GÉNESIS Y ESTRUCTURA DE UN CUENTO DE GALDOS

Sebastián de la Nuez

Está ya suficientemente probado (Clavería, Gullón, Yndurain) que la obra

de Galdós se mueve entre el mundo de la realidad y lo maravilloso, entre los

hechos cotidianos y los sueños visionarios, que hay una veta fantástica que

se desborda, en determinados momentos, de su obra general, y que va desde

la ya reconocida primera novela, La Sombra (1868) hasta la fábula teatral

La Razón de la Sinrazón (1915), pasando por otras narraciones y artículos me

nores y sobre todo por el «cuento real inverosímil» de El Caballero encan

tado (1909). Ya Carlos Clavería señalaba, en un penetrante ensayo, que, in

discutiblemente, «lo fantástico, lo irracional, lo sobrenatural, ejerció un gran

atractivo sobre Galdós. El prestigio de las obras consagradas de Galdós (con

base realista, ideológica o histórica) hace olvidar los elementos fantásticos

que en ella se esconden, y más aún ciertas obras en que Galdós se dejó llevar

de inclinaciones distintas a las que le había dado fama». Llama, seguidamente,

la atención, acaso por primera vez entre los críticos galdosianos sobre, La

Sombra, como «confesado primer ensayo de novelistas, y los cuentos, encar

gos para un almanaque que quiere simbolizar los meses y las estaciones con

una breve narración» \ Igualmente en su comunicación al primer Congreso

galdosiano Francisco Yndurain sobre El caballero encantado afirma que «No

puede ser casual que desde La Sombra, tan primeriza, hasta sus últimas obras

—novela y teatro— Galdós haya ejercitado su pluma en la captación de lo

fantástico» 2.

El mismo Galdós fue consciente de todo esto y no vacila en llamar género

literario a este grupo de obras, como dice en el prólogo a las narraciones con

tenidas en la edición, en volumen, de La Sombra, Celín, Tropiquillos, Theros3.

181

Veinte años aproximadamente después de La Sombra escribí Celín, que

pertenece al mismo género, y ambas obras se parecen más en el fondo

y desarrollo que en la forma. La causa de esta reincidencia, al cabo de

los años mil, no me la explico, ni hace falta. Celín fue escrito para una

colección de artículos de meses publicados en Barcelona con grandísimo

lujo, y es la representación simbólica del mes de noviembre. Como

Tropiquillos (el otoño) y Theros (el verano), tiene el carácter de com

posición de Almanaque, con las ventajas e inconvenientes de esta litera

tura especialísima que sirve para ilustrar y comentar las naturales di

visiones del año; literatura simpática, aunque de pie forzado, a la cual

se aplica la pluma con más gusto que libertadi.

La colección de «grandísimo lujo» a la que tan vagamente se refiere Galdós,

formaba un solo volumen, con el título Los Meses, y fue editado con

ilustraciones, por la casa Henrich y Cía. en Barcelona, año de 1889, aunque

la obra estaba proyectada para que saliera al público en 1887, fecha en que

está firmado el cuento de Galdós que aquí vamos a estudiar. (Véase Adver

tencia de los Editores a dicha edición). La distribución de las distintas alegorizaciones,

por meses y autores, es la siguiente:

Enero: Ramón de Campoamor (Poemas); Febrero: José de Echegaray

(«El Simbolismo», poemas); Marzo: Gaspar Núñez de Arce («El primer

beso», poema); Abril: Antonio Cánovas del Castillo; Mayo: Emilio Castelar

(«Nostalgias y remembranzas»); Junio: Juan Valera; Julio: Antonio

Trueba; Agisto: José María de Pereda («Bucólica montañesa»); Septiembre:

Manuel del Palacio; Octubre: Emilio Ferrad («Consumatum», poema); No

viembre: Benito Pérez Galdós («Celín»); Diciembre: Pedro Antonio de Alarcón.

Los textos de estas colaboraciones aparecen ilustrados por conocidos

artistas de la época (algunos de los cuales, hacía pocos años, habían ilustrado

los Episodios Nacionales): Benlliure, Domínguez, Ferrant, Galofre, Martínez

Cubells, Mas y Fondevilla, Mestres, Moreno Carbonero, Pellicer, Plasencia,

Riquer, Villegas y Villodas 5.

Ahora vemos, a la luz del proceso de la obra galdosiana, que estas narra

ciones alegórico-simbólicas se pueden explicar con las mismas palabras del

propio Galdós, cuando señala, en el citado prólogo, «el carácter fantástico de

las cuatro composiciones contenidas en este libro» como «divertimientos, ju

guetes, ensayos de aficionado, y pueden compararse al estado de alegría, el

más inocente, por ser el primero, en la gradual escala de la embriaguez» (Op.

cit., p. 9). Observamos, en el primer período de la redacción de este tipo de

obras, que se producen (La Sombra incluida) como paso preliminar a la gran

escalada de la tensión creadora que llevará a Galdós a la creación de las dos

llamadas novelas de la primera época (1873-1879). Precisamente todas esas

cortas narraciones y artículos como La conjuración de las palabras (1868),

La novela en el tranvía (1871), La pluma en el viento (1872), El tribunal lite

rario (1872), hasta, ya en plena actividad creadora, el precioso cuento maravi-

182

lioso de La muía y el buey (1876), se producen en aquel momento 6. Sin em

bargo, al acabar este tenso e intenso período de la captación de lo que va a

ser la tónica de toda su obra, la realidad histórica y social cotidiana de su

tiempo, compone una narración de este tipo de divertimiento fantástico, La

princesa y el granuja (1877), donde Galdós expresa, partiendo de la picaresca,

el maravilloso mundo de los muñecos a través del sueño de un pilludo, Pa

corro Migajas, que se ha enamorado de una princesa de juguete.

Es luego, en 1887, al descansar del gran esfuerzo que significó la creación

de Fortunata y Jacinta, ante la cual, según Casalduero, Galdós «llega a ver

en la realidad una incógnita que puede despejarse únicamente con la ayuda del

espíritu» 7, entra en el corto período de las obrillas que, aunque son, como

dice Galdós, del mismo género de La Sombra, sólo se parecen «más en el fon

do y desarrollo que en la forma», y que nosotros trataremos de explicar a

través de una lectura estructural del género fantástico, formadas precisamente

por aquellos relatos fantástico-alegóricos que representan las distintas esta

ciones del año, donde está incluido Celín (1887).

Los numerosos cuentos de este carácter semi-alegórico o semi-fantástico

correspondía además a un gusto muy del momento, sobre todo en lo que se

refiere al tema de los meses o de las estaciones. Así en el Almanaque de la

Ilustración Española y Americana para 1877, año IV8, publica Galdós un

corto artículo titulado Verano (escrito en 1876), que es el mismo que publi

cará en «El Océano» de Madrid con el título de El mes de Junio*. El mismo

tema lo volvería a tratar en el cuento Theros, publicado por primera vez en

«La Correspondencia de Canarias» (14 de junio de 1883) y el que titula Tropiquillos,

que obviamente fue escrito antes de la fecha que señala Manuel

Hernández Suárez10 (1893) para «El Imparcial» de Madrid, puesto que apa

rece, representando al otoño, en la citada edición conjunta de la Guirnalda,

junto con Celín y Theros, en 1890. En este sentido, pues, la narración que

nos ocupa viene a ser como el complemento de las dos estaciones anteriores,

pero que además lleva, en cierto modo, implícita la cuarta, o sea la primavera,

como veremos, y que Galdós, acaso, había pensado componer antes del en

cargo de la Casa Henrich de Barcelona (1887). También era don Benito lector

de El Mundo Ilustrado (Biblioteca de las familias, Historia, Viajes, Ciencias,

Artes, Literatura)11 de Barcelona, donde se acostumbraba a alegorizar en

dibujos, poemas y narraciones cortas, a los meses. Señalamos, por ejemplo,

el número de Noviembre de 1881, donde aparece un dibujo que representa

a una mujer enlutada, apoyada tristemente sobre una tumba y el número

donde se alegoriza el Invierno de 1882, representado por una joven elegante

mente vestida. Tanto uno como otro dibujo y sus correspondientes comen

tarios en prosa, pudieron inspirar a Galdós la creación de la figura de Diana

para su cuento.

Tendrán que transcurrir otros veinte años, ya en el último período de su

obra, para que Galdós volviera a introducir el mundo de la fantasía en una

183

nueva obra, El caballero encantado (1909), «cuento real inverosímil», distri

buido en XXVII capítulos titulados, ya bien estudiada desde distintos ángu

los por J. Schraibman, J. A. Gómez Marín, Rodríguez Puértolas, y sobre todo

por Yndurain en el citado artículo sobre los elementos estructurales de su

composición. A nadie se le escapa que esta extraña novela, situada entre los

últimos tomos de la serie inacabada de los Episodios {España trágica, 1909)

y la versión teatral de Casandra, 1910, es, en realidad, una condensación, por

un lado, de los ideales patrióticos y socializantes de Galdós, y por otro, sig

nifica la creación de una novela fantástico-simbólica o alegórica, como pre

fiere Yndurain, de la regeneración del hombre español a través del encanta

miento de su protagonista en un sufrido campesino, poniéndole en contacto

con la naturaleza y la realidad española por medio del personaje de la Madre,

«figura que oscila entre lo fantástico puro y el símbolo implicado en persona

real, o la alegoría» 12, especie de personificación del ser nacional, técnica equi

valente empleada en los últimos Episodios con el personaje Clío (que ya se

había esbozado en series anteriores) y Mariclío, personificaciones de las mu

sas de la historia española.

Finalmente, en las postrimerías de la producción galdosiana, surge, casi

inesperadamente, La razón de la sinrazón (fábula teatral absolutamente inve

rosímil) en 1915, especie de nueva farsa alegórica y moralizante, donde se en

frentan los poderes infernales (Arimán y Celeste) o la Sinrazón, frente a los

poderes divinos (Atenaida) o la Razón, triunfando estos últimos y logrando

el equilibrio del hombre (Alejandro), en contacto con la naturaleza y en la

labor campesina (como en El Caballero encantado) y de la mujer (Atenaida)

dedicada a la educación y a la enseñanza de la verdad.

La génesis en las estructuras del relato

No se trata aquí de estudiar la génesis de la obra en el sentido tradicional

de señalar sus fuentes literarias o históricas, ni tampoco de estudiar su crea

ción desde el punto de vista psicológico (que en realidad queda ya explicado

cómo ese estado de «alegría» o de descanso feliz, después de un esfuerzo de

disciplina creativa potente) o social (que sería el relato como pie forzado a

petición de un ente editorial como en este caso), o tampoco en el sentido que

pudiera darle L. Goldman en un análisis estructural genético a partir de los

condicionamientos histórico-literarias y socio-culturales de un sujeto colec

tivo (Moda de las charadas y cuentos alegórico en los Almanaques), sino des

de dos puntos de vista que a mi parecer explican mejor la obra en sí misma

y desde su forma exterior e interior: a) la elaboración desde el manuscrito

de la obra y b) desde el encuadramiento del discurso que forma su estructura

narrativa.

El manuscrito de Celin se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid

(Sig. Mss. 7714) formado por 100 cuartillas escritas y corregidas por un solo

184

lado (con las salvedades que indicaremos), que parece ser el que sirvió de

original para su primera publicación en el libro colectivo Los Meses13. Lleva

la fecha de noviembre de 1887. La primera edición en libro se realizó, junto

con La Sombra, Tropiquülos y Theros, en la Imprenta la Guirnalda, en Ma

drid, año de 1890, como ya hemos apuntado.

Por lo que podemos deducir del estudio del manuscrito debió existir una

redacción anterior, desechada por el autor, porque hay algunas cuartillas uti

lizadas por ambas partes. Así las que llevan los números 19, 65 y 94 (de la

supuesta primera escritura) corresponde en el reverso a los números 51, 68 y

95 (de la segunda y definitiva), costumbre ésta usada por Galdós como puede

verse en varios de sus manuscritos. Esto demuestra que, a pesar de ser una

obra de encargo y de diversión, don Benito puso el mismo cuidado que en la

redacción de cualquiera de sus grandes novelas, como la prueba, además, las

numerosas correcciones, aunque generalmente están realizadas, la mayor parte

de las veces, según nuestro parecer, sobre la marcha de la escritura. Un ejem

plo lo encontramos en el fol. 22, línea 5, donde comenzó a poner: «de la ron

da del pa...» que sustituye por «de los guardianes nocturnos del palacio»,

del que sale la redacción definitiva por combinación de ambos sintagmas:

«de la ronda nocturna del palacio». También en el fol. 34 encontramos otra

corrección «in situ», pues al escribir en las líneas 2 y 3: «El chico al ver la

moneda abrió de tal ma...», acto seguido la sustituye por: «Los ojos del

chico brillaron de tal modo al ver...». Ejemplos que podríamos multiplicar.

Antes de seguir adelante conviene señalar, aunque sea esquemáticamente,

las estructuras de este relato (Barthes, Bremond, Fryre), para concretar cuáles

son las «secuencias elementales» que sustentan a nuestra narración y poder

determinar su proceso creativo dentro de la técnica galdosiana. En primer

lugar tiene, como todo relato, y con palabras de R. Barthes «un eje sintagmá

tico» horizontal en la secuencia de las unidades narrativas relacionadas con

un antes y un después, que en este caso comienza con la muerte del capitán

don Galaor, siguiendo su entierro y pompas fúnebres, la desesperación de su

prometida Diana de Pioz, que, a su vez, determinan su propósito de quitarse

la vida, y los sucesivos acontecimientos más o menos fantásticos hasta el

final de la obra.

Con el fin de precisar más podremos resumir las secuencias elementales

en las que debe sustentarse, según Bremond, todo relato: a) primero es la

función que abre la posibilidad de un proceso en forma de un comporta

miento previsible. En nuestro caso sería la desesperación de la joven y bella

Diana que, no pudiendo resistir el inmenso dolor por la muerte de su prome

tido, decide suicidarse; b) la segunda secuencia será la realización de esa vir

tualidad a modo de conducta, que es, precisamente, la que realiza Diana al

escapar de su palacio para arrojarse al río Alcana, atravesando, por la noche

la ciudad de Turris con todos los acontecimientos dependientes de esta deci

sión, cuyo punto culminante sería el encuentro con el mágico Celín. (Obsér

vese cómo el relato ha adquirido la forma de un «fuga» (real o soñada) que

185

Barthes considera como esencia de la estructura narrativa. Piénsese en la pi

caresca y en el Quijote), y c) finalmente el proceso se completa, con la fun

ción, en forma de resultado propuesto no por la que parecía la protagonista

del relato, sino por Celín (símbolo del espíritu vital) que salva a Diana de su

propósito, sea o no logrado a través de un sueño, que, como veremos, queda

limitado a uno de los elementos formales de la estructura y del contenido se

gún el sentido alegórico de la obra.

Esta estructura básica quedó inalterada en sus secuencias elementales en

la redacción de la obrita, pues las variantes se refieren, casi todas, al plano

asociativo o paradigmático. Así, por ejemplo, las correcciones de los indicios

de nombre propio, como sustituir aGonzalo» por Galaor» (fol. 1, línea 2;

fol. 2, línea 19, etc.) o «cronista» por «Gaspar Diez» (fol. 6, línea 5) o «Bernardino

» por «Beltrán» (fol. 6, línea 18), o «jefe de la guardia civil» por «Di

rector de la Santa Hermandad» (fol. 7, línea 1), etc., variantes todas destina

das a «presagiar el ambiente» vagamente arcaizante de los siglos áureos, aun

que pertenece a la esfera de lo fantástico y contradictorio que oscila entre

el pasado y el presente cotidiano. Otras correcciones o variantes introduci

das durante el proceso genético, en el manuscrito afecta a los aspectos for

males de lexemas y sintagmas, para simplificar el discurso: así tacha la frase

«hasta el ejemplar de la crónica» y lo sustituye por «hasta la crónica manus

crita» (fol. 2, línea 17), o el sintagma «apunta claramente» lo sustituye «ex

presa terminantemente» (fol. 22, línea 7). También el nombre propio de Diana

tiende a sustituirlo por las formas apelativas: «la inconsolable», «niña», «jo

ven», «damisela», siendo la forma de «joven» la más usada. Otras veces la

corrección tiende a la mayor exactitud lingüística del lexema, como en el caso

de la sustitución de «fanegas» (acaso por su vecindad con «fanegadas», que

en Canarias es extensión de terreno), por «celemines» que es medida de peso,

aunque también de terreno (fol. 6, línea 5). Igualmente es más exacto y se

lecto la sustitución del sintagma «miró a todos lados» (fol. 24, línea 3), pri

mero por «una parte y otro», y luego por «Miró a diestro y siniestro», y lo

mismo podríamos decir de la variación de la pareja de lexemas nominales»

conchas y caracoles» por crustáceos y caracoles» (fol. 76, línea 6). Finalmen

te otro grupo de variantes del manuscrito respecto a las ediciones de 1887 y

de 1909 se refiere a la supresión de párrafos que amplían las «unidades me

nores de la catálisis», como en los casos siguientes: así después de la frase

del texto «atronaban el aire con sus fúnebres lamentos», Galdós añade en el

manuscrito: «pidiendo a los turriotas vivos sufragios y oraciones por...», que

a su vez sustituye por: «por los turriotas que no habían podido salir aún del

Purgatorio» (fol. 13, línea 6) que aparecen suprimidas en el texto impreso. Lo

mismo ocurre con las cláusulas que se leen en el manuscrito, y que siguen a

los informantes: «...a tal hora casi desiertas» (Ed. ob. p. 164):

Diana observó (cuan divertido) extraño aspecto tenían las lujosas tiendas

cerradas por planchas de hierro. Los letreros dorados lucían mucho más

186

que de día. Nunca había visto Diana las calles de Turns a aquella

hora14 (fol. 29, líneas 2 a la 6).

Igualmente vemos, en el manuscrito, una serie de períodos sintácticos re

ducidos a uno muy corto y que comprende la frase que queda fuera de los

corchetes y subrayada en el texto que reproducimos a continuación:

Atravesó después la niña un pequeño parque [hollando las hojas del

otoño que cubrían el suelo, y vio parejas en algunos bancos, entrando

luego en un barrio de casas (hombres) a la malicia, que más parecían

chozas (Las puertas estaban abiertas, cerradas, dejando ). Muchas

puertas estaban abiertas. Por ellas vio Diana los humildes interiores.

En unos ardían las lamparillas de estearina en un gran caldero (?) de

aceite, y se oían voces rezando el rosario, en otras (había) sintió gui

tarreo y cantos báquicos. Asustóse un poco y avivando el paso] hallóse

en un sitio solitario y abierto (Fol. 30, líneas 8 a 18) (Ed. ob., p. 165).

Vemos que, salvo la sustitución del adjetivo «pequeño» por el de «tene

broso», el período en que quedó reducido el texto definitivo se formó enla

zando el primer sintagma con el último para indicar estrictamente el traslado

o desplazamiento del actante, suprimiéndose todo lo relacionado con los in

formantes del ambiente naturalista o urbano, que, por una parte tiene el sen

tido alegórico del otoño, y por otra las reminiscencias literarias del Diablo

Cojuelo o de los Sueños del mundo visto desde la claraboya. Podríamos aña

dir algunos ejemplos más, pero con estos bastan para demostrar que Galdós

tendía a simplificar los períodos narrativos y descriptivos, condensándolos en

este caso, como es propio del cuento, a lo fundamental y significativo.

Celín y su interpretación como género literario

Es evidente que el relato que nos ocupa no puede situarse, de una manera

rigurosa, en la literatura fantástica más que de un modo muy amplio, pero no

tal como la considera E. Todorov cuando dice que «es necesario que el texto

obligue al lector a considerar el mundo de los personajes como un mundo

de personas reales, y a vacilar entre una explicación natural y una explicación

sobrenatural de los acontecimientos evocados» 15. La novela de Galdós que

más se acerca a estas premisas es La sombra, donde se da, como en el caso

de Manuscrito encontrado de Zaragoza™, «un ejemplo de vacilación entre lo

real y, por así decirlo, lo ilusorio; nos preguntábamos si lo que se veía no era

superchería o error de percepción». Pero lo fantástico se puede considerar

«como un género evanescente» al situarse entre lo extraño y lo maravilloso.

Todorov establece para ellos una serie de graduaciones que van de lo extraño

puro a lo maravilloso puro. Y así en el primero «se señalan acontecimientos

que pueden explicarse perfectamente por las leyes de la razón, pero que son

187

de una manera, increíbles, extraordinarios». (Es el caso de la mayoría de los

sueños, alucinaciones, visiones, que aparecen en las obras de Galdós, como

ha visto muy bien J. Schraibman)17; en cambio en lo maravilloso puro «los

elementos sobrenaturales no provocan ninguna reacción particular ni en los

personajes, ni en el lector implícito». (Acaso los relatos cortos de Galdós que

más se aproximan a este tipo de literatura fantástica está en los cuentos de

«La muía y el buey» y en «La princesa y el granuja», que se rematan en he

chos sobrenaturales, que el lector acepta como tales). Más cerca de lo fan

tástico puro se encuentran «lo fantástico extraño» y lo «fantástico maravillo

so». En el primero «los acontecimientos que a lo largo del relato parecen so

brenaturales, reciben, finalmente, una explicación racional. (Es, en parte el

caso de Celín), y en el segundo se «incluye la clase de relatos que se presentan

como fantásticos y que termina con la aceptación de lo sobrenatural». (Es

también, en parte, el caso de El caballero encantado y La razón de la sin ra

zón, a pesar de su reconocido carácter alegórico-simbólico).

Es evidente que la intención creadora del discurso lingüístico que com

prende los tres relatos de Galdós referentes a los meses o a las estaciones del

año (cosa que no queda muy clara) Celín, Tropiquillos y Theros, son, como

es sabido, relatos intencionadamente alegóricos, pues toda narración que in

tenta justificar o explicar sus elementos sobrenaturales o fantásticos cae den

tro de este género. Su relación con lo fantástico ha sido muy bien delimitado

por Todorov en la referida obra. El señala los dos géneros vecinos, donde

lo fantástico puede deslizarse fácilmente: la poesía y la alegoría. Para el crí

tico ruso «la alegoría es una proposición de doble sentido, pero cuyo sentido

propio (o literal) se ha borrado por completo» (Ob. cit., p. 78). Pero también,

según el mismo crítico, «se nos dice a veces que el sentido primero debe

desaparecer, y otras que ambos deben estar juntos. En segundo lugar, este

doble sentido está indicado en la obra de manera explícita; no depende de la

interpretación (arbitraria o no) de un lector cualquiera...» {Ídem, p. 79). Esto

lleva a reconocer a Todorov que «Existe una gama de subgéneros literarios

entre lo fantástico (que pertenecen a ese tipo de textos que deben ser leídos

en sentido literal) y la alegoría, que sólo conserva el sentido segundo, alegó

rico» {ídem, p. 80). Basándonos en ello podemos realizar nuestra lectura e

interpretación del cuento de Celín, para tratar de situarlo en el lugar que le

corresponde como género alegórico-fantástico en la obra literaria de Galdós

y de su época.

Una lectura profunda de este relato nos lleva a considerar tres estratos

significativos simbólico-alegóricos dentro de su estructura general: 1) uno

intencional, de pie forzado, que es la alegorización del mes de noviembre a

través de un relato fantástico-extraño, que pronto se va diluyendo en unas

vagas referencias a una estación otoñal o invernal que termina transfigurán

dose en una simbolización de la regeneración de la naturaleza; 2) la descrip

ción de un ambiente arqueológico-cotidiano, cronológicamente confuso, que

nos sitúa entre los siglos de oro y la época contemporánea, mezclando obje-

188

tos, datos y costumbres, de los dos momentos, que sirve de marco a los dos

estratos primero y tercero como vamos a ver, y 3) la peregrinación de dos per

sonajes, presuntamente reales, a través de la ciudad de Turris, extraña y tam

bién real, y que desemboca en el despertar de un sueño que convierte el an

terior peregrinaje en la simbolización que apuntaba el primer estrato, que es

la regeneración de la naturaleza a través del esfuerzo vital y espiritual repre

sentados por Diana y Celín.

Examinemos ahora las distintas partes o estratos de esta pequeña creación

para conocer la relación interna entre ellos, o sea dicho de otro modo, la

cohesión interior a nivel semántico. Antes de penetrar en este examen diga

mos que la estructura del relato está dispuesta desde la perspectiva del autor

omnisciente, teniendo como recurso la referencia, tan típicamente clásica, de

la existencia, como personaje, dentro y fuera del relato, al cronista de las dos

casas ilustres de Polvoranca y de Pioz, al que nuestro autor define como hom

bre extraordinariamente aficionado a la bebida, hasta el punto que «el manus

crito que a la vista tengo conserva todavía el olor» (Ob. cit., p. 148). Con

esta introducción a la supuesta fuente del relato, el escritor realista y veraz

que era Galdós, queda a salvo de todas las fantasías o sueños que pudieran

aparecer en su narración, a la que él añade el tono acusadamente irónico, que

sí es propiamente galdosiano.

A) En el primer estrato de dicha ficción encontramos la referencia de la

muerte de don «Galaor, primogénito del marquesado de Polvoranca», «el úl

timo día de octubre» y enterrado «en una de las capillas de Santa María del

Buen Fin el 1.° de noviembre» (Ob. cit., p. 147). Con esto tenemos el punto

de partida de la alegoría en la que don Galaor personifica vagamente el mes

de octubre, y que por su juventud «había despuntado con igual precocidad

en las armas y en las letras, y aunque no llegó a consumar ninguna proeza

con la espada ni con la pluma» (Ob. cit., p. 148), parece representar una época

del año truncada, en este caso por los primeros fríos del otoño, que le ha

impedido dar sus frutos. Por otro lado su novia, Diana de Pioz descrita hi

perbólicamente por el cronista es

de prendas tan excelentes que no se han inventado aún palabras con

que deban ser encarecidas, pues si en hermosura daba quince y raya

a todas las hembras del Reino, en discreción, saber y talento se las

apostaba con los turriotas más ilustres, académicos, teólogos, oradores,

publicistas calzados y pensadores descalzos que iban a la tertulia al

palacio de Pioz (Ob. cit., p. 14?).

Con cuya descripción es evidente que el autor trata de presentarnos a un

ser privilegiado y fuera de lo común, y que bien puede representar a las fuer

zas vitales de la naturaleza en su plenitud. Como era de esperar, Diana, la pro

metida esposa de don Galaor, al tener noticia de su fallecimiento fue tan vivo

«el dolor que estuvo a punto de perder el juicio y de morir. Así surge en su

189

mente la idea de quitarse la vida. «Nada, nada —pensaba— matarse, saltar

desde el borde obscuro de esta vida insufrible a otra en que todo debía ser

amor, luz y dicha» (Ob. cit., p. 156). Conociendo, a posteriori, que estos pen

samientos le surgían a Diana en el sueño, podemos suponer, a nivel alegórico,

que este deseo es la tendencia de la naturaleza a sumergirse en el letargo

invernal al comenzar noviembre. Decidida, pues, a morir, comienza su noc

turna peregrinación. Pero «tomada la resolución de ahogarse, Diana pensó

que debía ir antes a visitar el sepulcro de D. Galaor...» (Ob. cit., p. 161).

Después del encuentro con Celín, el mítico protagonista del relato, y guiada

por éste, Diana llega a la iglesia del Buen Fin (nombre acaso también signifi

cativo), donde está el panteón de los Polvoranca. He aquí cómo el autor,

siempre a través de su cronista, nos presenta la escena entre seria e irónica

mente :

Sintió la joven, al arrodillarse, brusco impulso hacia la tierra, como

si brazos invisibles desde ella le llamasen y atrayesen. ( ) La idea de

la muerte se afirmó entonces en su alma a la manera de una voluntuosidad

embriagadora. Ofrecióse a su espíritu la muerte, sucesiva

mente, en las dos formas eternas. Figurábase primero estar en esencia

al lado de su amante, los brazos enlazados con los brazos, las caras

juntitas (Ob. cit., p. 174).

Y a continuación añade:

La otra forma ideal de muerte consistía en suponerse toda huesos

debajo de aquella tierra; el esqueleto de su amante desbordado y con

fundido con el de ella Pero esta confusión de huesos no podía la

joven concebirla sino admitiendo que tales huesos debían tener con

ciencia de sí mismos, y que todas las demás piezas óseas, bien barajadas,

habían de experimentar la sensación del roce de unas con otras

(Ob. cit., p. 175).

Muy cerca está esta escena del caso de La muerta enamorada de Gautier,

citada por Todorov, donde un sacerdote siente «amor por la muerta, pre

sentada aquí bajo una forma literariamente velada (en Galdós diríamos iró

nicamente velada) y que en Gautier corre parejo con el amor por una estatua,

por la imagen de un cuadro, etc., recibe el nombre de necrofilia» 18, caso que

se clasifica dentro del terreno de lo extraño-fantástico, aunque naturalmente

aquí sigue subyacente el sentido alegórico de la vida que siente impulsos de

aniquilamiento, de fusión con la tierra. Este impulso continuará —cada vez

más atenuado— durante el viaje que Diana efectuará en compañía de Celín

por la ciudad y sus alrededores. Pero a medida que «la oscuridad amengua

ba» y el simpático chicuelo iba creciendo, demostrando otras cualidades in

creíbles, iba desapareciendo la idea de suicidio en la protagonista.

190

B) El segundo estrato formado por el citado marco espacio-temporal de

nuestra narración es también paradójico y fantástico, y aunque continúa su

sentido alegórico, éste aparece deformado. En primer lugar hay una indeter

minación temporal, pues Galdós mismo dice por el cronista «todo el docu

mento es pura confusión en lo tocante a cronología, como si el autor hubiera

querido hacer mangas y capirotes de la ley del tiempo» {Ob. cit., p. 147). Y

luego añade más adelante: «Tan pronto nos habla de cosas y personas que

semejan de pasados siglos, como se nos descuelga con otras que al nuestro

y a los días que vivimos pertenecen» {Ob. cit., p. 148), cosa que ya hemos

hecho notar más arriba. Así, por ejemplo, cuando se habla de vestidos se cita

la agolilla», las «hopas negras», las «dalmáticas», los «gregüescos», mezclán

dolos con referencias a otros objetos modernos, como el teléfono, los taquí

grafos, los periódicos, y se anuncian la llegada de «los galeones de Indias» y

las representaciones del Don Juan Tenorio el día de todos los santos. La

misma confusión observamos respecto a las descripciones de la ciudad de

Turris —aparte de su singular cualidad giratoria extraña fenómeno que re

cuerda ciertos pasajes fantásticos de los relatos de Las mil y una noche— de

la que nos presenta cuadros perfectamente realistas como el correspondiente

al día del entierro del señor de Polvoranca:

Y vino la noche sobre Turris, dejando caer antes un velo de neblina

sutil, que mermaba y desleía el brillo de las luces de gas. Este vapor

húmedo y fresco, condensándose en las aceras, las había resbaladizas,

y los adoquines brillaban como si le hubieran dado una mano de

negro jabón {Ob. cit., p. 154).

Junto a esta descripción realista, donde no falta alguna figura retórica,

aparecen otras más naturalistas, pero también cronológicamente confusas, co

mo las descripciones de la ciudad en plena peregrinación de nuestra heroína:

Pasó por las calles céntricas y comerciales, bulliciosas de día, a tal

hora casi desiertas. Ya había salido el público de los teatros y en Jos

cafés había bastante gente cenando o tomando chocolate. Los vende

dores de periódicos voceaban perezosos, deseando vender los últimos

ejemplares. Diana reparó en algunas mujeres con manto, que no pare

cían trigo limpio, y hombres que las seguían y alborotaban con ellas

en animado grupo {Ob. cit., p. L64).

Hasta aquí la escena naturalista contemporánea que puede ser arrancada,

como la anterior, de cualquier novela de Galdós, y de pronto, a continuación,

le añade un pastiche o pincelada histórica que nos transporta por arte de

magia a los siglos áureos:

Oyó ruido de espuelas, y vio caballeros envueltos en capas negras o

rojas, mostrando la espada a la manera de rabo tieso que alzaba la tela.

Paseando por barrios excéntricos, donde observó secreteos en las rejas,

191

llegó a una calle donde había muchas tabernas y gente de malos modos

y peores palabras que escandalizaba a ciencia y paciencia de los cua

drilleros de Orden público, los cuales, plantados en las esquinas, como

estatuas, encajonada la cara en las golillas, tapándose la boca con el

ferreruelo, más parecían durmientes que vivilantes {Ob. cit., p. 165).

Precisamente a continuación de estos párrafos formados por informantes

de ambientes y de lugar, aparece, en el manuscrito, las líneas suprimidas por

el autor en la primera edición y copiadas más arriba, que también correspon

de a un cuadro naturalista. Otro ejemplo muy significativo de desfase crono

lógico y que nos transporta también a la España de los Austrias son las se

cuencias indiciales que siguen el itinerario de los protagonistas:

Pasaron por junto al cuartal de la Santa Hermandad, establecido en el

desamortizado convento del Buen Fin. (Obsérvese la mezcla de la

Institución del s. XVI con los efectos de la ley de Mendizábal dada en

la primera mitad del s. XIX). En la puerta estaba de centinela un

cuadrillero con tricornio y capote. Dejaron atrás la casa de locos y un

barrio de gitanos. Costeando luego la inmensa mole de la Casa de los

jesuítas, rodeada de sombras, entraron en una plaza enorme con mu

chísimas horcas, de las cuales pendían los ajusticiados de aquel día.

Eran salteadores de caminos, periodistas que habían hablado mal del

Gobierno, un judaizante, un brujo y un cajero de fondos municipales,

autor de varios chanchullos. {Ob. cit., pp. 176-177).

A estas podrían añadirse otras varias citas de escenas y descripciones

donde se hace referencia a los trenes y al gentío que llegaba a la ciudad pro

cedentes de Utopía y Trevisonda (Obsérvese las alusiones a las fantásticas

ciudades de los libros de Caballerías) para asistir a las fiestas de Turris, en

cuyos programas había actos de fe y corridas de toros.

C) En el tercer estrato estructural del contenido de este relato conver

gen el significante y el significado de la obra. Aunque sus elementos funda

mentales están centrados en la peregrinación nocturna y diurna de Diana y

Celín, primero en la indicada visita a la iglesia del Buen Fin y luego en la

busca de un lugar donde proceder al suicidio de la joven, hay que hacer una

referencia a un elemento significante indicial, en el que el autor explica cómo

la casa de Pioz «tenía por patrono al Espíritu Santo», y por eso

La imagen de la paloma en el escudo de la familia y era emblema,

amuleto y marca heráldica de todos los Pioces. La paloma resaltaba

esculpida en las torres vetustas y en las puertas y ventanas del palacio,

tallada en los muebles de nogal, bordada en las cortinas, grabada con

cerco de piedras preciosas en la tabaquera del marqués, en los anillos

de Diana {Ob. cit., p. 157).

192

Apuntaba además el autor que nuestra heroína

Tenía la costumbre de invocar a la tercera persona de la Trinidad en

los actos de su vida... y después de una corta oración, se salió con

esto: "Sí, pichón de mi casa, tú me has inspirado esta sublime idea,

tuya es, y a ti me encomiendo para que me ayudes" (,0b. cit., p. 158).

Este es, pues, el punto de partida de esta estructura, y desde aquí se rea

lizará todo el proceso, que sólo tiene su culminación y su explicación a partir

del símbolo religioso que preside la casa palacio y la tradición familiar de

Diana.

El primer extraño fenómeno —ya apuntado— con que tropieza el lector

y dificulta el peregrinar de nuestra heroína es la movilidad de la ciudad:

No se trata —comenta el autor— de terremotos, no; es que la ciudad

anda, por declinación misteriosa del suelo, y sus extensos barrios cam

bian de sitio sin que los edificios sientan la más ligera oscilación, ni

puedan los turriotas apreciar el movimiento misterioso que de una

parte a otra les lleva. (Ob. cit., p. 162).

¿Significa esto una alegoría de la movilidad de las estaciones, será el sím

bolo de la transición del otoño al invierno o simplemente un elemento indicial

secundario y caprichoso propio de un cuento fantástico infantil? No po

demos decidirnos por ninguna de estas interpretaciones. Más claras son las

referencias al concreto peregrinar de Diana y Celín tanto por la ciudad como

por sus alrededores. En una interesante obra Gustavo Correa señala el ca

rácter itinerante del fantástico e inverosímil relato de El caballero encantado,

como «una sistemática busca de la realidad, por la vía simbólica de un viaje,

a través de la geografía e historia de la nación» u, e igualmente indica que «la

trayectoria de Tarsis es así su castigo, pero también prueba» y «vía de rege

neración». Así, pues,

El carácter —dice el mismo crítico— de esta peregrinación nos mues

tra, por consiguiente, el sentido de la novela. A través de sus aventuras,

Tarsis desentraña la índole de la peculiaridad hispánica, al mismo

tiempo que, en virtud de su descendimiento al interior de su concien

cia, le es dado conocer la medida de su ser individual20.

Lo mismo podemos decir, aunque con las debidas delimitaciones, del ca

rácter itinerante del cuento que examinamos y del proceso de «regeneración»

y de su encuentro con «su ser individual», experimentado por Diana con

ayuda de Celín, como Tarsis lo experimentó con el personaje simbólico de la

Madre. En cierto modo nuestro cuento alegórico es un precedente de la téc

nica y la concepción maravilloso-fantástico de El Caballero encantado, ya que

fue compuesto veinte años antes. En esta peregrinación, lo mismo Diana que

Tarsis se ponen en contacto con la Naturaleza, de la que podemos encontrar

193

13

algunos pasajes en nuestra narración que tienen al mismo tiempo carácter

poético y alegórico, como el siguiente:

Atravesaron un prado en el cual se destacaban algunos olmos que aún

no habían perdido la hoja, pero las tenían amarillas. A los reflejos del

sol entre la neblina, parecían árboles vestidos de lengüetas de oro.

(Ob. cit., p. 132).

Tiene razón Gustavo Correa al decir que

"La Naturaleza en las novelas de Galdós aparece ante todo como el

dechado por excelencia de la creación, o más bien como la creación

misma". Pero también "es ella misma dechado de sabiduría y pauta

segura en la dirección de la conducta humana y costituye al mismo

tiempo una guía que nos indica las posibles soluciones en los conflictos

de la vida"21.

Por eso Celín pondrá a Diana —igual que la Madre a Tarsis— en contacto

con la Naturaleza para apartarla de sus espiritualismos falsos y de sus proyec

tos de autodestrucción que van contra natura. Esa naturaleza nutricia tiene

su sentido directo y a la vez simbólico (tomado de los cuentos fantásticos de

tradición oriental) en los prodigiosos árboles que descubre Celín en su viaje

quien dice que «los que vivimos como los pájaros de lo que Dios nos da, te

nemos en estos salvajes montes nuestras despena. Aquí está el árbol de café

con leche...» (Ob. cit., p. 185), y más adelante nuestros héroes comerán del

«árbol de los pollos asados» que parecía un melón, «que era lo mismo que el

pollo fiambre» (Ob. cit., p. 198).

Yndurain señala, acertadamente, en El Caballero encantado, la presencia

de algunos elementos poéticos de la tradición pastoril española, y lo mismo

encontramos en Celín, con un carácter más general. Así, por ejemplo, en una

de esas sorprendentes metamorfosis, a las que aludiremos en seguida, encon

tramos a Diana ataviada «como las pastoras pintadas en los abanicos» (Ob.

cit., p. 196). Luego Celín «arranca de un matorral dos o tres cañitas, y po

niéndoselas en la boca, comenzó a tocar una música tan linda...» (ídem,

p. 197), lo que equivale a la clásica y rústica siringa de los idilios pastoriles.

Más adelante nuestros protagonistas se introducen en un ambiente comple

tamente bucólico:

Dejando la carretera y la aldea penetraron en un bosque, y por allí

también encontraron aldeas y pastores que les saludaban con esa cor

dialidad candorosa de la gente campesina. Las vacas mugían al verles

pasar, alargando el hocico húmedo y mirándoles con familiar cariño.

{Ob. cit., p. 200).

Los elementos que pueden ser considerados fantásticos en este relato sur

gen en una zona ambigua entre la realidad y el sueño. Este aparece concebido,

194

en parte, no como explicación, sino como elemento integrante de la estruc

tura misma del discurso, y en él suceden acontecimientos que cuestionan la

realidad: la referida movilidad de la ciudad de Turris y sobre todo la trans

formación o metaformosis de los personajes centrales, aunque con distinta

graduación. Precisamente Todorov dice que hay un grupo de elementos fan

tásticos que

se debe a la existencia misma de seres sobrenaturales, tales como el

genio y la princesa-maga y a sus poderes en el destino de los hombres.

Ambos pueden metamorfosearse, volar o desplazar seres y objetos en

el espacio, etc.22.

Este recurso o elemento es una de las constantes en los relatos fantásticos

de Galdós: en La Sombra, Alejandro, el amigo de la casa, se transforma en

Paris; en La princesa y el granuja, los muñecos se metamorfosean en seres

vivos y el granuja en muñeco; en Theros, una mujer ardiente durante el día

se hace dulce y fresca durante la noche; en Tropiquillos, un hombre enfer

mo y desgraciado, se transforma en im hombre sano y feliz; en el Caballero

encantado, un aristócrata se transforma en labriego y pez; en La razón de

la sinrazón, los seres poderosos del bien y del mal se metamorfosean en hom

bres, y por último hay en Celín transformaciones de seres superiores y de

personas normales. Así la metamorfosis más importante, desde el punto de

vista de la intencionalidad de la obra, es la que experimenta Diana —sea co

mo personaje real dentro de un sueño o sea como alegoría de la vida— sea

con la ayuda de la naturaleza directamente o por influencia de un ser más

poderoso, que la transforma de una mujer desesperada y al borde del suicidio

en un ser feliz y lleno de alegría de vivir. Su transformación comienza en el

relato, cuando ya era de día

Como el sol picaba bastante, a Diana le daba calor el manto y se lo

quitó, entregándolo a Celín para que se lo llevase. Y cuando se vio

libre de aquel estorbo, sintió infantil deseo de saltar y agitarse. (.. )

Sus ideas habían variado, determinándose en ella algo que lo mismo

podría ser consuelo que olvido. {Ob. cit., p. 194).

Paralelamente a esta transformación interior se produce al exterior o sea

la de su propia indumentaria. Pues el autor, como si se tratara de uno de sus

personajes realista, advierte que «no se equivocó en ningún detalle en el acto

de vestirse», señalando a continuación todas las piezas de su vestido, «púsose

chaquetilla de terciopelo negro, muy elegante, falda de seda...» {Ob. cit.,

p. 158). Luego, al final de su sueño peregrinante «La señorita se vio el cuerpo

ceñido con jubón ligero, los brazos al aire, la garganta idem per idem... Su

falda se había acortado» {Ídem, p. 196), y se siente feliz «de posar el pie sobre

la hierba fresca», de no tener «tanto trapo que sofoca» {Ídem, p. 197). Ve

mos, pues, una metamorfosis en la que la transformación interna de desgracia-

195

—felicidad y de vestido artificial— sencillez natural, corren parejas, para

simbolizar, sin duda, a su vez, la transformación de la vida que se aletarga

y entristece en el invierno, pero que se despierta y alegra en la primavera.

Mas el motor transformante no es simplemente la naturaleza, sino una fuerza

interna de un ser superior. ¿Es acaso un espíritu o un dios que está por en

cima de todos los poderes y de la misma creación? En nuestro relato este ser

misterioso (acaso por reminiscencias evangélicas de los pequeñuelos identifi

cados con la figura del Cristo) es, en el momento en que se presenta ante

Diana, «un niño como de seis años», pobre y desamparado que vestía «unos

gregüescos cortos, las piernas al aire, los pies descalzos. El cuerpo ostentaba

un juboncillo con cuchilladas, o mejor dicho roturas por donde se veían

las carnes» (Ob. cit., pp. 167-68). A pesar de su miserable aspecto el chico

parecía divertido y «silbaba una patriótica música». Diana admiró en seguida

su gracia, su agilidad extraordinaria ya que «al levantar los pies del suelo,

brincaba hasta alturas increibles» (ídem, p. 169). A la pregunta de que si

tenía padre el chicuelo «señaló a una estrella, lo que Diana interpretó como

que era huérfano. Pero las mutaciones prodigiosas en Celín comienzan a sucederse

a medida que se aclara el día: primero observa Diana que a su sim

pático amigo era menos chico que cuando le tomó por guía», que le llegaba

al hombro; pero lo más singular era que «Diana creyó observar en las pupilas

de su guía algo penetrante y profundo que no es propio del mirar de los ni

ños» (ídem, p. 177). Pronto demostró otra de sus cualidades increíbles, pro

pias de los genios de los relatos fantásticos: el muchacho sabía volar. «Dia

na no podía apreciar la razón física de aquel fenómeno, y atónita contempló

las rápidas curvas que Celín describía, ya rastreando el suelo, ya elevándose

hasta mayor altura que las puertas de las casas» (ídem, p. 178). Pronto tam

bién cambió de vestimenta como Diana; y ahora tiene «un corto faldellín

blanco con franja de picos rojos» que le «asemeja a las pinturas pompeyanas

» (ídem, pp. 182-83). Al propio tiempo la joven se fijaba que «La cabeza

de Celín era de una hermosura ideal; la tez morena,... los ojos expresivos,

grandes y luminosos, la boca siempre risueña» (ídem, p. 183). Pero el mucha

cho, en el transcurso de toda aquella peregrinación, no cesa de realizar actos

increíbles: descubre, como hemos indicado, árboles que dan frutos de café

con leche y otros alimentos, levanta, como si fuera una pluma, a Diana sin

fatigarse lo más mínimo, para ayudarla a atravesar los arroyos, tiene poder

sobre las aguas y sobre las nubes, que hace retirar a pedradas. El narrador

apunta cómo

el más grande prodigio de aquella prodigiosa jornada; a saber que las

nubes, heridas por las piedras, corrieron presurosas, y pronto se despejó

el firmamento. (Ob. cit., p. 193).

Hacia el final del relato Diana y Celín han llegado al culmen de su meta

morfosis. «Al caer la tarde Diana se sentía fatigada y sintió ganas de dor

mir» y entonces Celín «la cogió en brazos y la subió a un árbol...» (ídem,

196

p. 201). (Se interrumpe aquí la acción principal con un sueño de Diana en el

que vuelve a la vida pasada en Turris, donde encontramos elementos oníri

cos que podríamos calificar de surrealistas, como el fastidioso discurso de su

padre que tardaba 3 años, los 520 vasos de agua y azucarillos que había

bebido y la aparición del cerdito que hacía piruetas como el que había visto

en su imaginado viaje).

Al despertar de este «segundo» sueño «reapareció súbitamente en el alma

de Diana la conciencia de su ser permanente» (ídem, p. 204). Lo que hace

suponer que hasta ahora vivía en el reino del subconsciente, en la libertad

de las represiones sociales y familiares (Todo lo cual sería susceptible de una

interpretación psicoanalítica). Entonces aparece Celín en la plenitud de su

figura, cuya «estatura superaba a la de la joven. El mancebo abrió sus ojos,

que fulguraban como estrellas, y la contempló con cariñoso arrobamiento»

(Ob. cit., p. 204). Y en este instante se produce, junto a la transformación,

la liberación suprema de Diana por medio del abrazo del joven, quien revela

la maravillosa naturaleza de su ser verdadero, en el climax del relato, que

corresponde a la culminación del elemento sobrenatural, donde nuestra he

roína, según el cronista,

se sintió transfigurada. Nunca había sentido lo que entonces sintiera, y

comprendió que era gran tontería dar por acabado el mundo pnrque

faltase de él don Galaor de Polvoranca. Comprendió que la vida es

grande, y admiróse de ver los nuevos horizontes que se abrían a su

ser. Celín dijo algo que ella no comprendió del todo. Eran palabras

inspiradas en la eterna sabiduría, cláusulas cariñosas y profundas con

ribetes de sentimiento bíblico: "Yo soy la vida, el amor honesto y

fecundo, la fe y el deber..." {Ob. cit., p. 205).

Con ello el autor quiere revelarnos el sentido simbólico o alegórico de su

personaje, pero aún así comprendió que quedaba todavía algo ambigua la in

terpretación última de la obra. Necesitaba despertar a la realidad del mundo

cotidiano; enlazar las estructuras del principio del segundo capítulo con las

cláusulas finales del último. Para ello había que explicar todo lo ocurrido

entre ese momento y los acontecimientos del último capítulo como un sueño,

recurso utilizado no sólo en sus obras de fantasía, sino en sus obras realistas,

como ha estudiado muy bien Joseph Schraibman, aunque no haya reparado

en estos relatos menores83.

Así, pues «Diana despertó en su lecho y en su propia alcoba del palacio

de Pioz, a punto que amanecía». Pero lo curioso es que esa pretendida narra

ción objetiva queda destruida con este final, ya que entramos en el terreno

de lo fantástico-maravilloso y de lo cual es consciente el propio autor cuan

do añade:

Parece que aquí debía terminar lo maravilloso que en esta Crónica

tanto abunda; pero no es así, porque la señorita Diana se incorporó

197

en el lecho, dudando si fue sueño y mentira el encuentro de Celín, el

árbol y la caída, o lo era aquel despertar, su alcoba y el palacio de

Pioz. Por fin vino a entender que estaba en la realidad, aunque la des

concertó un poco el escuchar un rumorcillo semejante al arrullo de las

palomas. (Ob. cit., p. 207)M.

Recuérdese la referencia que hemos hecho al patrón y heráldica de la casa

de los Pioz, donde lucía por todas partes la simbólica paloma del Espíritu

Santo. Pues es ahora cuando ese poder sobrenatural, tan conocido por la

iconografía y emblemática cristianas, se muestra plenamente en su ser como

si del final de un auto religioso moral se tratara.

Diana mira en torno, y ve un gran pichón que, levantando el vuelo,

aletea contra el techo y las paredes.

Y oye a una voz que dice:

—"¿No me reconoces? Soy el Espíritu Santo tutelar de tu casa, que

Me encarné en la forma del gracioso Celín para enseñarte, con la

parábola de Mis edades y con la contemplación de la Naturaleza, a

amar a la vida y a desechar el espiritualismo insubstancial que te

arrastraba al suicidio" (Ob. cit., p. 207).

Es evidente, pues, que a pesar del sentido alegórico y su intencionalidad

indudable aunque difusa, este sentido es, en cierto modo, rebasado por la

imaginación galdosiana, añadiendo a la alegoría elementos extraños unas ve

ces y maravilloso-fantástico otras. Así el de la metamorfosis del Espíritu

Santo en sus sucesivas edades —de chicuelo a hombre— hasta su reaparición

final en la forma tradicional de paloma. Sea en el «sueño» o en la «realidad»

nos encontramos aquí frente a una de las constantes de la literatura fantás

tica: «la existencia de seres sobrenaturales, más poderosos que los hombres»

para utilizar lateralmente la frase de Todorov. Además Galdós lo usa preci

samente para «influir en el destino de los hombres» aunque en este caso el

ser real representado, la joven Diana, es a su vez símbolo ambiguo del letar

go de la vida en la estación invernal. A partir de la muerte de Galaor —que

tiene al principio un sentido limitado— al unirse a las tendencias suicidas

de su amada, pueden representar las fuerzas destructoras del invierno, y Ce

lín el espíritu y el poder sobrenatural que anima la resurrección de la vida,

cuya causalidad está tanto en la Naturaleza como en el subconsciente colec

tivo de la humanidad. Esto corresponde además a la interpretación que da

Gustavo Correa de la Naturaleza en la obra de Galdós, en cuyo «seno fecun

do —según sus palabras— el hombre halla refugio seguro y dentro de ella

se expresa en la plenitud que corresponde a los ritmos naturales» 25. En este

sentido las narraciones simbólico-alegóricas de las estaciones —Celín, Tropiquillos

y Theros— son expresión plena de estos «ritmos naturales», aunque

en el relato que hemos examinado se rebase esta intencionalidad primera para

198

darse ese «denominador común» que señala el crítico ruso en la literatura

fantástica, y que son dos temas: «metamorfosis y pan-determinismo, que re

presentan la ruptura de materia y espíritu».

Conclusiones

Aventurémonos, finalmente, a clasificar estas obritas dentro de las corrien

tes literarias de su tiempo y en el contexto mismo de la obra galdosiana.

Es cierto —como afirma Todorov— que el s. XIX vivía una metafísica

de lo real y de lo imaginario, y en la literatura fantástica no es más

que la conciencia intranquila de ese s. XIX positivista26.

No pretendemos decir que estas pequeñas narraciones puedan ser tenidas

como sintomáticas en este conflicto entre lo real y lo imaginario; pero si las

contemplamos dentro del conjunto de toda la obra de Galdós no cabe duda

que quedan mejor explicadas al rechazar para su obra ese punto de vista co

rriente y simplista que presenta la literatura (y el lenguaje) «como una ima

gen de la realidad», como un calco de lo que es ella, como una serie paralela

y análoga» 27. En este sentido podemos buscar un lugar para situar en lo lite

rario estos cortos relatos, considerándolos, aparte de su común denominador

de cuentos, en lo que tienen de economía de elementos y de intencionalidad

final, dentro de la clasificación propuesto por N. Fryre para los géneros narra

tivos, como «romance», ya que según interpretación de Pagnini

La diferencia entre novel y romance (novela y relato fantástico) con

siste principalmente en que el romance no se propone crear personajes

verdaderos, sino más bien figuras estilizadas que tienden al tipo psico

lógico y, además, no se preocupa de colocarlas en un marco social

consistente. .28.

. Todo lo cual conviene perfectamente con el relato de Celín, pues a más

abundamiento «El romance —fuera de las connotaciones que tiene en cas

tellano— tiende a la alegoría y se sitúa entre el novel que trata de los hom

bres, y el mito que trata de los dioses...» (ídem); todo lo cual encaja justa

mente en lo que hemos pretendido presentar aquí.

En resumen, podemos terminar con lo que Ricardo Gullón dijo acertada

mente hace tiempo:

fe* ...

En Galdós los elementos maravillosos, lo irreal y fantástico sigue fun

dido con la realidad, y en la mayoría de sus novelas lo encontramos,

pero no en estado puro, como en los cuentos de Hoffman, sino por

decirlo así, potable, en la dosis y medida que la realidad los depara.

No es posible separar del todo lo fantástico y lo real, pues la realidad

es fantástica y la imaginación no funciona en el vacío29.

199

Y en estos cuentos alegórico-fantásticos Galdós llega un poco más allá

que con sus novelas sociales a las que se refiere dicho párrafo, a través de lo

simbólico y lo alegórico, a una intra o suprarealidad, que no podía conseguir

por otro camino. Es lo que podría resumirse, con palabras de Todorov —a

nivel de enunciado— como «La operación que consiste en conciliar lo posible

y lo imposible puede llegar a definir la palabra «imposible». Y sin embargo, la

literatura es: he aquí su mayor paradoja»30. Y esta paradoja es la que hace

pensar que el discurso empleado por Galdós en sus narraciones fantásticas es,

en alto grado, propiamente literario, o con una palabra más actual, pertenece

a la literaridad.

La Laguna, agosto 1978.

NOTAS

1 Véase "Sobre la veta fantástica en la obra de Galdós", I, Atlante (A Quartely

Review Published by the hispanic and luso-brazilian councils), abril, 1953, vol. I, n.° 2.

2 Véase "Sobre El Caballero encantado", Actas del primer Congreso Internacional

de Estudios Gáldosianos, Ed. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1977, pp. 336 y ss.

3 Véase Ed. La Guirnalda, Madrid, 1890; 2.* ed. Sucesores de Hernando, idem,

1909 (por la que citaremos aquí) y Ed. OC, Aguilar, tomos IV y VI, Madrid, 1951.

* Véase Ed. cit., 1909, pp. 8-9.

5 Debo agradecer a la Prof.* D.» Pilar Aparici la localización de esta obra en la

Hemeroteca de Barcelona.

• Véase Ed. OC, Aguilar, Madrid, 1951, t. VI, pp. 436-497.

7 Véase Vida y obra de Galdós, Ed. Gredos, Madrid, 1951, p. 117.

8 En la Biblioteca de Galdós se conservan los tomos correspondientes a los años

1877-81; 1882-86; 1887-90; y 1891-96.

9 Está recogida en OC, Ed. Aguilar, t. VI, Madrid, 1951, con el título de Junio,

pp. 479-485.

w Véase Bibliografía de Galdós, I, Ed. Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria,

1972, p. 406.

11 En la Biblioteca de Galdós se encuentran los números correspondientes a los

años 1878-79 y 1881-83.

u Véase ob. cit., p. 343.

13 Véase más arriba la descripción de esta obra realizada por la Editorial Henrich

v Cía. de Barcelona, 1889.

M Lo que va entre paréntesis aparece tachado en el manuscrito.

15 Véase Introducción a la Literatura fantástica, Ed. Tiempo contemporáneo, Buenos

Aires, 1972, pp. 43-44.

16 Véase Ed. Alianza, Madrid, 1970.

17 Véase Dreams in the novéis of Galdós, Hispanic Institute in the United States,

New York, 1960.

18 Véase Introducción a la Literatura..., p. 163.

200

19 Véase Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez Caldos. Ensayo de

estética realista, Bogotá, 1967, p. 220.

30 Véase ob. cit., p. 229.

21 ídem, p. 231.

23 Véase ob. cit., Todorov, p. 131.

33 Véase Dreams in the novéis of Caldas, Hispanic Institute in the United States,

New York, 1960.

34 El subrayado es nuestro.

* Véase ob. cit., p. 252.

36 Véase ob. cit., p. 194.

37 ídem, p. 206.

38 Véase M. Pagnini, Estructura Literaria y método critico, Eds. Cátedra, S. A.,

Madrid, 1975, p. 107.

» Véase "Lo maravilloso en Galdós", Rev. ínsula, núm. 113, mayo, 1953.

19 Véase ob. cit., p. 207.

201