UNA ESTRUCTURA GALDOSIANA DE LA NOVELA HISTÓRICA

Juan Ignacio Ferreras

Situar o describir, para empezar a analizar, las estructuras de la llamada

novela histórica, implica la aceptación de una estructura histórica, objetiva,

que de una manera o de otra, es recogida por la novela.

Lukacs, referencia insoslayable a la hora de la novela histórica, descubrió

ya la existencia de un «héroe medio», de un protagonista, para ser más exac

tos, que podía pertenecer a la estructura histórica, objetiva, y se encontraba

a medio camino entre lo que llamaré plano histórico y plano novelesco.

Con este protagonista medio, se han construido la mayor parte de las

novelas históricas; el escritor escoge un personaje histórico de segunda fila

y obligatoriamente mal conocido, o crea un personaje imaginario que se in

serta en el universo histórico.

De las dos maneras: o creando un personaje imaginario o escogiendo para

la novela un personaje histórico de segunda fila, el escritor trata de respetar

la Historia sin anovelarla; trata también, y de la misma manera, de salva

guardar la novela.

La utilización de este héroe medio, la creación de este protagonista per

mite, en principio, la creación de un primer tipo de novela que se podría

describir así:

A) La novela histórica posee un universo histórico, rigurosamente homologable

con el universo objetivo, de la Historia escrita y conocida. Frente

a este universo histórico, el autor sitúa un protagonista más o menos imagi

nario (o seleccionado entre los personajes históricos mal conocidos, de segun

da fila, o creándolo).

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Puede ocurrir también, y siempre en el campo de la novela histórica, que

el autor escoja para su creación, un auténtico personaje histórico, homologable,

conocido, y cree alrededor del mismo, todo el universo histórico; en

este caso, como se comprenderá fácilmente, la novela tiende a la historia anovelada,

vulgarizada, pero con todo, nos encontraríamos ante un segundo tipo:

B) La novela histórica posee un universo histórico y un protagonista

histórico.

Queda aún una posibilidad; el autor selecciona un personaje histórico

pero recrea un universo falsamente histórico, en cuyo caso nos encontraremos

ante el tipo de novela que denominé en un libro «novela de aventuras histó

ricas».

C) La novela histórica posee un protagonista histórico, pero recrea un

universo falsamente histórico.

Ante estos tres tipos o subtipos de novela histórica, fácil es identificar

algunas producciones: la obra de un Walter Scott modelo del género entero,

pertenece al tipo A. Al tipo B pertenecerían todas las biografías más o me

nos históricas que conocemos como las de Stefan Zweig. Al tipo C pertenecen

todas las novelas de aventuras, estilo Dumas.

Si la novela, como sostengo, es la historia escrita y en su devenir proble

mático, entre un protagonista y un universo, es claro que todo tipo de divi

sión ha de efectuarse a partir de estos dos elementos: universo y protagonis

ta. En la novela histórica, y dado que es histórica, el universo parece obli

gado: ha de ser el histórico, el rigurosamente homologable, el objetivo; el

universo de coordenadas fijas, sobre el cual el autor no puede operar, puesto

que haga lo que haga su protagonista, el universo, el mundo objetivo, conti

nuará siendo lo que es, lo que conocemos, lo que ya se encuentra escrito,

petrificado en la Historia objetiva.

La novela histórica, pues, sólo puede ser novela, comportarse o materia

lizarse como novela, a partir del protagonista, del héroe problemático que se

encuentra frente a un universo. De aquí, la creación de ese héroe medio des

cubierto por Lukacs. La estructura fija y petrificada del universo histórico,

sólo permite la aventura personal, la novela, al héroe desgajado del universo,

no representativo del mismo.

El novelista, si quiere evitar el escollo de la historia anovelada, de la pa

ráfrasis, ha de centrar su novela, ha de novelar, a partir de este protagonista

no histórico, no objetivo. Y ha de crearle de modo que conserve su aparente

independencia, a pesar de las mediaciones fijas de un universo dado, prefi

jado de antemano. (Por ejemplo, si sabemos que María Antonieta murió en

la gillotina, de nada pueden servir los esfuerzos de un héroe novelesco que

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luche por salvarla; la mediación histórica es determinante, pero el novelista

se reserva el derecho de contar una lucha personal).

Hay pues una gran paradoja en la novela histórica que se podría enun

ciar así: cuanto más rigurosamente histórico sea el universo de la novela,

menos libertad de acción, menos campo novelesco le quedará al protagonista.

O de otra manera —más incisiva— cuanto más histórica sea una novela me

nos novela será.

Esta paradoja, que no lo es exactamente, ha sido resuelta, como sabemos,

por la creación de un héroe medio y por el esfumato obligado del universo

histórico. El novelista es ante todo un novelista, obedece a las leyes internas

del género, y no a las leyes más o menos científicas de la Historia escrita,

de la ciencia histórica.

Tan largo preámbulo era necesario para comprender la originalidad de

Galdós. Galdós cuando llega a la novela, se encuentra con el modelo de no

vela histórica hecho y popularizado. Sus dos primeros intentos de novela

histórica (me refiero a La Fontana de Oro y a Un radical de antaño) obede

cen poco más o menos, al modelo de novela histórica europeo. En la Fontana,

escoge protagonista medio y personajes históricos para reconstruir una épo

ca; en Un radical de antaño, recrea una época, e inventa toda la aventura

novelesca, imagina los personajes.

Al enfrentarse con la tarea de los episodios, Galdós no posee aún un

nuevo modelo de novela histórica, pero distingue ya muy bien entre dos

planos, entre dos estructuras, el plano novelesco y el plano histórico. El pla

no histórico está ya dado, se trata de escribir o reproducir la historia mo

derna española, la que según Galdós empieza en Trafalgar; sobre el plano

novelesco, Galdós fluctuará constantemente, imaginando varias soluciones.

Galdós, como cualquier autor, ha de seleccionar hechos, circunstancias,

personajes, dentro del campo histórico, del plano histórico; esta selección,

estudiada, nos permitiría conocer la visión histórica y política del autor, el

por qué de ciertas omisiones y el por qué de ciertas reminiscencias o repeti

ciones, pero de una manera o de otra y a pesar de la magnitud que parece

ilimitada del plano histórico, el novelista histórico no puede salirse del mis

mo. Le queda, para novelar, el plano novelesco.

Con La Corte de Carlos IV, segundo título de la Primera serie de los

Episodios Nacionales, Galdós y por vez primera, crea una nueva estructura

novelesca de la novela histórica, un nuevo subtipo del que, hoy por hoy, no

encuentro antecedentes.

Recordemos que en esta novela, existen dos planos muy bien diferencia

dos, el histórico y el novelesco; en el plano histórico se nos cuentan, sin

mucho detalle, las intrigas palaciegas, las maquinaciones del príncipe Fer-

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nando contra su padre y contra Godoy, la prisión del príncipe, las escenas

de familia y políticas, y la reconciliación final.

En el plano novelesco, Galdós nos describe el mundillo teatral un poco

dieciochesco todavía, de Madrid, las intrigas amorosas de la González, có

mica, las escenas de celos, la terrible venganza que se prepara y finalmente

la reconciliación final.

No hace falta ningún análisis profundo para comprobar que los dos pla

nos enmarcan dos aventuras similares; o de otra manera: es muy fácil de

mostrar que los personajes históricos se comportan de muy parecida manera

que los personajes novelescos.

Los dos planos parecen en principio independientes, a pesar de que el

autor se cuida muy bien de ligarlos por medio del personaje de Amaranta, e

incluso del personaje protagonista Gabriel que vive en los dos mundos (aun

que muy fugazmente en el universo histórico). Sin embargo, la fusión entre

los dos planos no se produce nunca; lo que sí se produce, y esto es lo signi

ficativo, es una identidad en la aventura, en el tema.

Galdós construye aquí, y por primera vez, una nueva estructura de novela

histórica que logra continuar siendo histórica y sin embargo, y contra la para

doja señalada más arriba, es novela.

Lo mismo va a ocurrir aunque más edulcorado, con el episodio titulado

Zaragoza: el plano novelesco, necesariamente más pequeño y menos impor

tante que el histórico ha de ser trágico (los amores de Agustín Montoria y

Mariquilla Candióla, han de terminar trágicamente porque el plano histórico

es trágico).

Podemos, y ya, deducir que el plano histórico, aunque se mueve con cierta

independencia del novelesco, media y casi determina a este último. El pro

blema de la nueva estructura, su originalidad, como veremos, consiste en que

esta determinación no se encuentra materializada. El autor narra su novela

con una aparente independencia, con una aparente libertad de la historia, pe

ro, lo sabemos ya, las dos narraciones, los dos planos han de correr a la

misma velocidad, y casi casi, dirigirse hacia el mismo fin.

Gerona, con ser un episodio épico, nos muestra también el intento cons

tante de Galdós por construir dos planos diferentes.

En el último episodio de la Primera serie, La batalla de los Arapiles, y si

es cierto que Galdós intenta siempre los dos planos que estructuran el nuevo

tipo de novela histórica, la creación del personaje femenino de Miss Fly, ha

de corresponder a la tentación inglesa, al amor inglés que se ofrece al prota

gonista o a España, por medio de miss Fly o por medio de Wellintong.

En la Segunda Serie, y desde el primer título, Galdós en posesión, más

o menos consciente, de esta nueva estructura de la novela histórica, progra

ma los dos planos: las luchas civiles, las dos Españas, pertenecen al mundo

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histórico, la guerra fratricida entre los dos hermanos, Salvador y Carlos, per

tenecen al mundo novelesco.

No hay por qué decir, más de un crítico lo ha señalado ya, que esta Se

gunda Serie adolece, hasta cierto punto, de un maniqueísmo un poco fácil;

incluso el autor multiplica las pistas a fin de que el lector no se pierda, el

Monsalud se opondrá al Garrote, los Cordero se opondrán a las fieras abso

lutistas, etc. Sin embargo en un título como El 7 de julio, los dos planos vuel

ven a separarse y a jugar armoniosamente. Galdós parece haber encontrado la

vía segura, y repetirá el procedimiento de narrar un episodio novelesco, pura

mente novelesco, con el que quiere sugerir el plano histórico, pero éste, y

desgraciadamente, falta. Así en el Terror de 1824, Galdós se centra sobre la

víctima Patricio Sarmiento para sugerirnos, a través de su historia novelesca,

todo lo que ocurre. Lo mismo, aunque con muchas dificultades de identifica

ción, ocurre en Un voluntario realista: aquí la novela o mejor la historia ro

mántica de la monja enamorada y la muerte también por amor de Tilín, in

tentan recrearnos el otro plano, el histórico, el que no aparece por ningún

lado.

Si intentáramos resumir los logros de la nueva estructura, habría que re

conocer que pocas veces Galdós logra la armonía perfecta, el equilibrio entre

los dos planos, pero es seguro que nuestro autor lo intenta una y otra vez.

En Zumalacárregui, primer título de la Tercera Serie, Galdós encuentra

un subterfugio para salvaguardar este doble plano, y el cura Fago vivirá en

su imaginación la personalidad de Zumalacárregui, el caudillo carlista. Aquí,

el plano histórico es recreado al nivel personal, novelesco; nos encontramos

ante una reducción novelesca de la historia, y el episodio es uno de los ma

yores logros galdosianos.

Dos planos hay y fácilmente demostrables, en el episodio titulado Mendizábal,

aunque aquí el plano histórico no sea exactamente político, sino lite

rario y social: el plano novelesco, el de Calpena, el protagonista, corre en

paralelo con la ideología o al menos con la escuela literaria romántica.

En Lucharía, a pesar del desequilibrio factual del episodio, una primera

parte en cartas, los dos planos se hacen presentes: Luchu, el verdadero pro

tagonista novelesco, y Bilbao el verdadero protagonista histórico; los dos lu

chan con toda su voluntad y los dos consiguen lo que quieren.

Pasemos por alto, en este ya apresurado examen, ciertos títulos de esta

Tercera Serie en los que Galdós intenta constantemente separar novela e his

toria, y fijémonos en el último de la serie, en Bodas Reales; según el título,

se nos había de contar las bodas de las dos hijas de Fernando VII, sin em

bargo, lo que se nos narra son los amores que no bodas exactamente, de las

dos hijas de la innolvidable doña Leandra Carrasco, Lea y Eufrasia. Si la es

tructura del doble plano es constante en los episodios, este título ha de ser

repensado por la crítica: de acuerdo, nos encontramos ante una gran novela

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realista, pero ¿no hay una intención política, y quizás algo más, al contarnos

las bodas de las princesas a través de las relaciones de Lea y Eufrasia?

En la Cuarta Serie, pocos episodios, se escapan a esta estructura galdosiana

de la novela histórica; los dos planos se hacen presentes una y otra

vez, sin mezclarse nunca, sin fundirse; el lector puede seguir la Historia de

España no solamente caminando por el plano histórico, siempre reducido,

sino caminando por el plano novelesco. Y las Tormentas del 48 son las autén

ticas tormentas interiorizadas de Fajardo, el nuevo protagonista. Y en Los

duendes de la camarilla, la exmonja Domiciana que rapta al opuesto oficial

Tomi ¿no es Sor Patrocinio que maneja a la reina, que le roba el poder, que

intenta manipular al ejército? ¿Y quién es Teresita Villaescusa? La mano

viva como ella misma se define, para señalar siempre en el campo novelesco,

las nuevas desamortizaciones de la época de O'Donell. E Iberito, es Prim en

el episodio del mismo título, y también Iberito comprenderá el final de todas

las ilusiones, quizás como el Prim histórico.

La Cuarta Serie, modélica, y con muy pocas excepciones, está construida

sobre la nueva estructura de la novela histórica. En la Quinta, cuatro últi

mos títulos, no ocurre así; pero y precisamente porque asistimos a la liqui

dación de un tipo de novela, este tipo puede ser mejor descrito.

Efectivamente, la estructura de la novela histórica galdosiana está basada,

como sabemos, en la materialización de dos planos, el histórico y el noveles

co, que corren paralelos sin fundirse nunca. Intrínsecamente sabemos que el

plano histórico ha de mediar al plano novelesco, que éste, al nivel del prota

gonista o de los protagonistas, ha de contarnos en reducción mágica, lo que

ocurre en el plano histórico.

Al llegar el personaje Clío, que es Galdós, al llegar un nuevo personaje

que se llama Galdós, los dos planos desaparecen, porque Clío-Galdós no se

mueve ya ni en el plano histórico ni en el plano novelesco; inútiles serán las

aventuras del Tito protagonista, puesto que Tito sólo existe en función de

Clío, y esta dependencia se encuentra explícitamente materializada en el texto.

La dependencia, la mediación y hasta la determinación del plano histórico

sobre el plano novelesco, a lo largo de tantos títulos, no se muestra explícita

en ninguna parte; esta falta de explicitud, esta implicación, da toda su origi

nalidad al episodio que se quiere histórico y político. Pero llega Clío, llega

la materialización de esta dependencia o mediación, y los dos planos desa

parecen.

Los cuatro últimos títulos de los episodios, corresponden a un nuevo tipo

de novela histórica (memorias políticas, discursos políticos, etc.). Yo diría

que este nuevo tipo es el negativo del tipo de novela histórica que venimos

estudiando; creo también que la explicitación de la nueva estructura de no

vela histórica descubierta por Galdós, nos permitirá en su momento, explicitar

con mayor claridad estos cuatro últimos episodios.

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Si intentamos presumir, si recordamos las primeras posiciones o los pri

meros modelos de novela histórica conocidos o en boga en los tiempos de

Galdós, podríamos definir o delimitar la nueva novela histórica galdosiana,

de la siguiente manera:

1.° Existencia de dos planos bien diferenciados: el plano histórico y el

plano novelesco.

2.° Mediación del plano histórico sobre el plano novelesco.

3.° Separación constante, aunque no tajante, entre los dos planos.

4.° Aventuras paralelas o intencionadamente paralelas, entre los dos

campos.

5.° Posibilidad de una narración novelesca, aparentemente independiente

del plano histórico, y que, sin embargo, nos está sugiriendo el plano histó

rico no explícito.

6.° Existencia de personajes novelescos o de personajes históricos me

diadores entre los dos planos, pero nunca protagonistas de ninguno de los

dos campos.

7° La mediación o el determinismo histórico, no se encuentra nunca ex

plícito, materializado, en la novela.

¿Nos encontramos pues ante una verdadera novela histórica original?

Como se comprenderá fácilmente, nunca faltan antecedentes y seguro que aún

en este caso, un investigador encontraría una novela histórica del tipo galdosiano

antes que el mismo Galdós la practicara.

Sin embargo, se puede ya afirmar, que Galdós no sigue los modelos de

novela histórica de su época, o que los perfecciona, o que construye nuevas

variaciones; como se quiera, pero el resultado está ante los ojos.

Hay que tener también en cuenta que ningún novelista de la talla y pre

paración de Galdós, se dedicó durante tanto tiempo y durante tantos tomos,

a la tarea del novelar histórico. Toda comparación parecerá ociosa; hermosas

y completas novelas históricas existen en todos los idiomas, pero entre ellas

¿se encuentra alguna que pueda ser descrita a partir de las 7 notas que ca

racterizan la novela histórica galdosiana?

Naturalmente, debe quedar claro que no es posible jerarquizar entre los

diversos tipos o subtipos de novela histórica, que cada uno responderá al

talante del autor y a la visión del mundo del sujeto colectivo que la anima.

El modelo galdosiano, de alguna manera habrá que llamarlo, no solamente

enseña, adoctrina, ejemplariza, como sostiene tan justamente Hinterháuser;

también va más allá de lo que cree ese excelente crítico que se llama Rega

lado, y más allá aún de los límites propuestos por tantos críticos; los episo

dios galdosianos, la novela histórica galdosiana, ofrece la difícil novedad de

una nueva estructura novelesca.

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Estudiar esta estructura, comprender de dónde viene y a dónde va; va

lorarla en una palabra, en relación con el resto de la novelística histórica, es

tarea que no puede ser aún desarrollada, pero que habrá que afrontar algún

día.

París, Sorbona, mayo 1978.

POSTFACIO

Cuando leí esta comunicación en el Congreso, tuve la suerte de escuchar

las observaciones de algunos congresistas allí presentes; me refiero espe

cialmente a los profesores Reginald Brown, H. Hinterháuser y Ronald Ro

dríguez.

Sobre estas observaciones y la discusión que siguió a las mismas, puedo

yo ahora, añadir algunos detalles a la tesis propuesta en mi trabajo.

Ante todo, y como es natural, es muy difícil sostener la completa origina

lidad del procedimiento empleado por Galdós, aunque de momento, nos fal

taron ejemplos que aducir. Como dije, la originalidad de la nueva estructura

de novela histórica, ha de poseer antecedentes dentro y fuera de España.

Más importante, me parece la división que estableció Hinterháuser entre

dos tipos de novelas históricas: las que están basadas en un tiempo remoto

y las que están basadas en un tiempo próximo.

Efectivamente, en mi comunicación había yo pasado por alto la proximi

dad temporal de la historia tratada por los episodios galdosianos. Y la cues

tión es muy importante, puesto que depende precisamente de la proximidad

histórica, el que un episodio pueda ser leído de una o de otra manera. Es

decir, Galdós, al escribir los episodios, cuenta ya con una serie de mediacio

nes que se encuentran en el ámbito del lector, y que por lo tanto, no tienen

por qué estar materializados en la obra.

Al nivel de las connotaciones se podría decir que los episodios se conten

tan con sugerir una serie de connotaciones que al estar en posesión del lector,

no tienen por qué estar recogidas en la novela.

En una novela histórica que trata de la Edad Media, o que nos cuenta una

historia o una novela, centrada en un tiempo y en un espacio alejados del

lector, el autor ha de efectuar un trabajo de reconstrucción, ha de trabajar,

quiera o no, como un historiador, puesto que de lo contrario parte de su his

toria, parte de su novela, no llegaría al lector, no podría ser comunicada.

Lo contrario ocurre en una novela histórica que no se aleja en el tiempo;

aquí ei autor, que posee las mismas connotaciones que el lector, que es lector

y autor a un mismo tiempo puesto que efectivamente, están ambos en un

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mismo tiempo, puede prescindir no solamente de ciertos detalles sino inclu

so, de acontecimientos enteros.

Galdós encuentra pues cierta «facuidad» a la hora de separar los dos

planos de su novela histórica, ya que el plano objetivo, el efectivamente his

tórico, está presente en la mente del lector; el autor, Galdós, puede pues

sugerirlo solamente, dejarlo entre paréntesis, incluso en ciertos casos, hasta

prescindir del mismo.

Este problema de la proximidad o de la lejanía de la historia en la novela

histórica, podría llevarnos a una nueva clasificación de la novela histórica;

efectivamente, si radicalizamos este problema, nos encontraríamos ante dos

tipos de novela histórica, y solamente ante dos tipos: la novela histórica

«aproximada» o que intenta aproximar el tiempo histórico que relata, y la

novela arqueológica o «lejana», para la que la reconstrucción histórica es ya

un fin en sí misma.

Regalado García señalaba ya la «proximidad» de las novelas históricas

de Walter Scott, la tendencia de este autor de aproximar en el tiempo, la

historia que relataba. Lo contrario ocurre, por ejemplo, con Flaubert que en

su Salambó, trata de construir, con todo lujo de detalles, una época histó

rica alejada y aun olvidada en el tiempo.

Galdós, como sabemos, sobre todo después de los trabajos de Hinterháuser

y de Rodríguez, intenta algo más que escribir novelas, en su quehacer entra

la educación política de sus contemporáneos, la ejemplarización, el intento

de clarificación y ¿por qué no el sermón o el discurso político?

Transcritas quedan en mi comunicación, las siete notas que caracterizan

la estructura galdosiana de la novela histórica. ¿Habría que añadir una más?

¿La que señalara la proximidad en el tiempo de los episodios?

París, Sorbona, octubre 1978.

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