UN FACCIOSO MAS Y LEÓN ROCH: FIN Y NUEVO COMIENZO

Marta G. Krow-Lucal

En 1879 Galdós escribía a Pereda quejándose de su cansancio de los

Episodios: «El mes que entra sale el tomo de Los apostólicos, [...] y excuso

decirle a V. que este libro y esta colección me tienen ya frita la sangre y el

día que concluyan me parecerá que vuelvo a la vida» \ Pocos meses antes

le había confiado al autor montañés su comprensión del fracaso de La fami

lia de León Roch y sus nuevos proyectos. En una carta del 4 de marzo del

mismo año Galdós comenta: «Ahora tengo un gran proyecto. Hace tiempo

que me está bullendo en la imaginación una novela que yo guardaba para más

adelante, con objeto de hacerlo detenido y juiciosamente. Pero visto el poco

éxito de la última (mostrado para la tercera parte) [de La familia de León

Roch], quiero acometerlo ahora. Necesito un año o año y medio. Este asunto

es bueno en parte político pero no tiene ningún roce con la religión» 2.

El descontento de Galdós con estas novelas recién acabadas no era cosa

nueva en él. Este sentimiento solía dar muy buen fruto en su obra, puesto

que el autor siempre intentaba aplicarlo de un modo constructivo a sus nove

las posteriores3. Esta vez, sin embargo, la insatisfacción no fue exclusiva

mente suya. Don Francisco Giner de los Ríos, que había alabado mucho La

Fontana de Oro cuando salió a la luz en 1870, ahora criticaba en La familia

de León Roch lo que él llamaba «lunares». Es útil, aun hoy, releer la crítica

de Giner, que en este caso pone el dedo en la llaga y nos ayuda a precisar lo

más insatisfactorio de esta novela. Dice: «La concepción de La familia de

León Roch está toda ella subordinada a un fin moral: mostrar cómo en Es

paña la religión, el principio mismo del amor y concordia entre los hombres,

se convierte hoy en potencia diabólica de perversidad y de odio» 4, y añade

170

que no discute la legitimidad de la literatura tendenciosa, sino que, «aun

admitido el género, no es lícito sacrificar la obra al fin, que aquí tampoco jus

tifica los medios» (p. 68). Como podemos ver por la carta del 4 de marzo a

Pereda, el autor de León Roch estaba de acuerdo con Giner, si no en teoría,

por lo menos en la práctica, y pensaba ya variar de tema.

En cuanto a los Episodios, sus palabras a Pereda («este libro y esta colec

ción me tienen ya frita la sangre») nos muestran que no hay que tomar de

masiado en serio las famosas razones que da Galdós por no seguir escribiendo

novelas del género histórico 5: «Los años que siguen al 34 están demasiado

cerca, nos tocan, nos codean, se familiarizan con nosotros. [...] Son años a

quienes no se puede disecar, porque algo vive en ellos que duele y salta al

ser tocado con escalpelo» (Un faccioso más y algunos frailes menos, página

786 a-b)6. Algo de esto podría haber, pero sabemos por su carta a Pereda

que Galdós se encontraba ya harto del género histórico.

Sin embargo, el novelista había aprendido mucho desde la publicación de

La Fontana de Oro en 1870. Había escrito 28 novelas en nueve años, y como

era de esperar, este aprendizaje había de dar mucho fruto. En 1879, como es

peramos mostrar, Galdós estaba recogiendo muchas de las lecciones de los

últimos nueve años (es decir, de toda su producción novelística hasta el mo

mento) para usarlas en La familia de León Roch 7 y Un faccioso más y algu

nos frailes menos. Algunos de estos frutos volverán a aparecer en La deshe

redada (1881), la novela que designó el autor como comienzo de una segunda

o tercera manera.

Esta «segunda o tercera manera» ha suscitado controversia entre algunos

críticos, y quisiéramos tratar aquí brevemente el problema para demostrar

que no eran necesarias tantas palabras para decidir una cuestión en la que

hay poca diferencia entre los distintos puntos de vista. Desde la publicación

de Vida y obra de Galdós de Joaquín Casalduero en 1943, la mayoría de los

críticos han aceptado su clasificación de las obras de nuestro autor. Vale

la pena volver a examinarla, pues está íntimamente relacionada con nuestro

propósito de mostrar cómo León Roch, Un faccioso más... y La desheredada

son muy parecida entre sí.

Casalduero clasifica las obras de Galdós de la siguiente manera:

El mismo [Galdós] se encargó de calificar su obra en: primero, novelas

españolas contemporáneas de la primera época; segundo, episodios

nacionales; tercero, novelas españolas contemporáneas, y cuarto, dra

mas y comedias.

El último grupo, es claro, alude a su forma y no es necesario explicarlo.

La clasificación de los otros tres grupos exige detenerse en ellos un

momento. El calificativo de españolas trata de separarlas de las novelas

regionales; las llama contemporáneas, aludiendo a la época novelada.

Por fin, indica una evolución en su obra al diferenciar un grupo de

novelas con respecto al otro. Cuando publicó La desheredada, escribió

171

a don Francisco Giner diciéndole que con esa novela comenzaba el

segundo o tercer período en su labor. Así, pues, al clasificar de primera

época a algunas de sus novelas no está indicando que él viera sólo

dos momentos en su trabajo, sino una evolución que no tenía interés

en precisar. Por último, Episodios nacionales es título con que agru

paba en colección una sene de obras que fundamentalmente en nada

se diferenciaba del resto de sus novelas8.

Períodos distintos, entonces, pero con cambios graduales. Hablando de

León Roch en particular, Casalduero comenta: «Tenemos el mismo plan abs

tracto de las obras anteriores y la misma escenografía apasionada para dar

resonancia dramática al desenlace; pero las líneas que arrancan de Avila y

Valencia se encuentran en Madrid» (p. 64). Para este crítico, León Roch es

una «obra de transición» (p. 65). Estas apreciaciones no son tan tajantes co

mo se ha querido creer después.

A veces se ha tomado la idea de «períodos» muy al pie de la letra para

combatirla. Así R. A. Cardwell dice que no hay cambio radical después de

1881, sino un proceso artístico que viene desarrollándose desde 1870; y

califica a A. del Río, Montesinos, etc., como receptores ciegos del lugar co

mún propuesto por Casalduero9. En lo apuntado sobre el proceso artístico

está en lo cierto, pero el caso es que no hay grandes diferencias entre esta

posición y la de Casalduero 10. Es decir: ambos puntos de vista son correctos

porque son esencialmente iguales. La desheredada sí es un comienzo nuevo

para Galdós, pero que no indica en absoluto un rechazo de todo lo anterior.

De hecho, como veremos, algunos de los elementos nuevos ya existían en La

familia de León Roch y Un faccioso más. La novedad reside precisamente

en la combinación de estos elementos11. En este trabajo pretendemos mos

trar, por medio de un recurso bastante conocido de nuestro autor —el del

personaje recurrente— como la «nueva etapa» ya se había iniciado parcial

mente en las dos novelas citadas.

El personaje recurrente como Salvador Monsalud o Gabriel Araceli no es,

desde luego, una gran novedad; ha existido por lo menos desde la Ilíada y la

Odisea (v. gr., Aquiles), y el recurso es aún más antiguo, sin duda. Y hasta

se podría decir que Gabriel, por ejemplo, no es un personaje recurrente, si

aceptamos el criterio de Montesinos12, hasta que no vuelva a aparecer en

Memorias de un cortesano de 1815, la segunda novela de la segunda serie13.

Si las dos primeras series son, en efecto, dos novelas de diez tomos cada una,

no podríamos contar ni a Salvador ni a Gabriel como «recurrentes». Perso

najes de esta clase (o el protagonista de un ciclo de cuentos, como el Till

Eulenspiegel alemán) no nos interesan en este momento, pero sí tenemos in

terés en señalar algunos de los personajes de Un faccioso más y León Roch

que Galdós había sacado de su obra anterior, desde La Fontana de Oro hasta

Marianela, pasando por las dos series de Episodios.

172

En El equipaje del rey José, la primera novela de la segunda serie, ya

aparecen muchos personajes que habían pertenecido a La Fontana de Oro (la

familia Porreño), El audaz (don Lino Paniagua, Narciso Pluma y Pepita Sanahuja)

y la primera serie de Episodios (don Mauro Requejo, Pujitos, Barto

lomé Canencia, el licenciado Lobo, Jean-Jean, Plobertin, e indirectamente el

mismo Salvador, sobrino de aquel Andrés Monsalud que fue apaleado en

La batalla de los Arapiles). Es natural que Galdós haya escogido a estos per

sonajes, siendo como eran de la misma época que el final de la primera serie

(muchas de las personas que estaban vivas en 1804 ó 1820 también lo esta

rían en 1814, y no había por qué desechar a los personajes que tan bien le

habían servido). Sin embargo, no tienen la resonancia que tendrán los que

examinaremos a continuación: doña Perfecta, don Cayetano Polentinos y

Felipe Centeno en La familia de León Roch, y las Porreño, los Rumblar y los

Aransis en Un faccioso más y algunos frailes menos.

El nombre de doña Perfecta aparece tres veces en La familia de León

Roch. Primero: en el tercer capítulo de la segunda parte, León llega a su

casa y pregunta al criado si se ha acostado María y quién ha estado con ella

esta noche. El criado responde que han estado de visita «La señora marquesa

de San Joselito y doña Perfecta» ". León nos recalca la información repitien

do la frase, según el autor, «como un estúpido» (p. 851 a). La dama de Orbajosa

vuelve a aparecer en el capítulo siete de la segunda parte; cuando León

entra en el cuarto de su mujer para preguntarle por Felipe Centeno, encuen

tra allí a doña Perfecta, «amiga de confianza, que solía acompañarla por las

noches» (p. 866 a). Y en el capítulo seis de la tercera parte, cuando el padre

Paoletti ha venido a Suertebella para visitar a su hija de confesión, le cuenta

a María lo que pasa entre las beatas de su círculo y nota que «Doña Perfec

ta se ha enojado con nosotros porque no quisimos admitir su donativo... An

gelical señora el doña Perfecta... ¡Qué alma tan pura! » (p. 928 a).

Felipe Centeno aparece dos veces. En el capítulo 18 de la primera parte

Luis Gonzaga, el hermano de María conoce en casa de su cuñado a «un lacayin

con pechera estrecha de botones, la carilla alegre y vivaracha, la cabeza

trasquilada, los pies ágiles y las manos rojas llenas de verrugas», a quien pre

gunta: «¿Cómo te llamas?». Y el lacayo responde: «Felipe Centeno» (p.

830 a). Después, sale su nombre en una discusión entre León y María, pues

la esposa ha echado de casa al chico, al que León había tomado mucho ca

riño, por negarse a ir a misa y confesar todos los domingos (p. 866 a-b).

El nombre de don Cayetano Polentinos aparece una sola vez. El menguado

marqués de Tellería, conversando con León en el capítulo 17 de la primera

parte, se muestra muy orgulloso de su hijo Gustavo, quien acaba de entrar

en el Congreso gracias a los votos de los arrendatarios de Cullera (la propie

dad de León): «[Gustavo] Reúne tantas buenas cualidades, que es, como me

decía en la tribuna del Senado don Cayetano Polentinos, 'un verdadero ar

chivo de esperanzas'» (p. 828 a).

173

Las Porreño (de La Fontana de Oro y la segunda serie) aparecen con fre

cuencia en Un faccioso más (Carlos Navarro es alojado con ellas); la familia

Rumblar (de la primera y segunda series) es mencionada un par de veces, y

hay una sola referencia a los Aransis (de Un voluntario realista, segunda se

rie). En una escena clave de Un faccioso más aparecen enlazadas estas tres

familias y se nos aclara la relación entre ellas. En el capítulo cinco, Salvador

Monsalud ha tenido que acompañar a doña María Salomé Porreño a la calle

de las Huertas porque la dama va de visita «a casa de Paquita de Aransis,

la señora del coronel don Pedro Rey» (p. 695 a). Doña Salomé hace saber

a Salvador que el apellido de Aransis es de una casa noble de Cataluña, y

menciona una monja de apellido Aransis, hermana de su amiga Paquita, que

no es otra que la Sor Teodora de Un voluntario realista. Y prosigue doña

Salomé:

—Esta familia está emparentada con la nuestra —añadió la dama, que

era harto redicha para momia—. Paquita es tan buena, tan cariñosa,

tan excelente cristiana y tan mujer de su casa . Tiene dos hijos que

son dos pedazos de gloria, según dice el padre Gracián: Juanito, que

ahora va a Sevilla a estudiar Leyes, al lado de sus tíos paternos, y

Perfecta, que es un perfecto ángel de Dios. La pobre niña ha estado

enferma hace poco con unas calenturas malignas que la han puesto al

borde del sepulcro ¡Cuánto hemos sufrido! La condesa del Rumblar

y yo alternábamos para velarla una noche ella, otra yo 15.

Esta escena y las de León Roch citadas anteriormente nos muestran un

proceso de recolección y resumen que no hemos visto antes 16. Aquí no sólo

aparecen personajes de La Fontana de Oro (1870), la primera serie de Episodios

(1873-1875) y dos novelas españolas contemporáneas (Doña Perfecta,

1876; y Marianela, 1878), sino que los vemos unidos y relacionados íntima

mente : los Aransis y los Porreño son parientes, y las dos familias tiene amis

tad con la familia Rumblar. Estas reapariciones de tantos personajes en tan

poco tiempo ¿son realmente distintas de la reaparición de Gabriel Araceli en

Memorias de un cortesano de 1815, o la de Salvador Monsalud en todas las

novelas de la segunda serie?

Creemos que sí, y no sólo por la cantidad inusitada de personajes re

currentes, sino porque el uso de estos personajes es mucho más sutil. Tome

mos, por ejemplo, el caso de doña Perfecta. Como dice Roberta Salper de

Tortella acerca del manejo del personaje recurrente: «when a reader comes

upon a familiar ñame it automatically evokes the biography surrounding him

[el personaje]»17. Ahora bien, Doña Perfecta provoco un enorme escándalo

en la España de su tiempo. Por lo tanto es lógico suponer que la gente que

leía León Roch en 1878-9 hubiera leído ya Doña Perfecta18. Y la última vez

que se vio a la protagonista de esta novela, antes de su aparición en León

Roch, estaba gritando con toda su alma a Ramos: «Cristóbal, Cristóbal...,

¡ mátale!»19, en una escena espeluznante. Por consiguiente, cuando León

174

encuentra a doña Perfecta, «amiga de confianza, que solía acompañarla [a

María Egipcíaca] por las noches» (p. 866 a) en el cuarto de su mujer, el lector

no necesita una larga arenga sobre la maldad de esta señora que había hecho

asesinar a su sobrino; sabe perfectamente quién es doña Perfecta y, por lo

tanto, con qué clase de gente se relaciona la esposa de León. Del mismo mo

do, si no supiéramos qué pensar de Gustavo, que al principio parece ser el

más simpático de los Tellería, nos orientaría la recomendación del chiflado

don Cayetano Polentinos, que tiene el don de equivocarse en todo.

Refiriéndose a los personajes recurrentes a Balzac, Maurice Bardéche

observa con mucha agudeza que la reaparición de personajes ya conocidos

en otra novela fomenta

une facilité remarquable dans la création des pénpéties. Le droit de

faire intervenir une aventure racontée ailleurs supprime beaucoup

d'explications, abrége ou fait disparaitre des expositions intérieurs que

deviendraient indispensables et met á la disposition du romancier, une

sorte de deus ex machina permanent, naturel et irreprochable puisqu'il

aippartient a une réalité déjá posee. L'intrigue se trouve done renforcée

et, en méme temps, la besogne d'exposition et de préparation simplifiée20.

Si la reaparición de doña Perfecta está de acuerdo con este esquema del

uso del personaje recurrente, va mucho más allá de un simple proyecto que

aumente «el realismo» del relato 21. Es más bien lo que Michel Butor llama

«un principio de economía artística» **, un recurso que evita explicaciones del

autor sobre el carácter y la función del personaje.

«El realismo» suele ser la única defensa que los detractores de esta téc

nica conceden a los novelistas que utilizan personajes recurrentes. Hasta hace

poco los detractores han sido más fuertes y más conocidos que los defenso

res. Dice Percy Lubbock en The Craft of Fiction, refiriéndose a los perso

najes recurrentes de Balzac:

Nobody knows how to compress so much experience into two or

three hundred pages as Balsac did unfailingly. I cannot think that this

ís due in the least to the laborious interweaving of his books into a

single scheme; I could believe that in general a book of Balzac's

suffers, rather than gains, by the recurrence of the oíd ñames that he

has used already elsewhere. It is an amusing trick, but exactly what

is its object? [ ..]. The theory is, I suppose, that the characters in the

background [ .] of the action, if they are Rastignac and Camusot and

Nucingen, retain the Ufe they have acquired elsewhere, and thereby

svvell the life of the story in which they reappear [ ]. Less artistic and

more mechanical, I take it, his ingenuity seems than it did of oíd.

I forget how few are the mistakes and contradictions of which Balzac

has been convicted, in the shuffling and reshuffling of his characters;

but when his aecuracy has been proved there still remains the question

175

of its bearing upon his art [ . ]. Suppose that for the moment Balzac

is evokmg the figure and fortunes of Lucien de Rubempré, and that

a woman who appears incidentally ín his story turns out to be our

well-remembered Delphine, Goriot's daughter. We know a great deal

about the past of Delphine, as it happens, but at this present juncture,

in Lucien's story, her past is entirely irrelevant [...]. As for his story,

and for the reahty with which it may be endowed, this deipends solely

upon our understanding of his world, his experience; and if Delphine's

oíd affairs are no part of it, our previ ous knoweldge or her cannot

help us with Lucien. It detracts, rather, from the forcé of his effect;

it sets up a relation that has nothing to do with him, a relation between

Delphine and the reader, which only obstructs our view of the world

as Lucien sees ít23.

Lubbock concede al autor, aunque a regañadientes, la posibilidad de au

mentar «el realismo» de su obra con este procedimiento. El problema está

en que la aparición de Delphine, o de cualquier personaje recurrente, im

pide lo que debiera ser el desarrollo de la novela de Lucien (léase cualquier

protagonista). Pero Lubbock no se da cuenta de la posibilidad de enriqueci

miento latente en esta técnica. Si tomamos su propio ejemplo, podremos mos

trar que puede haber una relación poética (por así decirlo) entre Delphine y

Lucien **. No hay que olvidar que el amante de Delphine es un joven provin

ciano (de Angulema, la región de Lucien) que ha querido abrirse camino en

la sociedad parisina de su tiempo, que casi llega a ser socio del Demonio

del mundo balzaciano, Vautrin. Nos referimos a Eugéne de Rastignac, a

quien Lucien conoce 25, y cuyo ascenso social Lucien quisiera imitar. La rea

parición de Delphine, entonces, nos recordaría toda esa historia de un modo

muy escueto; nos recordaría todos los peligros que corrió Eugéne y cómo

acechan ahora a Lucien. Porque, como señala Ealper de Tortella, «the indirect

evocation of a figure from another novel does much more than ulerease the

familiarity or reality of the reappearing character. It also entails the recollection

of the entire situation to which the character belongs» (op. cit.).

¿Y si el lector no conoce toda la obra de Balzac, y no sabe quién es

Delphine ni quién es Rastignac? Anthony Pugh explica sencillamente: «the

device [el de los personajes recurrentes], at ist best, does not interfere with

our understanding of an individual novel»26. Es decir, si no conocemos al

personaje que ha salido de otros libros, no hemos perdido nada, si el autor

ha tenido la destreza de disponer la novela de tal forma que el personaje

recurrente no sea indispensable para la buena comprensión de la obra.

Este procedimiento para evocar toda una atmósfera descrita en otra no

vela aparece en Galdós sobre todo a partir de Un faccioso más y León Roch K.

Montesinos, con su acostumbrada agudeza, llama a Galdós «el único tal vez

entre los nuestros que lo leyó [a Balzac] por entero, que lo comprendió bien

y que asimiló sus enseñanzas» 28. Nuestro autor pudo haber aprendido el ma-

176

nejo de personajes recurrentes del novelista francés (cuyas obras completas

don Benito había adquirido en los años sesenta y setenta y que aún conser

vaba «religiosamente» cuando escribía sus Memorias en 1915), o bien pudo

haberlo aprendido por su cuenta, mediante el manejo de personajes en su

propia obra. Los cargos que se hacen a Balzac pueden hacerse igualmente a

Galdós, y se le puede defender del mismo modo. Si tomamos un ejemplo co

nocido de la obra de don Benito, la escena del capítulo cinco de la primera

parte de La desheredada, no tenemos que saber que la marquesa de Aransis

es pariente de doña Perfecta y las Porreño para saber que no se debe en

cerrar a una joven en su dormitorio hasta que se muera (cosa que tratan de

hacer doña Perfecta y las Porreño con otras jóvenes). El lector de La deshe

redada que no haya leído ni La Fontana de Oro ni Doña Perfecta puede com

prender esta escena sin dificultad. Pero para el lector que sí las ha leído, los

personajes y la situación se enriquecen por medio de recuerdos de escenas

y personajes análogos.

Como hemos visto, pues, en 1879 Galdós ya estaba pensando en una no

vela nueva, una novela que no tocara para nada el asunto religioso que había

desarrollado en Doña Perfecta, Gloria y La familia de León Roch. Había asi

milado una valiosa lección técnica, la del manejo de personajes recurrentes,

como hemos podido ver en Un faccioso más y León Roch. Así que La deshe

redada sería el comienzo de una nueva etapa pero no un rechazo de su obra

anterior. El autor había escogido entre los elementos de sus novelas tempra

nas los que quería conservar, deshaciéndose del tema religioso que ya había

tratado con creces desde 1876 a 1879, pero quedándose definitivamente con

el escenario de León Roch (el Madrid contemporáneo) y los personajes de

esta novela (los Tellería, Onésimo, Fúcar, Cimarra, Cucúrbitas, Pilar San Sa

lomó, Moreno Rubio, Felipe Centeno, etc.). En cuanto a Un faccioso más, no

escribiría más libros llamados Episodios hasta 1897, pero no por eso abando

naría la historia de España {La desheredada bien puede considerarse un

«Episodio nacional contemporáneo»), ni tampoco a los personajes de los Epi

sodios: Rufete, Canencia, los Cordero, Pipaón, etc. No dejaría de inventar

personajes nuevos, pero se quedaría para siempre con el hallazgo del perso

naje recurrente. Por lo tanto, Un faccioso más y La familia de León Roch po

nen fin a la vacilación por parte de su autor entre dos tipos de novela que ya

le incomodaban, y a la vez marcan un comienzo nuevo porque anuncian cla

ramente, por medio del uso del personaje recurrente, la «segunda o tercera

manera» del autor, las Novelas españolas contemporáneas.

177

NOTAS

1 Carta de Galdós a Pereda con fecha 20-V-1879', publicada por Carmen Bravo

Villasante en "Veintiocho cartas de Galdós a Pereda", Cuadernos Hispanoamericanos

(Homenaje a Galdós), octubre 1970 - en*rO 1971, núms. 250-252, pp. 9-51. La carta que

citamos aparece en la p. 32.

2 Carmen Bravo Villasante, Art cit., pp. 31-32. Agradezco al profesor Stephen

Gilman el haberme señalado esta carta, en ia cual se reconoce La desheredada en

germen.

3 Ver Stephen Gilman, "Galdós as Reader", Anales Galdosianos: Anejo (Madrid:

Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, Casa-Museo Pérez Galdós, Fundación Del

Amo, 1978), pp. 21-35, especialmente p. 23. El mismo autor ha desarrollado el tema

del diálogo novelístico en otro artículo, "La novela como diálogo: La regenta y

Fortunata y Jacinta", Nueva Revista de Filología Hispánica, t. XXVI, núm. 2, pp. 438-448.

1 Francisco Giner de los Ríos, "Sobre La familia de León Roch", publicado en

El Pueblo Español, 16 y 18-XII-1878. Cito por la edición de Juan López-Morillas de

Ensayos (Madrid: Alianza Editorial, 1969). La cita aparece en la p. 67.

5 Montesinos observa con pena "La invencible repugnancia que nuestro autor

sintió siempre a hablar de sí mismo, de sus procedimientos y aún de sus propósitos,

su horror a teorizar sobre materias literarias" en Galdós, I (Madrid: Castalia, 1968),

p. 76. El tema de las "observaciones oficiales" hechas por don Benito sobre su propia

obra (las pocas que hubo) es para tratado con más detenimiento; pensamos hacerlo

en otro lugar.

6 En Benito Pérez Galdós, Obras completas, Episodios Nacionales, II (Madrid:

Aguilar, 1971). En adelante citaremos por esta edición.

7 La fecha que se suele aducir para La familia de León Roch es 1878. Sin embargo,

la última parte de la novela debió escribirse en 1879, según se desprende de un anuncio

que salió en el periódico El Océano el 15 de febrero de 1879, que dice que la tercera

parte de León Roch ya está en venta (ver Emily Letemendía, "Pérez Galdós and

El Océaéno: 1879-1880", Anales Galdosianos, X, 1975, pp. 83-89, especialmente p. 85).

8 Joaquín Casalduero, Vida y obra de Galdós (Madrid: Gredos, 1970), p. 43.

9 R. A. Cardwell, "Galdós' Early Novéis and the Segunda Manera: A Case for

a Total View", Renaissance and Modern Studies, University of Nottingham (vol. XV,

1971), pp. 44-62.

10 Sin embargo, Cardwell no tiene razón cuando concurre con R. Ricard, quien

afirma que los contemporáneos de Galdós no notaron punto de crisis alguno después

de 1881 (ver Cardwell, p. 44). En primer lugar, la inmensa mayoría de los contem

poráneos de Galdós no hizo caso a La desheredada, según Clarín (ver su Galdós, Ma

drid: Renacimiento, 1912, p. 105). La gran excepción fue alguien cuya opinión don

Benito respetaba de verdad: don Francisco Giner. En la ya famosa carta de 1881 a

Galdós, dice Giner: "No he acusado a V. recibo ni dádole gracias por La desheredada

hasta leerla. Ayer la concluí y me apresuro a decirle que, en mi opinión, es no sólo la

mejor novela que V. ha escrito, sino la mejor que en nuestro tiempo se ha escrito en

España. Nada ha hecho ninguno de nuestros mejores novelistas modernos, V. inclusive,

que se parezca a este admirable libro: único además que acaba con un arte extremado

y lleva un desarrollo de primera fuerza. Esto se llaman caracteres, y sucesos, y descrip

ciones y trabajar a conciencia: estoy encantado con la obra, llena de verdad, de vigor

> de vida. Creo señala una nueva etapa en la historia de sus obras" (el subrayado es

178

nuestro); el texto completo de la carta ña sido reproducido por William H. Shoemaker

en un apéndice a su artículo "Sol y sombra de Giner en Galdós", Estudios sobre

Galdós: Homenaje ofrecido al Profesor William H. Shoemaker por sus colegas del

Departamento de español, italiano y portugués de la Universidad de Illinois Urbana

(Madrid: Castalia, 1970).

Pero aunque les contemporáneos del novelista no notaran nada, Galdós mismo sí

notó una diferencia. Clarín afirma que Galdós le ha escrito que "desde La desheredada

acá ha ido advirtiendo que cada vez le cuesta más el trabajo, sin duda, por ser más

reflexivo" (Op. cit., p. 28).

11 No descontamos, por supuesto, la influencia de Zola y el naturalismo en la

"segunda manera", pero en este estudio lo dejamos a un lado puesto que tiene poco

que ver con nuestro asunto.

"Yo no me resigno, a pesar de que Galdós mismo parece forzarnos a esa con

clusión, a aceptar que las dos primeras series [ ] estén formadas por veinte novelas.

En realidad son dos, dos novelas en diez tomos cada una. Todo las unifica: la perso

nalidad del protagonista —les diez primeros son, no se olvide, unas supuestas me

morias—, la trabazón de los sucesos reales o fingidos en que se ve envuelto, la índole

de la época de que cada volumen es como una casual concreción" (José F. Montesinos,

Caldos, Madrid: Castalia, 1972, I, pp. 76-77).

13 Las Memorias son del burócrata de los Episodios, Juan Bragas de Pipaón, que

cuenta que "Antes de seguir, quiero indicar las observaciones que sugirió el manus

crito de estas Memorias a una persona de aquellos tiempos y de estos. Don Gabriel

Araceli, a quien se lo mostré.. " (OC, Episodios Nacionales, I, cap. 22 p 1342 b)

11 OC, Novelas, I, p. 851o.

15 Para otra mención de esta enfermedad de la que será, andando el tiempo, doña

Perfecta, ver la escena entre el padre Gradan y Carlos Navarro, p. 688 a.

16 Para la importancia de esta escena para La desheredada, ver nuestro artículo

"The Marquesa de Aransis: A Galdosian Reprise" en Essays in Honor of Jorge Guillen

on the Occaswn of His 85th Year (Cambridge, Mass.: Abedul Press, 1977), pp. 20-31.

17 Robería Salper de Tortella, "Repeated Characters in Valle-Inclán", tesis

doctoral inédita, Harvard University, 1967.

M No tenemos pruebas fehacientes; sin embargo, nos gustaría proponer la siguiente

teoría. En el siglo XIX, siglo por excelencia de la novela, "leer a Galdós" o "leer a

Dickens" no quería decir leer una novela del autor. Significaba que el lector la iba a

emprender con la obra entera, o por lo menos con la mayor parte. Galdós mismo dice

en sus Memorias de un desmemoriado que llegó a comprar y leer las obras completas

de Balzac: "Estaba escrito que yo completase, rondando los quais, mi colección de

Balzac —Librairie Nouvelle—, y que la echase al coleto, obra tras obra, hasta llegar

al completo dominio de la inmensa labor que Balzac encerró dentro del título °de

La comedia humana" {OC, Novelas, III y Miscelánea, p. 1432 a). Algunos amigos nacidos

en el siglo XIX o cuyos padres nacieron en el XIX nos han confirmado esta sospecha.

19 Doña Perfecta en OC, Novelas, I, cap. 31, p. 508 a.

20 Maurice Bardéche, Balzac, romancier (Paris: Librairie Plon, 1944). La cita

desde la p. 355.

21 Félicien Marceau cree que el uso de personajes recurrentes se le tenía que

ocurrir a Balzac porque reflejaba una realidad social: "Pourquoi Balzac a-t-il eu recours

á ce procede? Je me demanderais plutót comment il aurait pul'éviter. A partir du

moment oü, non content de s'attacher a des destins individuéis, un romancier veut

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aussi décrire une société, il doit un jour se trouver devant ce phénoméne social élémentaire

que 'importe quelle femme du monde découvre tous les jours sous la forme:

«Mon Dieu! Que le monde est petitI¡ Mais Paris est un village!»" (Balzac et son

monde, Paris: Gallimard, 1955, p. 17).

22 En el momento de escribir este artículo no hemos podido conseguir la versión

original del artículo "Balzac et la réalité", de M. Butor. Por lo tanto hemos usado la

traducción española de Juan Petit, "Balzac y la realidad" en Michel Butor, Sobre

literatura. Estudios y conferencias 1948-1959 (Barcelona: Seix Barral, 1960). Según

Butor, Balzac quiere describir la sociedad de su época, y "se le hace posible gracias

a la práctica de la reaparición de los personajes, técnica que tiene en primer término

la ventaja de ser en cierto modo una elipsis novelesca, un medio de acortar considera

blemente un relato que de otro modo sería desmesuradamente largo" (esta cita y la del

texto son de la p. 130).

» Percy Lubbock, The Craft of Fiction, 1921 (rpt. New York: Viking Press, 1972),

pp. 207-209.

24 Esta relación poética nos fue sugerida por el muy conocido artículo de Amado

Alonso sobre la prosa evocadora de las Sonatas de Valle-Inclán ("Estructura de las

Sonatas de Valle-Inclán" en Materia y forma en poesía, Madrid: Gredos, 1969). Alonso

describe la evocación así: "Un concepto —una palabra o un complejo de palabras—

c una emoción se ponen a vibrar dentro de nosotros sin que nadie los hiera directa

mente. Sólo por efecto de las asociaciones de palabras y de las asociaciones de con

ceptos y sensaciones aclimatadas en nuestra inteligencia y en nuestra sensibilidad por

el hábito de ver esas palabras y esos conceptos y sensaciones muchas veces en con

tacto" (p. 231). Con Galdós no se trata de asociaciones provocadas por palabras, sino

por personajes.

25 Ver el primer capítulo de Splendeurs et miséres des courtisanes.

36 Anthony Pugh, Balzac's Recurring Characters (Toronto: University of Toronto

Press, 1974), p. 87.

27 Dice Emily Letemendía (art. cit.) que algunos capítulos de León Roch fueron

publicados en El Océano durante enero y febrero de 1879, y que "a notice appears with

the sixth instalment [15-11-1879] that the third and final part of this novel is now on

sale, and that «según se resprende del final de esta obra, los personajes que figuran en

ella es fácil que vuelvan a presentarse en escena en otra que más adelante publique su

autor»" (p. 85). La dirección literaria de El Océano estaba a cargo de Galdós; bien

pudo haber redactado este anuncio. Lo importante es que se ve que alguien consideraba

probable que Galdós volviera a utilizar estos personajes.

28 José F. Montesinos, "Notas sueltas sobre la fortuna de Balzac en España",

Revue de littérature comparée, vingtquatriéme année, n.° 2, avril-puin 1950, pp. 309-338.

La cita del texto es de la p. 338.

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