ACERCAMIENTO A LA FONTANA DE ORO

José Pérez Vidal

Propósito

Cualquier proceso de creación resulta de factores complejísimos. Ni el

propio creador tiene clara conciencia de todos ellos. Incurre, pues, en gran

candidez quien pretenda precisarlos de modo completo y evidente. Se puede,

cuando más, esbozar a grandes rasgos el marco histórico cultural en que la

creación se ha producido, señalar corrientes de diverso género que han podido

contribuir a la labor creadora, indicar algunas circunstancias determinantes

de esta labor.

Aquí, con la convicción de esas limitaciones, se intenta ordenar y resumir

algunos de los fenómenos sociales, hechos y accidentes de diversa índole

que, al parecer, favorecieron, con su concurrencia, la concepción de La Fon

tana de Oro. Porque esta obra, tenida por la primera novela española moder

na, no es un producto de la Revolución de Septiembre, como, con gran sim

plicidad, suele presentarse, sino consecuencia, en gran medida, del mismo

movimiento sociocultural que desemboca en la Septembrina.

Conciencia de cambio

Desde el comienzo de aquel tercio central del siglo, una serie de innova

ciones materiales e ideológicas, que toma cuerpo entre 1848 y 1854, estaba

dando lugar a cambios muy importantes en la vida y en el pensamiento.

202

El desarrollo de la clase media, los rápidos enriquecimientos (por las de

samortizaciones, los aprovisionamientos de los ejércitos, etc.), la aplicación de

nuevas fuentes de energía (el vapor, la electricidad), los comienzos de indus

trialización, la implantación de nuevos medios de comunicación y de trans

porte (el tren, el buque de vapor, el telégrafo) habían originado mudanzas tan

notables, que todo el mundo se había dado cuenta de las novedades. Y no

sólo se tenía conciencia de los cambios, cosa que siempre es importante, sino

que, por lo común, se exageraba: «El siglo XIX es el siglo del movimiento

continuo», dictaminaba «Fray Gerundio»1; «¡Ya no hay distancias!», excla

maba, lleno de entusiasmo, Antonio Flores2; «La palabra imposible se ha

borrado del Diccionario de este siglo», hiperbolizaba Martínez de la Rosa

desde la presidencia del Ateneo 3. Además, tanto como las modificaciones in

teriores, se observaban y admiraban los grandes acontecimientos que se esta

ban produciendo en el exterior: la apertura de las fronteras chinas, la cons

trucción del canal de Suez...

La mayor facilidad de comunicaciones había despertado la afición a los

viajes, a los veraneos en el extranjero —cuanto más distante más elegantes—.

Y las salidas al exterior habían desarrollado un vivo afán de superación. Para

todo se tomaba como meta e ideal la equiparación a los demás países eu

ropeos.

Por otra parte, los principios de industrialización habían originado el co

mienzo de las cuestiones sociales. Era una inquietud de la que ya nadie podía

librarse. La creciente clase obrera ya tenía conciencia de clase. En 1854 las

masas habían desbordado a los militares y políticos de la vicalvarada y habían

esbozado una versión hispana de la revolución europea del 48. Galdós sabrá

ver claramente cómo la población trabajadora, que cada vez se. incorporaba

más a la acción que podríamos llamar liberal, mezclaba entonces con esa

tendencia el planteamiento de reivindicaciones de clase. Y así pondrá en boca

de un artesano que junto a la Milicia se bate en las jornadas madrileñas de

julio, estas aspiraciones:

—Venga, sí, toda la libertad del mundo; pero venga también la mejora

de las clases . , porque, lo que yo digo, ¿qué adelanta el pueblo con

ser muy libre si no come? Los gobernantes nuevos han de mirar mucho

por el trabajo y por la industria" *.

Como resultaba obligado, la organización de la instrucción pública se ha

bía adaptado a las nuevas necesidades. Primeramente, el plan general de 1845

prestó la máxima atención a la segunda enseñanza, porque así lo reclamaban

«el estado de las luces, la importancia de las clases medias y las necesidades

de la industria». Después, en 1850, se crearon las escuelas artísticas y técni

cas: las de Bellas Artes, las industriales, las de agricultura, comercio y náu

tica 5. Y no se limitó la reforma a crear los nuevos centros; también se ocupó

de enderezar al alumnado hacia ellos. Conscientes los gobernantes del apego

203

a los estudios tradicionales de jurisprudencia, medicina y teología, los car

garon de dificultades —matrículas más elevadas, más años, más asignaturas—

para alejar de ellos a los estudiantes; y al mismo tiempo, para atraer a éstos,

ofrecieron toda clase de facilidades —empezando por enseñanza gratuita—

en las enseñanzas técnicas6. La figura del ingeniero puede considerarse uno

de los índices más significativos del cambio que entonces se opera.

La reforma universitaria no había sido menos trascendente. La antigua

Facultad de Filosofía, que englobaba los estudios de Letras y Ciencias, se

había subdividido en tres de nueva creación: Literatura y Filosofía, Ciencias

exactas, físicas y naturales y Ciencias políticas y administrativas7. Y a la

Universidad de Madrid se le había dado una organización y una misión ex

cepcionales. El espíritu de la universidad complutense hacía años que se había

desvanecido en los claustros alcalaínos. La Universidad de Madrid, con espí

ritu nuevo, intentaba llegar a ser la Universidad Central soñada por Manuel

José Quintana en 1813: «un centro de luces a que acudir y un modelo sobre

saliente que imitar b 8. Trataba de auparse a la altura de los nuevos tiempos

y de europeizarse. Mientras en las escuelas mercantiles y técnicas se plantean

estudios de cuño aríglo-francés, en la Universidad madrileña se introduce la

filosofía alemana. Bien sabido es que precisamente el mismo año (1843) en

que se inicia el traslado de la Universidad al edificio del exnoviciado de je

suítas, un decreto había nombrado profesor de la Facultad de Filosofía a

don Julián Sanz del Río con la obligación de pasar dos años en las universi

dades alemanas9.

El cambio en las artes y las letras

Al compás de todas estas innovaciones, hacía tiempo que también se es

taban produciendo cambios importantes en las manifestaciones literarias y

artísticas. Por ser muy conocidos y por disponer aquí de poco espacio, pueden

bastar como muestras indicadoras unas notas sobre la renovación que se

estaba produciendo en la oratoria, de la que entonces tanto se usaba y

abusaba.

Todavía los grandes oradores románticos como Alcalá Galiano empleaban

párrafos de gran aliento; párrafos que se echaban a rodar e iban hinchándose

de oraciones sucesivamente subordinadas, hasta que, al fin, remataban el giro

y quedaban redondos y flotando como globos. Mas ya los oradores jóvenes,

como Castelar, tendían a producir la hinchazón sobre todo por el amontona

miento de oraciones sueltas; se reiteraban las ideas, pero en expresiones in

dependientes; la yuxtaposición gana terreno a la subordinación. Echegaray,

con su mentalidad más de hombre de ciencia que de literato, dirá de la ora

toria romántica que es de tipo orgánico y calificará de lineal la de la segunda

mitad del siglo10.

204

En relación con esta variación de estilo oratorio, resulta muy significativo

un hecho. En el Ateneo de Madrid, donde alternan los debates políticos y los

científicos, Pacheco introduce la novedad de explicar sus lecciones sentado;

quiere así acentuar el descenso a la expresión sencilla, más animada por la

clara exposición de las ideas, que por una intención estética y efectista n.

Con referencia al cambio general de estilo y a la conciencia que ya de él

se tiene, resultan, en fin, muy valiosas estas observaciones de Sanz del Río:

Hoy miramos y estimamos las construcciones gramaticales menos en

relación con el arte y la fantasía que con relación al pensamiento [...];

se descubre hoy en el discurso hablado el predominio de la construc

ción directa puramente indicativa, sobre la construcción adjetiva y

figurada [ ..]; se han desterrado de nuestras construcciones numerosos

términos de relación, enlace y conjunción, ciertamente muy significa

tivos y característicos, pero que recargaban el discurso, interrumpían

su unidad, detenían su marcha rápida12.

Para rematar este esbozo de cuadro general de la transformación que des

de comienzos de aquel segundo tercio del XIX se estaba operando en España,

resulta obligado indicar el cambio que más directamente se refiere al tema

de la presente comunicación. En España, el género novelesco, que durante el

período romántico no había sido enriquecido con ningún título importante,

había empezado a abandonar las lejanías históricas y a retraer la atención a

tiempos más próximos y aun a los primeros planos de la vida cotidiana. Gui

llermo Zellers, en su estudio sobre la novela histórica en España entre 1828 y

1850 u, registra catorce novelas cuya acción se desarrolla en el siglo XDC. Y

Reginal F. Brown, en su conocida obra sobre la novela española desde 1700

a 1850, afirma que «la única historia que satisface a los novelistas después de

1845 es la contemporánea» w.

El enfrentamiento político-religioso.

La llegada de Galdós a Madrid.

Cuando Benito Pérez Galdós, con sus espigados diecinueve años, llega a

Madrid por vez primera (1862), todo este amplio proceso de cambio, del que

Gran Canaria no era completamente extraña, ya había alcanzado bastante

desarrollo y vitalidad. Sólo continuaba sin variación, obstaculizando los múl

tiples propósitos de reforma, e infelizmente sin ofrecer perspectivas de mejo

ra, el tenaz enfrentamiento de los españoles a causa de su intolerancia polí

tico-religiosa.

Entonces el enfrentamiento más bien se acentúa. Concluye el largo perío

do unionista, fracasan los esfuerzos conciliadores de Miraflores para estable

cer un turno con los progresistas, y éstos, viendo llenas de trabas las vías

205

legales, acuerdan retirarse de ellas y acudir a las acciones de gran efecto, Se

inicia el período revolucionario que culminará en septiembre de 1868 15.

Como la política invade todo, la Universidad Central, en la que Galdós

se matricula, se politiliza radicalmente y se convierte, cada vez más, en centro

y objeto de discusión. Aumenta de curso en curso el número de catedráticos

con ideas nuevas, liberales y europeizantes16. Y se multiplican igualmente los

defensores nostálgicos de posiciones tradicionales y cerradas17; los neocató

licos, aunque influidos también por doctrinas foráneas, sobre todo italianas,

no acogen de buen grado lo que en ellas encuentran de apertura; en lugar

de desarrollarlas y superarlas como han de hacer los neocatólicos de Lovaina,

las sujetan y cohiben; el preocupante espectáculo del proceso secularizador,

ya superado grandemente en otros países, les frena. Las cátedras, las tribunas

y los periódicos se convierten en reductos de las más vivas polémicas.

Con estas actitudes enfrentadas coexisten tanto en los niveles teóricos co

mo en los prácticos —eclecticismo, krausismo, Unión liberal...— disposicio

nes conciliadoras y armonizantes. Pocas veces se ha hablado de armonía y

humanidad tanto como entonces. Y en ambientes más diversos. Pero estas

posturas conformadoras, lejos de apaciguar a los extremados, constituyen

casi siempre un motivo más de lucha.

Acentuación de la renovación literaria.

La novela.—El teatro.

La llegada de Galdós a Madrid coincide también, en cierta medida, con la

acentuación, de forma consciente del espíritu de renovación literaria. Fran

cisco Giner, que, con veinticuatro años y ya licenciado en Derecho llega a la

corte durante el curso de 1863-1864, puede tomarse como ejemplo de los

numerosos críticos que detectan esta mudanza; en uno de los primeros es

critos que publica en Madrid comenta con agudeza:

¿Podrá nadie sostener con fundamento que puede el arte literario vivir

sólo de memorias, por gloriosas que sean, de otras edades? [ . ] La

literatura [ ..] rompe hoy también los diques en que la sujetaron las

preocupaciones de todos géneros y como el poeta florentino

"per correr miglior acqua alza le vele".

Al hablar del nuevo ideal, precisa que no lo constituyen

" ojeadas retrospectivas, ni predicciones fantásticas, sino imágenes

de la vida, esto es, la esperanza unida al recuerdo en la perpetua con

tinuidad del presente" 18.

Y no se da sólo en los jóvenes esta postura renovadora. La Real Acade

mia Española, cuya actuación ha tendido más a recoger usos consagrados que

206

a abrir caminos con gestos arriesgados de vanguardia, ya presta su autorizado

apoyo al nuevo rumbo de la novela. En octubre del mismo año de 1863, toma

el acuerdo de premiar con 20.000 reales al autor de una novela original, no

histórica, de costumbres contemporáneas españolas.

La innovación temática no se desenvuelve sin oposiciones; paradójica

mente, sin que falte hasta la oposición de autores todavía jóvenes. Don Juan

Valera ha contradecido a Nocedal, que, en su discurso de ingreso en la Aca

demia (1860), ha propugnado el recorte de la fantasía en la novela. Valera

no concibe una novela de hechos vulgares y corrientes:

En el mundo en que vivimos, particularmente los individuos de la clase

media, tenemos a menudo que seguir un carril, amoldarnos en una

misma turquesa y ajustamos a cierta pauta, todo lo cual amengua y

descabala y aun destruye la autonomía novelesca, o, por lo menos,

impide su manifestación y desarrollo. A no ser un foragido, esto es,

a no estar libre de muchas de las exigencias sociales, cualquier honrado

burgués de nuestros días se halla muy en peligro de que jamás le

suceda cosa alguna que tenga visos de las que en las novelas suceden 19.

Y si en algún momento Valera admite sucesos vulgares en la novela, es

con indispensables condiciones:

El novelista puede limitarse a pintar personajes y a narrar sucesos

vulgarísimos y hasta soeces, si gusta; pero ha de ser como contraste

satírico de un ideal de limpieza, perfección y decente compostura, que

ha de estar siempre presente y ha de purificar o poetizar aquellos

cuadros20.

El teatro se hallaba también en crisis, pero todavía se mantenía a notable

altura. Coexistían el drama romántico, si bien ya muy moderado, y la come

dia realista, todavía muy comedida. Ya Ayala había estrenado El tanto por

ciento y en 1863 se estrena El nuevo Don Juan.

Galdós todavía no tiene rumbo fijo. En Las Palmas ya había enjaretado

algunos dramas románticos. En Madrid realiza nuevos intentos. El éxito di

recto y espectacular que puede lograrse en los estrenos atrae entonces como

siempre hacia la literatura teatral a los literatos en cierne21. Pero Galdós

presta, también desde Las Palmas, muy frecuente atención a la novela, aun

que no con intentos de. creación, sino con duras críticas de las novelas al uso.

Los ataques de Galdós contra las novelas por entregas proseguirán, como es

bien sabido, durante muchos años. La censura de lo que no debía hacerse,

pudo contribuir a aclararle lo que se debía hacer.

Mas, por encima de los distintos géneros, de lo que Galdós fue consciente

en seguida fue de la importancia del cambio que se estaba produciendo. Ya

en su primera Revista de Madrid (mayo 1863) ^ a propósito de El nuevo

Don Juan, reconoce que por no tener ya. los mitos carta de naturaleza, al de

207

Don Juan se le ha despojado de su parte poética, dejándole sólo la fealdad

del seductor para escarnio de la sociedad.

*Una escuela literaria reflejo de nuestra siglo».

Importancia de 1865.—Los maestros alemanes.

En estas revistas de Madrid, que envía a El Ómnibus de Las Palmas, y en

las revistas de la semana, que publica en La Nación de Madrid, son frecuen

tes, no obstante, durante algún tiempo los toques costumbristas con dejos

nostálgicos, de acuerdo con la tradición revisteril.

Pronto, sin olvidar la historia, la atención se fija principalmente en el pre

sente. Véase, por ejemplo, este comentario a la salida de la corte para La

Granja ":

Si estuviéramos en el siglo XVII, Madrid estaría a estas horas como

jaula sin pájaros. Trasladada a los Sitios Reales la alta sociedad, la

capital quedaría reducida a un inmenso villorrio...

Pero como estamos en el siglo XIX, aunque muchos, cuyos nombres

me callo, viven o quieren vivir en aquellos felicísimos tiempos, sucede

que la Corte se marcha y Madrid se queda lo mismo que estaba, con

su buena sociedad, sus artistas, sus literatos, su insaciable sed de

espectáculos...

Si la nobleza de la sangre sigue a la Corte, la nobleza del dinero per

manece en Madrid; las lujosas tiendas continúan abiertas ofreciendo

al público sus variados adminículos...

Y lo mismo que la nobleza del dinero, se quedan en Madrid la aristocra

cia del arte y la de las letras.

Dedicada al estudio [la de las letras], emprende una gran lucha con lo

antiguo para crear la escuela, reflejo de nuestro siglo, y dar esplendor

a la literatura moderna.

Por último, si la aristocracia de la política, los ministros, sigue a los reyes,

también

la aristocracia de la opinión, la Prensa, se queda en Madrid para juzgar

sus actos, para sostener la terrible lucha con lo convencional y lo

reaccionario.

La creación de una nueva escuela literaria «reflejo de nuestro siglo», la

alucha con lo convencional y lo reaccionario». ¿No está aquí ya el arranque

de todo un esperanzado programa?

Aquel año, 1865, representa una fecha muy importante en la vida de

Galdós: ingresa, por vez primera, como redactor en un periódico madrileño;

208

sujeto a esta obligación, pasa también por vez primera un verano en Madrid **,

de donde no le aleja ni la epidemia de cólera; lee muchísimo, libre de obli

gaciones universitarias, porque el nuevo curso, para evitar contagios, no se

inaugura hasta después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo; con propó

sito, tal vez, de quedarse ya definitivamente en la capital, presta especial aten

ción a la adquisición de libros para su biblioteca25; adquiere y lee, entre otros,

nueve volúmenes de Balzac; se hace socio del Ateneo; abandona sus inten

tos de autor teatral y encamina sus pasos hacia el género narrativo...

Durante el otoño toca con alguna frecuencia en sus revistas el tema de

la novela. Primero en la revista dedicada a la feria de Atocha, escrita sobre

el vivo recuerdo de la que Mesonero dedicó al mismo acontecimiento; des

pués, en la revista titulada Madrid desde la veleta; la revista de la feria

aventaja a la del Curioso Parlante, no sólo en el comentario de las novelas

que encuentra en los puestos, sino en la imaginación novelesca con que trata

del supuesto destino de ciertos muebles; en Madrid desde la veleta reco

mienda a los novelistas el alto recurso inquisitivo del Diablo Cojuelo, conocido

desde muy pronto por él26 y recordado repetidas veces por los costumbris

tas27; todavía en el juicio del año —Las siete plagas del año 65— muestra

su obstinación contra las malas novelas:

¡Cuánta novela, gran Dios, cuánta novela! No hay esquina donde no

se anuncie en letras gordas una recientemente salida del cacumen de

un escritor y dada a la estampa por las prensas del más artificioso de

los editores

Lo que nos sorprende es que haya quien lea estas novelas .

Empieza por entonces un pequeño período, no determinado y estudiado

hasta ahora, en que Galdós se entrega a los «maestros alemanes»28; un pe

ríodo, que comprende la segunda mitad de 1865 y todo el año siguiente, y

en el que su vena fantástica se escapa contrapesada por la del humor; la

conciencia de la superación del romanticismo frena el delirio de la fantasía.

A este período corresponden Una industria que vive de la muerte, la Necro

logía de un prototipo y La sombra29.

La realidad española y la realidad literaria

Pero mientras por un lado Galdós tiene estas escapadas fantásticas, por

otro el acontecer de la vida española le aferra cada vez más a una dolorosa

realidad. Desde principios de 1866, tropieza con grandes dificultades para

cumplir sus obligaciones periodísticas. El pronunciamiento de Villarejo de

Salvanés, aunque fracasado, aumenta las tensiones políticas, y, como conse

cuencia, origina medidas muy rigurosas: estado de sitio en Madrid, severa

censura de prensa, clausura de las aulas del Ateneo, etc. Hay que tener mu

cho cuidado con lo que se dice.

209

14

Como se podrá observar, las revistas de Galdós correspondientes al pri

mer semestre de este año no son con frecuencia verdaderas revistas de la se

mana. El periodista no puede tocar la actualidad, que arde, y acude a muy

diversos expedientes para atender las secciones a su cargo. En La Nación

recurre, primero (enero y febrero), a una Galería de españoles célebres: Me

sonero Romanos, Ferrer del Río, Hartzenbusch, Camús; de ella interesan

principalmente la primera y la última de las semblanzas; en la de Mesonero,

declara expresamente que ha leído las Escenas y El antiguo Madrid, y reco

noce que Madrid ya no es el Madrid pintado por Mesonero; ha cambiado

muchísimo; en la semblanza de Camús, demuestra su sólida y amplia forma

ción humanística. Después, unas veces hace reseñas de libros —Cantares de

Melchor Palau, Fábulas religiosas y morales de Felipe Jacinto Sala—; otras,

se refugia en las inofensivas revistas de teatros y conciertos; otras, por últi

mo, en comentarios de fiestas y solemnidades del ciclo anual: Carnaval, Se

mana Santa, etc. Sólo muy rara vez se atreve a tratar algún tema de honda

y peligrosa actualidad; por ejemplo, el de la crisis económica.

De toda esta producción periodística, conviene destacar las dos reseñas li

terarias y en ellas la obsesionada terquedad con que insiste en los ataques

contra la novela folletinesca. La reseña de los Cantares de Melchor Palau po

ne más en claro, con gran carga de ironía, la falsa realidad, a que se ha re

ferido poco antes, al tratar del estreno de la comedia El suplicio de una mu

jer; dice ahora:

¡La novela!, dennos novelas históricas y sociales; novelas intencio

nadas, profundas; novelas de color subido, rojas, verdinegras, jaspea

das. Píntennos las pasiones con rasgos brillantes, con detalles gráficos

que nos hagan saltar del asiento. Queremos ver descritas con mano

segura las peripecias más atroces que imaginación alguna pueda con

cebir; hágasenos relación, especialmente, de los crímenes más abomi

nables; preséntesenos el instinto de la perversidad en todo su vértigo;

el demomo del crimen con toda su fealdad; queremos ver al suicida,

a la adúltera, a la mujer pública, a la Celestina, a la bruja, al asesino,

al baratero, al gitano; si hay hospital, mejor; si hay tisis regeneradora,

¡magnífico!; si hay patíbulo, ¡soberbio!; saqúese todo lo inmundo,

todo lo asqueroso, todo lo leproso, etc., etc. Realidad, realidad; es

críbannos la verdad de las miserias sociales esos escritores señalados

por el dedo de la gacetilla, santificados por el repartidor, canonizados

por el prospecto.

Dennos impresiones fuertes, un cangilón de acíbar y otro de menta

en cada página, aunque la pintura de caracteres no sea muy feliz, y el

sostenimiento de los mismos esté un poco descuidado; dennos un

puñal que destile sangre y ocho corazones que destilen hiél, aunque

el plan no peque de verosímil y el ideal poético brille por su ausencia.

Realidad, realidad; queremos ver el mundo tal cual es, la sociedad

tal cual es, inmunda, corrompida, escéptica, cenagosa, fagosa, etc. Poco

importa que las concordancias gramaticales sean un tanto vizcaínas y

los giros un poquito traspirenaicos. ¡Realidad, realidad!

210

En la reseña de las Fábulas religiosas y morales de Felipe Jacinto Sala,

la censura del folletín no es tan directa y declarada; no pasa de una ligera

alusión al contubernio editor-autor que sirve de base a la novela por entre

gas, «...abigarradas concepciones que engendran ciertos escritores en compli

cidad con empresas editoriales no muy celosas del esplendor de las letras es

pañolas».

En esta línea resulta muy significativo, como ya se ha señalado, la insis

tente constancia con que Galdós rechaza todo ese género de subnovelas.

Desde Un viaje redondo (1861), en que nos presenta a los novelistas en el

Infierno, hasta estos primeros meses de 1866, de que ahora se trata, la crítica

del folletín surge en la producción galdosiana hasta donde menos se la es

pera; como aquí, a propósito de un libro de Cantares y de otro de Fábulas.

Y en esta misma línea conviene anotar todavía una observación curiosa

que refuerza la impresión de ininterrumpida continuidad: la permanencia de

una concepción: la representación del lector de folletines como una especie

de tumboallas: «Oh tú, lector gastrónomo, engullidor de libros... ¡tú que a

fuerza de magullar novelas y de merendar folletines...»; así se dice en Un

viaje redondo; ahora, en la reseña de los Cantares, las expresiones casi se

repiten: «...hoy que los estómagos de los aficionados a las letras están tan

acostumbrados a digerir los ampulosos pliegos en cuarto que expende Manini,

ayudado por la inspiración un tanto gastronómica de los condimentadores

de novelas».

En la Revista del Movimiento Intelectual de Europa, Galdós se defiende

mejor de la censura, acogiéndose al propio carácter de la publicación, euro

peizante y de divulgación científica. Los comentarios de las novedades litera

rias, artísticas, científicas y técnicas de ultrafronteras no estaban tan expues

tos al lápiz rojo del censor. En sus revistas, Galdós atiende principalmente al

movimiento intelectual de Francia: Thiers da la última mano a su historia

de la Restauración; Proudhon muere dejando «entre otras obras notables la

extraordinaria Philosophie de l'art; Edgar Quinet da a la luz un nuevo libro

de estudios políticos; Dumas escribe Los grandes hombres en bata; Víctor

Hugo está a punto de publicar Les travailleurs de la mer y para pronto anun

cia la novela titulada 1789 y dos dramas: Homo y Torquemada... De las no

ticias científicas le interesan sobremanera las astronómicas y los astrónomos

franceses son entonces también los más conocidos.

Dolor ante la situación de España.

Pobreza de novelas y de estudios históricos.

Sin embargo, las novedades extranjeras no sirven de tema a muchas revis

tas. Galdós al parecer, no pone mucho entusiasmo y atención en el pequeño

semanario. ¿Le preocupaba mucho más la vida española? ¿Tenía entre ma

nos algún trabajo más importante? Tal vez hubiese de todo un poco.

211

Desde el primero hasta el último de los artículos publicados este año en

la Revista, Galdós muestra tristeza y desánimo ante todo lo referente a Es

paña. Empieza (8 de enero), lamentándose de la situación:

Madrid se encuentra triste y acontecido. Los teatros están desanimados

y las sociedades literarias muertas. El Ateneo se halla en estado de

clausura, y en vano procuramos deleitarnos con las disertaciones humo

rísticas de don Fermín González Morón. Ya no vemos al festivo y

siempre risueño Punch, ni el elegante Journal ilustré. Toda la caterva

de individualidades periodísticas duermen allí su sueño estúpido; desde

El Times hasta Gil Blas.

La única muestra de vida intelectual que observa —o la única que le inte

resa de las que se producen— es la continuación de la Historia de España de

Lafuente: la aparición de los tres tomos correspondientes al reinado de Fer

nando VII; el prólogo le parece notabilísimo.

En marzo se vuelve a quejar de la falta de actividad intelectual: «A no

ser en cuestiones de política, nuestra querida patria se está mano sobre mano,

esperando no sabemos qué maná salutífero».

En abril repite las mismas quejas: «Madrid no ofrece nada de notable la

presente semana. Funciones viejas en los teatros, libros viejos en las librerías,

y política nueva, palpitante, candente en todas partes...».

Pero las mayores muestras de dolor por la postración de España se en

cuentran en la última revista (28 mayo):

Las letras y las artes dan pocas, si dan algunas, señales de vida. Muchas

veces nos hemos preguntado la causa de semejante postración en un

país de tan rica fantasía y de tan brillantes tradiciones literarias v

artísticas como España.

La nación que ha sido cuna de Cervantes, de Hurtado de Mendoza, de

Quevedo, del P. Isla, ¡qué novelistas cuenta hoy! Y en medio de tan

escaso mérito, ¡ cómo se exaltan ellos mismos hasta las nubes! ¡ Cuánta

miseria!

No hay conciencia en el escritor. La contagiosa rapidez de Alejandro

Dumas y otros novelistas franceses ha excitado cierta ridicula emulación

entre nosotros, y el público no lee, hace tiempo, más que vulgaridades,

sin siquiera los atavíos de la hermosa habla castellana, martirizada por

esos pseudoliteratos.

Otra clase de obras ¡ah!, ni se escriben, ni en caso de escribirse,

hallarían quizá compradores.

¡Qué de puntos hay que dilucidar en nuestra historia! Pero nadie se

cuida de los estudios históricos.

Los españoles ignoran más que ninguna otra historia, la de su país.

Podríamos citar un par de ejemplos.

¡ Con qué envidia leemos en los periódicos extranjeros la lista del sin

número de libros de artes, de ciencias, de literatura, que diariamente

se publican!

212

Galdós, a veces, parece escribir con desgana, con inseguridad, como si

presintiera la suspensión de la Revista. Sobre todo en los comentarios de fies

tas y conmemoraciones —Carnaval, Semana Santa, San Isidro— repite o

adapta artículos anteriores; y de las actividades teatrales hace resúmenes bre

ves y superficiales. Sus presentimientos, si en verdad los tuvo, resultaron des

graciadamente bien fundados. La Nación, Las Novedades y la mayoría de sus

colegas fueron suspendidos por decisión gubernativa. La Revista del Movi

miento Intelectual de Europa, filial de Las Novedades, también interrumpió

su publicación. Y Galdós, cuando ya estaba lanzado abiertamente a la vida

periodística, se queda, de pronto, sin «sus» periódicos. ¿Se ha pensado en la

posible influencia de este cerrojazo? ¿Se quedaría rumiando con amargura

las faltas que acababa de lamentar en su último artículo?

La nación que ha sido cuna de Cervantes, de Hurtado de Mendoza,

de Quevedo, del P. Isla, ¡qué novelistas cuenta hoy!

¡Qué de puntos hay que dilucidar en nuestra historia! Pero nadie se

cuida de los estudios históricos.

Los españoles ignoran más que ninguna otra historia, la de su país.

Hada el tema de «La Fontana»

Pero dejemos aquí a Galdós con sus amargas rumias de la historia y la

novela y pasemos a rastrear qué circunstancias y motivaciones le pudieron

empujar hacia el tema de La Fontana. Al parecer muchas y muy diversas. En

primer lugar, un hecho: Galdós encontró vivo, en su propia casa, el recuerdo

de la historia de España durante el primer tercio del siglo. Y no por la parti

cipación que su padre y su tío Domingo habían tenido en la guerra de la In

dependencia, sino, principalmente, por las andanzas y lances, casi desconoci

dos hasta ahora, de su tío Benito Galdós durante las cuatro primeras déca

das: subteniente prisionero de los franceses en Málaga (1810); casado apre

suradamente con una prima suya, y con la indispensable licencia de José I,

al pasar por Madrid (1811); prisionero todavía en Francia hasta el final de la

guerra; exiliado, por propia voluntad, después; en 1819, oficial de la expe

dición que, organizada en Londres por el mariscal Renovales, pasa a Amé

rica con el propósito de sujetar los movimientos independistas; casado, por

segunda vez, en Cuba; reincorporado, como teniente, al ejército español du

rante el trienio liberal; de nuevo prisionero de los franceses —de los cien mil

hijos de San Luis—; en esta ocasión, en Cartagena, que se rinde cuando ya

ha caído el gobierno constitucional (1823); diez años, los de Calomarde, de

segundo exilio en Francia e Inglaterra; de vuelta en España a la muerte de

Fernando; capitán con participación muy activa —gana dos laureadas— en

la guerra carlista, etc., etc.; mil zarandeantes vaivenes, en alivio de los cuales

213

había acudido en 1828 el que sería padre de nuestro escritor, visitando a su

cuñado en París M; sólo la muerte puso fin a las vicisitudes del consecuente

liberal el año 1838, próximo ya el final de la guerra, en Lárraga.

Benito Galdós no había vuelto a Canarias, salvo en 1819, de paso para

América, pero su recuerdo, sobre todo desde su fallecimiento, había quedado

arropado de tanto cariño en su familia, que Dolores, la hermana más peque

ña, había puesto el nombre de Benito el único hijo varón que después tuvo31,

el que ahora, todavía inconscientemente, se preparaba para historiar todos

aquellos episodios32.

No se pretende, entiéndase bien, exagerar la influencia en el novelista de

esta vinculación familiar a la historia española del primer tercio del siglo;

únicamente, señalarla como indiscutible origen del interés del escritor por la

historia de aquella época; como frecuente punto de referencia en sus lectu

ras históricas.

Y aquella época, en un plano general, sirve de fundamento a toda la cen

turia. Todo el siglo XLX —el siglo de la Historia ha sido llamado— trans

curre en España recordando las grandes acciones y los grandes héroes de sus

primeros años. Por motivos patrióticos o políticos, el 2 de mayo, el 19 de

marzo, el 7 de julio y otras fechas señaladas del mismo período se conme

moran con admirable vitalidad durante los años en que Galdós hace su apren

dizaje en Madrid.

A este recuerdo general, se sumó pronto en Galdós el recuerdo particular,

minucioso, sistemático a que le obligaban las actividades periodísticas. Las

revistas de Madrid, las revistas de la semana le forzaban a la búsqueda de

antecedentes en el Madrid de ayer. Mesonero, Larra, Goya, Miñano, don Ra

món de la Cruz le llevan de la mano en estas rememoraciones.

Como circunstancias que de un modo más directo refrescan entonces los

hechos que constituirán el fondo histórico de La Fontana de Oro procede ano

tar ante todo las relacionadas con la muerte repentina de Alcalá Galiano: el

recuerdo, por la oposición, en periódicos y tertulias, de los demagógicos dis

cursos juveniles pronunciados por el gran orador en la tribuna de la Fontana

de Oro, el célebre café; la lectura, por el mismo motivo, de obras recientes

del propio político: la Historia de España y los Recuerdos de un anciano;

la publicación inmediata de los Apuntes para la biografía del Excmo. Sr.

Don Antonio Alcalá Galiano escritos por él mismo.

Por otra vía, aparecen también entonces, como se ha visto, tres tomos

de la Historia de Lafuente correspondientes al reinado de Fernando VIL El

propio Galdós los comenta en una de sus revistas de la semana (22 enero

1866). La época fernandina se encuentra de ineludible actualidad.

Con esta impregnación histórica del primer tercio del siglo, Galdós pudo

empezar a darse cuenta de que los grandes trastornos que estaban acaecien

do en aquellos sus primeros años madrileños —la noche de San Daniel, el pro-

214

nunciamiento de Villarejo de Salvanés, etc.—, no eran sino continuación de

una serie de perturbaciones que venía de atrás y que tenía su origen en dolen

cias nacionales muy hondas.

El espectáculo más siniestro.

Viaje a Canarias.

En esta situación sobrevino el 22 de junio de aquel año de 1866 la suble

vación del cuartel de San Gil. El espectáculo de la conducción de los sargen

tos, entre alaridos de clarines, al lugar de fusilamiento, fue «el más trágico y

siniestro» que Galdós, según confesará en las Memorias, presenció en su vida.

A una de sus criaturas más queridas traspasará el recuerdo de aquellos tristí

simos hechos de este modo: «Como subsiste indeleble hasta la vejez la señal

de la viruela en los que han padecido esta cruel enfermedad, así subsistió en

la complexión psicológica de Ángel Guerra la huella de aquel inmenso tras

torno».

Mas aquella convulsión no le afectó solamente por la siniestra conducción

de los sargentos condenados. También por la alteración general y por la re

presión, que no conoció alivio durante todo el verano: cuatro tandas de fusi

lamientos con 60 víctimas; caída y emigración de O'Donnell; vuelta de Narváez

al poder; condena a muerte, en rebeldía, de Carlos Rubio, Cristino Martos,

Manuel Becerra, Castelar, Sagasta y otros; suspensión indefinida de toda

la prensa liberal, y entre ella, como ya se ha anticipado, de los periódicos de

que Galdós era redactor, La Nación y la Revista del Movimiento Intelectual

de Europa. Francisco de Paula Montemar, director del diario progresista Las

Novedades, del que en cierto modo dependía la Revista del Movimiento Inte

lectual, figuraba —interesa aquí anotar— entre los condenados a muerte en

rebeldía.

Galdós, si no sintió miedo, debió de sentirse incómodo en Madrid. Y en

el otoño, después de matricularse en la Universidad, regresó a Canarias. En

el hogar, su padre, el anciano militar con ochenta y dos años, ya sólo vivía

del recuerdo. Al conocer por el hijo con detalle los últimos sucesos de la Pe

nínsula, debió de relacionarlos con algunos de los acaecidos allá en su juven

tud, y seguramente repetiría por centésima vez no pocos de aquellos lejanos

episodios53. Y el hijo, a la luz de los que él acababa de vivir y padecer, tal

vez confirmaría su presunción de que la historia de ayer no estaba tan muer

ta, y a través de ella comprendería mejor muchas cosas de la historia viva

igualmente violenta. La historia semimuerta revivida y la sangrienta historia

viva recordada de lejos, en la paz de Las Palmas, debieron de producir la im

presión — ¡tanto se parecían!— de ser una historia misma.

Tenemos, pues, que casi en el mismo punto (1866) confluyen los procesos

por los cuales Galdós adquiere clara conciencia de la realidad española y de

215

la nueva realidad literaria. Y si a estos procesos añadimos ahora otro, el de

la novela histórica de tema reciente, de tema del propio siglo, completamos

las tres corrientes más importantes que concurren en La Fontana de Oro y la

explican. Galdós debió de ver en la novela histórica el medio para remediar

conjuntamente aquellas dos faltas que venía notando: la de una novela mo

derna y la de conocimientos históricos. Y si redujo su atención a la historia

contemporánea fue por una doble causa: porque, según se ha visto, los nove

listas desde hacía algunas décadas habían retraído hasta ellos su atención y

por que esta historia inmediatamente anterior ofrecía una clara explicación

de los trastornos políticos que se seguían padeciendo.

Pero todos estos factores estaban concurriendo todavía en niveles princi

palmente teóricos. En la práctica Galdós seguía dando salida a su vena fan

tástica. En Las Palmas publica a fines de aquel año la Necrología de un pro

totipo en que se conjugan influencias románticas alemanas y francesas —Hofmann,

Hugo...— y las Crónicas futuras de Gran Canaria, que si no son fan

tásticas, representan un extraordinario esfuerzo de imaginación3*.

París. La pobreza del pabellón español.

Los emigrados.

El hecho que provocó la condensación o precipitación de todos aquellos

elementos que cuajan en La Fontana de Oro fue el viaje de Galdós a París en

el verano de 1867. Pero no por la razón que se viene aduciendo: el descu

brimiento de Balzac, del que ya poseía veinte volúmenes —los nueve adquiri

dos en noviembre de 1865 y once comprados en 1866—, sino principalmente

porque pudo ver a España desde fuera, porque alcanzó una mayor y más

clara perspectiva del momento en que se vivía y de los problemas españoles.

Sobre el viaje se conoce y se repite lo que Galdós mismo dice en sus Me

morias: la admiración que le produjeron las cosas extrañas. Mas se olvida

casi siempre lo que, directamente o por boca de algunas de sus criaturas,

dice en otros lugares: el dolor que le produjeron las cosas de España. La

pobreza del pabellón español en la Exposición Universal:

Aunque nos dé rubor el confesarlo, hicimos papel muy triste en el

gran concierto universal de 1867. En la sección de Industria princi

palmente el nombre español quedó bastante malparado, y en los Pro

ductos agrícolas y químicos, donde con tanta ventaja podíamos habernos

presentado, hicimos poco, más que por falta de objetos, por sobra de

ignorancia y descuido, y porque nos falta, como hace notar el Sr. Castro

Serrano, esa especial facultad de exhibición, que es una de las prin

cipales dotes del genio francés.

La pintura ofrecía tal vez una excepción feliz en el concepto general

que de la sección española debe formarse. A primera vista, había quizá

216

en aquel salón algo de la desapacible oscuridad e ingrato aspecto que

abatía nuestro ánimo al examinar el resto

Las artes con ser artes no tuvieron mejor fortuna; allí estaban en un

recinto estrecho, con escasa luz y tan poco espacio, que apenas podía

encontrarse el punto de vista de una composición 35.

A esta manifestación directa de la impresión que le produjo a Galdós el

pabellón, añádanse las noticias sobre los españoles que encontró en París;

unos, visitantes de la exposición; otros, emigrados. En ambos grupos halló

caras conocidas, y hasta canarios —Frasco Monteverde, militar e íntimo de

Prim M; Nicolás Estévanez, en viaje de bodas37—. Los emigrados se reunían

principalmente en el Pasaje Jouffroy; los visitantes, en el comedero español

de la Exposición, a cargo del café Universal, de Madrid. Todos, españoles, y,

sin embargo, cuánta diferencia entre unos y otros, a causa de la distinta

situación y opuestas circunstancias. Los viajeros, los turistas —entonces em

pezaba a usarse la peregrina palabreja— se hallaban en París para ver la Ex

posición y para exponerse, también ellos, entre sí; para curiosear novedades

y para hacer vanidosa ostentación de lujos y riquezas. En general, evitaban

el trato de los emigrados:

Aunque Maltranita vio a Santiago y sin duda le había conocido, no

creyó decoroso saludarle, por la inferioridad jerárquica que anunciaba

el traje del amigo38.

A pesar de ser pasaje de una ficción, parece trasunto de una realidad, co

mo tantos otros del Episodio en que Galdós aprovecha las experiencias y ob

servaciones de aquel viaje.

Los emigrados, por el contrario, más bien se ocultaban, adoptaban nom

bres falsos, entapujaban sus faltas y miserias:

No hizo más que llegar al pasaje Jouffroy, y le salieron dos compatri

cios, uno de ellos con su capa, terciada garbosamente. No se puede

afirmar que en agosto llevase tal prenda con objeto de abrigarse;

llevábala sin duda para tapar la desastrosa vestimenta de un triste

insurrecto proscrito 39.

El exilio era duro —¿cuál no lo ha sido?—, e imponía desusados traba

jos. Hasta los exiliados más distinguidos se veían con frecuencia en la nece

sidad de realizar labores humildes. Sagasta, por ejemplo, según el mismo

Episodio, tenía que acarrear desde el Sena agua para su casa40.

Todo el que podía ejercía su profesión o desempeñaba algún improvisado

oficio o empleo. Cualquier ocupación convenía, no sólo para mejorar la si

tuación económica, sino la tranquilidad personal. Disfrutar unos medios me

jores o peores de subsistencia libraba de enojosos entremetimientos policiales.

No se colocaron por capricho los dos simpáticos exiliados, creados, años des-

217

pues pero para aquella ocasión, por Galdós: Teresa Villaescusa y Santiaguito

Ibero; Teresa, en una tienda de encajes; Santiago, en una oficina comercial.

Galdós, que tan estrechas relaciones debió de mantener con los emigra

dos, en su mayoría progresistas como él, ¿no recordaría en París a su tío Be

nito Galdós, exiliado allí también, cuarenta años antes, por la misma causa

que los de entonces? La historia se repetía. Con otros españoles, la situación

era la misma. El drama que había empezado en 1808 continuaba sin grandes

variaciones. Y aunque siempre se esperaba que el próximo acto fuese el final,

el final nunca llegaba.

La acción resolutiva de las vivencias parisienses, el propio Galdós la de

clara en sus Memorias (supongámoslas acertadas en este punto):

Con las personas que me llevaron a París volví a Madrid sin incidente

notable [ .] y sin descuidar mis estudios en la Universidad, me lancé

a escribir La Fontana de Oro, novela histórica, que me resultó fácil

y amena.

Galdós se cansa de la Universidad y de las revistas

«Sin descuidar mis estudios en la Universidad...», dice Galdós en sus

Memorias. Y seguramente lo diría también a su familia. Pero el expedinte

académico dice una cosa muy distinta. El 15 de octubre de 1867, esto es, ven

cido el plazo, como todos los años, solicita que se le admita la matrícula. Da

como disculpa del retraso «hallarse ausente de Madrid y enfermo» durante

el término hábil. Tropieza con algunas dificultades por asignaturas pendientes

o incompatibles, pero logra la matrícula. Tantas molestias, sin embargo, para

nada. El 31 de enero de 1868 le borran, por inasistencia, de las listas de De

recho Mercantil y Derecho Penal. Y el 28 de febrero le eliminan —como en

el curso anterior, el 1.° de febrero, por el viaje a Canarias— de la de Derecho

Canónico. No mentirá cuando pasados los años, diga: «Fui un malísimo es

tudiante de Derecho» y «He tenido dos odios igualmente grandes: a las Ma

temáticas y al Derecho» a. La dedicación literaria, cada vez mayor, le alejaba

cada vez más de la Universidad.

La Revista del Movimiento Intelectual de Europa, después de diecisiete

meses de interrupción, reaparece, muy cambiada, el 2 de noviembre. La Re

vista se presenta ahora independiente, con mucho mayor formato y como

diario. La colaboración de Galdós en esta nueva época del periódico se dife

rencia también mucho de su colaboración durante la primera. Sus artículos

en aquélla tenían el título común de Revista de la Semana y comentaban la

actualidad; ahora, en cambio, los artículos tienen, excepto dos, el título de

Crónica de Madrid, y son comentarios de cosas, rincones y costumbres de la

villa y corte; además, parecen constituir una serie bastante entramada. Del

diálogo que el periodista mantiene con un supuesto interlocutor se deduce

218

que piensa sustituir el costumbrismo, cultivador de tipos, por el realismo,

recreador de individualidades; sin embargo, a Galdós le costará mucho des

prenderse de la tradición y hábitos costumbristas.

Mucho más copiosa e interesante que esta colaboración en la Revista del

Movimiento Intelectual de Europa es la de la nueva época de La Nación. Cro

nológicamente, se suceden del modo más inmediato. El último número de esta

segunda etapa de la Revista se publicó el 30 de diciembre de 1867 y La Na

ción reapareció el 2 de enero de 1868. Galdós reanuda su colaboración tam

bién desde el primer día. «Hace quinientos cincuenta días —dice al comienzo

de su Revista de Madrid— que cortamos el hilo de una familiar e inofensiva

conversación». Y repite más adelante: «Hoy despertamos después de qui

nientos cincuenta días de reposo... trece mil horas de letargo». Su colabora

ción es mucho más abundante y variada, porque, en verdad, es una colabora

ción doble: una colaboración irregular en la edición corriente del diario, y

una colaboración regular en la «edición literaria» de los domingos; un nú

mero especial, de formato más pequeño —«de traje corto, siguiendo la moda

actual»—. A su vez, la colaboración de este número dominical es triple, cons

tituye tres series simultáneas: la Revista de Madrid —en seguida, Revista

de la Semana—, la Galería de figuras de cera y el Manicomio político social.

La Revista, firmada por B. Pérez Galdós y la Galería y el Manicomio sin fir

ma. Como se puede ver, esta edición literaria de La Nación era obra casi ex

clusiva de Galdós.

La Revista de la Semana, que es la colaboración más regular, es también,

por su misma obligatoriedad, la más difícil y la más expuesta a superficialida

des y repeticiones. Sus temas, esclavos de la actualidad, son en esta segunda

época, poco más o menos, iguales a los de la primera: las fiestas y solemni

dades (Pascua de Navidad, Carnaval, Cuaresma, San José, San Antón, Sema

na Santa...); los teatros, las corridas de toros, la política...; desde fines de

abril, en cambio, sólo el estado del tiempo; no se puede hablar de otra cosa.

Ha muerto Narváez y González Bravo ha implantado la política de mano dura

que precipitará la revolución.

De todos modos, las revistas se diferencian notablemente de las que, en la

primera época, Galdós dedicó a tan sobados y, por lo mismo, difíciles temas.

Además de estar mejor escritas, tienen una intención más general; el cronista

ya no describe las fiestas, sino las aprovecha para hacer crítica social; por

ejemplo, en Carnaval, presenta las diferentes identificaciones que de una más

cara sepulcral, esquelética, hacen un pesimista, un absolutista, un ministro,

un neo, un liberalazo, un académico...; en el día de San José, escalona los

distintos niveles de la celebración del Santo, desde la modestísima de un Pepillo

a la muy ostentosa de un Excmo. Sr. Don José42... Por un sano afán de

mejorar las costumbres, censura el modo de celebrar algunas fiestas, como la

de San Isidro —«reunión de muchos miles de personas que se creen en el

deber ineludible de achicharrarse, sudar, recibir estrujones, aburrirse y echar

219

los bofes»—, y, como siempre, ataca las corridas de toros, cada vez más con

curridas (los trenes facilitan ya la asistencia de aficionados de media España):

Nos vamos afrancesando con la moda, italianizando con la ópera, anghcanizando

con el turf y el té. Conservemos los toros, que es lo único

español que nos queda. No; más vale parecer extranjeros en España

que bárbaros en Europa.

En política todo se reduce a comentar las actividades de los neos, la cues

tión romana y la ausencia de España de las grandes empresas internacionales.

Hay otros temas,

pero actualmente ha llegado la prudencia a ser la virtud normal y

fundamental de todos los españoles. Seamos prudentes.

Diremos tan sólo, refiriéndonos a las cosas de casa, lo que por razones

de necesidad, es el único tema de todas las revistas:

"¡Qué calor! ¡qué lluvia el domingo! ¡Si no llueve más ..!" Hoy se

convierte el revistero en atalaya, en higrómetro, en barómetro o en

pluviómetro ..

Galdós se siente ya cansado de la esclavitud y dificultades de las revistas

de la semana. Claramente manifiesta su fatiga en una de las últimas que es

cribe para La Nación (24-V-68):

El que por expiación de sus pecados o por injusta ley del destino

soporta en este valle de lágrimas la pesada carga de escribir cada se

mana una revista de los acontecimientos que pasan o dejan de pasar

en esta villa, es una de las víctimas más dignas de compasión que

registra el martirologio literario

Refiere las numerosas dificultades con que se tropieza a veces para obte

ner noticias de interés. Y continúa:

Añádase a esto la reducida esfera en que el miserable mortal que vive

atado a un folletín puede manifestarse, y se comprenderá la dureza de

semejante martirio. No puede ocuparse de asuntos serios porque, según

el alto criterio moderno, los asuntos serios no pueden ser sustentados

por las débiles columnas de un folletín; no puede tratar en broma

ciertos asuntos cómicos, porque la suspicacia pública se lo impide;

tiene que respetar trescientas mil susceptibilidades, y guardar silencio

en lo relativo a las personas. No le restan más que algunos hechos

triviales y sin importancia, los desperdicios de la opinión, los despojos

marchitos de la vida pública, desechados por los escritores políticos,

por los noticieros de relumbrón, por los comentadores al aire libre .

Galdós, según todos los indicios, se halla en uno de los momentos más

decisivos de su vida. Ha llegado a aborrecer la Universidad; se ha hastiado

del estrecho y enfadoso marco a que tiene que ajustar las revistas semanales;

220

se ha lanzado a componer trabajos mucho más libres, holgados y prometedo

res; quisiera vivir exclusivamente de las letras como de otra profesión cual

quiera... En la revista que dedica al proyecto de una Asociación de escritores

españoles (16-11-68), ya piensa como un profesional y demuestra conocer toda

la dramática dureza del oficio:

Salíais a la arena —dice a los escritores— con fuerzas y entusiasmo;

mas ¿qué podía hacer vuestra energía, vuestro mérito al veros presos

en los terribles anillos de ese boa constnctor que se llama editor, de

esa foca que se llama empresario? Muerta una parte de vuestras ilu

siones, tal vez apurabais el amargo cáliz de Manini, tal vez empleasteis

la más noble porción de vuestra invectiva en confeccionar algunas

arrobas de literatura filosófico-nervioso-espeluznante. ¿Pero qué no hace

la necesidad? Habéis pedido limosna; habéis ido de puerta en puerta

colándoos en forma de entrega por la rendija del dintel y habéis pedido

dos cuartos en cada piso, para reunir una peseta en cada calle. Pero

esas fracciones diminutas de escudo no han sido para vosotros, sic vos

non vobis; han ido a engrosar el ya repleto bolsillo del editor, insa

ciable vampiro.

Como siempre, desde los primeros escritos del ya lejano colegio, la preo

cupación por la degrandante plaga de las novelas por entregas; y ahora, ade

más, por los tiránicos abusos del editor.

Galdós quiere ya publicar un libro. Por no caer en las garras de un editor,

acude a su hermano mayor y le pide ayuda económica... Pero dejemos esto

para después... Echemos ahora un rápido vistazo a la restante colaboración

en La Nación.

La Galería de figuras de cera consta de quince artículos y comienza con

la expresión de su propósito: dar a conocer algunas figuras de la galería colo

sal que es Madrid; de cada una se hará un dibujo en rapidísimos rasgos, tras

el cual se espera que aparezca determinada y precisa la fisonomía moral y

literaria del individuo». Siempre con la obsesión de los dibujos, Galdós sus

tituye los álbumes de caricaturas de sus paisanos por una gran galería de per

sonajes madrileños, que, desgraciadamente, se interrumpirá apenas iniciada.

Ha dicho que aparecerá «la fisonomía moral y literaria del individuo»,

porque, según parece, sólo ha pensado en hombres de letras. Los quince cuyos

retratos logra trazar son los siguientes: Frontaura, Ferrer del Río, Hartzenbusch,

Bardón, Aguilera, Ayala, Castro, Morón, Amador de los Ríos, Meso

nero Romanos, Balart, García Gutiérrez, Eulogio Florentino Sanz, Moreno

Nieto, M. Murguía.

Los retratos aparecen anónimos, porque Galdós debió de considerar pe

sado e indiscreto poner su firma al pie de casi todos los artículos de la edi

ción literaria de La Nación. Se sabe que nuestro escritor-dibujante es el autor

por diversas razones, de las cuales sólo interesa aquí la más importante: la

carta, conservada y publicada, que él mismo envió a Mesonero Romanos con

221

el número de La Nación en que apareció la semblanza43. El texto de la carta

obliga a pensar en este retrato de la Galería de figuras de cera y no en el pu

blicado dos años antes en la Galería de españoles célebres; sólo respecto de

este retrato de cera cabe la disculpa de no prestar atención a las Escenas ma

tritenses; en él se ha fijado sobre todo en El antiguo Madrid, porque lo está

«leyendo minuciosamente y estudiando sobre el terreno por las calles, calle

juelas, costanillas y derrumbaderos matritenses» **. Galdós, no obstante lo

mucho que publica en La Nación, se halla enfrascado, por lo que se ve, en la

preparación de La Fontana de Oro.

La única reacción pública de los retratados fue la de Frontaura, director

de El Cascabel, y seguramente por tener el periódico a mano. Y Galdós que,

entre otras cosas, le había llamado feo —era muy devoto de este adjetivo—,

dice en el número dominical siguiente, al darle una explicación:

Si le echamos en cara la cara a nuestra figura, fue en virtud de esa

natural propensión a los efectos del claro-oscuro que impera hoy en la

escuela realista, a que nos honramos en pertenecertó.

Galdós no sólo ha hallado ya su rumbo, sino que presume de él.

Los cuatro artículos de la serie titulada Manicomio político social también

han sido atribuidos a Galdós y creo que con razón. Entre otras cosas, porque

se ve que han sido escritos por la misma mano que escribió La sombra. Si

aún quedase alguna duda, se disiparía con una coincidencia: la publicación

de los artículos del Manicomio se interrumpió; lo mismo que la de las revis

tas y las Figuras de Cera, en la fecha en que Galdós marchó a París por se

gunda vez.

Estas tres series de artículos aparecieron en la «edición literaria» de La

Nación, como ya se ha dicho; en los números corrientes vieron la luz otros

artículos, por lo general, más extensos: Imperfecciones, El aniversario de

Calderón, La conjuración de las palabras, etc.

Como índices de la evolución del gusto literario de Galdós, interesan dos

artículos: una reseña de La Arcadia moderna de Ventura Ruiz Aguilera y un

extenso artículo sobre Carlos Dickens; dos nuevas afirmaciones de realismo.

La reseña tiene cierto interés autobiográfico; en ella se recuerda el «in

fantil entusiasmo» por la bucólica; la adhesión hacia aquella poesía; «...cada

son de la terrible campana reglamentaria del colegio, nos prece oír el clásico

cencerro de las cabras de Melampo o de las ovejuelas de Batilo...».

Después adquirimos reflexión y cordura . ; nuestras inclinaciones nos

llevan otra vez al campo literario, pero al entrar en él con la arrogancia

de bachiller, encontramos otra decoración... Entonces el arte bucólico,

de que antes fuimos sinceros apasionados, se nos presenta con toda su

falsedad y extraños oropeles... Se despierta en nosotros el puro senti

miento de la naturaleza, ajeno ya a toda sistemática falsificación.

222

A continuación, con referencia ya a Ruiz Aguilera, emite juicios en los que

parecen traslucirse sus propias preferencias: por ejemplo:

Su humorismo no es hijo de prematuros y punzantes desengaños, ni se

expresa en tono amargo y atrabiliario. Es esa picante sonrisa del bon

dadoso Sterne que declama contra las miserias y fealdades de la hu

manidad, más por el filantrópico deseo de corregirlas, que por el mero

hecho de censurarlas 46.

El artículo sobre Carlos Dickens debe considerarse como una introduc

ción a Las aventuras de Picwick, que empiezan a publicarse, traducidas por

el propio Galdós, en el folletín del mismo número de La Nación 17.

El artículo examina la difusión de la novela truculenta francesa en España

(primero, Dumas, Sué y Feval; después, Javier de Montepín, Penson de Terrail,

Henri de Kock) y el estado de relajación en que se encuentra el gusto

de los lectores:

Y no le deis a la generalidad del público otra cosa. Pocos son los que

tienen la suficiente aptitud para saborear las páginas de la Comedia

humana..

Y si se duermen leyendo a Balzac estos señores abastecidos con el

forraje intelectual de los pesebres ponsonianos, ¿cómo sería posible

hacerles leer una novela de costumbres inglesas, una novela de

Goldsmith, o de Sterne, de Dickens o de Thackeray?

Del resto del artículo, interesa subrayar las diferencias que Galdós en

cuentra entre Balzac y Dickens:

Cuando Dickens describe un interior, un recinto fastuoso o humilde,

un objeto o un mueble cualquiera, no le veréis detenerse allí con la

narración prolija de Balzac... Le interesa tan sólo aquello que contri

buye a caracterizar la fisonomía local, aquello que es un rasgo o una

facción en el expresivo rostro de una escena, de una habitación, de un

sitio cualquiera

Y completa:

No analiza como Balzac, complaciéndose en describir todo lo que de

innoble y siniestro puede existir en los sentimientos del hombre; es,

por el contrario, observador benévolo, que procede en los trabajos de

su investigación por amor a la humanidad, deseoso de la dicha del

hombre y haciéndole ver sus virtudes y sus vicios para enaltecer aquéllas

y corregir éstos.

A la luz de estos descubrimientos, Galdós se asegura en la convicción de

la falsedad e insulsez de los géneros de novela más favorecidos por el público.

Y se orienta de modo más certero en su búsqueda de una novela española

que corresponda al espíritu de los nuevos tiempos.

223

La concreción y claridad de las ideas le concentran y estimulan la voca

ción. «Entonces —dirá el propio Galdós— empecé a sentir con verdadera

fuerza la vocación de novelista. Balzac y Dickens fueron los que más influ

yeron en mí». Esta influencia, sin embargo, tardaría todavía un poco en ma

durar, y cuajaría mucho más en la clarividente concepción galdosiana de lo

que debería ser la novela española moderna que en métodos y recetas para

su elaboración.

Galdós pide ayuda para publicar un libro

En abril de 1868, don Domingo Pérez Galdós y su esposa, doña Magdale

na Hurtado de Mendoza y Tate, acordaron en Las Palmas, donde vivían, em

prender un viaje. Se les había muerto en febrero el único hijo, Sebastián, de

12 años, y necesitaban, hasta que se repusieran del tremendo golpe, alejarse

de los lugares que constantemente se lo recordaban. Como los viajes entonces

eran tan pródigos en accidentes, y don Domingo, por otra parte, no andaba

muy sobrado de salud, consideraron prudente hacer antes, en común, testa

mento cerrado. Y una vez tomadas todas las precauciones, embarcaron en el

mes de mayo para la Península48.

Don Domingo, el mayor de los hermanos varones —tenía casi veinte años

más que Benito—, había recibido de éste una petición de ayuda económica

para publicar un libro. Y aunque no era tacaño, tenía sus reparos. Apoyando

las aficiones literarias de su hermano ¿no contribuiría a distraerle de los es

tudios y le alejaría más de la Universidad? Y, por otra parte ¿qué valor ten

drían aquellos cuentos que Benito quería publicar? Estando con estas dudas,

encontró en Sevilla a Fernández Ferraz49, y aprovechó la ocasión para con

sultarle. Lo tratado en aquella entrevista es recordado, muchos años después,

por Ferraz a Benito —ya todo un don Benito— en esta carta, que hasta ahora

ha permanecido inédita:

Cartago (Costa Rica)

26 septiembre 1902

Sr. Don Benito Pérez Galdós

Muy querido amigo: Usted que tanto se alegró al saber de mí por

la carta de Chavarría, bien comprenderá, sin que se lo diga yo, cuánto

habrá sido mi contento viendo lo que usted mismo contesta al inge

niero, y para este crítico de Electro.

Bien sé que V. ha de recordarme siempre, y querer de veras a quien,

antes que ningún otro de sus amigos, presintió y vio claro adonde

llegaría V. con sus geniales producciones. Y buen testigo de esto sería

su hermano mayor, si viviese, al cual dije en Sevilla, cuando en 186750,

si mal no recuerdo, me preguntaba si, "publicando cuentos", no des

cuidaría V. sus estudios de abogado y se pondría en ridículo "escri

biendo libros": "Su hermano Benito, Sr. de Galdós, siempre será un

224

abogado de verdad, un gran detensor de la justicia y acaso el primer

escritor de España en este siglo y el que viene; mándele eso sin tar

danza, para que no caiga en poder de editores que explotan el talento

ajeno..."

Segundo viaje a Francia

Satisfecho con la respuesta de Fernández Ferraz, don Domingo, con su

esposa, continuó el viaje hacia Madrid, donde seguramente Benito les sirvió

de guía. Y una vez saciada la curiosidad en lo relativo a la villa y corte, sa

lieron todos de ella, ya en junio, con rumbo a Francia. Conocido es lo que

Galdós dice, con no poca confusión e inseguridad, en sus Memorias, respecto

de este segundo viaje:

Heme aquí viajando por etapas: ferrocarril del Norte, frontera pire

naica, mediodía de Francia y Orleáns hasta dar fondo en la ciudad

luminosa. Esta me fue tan hospitalaria como en mi etapa del 67.

De sus nuevas andanzas por París, Galdós apenas dice nada; lo había

adelantado todo al tratar del primer viaje: que siguió comprando libros, que

comprobó el adelanto de las obras de los bulevares... Mayores fueron sus

andanzas, siempre en compañía de sus hermanos, por el resto de Francia en

el viaje de regreso:

Por abreviar, referiré que fuimos por jornadas cortas a través de la

bella Francia, hasta llegar a Bagnéres de Bigorre, estación de baños

en el Pirineo... [le sobrevienen unas dudas y continúa]. Sea lo que

fuere, reanudo el hilo de la narración, relatando que en el delicioso

pueblo de Bagnéres de Bigorre [seguramente mientras sus hermanos

tomaban baños] proseguí escribiendo La Fontana de Oro sin llegar a

terminarla. Luego continuamos nuestro viaje

La atracción de la historia viva.

Final de «La Fontana de Oro*.

Cuando Galdós, en compañía de sus hermanos, regresaba de Francia, se

encontró con la revolución al llegar a Barcelona.

Mi familia —sigue diciendo Galdós— se asustó del barullo revolucio

nario, y como estaba anclado en el puerto el vapor América, correo de

Canarias, nos fuimos a bordo para partir hacia las Afortunadas al si

guiente día. Por la noche, desde el vapor, presenciamos las demasías

de la plebe barcelonesa, que se limitaron a quemar las casetas de

consumos. Era una revolución de alegría, de expansión en un pueblo

culto. Al amanecer, zarpó el América para Canarias, y como yo ardía

225

15

en curiosidad por ver en Madrid los aspectos trágicos de la revolución,

rogué a mi familia que me dejase en Alicante, donde hacía escala el

correo, y con tanto calor me expresé, añadiendo el pretexto de conti

nuar mis estudios en la Universidad, que mi familia me dejó bajar a

tierra. Del muelle corrí a la estación; poco después me metía en el tren

para Madrid... A las pocas horas de llegar a la villa y corte, tuve 'a

inmensa dicha de presenciar, en la Puerta del Sol, la entrada de

Serrano Ovación estruendosa, delirante.

Sosegado su ánimo y aquietado un poco el ambiente, Galdós dio remate a

La Fontana, «...sólo sus últimas páginas —dice él mismo— son posteriores

a la Revolución de Setiembre» a. Y porque le parece de alguna oportunidad

en los días que atraviesa España, a causa de la relación que pudiera encon

trarse entre muchos sucesos referidos en la obra y algo de lo que entonces

pasa, se decide a publicarla.

Empezaba la disección galdosiana de los males españoles.

NOTAS

1 "Fray Gerundio" [Modesto Lafuente], Teatro social del siglo XIX, Madrid, 1854,

I, p. 113.

2 Antonio Flores, Ayer, hoy y mañana o la fe, el vapor y la electricidad, Madrid,

1863, Imp. Mellado, III, cuadro trece, pp. 179-194. Sobre este mismo punto, un paisano

de Galdós, Benigno Carballo Wangüemert, Las Afortunadas. Viaje descriptivo a las

Islas Canarias, Madrid, Imp. de Manuel Galiano, 1862, p. 16, dice: ".. hoy cuando

las comunicaciones rápidas, el vapor y la locomotora permiten que se den la mano

todos los países".

3 Discurso pronunciado por Francisco Martínez de la Rosa en la apertura de las

cátedras del Ateneo, el 3 de noviembre de 1858, según reseña publicada en la "Revista

de Instrucción Pública", IV, núm. 6, Madrid, 6 del mismo mes.

4 B. Pérez Galdós, La Revolución de Julio, en Obras completas, Madrid, 1950,

III, p. 105 (Se citará siempre por esta edición). Se debe tener presente, sin embargo,

que esto lo escribe Galdós cincuenta años después (1904), y que las obras históricas

—y más aún las novelas históricas— reflejan con frecuencia en alguna medida las ideas

del momento en que se escriben; es una verdad tan patente que no es necesario apelar

a la autoridad de Luckats.

5 A. Gil de Zarate, De la Instrucción pública en España, Madrid, 1855, I, p. 206.

6 Ibíd., I, p. 169.

7 Por la ley de Moyano. La Facultad de Ciencias políticas y administrativas se

incorporó en seguida, como sección, a la Facultad de Derecho. Con anterioridad, el

proyecto de Ley de Instrucción pública presentado a las Cortes por el ministro de

Fomento, Manuel Alonso Martínez, el 22 de diciembre de 1855 separaba por primera

vez las Facultades de Ciencias y Letras, pero el proyecto seguía pendiente de discusión

cuando las Cortes fueron disueltas el 15 de julio de 1856.

226

8 Quintana había redactado el proyecto de Universidad de Madrid, tomando como

modelo el informe entregado por Condorcet a la Asamblea legislativa francesa en 1792,

y lo había presentado en 1813 a las Cortes de Cádiz. Pero todos los planes de reforma

quedaron paralizados con el regreso de Fernando VII. La Universidad había estado

haciendo viajes de Alcalá a Madrid en los períodos liberales, y de Madrid a Alcalá en

los absolutistas. Hasta la muerte de Fernando VII no se había asegurado su destino

definitivo. Alberto Jiménez, Historia de las Universidades españolas Madrid 1971

pp. 295-309.

9 Es indiscutible la trascendencia del viaje de Sanz del Río a Alemania, pero me

parece que se ha exagerado al considerarlo como final de la incomunicación española

con los centros de enseñanza extranjeros. Principalmente desde el advenimiento de los

Borbones, la apertura española a la influencia europea, aunque sólo en los altos niveles

sociales, había sido muy amplia. Y desde comienzos del siglo XIX las frecuentes emi

graciones políticas, ya se sabe, estaban dando lugar a subsiguientes importaciones de

novedades. Los contactos con el extranjero en el campo de la enseñanza eran cada vez

más frecuentes: a principios del siglo se habían introducido los métodos pestalozziano

y lancasteriano; el ministro Moscoso había enviado a Londres algunos jóvenes para

aprender los diferentes métodos empleados en la instrucción (1834); Ramón de la

Sagra había visitado en 1838 las escuelas y los centros de beneficencia de Holanda y

Bélgica (véase su libro Voyage en Holland eet en Belgique, París, Arthus Bertrand,

1839, y la versión española, Relación de los viajes hechos en Europa, Madrid, Imp.

Hidalgo, 1944, etc. Gil de Zarate, principal coautor del plan de enseñanza de 1845, se

había educado en un colegio de Passy (París), donde había permanecido nueve años.

10 José Echegaray, Recuerdos, Madrid, Ruiz Hermanos, Editores, 1917, I, p. 362.

Sobre el nuevo estilo oratorio, véase J. Zulueta y Goaus, La oratoria de Castelar,

Barcelona, 1922.

11 Antonio Ruiz Salvador, El Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid

(1835-1885), Madrid, 1971, p. 80.

12 J. Sanz del Río, Algunas consideraciones filosóficas sobre la situación actual

del lenguaje, en "La Razón", III, Madrid, 1861, pp. 89-90.

13 Guillermo Zellers, La novela histórica en España. 1828-1850, Nueva York, 1938.

11 Reginal F. Brown, La novela española. 1700-1850, Madrid, 1853, p. 36.

15 "El pecado político capital de Isabel II fue que, con su negativa a admitir a los

progresistas en el poder, sometió a dura prueba su fidelidad a la dinastía, empujándoles

a la revolución". Raymond Carr, España 1808-1936, Barcelona, 1968, p. 284.

16 Particularmente la Facultad de Derecho se convierte en un "verdadero centro

revulsivo del clima ambiente a partir, sobre todo, de 1863". Dolores Gómez Molleda,

Los reformadores de la España contemporánea, Madrid, 1966, p. 160.

17 En relación con uno de los más conspicuos, véase Andrés Ollero Tassara,

Juan Manuel Ortí y Lara, en "Anales de la Cátedra Francisco Suárez", núm. 11, fase. 2,

Granada, 1971.

18 Francisco Giner de los Ríos, Dos reacciones literarias, en "El Museo Uni

versal", 6 y 13 de septiembre de 1863.

19 Juan Valera, De la naturaleza y carácter de la novela, en Ob. compl., XXI,

p. 21. La novela, como siglos antes los libros de caballería, era considerada, en general,

como vía de escape de la plena realidad. Y Valera, por otra parte, debía de pertenecer

a cierto sector de intelectuales que miraba con desdén la novela. J. F. Montesinos,

Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XIX, Valencia, 1955,

227

pp. XI-XII. Se explica así perfectamente que tardase tanto en aceptar las novelas bur

guesas de Galdós y en devenir él mismo novelista.

20 Valera, loe. cit., p. 22.

21 Se seguía creyendo que "para pasar al templo de la inmortalidad (partiendo de

Madrid) era indispensable pasarse por la calle del Príncipe, esto es, componer una obra

para el teatro, como en pleno romanticismo". R. Mesonero Romanos, El romanticismo

y los románticos (1837). Entre los intelectuales más selectos, que menospreciaban la

novela, se seguía, por otra parte, considerando, como en pleno romanticismo, que las

únicas sendas hacia la gloria eran las de la poesía lírica, épica o dramática. Montesinos,

ob. cit., p. XI.

22 Esta crónica, primera de una serie hasta ahora no aprovechada, y casi desco

nocida, se publicó en El Ómnibus de Las Palmas del 17 de junio de 1863.

23 En "La Nación", 9 de julio de 1865.

21 En contra de lo que generalmente se piensa, creo que Galdós había vuelto hasta

entonces todos los veranos a Gran Canaria. El de 1863, porque el 13 de octubre

expuso al Rector que no había podido matricularse dentro del plazo, por habérselo

impedido el viaje "que ha realizado desde Ultramar" (Expediente académico). De

acuerdo con esta explicación, se halla la interrupción de la serie de crónicas que con el

título de Revista de Madrid pensaba mandar a El Ómnibus y que no pasó del primer

artículo (17 junio). La estancia en Canarias durante el verano de 1864, parece probada

por una noticia publicada en El Ómnibus el 17 de septiembre, por las razones que

exponen E. Ruiz de la Serna y S. Cruz Quintana en Prehistoria y Protohistoria de

Benito Pérez Galdós, Las Palmas, 1973, cap. XXI, y, como en el año anterior, por la

razón de "haberse detenido involuntariamente viniendo de Ultramar", que da el 7 de

octubre al Rector para que le conceda la matrícula fuera de plazo.

25 En la Casa Museo Pérez Galdós se conserva la lista, muy interesante de los

libros que adquirió en 1865 y 1866.

36 Recuérdese cómo en Un viaje redondo (1861) ya vuela el bachiller Sansón

Carrasco por encima de los tejados.

27 Larra, en Todo el año es máscaras y en Donde las dan las toman; Mesonero,

ligeramente en La almoneda. A Larra y a Mesonero los tiene Galdós en la uña.

28 "Impelido por intensa curiosidad, dedicóse el incipiente lector a los maestros

alemanes. Devoró a Goethe y Schiller; se enredó luego con Enrique Heine .". Esto

dice Galdós de Vicentito Halconero, España trágica, III, p. 873; pero ya es sabido que

Galdós transfiere a Vicentito mucho de su propia biografía. En lo que toca a este punto

de las lecturas, existe una gran coincidencia entre los libros que devora Halconero y

los que figuran en la ya citada lista de adquisiciones de su creador.

29 De este período y de otros muchos puntos que aquí, por falta de espacio, se

tocan sólo de paso, me ocupo con más atención en el libro, próximo a aparecer, Galdós.

Años de aprendizaje en Madrid.

30 Se hospedaron en el hotel del Cheval Blanc, rué de l'Hirondelle, 24. Véase

Pedro Ortiz Armengol, Preámbulo de Galdós en París, en "La Estafeta Literaria",

núm. 373, 1.° junio 1867. Una biografía más detallada de Benito Galdós, en mi

libro Canarias en Galdós, que se encuentra en prensa.

31 Esto fue casi como bautizarle de liberal. Habrá que alejar definitivamente de la

madre de Galdós la torpe imagen de una mujer intransigente, intolerante, modelo de

doña Perfecta y de otras figuras odiosas. Habrá sido, tal vez, una mujer de carácter,

un poco autoritaria, pero nada más.

228

32 Que el novelista tuvo conocimiento de la vida de su tío, parece demostrado por

coincidencias como ésta: el 22 de mayo de 1836 Benito Galdós fue herido por bala

de fusil en la pierna izquierda durante la acción sobre Aránzazu, y Fernando Calpena,

el protagonista de la tercera serie de los Episodios Nacionales, fue herido, de bala, en

una pierna, por una partida facciosa, en el mismo monte Aránzazu. La vida de su tío

Benito constituye una de tantas fuentes de elementos que el escritor reelabora y apro

vecha libremente, según las exigencias de la creación.

33 La relación por los ancianos de los sucesos de su vida es tan natural y frecuente,

que en no pocas novelas históricas se finge que la narración que en ellas se ofrece no

es sino la transcripción de una de estas relaciones; sin ir más lejos, en La Fontana

de Oro y en la primera serie de los Episodios Nacionales.

% Las Crónicas, fechadas en Las Palmas el 10 de noviembre, aparecieron en los

números de "El Ómnibus" correspondientes al 17 y 21 del mismo mes; la Necrología,

fechada, también en Las Palmas, el 29 de noviembre, se publicó en el mismo periódico

el l.° de diciembre.

35 En "La Nación", 10 febrero 1868.

35 En La de los tristes destinos, III, p. 700.

37 Según refiere el propio Estévanez en sus Memorias, Madrid, 1903, p. 211.

38 La de los tristes destinos, p. 701.

39 Ibíd., p. 699.

40 Ibíd., p. 705.

41 "El Bachiller Corchuelo" [E. González Fiol], Nuestros grandes prestigios.

Benitos Pérez Galdós, en "Por esos mundos", Madrid, 1919, tomo XXI.

42 El croquis costumbrista de las visitas de días, figura entre los primeros en que

se nota la influencia de Jouy y entre los más repetidos, con mayores o menores

variantes, por los cultivadores españoles del género: Larra, Mesonero, Cominges, Segovia,

Cortada y Sala, etc. Galdós volverá a ocuparse del mismo tema muchos años

después.

43 Véase en E. Várela Hervías, Cartas de Pérez Galdós a Mesonero Romanos,

Madrid, 1943, pp. 14-15. Carta del 18 de mayo de 1875.

** Ibíd.

45 "La Nación", 9-1-68.

46 Ibíd., 9-1-68.

47 Ibíd., 9-III168.

48 Guillermo Camacho y Pérez Galdós, Ascendencia de los Pérez Galdós, en

"Anuario de Estudios Atlánticos", 1973, p. 590.

48 Valeriano Fernández Ferraz, canario también, había sido profesor de Benito

Pérez Galdós en el preparatorio de Derecho, y se hallaba en Sevilla como catedrático

de Griego, en la Universidad, en virtud de un concurso al que no se había presentado;

se le había querido alejar de Madrid por su intervención en la cuestión universitaria.

50 Como se puede ver, recordaba mal, porque la entrevista fue en 1868. Los cursos,

repartidos entre dos años —en el caso presente, 1867-68— impiden a los profesores,

que viven por cursos, saber exactamente en qué año ha sucedido una cosa.

51 En la nota preliminar a La Fontana.

229