DOÑA PERFECTA Y LA TÍA TULA:
UN ANÁLISIS DE DOS MATRIARCAS
Eduardo de Agüero
Benito Pérez Galdós vivió y escribió en un período muy turbulento, de
mucha inestabilidad política, el de la Restauración y la Regencia, durante el
cual ocurrió, si es que puede llamársele así, un desafío a la Iglesia por medio
de la infiltración de teorías e ideas filosóficas de otros países europeos, prin
cipalmente de Alemania. Tales inquietudes y vicisitudes no ejercieron un
impacto personal sobre cada individuo, sino que afectaron directamente a los
líderes políticos y religiosos, y a los escritores; sólo a través de ellos resultó
afectado el pueblo en general. El pueblo oía sobre las nuevas ideas del cienti
ficismo, del krausismo, del liberalismo; oía sobre las ideas expuestas por Karl
Marx en el Manifiesto de 1848; oía sobre el libre pensar de los masones. Todo
eso podría clasificarse como liberalismo. Oían de todo, pero no sabían nada
de nada porque España estaba viviendo un período de aislamiento cultural.
En ese entonces, la preocupación primordial de los españoles era vivir y dedi
carse a criticar las cosillas que estaban pasando en la casa del vecino, la infi
delidad de tal o cual señora, al cura que se le estaban zafando las patas con
la beata doncella, al empleado del gobierno que estaba estafando el erario pú
blico. Todo esto era «vivir», y es lo que las novelas de Galdós reflejan. Galdós
y los novelistas de la Restauración y la Regencia solamente apuntaron el he
cho de que las nuevas ideas estaban tocando a las puertas de España y nadie
quería abrirlas. Sí, lo apuntaron, pero no con un ardor de lucha que llevara el
propósito de cambiar el estado de cosas. Los novelistas de esta época se limi
taron a fotocopiar, a reproducir estampas de la vida de la sociedad conserva
dora y fofa alrededor de ellos, de la cual ellos mismos formaban parte. El
resultado fue una novelística de una realidad social muy externa, muy impersonal.
En los casos en que ellos pusieron sus ideas personales íntimas, sólo se
encuentran esparcidas sin profundidad en la obra.
Una novela, un drama, un poema, una pintura, una escultura, una com
posición musical, toda creación artística debe llevar como parte integrante en
sí los sentimientos íntimos de su creador, y cuanto más de su personalidad
haya puesto su creador en ella, es más representativa de él, y el mensaje que
contiene es más efectivo. El sello personal es lo que hace una obra ser de
uno y no de otro, que podríamos llamar, lo autobiográfico. Eso es lo que hace
a Don Quijote ser de Cervantes, o a San Manuel Bueno, mártir ser de Unamuno,
o a Los hermanos Karamazov ser de Dostoievsky. Si no lo supiéramos,
¿cómo podríamos estar seguros que Doña Perfecta es de Galdós, o de que
La Regenta o La hermana San Sulpicio no son de Galdós y sí de «Clarín» y
de Palacio Valdés? En Doña Perfecta, por ejemplo, ¿cuál de los personajes
expresa los puntos de vista personales de Galdós? ¿Era él conservador en la
cuestión de clases sociales, en política y en religión para que podamos identi
ficarlo a él con Doña Perfecta? ¿Creía él fehacientemente en el liberalismo,
como Pepe Rey?
Encontré un monodiálogo de crítica literaria, «La vida y la obra», por Unamuno,
escrito en 1919, el año anterior a la muerte de Galdós, en el que dos
amigos comentan sobre la obra de un mutuo amigo que está próximo a morir.
Dicen que no ha escrito más que unas pocas cartas que sean conocidas por
el público, que no ha dado «¡ su obra, aquella en que ha de dejar su espíri
tu !» \ Luego discuten a Flaubert y a otros. De los interlocutores, que se lla
man Antonio y Benito, para mí, Benito es Unamuno mismo. Algunas de sus
opiniones sobre Flaubert, el apóstol San Pablo, Cristo y Cervantes las archi
vo aquí.
B. —No repitas sandeces, Antonio, ni remedes a los señoritos frivolos.
Las supuestas impasibilidada, impersonalidad y objetividad de Flaubert
son una leyenda. Madame Bovary, L'Education Sentimentále, La tentation
de Saint Antoine, Bouvard et Pécuchet son obras autobiográ
ficas, como todas las grandes obras del espíritu humano. La señora
Bovary es el alma misma de Flaubert, sedienta y hambrienta de ilu
sión, y Federico Moreau, y San Antonio, y Bouvard y Pécuchet no
son sino Flaubert mismo. Dicen que cuando el maestro escribía el en
venenamiento de Emma Bovary sintió síntomas de él. No es eso, es
que lo escribió porque tenía el alma envenenada, y escribiéndolo se
libertó del tósigo.
B. —Y las epístolas de San Pablo, escritas al día, viviendo y según
vivía, ¿no son una obra? Esas epístolas que fueron su vida, ¿qué es eso
de prepararse para su obra? La obra de un hombre es su vida; y si
su vida es pública, hará y dejará una obra pública con ella. ¿Qué obra
nos ha dejado Sócrates? ¿Y sería sacrilegio acaso hablar del Cristo?
La obra de Cristo fue su vida.
10
B. —... También la vida de Don Quijote fue su obra, y esta obra fue
la vida dolorosa de Cervantes. Y si Cervantes no enloqueció, come
tenía que haber enloquecido un espíritu como el suyo en aquella
España de Felipe II, fue porque, como Flaubert en Emma Bovary, el
veneno romántico de su alma desahogó en Don Quijote su locura2.
En otro trozo —«Leyendo a Flaubert»— recalca: «Sólo en obras de au
tores mediocres no se nota la personalidad de ellos, pero es porque no la tie
nen. El que la tiene la pone dondequiera que ponga mano, y acaso más cuanto
más quiera velarse» 3. En «Acción y pasión dramáticas» un escritor (Unamuno)
le cuenta a un amigo sobre una obra que está haciendo:
—Y en tratándose de usted no faltará quien se empeñe en ver en el
personaje a usted mismo...
—En los personajes, en todos... ¡claro! ¿De dónde, sino de sí mismo,
los ha de sacar uno? Todos los personajes de Shakespeare eran Sha
kespeare *.
Unamuno se retrata en sus personajes principales:
En Paz en la guerra es Pedro Antonio quien alienta dudas sobre la
tradición ("Allí eché mi alma, en vivir a mi Pedro Antonio puse mi
espíritu todo"). En Dos Madres y en El marqués de Lumbria son
Raquel y Carolina las que duplican el carácter posesivo del autor.
En La tía Tula es de nuevo el Unamuno posesivo, pero avaro —que
quiere poseer sin ser poseído— en la persona de Tula. Augusto Pérez
no quiere morir, y se rebela contra su creador en Niebla: Augusto
quiere ser inmortal. En Nada menos que todo un hombre es Alejandro
el que cree ser lo que no es, y quiere vivir plenamente por medio de
la razón y contra la tradición; pero al final se da cuenta —aunque
demasiado tarde— que un hombre, además de la razón necesita todas
las debilidades que el ser humano tiene, y la fe, para ser "todo un
hombre" 5.
En Doña Perfecta, me parece que el personaje que expresa las ideas de
Galdós es Pepe Rey, pero el punto principal que lo impele a la acción no es
tanto su aferramiento a esas ideas, sino el de rebelarse contra el comporta
miento insincero y tiránico de su tía. Aun así, para mí Pepe Rey es un per
sonaje novelesco nada más; no es Galdós reclamando justicia y equidad.
Concentrémonos en la señora, ya que Galdós le dio a ella un carácter más
fuerte y mejor definido que a su sobrino.
Doña Perfecta se comporta como guía, como ejemplo que ha de imitarse,
como jefe que ha de obedecérsele, y hasta como autoridad moral, política y
religiosa. El que se atreva a desafiar sus dictados y sus dogmas, como ocurría
con los dioses mitológicos, arriesga a ser destruido por su ira. Como matriarca,
ejerce gran poder sobre su hija, sobre la servidumbre, sobre Caballuco,
11
sobre don Inocencio (el canónigo), sobre María Remedios, quien en tiempos
menos benignos «había sido lavandera en la casa de Polentinos» (pág. 249)6,
y sobre las autoridades de la ciudad. También cabe incluir a don Cayetano,
su cuñado, quien aunque no participe activamente en las fechorías, le propor
ciona su ayuda moral a Doña Perfecta y a toda Orbajosa con sus elogios y
pleitesía. Doña Perfecta y Orbajosa son una; ella es la quintaesencia de Orba
josa. Don Cayetano no toma parte activa contra Pepe, aunque sí sabemos
que está del lado de su cuñada; es parte de su matriarcado, y como tal, le
presta su ayuda moral, porque él se da cuenta que alabar a Orbajosa es agra
dar a Doña Perfecta. Orbajosa es la que unánimemente lucha contra el ene
migo común, Pepe Rey, como en Fuenteovejuna, todos a una contra el Co
mendador. Don Cayetano está completamente convencido de que Orbajosa
siempre ha sido el paraíso terrenal, el centro de toda la cultura en España:
«En todas las épocas de nuestra historia los orbajosenses se han distinguido
por su hidalguía, por su nobleza, por su valor, por su entendimiento» (pág. 101).
Si Doña Perfecta fuera hombre, diríamos que es el cacique de la «Urbe
augusta», porque lo que ella encabeza es un cacicazgo. Lo manipula todo
desde su casa señorial, no porque tenga autoridad oficial gubernativa o ecle
siástica alguna, sino porque la consideran como la primera dama de la ciudad,
y lo que ella haga y diga qué es lo que se debe hacer allí, es lo que todos
hacen. Doña Perfecta ejerce poderío en la ciudad como Tula lo ejerce sobre
su familia; a ambas se les respeta y se les obedece7. Doña Perfecta no es una
señora con títulos de nobleza, ni es esposa de alcalde, juez o gobernador;
tampoco es madre de obispo. Lo único que tiene a su nombre son unas tierras
alrededor. Pero es ambiciosa, manipuladora, labiosa e hipócrita; eso sí, muy
religiosa (en el sentido corriente de lo que quiere decir ser «muy religioso»
en España). Se cree muy importante; está muy bien relacionada con algunas
señoras importantes de Madrid. En esta «Urbe augusta» o «urbe ajosa» ella
es guía espiritual, lo que viene a ser como un ciego guiando a los otros ciegos.
El decir común es que «En el país de los ciegos el que tiene un ojo es rey».
Doña Perfecta Rey de Polentinos se propone aumentar la influencia de su
nombre y de su familia casando a Rosario con uno de su propio nombre y de
su propia familia: con Pepe Rey, que era un ingeniero y sabía mucho de ma
temáticas y estaba muy bien informado en cuestiones de ciencia, religión,
filosofía y gobierno. La sugerencia fue del papá de Pepe, pero su hermana
acogió la propuesta con entusiasmo. Pensaría ella que era como en los casos
de matrimonios monárquicos, por política, por conveniencia, primos herma
nos con primas hermanas, para mantener la pureza de la sangre y el poder
de la corona, con la consecuente solidarización de las tierras. La señora tiene
tierras propias, lo mismo que su sobrino, en la misma comarca.
Galdós, hasta este punto, nos da suficiente información sobre los protago
nistas y sobre la concertada unión de los primos, tal vez más de la que es
necesaria para el lector. Contrariamente a lo que hace Unamuno en La tía
12
Tula, novela en la cual solamente se hallan las descripciones físicas impres
cindibles de Gertrudis y Ramiro, Galdós gasta demasiados detalles. El estilo
tan realístico del autor aburre, porque los ínfimos detalles que nos da de todos
los personajes y de la naturaleza no vienen al caso, no ayudan a la acción.
La media página de la descripción física de Pepe en el capítulo III, y la página
completa en el siguiente capítulo sobre si Rosario era bonita a fea, flaca o
gorda, no tienen que ver nada en absoluto con lo que va a suceder en toda la
novela. Todos los detalles anotados por el autor nos dan a conocer la realidad
externa de las personas, y así, ya en los primeros capítulos, sin tener que pe
netrar en el desenvolvimiento de eventos, el lector adivina la clase de realismo
que encierra la novela: un realismo exterior de pueblos y sociedades, un rea
lismo de conformismo forzado.
Esta falta de ahondamiento en el tratamiento de los conflictos individuales
de los personajes de sus obras, de parte de las dos generaciones que les pre
cedieron, despertó un afán de cambio en los llamados noventaiochistas. En
«Nuestra egolatría de los del 98» nos dice Unamuno que la misión del grupo
fue tratar de que cada individuo en España se descubriera su propio yo:
«Porque en este país de desenfrenado individualismo no se conocían los fueros
de la individualidad, de la dignidad personal»8. Y continúa afirmando:
Los que en 1898 saltamos renegando contra la España constituida y
poniendo al desnudo las lacerías de la patria, éramos, quién más, quién
menos, unos ególatras. Pero esa egolatría fue la consecuencia, de cierto
hipertrófica, de un descubrimiento moral que hicimos en el fragoroso
hundimiento de los ideales históricos españoles: el descubrimiento
moral de la personalidad individual, hasta entonces vejada, abatida y
olvidada en España9.
Como mencioné anteriormente, la realidad de los personajes de Galdós,
tanto de la personalidad de cada uno en su relación con Dios y consigo mis
mo, como la realidad de su interacción con otros, no es una realidad tan pro
blemática y profundizada como la de algunos personajes de Unamuno, o co
mo la de algunos otros personajes de la novelística universal, como en Dostoievsky.
«Lo que en Dostoievsky es un problema siempre presente ante el
intelecto, no trasciende en Galdós del plano estético y permanece tácito sen
tido de una tragedia contemplada en silencio, como cielo negro en noche sin
luna»10. Madariaga va más allá todavía en su evaluación: «Galdós no llega
nunca a la emoción intensa de las atormentadas preguntas de Dostoievsky.
No hay nada en su obra que pueda compararse con la tragedia de los herma
nos Karamazov» u. En el libro de ensayos literarios al cual estoy refiriéndome,
De Galdós a Lorca, Madariaga expone su teoría literaria sobre dos maneras
de hacer una novela, para explicar cómo un novelista se puede concentrar en
la realidad externa para su obra, y cómo otro en lo contrario, en la realidad
interior. Si en el escritor predomina la conciencia social, creará novelas en las
13
que lo más notable es la interacción dramática entre los personajes. En cam
bio, si en el escritor predomina la conciencia individual, creará novelas en las
que se destacan personajes dominados por una pasión específica, o por un
problema propio muy suyo y de nadie más, resultando cada una de sus obras
en una novela lírica, que como en el caso de un poeta lírico, será su poema.
Galdós es un novelista dramático; Unamuno, lírico; «los personajes de Una
muno son a los de Galdós como el contrapunto a la sinfonía». «En una pala
bra, los personajes esenciales de Unamuno son encarnaciones de su propio ser.
Pero así era de esperar en un poeta lírico» 12.
Pero en el fondo, la oposición entre la novela lírica y la dramática
puede reducirse a la oposición entre el poeta y el dramaturgo. Ambos
crean a fin de unir al mundo con su alma en un círculo completo de
experiencia, pero recorren este círculo en sentido contrario. El poeta
va hacia dentro primero, luego sale hacia la naturaleza lleno de su
experiencia íntima y vuelve a sí. El dramaturgo va a la naturaleza
primero, luego se adentra en sí con su mies de experiencia cogida en
la realidad. Lo que hace a Unamuno pronunciar la identidad entre el
poema y la novela es el reconocimiento de su propia naturaleza lírica
e introspectiva.
Piénsese pues lo que se quiera sobre esta identidad como teoría ge
neral, no cabe duda de que existe en cuanto atañe a la obra de Una
muno. Sus novelas están creadas desde dentro. Son —y así lo reco
noce y declara su autor— novelas que tienen lugar en el reino del
espíritu. Los puntos de referencia al mundo externo aparecen redu
cidos a su mínimo indispensable 13.
Valbuena Prat afirma: «Pudiera decirse que las novelas de Unamuno son
la encarnación de sus pensamientos, la acción a base de los motivos esenciales
de la vida y el pensamiento de su autor. Pero no se trata sólo de un género
de ideas. Estas han plasmado en personajes independientes, que mueven una
acción breve entre pasiones —amor, dolor, fracaso, odio—» u. Y de Daña
Perfecta dice:
Ahondando en estos conflictos dramáticos de las narraciones galdosianas,
notaremos cómo la posición del autor, lejos de ser parcial o sec
taria en los valores esenciales, le lleva a comprender la grandeza del
alma en donde anida un verdadero sentimiento religioso —frente a la
hipócrita y oportunista farsa de los especuladores del confesionalismo—,
que reviste de una aureola trágica a determinadas figuras, que atraen
y seducen al novelista, aun, en algún caso, contra su misma voluntad.
El problema del sentimiento religioso no es, en Galdós, una tesis a
favor de tal dogma o confesionalidad, es un problema de convivencia,
de tolerancia, de deseo de armonía entre lo dispar, esforzándose por
un acercamiento universal, humano; aunque en determinadas exagera
ciones, sobre todo en Doña Perfecta, se ve claramente un carácter y
una seudorretórica partidista15.
14
Yo creo que Valbuena Prat lo expone en una manera demasiado simplifi
cada. El argumento de Doña Perfecta tiene el problema tan complicado del
conservatismo versus el liberalismo, de la religión establecida versus el racio
cinio individual, el problema del acecho del suplantamiento de las viejas ideas
por las nuevas. El mismo Valbuena Prat añade que «Doña Perfecta significa
el triunfo social de la intolerancia, el ambiente doloroso de la capital pequeña
española —Orbajosa—; un tipo perfecto de maldad femenina disfrazada de
la intransigencia dogmática...»16. Fernando Díaz-Plaja cree que el aspecto de
la novelesca galdosiana que le ha dado popularidad es que Galdós «aprovecha
la novela para una particular 'cruzada'. La cruzada contra el fanatismo, contra
la intolerancia religiosa tan viva en la sociedad de su tiempo. Así León Roch,
el judío rechazado por la linajuda familia; así, sobre todo, en Doña Perfecta,
la dura católica que no vacilará en llegar al asesinato para salvar a su hija de
lo que cree acechanzas del demonio» 17. Parece gracioso lo que El siglo futuro
(del 31 de enero de 1901) decía indignadamente contra Galdós: «Las obras de
don Benito se reducen siempre a uno o varios católicos rabiosos que hacen
todas las picardías posibles y uno o varios liberales rabiosos que muerden y
asaltan hasta no dejar hueso sano» ls.
Cuando uno comienza a leer Doña Perfecta, parece una novela muy sen
cilla, porque empieza con un escenario realísticamente romántico. Sólo espera
uno que Pepe Rey llegue a conocer a su prometida para que se desarrolle un
idilio perfecto. Llega, pero en la primera conversación que entabla con su tía,
con su prima y con Don Inocencio se hace patente que él no va a llevarse
bien con ellos porque expresa en una manera muy franca lo que le agrada y le
desagrada de Orbajosa y los orbajosenses. Allí no están acostumbrados a la
crítica franca y sincera. Su tía no está acostumbrada a que alguien esté en
desacuerdo con ella, ni a que no se obedezcan sus mandatos al pie de la letra.
Para su tía, Pepe es la respuesta de Dios a sus oraciones, la respuesta con
forme al pacto entre ella y su hermano Juan. Según ella, antes de haber cono
cido a su sobrino, él era el muchacho ideal para Rosario. Se dice que «A ca
ballo regalado no se le busca colmillo», y muy buen consejo hubiera sido éste
para la tía, porque tan pronto como ella se empeñó en buscárselo, se dio
cuenta de que Pepe tenía más colmillo que ella. Pronto supo que él tenía ideas
propias sobre todo: sobre ciencia y sobre religión, y cómo ésta, por definición,
resulta opuesta a aquélla; sobre la libertad de conciencia y de pensamiento
del individuo en contraste con la imposición de las normas de la sociedad, y
abrigaba ideas sobre muchos aspectos más, las cuales le resultaban chocantes
a ella. Fue como si Doña Perfecta hubiera hojeado un catálogo de regalos de
un almacén de Madrid y hubiera pedido por correo el que pareció convenirle
a ella, para su hija. Al llegar el regalo —Pepe—, le resultó como el legendario
caballo de Troya: le venía con un ejército enemigo adentro. En su imagina
ción, el usurpador, como líder de las tropas de ocupación, venía a desafiar su
posición de mando en su casa, en su servidumbre y en toda la ciudad. Pepe
15
conquistaría a Orbajosa, diseminaría sus repugnantes creencias, y como trofeo
de su heroica conquista se llevaría a la bella Rosario.
Doña Perfecta cree que lo más importante en un individuo es la sumisión
completa, aunque solamente sea en apariencia, a las doctrinas y a los dogmas
de la religión católica. La religión, según ella, se debe usar exteriormente co
mo se usa un traje. En España, es una práctica comúnmente aceptada juzgar
la religiosidad de un individuo por medio de las manifestaciones externas en
su comportamiento con respecto a ritos y ceremonias, y también por el grado
de duda e inquisición que esa persona exprese en cuanto a las doctrinas y los
dogmas. Recién llegado Pepe, cuando todavía se trataban amigablemente, su
tía le dijo: «—Cuidado, Pepito; te advierto que si hablas mal de nuestra
santa iglesia, perderemos las amistades» (VI, 54). En ese momento, el canónigo
estaba hablando contra la ciencia, y cómo, según él, ésta se opone a la religión.
En son de guasa, porque Pepe no lo sentía en su corazón, «decidió manifestar
las opiniones que más contrariaran y más acerbamente mortificasen al mordaz
penitenciario» (VI, 56). Habló de que la ciencia está derribando el misticismo
en religión, el sentimentalismo, la mitología, los conceptos de cielo e infierno,
el idealismo cristiano, los milagros, etc. Lo que dijo fue suficiente para dejar
a su tía pálida, estupefacta a su prima, sulfurado a Don Inocencio. La última
frase del cuidadosamente planeado discurso tuvo el efecto de una declaración
de guerra para su tía y Don Inocencio: «En sumo, señor canónigo del alma,
se han corrido las órdenes para dejar cesantes a todos los absurdos, falseda
des, ilusiones, ensueños, sensiblerías y preocupaciones que ofuscan el enten
dimiento del hombre. Celebremos el suceso» (VI, 58). Lo que salió de los la
bios de Pepe no demuestra que él abrigue esos conceptos, pero así lo creyeron
los que estaban con él. Sin embargo, debemos señalar su falta de tacto al po
nerse a examinar unas pinturas en la iglesia, pasándoles por el frente a unos
que estaban oyendo misa, y el hecho de que fue luego al santo sepulcro y
puso las manos sobre el altar, y su irreverencia al no ponerse de rodillas y
persignarse cuando el sacerdote alzó la Sagrada Hostia, y el hecho de que dijo
que la catedral estaba llena de monstruosidades artísticas, como las imágenes
y las ropas ridiculas que las cubrían. Todo esto tiene que chocarles a su tía
y a todos los orbajosenses que hacen alarde de piedad y de religión, a tal ex
tremo, que la próxima vez que entró a la catedral, aunque se estaba compor
tando de acuerdo con el protocolo correcto que se esperaba de él, su Ilustrísima
el obispo lo mandó a poner de patitas en la calle.
Aunque Doña Perfecta nos parezca desagradable por lo tiránica y opresiva,
debemos tratar de comprenderla, poniéndonos en su lugar. El caso de ella no
es un caso aislado en la literatura mundial, ni mucho menos en la española.
Bástenos citar a Bernarda, de La casa de Bernarda Alba (de Federico García
Lorca), y a Carolina, de Cada uno y su vida (de Gregorio Martínez Sierra).
Haciendo una generalización, si es común encontrar una madre opresiva en
16
las novelas de realismo español, debe ser porque los novelistas están tratando
de presentarnos un retrato de la vida real.
Desde luego, la madre es un producto de la tradición familiar, de
instituciones y de convenciones. Ella ha sido indoctrinada tan comple
tamente que no puede o se niega a ver que los tiempos han cambiado
y que las personas deben de cambiar de acuerdo con los tiempos. Ella
quisiera que sus hijos continúen, por ejemplo, las tradiciones que eran
aceptadas en su tiempo, sin importarle lo inefectivamente que tales
tradiciones puedan encajar en las nuevas circunstancias19.
En el capítulo XLX se desata cara a cara la confrontación entre sobrino y
tía. A continuación presento algunos pasajes intercalados de la encarnada con
versación :
—Yo he venido a Orbajosa —dijo— porque usted me mandó llamar,
usted concertó con mi padre...
—Y es cierto. Tu padre y yo concertamos que te casaras con Rosario.
Viniste a conocerla. Yo te acepté, desde luego, como hijo... Tú aparen
taste amar a Rosario...
—Perdóneme usted —objetó Pepe—. Yo amaba y amo a Rosario;
usted aparentó aceptarme por hijo; usted, recibiéndome con engañosa
cordialidad, empleó desde el primer momento todas las artes de la
astucia para contrariarme y estorbar el cumplimiento de las promesas
hechas a mi padre; usted se propuso, desde el primer día, desesperarme,
aburrirme, y con los labios llenos de sonrisas y de palabras cariñosas,
me ha estado matando, achicharrándome a fuego lento; usted ha lan
zado contra mí, en la oscuridad y a mansalva, un enjambre de pleitos;
usted me ha destituido del cargo oficial que traje a Orbajosa; usted
me ha desprestigiado en la ciudad; usted me ha expulsado de la
Catedral...
No hay comentario que le pueda hacer justicia al debate que se desenlaza
entre ellos. La afronta de ser denunciada abiertamente y sin ninguna diploma
cia le choca. Es un desafío tan escalofriante que la despoja de la máscara de
la hipocresía y la fuerza a decir la verdad: «—¿Es posible que yo merezca tan
atroces insultos? Pepe, hijo mío, ¿eres tú el que habla?... Si he hecho lo que
dices, en verdad que soy muy pecadora» (pág. 180).
«—¿Con que yo soy una intrigante, una comedianta, una arpía hipócrita,
una diplomática de enredos caseros?...» (pág. 181). Luego, aparentando estar
más calmada, trata de usar su labiosa hipocresía y su lugar de mando en la
casa, para confesar que en realidad ella ha hecho las cosas que Pepe le alega,
a la vez que racionaliza su comportamiento maquiavélico de obrar.
—Yo quiero darte las razones que pides —dijo Doña Perfecta, indi
cándole que se sentase junto a ella—. Yo quiero desagraviarte. ¡Para
que veas si soy buena, si soy indulgente, si soy humilde...! ¿Crees
17
que te contradiré, que negaré en absoluto los hechos de que me has
acusado?... Pues no, no los niego.
El ingeniero no volvía de su asombro.
No los niego —prosiguió la señora—. Lo que niego es la dañada in
tención que les atribuyes.
—¿No es lícito emplear alguna vez en la vida medios indirectos para
conseguir un fin bueno y honrado?
—Yo soy una mujer piadosa, ¿entiendes? Yo tengo mi conciencia
tranquila, ¿entiendes? Yo sé lo que hago y por qué lo hago, ¿entiendes?
—Entiendo, entiendo, entiendo.
—Dios, en quien tú no crees, ve lo que tú no ves ni puedes ver; el
intento (págs. 181-83).
Verdaderamente Pepe no quería discutir más; por eso le dijo que sí, que
él respetaba las intenciones; pero uno se da cuenta de que las palabras no
llevaban el sentido de convicción. Doña Perfecta también aparentó creerle:
Ahora que pareces reconocer tu error —prosiguió la piadosa señora,
cada vez más valiente—, te haré otra confesión, y es que voy com
prendiendo que hice mal en adoptar tal sistema, aunque mi objeto era
inmejorable. Dado tu carácter arrebatado, dada tu incapacidad para
comprenderme, debí abordar la cuestión de frente y decirte: "Sobrino
mío, no quiero que seas esposo de mi hija" (pág. 184).
Pepe tomó esto como una declaración de guerra abierta. Ella le recalcó
enérgicamente y con disgusto: «Ya lo sabes. No quiero que te cases con Ro
sario» (pág. 184).
En el comportamiento de Doña Perfecta hay una dicotomía dialéctica, una
mezcla confusa de filosofía cristiana y de filosofía maquiavélica, pero ambas
fundidas y entremezcladas en una manera muy característicamente española.
Por ejemplo, en la conversación a la que acabo de referirme, Doña Perfecta,
como buena cristiana que es, justifica sus acciones comparando su compor
tamiento con el de Dios. Se refiere a las «calamidades», como incendios, tem
pestades, sequías, terremotos y demás desaveniencias que ocurren en el mun
do, que son producidos por la mano de Dios, que según la gente, son cosas
malas, pero que El las ha planeado con buena intención. Para ella, esto es
filosofía cristiana. Hasta cierto punto, pueda que tenga razón. Lo malo es que
ella la está usando para racionalizar los actos y tretas que están dañando y
destruyendo a su sobrino. Lo paradójico del caso es que tal dialéctica resulta
inválida, y hasta ofensiva, habiendo salido de sus labios. Hasta este momento,
durante el tiempo que Pepe ha estado en su casa, Doña Perfecta ha estado
desprestigiándolo a escondidas, aparentando un comportamiento acogedor y
haciendo lo contrarío a sus espaldas, en una manera genuinamente hipócrita.
El que vino como invitado a Orbajosa, mejor diríamos, como recluta a
18
unirse a sus filas, porque lo hizo a iniciativa de su padre y de su tía, se ha
convertido en un intruso que acecha la paz y la tranquilidad de la vida diaria
de las gentes de esta estancada ciudad; casi estaría mejor expresado, de esta
apacible y dormida ciudad «cuyo aspecto arquitectónico era más bien de ruina
y muerte que de progreso y vida» (pág. 26). Con Doña Perfecta como jefe,
todos los que están de su lado se unen para llevar a cabo el aniquilamiento
del enemigo. Todos vacilan y todos opinan sobre cómo hacerlo, pero ninguno
quiere asumir la responsabilidad abiertamente. Todos se consultan en una
forma subversiva; para que los planes de estrategia se lleven a cabo requieren
que Doña Perfecta los apruebe, porque ella es la matriarca, la capitana. María
Remedios, la hermana de Don Inocencio, ofrece el plan de darle «un susto»
a Pepe para inutilizarlo, para quebrarle algunos huesos, pero afirma falsamen
te que no deben matarlo. El sacerdote, Don Inocencio, desafía el espíritu de
fensor de almas inocentes de Caballuco, el matón, para que éste ataque a
Pepe20.
Cabe aclarar en este momento que Pepe, al verse víctima de Doña Perfecta
y sus seguidores, ha sufrido un cambio de carácter. Sigue un plan para luchar
contra ella. Hace uso de los oficiales de las tropas de ocupación que han ve
nido a Orbajosa, los cuales son amigos de él, para contrarrestar las acciones
de su tía. Por medio de su influencia, les dan de baja a los políticos y gober
nantes de Orbajosa, y son reemplazados por forasteros, de manera que el po
der de Doña Perfecta queda neutralizado. Pepe, desde luego, no le causa nin
gún daño físico a nadie. Ninguno de los que le ayudan en su empresa lo hace
tampoco. El objetivo de él es raptar a Rosario para casarse con ella. Doña
Perfecta lo echó de su casa, pero por medio de un amigo, Pepe le juega sucio
a ella y penetra en su casa para concertar con Rosario:
—... ¿Rosario salió anoche de su cuarto?
—Salió a verme. Ya era tiempo.
—¡Qué vil conducta la tuya!i Has procedido como los ladrones, has
procedido como los seductores adocenados.
—He procedido según la escuela de usted. Mi intención era buena
fpág. 187).
Pepe mismo reconoce que él ha cambiado. La naturaleza maquiavélica
que convive con la naturaleza noble y sincera en cada hombre ha salido a la
superficie para defenderse de Doña Perfecta y su jauría, y para la estrategia
de un contraataque:
—¡Lo atropellas todo! ¡Ah!, bien se ve que eres un bárbaro, un
salvaje, un hombre que vive de la violencia.
—No, querida tía. Soy manso, recto, honrado y enemigo de la violen
cia; pero entre usted y yo; entre usted, que es la ley, y yo, que soy
el destinado a acatarla, está una pobre criatura atormentada, un ángel
de Dios sujeto a inicuos martirios. Este espectáculo, esta injusticia,
19
esta violencia inaudita es la que convierte mi rectitud en barbarie, mi
razón en fuerza, mi honradez en violencia parecida a la de los asesinos
y ladrones; este espectáculo, señora mía, es lo que me impulsa a no
respetar la ley de usted, lo que me impulsa a pasar sobre ella, atropellándolo
todo. Esto, que parece un desatino, es una ley ineludible.
Hago lo que hacen las sociedades cuando una brutalidad tan ilógica
como irritante se opone a su marcha. Pasan por encima, y todo lo
destrozan con feroz acometida. Tal soy yo en este momento; yo mismo
no me reconozco. Era razonable, y soy un bruto; era respetuoso, y
soy insolente; era culto, y me encuentro salvaje. Usted me ha traído
a este horrible extremo, irritándome y apartándome del camino del
bien, por donde tranquilamente iba. ¿De quién es la culpa, mía o de
usted?
—¡Tuya, tuyal
—Ni usted ni yo podemos resolverlo. Creo que ambos carecemos de
razón. En usted, violencia e injusticia; en mí, injusticia y violencia.
Hemos venido a ser tan bárbaro el uno como el otro, y luchamos y
nos herimos sin compasión. Dios lo permite así. Mi sangre caerá sobre
la conciencia de usted; la de usted caerá sobre la mía (págs. 188-89).
Como anoté anteriormente, Doña Perfecta se niega a cumplir su palabra,
no permitiéndole a Pepe que se case con Rosario. Al respecto dice Maquiavelo:
«...un hombre prudente no puede, ni debe, cumplir su palabra, cuando
al hacerlo se pondría en desventaja y que las razones que lo hicieron hacer
las promesas han cambiado. Y si todos los hombres fueran buenos, este pre
cepto no sería bueno; pero como los hombres son malvados y no cumplirían
las promesas que os han hecho, no debéis cumplir las que les habéis hecho a
ellos» 21. Maquiavelo analiza al hombre como una combinación de hombre y
bestia, con una mitad de noble y otra de bruto. La parte bestial está consti
tuida de instinto de león y de instinto de zorra, simbolizando el poder y la
astucia: la fuerza del león para atacar a los enemigos, la astucia de la zorra
para no caer en las trampas. La zorra es astuta y engañosa. «Pero uno debe
saber cómo manipular bien los cambios de esta naturaleza, y cómo ser un
buen mentiroso e hipócrita; y los hombres son tan simples y están tan do
minados por la necesidad de momento, que uno que engaña encontrará siem
pre otro que quiere ser engañado» 22.
Doña Perfecta inició su lucha contra Pepe usando el método de la hipo
cresía y el engaño, pero no pudo vencer al enemigo. Entonces tuvo que re
currir a la violencia en combinación con astucia e hipocresía. En el capítulo
XXI, Doña Perfecta se está quejando de que ahora ella se ha convertido en
víctima de Pepe y de sus aliados. Con ella se encuentra, entre otros, Caballuco,
a quien Galdós había descrito anteriormente como «...la imponente figura
del Centauro23, serio, cejijunto, confuso al querer saludar con amabilidad,
hermosamente salvaje, pero desfigurado por la violencia que hacía para son
reír urbanamente y pisar quedo y tener en correcta postura los hercúleos
20
brazos» (pág. 143). Doña Perfecta está insinuando que ella necesita quién la
defienda de su sobrino. Se desarrolla la siguiente conversación:
— ¡Le cortaré la cabeza al señor Rey!
— ¡Qué desatino! Eres tan bruto como cobarde —dijo palideciendo—.
¿Qué hablas ahí de matar, si yo no quiero que maten a nadie, y mucho
menos a mi sobrino, persona a quien amo a pesar de sus maldades?
—¡El homicidio! ¡Qué atrocidad! —exclamó el señor don Inocencio,
escandalizado—. Ese hombre está loco.
—¡Matar!... La idea tan sólo de un homicidio me horroriza. Caballuco
—dijo la señora, cerrando los dulces ojos—. ¡Pobre hombre! Desde
que has querido mostrar valentía, has aullado como un lobo carnicero.
Vete de aquí, Ramos; me causas espanto (págs. 2O8-91).
¡Qué artimaña! ¡Qué insinceridad de parte del cura y de Doña Perfecta!
Sin embargo, dice Maquiavelo que un príncipe (o para el efecto que yo quiero
aquí, un individuo) debe cuidarse de que nada salga de su boca que no con
tenga las cinco cualidades de misericordia, fe, integridad, humanidad y reli
gión. «Y nada es más necesario que parezca poseer la última cualidad. Los
hombres, en general, juzgan más por la vista que por las manos, porque todos
pueden ver, pero muy pocos pueden tocar. Todos ven lo que uno parece ser,
pero muy pocos saben lo que uno es... y en las acciones de los hombres, y
especialmente de los príncipes en cuyo caso no se puede apelar, el fin justifica
los medios» 21. Lo pone aún mucho más claro en el «Libro primero» de Los
Discursos: «Porque la gran mayoría de la humanidad se satisface con apa
riencias, como si fueran realidades, y a menudo están más influenciados por
las cosas que parecen ser que por las que son»23. También aconseja: «Debéis
saber, entonces, que hay dos métodos de luchar, uno por la ley, el otro por la
fuerza: el primer método es el de los hombres, el segundo el de las bestias;
pero como en muchas ocasiones el primero no basta, se hace necesario re
currir al segundo» ". Pues Doña Perfecta sigue al pie de la letra la estrategia
maquiavélica. María Remedios consulta con Don Inocencio, y éste, con com
plicidad hipócrita asiente para que Caballuco vaya con su hermana a pegarle
«el susto» a Pepe. En la misma manera que lo hiciera Poncio Pilatos, el cura
dijo: «—Yo me lavo las manos» (pág. 269). El plan lo llevan a cabo en la
huerta de la casa de Doña Perfecta, y ella misma le dio a Caballuco la orden
de matarlo. Y en esta forma, Doña Perfecta asesinó a Pepe.
Pepe Rey tenía que morir porque no encajaba en la forma de vida de los
orbajosenses; él pensaba individualmente, en un modo opuesto al pensamiento
colectivo de ellos, y esto lo hacía un hereje. Dice Unamuno, que «El verda
dero pecado, acaso el pecado contra el Espíritu Santo que no tiene remisión,
es el pecado de herejía, el de pensar por cuenta propia. Ya se ha oído aquí, en
nuestra España, que ser liberal, esto es, hereje, es peor que ser asesino, la
drón o adúltero» *. Doña Perfecta, como otras madres españolas, y como otras
madres católicas, es «un producto de la tradición familiar, de instituciones y
21
de convenciones», como dice Patricia O'Connor. Pero esto no es justificación
para matar a nadie. A esta señora, con todo su catolicismo, le faltó amor al
prójimo. El amor al prójimo es un principio cristiano, pero no seguimos este
precepto al pie de la letra, excepto cuando nos conviene. A través de la his
toria de España, desde que aparecieron los embriones del cristianismo en la
Península, y especialmente comenzando con la unificación de los reinos de
Castilla y de Aragón bajo sus majestades Don Fernando y Doña Isabel, los
conceptos de catolicismo y de patriotismo han estado fundidos como una en
tidad inseparable. El período de las Guerras de la Reconquista (años 711-1492)
lo atestan. A través de los siglos, el español ha considerado como inferior a
cualquier individuo, a cualquier grupo étnico, a cualquier nación que no pro
fese la religión católica. No sólo no lo ha considerado como su igual, sino
que no lo ha amado. Me parece que el español ha usado la filosofía (perdóne
seme el uso del término, porque en este caso no es filosofía, es empirismo.),
digo, la filosofía de Doña Perfecta, que es que el que no está conmigo, está
contra mí, y hay que destruirlo para salvarlo. Tal medio no justifica el fin.
El amor no mata, el amor da vida. Recordemos que España también tomó
parte en las Cruzadas, las llamadas «guerras santas», y que en la Inquisición
se exterminaba al que no hiciera públicamente profesión de fe. Recordemos
las «hazañas» de Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego de Almagro y de
tantos más conquistadores cristianos contra Moctezuma, Atahualpa, Manco
Capac y sus civilizaciones. No podemos decir que el conquistador español amó
al indio de América; sí podemos afirmar que no lo consideró su prójimo, su
hermano, su igual. En una palabra, no lo amó cristianamente. Si lo hubiera
amado, lo habría respetado, habría respetado su religión. Amor es sinónimo
de respeto. El «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» * es un mandamiento
cristiano tanto como lo es el «No matarás» 29.
Le decía Unamuno a Ángel Ganivet en carta abierta y pública:
...nos empeñamos nosotros en imponer nuestro espíritu, creencias e
ideales, a gentes de una estructura espiritual muy diferente a la nues
tra. En Europa misma combatimos a éstos o a aquéllos porque tenían
sobre tal o cual punto tal idea, cuando resulta, en fin de cuenta, que
nosotros no teníamos ninguna.
Más de una vez se ha dicho que el español trató de elevar al indio
a sí, y esto no es en el fondo más que una imposición de soberanía.
El único modo de elevar al prójimo es ayudarle a que sea más él cada
vez, a que se depure en su línea propia, no en la nuestra30.
En la última carta que Unamuno le escribió a Ganivet, denunciaba cómo
en España confunden el patriotismo con la religión:
Sé que a muchos parecerá lo que voy a decir una atrocidad, casi una
herejía, pero creo y afirmo que esta fusión que se establece entre el
patriotismo y la religión daña a uno y a otra. Lo que más acaso ha
estorbado el desarrollo del espíritu cristiano en España es que en los
22
siglos de la Reconquista se hizo de la cruz un pendón de batalla y
hasta un arma de combate, haciendo de la milicia una especie de
sacerdocio. Las órdenes militares y la leyenda de Santiago en Clavijo
son en el fondo impiedades y nada más. El patriotismo tal y como hoy
se entiende en los patriotismos nacionales es un sentimiento pagano.
Decimos con los labios que todos los hombres somos hermanos, pero
en realidad practicamos el adversus aeterna auctoritas, y tenemos de la
fraternidad la idea que tienen las tribus salvajes: sólo es hermano
el de la misma tribu31.
Y para hallar víctimas de prejuicio religioso no hay que ir muy lejos, ni
siquiera tenemos que ir más allá de nuestra propia tribu. Hay muchas Doñas
Perfectas en España. En un libro escrito aquí sobre Unamuno se le acusó de
«antiespañol por anticatólico» ffl.
El caso de La tía Tula es sobre un problema muy íntimo, que arraiga en
las entrañas de una joven virgen. No es como el caso de Doña Perfecta, que
como ya hemos comprendido, tiene que ver con las creencias religiosas y cos
tumbres sociales comunes a todos en una ciudad. El problema de esta mucha
cha es suyo y de nadie más.
Desde que se inicia la novela, Unamuno nos presenta a una mujer de cua
lidades extraordinarias. A muy corta edad han caído sobre ella las responsabi
lidades de jefe de familia, que tiene que desempeñar quiera o no. Es muy fe
minista, ajustándose excelentemente al papel que se le asigna a la mujer en la
sociedad española. Se distingue por su altruismo, ejerciendo primero la fun
ción de hermana, sobrina y madre; luego, de cuñada, tía, tía-abuela, madre
adoptiva, y por último, el cargo de «madre» de todos. Poco a poco experimen
ta el desarrollo y la profundización de su instinto materno, fenómeno cuyo
proceso toma en ella toda una vida para completarse. Y aquí se suscita el
problema en tres niveles diferentes: 1.°) casarse o no casarse, 2.°) «conocer»
hombre o no «conocer» hombre, 3.°) tener hijos o no tener hijos. El dar los
tres pasos sería el proceso lógico de satisfacer su instinto materno. Pero no,
Tula no se rebaja al papel de cualquier otra mujer, porque su convicción es
que ella debe ser fuerte y no dejarse vencer por los deseos carnales. Que los
débiles se dejen subyugar por la carne; Tula no, Tula es toda espíritu, y más
que nada, posee un gigantesco espíritu de contradicción. Es así, porque es una
creación de Unamuno. Ella quiere a los hombres, y quiere a los niños, pero
más que ninguna otra cosa en la vida, quiere mantener su virginidad. Su com
plejo de virginidad es muchísimo más fuerte que su instinto de maternidad33.
Gertrudis —sin apellidos, así, Gertrudis a secas, porque Unamuno no nos
dice los nombres de su padre y su madre, ni los apellidos; sólo nos relata que
murieron—, es el ama de su casa. Lo era desde que vivía con su hermana
Rosa y su tío Don Primitivo. Por ese entonces, tenía sólo veintidós años, pero
23
ya sentía la predisposición a mandar, a ordenar las vidas de otros a su forma.
El problema de Gertrudis era que no demostraba que se sintiera atraída físi
camente por los hombres, y si sentía esa atracción la reprimía. La gravedad
de su conflicto era que quería ser madre, y tener hijos, nietos y bisnietos para
amar, para dirigirles sus vidas y para planear sus destinos. Se sentía más ma
dre que muchas que de verdad, biológicamente, lo eran. Sabía cómo compor
tarse como tal porque había nacido con un instinto maternal más fuerte que
la mayoría de las mujeres. No sólo reprimía su atracción hacia los hombres,
sino que les temía, y convertía este temor en un complejo de superioridad
sobre ellos. Como no sabemos nada de ella antes de los veintidós años, no
podemos darnos cuenta de cuándo en su vida apareció este temor al género
masculino, ni de qué causa o causas provino. Podemos asumir que nació así.
Unamuno crea a sus hombres y a sus mujeres como le da la regalada gana,
y cada uno es único. Como Unamuno, también sus personajes son iconoclas
tas. No representan «tipos» de personas; son individuos singulares en toda
la extensión de la palabra. Después de crearlos, los deja que vivan y piensen,
y en ocasiones hasta se rebelan contra él, como en el caso de Augusto Pérez.
Tula nació madre, nació para ser jefe de familia, para ser matriarca, y va
a dedicar todos sus esfuerzos en toda su vida para hacerse de «hijos», de los
cuales ella pueda ser guía material y espiritual. Lo paradójico del caso es que
ella se ha propuesto permanecer virgen. Tiene un ideal de virginidad que está
en conflicto con su arraigado instinto de maternidad. Habiendo crecido en un
hogar católico, oyendo la doctrina diariamente (porque su tío es cura), en un
país en donde la adoración de la Virgen María es una práctica de extrema im
portancia, ella trata de imitar el papel que comúnmente se le asigna a la Vir
gen, de guía espiritual y madre de todos (en un sentido simbólico). Tula no
se atribuye a sí misma la virginidad doctrinal —libre de pecado original— si
no la virginidad de post partum et in partu; es decir, en su forma tan perso
nal logró «tener» hijos (todos los que habitaron con ella) y todavía conservó
su virginidad. Para ella, todos «eran» hijos, no eran «como» hijos. Era virgen,
y era virgen madre. Mandaba en todos, a todos los gobernaba. Era la media
dora entre ellos, entre el uno con el otro, entre ellos y el resto del mundo.
Ante Dios, se había echado la responsabilidad de ser madre de todos. Su pa
pel se asemeja al que muchos católicos le asignan a la Virgen de intercesora,
en la oración que reza: «Santa María, madre de Dios, ruega Señora por todos
los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén» •*.
Todo lo que Unamuno escribía era controversial. Me imagino que por lo
controversial del asunto escribió esta novela sobre una «virgen madre», como
la llamaba él mismo en una carta a Juan Maragall. Muchos años antes, ya
Unamuno se había referido a la mariolatría en la siguiente forma:
El culto a la Virgen, en efecto, la mariolatría, que ha ido poco a poco
elevando en dignidad lo divino de la Virgen, hasta casi deificarla, no
responde sino a la necesidad sentimental de que Dios sea hombre
24
perfecto, de que entre la feminidad en Dios... exaltando a la Virgen
María hasta declararla corredentora y proclamar dogmática su con
cepción sin mancha de pecado original, lo que la pone ya entre la
Humanidad y la Divinidad y más cerca de ésta que de aquélla9S.
Y en otro libro aún más anterior, en un monodiálogo con Don Quijote
le dijo:
¿No ves a este pueblo endiosando cada día más el ideal de la mujer, a
la mujer por excelencia, a la Virgen Madre? ¿No le ves rendido a ese
culto, y hasta casi olvidando por él el culto al Hijo? ¿No ves que no
hace sino ensalzarla más y más alto, pujando por ponerla al lado del
Padre mismo, a su igual, en el seno de la Trinidad, que pasaría a ser
Cuaternidad si no es ya que la identificaran con el Espíritu como con
el Verbo se identificó al Hijo? ¿No la han declarado Corredentora?
Y esto, ¿por qué es?
...Dios era y es en nuestras mentes masculino. Su modo de juzgar y
condenar a los hombres, modo de varón, no de persona humana por
encima de sexo; modo de Padre. Y para compensarlo hacía falta la
Madre, la Madre que perdona siempre, la Madre que abre siempre
los brazos al hijo cuando huye éste de la mano levantada o del ceño
fruncido del irritado Padre...36
Para satisfacer su complejo de superioridad usa a todos a su alrededor.
Las circunstancias para usarlos son muy propicias; en una u otra forma, Tula
es causa de las circunstancias y todos se someten a sus decisiones voluntaria
mente. Casa a Rosa con Ramiro; así puede tenerlo a él cerca. Rehusa casarse
con él cuando éste enviuda, razón por la cual Ramiro, para satisfacer sus ne
cesidades sexuales, establece relaciones con la criada, Manuela, quien resulta
embarazada. Insatisfecha de no tener todavía una familia numerosa, y temien
do que Ramiro se pueda casar con otra y principie de nuevo un hogar sin in
cluirla a ella, obliga a éste a casarse con Manuela. La pobre Manuela nunca
llegó a ser «señora» de la casa, porque «la soberana» (que es como Unamuno
apoda a Tula) nunca abdicaría su posición de poder. Este casamiento le ase
gura su posición de superioridad en la familia.
En su papel femenino, sabía que «el oficio de una mujer es hacer hombres
y mujeres...»37, es decir, procrear. Pero eso, para la mujer corriente. Para
Tula, que se siente superior a todas, es imposible subyugarse, porque ella con
sidera a los hombres «—De carne y muy brutos» (pág. 568). «'¡Cuando una
no es remedio es animal doméstico, y la mayor parte de las veces ambas co
sas a la vez! ¡Estos hombres!... ¡O porquería o poltronería! ¡Y aún dicen
que el cristianismo redimió nuestra suerte, la de las mujeres!... ¡El cristia
nismo, al fin, y a pesar de la Magdalena, es religión de nombres! —se decía
Gertrudis—, ¡masculinos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo!...'» (pág. 601).
Bien lo dijo Ramiro, que Tula tenía cualidades extraordinarias para pro-
25
pagar el bien: «—Eres una santa, Gertrudis —le decía Ramiro—, pero una
santa que ha hecho pecadores» (pág. 590). Sobre la conciencia de ella pesan
los errores de Ramiro. Una vez que ella le estaba pidiendo consejos al padre
Alvarez, le confesó: «—Yo le hice desgraciado, padre; yo le hice caer dos
veces; una con mi hermana, otra vez con otra...» (pág. 611). Y me imagino
que se cree responsable de varias muertes: la de Rosa, la de Ramiro y la de
Manuela. Si Tula se hubiera casado con Ramiro al principio, ninguna de las
muertes habría ocurrido, por lo menos no como resultado indirecto de sus
acciones, de su soberbia. Manuela, por ejemplo, «murió como había vivido,
como una res sumisa y paciente, más bien como un enser» (pág. 597); y como
esa muerte le conmovió mucho, exclamó: «...¡la hemos matado! ¿No la he
matado yo más que nadie? ¿No la he traído yo a este trance?» (pág. 597).
Entonces Tula pensó en su enorme responsabilidad de criar cinco hijos:
¿Y los pobres niños de la hospiciana? "Esos también son míos —pen
saba Gertrudis—; tan míos como los otros, como los de mi hermana,
más míos aún. Porque éstos son hijos de mi pecado. ¿Del mío? ¿No
más bien el de él? i No, de mi pecado! ¡Son los hijos de mi pecado!
¡Sí, de mi pecado! ¡Pobre chica!" Y le preocupaba sobre todo la
pequeñita. (pág.
En el aspecto de la tenacidad por adquirir poder sobre otros y ejercerlo
por todos los medios a su alcance, resultando para ellos la infelicidad, es que
yo comparo a Tula con Doña Perfecta. Cada una en su propia manera de ver
las cosas, Tula y Doña Perfecta creían que estaban en lo correcto, que estaban
promoviendo el bien. En su propia manera, cada una usó todos los medios
posibles para llevar a cabo su empresa. La diferencia entre las dos estriba en
que en la mente de Tula nunca entró hacerle el mal a nadie; en cambio, sí,
mantenerlos en el camino de perfección y promover el bien espiritual de to
dos. Tanto Doña Perfecta como Tula se daban cuenta de que los medios que
estaban empleando eran demasiado severos, y que estaban inflgiéndoles expe
riencias dolorosas a sus familiares. Tanto una como la otra creían que había
valor positivo en los medios que empleaban para conseguir su objetivo. El fin
de Tula era mantenerse virgen y promover el mayor bien para todos. El de
Doña Perfecta era proteger las tradiciones de Orbajosa.
Como Tula se consideraba pura, inmaculada como la Virgen, les tenía
horror a las manchas, de cualquier clase que fueran. Cuando Manuela murió
en el último parto, Tula se encargó de criar a la niña. «Alguna vez la criaturita
se vomitó sobre aquella cama, limpia siempre hasta entonces como una
patena, y de pronto sintió Gertrudis la punzada de la mancha. Su pasión mor
bosa por la pureza, de que procedía su culto místico a la limpieza, sufrió en
tonces, y tuvo que esforzarse por dominarse. Comprendía, sí, que no cabe vi
vir sin mancharse y que aquella mancha era inocentísima, pero los cimientos
de su espíritu se conmovían dolorosamente con ello» (pág. 607). Y cuando
26
Ramiro quedó viudo y él le propuso matrimonio a ella, y ella lo desdeñó, Tula
reflexionó: «¿No es soberbia esto? ¿No es la triste pasión solitaria del armi
ño, que por no mancharse no se echa a nado en un lodazal a salvar a su com
pañero?... No lo sé..., no lo sé...» (pág. 582).
A la vez que se siente atraída por los hombres les tiene horror por miedo
a mancharse. Me figuro que creía en el mito bíblico de Eva y la serpiente. No
se atrevía a contemplar la desnudez de un hombre; murió Ramiro, y Tula
«Le amortajó como lo había hecho con su tío, cubriéndole con un hábito so
bre la ropa con que murió, y sin quitarle ésta, y luego, quebrantada por un
largo cansancio, por fatiga de años, juntó un momento su boca en la boca
fría de Ramiro, y repasó sus vidas, que era su vida» (pág. 596).
Y como ya vamos llegando al final de esta historia irrealizable de amor,
nos damos cuenta de que no fue tan irrealizable; en los corazones de Ramiro
y Tula nació el amor desde el momento que se conocieron, y creció y fructi
ficó y vivió en ellos hasta que murieron. Pero en Tula el corazón estaba en
conflicto con el alma, la realidad estaba en conflicto con el ideal. El tiempo
apremia porque Ramiro está en su lecho de muerte, moribundo:
Los ojos de Gertrudis se hinchieron de lágrimas.
—Tula! —gimió el enfermo, abriendo los brazos.
— ¡Sí; Ramiro, sí! —exclamó ella cayendo en ellos y abrazándole.
Juntaron las bocas, y así estuvieron, sollozando.
—¿Me perdonas todo, Tula?
—No, Ramiro, no; eres tú quien tienes que perdonarme.
—¿Yo?
— I Tú! Una vez hablabas de santos que hacen pecadores. Acaso he
tenido una idea inhumana de la virtud. Pero cuando! lo primero, cuando
te dirigiste a mi hermana, yo hice lo que debía hacer. Además, te lo
confieso, el hombre, todo hombre, hasta tú, Ramiro, hasta tú, me ha
dado miedo siempre; no he podido ver en él sino el bruto. Los niños,
sí; pero el hombre... He huido del hombre... (pág. 594).
Hay algo muy humano en Tula, en esta madre virgen, que ya de avanzada
edad reconoce sus errores, porque el errar y el pecar son condiciones de hu
manidad. Ahora es que Tula es toda una mujer, nada menos que toda una
mujer, como el Alejandro de Unamuno de Nada menos que todo un hombre.
El tiempo, la experiencia y los golpes dejan sus huellas en el ser humano.
Tula, la inquebrantable roca, empieza a desmoronarse a la propia vista de
todos con los que ha compartido su vida, a quienes ha fortalecido con su
ejemplo. Sola ya, sin Ramiro ni Manuela, le cuenta sus cuitas al padre Alvarez;
le dice que se siente culpable de lo que ha hecho con su propia vida y
con las de los de su casa:
...Sea la que es..., la tía Tula que todos conocemos y veneramos y
admiramos...; sí, ¡admiramos!
—¡No, padre, no! ¡Usted lo sabe! Por dentro soy otra...
27
—Pero hay que ocultarlo...
—Sí, hay que ocultarlo, sí; pero hay días en que siento ganas de
reunir a sus hijos, a mis hijos...
—I Sí, suyos, de usted!
—¡Sí, yo madre, como usted... padre!
—Deje eso, señora, deje eso...
—Sí, reunirles y decirles que toda mi vida ha sido una mentira, una
equivocación, un fracaso... (pág. 611).
El día que sintió que la muerte tocaba a su puerta, los llamó a todos, alre
dedor de su cama, antes de entregar su alma, para despedirse:
Callaron todos un momento. Y al oír la moribunda sollozos entrecor
tados y contenidos, añadió:
—Bueno, ¡hay que tener ánimo! Pensad bien, bien, muy bien, lo que
hayáis de hacer, pensadlo muy bien..., que nunca tengáis que arrepentiros
de haber hecho algo, y menos de no haberlo hecho... Y si veis
que el que queréis se ha caído en una laguna de fango y aunque sea
en un pozo negro, en un albañal, echaos a salvarle, aun a riesgo de
ahogaros, echaos a salvarle..., que no se ahogue él allí... o ahogaos
juntos... en el albañal... servidle de remedio..., sí, de remedio. ¿Que
morís entre légamo y porquería?, no importa... Y no podréis ir a
salvar al compañero volando sobre el ras del albañal porque no tenemos
alas..., no, no tenemos alas... o son alas de gallina, de no volar..., y
hasta las alas se mancharían con el fango que salpica el que se ahoga
en él... No, no tenemos alas, a lo más de gallina..., no somos ángeles...,
lo seremos en la otra vida... ¡donde no hay fango... no sangre! Fango
hay en el Purgatorio, fango ardiente, que quema y limpia..., fango que
limpia, sí... En el Purgatorio les queman a los que no quisieron lavarse
con fango..., sí, con fango... Les queman con estiércol ardiente... les
lavan con porquería... Es lo último que os digo, no tengáis miedo a la
podredumbre... Rogad por mí, y que la Virgen me perdone (págs. 624-25).
Así murió Tula, después de haber perseguido un ideal toda su vida. Como
Don Quijote, se entregó a ese ideal y sufrió la derrota; y también como él,
tuvo valor para confesar públicamente su error antes de morir. Lo que impor
ta no es alcanzar la victoria, sino haber luchado, porque eso es lo que significa
ser humano; «no somos ángeles...» ni dioses. Y como la obra de Don Quijote
continuó en Sancho, y en todos los Sanchos quijotescos que le quieran imitar,
la obra de la tía Tula continuó en Manolita y en todos sus «hijos».
Excepto por Paz en la guerra, en sus novelas Don Miguel siempre trató
de la realidad íntima, de la realidad consciente de sus personas. Cada persona
en la obra novelística de Unamuno es víctima de un problema reflexivo, social
o dialéctico, problemas de que todos nosotros padecemos, pero que sólo los
escritores de profundidad los recogen de la vida diaria para presentárnoslos
en sus obras, como un espejo de la dura realidad. Los personajes de Unamuno
agonizan, se mueren de dolor, y hasta matan a sus víctimas —que a menudo
28
son a los que más aman— con sus acciones, no con armas. En Galdós, rara
vez ocurre esto. Para mi gusto, escojo pocas obras de Galdós, y son aquéllas
a las que les encuentro sustancia, como Gloria, Marianela, Misericordia y Do
ña Perfecta. Sin embargo, en ninguna de éstas encuentro la sustancia espesa,
como en las de Don Miguel. Será porque en la España de la Restauración y la
Regencia se sentía una realidad diferente en el ambiente. Unamuno apuntaba
esto:
No creemos que en la obra novelesca y dramática de Galdós, como en
la de Cervantes y como en la obra de la Naturaleza y de la Historia,
haya doctrina alguna reflexiva, ni dogmática ni dialéctica.
A lo sumo la tienen algunos de los personajes que creó y a quienes
hizo hablar, y aun éstos ni mucha ni honda.
Los personajes de Galdós, como sus modelos reales, son muy pobres
de doctrina. Viven al día.
El mundo social que en sus obras nos deja eternizado es el de la
Restauración y la Regencia, un mundo de una pobreza intelectual
y moral que pone espanto.
En la obra de Galdós, como en espejo fidelísimo, se retrata la pa
vorosa oquedad de espíritu de nuestra mal llamada clase media, que
ni es ni media ni es apenas clase.
De aquí el que si de la obra novelesca galdosiana se puede extraer
alguna psicología elemental y poquísimo complicada, será difícil ex
traer sociología de ella. No refleja una sociedad, sino una muche
dumbre.
Cuando pasado el tiempo, se lea, dentro de unos años o aun siglos,
la obra de Galdós para hacer en ella la España de la Restauración
borbónica y de la Regencia habsburgiana, sentiráse toda la inmensa
desolación de una muchedumbre amorfa y amodorrada de hombres
y mujeres anémicos, sin huesos, sin fe ni esperanza, de un pueblo
que soñaba en el puchero y la cama, diciendo: "Se vive"38.
Hoy día, cuando leemos la obra de Unamuno para recrear la intrahistoría
de España, sentimos una comunión de hombres y mujeres angustiados, hom
bres y mujeres de carne y hueso que ambulan por los pueblos, por las monta
ñas, valles, ríos y llanuras de esta gloriosa y sempiterna España, buscando su
propio espíritu para fundirlo con el de sus hermanos, y fraguar juntos en un
crisol el espíritu de la españolidad, y gritar con toda la fuerza de su ser: el
camino es largo y la batalla es ardua; perseveremos con esperanza y luchemos
con fe para no morir.
29
NOTAS
1 Miguel de Unamuno, Obras Completas, vol. IX, Aguado (Madrid, 1958), "La
vida y la obra", pp. 935-39.
2 Ibíd., pp. 936-37.
3 Miguel de Unamuno, Obras Completas, vol. IV, Aguado (Madrid, 1958), p. 760.
* Unamuno, Obras Completas, vol. IX, p. 996.
5 Eduardo de Agüero, El pensamiento filosófico-religioso de Unamuno, The
American Press (New York, 1968), pp. 8-9.
6 Benito Pérez Galdós, Doña Perfecta, Librería y casa editorial Hernando, S. A.
(Madrid, 1972). De aquí en adelante toda cita de la novela vendrá de esta edición. En
vez de hacer una nota separadamente para cada cita, indicaré seguidamente en cada
una la página de donde procede.
7 En las novelas de la Restauración y la Regencia, lo corriente es que siempre
aparece un personaje que se adjudica todo el poder y ejerce toda clase de influencia
sobre un pueblo entero. Unamuno se refiere al fenómeno, en su ensayo "Nuestra
egolatría" {Obras Completas, Vol. V, Aguado, 1952, p. 333):
Pues, ¿qué era, en el fondo, el caciquismo, sino el desconocimiento y el
desprecio de la personalidad individual humana y de sus sacrosantos fueros?
El cacique atropellaba a las demás personas, en quienes no veía sino medios
o instrumentos, y jamás fines, y las atropellaba porque él, el cacique, no sentía
por su parte su propia personalidad. El cacique, como todo tiranuelo, está
hecho de madera de siervos.
8 Ibíd., p. 332.
9 Loe. cit., p. 331.
10 Salvador de Madariaga, De Caldos a Lorca, Editorial Sudamericana (Buenos
Aires, 1960), p. 99.
u Loe. cit., p. 99.
n Op. cit., De Galdós a Lorca, p. 148.
13 Ibíd., p. 147.
M Ángel Valbuena Prat, Historia de la literatura española, tomo III, Editorial
Gustavo Gili, S. A. (Barcelona, 1968), p. 469.
15 Ibid., p. 319.
16 Ibíd., p. 320.
17 Fernando Díaz-Plaja, Nueva historia de la literatura española, Plaza & Janes
Editores (Barcelona, 1975), p. 324.
M Ibíd., p. 325 (Citado por Díaz-Plaja).
19 Patricia W. O'Connor, Yfornen in the Theater of Gregorio Martínez Sierra,
The American Press (New York, 1966), p. 70:
"The mother, then, is a product of family tradition, institutions, and conventíons.
She has been so completely indoctrinated that she fails or refuses
to see that times have changed and that people must change in accordance
with them. She would like to instill in her children, for example, the accepted
traditions of her time, no matter how poorly they might fit the altered circumstances".
30
20 Cada instancia en que en Doña Perfecta se hable de falsedad, de hipocresía,
de estrategia de lucha, de perjuria, de ejercicio de poder por medio del arte de la
astucia o por medio de una combinación de la astucia con la fuerza bruta, me veo
impelido a pensar en las obras de Niccoló Maquiavelo, especialmente II Principe,
Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, y Arte della Guerra. Es muy probable
que Galdós leyera a Maquiavelo y admirara sus obras. En Doña Perfecta, se hace
muy obvio que Doña Perfecta, Don Inocencio, María Remedios y Pepe tratan de
adquirir poder, o de mantenerlo o aumentarlo aplicando los principios de estrategia
política y militar abogados por Maquiavelo en esas tres obras.
Me he tomado la libertad de comparar la posición de mando (no de autoridad
oficial, porque no la tenía) y de influencia de Doña Perfecta con la del príncipe, por
que en mi opinión, aunque El Príncipe fuera escrito como un catecismo de poder
para César Borgia, Maquiavelo se refirió a "el príncipe" también en un sentido ge
nérico. Sus consejos tienen aplicación no sólo en el caso específico de un monarca
que desee mantener su poder, sino también en el caso general de cualquier individuo
que quiera conservar o ampliar su estado en la sociedad. Un príncipe es primero un
individuo, y luego monarca; de manera que muchos de los consejos que Maquiavelo
ofrece en sus libros, y en El Príncipe específicamente, tienen un valor universal para
lodo individuo en cualquier estado social.
21 Machiavelli's The Punce: A Bilingual Edition, Translated & Edited by Mark
Musa, St. Martin's Press (New York, 1964), p. 144. En las citas siguientes lo llamaré
El Príncipe.
"Non puó, pertanto, uno signore prudente, né debbe, osservare la fede,
quando tale osservanzia li torni contro e che sonó spente le cagione che la
fecero prometiere. E se gli uomini fussino tutti buoni, questo precetto non
sarebbe buono; ma perché sonó tristi e non la osservarebbono a te, tu etiam
non l'hai ad osservare a loro".
22 Ibíd., p. 146.
"Ma é necessario questa natura saperia bene coloriré, ed essere gran simulatore
e dissimulatore: e sonó tanto semplici gli uomini, e tanto obediscano
alie necessitá presentí, che colui che inganna, troverrá sempre chi si lascerá
ingannare".
23 Un ser en la mitología griega, mitad caballo y mitad hombre, hijo de Saturno
y Filira. Curiosamente, Maquiavelo, en el capítulo XVIII de El Príncipe, narra que
los príncipes de la antigüedad, incluyendo a Aquiles, eran llevados a Quirón el
Centauro para que aprendieran a disciplinarse con ese ser. De allí, que un príncipe
debe integrar en sí la naturaleza humana y la de la bestia.
24 El Príncipe, XVIII, p. 148.
"E non é cosa piü necessaria a parere di avere che questa ultima qualitá.
E li uomini, in universal!, indicano piü allí occhi che alie mani; perché tocca
a vedere a ognuno, a sentiré a pochi. Ognuno vede quello che tu pari, pochi
sentono quello che tu se f...e nelle azioni di tutti gli uomini, e massime de'
principi, dove non é iudizio a chi reclamare, si guarda al fine".
31
* Niccoló Machiavelli, The Prince and The Discourses in English, with an
Introduction by Max Lerner, Random House (New York, 1950), XXV, p. 182.
"For the great majority of mankind are satisfied with appearances, as though
they were realities, and are often even more influenced by the things that seem
than by those that are".
26 El Príncipe, XVIII, p. 144.
"Dovete, adunque, sapere come sonó dua generazione di combattere: Tuno,
con le leggi; l'altro, con la forza; quel primo é proprio dello uomo, quel
secondo é delle bestie; ma perché il primo molte volte non basta, conviene
ricorrere al secondo".
27 Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Editorial Losada, S. A.
(Buenos Aires, 1964), p. 68.
28 Levítico XIX, 18 y San Mateo XXII, 39.
29 Éxodo XX, 13.
30 Miguel de Unamuno y Ángel Ganivet se intercambiaron ideas por medio de
cartas "abiertas y públicas" (las llamó así Unamuno) en el periódico El Defensor de
Granada, de 1896 a 1898. En Obras Completas, tomo IV, de Unamuno (Aguado,
Madrid, 1958) se publican ocho "De Miguel de Unamuno a Ángel Ganivet", y nueve
"De Ángel Ganivet a Miguel de Unamuno" (pp. 952-1015). Los dos párrafos citados
se encuentran en las pp. 962-63.
81 Ibíd., pp. 1000-1.
32 Vicente Marrero, El Cristo de Unamuno, Ediciones Rialp (Madrid, 1960), p. 32.
33 Aunque con tratamiento diferente en el desarrollo de eventos y en el resultado,
el tema del instinto maternal frustrado es el mismo abordado por Unamuno en Dos
madres, con Raquel, excepto que lo de la virginidad no figura aquí. Se presenta también
en Yerma, de Federico García Lorca, en cuya angustiada protagonista predominan la
honradez, el amor hacia un solo hombre y la integridad personal.
M La adoración de la Virgen se encuentra tan popularizada en los países católicos
en tal forma, que cada país, ciudad, pueblo, o barrio ha tratado de apropiarse de ella,
personalizándola como suya. Se le han asignado así tantísimos nombres, entre ellos:
Reina del Cielo, Reina de los Angeles, Virgen del Perpetuo Socorro, Virgen de Lourdes,
Virgen del Pilar, Virgen de Guadalupe, Virgen de los Andes, Virgen de Cartagena,
Nuestra Señora de París, Virgen de las Mercedes, La Purísima, La Inmaculada, Virgen
de la Macarena. Hasta existe la expresión "Virgen del puño", para insultar a un avaro.
Se le ha adjudicado tanto poder a la Virgen, que en la literatura española anterior
al siglo XV se escribieron varios libros sobre sus milagros y atributos. En la primera
mitad del siglo XIII, Gonzalo de Berceo escribió Milagros de Nuestra Señora, Loores
de Nuestra Señora y Duelo de la Virgen. El rey Alfonso el Sabio, también en el si
glo XIII, escribió y recopiló bajo su nombre, Cantigas de Santa María.
La adoración de la Virgen llegó a su apogeo en el Mester de Clerecía. Por la na
turaleza eclesiástica de los autores, la Virgen y sus milagros era un tema común. En
Milagros, toda la narrativa se concentra en el papel de intercesora para todos, tanto
para santos como para pecadores; tanto para gente de hábitos y sotanas, y gente que
se dedicaba a la vida religiosa, como para personas de vida menos ejemplar. Por ejemplo,
los capítulos II, VI, XX y XXI cuentan de cómo la Virgen favoreció a un sacritán
impúdico, a un ladrón devoto, a un clérigo embriagado y a una abadesa encinta.
32
Aoundan los nombres alegóricos, les nombres simbólicos y los epítetos que usaban
para referirse a ella. En la "Introducción", Berceo la llama "reyna", "Tiemplo de Jesu
Cristo", "estrella matutina", "Sennora natural", "piadosa vezina", "fonda de David",
"fuent de qui todos bevemos", "Ella nos dio el cevo de qui todos comemos", "puerto
a qui todos corremos", "puerta por la qual entrada atendemos", "palomba de fiel bien
esmerada" (paloma pura sin hiél), "nuestra talaya", "nuestra defensión", "vid", "uva",
"almendra", "malgranada", "oliva", "cedro", "bálsamo", "palma", es "de cuerpos e de
almas salud e medicina".
35 Sentimiento trágico, Op. cit. p. 154.
36 Miguel de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, Espasa-Calpe, S. A. (Ma
drid, 1964), pp. 205-6.
37 Miguel de Unamuno, La tía Tula (en Obras Completas, vol. IX), Aguado, S.A.
(Madrid, 1958), p. 569. De aquí en adelante, toda cita de la novela vendrá de esta
edición. No pondré nota separada para cada cita; inmediatamente después de cada una,
indicaré entre paréntesis la página de donde procede.
38 Miguel de Unamuno, "La sociedad galdosiana", en Obras Completas, vol. V,
Aguado, S. A. (Madrid, 1952), pp. 361-63.
33