidemos que Galdós para
esas fechas ya había hecho alguna escapada al extranjero, especialmente a
Francia, si bien sería más tarde (1883-84) cuando visitaría Inglaterra, Holan
da, Alemania, Dinamarca, Suecia, Italia, etc.
«Los masones de todos los países —dirá Galdós— declaran que la Socie
dad del compás y la escuadra existe tan sólo para fines filantrópicos, inde
pendientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas». Sin em
bargo, en España los masones —«cuyos misterios han pasado al dominio de
las gacetillas», con lo que le tenía que resultar relativamente fácil a Galdós
conocer los detalles a los que desciende en sus relatos— o como los deno
mina, no precisamente con cariño «los sectarios de esta Orden», en las épocas
de mayor auge no han pasado de ser «propagandistas y compadres políticos».
A continuación establece un claro paralelismo entre la masonería espa
ñola de 1876 y la de 1820, llegando a afirmar que no había nada de común
entre ambas.
¿Qué es, pues, la masonería contemporánea de Galdós; la que existía en
España cuando escribía El Grande Oriente! «Unas juntillas diseminadas e
irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad, aunque cumplen medianamente su
objeto de dar de comer a tres o cuatro hierofantes». Y todavía más al decir
que no pasaba de ser «una antigualla oscura que algunos sostenían como una
confabulación caritativa para fines positivos o menudencias individuales, y
para protegerse en uno y otro continente».
Conviene insistir en lo que Galdós afirma al describir la masonería que
califica de «juntillas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley y sin uni
dad». En efecto, por esas fechas —1876— en España había varios grupos dis
tintos de masones, a saber: el constituido por los masones que se reunían en
torno a Ramón María Calatrava, como Gran Maestre del titulado Gran
Oriente Nacional de España; el formado por las logias que dependían del
Grande Oriente Lusitano; el compuesto por aquellos masones que quisieron
organizar la masonería sobre unas bases más democráticas y racionales, y que
fundaron el Grande Oriente de España, eligiendo como Gran Maestre a Car
los Celestino Magnan y Clark; la Gran Logia Independiente Española, con
sede en Sevilla, y que agrupaba a varias logias por toda la península; el Gran
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Capítulo Catalán, formado en Barcelona y que intentaba la unión de las lo
gias de Cataluña; el pintoresco Grande Oriente de Pérez, cuyo Gran Maestre
acabaría siendo condenado a la expulsión de la masonería con alguno de sus
cómplices; el Grande Oriente Ibérico, que acabaría fusionándose en 1876 con
el Grande Oriente de España, siendo proclamado Gran Maestre don Práxe
des Mateo Sagasta, jefe del partido liberal y presidente del Gobierno, etc.
Es decir, que Galdós tenía razón cuando daba una visión tan poco favo
rable de la masonería contemporánea, o como la calificará gráficamente cuan
do la trata de «desmayada y moribunda masonería moderna».
Frente a estos rasgos y características, la masonería española de 1820 no
sale mejor parada, pues no era otra cosa que «una poderosa cuadrilla política
que iba derecha a su objeto». La descripción o finalidad de esta masonería
política era «proporcionar destinos», «levantar y hundir adeptos», «impulsar
la desgobernación del reino», «centro de intrigas», «máquina potente que
movía tres cosas: Gobierno, Cortes y Clubs»...; era, en fin —concluirá Gal
dós— «la corrupción de la masonería extranjera que al entrar en España
había de parecerse necesariamente a los españoles». Y el que fuera la corrup
ción de la masonería extranjera es claro, puesto que poco antes ha definido
a los masones de todos los países «independientes en absoluto de toda in
tención y propaganda políticas»; sin embargo, los masones españoles, no se
ocupaban de otra cosa que de «política a la menuda».
Indirectamente nos deja entrever, sin embargo, que no siempre había sido
así. Pues, en un principio, esa masonería moderna que él llama «desmayada
y moribunda», había conservado —desde el punto de vista masónico— cierta
pureza a estilo de las catacumbas, durante la época de persecución. Pero con
la llegada del triunfo político «desató tempestades de ambición y codicia en
el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y honrados
había tanto aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearse». Apareció
—en expresión de Galdós— «el compadrazgo, la simonía, el cohecho y la
desenfrenada concupiscencia de lucro y poder», con lo que el desprestigio
de la masonería no se hizo esperar.
Los masones vistos por el pueblo en la primera serie de los Episodios
Si del terreno de la especulación histórica del propio Galdós nos remon
tamos a la trama novelística de la primera serie de los Episodios, podemos
sacar un curioso retrato de lo que los masones representan para los personajes
que encarnan el pueblo.
En Bailen, la primera vez que en una tertulia sale la cuestión de las so
ciedades secretas, y en concreto los «flamasones», es para decir que son «hom
bres malos que se juntan de noche para hacer maleficios y brujerías» u.
Don Diego de Rumblar, uno de los protagonistas de Napoleón en Cha-
70
martín es definido como «jugador, francomasón y libertino» 12, siendo asiduo
visitante de «las logias de masones, infernális spelunca, donde se pasa la no
che entre herejías y diabluras...»13.
Por otra parte, y sin salimos del mismo episodio, se atribuye a los maso
nes la idea de Napoleón de reducir el número de regulares a la tercera parte,
con estas palabras que identifican o aproximan masones con franceses y sus
ideas más o menos revolucionarias: «Esas son las tan decantadas novedades
de los filósofos y de todos esos masones a la francesa que hay ahora» u. Poco
después el paralelismo «filósofos-masones» dará un paso más con el de «he
rejes-masones»: «Afuera Inquisición, y vengan herejes y lluevan masones.
¿Qué les importa esto a los que no se cuidan de lo espiritual?» 15.
Cambiando de episodio encontramos en Cádiz una nueva alusión al afrancesamiento,
si bien en este caso los masones quedan enmarcados entre los
«ateos y los democratistas»: «No me importan burlas de gente afrancesada...
ni de filosofillos irreligiosos, ni de ateos, ni de francmasones, ni de democra
tistas, enemigos encubiertos de la Religión y del Rey» 16.
Como complemento o explicación de lo que se entiende por «democratis
tas», y su conexión con la masonería, en el mismo episodio, y por boca del
mismo personaje —D. Pedro—, podemos leer lo siguiente: «Es indudable
que han entrado aquí las ideas filosóficas, ateas y masónicas, según las cuales
ya se acabó el honor y la grandeza, lo noble y lo justo, para que no haya más
que pillería, liberalismo, libertad de la imprenta, igualdad y demás corrup
telas...» 1?.
Finalmente en La batalla de Arapiles completará Galdós el desarrollo de
la visión democrática de la masonería. Aquí el protagonista es Santorcaz que
pertenecía a «la sociedad de los filadelfos, nacida en el ejército de Soult, y
cuyo objeto era destronar al Emperador, proclamando la república»18. Poco
después bajará a más detalles al decir que «Santorcaz se consuela con la
masonería, y en la logia de la calle Tentenecios unos cuantos perdidos espa
ñoles y franceses, lo peor sin duda de ambas naciones, se entretienen en ex
terminar al género humano, volviendo al mundo patas arriba, suprimiendo
la aristocracia y poniendo a los reyes una escoba en la mano para que barran
las calles» 19.
Tras esta visión un tanto revolucionaria de la logia en cuestión, en la que
no se sabe quiénes salen peor parados, si los reyes y aristócratas, o los pro
pios masones que identifica con unos cuantos perdidos —lo peor de Francia
y España—, culmina el cuadro calificando a los masones de ridículos y cómi
cos : «Ya veis que esto es ridículo. Yo he ido varias veces allí en vez de ir al
teatro, y en verdad que no debieran disfrazarse de cómicos, porque realmente
lo son» x.
Todavía insistirá Galdós, en el mismo episodio completando el retrato de
los masones que serán calificados de bribones, malvados, afrancesados y he-
71
rejes, y donde acabaran siendo identificados nada menos que con Satanás. La
escena se desarrolla en plena calle:
—¿Buscan la calle del Cáliz y están en ella? —repuso la vieja con desabri
miento—. ¿Van a la casa de los masones o a la logia de la calle de Tentenecios?
Pues sigan adelante y no mortifiquen a una pobre vieja que no quiere
nada con el Demonio.
—¿Y la casa de los masones, cuál es, señora?
—Tiénela en la mano y pregunta... —contestó la anciana—. Ese portalón
que está detrás de usted es la entrada de la vivienda de esos bribones; ahí es
donde cometen sus feas herejías contra la religión, ahí donde hablan pestes
de nuestros queridos reyes... ¡Malvados! ¡Ay, con cuanto gusto iría a la
Plaza Mayor para verlos quemar! Dios querrá quitarnos de en medio a los
franceses que tales suciedades consienten... Masones y franceses todos son
unos, la pata derecha y la izquierda de Satanás21.
Dentro de este contexto popular, y sin salimos de La batalla de Arapiles
volverá a ser identificado cierto masón importante como «el capitán general
de todos los luciferes» M. Y por si fuera poco lo atribuido a los masones la
«seña Frasquita» responderá a la pregunta de ¿por qué llaman masones a
esta gente? diciendo que los tales «cuando entran en un pueblo, apandan to
das las doncellas que encuentran. Pues digo: también hay que tener cuidado
con los niños, pues se los llevan para criarlos a su antojo, que es en la fe de
Majoma» **.
Los masones vistos por sí mismos en los personajes de la primera serie de
los Episodios.
Fundamentalmente los rasgos con que Galdós define a la masonería a tra
vés de los personajes de sus novelas relacionados con la masonería o masones
ellos mismos, no son tampoco excesivamente laudatorios que digamos, ya que
al más importante de ellos —Santorcaz— lo pinta como un resentido, como
un brujo, encantador, nigromante y cómico3*. Y en cuanto al condesito de
Rumblar le adjudica todas las características de un débil mental.
En los primeros momentos de la invasión francesa, Pérez Galdós, nos
presenta una masonería apadrinada por las autoridades invasoras en la que
se llegan a identificar masones y afrancesados25. Poco tiempo después estas
mismas autoridades simplemente la consienten, porque los masones españoles
están entre los pocos que no se revelan contra la invasión francesa*.
En 1812, nos relata, que el ejército francés recibe órdenes para que la
causa francesa se separe de todo lo que suene a masonería, ateísmo, irreli
giosidad y filosofía27.
72
En cuanto a los ritos y prácticas masónicas la unanimidad de todos los
personajes es absoluta: son unas pantomimas. Incluso los mismos masones
piensan que son simple y tontos, pero necesarios para conquistar a los necios2*.
Ya en Napoleón en Chamartín se despacha Galdós a gusto: «...D. Diego
y el Sr. de Manara iban de noche a una reunión de masonería incipiente del
género tonto, que se celebraba en la calle de las Tres Cruces, y a otra del gé
nero cómico fúnebre, que tenía su sala, si no me falla la memoria, en la calle
de Atocha, número 11 antiguo, frente a San Sebastián; en cuyas reuniones,
amén de las muchas pantomimas comunes a esta orden famosa, leíanse versos
y se pronunciaban discursos, de cuyas piezas literarias espero dar alguna
muestra a mis pacienzudos leyentes.
«Sobre todo en la calle de Atocha, donde estaba la logia Rosa-Cruz, el
rito era tal, que algunas veces púseme a punto de reventar conteniendo las
bascas y convulsiones de mi risa, pues aquello, señores, si no era una jaula
de graciosos locos, se le parecía como una berengena a otra. En una oscurí
sima habitación que alumbraban macilentas luces, y toda colgada de negro,
se reunían los tales masones; porque allí todo fuera misterio, tenían a la ca
becera un Santo Cristo acompañado del compás, escuadra y llana, y a la de
recha, un esqueleto muy bien puesto en un sillón, con la cabeza apoyada en
la mano, en ademán meditabundo, y por debajo un letrerito que decía:
«Aprende a morir bien» 29.
Finalmente en La batalla de Arapiles volverá Galdós sobre algunas de las
características anteriores, a las que añadirá ciertos matices democráticos y
anticlericales: «Cuando hablábamos los dos a solas, él se reía de las prácticas
masónicas, diciendo que eran simples y tontas, aunque necesarias para sub
yugar a los pueblos. Su odio a los nobles, a los frailes y a los reyes, continua
ba siempre muy vivo...»30.
Y para redondear más la panorámica masónica, vista desde dentro —por
supuesto de la mano de los personajes galdosianos vinculados a ella— tal vez
resulte expresivo el siguiente comentario tomado del mismo episodio: «...Los
repetidos viajes, las logias y los compañeros de masonería me inspiraban re
pugnancia, hastío y miedo. No se lo oculté, y él me decía: «Esto acabará
pronto. No conquistaré a los necios sino con esta farsa; y como los franceses
se establezcan en España, verás la que armo...»31.
LA MASONERÍA EN LA SEGUNDA SERIE DE LOS EPISODIOS
Pérez Galdós trata con mucha más extensión el tema masónico en la se
gunda serie de los Episodios y además lo relaciona con circunstancias y per
sonajes históricos que elevan la masonería a categoría de verdadera protago
nista. Son algo más de veinte años los que abarcan el relato de esta segunda
73
serie: de 1813 a 1834, y dada la incidencia histórica del período y el trato
que le da Galdós, se impone una triple división del mismo, sirviendo como
elemento diferenciador el episodio titulado El Grande Oriente.
Así, pues, en una primera parte se puede estudiar la masonería en El equi
paje del rey José, Memorias de un cortesano de 1815 y La segunda casaca,
que forman un todo homogéneo. En estos episodios, sobre todo en los dos
últimos, el tema de la masonería es abordado con verdadera extensión y
profundidad.
En segundo lugar merece un tratamiento especial el episodio que sirve de
división: El Grande Oriente, y que por estar dedicado en su integridad al tema
masónico ofrece material más que suficiente para su estudio.
Finalmente, si bien ya de una forma más anecdótica, el tercer bloque lo
constituyen Los Cien mil Hijos de San Luis, Un voluntario realista, y Un fac
cioso más y algunos frailes menos, episodios en los que con mayor o menor
incidencia Galdós volverá a ocuparse de la Orden del Gran Arquitecto del
Universo.
Características del primer grupo
De un modo un tanto esquemático, los aspectos que más destacan de los
tres episodios que componen este primer grupo anterior a El Grande Oriente,
son: el influjo de la masonería y su vinculación a altos personajes de la corte
y gobierno; la presencia de militares en la masonería; la cuestión de la cons
piración revolucionaria; y finalmente la persecución de la masonería por parte
de la Inquisición y de la policía. Como línea de referencia o telón de fondo
continuará estando presente la visión particular que de los masones sigue
teniendo el «pueblo» galdosiano.
Influjo de la masonería
Respecto al primer aspecto: el influjo de la masonería y su vinculación a
altos personajes de la Corte y del Gobierno, en las Memorias de un cortesano
de 1815, se describe una escena de palacio en la que interviene el propio Fer
nando VII y algunos cortesanos que encierra especial interés ya que el tema
de la conversación es precisamente la masonería:
—¿Qué se dice por ahí?
—Esta tarde —replicó Collado— han ido a comer con el Inquisidor gene
ral don Pedro Ceballos, Eguía y el S. Majaderano.
—¿Quién es Majaderano? —preguntó con indiferencia Fernando.
—El ministro de Gracia y Justicia —repuso Alagón—. Así le llamaba Ga-
74
llardo en su graciosa Abeja. No nos reímos, porque el Monarca permaneció
impasible. Al fin sonriendo dijo:
— ¡Ceballos sentado a la mesa con el Inquisidor!
—La señal fue dada. Todos soltamos la risa.
—¿Si querrá don Pedro participar al Prelado cómo va la secta masónica
de que es jefe? —dijo el Duque.
—Yo había oído que era masón —afirmó con malicia— pero hasta ahora
no sabía que era el Papa de los Hermanos.
—Tan cierto como es de noche. —Afirmó Alagón, observando el semblan
te de Su Majestad, que demostraba poco interés en la conversación.
—Lo que asombrará más al mundo —indicó Collado— es saber que los
masones tienen su logia en la casa misma de la Inquisición.
— ¡Hombre, tanto como eso...! —murmuró el Rey con indolencia.
—¿Qué habláis ahí de francmasonería? —preguntó Fernando, después de
una larga pausa en que no se oía más ruido que el del enorme reloj...
—¿Hablabas de Ceballos?
—Sí Señor.
—Decías que era francmasón. ¿Acaso hay ahora francmasones? —pre
guntó el hijo de Carlos IV con viveza.
—Los hay, los hay —aseguró Collado—. Esta mañana hablábamos el señor
Pipaón y yo de la taifa de masones que va saliendo por todos lados, como
mosquitos en verano...
Fernando contemplaba el techo, y al fin, como quien sale de honda dis
tracción, miróme fijamente y preguntó:
—¿Qué decías?
—Señor, Collado ha apelado a mi testimonio en apoyo de sus opiniones
sobre la francmasonería, y yo debo decir...
—Que todos son masones, y yo el jefe de ellos... ¿Te ríes? Pues no falta
quien lo asegura así.
— ¡ Oh Señor! antes que pronunciar tal desacato, mis labios callarían para
siempre.
—La verdad es que hay un Oriente en Granada, que preside el conde del
Montijo... —continuó el Rey.
—Justamente, Señor, y...
75
—Y en el cual parece andan también muchos hombres graves que no de
bieran ponerse en ridículo..., pues tengo para mí que eso de la masonería es
una farsa grotesca, que no conduce a nada bueno, ni a nada malo. Muchos
son masones para ocultar sus amores nocturnos...32.
A pesar de que la escena es larga resulta curioso el papel desempeñado
por el propio Fernando VII, preguntando si había o no francmasones; pre
gunta que nos recuerda la publicación anónima que apareció en Cádiz preci
samente en 1812 bajo el título ¿Hay o no hay francmasones?™.
La psicosis de la presencia de masones por todas partes, queda bien refle
jada por boca de Collado, quien se apresura a decir que «¡Los hay, los hay!».
Respecto a la cantidad utilizará la gráfica expresión de decir que eran una
«taifa de masones» los que iban saliendo «por todos lados, como mosquitos
de verano». Expresión que hará intervenir de nuevo al propio rey, medio en
broma, medio en serio, para añadir que naturalmente «todos eran masones
y él el jefe de ellos», pues no faltaba quien así lo aseguraba.
Pero dejando la broma aparte, añadirá Fernando VII que la verdad era
que había un Oriente en Granada que presidía el conde del Montijo, y en el
cual «parece andan muchos hombres graves que no debieran ponerse en ri
dículo..., pues tengo para mí —dirá el rey— que eso de la masonería es una
farsa grotesca, que no conduce a nada bueno, ni a nada malo...
Prescindiendo de la alusión a Montijo, que está claramente tomada de
Alcalá Galiano3*, y sobre cuyo valor histórico existen serias dudas35, es in
teresante el juicio que da aquí Galdós, sirviéndose de Fernando VII, y donde
identifica a la masonería con una «farsa grotesca».
Pero donde, quizá, vuelve a terciar con más claridad, y fuera ya de la
trama novelística es en la reflexión que hace el propio Galdós directamente y
sin intermediarios, un poco más adelante, a raíz de un diálogo que concluye
con estas palabras:
—Cosas de la masonería —indicó Ugarte.
Y repitieron todos:
—Cosas de la masonería.
En aquel tiempo, la culpa de todo se echaba al gato, es decir, a los ma
sones 36.
El por qué la culpa de todo se adjudicaba a los masones —volviendo a las
Memorias de un cortesano de 1815—, tal vez sea debido a la expansión de las
sociedades secretas y a la presencia de altos políticos entre sus filas, o al
menos al paralelismo establecido entre aquellas ideologías liberales y jacobi
nas, que, más o menos, se identificaban con dichas sociedades y en especial
con la masonería:
—Andalucía está infestada de jacobinismo.
—Y Madrid también. —Afirmó el Duque.
—Las sociedades secretas rebullen por todos lados.
76
—No será por falta de Ministerio de Seguridad Pública —dijo con ironía
el Rey.
—Echavarri encarcela a los mentecatos y deja en libertad a los pillos. Los
calabozos están repletos de tontos. Pero ¿qué ha de suceder si los principales
personajes del Gobierno están inficcionados de liberalismo? Ceballos es ma
són; Villamil y Moyano no ocultan sus ideas favorables a un sistema tem
plado como el de Macanaz; Escoiquiz augura desastres; Ballesteros quiere
que se dé una especie de amnistía; en todo España se conspira. Abrase un
poco la mano, y las revoluciones brotarán por todas partes como pinos en
almáciga37.
Casi como una continuación de la escena anterior, aunque, sin embargo,
pertenece a otro episodio: La segunda casaca, es ésta en la que se manifiesta
igualmente el influjo de la masonería:
—No quiero cuentas con el Supremo Consejo —repuso Villela—. Bien
sabemos todos que éste no hace sino lo que le manda el ministro de Gracia
y Justicia. Haga usted que pongan en libertad a esa pobre mujer, y cumplirá
con la ley de Dios.
—Y con la de los masones, —murmuré.
—Hace tiempo se viene diciendo que muchos elevados personajes de la
Corte están en convivencia con la masonería...
—Para mí hace tiempo que no es un secreto el francmasonismo de Villela,
pero Su Majestad, a quien don Ignacio ha sabido embaucar con tanto arte,
no consiente que se le hable de esto, y sostiene que todo lo que se dice de
las sociedades secretas es pura fábula.
—También yo tengo datos para asegurar el francmasonismo del señor
Consejero que acaba de salir —dijo don Buenaventura.
—Desde que estoy en esta casa —afirmó Lozano— no ha pasado una se
mana sin que haya venido con pretensiones de indulto, de sobreseimiento o
de evasión en favor de algún agitador o revolucionario.
— ¡Si todos los criminales se escabullen, protegidos por esos señores, que
afectando servir al Trono y a las buenas ideas, son los más firmes auxiliares
de la Revolución! No sé cómo Su Majestad protege a tan pérfidos hipó
critas... ffl.
Aquí se manifiesta una doble protección. Por una parte de los masones
para alcanzar altos puestos, punto sobre el que incidirá Galdós en el mismo
77
episodio al señalar entre las «prendas y demás antecedentes» que se necesita
ban para escalar los puestos del Consejo, el de «tener de brevas a higos algún
tratadillo con los masones de Granada y de Madrid» 3S.
Y por otra la que ejercían dichos masones en cuestiones, sobre todo, de
indultos. También en este segundo caso hay otra escena en La segunda ca
saca donde de una forma gráfica se hace constancia de ella:
—... Esa pobre señora debe ser puesta en libertad. —Alargó la mano para
tomar pluma y papel.
—... Cuidadito, se enojará don Buenaventura...
—Es una obra de caridad.
— ¡Masónico; eso es masónico puro! —gritó Villela dejándose caer en el
sillón.
—Mandaremos al Consejo Supremo que disponga inmediatamente la li
bertad.
—... Ha necesitado usted que otro le recomendara para hacerlo.
—Mis paisanos... —indiqué yo.
—Señor Pipaón —dijo Villela volviendo a las burlas—, usted es masón.
—¿Por qué?
—Porque ha pedido que se pusiera en libertad a una víctima de la Santa...
Y también yo soy masón, porque lo pedí antes. Y también es masón el señor
Lozano, porque lo concede...40.
Presencia de militares en la masonería
Con relación a este punto las escenas en las que Galdós incide sobre lo
mismo no son escasas, y a través de ellas va redondeando la idea del influjo
y poder de la masonería en el período en cuestión. Precisamente hablando de
un conspirador —Monsalud— que se había movido con facilidad por toda la
península, refiere que «al poco tiempo se le vio en Madrid, donde los masones
de Murcia tienen tan buenas aldabas. Sostuvo relaciones epistolares con don
Eusebio Polo y con Manzanares, oficiales de Estado Mayor, y otros muchos
militares distinguidos, afiliados en la masonería. Cuando éstos fueron redu
cidos a prisión, se pudo echar mano al Monsalud; pero al poco tiempo de
encierro... Desapareció. Ya sabemos lo que son esas desapariciones —afirmó
colérico el familiar de la Inquisición—. Los hermanos del Grande Oriente han
tenido buen ojo en la elección de sus venerables. Son éstos algunos señores
de la grandeza, generales y consejeros, como Villela» **.
Precisamente a propósito de Salvador Monsalud incide Galdós en la mis
ma idea:
—Ah Pipaón, aquí están poseídos de necedad! Persiguen a los mentecatos
78
inofensivos y dejan en libertad a los perversos. ¡Ahorcan a los sargentos y
permiten que todos los oficiales del Ejército se vendan a la masonería!
—Monsalud no es oficial del Ejército.
—Pero es malo, rematadamente malo, y listo...
—Todo es debilidad; las leyes no se cumplen; cada cual hace lo que más
le agrada; son presos los pequeñuelos, mientras los grandes conspiran; alre
dedor del trono alzan su cabeza enmascarada de sonrisas la traición y la sedi
ción ; todos los militares trabajan sordamente en la masonería 42.
Poco después añadirá Galdós —por supuesto dentro de la trama-ficción
del mismo episodio: «No estaba yo muy seguro de las aficiones absolutistas
de los oficiales del Ejército, especialmente de los pertenecientes a cuerpos fa
cultativos...; pero no creí que las sociedades secretas estuvieran tan exten
didas» tí.
Don Antonio —añadirá Galdós— dio una especie de silbido que indicaba
la plenitud de su convicción en punto al enorme influjo de las sociedades se
cretas.
—Estás en Babia, Pipaón —me dijo sonriendo—. Las sociedades secretas,
llámalas masonería, clubs, orientes o como quieras, ofrecen hoy una ramifi
cación inmensa dentro de la sociedad. En ellas está comprometida toda clase
de gente. ¿Crees que sólo los perdidos son masones? ¡Error, amigo mío,
vulgaridad supina! Altos personajes...
—Eso lo sé también. Podría citar aquí media docena...
— ¡Media docena! Yo te citaré centenares. De algunos no tengo seguri
dad completa; pero de muchos no puedo dudarlo, porque tengo datos irrecu
sables. ¡Y qué hombres, y qué nombres! Precisamente los que mejor suenan
en los oídos del absolutismo son los que más se pronuncian hoy en las logias.
Ministros, tenientes generales y algún capitán general, vicealmirantes, infini
dad de brigadieres, consejeros de Estado, alcaldes de Casa y Corte, familiares
de la Inquisición; hasta inquisidores, hasta canónigos, hasta frailes hay en la
masonería. No me asombraré de ver en ella a un señor obispo el mejor día...
Por de contado, el núcleo, la base, el amasijo fundamental de este gran pastel
que se está cociendo y que pronto fermentará, si Dios no lo remedia, lo for
man los oficiales de todos los cuerpos que guarnecen la Corte y las princi
pales ciudades y plazas del Reino 4*.
Finalmente y para completar el cuadro militar-masónico, refieriéndose a
los marinos y al problema suscitado con la mala calidad de los barcos com
prados a Rusia, Galdós reproduce el siguiente diálogo:
—Los marinos han dicho que no se embarcan en ellos.
— ¡Los marinos! ¿Ignoras que todos están vendidos a la masonería?...
Y como confirmación de lo anterior añadirá: «Fui a Cádiz hace poco, y
pude ver por mí mismo, cómo está aquella gente. Hay que oirles, amigo. Con
decirte que no hay un sólo oficial que no esté afiliado en alguna sociedad
79
secreta, está dicho todo: hablan con el mayor desparpajo del mundo de ideas
liberales, de constituciones, de democracia, de soberanía nacional y aun de
república» 45.
El siguiente paso, una vez que Galdós ha dejado bien claro el influjo de
la masonería y la presencia de los militares en sus filas, será ver el papel de
sempeñado por dichos militares masones, con lo que incidirá en la problemá
tica de las conspiraciones revolucionarias del momento, y en la ayuda de en
cubrimiento de los más comprometidos:
—Amigo Pipaón desde el momento en que vas a ofrecer tu cooperación a
los obscuros trabajadores de las logias, tu deber es amparar a los que se vean
comprometidos... No te asustes; podría citarte una docena de señorones gra
ves, firmísimas columnas del Estado en el Consejo y en la milicia, los cuales
han sido encubridores de la mayor parte de los comprometidos en las cons
piraciones de Porlier, Lacy y Torrijos. La historia secreta de estas tentativas
es muy curiosa. Los pobrecitos inmolados ofrecieron con su sangre tributo
externo al derecho público; pero tras los cadáveres de Lacy y Porlier, amiguito,
se han escurrido impunes muchas personas cuyos nombres han sonado
siempre bien en Palacio...4B.
Conspiraciones revolucionarias
Aquí nuevamente nos encontramos con la dicotomía galdosiana, o mejor
dicho tricotomía en la forma de enjuiciar la masonería: Lo que podríamos
denominar «verdadera masonería»; la transformación que la masonería o
pseudomasonería adopta en esos momentos en España; y la idea que de ella
tiene el pueblo.
En el primer caso hay —al menos— un par de ocasiones en La segunda
casaca, en las que se manifiesta una clara distinción entre masonería y revo
lución; entre las apariencias y la realidad:
—Señor de Pipaón, aprendamos a ver claro y a no juzgar a las personas
por lo que aparentan. Yo mismo he visto a Lozano en la logia masónica de la
calle de las Tres Cruces.
—La verdadera masonería dicen que no es revolucionaria.
—Hay de todo; por ahí se empieza17.
Pocas líneas más abajo volverá sobre lo mismo:
—Riéndome, no sé si se mí mismo o de qué le dije:
—¿Conque soy masón?
—Masón no —me respondió—. La masonería, propiamente dicha no es
revolucionaria, aunque el vulgo y los absolutistas llaman masones a los que
conspiran. Ya te dije que esto no es una logia, sino una reunión; lo que en
Francia llaman un club.
80
—¿De modo que no soy todavía masón, propiamente dicho? Pues bien:
soy liberal48.
Aquí es importante la distinción hecha entre logia y club, entre masonería
verdadera —que no es revolucionaria— y esa otra pseudomasonería conspi
radora que para el vulgo y los absolutistas venía a ser la misma y única ma
sonería.
La otra cara de la moneda nos la ofrece Galdós en el mismo episodio don
de se recoge el siguiente expresivo diálogo:
—Ser masón es no ser nada si no se conspira —me dijo.
— ¡Quiero conspirar! —esclamé dando fuerte puñetazo sobre la mesa y
metiéndome después las manos en los bolsillos.
—Pero no se conspira para aumentar la autoridad de la Corona, sino para
disminuirla. No se conspira en pro del Rey, sino en pro de la Nación.
—Pues en pro de la Nación.
—Se conspira para restablecer el Gobierno liberal y la Constitución; es
decir, lo que tú llamabas la mamancia cuando escribías en La Atalaya*.
Y como complemento donde se establece la diferencia existente entre las
logias masónicas y aquellas otras en las que se conspiraba, completará Gal
dós la escena así:
—Debo añadirte que hoy se hila un poco delgado debajo de Madrid.
— ¡Debajo de Madrid!
—¿No me entiendes? En las logias y reuniones secretas, quiero decir. Hoy
se toman precauciones. Cuando un señorón de categoría elevada, sea quien
fuere, ofrece su ayuda a la Revolución, lo que ocurre todos los días, queda
ligado por compromiso solemne, y las veleidades, querido Bragas, los arre
pentimientos, suelen costar caros a quien los padece.
—Sí, ya sé... —dije inspeccionando otra vez la puerta, para cerciorarme
de que nadie nos oía—. Hay pruebas rigurosas, palabras enigmáticas, jura
mentos que hielan la sangre en las venas..., y el que hace traición muere sin
remedio.
—No hay nada de eso —me dijo riendo—. Huye de esas reuniones formu
larias que establecen el sainete en los sótanos. Ahora no se trata de eso.
Cuando los pueblos padecen y luchan por su emancipación, obran seriamente
y van a su objeto sin necedades de teatro. Ahora, amigo Bragas, las cosas han
llegado a un punto tal que se trabaja por la Libertad a toda prisa, con la avi
dez del náufrago que entre las olas lucha con la muerte y por la vida... Fuera
misterios y ritos anticuados y palabras vacías. Todo es acción: las tinieblas
y el misterio han dejado de ser vano velo de las chocarrerías de los holgaza
nes. Yo lo he visto todo desde el principio: he visto las jimias haciendo mue
cas entre dos calaveras en la ahumada atmósfera de una cueva; y hoy veo
a los hombres inteligentes y formales labrando en silencio y sin aparato las
81
palabras poderosas con que pronto ha de moverse lo de arriba. Sólo en las
épocas en que no hay nada que hacer existen esas vanidades y espantajos
ridículos de que habla el vulgo. Ahora la inmensidad de la tarea une las ma
nos de todos los hombres en una obra común, y desaparecen las máscaras con
vencionales y las fórmulas aparatosas, que más bien eran entretenimiento que
utilidad. Eso no quita que en plena luz, y a la faz del mundo oficial y de la
tiranía, se empleen ciertos signos para reconocerse y obrar de acuerdo; pero
allá dentro, amigo, en nuestro reino escondido, en aquella vida de catacumbas
donde se prepara la nueva vida libre y pública, todo es claridad y sencillez.
Se trabaja, se extiende la acción con arte y fuerza; se prepara el golpe con la
destreza y habilidad necesarias para que no se malogre como otras veces50.
A pesar de la extensión de la cita resulta suficientemente expresiva y clara
la distinción que hace entre la masonería y esas otras sociedades secretas
donde se conspiraba. La primera es definida desdeñosamente como «reuniones
formularias que establecen el sainete en los sótanos»; como «necedades de
teatro» que se rigen con «misterios y ritos anticuados y palabras vacías», con
«tinieblas y misterios» que no hacen sino ocultar «las chocarrerías de los hol
gazanes», y manifestar «vanidades y espantajos ridículos, máscaras conven
cionales y fórmulas aparatosas», que sirven más para entretenimiento que
utilidad.
'"""Sin embargo, las sociedades conspiradoras tienen como finalidad la Revo
lución, la lucha por la libertad y, por la emancipación de la tiranía, lo que
obliga a tomar ciertas precauciones y a que se empleen «ciertos signos para
reconocerse y obrar de acuerdo». El nombre de estas sociedades secretas que
tan poco —por no decir nada— tenían que ver con la masonería, lo recoge
Galdós cuando completando el cuadro dirá:
«Has de saber que esto no es logia masónica; es una junta de patriotas».
Junta que tenía un programa revolucionario claro: «Derrocar el absolutismo
y restablecer la constitución de Cádiz».
Sin embargo en los personajes que encarnan el pueblo, o los partidarios
del absolutismo, la identificación entre masonería y conspiración es clara.
Algunos ejemplos son suficientes:
—Y está Madrid plagado de miserables conspiradores y masones, los cua
les, con horrible alevosía, tratan de hacer una revolución...51.
— ¡ Ah pérfido discípulo! Eres el cuervo que he criado para que me saque
los ojos... ¡Conque te me has pasado a la masonería y a la Revolución! 52.
—Pero eso poco que falta debemos dárselo para aplastar de una vez al
82
jacobinismo insolente, a las logias inmundas y a los liberales soeces que quie
ren cubrir de ruinas el suelo de España53.
— ¡Fuera trastornos políticos, que alteran la santa armonía de la vida!
¡Fuera jacobinos y logias! 54.
— ¡Que vengan Riego y Quiroga a desatarte!... ¡Oh!, si desde un prin
cipio hubieran puesto a la masonería y al ateísmo como estás ahora, ¿habría
revoluciones?... ¿Por qué no conspiras ahora?...55.
La alusión a Riego y Quiroga nos pone en contacto con la interpretación
histórica que Galdós hace de este período donde los militares llevaron la ini
ciativa —vis a vis del pueblo— en la lucha contra el absolutismo. «No quiero
seguir adelante sin contar las abortadas conspiraciones que yo recuerdo»
nos dirá Galdós 56. Son no menos de 14 las conspiraciones que recoge de for
ma muy sintética. Y resulta revelador que tan solo en cuatro de ellas men
ciona a la masonería, y no precisamente como protagonista de las mismas:
—Primera Conspiración para asesinar a Elío y a La Bisbal (1814). Fue una
intriga misteriosa que unos atribuyeron a los masones y otros a la Corte.
— Séptima Conspiración del conde de Montijo en Granada (1816). El tío
Pedro del 19 de marzo en Aranjuez había sido después afrancesado en Ba
yona, agitador en Cádiz más tarde, y luego absolutista acérrimo en la Junta
de Daroca. Hallándose de capitán general en Granada, dicen que preparó,
ayudado del Grande Oriente, las sublevaciones militares que estallaron más
tarde.
— Novena Conspiración de Torrijos en Alicante (1817). Proyecto de alza
miento militar en varias plazas de Levante. La Inquisición se encargó de cas
tigar a los culpables, pero lo hizo tan mal, que desde entonces se dijo: Inqui
sidores y masones, todos son uno.
— Duodécima Conspiración del conde de La Bisbal en El Palmar (1819).
Durante su vida política y militar, el Conde encendió una vela siempre al
santo y otra al demonio. En 1814, cuando se dirigía a felicitar al Rey por su
vuelta, llevaba dos discursos escritos, uno en sentido liberal y otro en sentido
83
absolutista, para expetarle aquel que mejor cuadrase a las circunstancias. En
1819, después de merendar con los conspiradores de Cádiz y los oficiales del
ejército expedicionario de América les arrestó de súbito, haciendo una escena
de farsa y bulla que le valió la gran Cruz de Carlos III. El ejército estaba fu
rioso. Padecía la fiebre democrática de la insurrección. Desde Madrid oíamos
su resoplido calenturiento, y temblábamos. En las logias no había más que
militares, infinitas hechuras de aquellos cinco años de guerra, los cuales ha
bían de emplear en algo su bravura y sus sables57.
Como se ve el papel atribuido por Galdós a la masonería en dichas cons
piraciones se reduce prácticamente a nada, a pesar de que asegure que «en
las logias no había más que militares». Ya aquí, nos podemos preguntar de
qué logias está hablando, pues no cabe duda de que el confusionismo creado
entre sociedades secretas en general, juntas patrióticas, clubs, masonería, etc.,
era una realidad favorecida por el uso de terminologías y formas organizati
vas comunes, aunque en los fines hubiera notables diferencias. En cualquier
caso el propio Galdós se hace eco de este confusionismo:
—Yo renegaba de los masones, y del liberalismo y de la Carta, y de la
Constitución del 12, y de los derechos del pueblo, y de toda la monserga con
que en las reuniones me volvieron loco, haciéndome cómplice de tales extra
vagancias... Yo estaba furioso; maldecía los clubs y a quien los inventó; y
maldecía también a Ugarte que me había catequizado y a Monsalud, que fue
mi bautista; y me arrancaba los cabellos pensando en el instante de mi pri
mera entrada en aquellos obscuros antros de necedad y jacobinismo.
—La revolución fracasaba sin remedio...58.
Persecución de la masonería
El último apartado correspondiente al primer grupo con que hemos divi
dido la segunda serie de los episodios, es el relativo a lo que podríamos seña
lar de forma un tanto genérica como persecución de la masonería, pero que
queda muy ceñida a ciertos personajes del mundo galdosiano, más que a una
verdadera rememoración institucional del hecho.
Así, por ejemplo, es sintomático lo que en La segunda casaca dice de
cierto marqués:
—Era familiar de la Inquisición, hombre cruel y absolutista tan fanático,
que se pasaba la vida buscando masones por todos lados, y averiguando pi
cardías de liberales para contárselas al Rey. Tenía en 1819 gran privanza en
Palacio; pero le hacía sombra Villela, de quien se contaban no sé que masó
nicas liviandades59.
Más adelante, y utilizando los mismos personajes, dirá:
—Ya nos cayó qué hacer —dijo jovialmente Villela, sacando su caja de
tabaco—, porque el señor don Buenaventura va a entregarse a la persecución
84
de masones con un celo lamentable, y ahora..., ya se sabe..., vamos a ser
masones y jacobinos todos los que no pensamos como él. Seré masón yo, será
masón usted...
— ¡ Yo!... —dijo el Ministro.
—Sí; ahora, amigo mío, todo aquel que no tenga la suerte de agradar al
señor Marqués..., ya se sabe.
—Hace tiempo que en esta casa somos tratados como perros todos los
que no tenemos esa acendrada admiración y culto que el ínclito marqués
de M***.
—¿Cómo perros?
—O como masones.
—Ya se cobrará los favores que ha recibido; descuide usted. Ahora es
corriente; todos somos masones. Preparémonos, señor don Juan Esteban, a
que caiga sobre nosotros la familiaridad del familiar60.
Y como remate de la escena unas líneas más abajo prosigue Galdós den
tro del mismo diálogo:
—Villela me dijo al despedirme:
—El Ministro y yo vamos a hablar de masonería. Si ve usted a don Bue
naventura, denuncíele esta logia.
—Pues hablemos de masonería —repitió Lozano sentándose junto a la
corpulenta humanidad de su amigo.
—Los espías que pago son perros jóvenes que apenas tienen olfato... Se
equivocan siempre. Denuncian un conspirador hereje en tal cual buhardilla;
vamos allá, y resulta un ex-abate hambriento que compone villancicos y ro
mances para los ciegos... Nos hablan de una logia, corremos a ella, y después
de rompernos las piernas contra las chimeneas, hallamos un altar donde se
adora entre flores y velas a la Santísima Virgen... O los espías no sirven para
el oficio, o la sociedad toda es una mentira, pura hipocresía y enredo...61.
Respecto a la eficacia de los «espías» de la Inquisición en otro lugar den
tro del mismo episodio dirá:
— ¡Espías! Los de la Inquisición, lo mismo que los del Gobierno, están
vendidos a los masones —afirmó Jenara con desprecio62.
En esta misma línea, pero en un contexto distinto, es coincidente el pen
samiento galdosiano cuando dice:
85
—Pues qué, ¿no es sabido que los conspiradores, masones, o lo que sean,
burlan la Policía y la Justicia, cual si estuviesen de acuerdo con el Go
bierno? 63.
Y como si fuera una confirmación de lo anterior, en otra escena, volverá
Galdós sobre este asunto al referirnos lo que sucedía con alguno de esos
espías:
—Tan lejos estaba el bendito Marqués de tenerme por liberal, como de
creer que llovían calabazas. Muy al contrario, me juzgaba empalagado de
amor por el absolutismo, y en ley de tal me hacía confidente de sus proyectos
y lo bien que le iba saliendo el expurgo y limpieza del Reino. Para que no
sospechase, yo me deslenguaba en denuestos e injurias contra los liberales,
y alguna vez iba con el cuento de una logia descubierta por mí o de una con
fabulación fabulosa. De este modo favorecía a mis nuevos amigos, porque,
si nos reuníamos en tal calle, llevaba yo el soplo de que la cita era a legua y
media de allí. De este modo, mientras la logia estaba tranquila, descomunal
nublado caía sobre una junta de cofradía o merienda de artesanos pacíficos **.
Concepto popular de los masones
Como punto final en el que se sintetice de nuevo el concepto popular de
los masones, se pueden citar algunas expresiones recogidas acá y allá, en las
que se identifican los masones con los herejes:
—Los herejes y masones son como el humo: les ve uno y no puede echar
les mano65,
con los volterianos:
— ¡Ay! Aquella noche las almas se desbordaban de gozo viendo destruida
la infame facción, muerta la herejía, enaltecido el sacrosanto culto, restaurado
el Trono, confundidos volterianos y masones.
— ¡Oh! Ver a Madrid limpio de liberales, de gaceteros, de discursistas,
de preopinantes, de soberanistas, de republicanos, de volterianos, de maso
nes. ¡Esto era para enloquecer al menos entusiasta! 66,
y con ciertos «pajarracos» y «gente de mal vivir»:
—Se lamentaba de que los revolucionarios fueran tan malos; pero en más
de una ocasión le sorprendí en secreto con ciertos pajarracos que a cien le
guas me olían al musguillo húmedo de las logias y a sociedad secreta...
—Algo más sería —afirmó doña María de la Paz con verdadera saña—.
86
Descubrióse que andaba en logias, escribiendo papeles y reclutando gente de
mal vivir67,
y donde se establecen ciertos paralelismos entre las logias y los aquelarres:
—Sé que me calumnian; sé que algunos se atreven a sostener que estuve
en Salamanca en una sociedad masónica... ¿Por ventura estas mis venerables
canas y esta entereza filosófica que debo a mis estudios son a propósito para
degradarse en logias y aquelarres? 68.
Por último no falta quien califica a los masones de «infames» secuestra
dores del rey para implantar la república iberiana:
—Y qué trasudores y congojas hubimos de pasar en todo abril, ora cre
yendo segura la llegada del rey con el desquiciamiento de todo el catafalco
constitucional, ora sospechando que los infames francmasones nos secuestra
rían al suspirado rey, haciéndole perdidizo en cualquier desfiladero, para
encajarnos la república Iberiana, que tanto daba que hablar en los barrios
bajos y en los claustros de mendicantes! 69.
Pero para que la visión negativa de los masones quede un tanto compen
sada, en un cierto momento, Galdós echará un capote, en una escena en la
que precisamente se trata de captar a la causa a uno de «los espías y busca
dores de masones» 70. Después de observar que era «un suicidio tratar de
oponerse al creciente poder de las sociedades secretas»71, añadirá:
—Hazte masón, con reservas, se entiende. No creas que en las sociedades
secretas es todo misterio, lobreguez, sangre, horror, barbas luengas, palabras
enigmáticas; nada de eso. Hoy, los masones son la gente más cortés y más
amable del mundo...72.
EL GRANDE ORIENTE
Dentro de la división convencional realizada para la segunda serie de los
Episodios, el segundo grupo corresponde en su integridad al titulado El
Grande Oriente.
El hecho de que Galdós en un momento dado dedique todo un episodio
al tema de la masonería nos muestra la importancia que da, en la reconstruc
ción de la historia española del primer tercio del siglo XIX, al fenómeno de
las sociedades secretas, y en especial a la masonería. El equiparar, por así
decir, al Grande Oriente con Trafalgar, Bailen o el asedio de Zaragoza o Ge
rona, o con la batalla de Arapiles es todo un síntoma. Sin embargo, la impor
tancia de espacio y lugar tal vez no corresponde en igual medida, ni es equi
valente de una valoración positiva de la masonería por parte de Galdós.
87
Descripción de la masonería
Como ya se indicó más arriba. Galdós establece en este episodio una dife
rencia entre la masonería extranjera y la española, o entre lo que él considera
la verdadera masonería y lo que en España respondía al nombre de masone
ría, durante el Trienio Constitucional, que es el período en el que se desarrolla
la acción de El Grande Oriente.
Ya desde el comienzo hace una expresiva descripción del Grande Oriente
español, precisamente a través de uno de sus miembros [dentro ya de la tra
ma de la novela] que solicita la dimisión del mismo:
—...Porque estando convencido de que ese Oriente es un centro de liber
tinaje y de anarquía, y tal como está organizado produce efectos contrarios
a los verdaderos principios liberales, deseo que se me considere como Her
mano Durmiente y se aparte mi humilde persona de todos los trabajos de
la Orden...73.
Y más adelante añadirá:
—Antes me dejaré matar —dijo Monsalud en un arranque espontáneo—
que contribuir a este desorden y figurar en una sociedad que es un hormi
guero de intrigantes, una agencia de destinos, un centro de corrupción e in
fames compadrazgos, una hermandad de pedigüeños.
— ¡Ah, ya veo, ya comprendo de quién habla usted! —exclamó Sarmiento,
soltando rápidamente la escoba y sentándose frente a su amigo—. Esos intri
gantes, esos compadres, esos pedigüeños, esos hermanos son los masones.
Bien, muy bien dicho; todas esas picardías las he dicho yo antes que usted
y las repito a quien quiera oirías. El Grande Oriente perderá a España, per
derá a la libertad, por su poco democratismo, sus transacciones con la Corte,
su repugnancia a las reformas violentas y prontas, su templanza ridicula, su
orgullo, su justo medio, su doceañismo fanático, su estancamiento en las pes
tíferas lagunas de lo pasado, su repulsión a todo lo que sea marchar hacia
adelante, siempre adelante por la senda constitucionaln.
Frente a esta masonería politizada, al menos en dos ocasiones, sale Galdós
por los fueros de la que él considera verdadera masonería. En la primera
—como hemos visto más arriba— dirá que «que no puede formarse juicio
exacto de la masonería por lo que esta institución ha sido en España. Los
masones de todos los países declaran que la Sociedad del compás y la es
cuadra existe tan sólo para fines filantrópicos, independientes en absoluto
de toda intención y propaganda políticas. En España, por más que digan los
sectarios de esta Orden... los masones, han sido, en las épocas de su mayor
auge, propagandistas y compadres políticos75. En este caso habla en primera
persona; es el propio Galdós el que así se expresa.
Un par de capítulos más adelante volverá sobre la misma idea, pero utili
zando a uno de sus personajes —Aristogitón, grado 18—, nombre simbólico
88
masónico que corresponde al protagonista de turno, Salvador Monsalud, quien
según la trama del episodio, y en un contexto de historia ficción, presenta en
logia una proposición pidiendo al Grande Oriente de Madrid interceda en
favor de Vinuesa y demás encarcelados a raíz de una supuesta conspiración
absolutista. Es entonces cuando reproduce las siguientes palabras del masón
Aristogitón:
—Decía que desconfío de que mi proposición tenga éxito aquí, a pesar de
ser la expresión más leal y clara del espíritu y de las prácticas constantes de
este respetable Orden en todos los países del mundo; y no tendrá éxito, por
que este Gran Oriente y los individuos que en diversos grados dependen de
él han olvidado completamente los fines benéficos, desinteresados y filantró
picos de tan antiguo instituto, para desvirtuarlo y corromperlo, haciéndolo
instrumento de intereses políticos y de la codicia...76.
—El instituto masónico debe ser extraño a la política, debe ser puramen
te humanitario, debe proteger a los desvalidos sin pedirles cuenta de sus
ideas, y aun sin conocer sus nombres. Está fundado en la abnegación y en la
filantropía. Lo dicen así su historia, sus antecedentes, sus símbolos, que o no
representan nada, o representan una asociación de caridad y protección mu
tua. Lejos de practicarse estos principios en España, el Orden se ha olvidado
de los menesterosos, constituyéndose en agencia clandestina de ambiciones
locas, en correduría de destinos y en...77.
—Señores masones, o señores liberales templados, que ahora viene a ser
lo mismo, sois como aquel emperador romano que se ocupaba en cazar mos
cas, y mientras mortificaba a estos pobres insectos, no veía a los pretorianos
que se conjuraban para echarle del trono...78.
—Poniéndome, pues, en el terreno político, a pesar de creerlo impropio
de esta Sociedad; hablando el único lenguaje que entienden aquí, declaro que
la persecución de Vinuesa, y mucho más la sañuda irritación del pueblo con
tra ese hombre infeliz, me parecen una desgracia casi irreparable para la li
bertad, un mal gravísimo que este Orden debe evitar a toda costa, princi
piando por propagar la tolerancia, la benignidad, la cordura, y concluyendo
por emplear toda su influencia en pro de los procesados. Si no se hace así,
esto que llamamos templo merece que el mejor día entren en él cuatro sol
dados y un cabo, y que después de entregar todos los trastos del rito a los
chicos de las calles para que jueguen, recojan a los hermanos todos para lle
nar otras tantas jaulas en el Nuncio de Toledo79.
89
La escena que como se ve va subiendo de tono terminaría con la petición
por parte de los «hermanos» de que el protagonista de semejante escándalo,
perdiera en absoluto sus derechos masónicos, petición a la que se adelantaría
el propio acusado diciendo:
—Me expulsaré yo mismo, abandonando para siempre este Orden inútil,
enfermo, podrido, que si aún respira y habla como los vivos, ya infesta como
los cadáveres80.
Crítica de la masonería
Tras esta «descripción» de la masonería española, Galdós bajará todavía
a más detalles en su crítica contra dicha asociación, ridiculizando al máximo
sus rituales, al igual que lo hizo en la primera serie de los Episodios. En este
sentido demuestra tener un buen conocimiento de los mismos, cosa que, por
otra parte, no era de extrañar en la época en que él escribe, pues, como hará
constar, los misterios de la Orden habían pasado «al dominio de las gaceti
llas» 81. Conocimiento que se hará extensivo a la terminología masónica, a la
ambientación decorativa de las logias, a las reuniones masónicas, etc.
Precisamente se servirá Galdós en su crítica, de una de las cosas más sa
gradas de la masonería: la ceremonia de iniciación.
Terminología masónica
Dicha ceremonia va precedida de un doble preámbulo en cuya primera
parte hace una exhibición de terminología masónica, y en la segunda intenta
hacer una breve descripción del local donde se iba a reunir la logia.
—Todavía no se había descubierto el templo. No era aún la hora de la
tenida, y los Hijos de la Viuda, descansando de las fatigas políticas en sus ca
sas o en los cafés, esperaban que la luz astral de la noche marcase la hora
propia para los trabajos del Arte Real. Los Maestros Sublimes Perfectos, los
Valientes Príncipes del Líbano o de Jerusalén, los Caballeros Kadossch, los
que antaño se llamaban Gerográmatas, los Hierorices, los Epivames, los Dadouques,
los Rosa-Cruz de hogaño, los hermanos todos, desde el Terrible
hasta el Sirviente; los aprendices, compañeros y maestros, desde los de mallete
hasta los de cuchara, estaban ocupados en el ágape doméstico, o bien
conversando con sus mopses, jugando con sus lovatones o matando el tiempo
en las reuniones profanas, lejos de la verdadera luz. Las estrellas no se habían
encendido todavía, ni el mirto eleusiaco exhalaba su aroma. Imperaba la rosa,
emblema del silencio, y la imponente exclamación Ossé no había resonado aún
bajo las bóvedas orientales. En una palabra (y hablando con claridad para
inteligencia de los ignorantes), la sesión de la logia no había empezado todavía.
90
—En la Caverna del Mithra, o sea, el Universo, hay un punto que se llama
Mantua, o Madrid, en cuyo punto es evidente la existencia de una calle lla
mada de las Tres Cruces. En esa calle cualquier curioso, aunque no tenga sus
oídos abiertos a la verdadera luz, podrá ver una tienda de sastre; y si penetra
en ella para que el supremo arquitecto de las levitas le tome medida de una;
si durante esa fastidiosa operación alza los ojos a la bóveda del firmamento,
vulgo cielo raso, verá sin duda que por aquellos descoloridos y descarados
yesos se pasean soles, rayos que fueron de oro, cordones, triángulos, estrellas
pitagóricas y otros signos. Al ver esto sentirá en su alma profundísima emo
ción de respeto, y dirá: «Aquí estuvo el gran templo masónico en los tres
llamados años, del 20 al 23»82.
Como se ve, en ambos casos, tanto en la exhibición de terminología ma
sónica, como en la descripción del que fuera templo de los masones del trie
nio liberal, el tono, un tanto despectivo, de Galdós da la pauta de lo que va a
constituir el relato, que una vez más lo hace abstrayéndose de la escena y
asistiendo a la misma como espectadores de la misma:
—Siguiendo nuestra relación (y dejando que pasen algunos días después
de las escenas últimamente referidas, lo cual nos lleva a los últimos de fe
brero de 1821), nos dirigimos allá. Es temprano: es la hora en que hierven
los clubs; la hora en que Lorencini, La Cruz de Malta y La Fontana son otras
tantas ollas donde burbujean con rumoroso y mareante zumbido las pasiones
políticas, entre el chisporroteo de las envidias y el resoplido de las ambicio
nes. Todavía es temprano, porque los trabajos masónicos se abren (este tecni
cismo obliga frecuentemente a no hablar en castellano) a hora más avanzada.
—Aún está a oscuras el edificio de la calle de las Tres Cruces. Reconoce
mos el vestíbulo, la sala de Pasos perdidos, donde campean los Cuadros ló
gicos, y no hallamos persona viva. Oyense tan solo los pasos de un hermano
sirviente que va y viene, poniendo en su sitio las lámparas de aceite que bien
pronto se han de llamar estrellas polares, astros o nebulosas. Por último, ve
mos que entra un hombre con ademán resuelto, como persona muy hecha a
semejantes lugares y observando que adelanta sin recelo alguno, nos apresu
ramos a seguirle tomándole por guía en el laberinto de galerías y salas. El
desconocido se acerca al sirviente, y después de saludarle con signos que no
nos es posible determinar, pronunciando una especie de santo y seña, le hace
esta pregunta:
—¿Está el señor Canencia?
—En la Cámara de Meditaciones le hallará usted, señor Monsalud83.
Más adelante y en otro contexto dirá que los masones llamaban al vino
pólvora roja; al cañón, y a los brindis, salvas, no siendo fácil «comprender
la misteriosa relación simbólica entre la embriaguez y la artillería» s\
Como complemento de lo anterior dirá varios capítulos más atrás:
—Tus declaraciones merecen una salva. Echemos pólvora fulminante en
el cañón y disparemos.
91
—Los masones llamaban pólvora fulminante al ron. El cañón y la salva
ya sabemos lo que eran.
—¡Fuego! —dijo Monsalud, llevando la copa a sus labios.
—¡Fuego! —repitió Campos.
—Los del Arte Real, en su tenidas de banquetes, pronunciaban esta voz
de mando para indicar los brindis85.
Sin salimos de la cuestión, y como si Galdós sintiera la necesidad de ma
nifestar su conocimiento de la terminología masónica, en otra ocasión, recoge
el siguiente diálogo:
—Pues lo pasado, pasado —dijo Campos—. Amigos otra vez. Olvidemos
las ofensas que mutuamente nos hayamos hecho.
—Pasemos la trulla.
—Trulla era la cuchara de albañil, y la idea de pasarla indicaba olvido y
perdón de las injurias, idea que bien podía expresarse hablando como la gente.
—Ahora me toca a mí —dijo Salvador.
—Ahora te toca a ti —añadió Campos, sacando dos cigarros habanos y
ofreciendo uno a su amigo—. Ahí va esa pólvora del Líbano. Fumemos *.
Dejando a un lado el uso de abreviaturas masónicas, de las que también
manifiesta Galdós estar al corriente87, volvamos a la ceremonia de iniciación.
La cámara de meditaciones
Tras este exhibicionismo de tecnicismos masónicos se ocupa Galdós de
ridiculizar la célebre Cámara masónica, que siempre ha sido objeto de intri
gas y falsas interpretaciones por parte de cuantos han escrito de la masonería
desde fuera.
—Le seguimos denodadamente, aunque el nombre de Cámara de Medita
ciones nos da cierta comezoncilla de miedo, por haber oído que es un recinto
pavoroso que hace enflaquecer el ánimo más esforzado. A pesar de esto, pe
netramos detrás del gallardo joven, y desde el mismo instante sentimos tem
blores y escalofríos al ver una habitación toda colgada de negro, no puede
decirse que alumbrada, sino entristecida por macilenta luz. Damos diente
con diente y el cabello se nos eriza al observar que en diversas partes de la
triste estancia cuelgan, cual objetos en testeros de tienda, cantidad de huesos
y calaveras, y que medio esqueleto se apoya contra la pared mirando con
desconsuelo al otro medio, o sea, los fémures y tibias que fueron de su per
tenencia y ora yacen en el suelo.
—En la sepulcral pieza hay una mesa, y justo a esta mesa se ocupa en
burilar una plancha, o sea, extender un acta (hablando a lo cristiano) un viejo
de cabellos blancos. No atendemos a las demostraciones amistosas que hace
a nuestro introductor, ni a las palabras de éste; por ahora atentos sólo al
92
conocimiento del local, fijamos los atónitos ojos en algunos letreros que entre
hueco y hueco adornan las paredes, y leemos: «Si vienes impulsado por una
mera curiosidad o por otro móvil aún peor, retírate; no trates de descubrirla,
porque penetraremos tus intenciones». Volvemos la cabeza y nos sale al en
cuentro otro parrafillo: «Si tu conciencia está tranquila, ¿por qué sientes dis
gusto ante estos despojos que te recuerdan el fin de tu vida?». Otro letrero
dice: «¿Siente tu alma temor? Pues retírate, porque sólo un espíritu fuerte
puede soportar las pruebas a que has de ser sometido». «¿Te hallas dispuesto
a sacrificar tu vida en aras del progreso humano?»88.
Una vez hecha la descripción del interior de la Cámara, Galdós nos expli
cará la ceremonia que se preparaba, sin dejar su actitud despectiva, entre crí
tica e irónica hacia unos ritos que tal vez sin llegar a comprender su autén
tico simbolismo, le parecen un «juego de chiquillos»:
—Poco a poco nos vamos familiarizando con el fúnebre y medroso espec
táculo, y echamos de ver que la Cámara, lo mismo que su extraño mueblaje,
tienen cierto sello de arrinconados cachivaches de teatro, dicho sea con per
dón de las humanas calaveras. El polvo que los cubre, el desorden y abandono
con que están colocados los huesos y las inscripciones, indican que todo
aquello está en lamentable desuso. Era la Cámara de Meditaciones un recinto
donde encerraban al catecúmeno para que se preparara su ánimo antes de ser
recibido como aprendiz por la congregación masónica. Lo primero que tenía
que hacer el pobre profano una vez que lo metían bonitamente allí, era otor
gar su testamento y contestar por escrito a varias preguntas, con objeto de
mostrar su manera de discurrir y los gramos de sal que tenía en la mollera.
Formuladas las respuestas, un hermano entraba con el rostro cubierto en la
Cámara, y recogiendo aquéllas, las entregaba al Venerable, que ya estaba pre
sidiendo la sesión o tenida. Leíanse las pruebas del talento del neófito, y si no
resultaba alguna barbaridad estupenda, concedíanle el goce de la verdadera
luz. Aquí empezaba una serie de ceremonias de que la gente de todos los
tiempos se ha reído mucho; pero dicen los masones que hasta sus más insig
nificantes gestos y signos tienen un sentido no menos profundo que los ritos
de las religiones india, judaica y cristiana. Digan lo que quieran, las ceremo
nias de estas religiones, aun consideradas tan sólo desde el punto de vista
artístico, tienen un sello especial de grandeza, e idealidad; las masónicas,
que sólo vagamente responden a una idea filosófica, parecen, por lo general,
un juego de chiquillos, dicho sea con perdón de los Valerosos y Soberanos
Príncipes89.
Ceremonia de iniciación
A partir de este momento va a empezar propiamente la ceremonia de
iniciación que es calificada por Galdós de «saínete»:
93
—Cuando se acordaba que el profano tenía bastante entendimiento para
ser masón (y no debían de ser grandes las exigencias del tribunal), vendábanle
a mi hombre los ojos para conducirle a la logia, que estaba comúnmente a dos
pasos de la Cámara de Meditaciones. Daba él un golpecito en la puerta, y un
masón, a cuyo cargo corrían las funciones de primer celador, decía con la
voz más campanuda posible: «Venerable, llaman profanamente a la puerta
del templo».
—El Venerable, aunque sabía bien quién llamaba y por qué llamaba, se
hacía el sorprendido, diciendo con acento solemne: «Ved quien es».
—Intervenía entonces otro funcionario que se llamaba el guarda interino.
Este salía en averiguación del profano forastero que a deshora turbaba la
tranquilidad augusta de la logia, y entonces el hermano que acompañaba al
neófito decía: «Es un profano que desea ser iniciado en nuestros secretos».
—Por fin, después que habían mareado bastante al pobre lego, le dejaban
entrar, no sin que dijera antes su nombre, edad, naturaleza, estado, religión,
profesión y domicilio. El hermano que le presentaba ponía fin a su alta mi
sión con estas palabras: «Ahí os lo entrego; ya no respondo de él».
—Sería molesto y ocioso referir la serie de preguntas que el Venerable,
desde la celeste luminosa altura del Oriente, dirigía al neófito. Después de
las preguntas empezaban las pruebas, a fin de ver, según el código masónico,
«hasta qué punto la tortura física influye en la lucidez de las ideas del neó
fito, y conocer su energía, su carácter», etc. Aquí venían las figuradas copas
de sangre, los homicidios de mentirijillas, los testarazos que no pasaban de
broma, los cálices de amargura, cuyo licor ha sido siempre muy conocido en
la Fuente del Berro; las abluciones en un pilón denominado Mar de bronce,
y otros saínetes, algunos de los cuales recibían el nombre de viajes, y lo eran,
en efecto, por los imaginarios países de Babia. Al recién nacido le asistía en
tales actos un individuo a quien llamaban el hermano terrible, siendo común
que desempeñara tal comisión y llevase el atroz mote algún bonachón ten
dero de la plaza Mayor o manso escribientillo de cualquier oficina M.
Después vendrá el terrible juramento, para cuya promesa dirá Galdós, no
es preciso «hacer el payaso»:
—En seguida juraba el recipiendario prometiendo realizar cosas muy bue
nas, para las cuales no es preciso seguramente hacer el payaso, pues multitud
de personas socorren a sus hermanos en la Caverna del Mithra, vulgo Mundo,
sin necesidad de que se lo mande un Venerable, ni de que le mareen con pre
guntas vanas después de bailar el minueto entre un Caballero Kadossch y un
Príncipe del Líbano. El juramento no era la última ceremonia, pues ningún
profano podía dejar de serlo hasta que no le sobaban de lo lindo. Al golpe
de los molletes, o sea, martillos de palo, caía la venda de los ojos del neófito
y se encontraba rodeado de llamas y espadas n.
Finalmente «las pesadeces del rito» concluyen bajo la acerada pluma de
Galdós de esta forma:
94
— i Tremendo, crítico instante para aquel que creyera iba a ser machado y
asado culiniariamente...! Pero las llamas eran pintadas y las espadas de hoja
de lata. El Venerable, compadecido entonces sin duda de la situación de aquel
pobre hermano metido dentro de una hoguera y entre punzantes aceros, pro
curaba tranquilizarle diciéndole que las llamas y espadas no eran otra cosa
que una imagen del remordimiento que desgarraría el alma del recién nacido
si llegaba a vender los secretos de la Sociedad. Con esto quedaban terminadas
las fórmulas, y respiraba con libertad el iniciado viendo concluidas las pesa
deces del rito. Pero a lo mejor tomaba la palabra el Venerable, que era por
lo común un hombre, si no digno de veneración, muy convencido de la im
portancia de aquellas comedias, y les espetaba un discursazo, llamado entre
ellos pieza de arquitectura, encareciendo la sublimidad de la masonería, y re
velándole algo de lo concerniente al grado primero o de aprendiz. Este dejaba
de llamarse Juan o Pedro, y tomaba con singular modestia el nombre de Ca
tón, Horacio, Cocles, Leibnitz u otro cualquier personaje célebre92.
Reflexiones sobre el ritual
A partir de este punto es cuando Galdós hace esa serie de reflexiones en
tre la masonería extranjera y la española —ya recogidas más arriba93— y en
las que Galdós desenmascara la masonería que él vivió de cerca, y la que
relata en su episodio, para decirnos que no era otra cosa que «una poderosa
cuadrilla política», «una hermandad utilitaria» y «un colosal centro de intri
gas», que no se ocupaba más que de «política a la menuda».
Dentro de esta misma tónica de crítica un tanto acerada, otro de los pa
sajes donde Galdós se tira a degüello es en una escena en la que el protago
nista de turno —Monsalud— pretende abandonar la masonería, y uno de los
máximos responsables de la misma intenta persuadirle de lo contrario:
—El creer que esto es una casa de locos no es motivo para querer salir
de ella, señorito Aristogitón. Quédate aquí, quédate, sin perjuicio de que in
foro conscienciae te rías un poquillo de la parte externa, ¿entiendes? Yo tam
bién, si he de decirte la verdad, me río algunas veces.
— Pues si usted se ríe, amigo don Bartolo —dijo Monsalud, siguiendo el
consejo del anciano—, es un hipócrita, porque usted es el hermano secretario
y orador de la Sociedad; usted es el erudito, el que explica las leyes de la
masonería, el consultor general, el que lo sabe todo dentro de esta casa, el
que ordena los ritos, el que explica lo que los demás no entienden; usted
es el sacerdote, el mago, el patriarca, el senescal, el archimandrita, el santón,
el hierofante o no sé qué nombre darle, porque no sé todavía qué especie de
religión, secta o jerigonza es ésta. Usted es el que predica cosas enrevesadas
y enigmáticas que no entendemos; usted es el que dibuja garabatos en los
diplomas; usted, asistido de su ayudante el señor Regato, fue quien puso aquí
95
esos huesos y esas calaveras que están abriendo la boca para decir que las
vuelvan a la tierra; usted escribió estos tarjetoncillos y puso las granadas
abiertas, las columnas, los triángulos y la soga, y lo que llaman el Delta, el
sol, la luna, el dosel, la J y la B, el cirio y demás signos y majaderías. Si des
pués de hacer esto se ríe usted de los masones..., vamos, se comprende en
qué consiste el ser sabio y filósofo9*.
Tras esta nueva exhibición de tecnicismos y críticas despectivas, el remate
lo constituye la interpretación galdosiana del ritual:
—¿Tú no sabes que al pueblo, al vulgo, al común de las gentes, o como
quiera llamarse a esa turbamulta ignorante e impresionable, es preciso me
terle las ideas por los ojos? Ya es un gran adelanto que hayamos desterrado
los símbolos y fórmulas absurdas de las religiones. Para inculcar en esas ca
bezas de estuco el culto y veneración del Ser Supremo, hay que proceder con
paciencia. ¿Hemos de decirles que lo mejor es adorar a Dios bajo la bóveda
de los cielos? No, mil veces no; mientras haya hombres es preciso que haya
simbolismo, y mientras haya simbolismo es preciso que haya imágenes, o a
falta de imágenes, garabatos, cositas raras y de difícil inteligencia... Vaya,
amiguito, no repitas la vulgaridad de que soy un farsante. Equivaldría esta
calumniosa especie a llamar farsantes al Papa y demás gigantones del catoli
cismo, y no lo son; dentro de su esfera, desde su punto de vista, no lo son.
Lo que yo siento es que la gente va perdiendo el respeto al ritual, y llegará
día en que miren todo esto como miran los curas dentro de la sacristía los
objetos de su oficio95.
Tenida ordinaria
Unas páginas más adelante y en otro contexto, pues ya no se trata de una
iniciación, sino de una «tenida» o asamblea ordinaria, Galdós va a aprovechar
la ocasión para hacernos una minuciosa descripción de la decoración interna
de una logia:
—La logia era un salón cuadrangular, muy mal alumbrado y peor venti
lado, de techo plano y no muy alto, de paredes sucias y más parecido a cuadra
o almacén que a templo de una religión que dicen tenía entonces en todo el
mundo ocho o diez mil logias. En los cuatro testeros, otras tantas palabras de
doradas letras indicaban los puntos cardinales, correspondiendo el Oriente
a la presidencia, presbiterio, sancta sanctorum, altar mayor o como quiera
llamársele, a cuyo sitio, más elevado que el resto del local, se subía por tres
escalones. Para que todo se pareciera a un recinto religioso serio, había un
doselete de terciopelo, en cuyo centro resplandecía un triangulillo, al cual,
para hablar con la menor claridad posible, llamaban ellos Delta. Dentro de él
se veían unos garabatos que indicaban el nombre de Dios puesto en hebreo,
también para mayor claridad; pero ya es sabido que ningún signo masónico
96
ha de estar al alcance de los tontos. Lo que sí se entendía perfectamente era
el sol y la luna, dos caricaturas de aquellos astros pintadas a derecha e iz
quierda del Delta, o como si dijéramos, al lado del Evangelio y al de la
Epístola.
—En igual disposición respecto al presidente estaban los sitios del her
mano orador y del secretario. Cierto es que las mesillas de que se servían
fueran más útiles teniendo la forma cuadrada; mas era indispensable no
abandonar el triangulillo siempre que se pudiera, y por eso las mesas eran
de tres picos. También tenían un poco más abajo bufetes típicos el tesorero
y el hispitalario. En el remoto Occidente, es decir, junto a la puerta, se ele
vaban dos columnas rematando en granadas entreabiertas. Una columna tenía
la J y otra la B, letras que al parecer querían decir Juan Bautista, pues tam
bién al precursor del Mesías le metieron de cabeza en la heterogénea liturgia
masónica, donde los misterios egipcios y mil desabridas fábulas se mezclan
gárrulamente con el mosaísmo, el paganismo, la religión cristiana, la revolu
ción inglesa y la filosofía del siglo de Federico. Junto a las columnas se repe
tían las mesillas triangulares, una para el primer vigilante y otra para el se
gundo.
—El techo no carecía de interés. Por encima del doselete destinado a gua
recer la calva del presidente, asomaban unas listas doradas representando los
rayos del sol con dudosa fidelidad. En el friso había varios garabatos, obra
de indocto pincel, a los cuales se atribuían intenciones de querer expresar los
signos del zodíaco; y por debajo de ellos corría, también pintada, una soga,
símbolo de unión y fuerza. La estrella pitagórica andaba también de paseo
por aquellos altos cielos, testimonio de grandeza del Supremo Demiurgos
(Dios), y en su centro llevaba la letra C, significando gnos, palabreja que hasta
los niños entienden, sin necesidad de aprender, que significa generación. Com
pletaban el sublime ajuar cuatro candelabros con sendas estrellas, que en el
mundo ordinario llamamos velas, y, por último, la consabida batería de tras
tos, espada ondulante, compás, escuadra y el ejemplar de los estatutos. No
había ventanas, ni más puertas que la de entrada, porque era de rito el aho
garse 9<i.
Aquí desconcierta un poco que dentro del relativo conocimiento que Galdós
tiene de los misterios de la masonería, sin embargo, de vez en cuando
«hace agua», a no ser que lo realice expresamente dentro de ese juego de
crítica acerada e irónica. Por ejemplo, la interpretación que aquí hace de las
columnas J y B, que dice significan Juan Bautista, es totalmente falsa, pues
su verdadero simbolismo es el de Jackin y Boaz, imitación de las que Hiram
colocó ante el vestíbulo del templo de Jerusalén (Jackin a la derecha, y Boaz
a la izquierda) según consta en la Biblia97.
Otro tanto podríamos decir del guarda interino mencionado en la ceremo
nia de iniciación, cuando hubiera sido más justo decir guarda interior. Pero
dejando de lado estas minucias lo cierto es que en este y otros pasajes Galdós
97
se mueve en un terreno conocido. Así, habla de tenidas ordinarias y tenidas
de Príncipes del grado 31, de la sala de pasos perdidos, del masón que por
espacio de algunos meses había estado dormido, del acto de descubrir el
templo, etc.98.
Otro tanto se puede decir cuando habla del Venerable o presidente que
es descrito con cierta simpatía por Galdós, hasta el extremo de que hasta «los
atributos y arreos de la masonería, que no tienen comúnmente nada de airo
sos, le sentaban a maravilla» ". En cualquier caso el toque de crítica irónica,
más o menos fina, no falta nunca, y lo mismo ocurrirá cuando relate la en
trada de los masones en la logia:
—Tomaron todos asiento, siendo de notar que algunos tenían mandil y
banda, y otros no. Hubo no pocos pasos de baile francés, tocamientos y signos
que no describiremos por ser demasiados conocidos100,
o cuando describe el ritual de apertura de los trabajos:
—El Venerable, usando las fórmulas rituales, mandó al primer vigilante
que «se asegurase si el templo estaba a cubierto», y el primer vigilante, des
pués de hacer la pantomima de salir y volver a entrar, declaró que no llovía,
es decir, que el templo estaba libre de entrometidos y que podían empezar
los trabajos. Un martillazo presidencial abrió éstos en el grado convenido.
—El maestro de ceremonias, que era uno de los oficiales dignatarios, re
corrió los asientos presentando el saco de las proposiciones. Algunos masones
depositaron un papelillo como los que se usan en las rifas domésticas101.
Tenida de Maestros Sublimes Perfectos
A continuación de la tenida ordinaria, Galdós pasa a describir la que él
llama tenida de Valientes y Soberanos Príncipes, o de Maestros Sublimes
Perfectos, es decir, la que se realizaba en uno de los grados superiores. Pero
para que quede constancia del matiz que la envolvía desde el primer mo
mento, la identifica con la política:
—Esta noche hay tenida de Maestros Sublimes Perfectos... Parece que en
Palacio anda la cosa mal y que las Cortes nuevas no serán muy sumisas... m.
—Duró la reunión de los padres bastante tiempo, porque además de que
en ella trataron diversos asuntos de política elevada, hubo admisión de un
hermano que había recibido aumento de salario, es decir, ascenso en la escala
masónica m.
El juicio que Galdós nos da de los grados superiores no varía dentro de
su crítica irónica, del expresado al tratar de los aprendices:
—La ceremonia de recepción en los grados superiores no era más seria
98
que en el grado de aprendiz, y se hablaba mucho de la Acacia, de la Sala de
en medio, de la Luz opaca y otras lindezas. Para explicarlas sería preciso en
trar con brío en la leyenda del Arte Real; pero como ésta y cuanto a ella se
refiere es fastidioso en grado sumo, nos limitamos a recomendar al lector se
abstenga de perder el tiempo averiguando el significado de los millares de
emblemas diversos usados por las doscientas o trescientas disidencias o cisma
del primitivo francmasonismo, entre los cuales el rito escocés y aceptado, que
parece predominante en nuestros tiempos, tiene por liturgia un enredado be
renjenal de alegorías, entre místicas y filosóficas, donde fracasa la más segura
y sólida cabeza104.
Como se ve no pierde ocasión de hacer alusión a las múltiples disidencias
o cismas masónicos, y al enredado «berengenal de alegorías». También es cla
ro el papel que ocupaba la política en estas reuniones «sublimes» —según la
versión Galdós—, pues entre otras cosas tratadas figuraba el castigo de Vinuesa
y sus cómplices, la disolución del cuerpo de Guardias; los insultos al
Rey, las nuevas Cortes, la sociedad de los comuneros, las partidas de guerri
lleros, etc. A lo que Galdós añadirá:
—Por supuesto, no habrán resuelto nada. Los Maestros Sublimes Perfectos
se parecen al Gobierno como una calabaza a otra. Aquí como allí se procede
de la misma manera. Habrán decidido que no conviene absolver a Vinuesa,
ni tampoco condenarlo; que no conviene castigar a los insultadores del Rey,
ni tampoco alentarles; que el cuerpo de Guardias está bien disuelto, pero
que se debe crear otro; que la mejor manera de acallar el ruido que hacen
los comuneros es alborotar mucho aquí; que las nuevas Cortes no son bue
nas, pero tampoco malas, y que la política debe ser exaltada para contentar
al populacho, y al mismo tiempo despótica para contentar a la Corte.
—Atacas el justo medio, que es el arte político por excelencia, bribón
—dijo Campos, riendo—. ¿Tú qué entiendes de eso? Sin este tira y afloja;
sin esa gracia de Dios que consiste en no hacer las cosas por temor de hacer
las a disgusto de Juan o de Pedro, no hay Gobierno posible.
—En una palabra, los sublimes no han decidido nada. Ya dijo Voltaire
hace muchos años: «La masonería no ha hecho nunca nada, ni lo hará». Te
nía razón.
—Protesto —gritó Canencia...—. El buen Arouet no ha dicho semejante
cosa. No calumniemos al gran filósofo, señores105.
Los comuneros: Cisma masónico
La Comunería nos la presenta Galdós como una sociedad desgajada de la
Masonería; más liberal que ella, y que precisamente había nacido con una
finalidad esencialmente política, y con un profundo odio frente a la masone
ría y su forma de actuar.
99
—Yo me marché de la masonería —dijo Regato con firmeza—; yo fomen
té el cisma, yo contribuí a fundar la Sociedad de los Hijos de Padilla, porque
la masonería vino a ser rápidamente una sociedad ñoña y que no sirve para
nada, como dijo Voltaire.
—Señores, esto es una farsa, esto no conduce más que a un servilismo no
menos infame que el servilismo del año 14. Aquí se hacen los decretos a gusto
de dos o tres maestros del grado sublime; aquí se eligen los diputados; aquí
no hay otra cosa que los manejos de cuatro fatuos que mandan y a su gusto
disponen de todo. No los quiero citar, porque no hay para qué. Pero ellos
quieren establecer el Gobierno perpetuo de los tibios, y adjudicarse todos
los destinos. Esto no puede ser, y no será. Hemos fundado la comunería para
establecer la verdadera libertad, sin boberías de orden y servilismo encu
bierto ; para darle al pueblo su total soberanía, y que se hagan todas las cosas
como al santo pueblo le dé la gana; para desenmascarar a tanto pillo farsante,
y hacer que obtengan destinos los verdaderos hombres de bien, adictos al
sistema. Basta de papeles y comedias bufonas. Nosotros vamos a la verdad,
a la realidad. Odio eterno, señores, entre unos y otros; queremos separación
eterna, irreconciliable, de los que desterraron a nuestro querido héroe, de los
que contemporizan con la Corte y la Santa Alianza, de los que disuelven el
ejército libertador, de los que persiguen a las sociedades patrióticas de La
Fontana y La Cruz de Malta, de los que ponen dificultades a la organización
de la Milicia Nacional; separación eterna de los que en una mano tienen el
libro de la Constitución y en otra el cetro de hierro del Rey neto. Este es el
Orden de Padilla; ésta es la Confederación de Padilla, que hará en España
la revolución verdadera, que establecerá el sistema constitucional en toda su
pureza y pondrá fin el reinado de los pillos e hipócritas. El Orden de Padilla
derribará al infame Ministerio de las páginas y de los hilos antes de ocho
días, señores; ... m.
Simbolismo nacional
Nuevamente la crítica contra la masonería convertida en una «sociedad
ñoña», en «una farsa», y en un «juego político de tibios» y «comedias bufo
nas», destaca frente al programa de actuación de los comuneros. Precisamen
te pensaban éstos que los ritos masones eran anti-españoles y por eso esta
blecerán un simbolismo caballeresco y nacional:
En virtud de este criterio, yo y todos los verdaderos patriotas hemos
dado de lado a la masonería para fundar la grande y altísima, por mil títulos
eminente y siempre española sociedad de Los Comuneros. 107
100
La constitución de la Confederación comunera o de los caballeros de Pa
dilla es igualmente recogida por Galdós a través de un rápido diálogo:
— ¡Confederación! ¡Padilla! ¿Qué ensalada es ésa?
—En el primer artículo de los Estatutos se dice que nos reunimos y nos
esparcimos por el territorio de las Españas, con el propósito de imitar las vir
tudes de los héroes que, como Padilla y Lanuza, perdieron sus vidas por las
libertades patrias.
—¿Y la Confederación se divide en talleres?
—¿Qué talleres? Eso es cosa de artesanos. Aquí todos somos caballeros.
Llámase nuestro jefe el Gran Castellano; la Confederación se divide en Co
munidades, éstas en Merindades, éstas en Torres, y las Torres en Casas Fuer
tes. Todo es caballeresco, romancesco, altisonante. Si la masonería tiene por
objeto auxiliarse mutuamente en las pequeneces de la vida, nosotros nos
reunimos y nos esparcimos, así mismo se dice... para sostener a toda costa
los derechos y libertades del pueblo español, según están consignados en la
Constitución política, reconociendo por base inalterable su artículo tercero.
Nada de empeñitos; nada de lloriqueo de destinos, ni de asidero de faldones.
El artículo diecisiete del capítulo segundo dice que ningún caballero interesará
el favor de la Confederación para pretender empleos del Gobierno. ¿Qué tal?
Esto se llama catonismo. ¡Hombres incorruptibles! ¡Pléyade ilustre! Tene
mos Código Penal, alcaides, tesoreros, secretarios. Nuestras logias se llaman
Fortaleza, a las cuales se entra por puente levadizo nada menos108.
El cuadro será completado más adelante cuando Galdós nos recuerde que:
—Los comuneros querían reformar la Constitución, porque no era bas
tante liberal todavía. Los ministeriales (nos referimos a la primera mitad de
1821) o doceañistas, o si se quiere los masones, convencidos de que su Cons
titución era la mejor de las obras posibles, y que la mente no concebía nada
más perfecto, querían que se conservase intacta y sin corrección ni reforma
como la naturaleza...
—Los comuneros, que nacieron del odio a los masones, como los hongos
nacen del estiércol, creyendo que los ritos y prácticas de la masonería eran
una antigualla desabrida, antiespañola, prosaica y árida, imaginaron que les
convenía establecer un simbolismo caballeresco y nacional, propio para exal
tar la imaginación del pueblo y aun de las mujeres, que por entonces tenían
parte muy principal en estos líos. Siendo la representación primaria de los
masones un templo en fábrica y los hermanos, arquitectos o albañiles, for
maron los comuneros su partido de Comunidades, divididas en Merindades,
Torres y Casas Fuertes, y a sus logias llamaron Castillos y a sus Venerables
Castellanos, Alcaides a sus Vigilantes, y así sucesivamente. En los ritos y ce
remonias modificaron todo lo que hay de teatral en la masonería, dándole
forma caballeresca, e ideando ilusorias fortalezas, puentes levadizos, barba
canas, recintos, salas de armas, cuerpos de guardias, almacenes de enseres y
101
demás mojigangas, todo creado por sus exaltadas fantasías; de tal modo, que
más que militantes caballeros parecían rematados locos.
—Su color distintivo era el morado, así como los masones adoptaron el
verde. La Asamblea general recibía el nombre de Alcázar de la Libertad, y el
recinto donde se reunía, llamado Plaza de Armas, estaba adornado con em
badurnados lienzos y telones, representando torreoncillos con banderolas, lan
zas y las indispensables inscripciones patrioteras. En Presidente llamaba a los
socios la guarnición, y a los neófitos, reclutas. Abríanse y cerrábanse las se
siones con fórmulas que harían reír a la misma seriedad, siendo de notar
principalmente el parrafillo con que se despedían después de discutir larga
mente sobre mil innobles temas sugeridos por el egoísmo, el hambre o la
envidia: «Retirémonos, compañeros, a dar descanso a nuestro espíritu y a
nuestros cuerpos, para restablecer las fuerzas y volver con nuevo vigor a la
defensa de las libertades patrias» m.
Ni siquiera en esta ocasión deja Galdós de hacer constantes referencias a
la masonería de la que empieza diciendo que «tiene por objeto auxiliarse en
las pequeneces de la vida», para concluir aludiendo una vez más a la teatra
lidad de sus ritos y ceremonias.
Finalidad política
Pasando por alto la «iniciación comunera» uo de la que Galdós se ríe en
igual medida que cuando se ocupó de la iniciación masónica, encontramos al
gunos rasgos rápidos con los que Galdós intenta dibujar el entorno comunero.
Así respecto a la posible derivación política de ayuda mutua, de concesión de
destinos, como ocurría en la masonería, Galdós —en boca de Regato, uno de
los fundadores de la comunería— será tajante:
—La comunería es pobre; no da destinos111.
Con relación al ideal comunero nos dirá que era el establecimiento de la
República:
—Yo propongo a nuestra Asamblea que cesen las contemplaciones con la
Corte y que se dé el grito de ¡Viva la República!...
—¿Os aterra la palabra república! Pues yo digo que a mí no me ha cau
sado nunca terror esa palabra, ni me aterra hoy. Perdamos el miedo y sere
mos fuertes. Amenacemos y nos temerán. Somos los más, somos lo más gra
nado de la España liberal. La Europa nos contempla, el Piamonte nos imita,
Ñapóles nos copia, Portugal se llama nuestro discípulo. Señores, seamos dig
nos de la Europa liberal, y ante nosotros temblarán el Trono y los masones»...
102
—No creáis que la idea republicana es nueva en España. Padilla y Lanuza,
nuestros maestros, fueron republicanos. Viniendo a los tiempos modernos,
en la proclamación de los derechos del hombre hecha por Muñoz Torrero
en las Cortes del año 10 veo yo también la idea republicana... "2.
Los anilleros
Frente al partido de los masones y de los comuneros, de repente —dirá
Galdós— apareció un tercer partido, llamado de los anilleros «que quiso mo
dificar la Constitución en sentido restrictivo, aspirando a una especie de
transacción con la Corte y la Santa Alianza» 113.
De hecho apenas se ocupa Galdós del partido anillero o de los amigos de
la Constitución, si no es para decir que dicha Sociedad de los Amigos de la
Constitución respondía «a la necesidad imperiosa de establecer un término
medio entre las antiguas leyes, que viven encarnadas en el país, y los princi
pios liberales» m.
El mencionar a los anilleros no es, pues, para Galdós, sino el motivo para
establecer las diferencias existentes entre masones, comuneros y anilleros que
se reducían fundamentalmente a la postura adoptada por cada uno de los
grupos ante la Constitución. Los comuneros querían reformarla porque no
era bastante liberal, los masones (ministeriales y doceañistas) querían que se
conservase intacta, y los anilleros querían modificarla en sentido restrictivo
aspirando a una especie de transación con la corte y la Santa Alianza.
Personajes históricos
Al margen de los diferentes matices de unas sociedades u otras, Galdós
deja claro que «las sociedades secretas... hacen y deshacen todo» m. Y al ha
blar de sociedades secretas no incluye en ellas a las clientelas que frecuenta
ban los cafés patrióticos: La Fontana, Malta, etc., de los que apenas se ocupa
en un par de ocasiones us, si bien es cierto que para esas fechas había ya dedi
cado a ellos —diciembre 1870— precisamente su primera novela: La Fonta
na de Oro que ya entonces fue juzgada, por su naturalidad, precisión y clari
dad de estilo, como una novela perfecta.
Sin embargo, Galdós no desperdicia la ocasión de sacar a relucir en El
Grande Oriente algunos nombres como Romero Alpuente, Alcalá Galiano,
Arguelles, Calatrava, Feliú, Regato, Vinuesa, Riego, Cano, Toreno, Quintana,
Valdés, San Miguel, Flores Estrada... m que no siempre son definidos con ex
cesivo cariño cuando son juzgados por sus contrincantes ideológicos, como
es el caso de la estima que a los comuneros merecían Calatrava descrito como
«un bajo adulador», Feliú «un traidorzuelo», Martínez de la Rosa «un man-
103
dría», Cano Manuel «un bobo», Torero «un pedante», Arguelles «un em
bustero»... U8.
Durante el Trienio Constitucional (1820-23) —nos dirá Galdós ya casi al
final de El Grande Oriente— «había, según los datos más verosímiles, cin
cuenta y dos diputados masones. De los ministros, la mitad por lo menos car
gaban el mandil. Pocos eran entonces los hombres notables por su talento
oratorio o por su pluma, que no doblasen la cerviz ante el misterio eleusíaco,
y muchos que después han figurado en los partidos reaccionarios, adoraron la
Acacia. Tal fue el atractivo del Orden masónico, que aún se dice trataron con
él clérigos no apóstatas y un general de franciscos que después fue arzobispo.
Para que nada faltase, los del Arte Real vieron en las logias a un Infante, que
recibió el nombre de Dracón, con la risible particularidad de que le llamaban
Bracón. Un general muy célebre era designado Bruto II. Puede dudarse que
el mismo Fernando VII recibiese salario masónico; pero no que los nombres
más ilustres y respetables del presente siglo, los nombres de Arguelles, Calatrava,
Quintana, San Miguel, Flores Estrada, Galiano y otros figuraron en
las listas de maestros, siendo probable que todos ellos fueran Sublimes Per
fectos» m.
Aquí nuevamente Galdós vuelve a estar influido por Alcalá Galiano quien
es el que adelanta estos nombres, alguno de los cuales lo desmintió ya en su
tiempo de modo enérgico, como ocurrió con el general de los franciscos, Fray
Cirilo de Alameda, desmentido que recoge el propio Galdós en nota, como
dándonos a entender la fuente en la se había inspirado para su novela. Este
hecho indirectamente nos puede cuestionar la validez documental historiográfica
de la versión galdosiana de la época, fuertemente marcada por la obra de
Alcalá Galiano, que al fin de cuentas tomó una parte política bastante activa
en los sucesos que reconstruye Galdós. De ahí que la versión de los mismos
tal vez necesite de un estricto análisis crítico y matización valorativa, que nos
dé la justa medida de las Memorias, de Alcalá Galiano, género que normal
mente suele tener una finalidad de autojustificación, no siempre fiel a lo
acaecido.
Características del tercer grupo
Con El Grande Oriente se cierra, por así decir el gran cuadro, medio cos
tumbrista, medio histórico, en el que Galdós quiso describir con su minucio
sidad y maestría características la acción política de las sociedades secretas
españolas del trienio constitucional, y en especial de la masonería, de la que
hace un retrato no excesivamente favorable.
A partir de este momento y en el resto de los episodios que componen la
segunda serie, el hecho masónico pasa a un plano más secundario, si bien
sigue estando presente todavía tanto en Los cien mil Hijos de San Luis, como
104
en Un voluntario realista, en Los Apostólicos, y finalmente en Un faccioso
más y algunos frailes menos.
De nuevo la conspiración
Por lo que respecta a Los cien mil Hijos de San Luis, cuya acción lógica
mente se sitúa en 1823-24, las alusiones a la masonería giran más o menos
sobre los mismos motivos, como, por ejemplo, la conspiración contra el rey
absolutista.
Refiriéndose a Bayona, que es considerada como «verdadera antesala de
nuestras revoluciones», dirá que sin embargo, nunca había visto «degradación
y torpeza semejantes a las del tiempo de Eguía, que merecieron en aquel en
tonces el siguiente comentario: «Felicite usted a los francmasones, porque
mientras la salvación de Su Majestad siga confiada a las manos que por aquí
tocan el pandero, ellos están de enhorabuena» m.
Más adelante dirá que los francmasones habían seducido a la plebe, y que
Su Majestad, por dondequiera que iba, no oía más que denuestos m. Y pre
cisamente a raíz de los sucesos del 19 de febrero, cuando «se alborotaron los
comuneros y masones porque éstos querían sustituir a aquéllos en el Minis
terio» m, recoge un diálogo popular en el que resulta sintomática esta frase:
—Me parece que usted con sus viajes a Francia y sus relaciones con los
ministros del liberal y filósofo Luis XVIII, se nos está volviendo francmasona
—dijo don Tadeo entre broma y veras—.
—Amiguita, usted se nos ha «francmasoneado» —me dijo el astuto intri
gante dando cariñosa palmada en mi mano m.
Esta escena que nos indica un poco la proyección popular de la masonería
y sus síntomas, tiene su continuación unas páginas después:
—Saliendo de misa de San Isidro, me vi insultada y seguida por una turba
de mujerzuelas feroces sólo porque llevaba un lazo verde. El color verde era
ya el color de la ignominia, como emblema del liberalismo, que tantas veces
había escrito sobre él «Constitución o muerte». Vi maltratar a un joven de
buen porte sólo porque usaba bigote, y desde aquel día el tal adorno de las
varoniles caras fue señal de francmasonismo y de extranjería filosófica12*.
Esta escena nos recuerda lo que Patricio de la Escosura relata por esa
misma época cuando dice que una turba de realistas asaltó a Ventura de la
Vega en la Puerta del Sol «por dejarse crecer el pelo y llevar melenas, crimen
reputado a la sazón como infalible síntoma de masonismo» 125; escena a la
que aludirá también Galdós en Los Apostólicos, cuando hablando de Veguita
105
refiere que «le llevaban preso por tener la audacia de dejarse las melenas
largas, al uso masónico» 126.
La intervención extranjera en defensa del rey español hace que salte a la
escena galdosiana una nueva sociedad secreta: los carbonarios, si bien ape
nas se ocupa de ella, si no es para decir que «los carbonarios extranjeros, que
andaban por España, unidos a otros perdidos de nuestro país, habían formado
una legión con objeto de hacer frente a las tropas francesas. Constaba aque
lla de 200 hombres, tristes desechos de la ley demagógica de Italia, de Francia
y de España... Pasma la inocente credulidad de los carbonarios extranjeros
y de los masones españoles» w.
Y un poco más adelante añadirá «que los masones primitivos o descalzos
estaban en gran pugna con los secundarios o calzados y ambos con los carbo
narios y comuneros» m.
Tanto aquí como en otras varias alusiones a la comunidad masónica129, o
a la Orden de la Acacia, en la que incluye a Mina m, los masones se presentan
no sólo divididos sino sin fuerza, ni influjo para contener la agresión extran
jera y evitar la huida del Gobierno a Andalucía, lo que será aprovechado por
Galdós para incidir en la visión que de los masones tenían los personajes
que encarnan la clase popular:
— ¡ Qué se escapan!... Los patriotas, los más malos de todos, los ateos,
blasfemos, los republicanos, los masones, los regicidas, los enemigos del Rey...,
los que querían matarle m.
Liberales y absolutistas
A partir de este episodio la trama de los tres restantes se encuadra en la
lucha entre realistas y liberales; lucha que afecta tanto a los partidarios de
Fernando VII, como a los de su hermano don Carlos. Y aquí resulta curioso
cómo entre los personajes galdosianos, tanto los populares, como los absolu
tistas —en su doble vertiente— se establece una especie de igualdad o deno
minador común que abarca a liberales, jacobinos y masones, como si fueran
términos sinónimos. Igualmente hay una cierta identificación de la masonería
—dueña del Trono, del Gobierno y del Ejército— con la herejía, la demo
cracia, la revolución e incluso con el comunismo.
Algunos ejemplos pueden servir de ilustración:
—¿Acaso podrán levantarse otra vez los liberales? No se levantarán. Pero
los masones tienen minado el Trono.
— ¡El Trono! —exclamó Pepet lleno de confusión—. Es el más seguro
del mundo.
—Tal vez no.
—¿No tenemos Gobierno absoluto?
106
—A medias: Gobierno con puntas de masónico, que no se decide a poner
la Religión por encima de todo...
—No gobiernan los liberales, es verdad; pero ello es que, sin saber cómo
gobierna su espíritu, y las sectas, las infames sectas masónicas, no han sido
destruidas. El Ejército, que se compone absolutamente de masones, no ha
sido disuelto y desbaratado, y en cambio están sin organizar los voluntarios
realistas.
—Andan sueltos muchos, muchísimos que fueron milicianos nacionales y
asesinos de frailes y monjas, y la masonería se extiende hasta el mismo Tro
no, hasta el mismo Trono... m.
—Desde la guerra de la Independencia el Ejército, lo mismo que la Ma
rina, están carcomidos por la masonería. La revolución del 23 obra fue de los
masones militares; las intentonas de estos años también son cosa suya, y en
estos momentos, señores, se está formando una sociedad, llamada la Confe
deración Isabelina, en la que andan muchos pajarracos de alto vuelo y que por
el rotulillo ya da a entender adonde va133.
—Veo que mira usted mis charreteras... ¡Ah!, desde hoy las considero
como una deshonra... No puedo servir a dos señores... Fuera de mí, insig
nias de vilipendio, que me parecéis emblemas de un orden masónico13Í.
—De los jefes militares importantes trataba a algunos, y con varios de
ellos tenía conocimiento que rayaba en amistad, por antiguo compañerismo
en el Grande Oriente masónico del 22 m.
La obsesión masónica dentro de esa lucha o enfrentamiento que llevó el
absolutismo contra toda ideología que le fuera contraria vuelve a quedar plas
mada tanto en Un voluntario realista, como en Los Apostólicos:
—Dígame usted: ¿no está la Corte minada por los masones? ¿Es cierto,
como nos han dicho, que si los masones triunfan, destruirán todo, y no deja
rán en pie nada de lo que hoy existe?
—Los masones no triunfarán136.
107
—Don Tadeo pierde cada día su fuerza, y el Rey se está haciendo todo
mantecas, a medida que la gente de orden y el respetabilísimo clero ponen los
ojos en el Infante, única esperanza de esta nación francmasonizada y hecha
trizas por el ateísmo w.
—Es lo que yo digo: divídase el partido del orden, y tendremos a los
masones tirándonos de la nariz... m.
—No es extraño, Jenarita, que con la marcha que lleva este Gobierno por
el camino de la francmasonería, sean perseguidos los buenos españoles. Ese
pobre Rey se ha entregado en manos de la herejía y del democratismo U9.
—Le expuse la situación del país, anhelante de verse gobernado por un
Príncipe real y verdaderamente absoluto, que no transija con masones, que
no admita principios revolucionarios, que cierre la puerta a las novedades...14°.
Precisamente una de las peroratas que pone Galdós en boca de uno de los
realistas, alude a esta situación de enfrentamiento:
—Nos dijeron que se iba a emprender una guerra grande, gloriosa...
¡pum!, una guerra por la Religión. Nos dijeron que el Rey, ¡pum!, estaba
entregado a los masones, y que la Cámara Real era una logia, una zahúrda de
jacobinos... ¡pum!, que Calomarde era masón, que el Rey era masón ¡pum!...
—Nos dijeron que en Madrid estaba todo hecho para quitar del Trono a
un hermano que estaba vendido a los masones, y poner ¡pum! a otro her
mano que oye misa todos los días...
—Linda cosa es el perdón masónico ul.
— ¡Viva la Religión y mueran los masones! U2.
Para los masones, una vez más identificados con los jacobinos y con los
enemigos de la Religión, no hay perdón:
—A los apostólicos que se sometieran, les perdonaría; eran alucinados y
no criminales; a los jacobinos y masones les aplastaría sin piedad143.
Quizá uno de los pasajes más desconcertantes de Galdós, es aquel en el
que habla de comunismo:
—Vino a España enviado por los de Londres para tejer una de tantas cons
piraciones. Es pájaro de cuenta: le conozco hace tiempo. Es uno de los que
108
figuraron cuando Las Cabezas...; después anduvo en masonerías y comu
nismo "*.
Aquí da la impresión de que Galdós no puede evitar una dudosa transpo
sición histórica. Pues hablar de comunismo en 1878 que es cuando escribió
este episodio es normal, pero hablar de comunismo en la España de 1824 ó
25, es algo que ya extraña más.
En el contexto de enfrentamiento entre cristianos y carlinos la masonería
sigue siendo igualmente protagonista indirecta, y con las mismas característi
cas de los episodios anteriores. Algunos fragmentos pueden servir de ejemplo:
—Las campanas allí [Navarra, Álava, Vizcaya], cuando tocan a misa, di
cen: «No más masones»...145.
—Pronto, muy pronto, cuando llegue el momento de dirimir en los cam
pos de batalla la cuestión entablada entre el Altísimo y los masones, podrá
contar el Altísimo con su más valiente Macabeo U6.
—Puedes decir a esos señores que sí, que estoy conspirando ¡rábanos!,
que hago lo que me da la gana, que trabajo como un negro por la causa del
Rey legítimo, y que yo y mis amigos nos reunimos y nos concertamos des
preciando a este Gobierno estúpido, cuya Policía hemos comprado. Al Ejér
cito le seducimos y le traemos habilidosamente a nuestra causa; al Gobierno
le engañamos, y a vosotros los masones de bulla y gallardete os compramos
a razón de dos pesetas por barba U7.
—Ya no eran el pueblo descontento ni el ejército minado por la masone
ría quienes atormentaban al tirano: eran el clero y los voluntarios realistas,
capitaneados por un hermano queridoli8.
—¿Y confía usted sacar partido de su amistad con ese desollado masón?.
Pero ¡qué amigos tiene usted!... Estoy asustado148.
—También se han reunido esta tarde muchos locos masones con Avinareta
a la cabeza y han deliberado... ¡Deliberado los postes! ¿Cuándo se ha
visto eso?... Señores, llegó el momento de la gran barrida. España ha resu
citado 150.
109
—De las ruinas del masonismo se levanta el legítimo Trono de España m.
* * *
—Los ratones me tienen minado el techo. Ya os arreglaré, masoncillos...
Pero ¿no tienes Inquisición en casa? El gato saltó de un rincón, bufando y
subió por los maderos152.
* * *
— ¡ Indultarme!... No; por muy masón que sea el Virrey, no será tan
cruel e inhumano153.
* * *
—Tú eres un intrigante forrado en masón 15\
* * *
—Ya, ya vendrán tiempos de justicia, sí, ya vendrán... Entonces no vere
mos los coros de las catedrales llenos de masones con sotana, mientras los
buenos eclesiásticos perecen 155.
* ♦ ♦
—Fulminando ira de sus ojos, Gracián gritó: «¡Canallas!... ¡Masones!»156.
Otras masonerías
Galdós dedica también breve atención en Un voluntario realista a otro
tipo de masonería no liberal, sino absolutista, llamada El Ángel Exterminador,
cuya existencia histórica pone en duda:
—Durante largo tiempo se consideró que la guerra apostólica había sido
engendrada por la sociedad secreta del absolutismo llamada El Ángel Exterminador,
y compuesta de obispos ambiciosos, consejeros cesantes e inquisi
dores sin trabajo. Aunque el absolutismo ha tenido también su masonería y
de las más chuscas, aun sin el uso de mandiles, ningún historiador ha pro
bado la existencia del Ángel Exterminador157.
Existiera o no El Ángel Exterminador, lo que sí es cierto que Galdós re
fleja bien esa especie de psicosis de la época en la que se veían masones —del
signo que fueran— por todas partes.
En Los Apostólicos será precisamente la reina María Cristina la que apa
recerá también vinculada —por afinidades liberales— con la masonería:
—Pásmese usted..., es una francmasona, una insurgente, mejor dicho,
110
una real dama en quien los principios liberales y filosóficos se unen a los
sentimientos más humanitarios. Es decir, que tendremos una Reina domesticadora
de las fuerzas que se usan por acá.
—Pues ¡viva la Reina francmasona! El desfrancmasonizador que la desfrancmasonice,
buen desfrancmasonizador será158.
Precisamente en este mismo episodio entre las muchas sociedades más o
menos secretas que amenazaron el poder de Calomarde —nos dirá Galdós—
«hubo una que no precisamente por lo temible, sino por otras razones, me
rece las simpatías de la posteridad. Llamóse de los Numantinosv 159.
Y más adelante añadirá como explicación de la misma:
—Los mayores de la cuadrilla no pasaban de 20 abriles; éstos eran los
ancianos, expertos o maestros sublimes perfectos; que a decir verdad, la pan
dilla gustaba de darse aires masónicos, sin lo cual todo habría sido muy soso
y descolorido.
—...les enviaron al convento de franciscanos de Guadalajara... y les qui
taron de la cabeza todo aquel fárrago masónico numantino y el derribo de
tiranías para edificar repúblicas griegas160.
Y por si no hubiera suficientes sociedades secretas, todavía, en Un faccio
so más y algunos frailes menos, nos hablará de la llamada Isabelina:
—Para poner remedio al grave mal que antes indiqué, ha determinado
fundar una sociedad secreta...
—Ya pareció aquello —dijo Salvador, interrumpiendo con su sonrisa el
grave exordio de su amigo—. En eso habíamos de parar.
—Cállate, no juzgues lo que no conoces todavía... Una sociedad secreta
que se llamará la Isabelina o de los Isabelinos...
—Ya tenemos el masonismo en planta —indicó Salvador— con sus irri
sorios misterios, sus fórmulas y necedades.
—No, no hijo; aquí no hay misterios.
—¿Ni iniciación, ni torres, ni orientes?
—Nada de eso.
—¿Ni vocabulario especial, ni mandiles?
—Nada, nada.
—No habrá más que el juramento de someterse intencionadamente a la
soberanía de la nación.
—Aquí es todo corriente. No hay misterios. La sociedad trabajará en si
lencio, pero sin fórmulas diabólicas. Y nos llamamos por nuestros nombres,
si bien en las actas y documentos adoptamos un signo convencional para
designarnos m.
111
Tras esta nueva crítica de los «irrisorios» misterios y demás «necedades»
masónicas, a renglón seguido nos dará una nueva versión de la masonería,
esta vez convertida no en proyectos serios de personas maduras, sino en juego
de chiquillos:
— ¡Malditos! —exclamó Avinareta, en ocasión que subían tres o cuatro
mozalbetes metiendo más ruido que los monaguillos en día de repicar recio—.
Esos son los que todo lo echan a perder con sus inocentadas. Ahora los tier
nos angelitos, en vez de chuparse el dedo, han dado en la flor de jugar a la
masonería y al carbonarismo, y entre burlas y risas tienen arriba sus Cámaras
de honor, y sus Hornos, donde hacen mogigangas, que es preciso denunciar
a la Policía. Son casi todos chiquillos con más gana de hacer bulla que de
estudiar162.
El resultado en todos los casos es el mismo, la crítica ridicula enfocada
desde los ángulos más pintorescos, donde ya los calificativos se hacen reite
rativos.
Y para concluir con el tema de la masonería en este tercer y último grupo
de la segunda serie de los Episodios Nacionales está la identificación que hace
Galdós de la masonería, o de las «logias mogigatas» —por qué no se han de
llamar así?, se pregunta el propio Galdós m—, nada menos que con Satanás,
como fruto de la creencia popular de que se había entablado una auténtica
batalla entre el Altísimo y los masones m. El diálogo de que se sirve Galdós
es una obra maestra de fina ironía:
—¿Pues qué? ¿Es usted...?
—Masón, señora.
Al expresarse así, con la sonrisa en los labios, Salvador creyó que no me
recía respuesta seria aquel interrogatorio impertinente. La momia estuvo a
punto de deshacerse en polvo al oír la nefanda palabra. Estremecida dentro
de sus apolilladas pieles y de sus ajados tafetanes, llevóse las manos a la ca
beza, lanzó una exclamación de lástima y desconsuelo, y por breve rato no
apartó del cielo sus ojos, fijos allí, en demanda de misericordia.
— ¡Masón! —repitió luego mirando al que, según ella, era un soldado
de las milicias de Satanás—. ¡Quién lo diría!
—Y señalando con su mano flaca, cubierta de guante canelo, una luz que
a cierta distancia se veía, como farolillo de taberna o café, dijo entre sus
piros :
—En donde está aquella luz se reúnen sus amigotes de usted... Caballero,
si me permite Vd. que le dirija un ruego, le diré que por nada del mundo sea
usted masón. Todo está preparado para el triunfo de la Monarquía verdadera
y legítima, y es una lástima que Vd. perezca, porque perecerán todos, no hay
duda... Cuando Vd. me dijo que era masón, vi..., yo siempre estoy viendo
cosas extrañas que luego resultan verdaderas, ...vi un montón de muertos,
en medio de los cuales asomaba una cabeza...165.
112
Ya antes había aludido igualmente al mismo tema de una forma rápida
pero expresiva, en Un Voluntario realista-.
—Contra la masonería que es el gobierno de Satanás, se levantará la Re
ligión que es el Gobierno de Dios m.
CONCLUSIÓN
Llegado el momento de extractar algunas conclusiones que sinteticen en
cierta manera lo expuesto anteriormente, se puede decir que en las dos pri
meras series de los Episodios Nacionales de Galdós —que por su contenido
y fecha de publicación constituyen un bloque homogéneo— la presencia ma
sónica es no sólo constante sino progresiva en su desarrollo y vinculación con
los hechos históricos relatados, culminando en cierta manera en el episodio
que dedica en su integridad a la masonería: El Grande Oriente.
La masonería, por otra parte, es abordada desde un triple aspecto: el pri
mero lo que nos dice de la masonería por boca de sus protagonistas masones;
segundo lo que de la masonería dicen los personajes procedentes del pueblo,
del clero, y de los elementos absolutistas-realistas en su doble vertiente fernandina
y carlina; y tercero lo que piensa el propio Galdós, y así lo mani
fiesta cuando haciendo un paréntesis en la trama de la novela episódica corres
pondiente, se toma la libertad de dar juicios de valor sobre la masonería o
incluso cuando traza rápidas pinceladas de su historia interna.
Estos aspectos son tratados por Galdós, en los tres casos, con una crítica
dura y demoledora, que en muchos casos es irónica y despectiva, y en otros
fuertemente ridiculizadora, en especial cuando alude a la masonería contem
poránea española, la del período en el que Galdós escribe los Episodios. Y es
aquí donde nos presenta lo que podríamos denominar que es para él la ver
dadera masonería —la extranjera— (la que existe «tan sólo para fines filan
trópicos independientes en absoluto de toda intención y propaganda políti
cas»), y la funesta transformación que dicha masonería había adoptado en
España en el período en cuestión (1805-1834), e incluso en la época en la que
él escribe (1873-1879), períodos en los que «los sectarios de esta Orden» no
pasaban de ser meros «propagandistas y compadres políticos».
No obstante la crítica y tratamiento masónicos están hechos con un cono
cimiento profundo de la asociación, en su doble vertiente pasada y actual,
del que hace gala a través de una exhibición de vocabulario y tecnicismos
masónicos, así como de sus rituales y organización interna.
Esta actitud lleva al planteamiento de si Galdós puede ser considerado,
en este caso, como historiador, o al menos informador de la historia de la
masonería española del primer tercio del siglo XLX. Planteamiento que, a su
113
vez, presupone el conocimiento de las fuentes en que se inspira Galdós, ya
que justamente el período que abarcan estas dos primeras series es anterior
a su nacimiento.
No han faltado quienes ante el interés u obsesión de Galdós hacia la ma
sonería han querido hacerle miembro de dicha organización. Cosa que a la
vista de la despiadada crítica que hace de ella resulta un tanto desconcertan
te. Por otra parte en los archivos que se han conservado de la masonería, no
aparece su nombre en ninguno de los cuadros lógicos españoles del período
en el que Galdós vivió, si bien es cierto que participó en el Primer Congreso
Librepensador Español, celebrado en Barcelona en honor del masón Fran
cisco Ferrer y Guardia, los días 13 al 16 de octubre de 1910, en el que, dado
el frente común que existía entre masones y librepensadores, figuran algunos
masones entre los que desarrollaron las correspondientes ponencias167.
De todas formas, perteneciera o no a la masonería, el desencanto que Gal
dós manifiesta hacia dicha organización en su versión española es tan notable
que, en el mejor de los casos, podríamos encontrar en alguno de sus prota
gonistas rasgos autobiográficos sobre el particular, al menos en su aspecto
ideológico.
Puestos a buscar una explicación del porqué de la importancia dada por
Galdós a la masonería, habría que saber cuáles fueron las fuentes en las que
se inspiró. Y aquí el influjo de Alcalá Galiano es claro y constante.
Por otra parte tal vez haya que analizar si entre el Galdós que relata la
España del primer tercio del siglo XIX, y el Galdós que escribe en la década
1870-80 no hay una interconexión ideológica que le lleva a cierta proyección
del presente al pasado. Pues lo que no puede evitar Galdós es el relacionar
períodos constitucionales pasados con la época en que vive, dando un salto de
más de medio siglo. Salto que en el caso de Galdós —calificado entonces co
mo hombre liberal y avanzado y con una cierta militancia política, si bien
no tan fuerte como lo sería posteriormente— pudiera tener una intenciona
lidad clara: orientar a sus lectores hacia la solución política que les ofrecía
la actualidad. Es decir, que cuando Galdós escribe sus Episodios, cuando re
memora la historia del pasado, es posible que esté haciéndose intérprete más
o menos espontáneo de una ideología socio-política de clase168.
En cualquier caso hay un aspecto que no deja de tener un gran interés
histórico, y es cuando el propio Galdós, saliéndose del relato de los episodios,
se permite digresiones sobre los orígenes de la masonería en España, sobre
su pasado y sobre su estado actual; digresiones que tienen el valor de un
testimonio tanto más valioso dada la cultura y personalidad de don Benito
Pérez Galdós, del que precisamente se ha dicho con acierto que su obra «está
tan inserta en la realidad de la época, que el drama humano de cada uno de
sus libros se comprende siempre dentro de la realidad históricas 169.
114
NOTAS
1 Pérez Galdós, Benito, Episodios Nacionales. Bailen, Madrid, Aguilar, 1970,
Obras Completas, t. I, pp. 508-5 09. En adelante todas las referencias a la obra de Galdós
se hacen a la edición de 1970 [12.a edición] de las Obras Completas hecha por Aguilar.
2 passim. Más adelante en cada caso particular volvemos sobre dichos epítetos.
3 Napoleón en Chamartín, t. I, p. 550.
* Sobre este tema cfr. Ferrer Benimeli, J. A., La masonería española en el
siglo XVIII, Madrid, Ed. Siglo XXI, 1974, pp. 260-278; y en Historia 16 [Madrid],
Extra de Noviembre 1977, p. 45956.
5 Bailen, t. I, pp. 508-509; 519.
6 Bailen, t. I, p. 519.
7 Napoleón en Chamartín, t. I, p. 550.
8 Ibíd.
9 "Pero otra vez, sin quererlo, me aparto de mi objeto, y no ha de ser así, sino
que vuelvo atrás para deciros...". Ibíd.
10 El Grande Oriente, t. I, pp. 1479-1480.
11 Bailen, t. I, pp. 508-509.
12 Napoleón en Chamartín, t. I, p. 573.
13 Ibíd., p. 598.
14 Ibíd., p. 626.
15 Ibíd., p. 630.
16 Cádiz, vol. I, p. 859.
17 Ibíd., p. 937.
18 La batalla de Arapiles, vol. I, p. 1058.
19 Ibíd., pp. 1099-1100.
20 Ibíd.
21 Ibíd., pp. 1116-1117.
22 Ibíd., p. 1137.
23 Ibíd.
2i Ibíd., pp. 1099-1100.
25 "Masones y franceses todos son unos, la pata derecha y la izquierda de Satanás",
Ibíd., p. 1117. "...en expiación de las culpas de todos los masones y afrancesados de
la península", La batalla de Arapiles, t. I, p. 1135.
26 La batalla de Arapiles, t. I, pp. 1123-1124.
27 Ibíd.
28 Napoleón en Chamartín, t. I, pp. 549-550. La batalla de Arapiles, t. I, p. 1143.
29 Napoleón en Chamartín, t. I, pp. 549-550.
30 La batalla de Arapiles, t. I, p. 1143.
31 Ibíd.
32 Memorias de un cortesano de 1815, t. I, p. 1333.
33 Anónimo, ¿Hay o no hay francmasones?, Cádiz, Impr. Vda. de Comes, 1812,
52 pp.
31 Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, Madrid, B.A.E., vol. 83, 1955, p. 210.
35 Sobre esta cuestión cfr. Ferrer Benimeli, J. A., La masonería española en el
siglo XVIII, Historia 16 [Madrid], Extra de Noviembre 1977, p. 52.
36 Memorias de un cortesano de 1815, t. I, p. 1338.
37 Ibíd., p. 1342.
115
38 La segunda casaca, t. I, pp. 1376-1377.
39 Ibíd., p. 1373.
40 Ibíd., p. 1388.
a Ibíd., p. 1378.
42 76iU, pp. 1363-1364.
iS Ibíd., p. 1392.
7Wd.
45 7¿íd., p. 1391.
*6 Ibíd., p. 1394.
47 7Z»U, p. 1412.
48 7Z»U, pp. 1412-1413.
49 7¿ud., p. 1408.
50 Ibíd., p. 1401.
51 Ibíd., p. 1418.
52 7Z»U, p. 1426.
53 Ibíd., p. 1430.
51 Ibíd.
55 7Md., p. 1453.
56 Ibíd., p. 1359.
57 Ibíd., pp. 1359-1360.
58 7Md., p. 1428.
59 Ibíd., p. 1373.
60 7Md., pp. 1387-1388.
61 Ibíd., pp. 1389-1390.
62 Ibíd., p. 1380.
63 Ibíd., p. 1415.
64 Ibíd., p. 1423.
65 7&fcí., p. 1383.
66 Memorias de un cortesano de 1815, t. I, p. 1285.
67 Ibíd., p. 1301.
68 TiZ equipaje del rey José, t. I, p. 1192.
69 Memorias de un cortesano de 1815, t. I, p. 1283.
70 La segunda casaca, t. I, p. 1393.
71 Ibíd.
72 Ibíd.
73 El Grande Oriente, t. I, p. 1463.
71 Ibíd., p. 1464.
75 Ibíd., p. 1479.
76 Ibíd., p. 1484.
77 Ibíd., p. 1485.
78 Ibíd., p. 1486.
79 Ibíd.
80 Ibíd.
81 72»U, p. 1479.
82 Ibíd., pp. 1476-1477.
83 7ftiU, p. 1477.
84 Ibíd., p. 1482.
85 76iU, p. 1513.
116
86 Ibíd., p. 1514.
87 Ibíd., p. 1463.
88 /ZwU, pp. 1477-1478.
89 /Mcí., p. 1478.
90 Ibíd., pp. 1478-1479.
91 Ibíd., p. 1479.
92 Ibíd.
93 Cfr. nota 75.
91 Ibíd., pp. 1480-1481.
93 Ibíd., p. 1481.
96 /MU, pp, 1482-1483.
97 / Reyes 7, 21-22.
98 El Grande Oriente, t. I, p. 1482.
99 Ibíd., pág. 1483.
100 Ibíd., p. 1484.
101 Ibíd.
102 Ibíd., p. 1488.
103 Ibíd.
m Ibíd.
105 /Me/., p. 1489.
106 Ibíd., pp. 1492-1493.
107 Ibíd., p. 1464.
108 /MU, pp. 1464-1465.
109 Ibíd., p. 1518.
110 /Míí., pp. 1520-1521.
111 Ibíd., p. 1493.
112 Ibíd., p. 1521.
113 Ibíd., p. 1518.
114 /MU, p. 1539.
115 Ibíd., p. 1474.
116 Ibíd., pp. 1464 y 1512.
117 Ibíd., pp. 1488 y 1538.
118 Ibíd., p. 1526.
119 Ibíd., p. 1538.
m Los Cien mil Hijos de San Luis, t. I, p. 1636.
121 Ibíd., p. 1664.
m Ibíd.
123 Ibíd., pp. 1664-1665.
124 /MU, p. 1680.
125 Cfr. Ferrer Benimeli, J. A., Los masones en la Historia Contemporánea Española,
Historia 16 [Madrid], Extra de Noviembre 1977, p. 62.
126 Los Apostólicos, t. II, p. 140.
127 Los Cien mil Hijos de San Luis, t. I, p. 1662.
128 Ibíd., pp. 1684-1685.
m Ibíd., p. 1664.
130 Ibíd., p. 1667.
131 Ibíd., p. 1706.
m Un voluntario realista, t. II, pp. 18-19.
117
133 Los Apostólicos, t. II, p. 162.
134 Un voluntario realista, t. II, p. 81.
135 Un faccioso más y algunos frailes menos, t. 1,1 p. 289.
136 Un voluntario realista, t. II, p. 59.
137 Los Apostólicos, t. II, p. 129.
138 t/n voluntario realista, t. II, p. 91.
139 Los Apostólicos, t. II, p. 159.
140 /6iU, p. 163.
M1 Un voluntario realista, t. II, p. 79.
143 Jfcíd., p. 84.
143 7Md., p. 94.
144 /&«., p. 92.
115 Un faccioso más y algunos frailes menos, t. II, p. 224.
146 Ibíd., p. 228.
147 Ibíd., p. 230.
148 /Wd., p. 270.
149 Ibíd., p. 280.
150 7Í>£¿., p. 281.
151 Ibíd., p. 282.
152 Ibíd., p. 282.
153 7M<í., p. 288.
154 Ibíd., p. 290.
155 7Md., p. 292.
156 7«d., p. 321.
157 Í7n voluntario realista, p. 83.
158 Los Apostólicos, t. II, p. 109.
159 Ibíd., p. 122.
160 7Md., p. 123.
161 í/n faccioso más y algunos frailes menos, t. II, p. 239.
m Ibíd., p. 240.
163 /Md., p. 268.
164 Ibíd., p. 228.
165 Ibíd., p. 236.
166 í/n voluntario realista, t. II, p. 19.
167 La ponencia de Pérez Galdós versó sobre el "Modo de influir todo lo eficaz
mente posible para que España rompa con el Vaticano y lograr que aparte de la exhi
bición de sus símbolos en iglesias y capillas, las manifestaciones de los cultos queden
reducidas al recinto de sus iglesias, capillas o sinagogas".
168 Dbrozier, Albert, Relaciones entre historia y literatura a través de la produc
ción periodística del trienio constitucional (1820-1823), Cuadernos Hispanoamericanos,
núm. 335, mayo 1978, p. 5 (de la separata).
189 Tuñón de Lara, M., La España del siglo XIX, Barcelona, Ed. Laia, 1977, vol. II,
p. 111.
118