GALDOS Y LAS COLECCIONES COSTUMBRISTAS DEL XIX

Enrique Rubio Cremades

I. INTRODUCCIÓN

El presente título de nuestro estudio obedece al personal interés por todo

lo relativo o concerniente a la sociedad del XIX. Siglo en el que los movi

mientos literarios corren vertiginosamente como queriendo escapar del esta

tismo predecesor; de ahí esa variedad, esa aglutinación y conglomeración de

estilos y corrientes que llaman poderosamente la atención del lector. De todo

aquel conglomerado literario hemos elegido un solo sector que marcara un

precedente en Galdós. Dicha elección no ha sido laboriosa, puesto que la

actitud objetiva y real que el costumbrista presta ante las cosas y hechos con

trasta rotundamente con el espíritu subjetivo que guía al hombre romántico.

Costumbrismo que la prensa decimonónica se encargó de difundir pronta

mente y que, incluso, llegó a canalizar a través de colecciones. El ingente

acopio de material que presentan tales colecciones, muestra de por sí un alto

interés para todo aquel que quiera adentrarse en épocas remotas; sin embar

go, si las consideramos como caducas o fosilizadas la perspectiva hará que

arrinconemos lo que en un tiempo fue causa preferente. Prestigio y estima

proporcionaban estas colecciones en el XDC; hoy, por el contrario parecen

estar arrinconadas y destinadas a un peculiar y determinado sector. Creemos

que este realismo presenta tal riqueza de matices que nos permiten ver y en

juiciar, por un lado, el comportamiento de nuestros escritores —es el caso de

Galdós— dentro del contexto histórico; por otro, sus manifestaciones, acti

tudes y censuras ante determinados status sociales. La presencia objetiva del

escritor costumbrista —preocupado siempre por su entorno social— arranca

230

ya de los escritores Liñán y Verdugo, Juan de Zabaleta y Francisco Santos,

considerados, desde siempre, como los auténticos precursores del género;

sin embargo, lo que entonces pudiera ser una manifestación literaria encau

zada hacia un sector minoritario, en el siglo XIX sucede todo lo contrario.

Raro es el escritor que gozara de un cierto prestigio en dicha época que no

colaborara en estas magnas colecciones. En ocasiones porque la misma perso

nalidad del escritor era una garantía y aliciente para el lector; en otras, por

que el editor cubría con creces los gastos invertidos en la empresa.

Lo realmente interesante es la presencia de Galdós en este preciso género.

Preguntarnos los motivos o causas que pudieran haber empujado al escritor

en este campo sería realmente aventurado. Si acaso, incidir una vez más en

la proliferación del mismo en la época de Galdós, en su capacidad divulgadora

y en la consecución de una fama pronta con todas sus consecuencias crema

tísticas. Sin olvidar, por supuesto, la postura polifacética del hombre del XLX,

en donde la simbiosis o incursión en los distintos géneros era una constante.

Hoy en día los campos aparecen cada vez más delimitados o rotulados bajo

etiquetas generacionales. En el hombre del XIX podrá predominar una ten

dencia narrativa, poética o dramática, pero sus sondeos irán a las más distin

tas publicaciones. Si dicho aspecto se vio de forma clara en el Romanticismo,

donde además de darse la dualidad literaria-política, el escritor lo mismo es

cribe artículos de costumbres que una historia de España —v. gr., Modesto

Lafuente— o bien investiga sobre los anales del periodismo y redacta además

de artículos de costumbres, dramas románticos —Hartzenbusch—; o cróni

cas de viajes, folletines y cuadros costumbristas —sería el caso de Antonio

Flores—. Los escritores pertenecientes al realismo heredan en cierto modo,

ya por su vivencia juvenil con los maestros consagrados, las actitudes coteja

das anteriormente. Sin olvidar que ciertas manifestaciones relegadas hoy en

día a planos muy secundarios —la novela de folletín y de entregas— inciden

en parte de la obra galdosiana como consecuencia lógica de una etapa áurea

—década de los años 1840— y un resurgir postrero —hacia 1870—.

La permeabilidad galdosiana que va desde sus aptitudes pictóricas y satí

ricas de sus primeros años hasta despertar la adormecida novela de los tiem

pos cervantinos, pasando por sus colaboraciones periodísticas bien literarias

o meramente políticas, hará que no extrañemos su presencia en una manifes

tación más de la época —colecciones costumbristas—. Con todo ello no que

remos hiperbolizar dicha presencia galdosiana, sino sencilla y llanamente abor

dar y estudiar los distintos tipos galdosianos que aparecen en Las españolas

pintadas por los españoles y en Los españoles de ogaño (sic).

II. CLASIFICACIÓN DE LOS CUADROS COSTUMBRISTAS

GALDOSIANOS

Los artículos que Galdós escribiera en Las españolas pintadas por los es

pañoles1 —«La mujer del filósofo» y «Cuatro mujeres»— están encuadrados,

231

al igual que el de la colección Los españoles de ogaño2 —«Aquel»—, en el

colofón costumbrista estudiado por José Luis Várela3. Al establecer el mismo

Várela la cronología y etapas del costumbrismo, sitúa en un último apartado

las colecciones que protagonizan este estudio: «Si tenemos en cuenta la

existencia de un costumbrismo anterior al romántico, podemos distinguir:

un costumbrismo precursor (Liñán, Zabaleta, Santos en el siglo XVII, y Ra

món de la Cruz y otros saineteros menos famosos en el XVIII); el costum

brismo romántico (Mesonero, Larra y Estébanez, principalmente), y el cos

tumbrismo coincidente con el realismo literario (Antonio Flores, colecciones

de tipos observados por varios autores)*.

Sin embargo, desde que Marcelino Menéndez y Pelayo se refiriera a Rinconete

y Cortadillo como «el primero y hasta ahora no igualado modelo de

cuadro de costumbres» 5, las antologías de mayor difusión6 inician con este

cuadro cervantino el largo recorrido costumbrista. Todo este proceso que iría

perfilándose y enriqueciéndose con auténticos matices diferenciadores, en

troncaría con el apartado último que le correspondió vivir a Galdós. No hay

que olvidar —como ya tendremos ocasión de ver— que los cuadros galdosianos

se apartan de aquellas escenas andaluzas o madrileñas de Estébanez

Calderón y Mesonero Romanos, respectivamente, para dar paso al estudio

de los distintos tipos más representativos del momento. De ahí que el en

tronque entre Antonio Flores y las colecciones de tipos citados por Várela

nos sirvan para diferenciar, en la medida de lo posible, el costumbrismo ro

mántico y el costumbrismo coincidente con el realismo. Sin embargo, aún

dentro de este último apartado se da en la figura de Antonio Flores una sim

biosis escenas-tipos en sus obras Doce españoles de brocha gorda"1 y Ayer,

hoy y mañana*; característica no presente en las dos citadas colecciones en

donde Galdós colaborara con sus tipos.

Todos los artículos galdosianos aún perteneciendo a los años 1871 y 1872

guardan estrecha relación con Los españoles pintados por si mismos9, al me

nos en lo que concierne al cuadro titulado «Aquel»; sin embargo en los tipos

descritos en Las españolas pintadas por los españoles el inmediato precedente

habría que buscarlo, si acaso, en El álbum del bello sexo o las mujeres pinta

das por sí mismas10, pues no existe dentro del panorama extranjero ninguna

obra destinada a los distintos tipos femeninos, ya que esta obra se anticipa

catorce años en la idea a su homónima francesa Les femmes peintes par

elles-memes.

De ahí que todas las colecciones del último tercio del XDC guarden estre

cha vinculación con las predecesoras del género, siendo idéntico los móviles

editoriales. Si Ignacio Boix fue el catalizador de la colección Los españoles

pintados por sí mismos, Roberto Robert lo sería al mismo tiempo de Las es

pañolas pintadas por los españoles. La prueba específica la tenemos en las

mismas palabras de Galdós al referirse a los proyectos editoriales del citado

232

Robert, cuando al comienzo de su artículo «Cuatro mujeres» le dirige las

siguientes líneas:

Mi estimado amigo: No sé como podré salir del aprieto en que V. me

pone pidiéndome una mujer, pues aunque la circunstancia de española

que V. expresa (sic) por añadidura parece facilitar el cumplimiento del

encargo, ello es que ni yo tengo el tal objeto Qlamarémosle así pOr

ahora), ni deseo adquirirlo, a Dios gracias, ni lo daría a dos tirones,

en caso que la Divina Majestad o Patillas me lo deparara, que uno y

otro suelen dar estos regalos a la humanidad incorregibleu.

La afinidad de motivos con la obra maestra del género, e incluso la mis

ma intencionalidad o atracción que impulsa al editor de Los españoles de

ogaño, es idéntica a la de Boix y Robert, aunque en esta última se haga espe

cial incapié a la aparecida en 1843:

Los españoles de ogaño, colección de tipos de costumbres, no es una

obra hija del estudio y de la meditación; escrita entre el bullicio y la

agitación de la vida política (casi todos sus jóvenes autores son perio

distas en activo servicio), quizás no hallarán Vds. en la mayoría de

sus páginas galana forma ni corrección de estilo, pero en cambio en

contrarán dibujados con un espnt y una exactitud admirables, los

infinitos tipos que en este último tercio del siglo XIX pululan por

España y que estaban deseando verse reunidos en un par de tomos,

como hace algunos años se vieron Los españoles pintados por sí mismos,

obra que con más propiedad debe llamarse hoy Los españoles de antaño.

Todos los tipos que no pudieron incluirse en esta última obra, ocupan

un señalado lugar en la presente, de modo que sin pensarlo los autores

de Los españoles de ogaño no han hecho otra cosa que escribir una

segunda parte de Los españoles pintados por sí mismos 12.

Todo este apartado de influencias y concomitancias de intencionalidades

o propósitos nos llevaría en cierto modo a un círculo vicioso donde lo inter

pretativo caería en ocasiones en lo puramente anecdótico. Pensamos que con

los estudios llevados a cabo por M. Ucelay Da Cal, Correa Calderón, J. F.

Montesinos13, Baquero Goyanes u, José Luis Várela, J. Escobar15, E. Allison

Peers16, Robert Kirsner17, etc., etc., por citar los estudios más recientes, ha

bida cuenta que por la década de los años treinta tanto Lomba y Pedraja18

como W. S. Hendrix19 o H. Ch. Berkowitz x demostraron harta preocupación

por el costumbrismo, nos parece lógico que nuestros pasos se dirijan sólo

y exclusivamente a la presencia de Galdós en las colecciones costumbristas.

III. ASUNTO DE LOS CUADROS GALDOSIANOS

Los artículos que escribiera Galdós en Las españolas pintadas por los es

pañoles y en Los españoles de ogaño, hacen un total de tres tipos; si bien,

233

en el titulado «Cuatro mujeres» presenta, como ya indica el título, una sub

división que le conduce a analizar cuatro tipos de mujeres distintos a través

de la perspectiva marital. Es decir: examen de este grupo de féminas cana

lizado mediante la profesión del cónyuge.

En el primero de ellos —«La mujer del filósofo»— el autor sigue paso a

paso y detenidamente el comportamiento de la protagonista —María de la

Cruz Magallón y Valtorres— desde su casamiento con un erudito investiga

dor y filósofo —no hay alusión onomástica ni personificación alegórica para

designar al esposo— hasta la muerte del mismo. Si en un principio la felici

dad parece dominar en el espíritu de ambos, la desgracia y el infortunio ha

cen acto de presencia con el correr de los años. De ahí que el distanciamiento

de ambos camine por derroteros plenos de desdichas y desventuras. Galdós

recorre minuciosamente las actitudes del filósofo en cuestión, estudiando a

la mujer a través del comportamiento del mismo. Ni que decir que el distan

ciamiento que se opera en ambos no sólo es anímico o espiritual, sino tam

bién corporal. Asomando en momentos una cierta hilaridad que raya en oca

siones al tono caricaturesco cuando se trata de describir el estado físico del

filósofo. Si dicho personaje presenta en cierto modo una constante, puesto

que su ensimismamiento por todo lo que sea materia de investigación es

causa primordial de su existir, la mujer, por el contrario, irá recorriendo o

manifestando toda una serie de mutaciones. En un principio sentirá admira

ción por él; más tarde exteriorizará su preocupación por la inexistencia del

hijo deseado; luego ostentará una cierta indiferencia por las eruditas amis

tades del filósofo, e incluso, por su preocupación investigadora; por último,

se encerrará en un mutismo total que le conducirá a la práctica de actos típi

camente inherentes a la mojigatería. Con la muerte del marido de doña Cruz

las tornas se cambian; la beatitud o mojigatería se truecan por el deseo de

vivir una felicidad hasta el presente vedada. De ahí que no extrañemos la

presencia de un nuevo esposorio en el artículo, siendo el nuevo cónyuge el

antónimo del anterior, o como dijera el mismo Galdós:

. su segundo esposo no es ningún filósofo ni otro ser alguno que

remotamente se le parezca. Es un señor de la curia, retirado a la vida

privada después de hacerse rico; hombre ignorante y vulgar si los

hay en la tierra21.

En el artículo «Cuatro mujeres», el autor, tras mantener un diálogo con

R. Robert a lo largo de todo el cuadro, le presenta el comportamiento de dis

tintas mujeres que han tenido una estrecha vinculación con los vaivenes po

líticos del momento. Apareciendo las féminas como vivo retrato de todo lo

que pudo suponer un hecho o acontecimiento político en la España del XLX.

La primera de ellas —Baldomera Gutiérrez—, será la mujer del progresista,

«personaje que unido desde el año 12 a todas las glorias del parlamentarismo

y a todos los conatos de la libertad, es una elocuente síntesis de la historia

contemporánea» 22.

234

La importancia de las fechas como vehículo catalizador del comporta

miento del personaje habla por sí sola. Las actitudes liberales y conservadoras

que se cotejan en el presente cuadro nos hará recordar la postura adoptada

por los escritores costumbristas. Evoquemos, por ejemplo, aquellas personi

ficaciones alegóricas de Antonio Flores en su obra Ayer, hoy y mañana cuan

do presenta a sus personajes D. Plácido Regalís y Privilegios y D. Restituto

Igualdades y Garantías, como prototipos de las ideas liberales y conserva

doras 23.

Dichos vaivenes políticos conducirán a nuestras féminas por caminos es

pinosos, en ocasiones, y afortunados, en otras. Cuando el esposo de nuestra

protagonista puede gozar de una alta posición, como recompensa de una acti

tud honrada y adecuada a sus principios ideológicos, le llega la muerte. El

desenlace no se hace esperar y doña Baldomera cae en un profundo escepti

cismo ante las cosas públicas de la época.

A continuación entra en esta galería de tipos otro nuevo personaje que

representa el ascenso social de la clase mesocrática a la aristocracia. Dicho

ascenso social, proveniente de la aparición de una nueva burguesía inexistente

en los tiempos de Larra, hará su presentación a mediados del XIX. De ahí

que los costumbristas adopten una postura negativa ante esta nueva clase

social, fuertemente adinerada y que logra el status aristocrático mediante el

matrimonio. La mentada posición negativa de los escritores costumbristas no

es nueva, pues sabido es que ante todo lo tradicional su comportamiento es

de elogio; por el contrario, ante las innovaciones operadas en el momento de

sus vivencias, sus actitudes presentan un claro tinte amargo y pesimista. Los

costumbristas vienen a ser, en cierto modo, auténticos guardianes de los há

bitos de la épocaai. Galdós en este caso entronca con la postura ya adoptada

por Mesonero Romanos, Modesto Lafuente, Estébanez Calderón y otros tanton

escritores costumbristas que bien a través de los medios periodísticos de

la época o en determinadas publicaciones actuaron con este característico

sello.

Todos estos aspectos, además de las alusiones a la desamortización de

Mendizábal y a la inclinación por todo lo francés como sinónimo de buen

gusto, perfilará el retrato de nuestra Leopoldina de Manzanares.

La tercera fémina que entra en esta breve galería de retratos galdosianos

será doña Ramona de Loja, Marquesa viuda de Arlaban. Ella será el proto

tipo de mujer que ha gozado en tiempos pretéritos de una gran fama. Su pre

sentación, con visos de mujer «jamona» 25, irá unida a la referencia de tertu

lias o «saraos» palaciegos, en donde la intriga y el rumor protagonizaban los

vaivenes del espectro político del momento. Al contrario que su predecesora

no se sentirá atraída por los gustos franceses, sino que por el contrario mar

carán sus inclinaciones o apetencias los representantes de la Gran Bretaña.

Aspecto ciertamente sorprendente en el cuadro de Galdós, pues la mayoría

de los costumbristas cuando presentan a un personaje perteneciente a dicho

235

estamento social, lo harán bajo el rótulo o etiqueta de la influencia francesa.

De ahí que los vituperios o censuras de dichos escritores vaya en contra del

presente país, aludiendo con hiriente intención a la ascendencia de las modas

gabachas.

La última fémina en aparecer será doña Cándida de la Rápida, tratada de

forma harto esquemático y con aires de devota y santurrona de oficio. No

por ello su comportamiento, aunque ya mujer decrépita por los años, es en

ocasiones más propio de joven preocupado por galanteos que otra cosa. La

línea seguida por su esposo entronca con el autoritarismo del anterior cua

dro; si bien, éste aparecerá como si de un San Jorge se tratara.

La colaboración galdosiana en Los españoles de ogaño se limita a la pre

sentación de un solo cuadro. Ya no aparece el personaje femenino como pro

tagonista indiscutible, sino que, como el mismo título indica, se trata de un

tipo —«Aquel»— que representa a todos los individuos que sin oficio y bene

ficio se pasan el tiempo sin hacer nada provechoso, deambulando por todos

los lugares y recovecos de la urbe. La misma presentación del tipo crea una

suspensión en el lector; pues no sabe realmente de quién se trata. Aunque

lógico es que conforme transcurren las páginas se adivine la intencionalidad

de Galdós. Con todo ello el autor se reserva al final del cuadro la presenta

ción de aquel ser abstracto de las primeras líneas:

¿Y estamos condenados a no saber nunca quién es aquél, quien es el

hombre que encontramos en todas partes, por la mañana y por la

noche, sombra de nuestro cuerpo, especie de sempiterno acreedor que

está reclamando sin cesar una deuda inmortal? Sí. Aquél ha sido, es,

y continuará siendo, indescifrable. Inclinemos con respeto la frente

ante este misterio, y apartándonos de la casa en que aparece habitar,

demos fin a este artículo que debía haberse titulado El Vago26.

Este cuadro galdosiano nos permite recorrer toda una galería de estamen

tos sociales. El esquema utilizado por Galdós viene a ser en cierto modo un

recurso propio del género folletinesco, supeditando todo el interés del lector

hasta el final del cuadro. De ahí el juego intensivo de interrogantes que el

autor lanza al lector para que trate de adivinar cuál es el tipo por él descrito.

Sin embargo, lo más interesante del mismo es el largo recorrido que Galdós

realiza por la sociedad de su tiempo; presentando, a manera de boceto, las

costumbres y tipos de la época. Hasta en los actos más triviales o ceremo

niosos nuestro buen personaje hará acto de presencia, granjeándose la anti

patía del lector desde un primer momento:

Como respondiendo que aquél no es nadie, iríamos a parar a un absur

do, es fuerza convenir en que aquél es una persona que se encuentra

en todas partes, lo mismo en los espectáculos gratuitos que en los de

pago, lo mismo en los tristes, como el entierro, que en los alegres,

como el baile; figura decorativa de los cafés y de los teatros; parte

236

alícuota de todo numeroso y escogido público en las reuniones y

meetings; un hombre que siempre estamos viendo y nunca conocemos,

el tipo de los tipos, raramente simpático; por lo común, insoportable,

ente aborrecido, que nadie sabe cómo se llama, ni quién es, ni qué

hace, ni de qué vive 27.

El recorrido, pues, no es todo lo minucioso que deseáramos, habida cuen

ta de que el tema central del cuadro es persona poco dada a permanecer de

forma prolongada en determinado lugar, lo que permitiría al autor desdoblar

su artículo e informarnos del entorno social y hábitos que concurren en la

faceta costumbrista nominada escenas.

Todos estos ligeros bosquejos que aparecen en el presente artículo enca

jan perfectamente en el postulado realista, pues el autor sigue paso a paso,

como si de una cámara fotográfica se tratara, el minucioso recorrido del per

sonaje en cuestión. Aspecto que si ya había hecho acto de presencia en los

dos anteriores, culmina de forma resuelta en este último.

IV. ANÁLISIS DE LOS CUADROS COSTUMBRISTAS DE GALDOS

Dentro de la dicotomía escenas-tipos que aparece en el estudio obligatorio

de los escritores del género88, observamos que las colaboraciones de Galdós

pertenecen al subgénero tipos. Consecuencia lógica si tenemos en cuenta que

ya en 1843, con la aparición de Los españoles pintados por sí mismos, el cos

tumbrismo se aparta de la escena para abordar a los distintos tipos más re

presentativos de la geografía española. Incluso, la misma trayectoria que ani

mara a los editores de estas colecciones vendría dada con claros tintes de

imitación, insinuándose en más de una ocasión la paternidad de dicha colec

ción sobre el resto de las colecciones habidas tanto en España como en His

panoamérica 29.

Prescindiendo de la titulación que Galdós diera al tipo aparecido en Los

españoles de ogaño —«Aquel»—, puesto que como ya indicáramos cae en un

concepto harto abstracto que confundiría a más de un posible lector, nos en

contraríamos que la totalidad de los cuadros galdosianos pertenecen al deno

minado tipos. El sinónimo de «Aquel» vendría a ser, como ya indicara Galdós

al final del mismo, «El Vago», nombre que de figurar en el encabezamiento

del cuadro encajaría perfectamente con la mayoría de los que inician su co

metido con un título lo suficientemente expresivo para que el lector tenga

una idea de lo que se va a tratar30; v. gr.: «La diligencia», «El hospedador

de provincia», «La romería de San Isidro», «La cigarrera», «El cochero Si

món», etc., etc. La misma titulación de «La mujer del filósofo» entraría de

pleno en esta apreciación; no así el denominado «Cuatro mujeres», pues el

lector hasta que no ha finalizado su lectura no comprende el alcance del mis

mo. La visión que Galdós da de las distintas mujeres a través de la perspecti-

237

va marital, producirá en el lector acostumbrado al rótulo orientativo un va

cío. De ahí que dicho encabezamiento orientativo sea el auténtico tema en las

ocasiones que aparezca; en caso contrario, sería el público quien buscara a

través de sus páginas el motivo central. Si de encontrar un rótulo aclarativo

se tratara tan sólo harían falta unas líneas para que escuchásemos en las di

gresiones de Galdós su propósito de describir a los distintos tipos de mujeres

que por determinadas circunstancias han casado con hombres políticos de

distinto signo ideológico:

Pues no digo nada si el observador dirige fsic) sus miradas al campo

político, y no contento con explorar lo que la próvida naturaleza ha

creado allí variando los accidentes del homo sapiens, se dedica al

examen y estudio de la mujer política, no llamada así porque profese

determinadas ideas de partidos, sino porque tiene en toda su persona,

así como en su lenguaje y modales, el sello de las creencias que aquel

esclarecido mortal, su digno esposo, profesa31.

Como se observará, no se da el doble título unido por la conjunción o,

que más que disyuntiva tendría un valor aclarativo —v. gr.: «El amor de la

lumbre o el brasero»—; ni siquiera existen títulos que en larga frase resu

men el contenido del artículo s2; o bien, como, los rotulados «El ómnibus y la

calesa», que tras oponer dos objetos o conceptos antagónicos aparecen uni

dos por la conjunción copulativa M.

Otra modalidad utilizada por Galdós en los presentes artículos sería la

del diálogo entre el autor y el lector. Dicha técnica resulta una auténtica

constante entre los escritores del género, de suerte que si tuviésemos que re

señar la totalidad de artículos en que aparece dicha modalidad, la lista sería

ciertamente penosa. Particularidad que por otro lado escapa de lo meramente

costumbrista para constituir ya en el campo de la novela un rasgo tremenda

mente peculiar. Si por un lado aludimos a la gran novela del último tercio

del XIX, también hacemos especial hincapié con las novelas que engrosan

el copioso material folletinesco; de igual forma, la novela histórica presenta

el referido aspecto, siendo un ejemplo claro la novela El señor de Bembibre.

Es fácil comprender que dicho recurso asome en dichas páginas galdosianas.

Por ejemplo, en «Cuatro mujeres» cuando la protagonista parece ya in

mersa en el hastío y en la melancolía, Galdós escribe:

Y para que comprendas, lector amigo, la magnitud de su hastío, añadiré

algunas noticias acerca de las relaciones de doña Cruz31.

Incluso en el párrafo último, Galdós alude reiterativamente a dicho as

pecto :

Lector impresionable, no vayas a deducir de esta fabulilla, ietrato,

cuadro de costumbres, o historia si quieres, que los filósofos no deban

casarse. ¡Qué herejía! Cásense enhorabuena; pero ya habrás pbser-

238

vado más de una vez en cuantos apuros domésticos se ven metidos los

hombres demasiado sabios, demasiado estudiosos y demasiado abstraí

dos. La inteligencia, lector amigo, también tiene su higiene, y si a esto

añades que ninguna mujer casada con filósofo seguirá fácilmente a su

marido a las regiones de la idea pura, puede deducir la moraleja de

este artículo35.

En «Cuatro mujeres» existe un todo unitario en cuanto que Galdós no se

dirige de forma directa a un posible lector, sino en forma epistolar al editor

y colaborador de dicha colección —Roberto Robert—. Tras la susodicha car

ta, Galdós le propone cuatro tipos de mujeres, como si de un material se tra

tara, a fin de que el resto de los colaboradores ampliaran y desarrollaran el

contenido de dichos tipos. Por ello se aprecia el relato en primera persona,

expresando el autor su personal punto de vista sin llegar a romper la verosi

militud artística. Como diría Baquero Goyanes: «Este relato subjetivo, auto

biográfico, puede adoptar diversas formas, que van desde la pura narración

en primera persona a las memorias, cartas, diarios, etc. La llamada novela

epistolar viene a ser, en ciertos casos, una subespecie de la modalidad apun

tada, en la cual la acción nos es dada a conocer a través de las cartas de uno

o más personajes» x.

La carta se cierra con la presentación que reza el título del cuadro, obser

vándose, además, de una premura periodística el compromiso contraído con

Roberto Robert:

Concluyo, pues, mi ingenioso amigo, recomendándole que vacíe este

metal que le doy, ya convenientemente derretido, en la misma admira

ble turquesa de donde han salido otras figuras que el público ha visto

arrogantemente puestas sobre sus pedestales en la vasta galería escul

tórica de Las españolas pintadas por los españoles. El material es bueno;

no falta más que un buen molde, y ése no lo tengo yo.

Me ha pedido usted una mujer, y le mando el material de cuatro.

Usted, que tiene buena mano fabríquelas a su gusto, con lo cual que

daremos todos bien: usted, con mayor fama de artista; los lectores

del libro, contentos como unas Pascuas, y descargado de un pesado

compromiso, su afectísimo amigo37.

En el titulado «Aquel» la voz del narrador se deja oír línea tras línea,

habida cuenta de que el autor tras presentar toda una serie de pistas o juegos

propios de adivinanzas, interroga o pregunta al lector si ha logrado ya averi

guar al tipo estudiado. Viene a ser, como diría Baquero Goyanes, «la tan de

cantada omnisciencia, que ha dado lugar a que esta fórmula haya podido ser

considerada como una de las más artificiosas y menos realistas» 38. De ahí que

esa omnisciencia, «ese poder o dominio del novelista sobre acciones y seres

se hace más patente, al dejar oír su voz el narrador en alguna expresiva aco

tación e incluso en algún diálogo con el lector» M. En el presente cuadro cual-

239

quier párrafo alegido al azar serviría a nuestros propósitos. Valga tan solo

uno de ellos para manifestar tal particularidad :

En otro día, quizá más nefacto, vais a un baile de máscaras; discurrís

por el salón tratando de matar el fastidio. Supongamos que os divertís,

que no; supongamos que os dan una broma pesada o una feliz sor

presa. Todo esto es accidental y está sujeto a mil contingencias. Lo

invariable, lo categóricamente cierto, es que al entrar, al salir, en

todas las vueltas que, como mariposa atentada disteis por el salón,

encaró con vosotros una persona cuyo semblante conocíais bien, y

esta persona era aquél*0.

V. PERSONIFICACIONES ALEGÓRICAS

Si la modalidad referida anteriormente constituye una auténtica coorde

nada, la utilización de personificaciones alegóricas tan solo asoma en las pá

ginas de «La mujer del filósofo», entroncando de esta forma Galdós con la

trayectoria ya iniciada por los maestros del género. Cabe recordar la ono

mástica harto elocuente de los personajes de Mesonero Romanos tales como:

D. Plácido Cascabelillo, D. Homobono Quiñones, D. Pascual Bailón, D. Teo

doro Sobrepuja, D. Solícito Ganzúa, D. Patricio Mirabajo, D. Perpetuo Anta

ñón, D. Honorato Buena Fe, etc.; o los personajes de Antonio Flores perte

necientes al Ayer, Hoy y Mañana: D. Ambrosio Tenacillas, D. Narciso Ce

remonial, La Cicerona, D. Cándido Retroceso, D. Plácido Regalías y Privile

gios, D. Restituto Igualdades, D. Silvestre Terror, etc.; incluso Larra con

Andrés Niporesas o Cándido Buenafe. Galdós incluirá en dicho artículo a un

«selecto» círculo de amistades en donde la protagonista se mueve con cierto

desenfado. Las personificaciones alegóricas entran en el cuadro como condi

cionamiento indispensable del fatal sino de la fémina, que poco a poco acaba

distanciándose de su esposo, observando desesperadamente el conjunto de

veneradas personas que entran en el círculo de amistades:

Doña Antonia Cazuelo de la Piedra, mujer del investigador de anti

güedades prehistóricas.

Doña Pepita Ariana de los Vedas, hija del profesor de sánscrito.

Doña Rebeca Talmud, hermana del hebraizante.

Doña Rosa de los Vientos, esposa del principal astrónomo del Obser

vatorio.

Doña Margarita Romero y la Zarza, hermana del profesor de botá

nica u.

Lo que realmente hace Galdós es presentar a todo un mundo intelectual

que raya en la pedantería. Este grupo selecto que teme contagiarse con el

resto de los demás seres producirá en la protagonista un afán de evasión ha-

240

cia otras prácticas; de suerte que una vez muerto su esposo la infeliz mujer

desea encontrar la felicidad en otro círculo más adecuado y ajeno a su ante

rior modo de vida. Por ello la utilización de esos nombres «significativos»,

además de producir una cierta hilaridad, perfilarán el carácter del tipo estu

diado. Aun así la crítica contra determinadas capas sociales parece ondear

en estas líneas. Aspecto que ya trataremos más adelante en el momento de

reflejar la presencia y crítica de estamentos y tipos.

VI. PROPOSITO MORALIZADOR EN LOS CUADROS GALDOSIANOS

Otro aspecto ciertamente interesante y digno a tener en cuenta sería la

intencionalidad galdosiana en el momento de escribir sus artículos. Prescin

diendo de los matices ajenos a los literarios, tales como los crematísticos o

consecución de una pronta fama, o también por apretado compromiso, como

así parece ser el titulado «Cuatro mujeres». Los escritores costumbristas

presentan una clara tendencia moralista; incluso tras la digresión inicial o

presentación de los hechos y motivos que impulsan a la escena o al tipo, apa

rece casi ya finalizada la lectura la consabida lección moral. Como ya dijera

J. F. Montesinos al referirse a la actitud de Mesonero Romanos y Larra en

cuanto a teatro romántico se refiere —por citar un aspecto ciertamente sig

nificativo— dirá: «Mesonero era aún demasiado moratiniano de espíritu —co

mo lo era el mismo Larra en ocasiones— para no admitir una finalidad ética

del teatro. Salvo este aspecto de su crítica nada de lo que contra el romanti

cismo escribió afecta en realidad a la literatura, sino a ridiculeces sociales que

no podían durar y no duraron» **.

Finalidad pedagógica que respiran por los cuatro costados los costumbris

tas, ya no sólo por su formación o actitud ante ciertos hechos literarios que

serían harto discutibles; sino porque sencillamente el postulado costumbrista

desde sus comienzos intenta mejorar ese cotidiano vivir. Que lo lograran o

no ya es aspecto discutible, lo único cierto es que su intencionalidad viene

dada desde el principio por los maestros del género. Tanto el mismo Meso

nero Romanos como Larra, e incluso las largas listas de nombres que figura

ron en las citadas colecciones, amén de las colaboraciones en la prensa deci

monónica, donde tanto El Semanario Pintoresco Español, como El Laberinto,

El Museo de las Familias, etc., o periódicos de corte satírico como La Risa,

El Domine Lucas, El Fandango, hicieron gala de este tipo de periodismo. Ce

ñirnos a los prolegómenos del costumbrismo sería tarea ciertamente intere

sante, pero que no procede realizar ahora y que, por otra parte, ha merecido

ya estudios importantes. Tan sólo nos corresponde apuntar este sugestivo

aspecto en el perfil de cualquier escritor costumbrista.

De ahí que «El Curioso Parlante» en su Panorama Matritense aplicara es

te sentido de «lección moral» para mejorar las condiciones e inclinaciones

241

16

del ser humano; e incluso con un sentido perfectivo para que el hombre se

viera tal como es —Larra en su artículo sobre el Panorama Matritense—.

En este sentido encajan perfectamente las palabras de Correa Calderón

al referirse a la intencionalidad de los escritores costumbristas. Tras señalar

el crítico el marcado sello moralizante de todo este grupo de escritores, afir

ma que: «unos pretenden que sus artículos sean "escuelas de costumbres",

al añadir a sus cuadros las advertencias morales oportunas, al precaver a los

incautos con sus premonitorios avisos, como Liñán, Remiro da Navarra, Salas

Barbadillo, Zabaleta, Santos, Gómez Arias o Ignacio de la Erbada. Otros, di

simulando con habilidad toda digresión didáctica, perseguirán esa misma fina

lidad, que ha de deducirse naturalmente de la descripción o narración de los

hechos. Los más, como Antonio Flores, porán hacer suyo el ridendo corrigit

"castigat", no "corrigit" mares del severo Horacio, ya que, con risa, con iro

nía, hallando el lado ridículo de sus actos procuran enderezar la vida de las

gentes. Raro es el costumbrista que se desvía de ese propósito moralizante

—tendencia que se inicia en los del siglo XVII y subsiste hasta el XIX— es

cribiendo porque sí, por puro amor a lo pintoresco, sin otra finalidad última.

Tiene el artículo de costumbres algo de la fábula y del epigrama, pues, como

ellos, dentro de la brevedad, procura una eficacia docente, ya sea deduciendo

una moraleja o aplicando el cauterio de la sátira» 43.

¿Qué es si no el párrafo último del cuadro «La mujer del filósofo» donde

la intención moralizante de Galdós discurre por un cauce lógico a sus pro

pósitos? Como si todas sus líneas estuvieran abocadas a colocar en lugar

preferente el sentido moralizador:

La inteligencia, lector amigo, también tiene su higiene, y si a esto

añades que ninguna mujer casada con filósofo seguirá fácilmente a su

marido a las regiones de la idea pura, puedes deducir la moraleja de

este artículo4*.

Incluso, el cuadro «Aquel» en donde el protagonista viene a ser el mo

delo negativo a no seguir —procedimiento interpretativo que ya arrancara en

nuestra literatura del Siglo de Oro con la aparición del picaro—, suscita una

cierta prevención entre los lectores, como si realmente Galdós tratara de

describir a un quiste social sin apelativo alguno. De esta forma el posible lec

tor descubre a una lacra que permanece a su lado, invariable e imperecedera

que no hace sino entorpecer el paso al resto de las personas. La misma tona

lidad agria y severa del cuadro así lo parece confirmar, dejándose entrever

más la línea de un Larra que la tonalidad benévola y dulzona de un Mesonero

Romanos45.

Sin embargo el titulado «Cuatro mujeres» rompe todos estos moldes, es

capando por su misma composición del desprendimiento de una posible in

tención moralizadora. No hay que olvidar que el propósito de Galdós era

ofrecer, sin más, una nueva perspectiva a Roberto Robert para el análisis

242

de tipos. Siendo la fórmula epistolar el cauce elegido para este propósito. Por

ello, solo hay una clara intención: presentar un material capaz de ampliar

las posibilidades descriptivas del escritor costumbrista. De hecho, el resto de

colaboradores de Las españolas pintadas por los españoles se limitó a seguir

la línea que ya se iniciara con Los españoles pintados por sí mismos, recogien

do al tipo en cuestión y analizándolo de forma directa, sin la perspectiva del

matrimonio.

VIL DIGRESIONES EN LOS ARTÍCULOS DE GALDOS

Al analizar los cuadros galdosianos observamos otra constante arquetípica

del género. Nos referimos a la presencia de digresiones que rompen la con

tinuidad del cuadro. Dicho aspecto constituye una nota predominante en el

quehacer costumbrista; de suerte, que gran parte de ellos, utiliza dicho re

curso como si de algo imprescindible se tratara.

En Galdós esta característica asoma con prontitud, y ya en el comienzo

de aLa mujer del filósofo», el autor se permite dilucidar sobre el contenido

del mismo. Cuando se abusa de este procedimiento, el cuadro pierde todo el

interés que se pudiera desear, dando una sensación de lentitud y premiosidad

que agota al más paciente lector. Es curioso observar a ciertos autores cos

tumbristas que utilizan el presente aspecto no como mera fórmula constitu

tiva del escritor perteneciente al género, sino como pretexto o fórmula rígida

que le permite rellenar páginas y páginas sin decir nada alusivo a la escena

o tipo que realmente se debía estudiar. O como si en cierto modo la técnica

de la novela por entregas16 tuviera feliz eco entre aquellos escritores costum

bristas que si lograron una pronta fama en su tiempo, también prontamente

cayeron en el olvido.

En Galdós observamos la tendencia ya empleada por Mesonero Romanos,

Larra o Estébanez Calderón. Es decir: iniciar el artículo con una digresión,

para luego presentar al tipo en cuestión o los personajes que protagonizan

el cuadro. Galdós entronca, una vez más con este formulismo de los costum

bristas románticos, como si el paso del tiempo no hubiera hecho mella en las

colecciones coincidentes con la etapa del realismo. De ahí que el inicio de

«La mujer del filósofo» guarde estrecha vinculación con el procedimiento

descrito :

Dos causas determinan principalmente el carácter de las personas:

o las cualidades innatas, o las que nacen y se desarrollan en la natura

leza a consecuencia de la educación y del trato. Son éstas las que por

lo general enaltecen o rebajan el alma de la mujer, que más flexible y

movediza que su compañero en goces y desdichas, cede prontamente

a la influencia exterior, adopta las ideas y los sentimientos que se le

243

imponen, y concluye por no ser sino lo que el hombre quiera que sea.

La mujer aislada, sobre todo en nuestro país, donde la emancipación

de tan privilegiado ser no ha pasado de los códigos de alguna aso

ciación extravagante, ofrece bien escasos tipos a la investigación del

hombre observador y curioso47.

Una vez iniciada la tarea de descripción, el autor se permite cortar los

hechos que concurren en el mismo para utilizar de nuevo la digresión. Por

ejemplo, cuando nuestra protagonista —Doña María de la Cruz Magallón y

Valtorres— llega al hastío más completo, habida cuenta que el abismo entre

los esposos es cada vez mayor, decide tomar dos soluciones; por un lado,

llenarse de resignación y soportar estoicamente la presencia del marido; por

otro, romper con todas las trabas sociales y actuar con una moral lo sufi

cientemente laxa que le permitiera dar rienda suelta a sus sentimientos.

Cuando todo esto ocurre, Galdós interrumpe toda acción y descripción, dan

do posibles soluciones al conflicto planteado:

Si la mujer del filósofo es una de esas naturalezas impresionables y

nerviosas, de fácil voluntad y dispuestas a dejarse arrastrar por cual

quier arrebato de pasión o despecho, entonces es probable que busque

fuera de casa lo que en ella no ha podido encontrar, y abandone para

siempre la compañía de tan extraño ser. Incapaz de elevar su espíritu

a las regiones de lo absoluto, tira a lo vulgar, como la cabra al monte;

no comprende lo meritorio que sería unir hasta el fin su existencia a

la de aquel buen hombre tan superior por la inteligencia a los demás

de su especie, y huye buscando lejos del santo hogar de la ciencia

las distracciones y los placeres que allí no existen. No puede soportar

el fastidio, cree que tiene derecho a la mitad de las horas y a la mitad

de la atención que su esposo consagra a abstrusas cavilaciones. Es

orgullosa y egoísta. La gloria no vale más que ella. Todo lo quiere

para sí. No comprende que quepa en el hombre otro amor que el de

la mujer, ni otro anhelo que el de contentarla. Turbada, desalentada

y ciega da el paso fatal y no vuelve más al buen camino.

Pero si por el contrario la mujer del filósofo es persona que tiene alta

idea del deber y recta conciencia; si tiene en el fondo del alma esa

fuerza incontrastable que vence las momentáneas y seductoras altera

ciones nerviosas; si sabe sobreponer la voz serena de su razón a la

chillona algarabía de los sentidos que claman sin cesar en momentos

de turbación moral y de duda, entonces inclinará la cabeza respetando

el destino y las conveniencias sociales, y se encerrará en la triste vi

vienda, continuando en el desempeño de su fastidioso papel con cris

tiana resignación48.

De todas formas el fatal sino se cumple en la figura del filósofo, quedando

nuestra protagonista en estado de viudez. Su nuevo esposo, antítesis del an

terior, hará olvidar su amargo trance, aunque no hay que postergar que esa

244

amargura tuviera connotaciones y visos de felicidad, pues es precisamente

su viudedad quien soluciona felizmente sus dudas.

VIII. PERSPECTIVISMO GALDOSIANO

Hemos aludido en más de una ocasión que tanto el cuadro costumbrista

«Cuatro mujeres» como «La mujer del filósofo» ofrecen una visión distinta

del resto de los artículos escritos en Las españolas pintadas por los españo

les. La intención de Galdós es presentar unos tipos femeninos a través del

comportamiento de los maridos. Bien es verdad que los tipos femeninos ya

habían aparecido con anterioridad en el panorama costumbrista español. Re

cordemos, por ejemplo, los titulados «La patrona de huéspedes», «La casta

ñera», «La coqueta», «La nodriza», «La santurrona», «La lavandera», «La mu

jer del mundo», «La cantinera», «La gitana», «La Celestina», «La casera de

un corral», «La maja», «La doncella de labor», «La comadre», «La actriz»,

etc., etc., pertenecientes a Los españoles pintados por sí mismos; e incluso,

los aparecidos en colecciones de provincias, v. gr., Los valencianos pintados

por sí mismos, con los cuadros «La peixcoara», «La tostonera», «La revende

dora», etc., pero sin ese sello característico que Galdós pretende dar a los

suyos. De ahí que la propuesta que el mismo Galdós hiciera al editor y cola

borador de Las españolas pintadas por sí mismas llamara la atención al lector

acostumbrado a la descripción de los tipos anteriormente reseñados. La mis

ma apreciación pudiera predominar en esta última colección, pues el artículo

«La madre de la dama joven» 49, de Carlos Frontaura, que como su título in

dica parece asemejarse en el procedimiento de Galdós, sin embargo, no sucede

así. Frontaura se limita a presentar a la protagonista del cuadro —Doña Ro

sario Pérez de Periquete— y a su hija —Virtudes— con la técnica costum

brista tradicional. La primera de ellas, tipo un tanto galdosiano en cuanto

que representa la apariencia de una dignidad a la manera de La de Bringas,

desea para su hija un matrimonio ventajoso capaz de sacarlas de la estrechez

típica que conlleva toda viudez. Por un azar de la vida Virtudes se hace ac

triz y lo que a primera vista pudiera parecer imposible ante los ojos de la

puritana madre, se convierte en un modo de vida para las dos. Ni que decir

que las ilusiones de un matrimonio ventajoso desaparecen con la entrada de

un actor de provincias comparable, como indica el mismo Frontaura, a Caín.

Ni siquiera hay por parte de este autor enfoque a la manera de Galdós; dán

dose, si acaso, la simbiosis escenas-tipos.

Galdós en el cuadro «Cuatro mujeres» ofrece una nueva perspectiva para

el análisis de tipos femeninos; de ahí que su intención en la colección Las

españolas pintadas por los españoles esté protagonizada por el estamento so

cial que ocupa el marido, reflejándose su oficio o profesión de forma irrever-

245

sible en la mujer. No hay nada más interesante y aclaratorio a este respecto

que las propias palabras que Galdós dirigiera a Roberto Robert:

Yo tengo para mí, según otra vez dije, que para formar una buena

colección de esta soberbia fauna y al mismo tiempo gigantesca flora,

es preciso buscar elementos en el matrimonio. Y dada la estupenda

diversidad de tipos masculinos. ¿No es verdad que hay también donde

escoger tratándose de mujeres? Pues no digo nada si el observador

dirige sus miradas al campo político, y no contento con explorar lo

que la próvida naturaleza ha creado allí variando los accidentes del

homo sapiens, se dedica al examen y estudio de la mujer política, no

llamada así porque profese determinadas ideas de partido, sino porque

tiene en toda su persona así como en su lenguaje y modales el sello

de las creencias que aquel esclarecido mortal, su digno esposo, pro

fesa50.

Incluso, al final de la misma carta Galdós vuelve a insistir sobre esta pers

pectiva, como si los cuatro bocetos presentados fueran los ejemplos o mode

los a seguir por el escritor costumbrista. Lo que realmente me llama la aten

ción es que este cuadro figura en el segundo y último volumen de la colección,

cuando realmente debería figurar en el primero. Pienso que Galdós tuvo cier

to compromiso con el editor al proponerle éste un tipo femenino; nuestro

escritor le contestó o le presentó una idea original, capaz de analizar a la mu

jer de muy distinta manera hasta el momento presente; siendo por ello que

después de todo esto se decidiera, a través de su perspectiva, describir a la

mujer de un intelectual. De ahí que el editor trastocara el orden de los mis

mos, incluyendo en el primer volumen a «La mujer del filósofo», puesto que

en éste ya se observa la técnica propuesta por Galdós desde el principio hasta

el final; con todo ello, tras la digresión típica del comienzo del cuadro, Gal

dós vuelve a insistir en ello, como si su idea hubiera caído en el vacío por las

circunstancias de que nadie ha hecho caso a su propósito o intención. Ocasión

que aprovecha el autor, puesto que antes de entrar de lleno en la descripción

persevera en su propósito:

Para explorar con fruto en la muchedumbre femenil es preciso consi

derar a la mujer unida, formando ya la pareja social y siendo un reflejo

de las locuras o de las sublimidades del hombre. ¡Y qué singular as

pecto ofrecen las cualidades de éste pasando al través del carácter de

su compañera, como pasa la luz descomponiéndose y alterándose al

través del cristal! Habréis visto muchas veces pasearse por la escena

del mundo al avaro, al hipócrita, al mentiroso, y a otros muchos más

o menos raros. Todo esto es muy curioso; pero ¡cuánta mayor extrañeza

no ofrecen tales y tan feos o risibles vicios, si encarnados en el

alma de un hombre se proyectan, digámoslo así, como sombras, sobre

el alma de una mujer sin contaminarla! Es de suponer que más de una

vez habréis fijado la atención con asombro en esos seres desdichados

que el mundo designa llamándoles la mujer del avaro, la mujer del

246

hipócrita, pobres hembras que en sí no son ni avaras ni hipócritas,

pero que por vivir unidas a quien posee cualquiera de aquellas feal

dades morales, se distinguen de las demás de su sexo y son una espe

cialidad, como otras muchas marcadas desde el nacer con indeleble

sello. Son el mando mismo, imperfectamente reproducido; son un

facsímile (sic) incorrecto, una aberración fotográfica, un vislumbre, una

caricatura si se quiere 51.

Perspectivismo, pues, en los cuadros pertenecientes a la colección de Las

españolas pintadas por los españoles, y ausencia total del mismo en el perte

neciente a Los españoles de ogaño. De hecho el titulado «Aquel» guarda es

trecha vinculación con aquellos tipos que ya Juan de Zabaleta describiera en

El día de fiesta por la mañana o con los descritos por Mesonero, Larra, Estébanez

Calderón y Antonio Flores, por citar tal vez los más representativos

e inmediatos. Si bien existe una disimilitud en cuanto a enfoque perspectivístico,

no por ello es menos cierto que éste aparece con cierta frecuencia tanto

en el panorama español como en el extranjero 52. Circunstancia que se da pre

cisamente entre los escritores costumbristas con innegable prodigalidad; pero

que por lo innovador del caso llama la atención del lector acostumbrado a

otro tipo de perspectivismo. De todo lo aquí expuesto podemos decir que los

juicios emitidos en torno a este aspecto por Baquero Goyanes encajan per

fectamente a nuestros propósitos: «El éxito de un artículo de costumbres de

pende de que el lector del mismo perciba lo que en él se dice como conocido

y desconocido a la vez, el buen escritor costumbrista es aquel que enseña a

mirar y a descubrir, el que es capaz de elevar a gracia literaria la menuda

anécdota de cada día, la cotidiana trivialidad de los tipos y ambientes que nos

rodean. Para conseguir esto, el articulista suele utilizar un efecto perspectivístico:

el ofrecer lo por todos conocido bajo una luz nueva y reveladora» 53.

Capacidad, pues, de observación como cualidad primordial en el escritor

costumbrista y canalización de esos dotes a través de una luz nueva y reve

ladora. De ahí que «el costumbrismo no es un arte fácil, puesto que exige

de sus cultivadores algo así como una capacidad o facilidad de doble visión;

percepción, por un lado, de lo más habitual y conocido, y por otro, visión

nueva, enfoque nueva, de esa conocida habitualidad» M.

IX. LA CRITICA SOCIAL A TRAVÉS DE LOS CUADROS

GALDOSIANOS

Extraño es que no encontremos en los estudios dedicados al costumbris

mo alusiones a la crítica social. Podríamos decir que en el espíritu de los

escritores costumbristas existe un afán imperioso por todo lo relativo al com

portamiento de sus gentes, como si la faceta tipificadora de conservar todo lo

247

presente fuera realmente incompleta y se lanzaran a emitir juicios y reflexio

nes sobre el comportamiento de los individuos. Bien es verdad que dicho per

fil sería incompleto si no presentásemos ese aire de nostalgia que sienten por

todo lo pasado. Sin embargo, la brevedad de los escritos galdosianos no per

miten un estudio a la manera de un Larra o Mesonero, donde el ingente ma

terial sí puede ofrecer múltiples variedades que podrían permitir un análisis

exaustivo. A sabiendas del peligro que esto entraña con la figura de Galdós,

por la falta de un extenso material costumbrista, iniciamos esta crítica social.

La primera censura que aparece en Las españolas pintadas por los espa

ñoles va en contra de los intelectuales, como si Galdós tratara de insinuar

desde el comienzo del cuadro «La mujer del filósofo» que las prácticas del

docto sabio en nada favorecen a nuestra heroína:

Hombre que, a tantas y tantas calidades propias de su inteligencia,

añade la de ser bibliófilo, anticuario y rebuscador de papeles viejos,

con lo cual dicho se está que calienta una silla en cada uno de esos

panteones que se llaman Academias, y goza entre los doctos de un

prestigio parecido al que inspiraban aquellos antiguos oráculos tan

ininteligibles como graves, y objeto siempre de admiración ciega y

supersticiosa55.

Vituperio dirigido no sólo a determinados tipos de intelectuales, sino

también contra los que forman parte de las Academias. Ya que las posibles

connotaciones que se pudieran sacar de calienta una silla y panteones que se

llaman Academias, además de ser lo suficientemente elocuentes, hablan por sí

mismas. Pensar que el filósofo aquí descrito debe representar obligatoriamen

te a todos los filósofos del mundo es un hecho defectuoso. Actitud, por otro

lado, equiparable a la que ya realizara Montesinos con motivo del artículo de

A. Flores, «El barbero», perteneciente a Los españoles pintados por sí mis

mos: «Qué bien está aquella castiza barbería que describe Antonio Flores,

salvajemente pintorreada, con su heteróclito menaje y sus estampas de Átala

en las paredes. Lo que ya no está también es el barbero, que tiene que ser él,

y todos los barberos posibles...»56.

Si conmutamos el tipo último de Flores por el de Galdós nuestra opinión

sería idéntica; sin embargo, cuando Galdós se aparta de este sello caracte

rístico, logra entroncar con la auténtica línea costumbrista.

La misma tonalidad sarcástica aparece cuando se produce el óbito del fi

lósofo, pues el mundo que le rodea presenta como homenaje postumo «insí

pidos ditirambos». Incluso, parace oirse la voz de Larra, cuando Galdós alude

a estas composiciones de tono lírico arrebatado dirá que aquel matrimonio

ilógico se deshace irremediablemente.

Podríamos decir que la tónica general en este artículo sería la censura

contra el presente estamento, pues las amistades que rodean a nuestros pro

tagonistas refuerzan la presente nota:

248

A su casa no van más que sabios, pero ¡qué sabios I, académicos de

todas las corporaciones conocidas y algún discípulo con antiparras,

amarillo como un códice y desabrido como un sistema filosófico57.

De los tipos aparecidos en «Cuatro mujeres» que la crítica social abarca

la totalidad de los campos político-ideológico de los tipos descritos. Si por

un lado presenta a la mujer del ayacucho con una cierta benevolencia; por

el contrario, con el resto del grupo afila sus armas, teniendo especial fobia

con la última de ellas por ser, precisamente, devota y santurrona a ultranza.

En el artículo «Aquel» la primera crítica la protagoniza la justicia, enla

zando Galdós con la postura ya adoptada por los escritores de épocas pasa

das, donde los desmanes ya no sólo de tipo judicial sino también las rencillas

entre «corchetes» y «guindillas» protagonizaban no pocas páginas de nuestra

literatura. Si acaso aludir a un costumbrista de renombre —Larra— para in

dicar que la actitud adoptada por Galdós fuera motivo de estudio por parte

de los costumbristas58.

En el artículo últimamente citado, aparece, pues, esta crítica surgida de

un mal entendimiento por parte de la justicia que detiene a un viandante sin

ningún tipo de consideración:

Otro caso: un día que debe marcarse con piedra negra en nuestra

mísera existencia, os prenden, por equivocación, en una calle de las

más públicas, por haberos confundido, (nuestra policía tiene un ojo )

con cierto sujeto célebre en los garitos, y al formarse en torno de

vuestra persona el indispensable círculo de curiosos que miran con

indignación al delincuente, observáis que entre todas aquellas caras se

destaca una, la más insolente y desvergonzada de todas, y esa cara

no lo dudéis ni un momento, esa cara es la de aquél59.

Más tarde censurará a determinado tipo de aristocracia, dando entrada,

al igual que en «Cuatro mujeres» a los representantes de la nobleza española.

Ni que decir que la ociosidad, extravagancia y dilapidación son atributos ex

clusivos de los aquí presentes; por el contrario, con los representantes de

la clase media no adopta una postura negativa. Con todo ello, la crítica más

severa la protagoniza el personaje central del cuadro, repudiándolo insisten

temente línea tras línea:

insoportable, ente aborrecido, que nadie sabe cómo se llama, ni

quién es, ni qué hace, ni de qué vive 60.

X. ANÁLISIS DE TIPOS

Los cuadros galdosianos actúan en más de una ocasión como marco re

ceptivo de los tipos más usuales del panorama costumbrista. Quiero decir con

249

ello que la figura o motivos que fueron descritos por los anteriores costum

bristas encuentran su acoplamiento y, en cierto modo, su continuación en los

cuadros de Galdós.

No es extraño encontrar en sus colaboraciones tipos tan familiares y es

tudiados como los del cesante, la santurrona de oficio, el pedante, el vago,

etc.; si bien, descritos con brevedad por la ausencia ya conocida de un ex

tenso material costumbrista, pero que, sin embargo, encuentran feliz continua

ción el mundo novelesco galdosiano.

El primer tipo que nos llama la atención es el cesante, personaje que apa

rece en el artículo «Aquel» en el momento en que el autor trata de adivinar

cuál es el oficio del protagonista. Tras varias suposiciones, cree que se trata

de un cesante, ya que su ociosidad y su continuo deambular por las calles y

plazas de Madrid así lo parece confirmar:

Sigámosle, pues. Concluido el relevo de la guardia aquél se dirige a la

Puerta del Sol, y cuando esperábamos verle entrar en alguna parte,

he aquí que comienza a pasearse con mucha calma, mirando cada poco

tiempo al reló de la casa de Correos. Pues con este dato, el menos

listo comprenderá que aquél es un cesante. ¡Oh, desventurada porción

del linaje humano! Si no se le conoce por tu rancia costumbre de

medir las aceras de la Puerta del Sol, fijando la vista en aquel misterioso

reló que parece contar los momentos en que se dan y se quitan los

destinos, en aquel reló, cuya inflexible manecilla hace como que está

escribiendo credenciales y cesantías; si no se le conoce en este rasgo

genuino y característico, ¿de qué sirven la filosofía y la zoología?

¿para que vino al mundo Buffon? 61.

El desenlace no se hace esperar; aquel entra en un café y paga religiosa

mente su frugal almuerzo. De nuevo surgen las interrogantes y suposiciones

para tratar de adivinar quién es aquel.

Precisamente el tipo aquí aludido nos recuerda aquel D. Homobono Qui

ñones de Mesonero Romanos, cuando de forma imprevista le llega la misiva

fatal:

una mañanita temprano, al tiempo que nuestro bonus vir se cepillaba

la casaca y se atusaba el peluquín para trasladarse a su oficina, un

cuerpo extraño a manera de portero se le interpone delante y le pre

senta un pliego a él dirigido con la S. y la N. de costumbre; el desven

turado rompe el sello fatal, no sin algún sobresalto en el corazón (que

no suele engañar en tales ocasiones), y lee en claras y bien terminantes

palabras que S. N. ha tenido a bien declarle cesante, proponiéndose

tomar en consideración sus servicios, etcétera, y terminando el minis

tro su oficio con el obligado sarcasmo del Dios guarde a usted muchos

años62.

Incluso, dicho tipo aparece estudiado por Gil de Zarate en Los españoles

250

pintados por sí mismos, aludiendo, tanto en el artículo «El empleado» como

en «El cesante», a los amargos sinsabores que produce la cesantía.

Del mismo modo Antonio Flores apuntará al presente tipo, describiéndo

nos en su Ayer, hoy y mañana el amargo trance de la cesantía. Los cuadros

«La empleomanía, los empleados, los empleos, y los empleadores», «Pavo tru

fado y champagne helado, entusiasmo probado», «Un puñado de gente esco

gida» y «El cuarto poder del estado» así lo corroboran. Sin olvidar que en la

misma colección a la que pertenece el artículo de Galdós aparece el cuadro

de Ramos Carrión con el título «El cesante». La lista de autores que con ma

yor o menor fortuna describieron al tipo aquí presentado sería en verdad ex

tensa; tan sólo destacar que el germen de dicho personaje estaba en estado

embrionario en la mente de Galdós, para aparecer posteriormente en el rico

entramado novelesco de nuestro autor. El mismo Ramón Villaamil, cesante

crónico que aparece episódicamente en Fortunata y Jacinta con el apodo de

Ramsés II, o D. José Ido del Sagrario, novelista por entregas, cesante y pálido

como un cirio que aparece en El doctor Centeno, Tormento, Lo prohibo y

Fortunata y Jacinta; o aquel alto empleado que estuviera en Cuba, llamado

Aguado, que aparece en La incógnita y Realidad; el mismo D. Simón Babel

de Ángel Guerra, D. Basilio Andrés de la Caña, auténtico personaje que co

noce sucesivas cesantías, en su trasiego novelesco de El doctor Centeno, For

tunata y Jacinta, Miau y Ángel Guerra; o los Cornelio Malibrán y Orsini,

D. Manuel José Ramón del Pez, Gonzalo Torres y Juan Pablo Rubín, cono

cedores todos del amargo pan de la censantía. Aunque también es verdad

que tanto D. Francisco Bringas como D. José Ruiz-Donoso o D. Buenaventura

Pantoja se presentan como antónimos a los anteriormente reseñados, sin pa

sar por ese amargo trance que aludiera no hace poco «El Curioso Parlante».

Otro tipo harto conocido por los costumbristas y que tiene su feliz pro

longación en Galdós sería el conocido por el de «santurrona», «mojigata» o

«beata» 63. Ya en «La mujer del filósofo», Galdós tras presentar los distintos

estados anímicos de la protagonista aludirá a la mojigatería de Doña Cruz:

Pasa todos los días cuatro horas en la iglesia comiéndose a Cristo por

los pies, como vulgarmente y de un modo muy gráfico se dice. Goza

mucho contemplando la faz amarilla y charolada de este y del otro

santo, y se entretiene en aquel inocente y soso comercio con las imá

genes, atiforrándose de letanías, rosarios, novenas, cuarenta horas y

demás refrigerios espirituales 64.

Del mismo modo en «Cuatro mujeres», la última en ser descrita, Doña

Cándida de la Rápita, estará perfilada con los siguientes caracteres:

Ya sabe usted que es excesivamente devota y santurrona, sin dejar por

eso de ser un verdadero basilisco por las palabras y por los hechos 65.

Incluso la misma doña Clara, esposa del coronel Chacón, de la Fontana

251

de Oro, guarda gran parecido con la descrita en «La mujer del filósofo», pues

además de ser mojigata y abandonar a su marido por tales menesteres, se en

trega por completo al rezo de rosarios, escapularios, letanías, antífonas y ca

bildeos. La «Chacona» (así la llamaban en su pueblo) sufre al igual que la

anterior de continuas metamorfosis, pasando de la mojigatería a la vida mun

dana y de ésta a la creencia de padecer toda suerte de males. Sin embargo,

si doña Clara retorna finalmente a la iglesia y a mortificarse con «discipli

nazos», la mujer del filósofo casa en segundas nupcias con un señor de la

curia.

La presencia de este tipo es frecuente en la novelística galdosiana, v. gr.:

María de los Remedios Tinieblas —Doña Perfecta—, Felisita Casado —Án

gel Guerra—, doña Serafina de Lantigua —Gloria y La de Bungas—, La de

Cucúrbitas —La de Bungas y Miau—, las señoras de Garrido Godoy —Tristana—,

doña Micaela —El caballero encantado—, doña Visitación —El au

daz—, doña Perfecta Rey, viuda de Polentinos —Doña Perfecta—, Teresita

—Gloria—, las señoras de Porreño y Venegas —La Fontana de Oro—, doña

Eulalia Moneada —La loca de la casa—, Úrsula Moróte —Ángel Guerra—,

Marcelina Polo —El doctor Centeno y Tormento—, Casilda Nebrija —Casandra—,

la duquesa de Ojos del Guadiana —La familia de León Roch—, etc., etc.

Otro personaje novelesco que presenta estrecha vinculación con el cuadro

«La mujer del filósofo» es don Cayetano Polentinos, cuñado de doña Perfec

ta. Tanto él como el consorte de doña Cruz, son distinguidos eruditos y bi

bliófilos, guardando gran parentesco físico por la mesura que había en lo to

cante a la alimentación. Incluso, el mismo doctor Anselme, protagonista de

la novela La sombra, nos recuerda al marido de doña Cruz. Los tintes filóso

fos que aparecen en don José Bailón, don Raimundo Bueno de Guzmán o Má

ximo Manso pudieran también relacionarse con este tipo, y aunque en más

de una ocasión sus comportamientos sean distintos, lo destacable para noso

tros es el interés que Galdós prestó por la presente figura.

En lo concerniente al protagonista del cuadro «Aquel» Galdós informaba

al lector ya al final del mismo, que el rótulo era sinónimo de vago. Del tre

mendo mundo novelesco galdosiano hay personajes que se acercan a éste,

aunque en ocasiones sus actos o sus deseos predominen sobre dicho aspecto.

De ahí, señalar que tal comportamiento no es característica única capaz de

definir a los personajes que vamos a citar, sino un semblante más para per

filar en la medida de lo posible la personalidad de los mismos. Hecha esta

pequeña salvedad, nos atreveríamos a señalar, no sin algún reparo, al persona

je Escolástico que aparece en Ángel Guerra, haragán y padastro de Leré; a

Leonardo, personaje de El audaz, que por su temperamento se inclinaba a la

vida holgazana; Juan Mortaja, que además de figurar en La Fontana de Oro

como cobarde y chulo, es también un vago redomado; los hermanos Minio

y Sánchez Botín, que si bien eran oficiales de caballería, lo predominante en

ellos es la vida pendenciera y la vagancia; o aquel Ventura Nebrija de Ca-

252

sandra que se llamaba corredor de comercio para disimular su parasitismo;

o los Joaquín del Pez, Jaime Ruydíaz, Juanito Santa Cruz, Constantino Mi

quis, Leopoldo Sudre, etc., etc.

De las afinidades o inclinaciones con que Galdós describiera a sus perso

najes en materia extranjerizante, indicábamos que doña Ramona de Loja,

marquesa viuda de Arlaban, era el prototipo de «jamona» y anglómana a un

mismo tiempo. Ambos aspectos se cotejan perfectamente en el panorama cos

tumbrista y aunque entre los escritores del género lo retraten o pinten por

separado, en Galdós constituyen un todo unitario. De esta inclinación por

todo lo inglés presentamos, ya en el panorama novelístico, a Arnaiz («El Gor

do») que además de excelente persona y librecambista rabioso, era anglómano;

marqués de Feramor que como diría Galdós «anglómano de afición o de

segunda mano, porque jamás pasó el Canal de la Mancha»; o el mismo don

Manuel Moreno Isla «de aficiones tan inglesas, que se pasaba en Londres la

mayor parte del año». En cuanto al segundo aspecto de doña Cruz —jamona

por excelencia— tan sólo citar el caso de doña Javiera Rico, fémina pertene

ciente al mundo novelesco de El amigo Manso y prototipo de jamona de

buen ver.

Por último, indicar que aquel mundillo de falsos intelectuales y con reta

zos de pedantería que se mueven en torno al cuadro «Cuatro mujeres» nos

recuerda a los personajes galdosianos don José Suárez de Montenegro y al

marqués Taramundi, ambos pedantones y prototipos de una erudición que ya

fuera censurada desde tiempos remotos —recuérdese la actitud de Cadalso

en Eruditos a la violeta—.

XI. AFINIDAD DEL CUADRO «LA MUJER DEL FILOSOFO»

CON EL CUENTO

Otro aspecto interesante a destacar en las colaboraciones de Galdós sería

el posible acercamiento de sus artículos de costumbres a la forma narrativa

conocida por cuento™. A este respecto cave señalar que ya con anterioridad

los maestros del género habían escrito artículos de costumbres capaces de

ser recibidos bajo dicho término. Recordemos los artículos «De tejas arriba»,

«Los cómicos de Cuaresma», «La capa vieja y el baile del candil», «El retra

to», etc., de Mesonero Romanos o «El castellano viejo» y «El casarse pronto

y mal», de Larra; o los titulados «El asombro de los andaluces o Manolito

Gazquez el sevillano» y «Don Liborio de Cepeda» 67, de Estébanez Calderón

y Antonio Flores, respectivamente, para observar que el referido aspecto no

es nada nuevo para los conocedores del tema costumbrista. Incluso, la lista

de posibles títulos de autores que hoy, desgraciadamente, están en completo

olvido, corroborarían la presente tendencia.

253

De los cuadros galdosianos el que mayor dosis argumental presenta es el

titulado «La mujer del filósofo», descartando a los dos restantes por creer

que tanto su enfoque como el contenido escapan a nuestros propósitos.

Del primero de ellos, diremos que doña Cruz protagoniza el cuadro desde

el momento en que casa con el consabido filósofo hasta la muerte de éste.

Con un nuevo esposorio termina la acción, no sin antes decir Galdós lo

siguiente:

Lector impresionable, no vayas a deducir de esta fabuhlla, retrato,

cuadro de costumbres o historia si quieres, que los filósofos 68.

Dificultad que el mismo Galdós siente a la hora de rotular su escrito,

pues, todas estas acepciones en mayor o menor dosis entran en su artículo.

No olvidemos que el propósito del editor es, a todas luces, el de retratar a un

tipo femenino de la sociedad presente; sin embargo, Galdós comprendía per

fectamente que esta sola acepción era un tanto vaga e incompleta para su

colaboración; de ahí que en su comunicación con el lector incluya todas

estas designaciones a guisa aclaratoria.

XII. VALORACIÓN CRITICA

Enjuiciar a un autor que representa el despertar de la novela española

adormecida desde los tiempos cervantinos hace que nuestro propósito ad

quiera una clara dicotomía. Por un lado, admiración sin contemplaciones por

el mundo novelesco galdosiano; por otro, en lo que atañe a nuestro estudio,

fisuras típicas de un género que va perdiendo poco a poco el propósito inicial

de Los españoles pintados por sí mismos. Observamos también que los cua

dros se resienten de esa premura periodística tan característica entre los co

laboradores de dichas colecciones, como si la referida urgencia fuera cláusula

imprescindible para los propósitos editoriales.

Los continuadores del costumbrismo romántico no superaron a los maes

tros del género; Galdós, incluido en la ingente nómina costumbrista, no llega

a rivalizar con el hombre más cercano e influyente en estos menesteres, «El

Curioso Parlante». La misma brevedad de sus colaboraciones indica con cla

ridad que Galdós no prestó atención al género; que su detención efímera fue

el paso obligatorio que todo escritor debía tributar a un género que gozaba

de gran aceptación en la sociedad del XIX. Si el editor conseguía el lucro

anhelado, el escritor también alcanzaba una recompensa tan deseada como

antigua: la fama. Creo que aquí se encontrará, finalmente, la justificación o

el motivo de aquel novel escritor que llegaría a ser, con el correr de los años,

el digno sucesor de Cervantes.

254

NOTAS

1 Las españolas pintadas por los españoles. Colección de estudios acerca de los

aspectos, estados, costumbres y cualidades generales de nuestras contemporáneas. Ideada

y dirigida por Roberto Robert con la colaboración de , Madrid, Imprenta a cargo de

J. E. Morete, 1871, 1872, 2 vols., 310, 308 pp., 21,5 cms.

El artículo "La mujer del filósofo" pertenece al tomo I de la obra, pp. 121-129. El

titulado "Cuatro mujeres", corresponde al tomo II, pp. 97-106.

Como ya indicara Margarita Ucelay Da Cal en su obra Los españoles pintados

por sí mismos (1843-1844). Estudio de un género costumbrista, México, 1951, se trata

de una obra extremadamente rara y de gran interés para el bibliófilo.

El ejemplar utilizado pertenece a la Biblioteca Nacional.

2 Los españoles de ogaño. Colección de tipos de costumbres dibujados a pluma,

Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1872, 2 vols., 396 y 394 pp., 18,5 cms. El artículo

"Aquel" pertenece al II vol., pp. 266-274.

Ejemplar que reúne también sumo interés para el bibliófilo. Hemos utilizado el

existente en la Biblioteca Nacional.

3 José Luis Várela, "Prólogo al costumbrismo romántico", en La palabra y la

llama, pp. 81-99, Ed. Prensa Española, Madrid, 1967.

1 Ibíd., p. 89.

5 M. Menéndez y Pelayo, Estudios de crítica literaria, Ed. N. de O.C., XI (VI),

pp. 354-355.

6 Vid. por ejemplo E. Correa Calderón, Costumbristas españoles. Estudio preli

minar y selección de textos por , 2 vols., Ed. Aguilar, Madrid, 1950.

7 Antonio Flores, Doce españoles de brocha gorda, que no pudiéndose pintar

c sí mismos, me han encargado a mí, Antonio Flores, sus retratos, Madrid, 1846, Im

prenta de don Julián Saavedra, 1 vol. en 4.°, 150x238 mm.; 300 pp. y 12 láminas.

Se trata de un primer intento novelístico anterior a La Gaviota de "Fernán Ca

ballero". Aunque de una novela se trate, como indica el título, lo que predomina en la

obra son las escenas de distintos estamentos madrileños con sus respectivos tipos.

8 Antonio Flores, Ayer, hoy y mañana o la fe, el vapor y la electricidad, cuadros

sociales de 1800, 1850 y 1899, dibujados a la pluma por D>. Antonio Flores, Imprenta

de J. M. Alonso, Madrid, 1853.

En esta trilogía se da perfectamente la simbiosis de escenas-tipos, al menos en las

dos primeras épocas; e incluso, parece predominar la escena a la manera de "El Curioso

Parlante". Por el contrario, los cuadros destinados a la sociedad de 1899, aun dentro

de la línea típicamente costumbrista se acercan más a lo que hoy entendemos por

literatura futurista o de anticipación.

9 Los españoles pintados por sí mismos, Madrid, 1843.

Los antecedentes inmediatos de la presente obra serían las colecciones Heads of the

People: Or Portraits of the English y Les Francais peints par eux-mémes.

10 Álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas, Imprenta de El Pa

norama Español, Madrid, 1843.

Margarita Ucelay Da Cal, ob. cit., p. 183, escribe al respecto que "carecemos de

documentos de juicio sobre la calidad del texto y de los grabados, puesto que no nos

ha sido dado consultar ninguna de esas dos entregas, por ser de extrema rareza", in

formándonos de que los presentes datos han sido obtenidos a través del Diccionario

general de bibliografía española, de Hidalgo, Madrid, Gaspar y Roig, 1860, vol. I, p. 41.

255

La presente colección —aunque más que colección, "intento", pues sólo llegaron a

escribirse dos entregas—, se encuentra en la Hemeroteca Municipal de Madrid, Sg.

AH/15/1, figurando los nombres de Gertrudis Gómez de Avellaneda, con el artículo

"La dama de gran tono" y Antonio Flores con el titulado "La colegiala", contraviniendo

el editor el propósito de que fueran sólo mujeres las colaboradoras de la colección.

11 Las españolas , vol. II, p. 97.

12 Los españoles. , pp. 5-6.

13 }. F. Montesinos, Costumbrismo y novela. Ensayo sobre el re descubrimiento

de la realidad española, Ed. Castalia, Valencia, 1960.

u M. Baquero Goyanes, Perspectivismo y contraste (De Cadalso a Pérez de Ayala),

Ed. Gredos, Madrid, 1963.

15 J. Escobar, Los orígenes de la obra de Larra, Prensa Española, Madrid, 1973.

16 E. Allison Peers, Historia del movimiento romántico español, Ed. Gredos,

Madrid, 1954.

17 Robert Kirsner, "Galdós and Larra", Modern Languaje Journal, XXXV, 1951,

pp. 210-213.

18 Lomba y Pedraja, Costumbristas españoles del siglo XIX, Universidad de

Oviedo, 1932.

19 W. S. Hendrix, "Notes on collections of Tipos, a form of costumbrismo",

Híspame Review, I, 1933.

20 H. Ch. Berkowitz, "Galdós and Mesonero Romanos", Romanic Review, XXIII.

1933.

—"The younthful writings of Pérez Galdós", Hipanic Review, 1933, 1.

—"Galdós's literary apprenticesph", Hispanic Review, 1935, III.

21 Las españolas.. , tomo I, p. 129.

22 Ibíd., tomo II, p. 98.

23 Antonio Flores, Ob. cit., caps. V, VI y VII, pp. 51-56, 57-63 y 64-70, res

pectivamente.

21 Podríamos añadir, por otro lado, la mutación rápida de las costumbres españolas

impulsada por la influencia de todo lo extranjero. Ya con anterioridad el mimos Larra

en su Juicio critico del Panorama Matritense habla de este pronto y rápido cambio.

25 Aunque de forma muy esquemática su presentación coincide en momentos con

la obra de A. Flores, Doce españoles Vid. a este respecto el cap. XVII, pp. 210-211.

26 Los españoles , tomo II, p. 274.

2: Ibíd., p. 268.

28 Vid. M. Ucelay Da Cal, Ob. cit., pp. 62-65 y José F. Montesinos, Ob. cit.,

pp. 51, 60 y 64.

29 Vid. a este respecto M. Ucelay Da Cal, Ob. cit., pp. 181-210. La proliferación

de estas colecciones fue realmente ingente, demostrando la sociedad del XIX un gran

interés por todo lo relativo a ellas.

30 E. Correa Calderón, Ob. cit., tomo I, p. LXXI.

31 Las españolas .., tomo II, p. 98.

32 Observamos que en la obra de A. Flores, Ayer, hoy y mañana, la parte corres

pondiente a la sociedad futurista el presente aspecto se da con gran insistencia. Los

títulos aquí expuestos entran en detalles de los mismos personajes, siendo tal vez

A. Flores colofón de esta modalidad.

33 E. Correa Calderón, Ob. cit., tomo I, p. LXXI. En el capítulo titulado "Análisis

del cuadro de costumbres", E. Correa nos ofrece todas las posibles variantes en cuanto

256

a títulos se refiere. Dicho aspecto estudiado profundamente por el crítico, hace que no

detengamos nuestra atención en tales cuestiones.

34 Las españolas .., tomo I, p. 124.

35 Ibíd., p. 129.

36 M. Baquero Goyanes, Qué es la novela, Ed. Columba, Buenos Aires, 1961, p. 41.

37 Las españolas..., tomo II, p. 106.

38 M. Raquero Goyanes, Ob. cit., p. 38.

39 Ibíd., p. 38.

10 Los españoles. , tomo II, pp. 206-207.

41 Las españolas..., tomo I, p. 125.

42 J. F. Montesinos, Ob. cit., p. 55.

43 E. Correa Calderón, Ob. cit., tomo I, p. LXXXVI.

44 Las españolas.. , tomo I, p. 129.

45 Tanto los cuadros que se asemejan a la peripecia argumental típica del cuento,

como los que no lo hagan, encierran este sentido. De ahí que los artículos de Larra,

"El castellano viejo", "El casarse pronto y mal", "Vuelva usted mañana", etc., o los

de Mesonero Romanos, "La comedia casera", "El romanticismo y los románticos"

"El retrato", etc., encierran una intención moralizadora.

46 Vid. J. Ignacio Ferreras, La novela por entregas. Estudio sobre la novela

española del siglo XIX, Ed. Taurus, Madrid, 1972.

47 Las españolas..., tomo I, p. 121.

48 Ibíd., pp. 126-127.

49 Ibíd., tomo II, pp. 257-272.

50 Ibíd., tomo II, pp. 97-98.

51 Ibíd., tomo I, pp. 121-122.

52 Vid. M. Baquero Goyanes, Perspectivismo y contraste (De Cadalso a Pérez

de Ayala), Ed. Gredos, Madrid, 1963.

53 Ibíd., pp. 26-27.

51 Ibíd., p. 27.

55 Las españolas..., tomo I, p. 123.

56 J. F. Montesinos, Ob. cit., p. 128.

57 Las españolas..., tomo I, p. 124.

58 Vid. por ejemplo el artículo de Larra "La policía", Ed. Aguilar, Madrid, 1968,

pp. 369-374.

59 Los españoles .., tomo II, p. 257.

60 Ibíd., tomo II, p. 268.

61 Ibíd., tomo II, p. 270.

62 Mesonero Romanos, Escenas Matritenses, "El cesante", B.A.E., tomo II, p. 46.

63 Vid. José Luis L. Aranguren, Moral y Sociedad. La moral social española en

el siglo XIX, Ed. Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1970.

64 Las españolas..., tomo I, pp. 127-128.

65 Ibíd., tomo II, p. 106.

66 M. Baquero Goyanes, El cuento español en el siglo XIX, C.S.I.C., Madrid, 1949.

Vid. a este respecto el cap. II, apartado III.

67 El Laberinto, Tomo I, pp. 247-251.

68 Las españolas..., tomo I, p. 129.

257

17