GALDOS, DIPUTADO POR PUERTO RICO
Alfonso Armas Ayala
Desde 1883, año de la instauración de la República en España, había te
nido lugar la abolición de la esclavitud.
En Puerto Rico, como en las otras islas americanas, y asiáticas pertene
cientes a España, esta abolición llevó consigo indemnizaciones para los due
ños expropiados, los cuales recibirían un buen número de dinero por los es
clavos libertos.
La esclavitud fue motivo de controversias en la prensa, tanto insular como
peninsular; y en los escaños parlamentarios, que dirimían intereses de mucha
trascendencia y se rompía con una tradición a la que estaban ligadas oligar
quías insulares y peninsulares.
Después de restaurada la Monarquía en 1874, se suprimieron las libertades
concedidas; los periódicos casi desaparecieron, se restableció la censura, hubo
exilios obligatorios de políticos o de personas representativas de la Isla y de
tal manera se legisló que puede decirse que casi era el Gobernador, el poseedor
de la legislación insular.
Después de 1878, al firmarse el Pacto del Sanjón, y concedérsele a Cuba
nuevas condiciones políticas y administrativas, de que disfrutaba Puerto Rico,
ocurre todo lo contrario. A los Puertorriqueños se les suprimió toda su legis
lación, para adaptarse a la que desde aquel momento iba a convertirse en la
única que regiría en Puerto Rico: la legislación cubana aplicada a la Isla
Puertorriqueña.
Desde 1874 a 1887 Puerto Rico, conoce una serie de sucesos que retarda
rán grandemente su evolución política.
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El primero, las dificultades que determinados centros de enseñanza tenían
para su fundación, como le ocurrió a Baldiorty de Castro que, al regresar a
Puerto Rico, no pudo fundar un colegio porque se le argumentaba no poseía
el título de «Profesor de primeras letras». Con todo, la prensa puertorriqueña
empieza a tomar auge; Manuel Fernández Juncos, en un chispeante semana
rio, se convierte en una firma altamente leída.
El Ateneo Científico Literario, dirigido por Alejandro Tapia, figura preemi
nente en la historia cultural puertorriqueña, es fundado en 1876.
Hacia 1880, se establece un plan de instrucción con el cual se aumentan
los colegios y las escuelas, y hacia 1882, se vuelve a abrir nuevamente el Ins
tituto Civil con enseñanzas de carácter universitario en algunos casos, aunque
dependientes de la Universidad de La Habana.
Todo esto fue lo positivo y lo negativo con que se encontró Benito Pérez
Galdós al llegar a ocupar su puesto de Diputado por Guayama en Puerto Rico,
en el año 1886.
Merecidísima elección
El Ministro de Ultramar don Germán Gamazo, en un atento saluda, co
munica a su distinguido amigo «D. Benito Pérez Galdós, que había sido ele
gido Diputado por Puerto Rico. Desde este momento, Galdós, casi ininterrum
pidamente hasta 1916 y con períodos de interrupciones muy cortas, va a co
nocer su actuación política y va a vivir muy dentro del Parlamento Español
y de la Historia de España no sólo vividos, sino siendo testigo activo de los
mismos.
Desde este momento, Galdós empieza su vinculación con Puerto Rico. La
correspondencia que de sus amigos y correligionarios se conserva en el archivo
de la Casa-Museo, es una prueba de los muchos problemas con los que se
enfrentó el nuevo Diputado. Falta por completar la correspondencia de Galdós,
para conocer en sus dos vertientes, todo cuanto hizo o no hizo, el nuevo par
lamentario cunero, de Puerto Rico.
Porque Galdós había sido elegido —ya se verá— en una de las típicas so
luciones caciquiles nacidas desde los despachos ministeriales de Madrid.
Pero mientras tanto, Galdós empezaba a gustar de las mieles de su triunfo.
Así, don César Picatoste, funcionario del Ministerio de Fomento, le envía un
puñado de cartas de «electores de su distrito», de las cuales se dará cuenta en
su momento oportuno. El Diputado comienza a tener correspondencia política.
Correspondencia que será nutrida, variada y, en ocasiones, regocijante.
La elección de Galdós, como la de tantos Diputados, fue amañado parto
electoral. Las cartas que recibe de sus electores puertorriqueños dan fe, preci
samente, de los detalles de su elección. Uribarri fue un hombre público que
tuvo en Puerto Rico bastante actividad económica; fue el sucesor del Mar
qués de la Esperanza, ostentó la Presidencia de la Diputación Puertorriqueña
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y, además, puso en funcionamiento un tranvía de vapor que unió a San Juan
con el nuevo barrio que había crecido en el lugar que más tarde se llamaría
Santurce. Uribarri fue uno de los más eficaces electoreros galdosianos. A tra
vés de su carta dirigida a Sebastián Muñoz, figura ligada a nombre tan im
portante como Muñoz Ribera, conocemos algunos de los primeros detalles de
cómo transcurrió la elección de Diputados en San Juan de Puerto Rico.
En la carta de Uribarri a Sebastián Muñoz, del 31 de marzo de 1886, le
manifiesta su agradecimiento por haberse retirado de la elección, ya que Mu
ñoz era uno de los candidatos presentados por el partido español dentro de
sus posibles diputados. En la carta que Uribarri dirige a Galdós, le ratifica
todos estos extremos y le recomienda que escriba a todos cuantos le han vo
tado. Entre ellos figuran Sebastián Muñoz, Nadal, Méndez Cardona, Polo,
Molero y muchos más, muchos más puertorriqueños que prefirieron el cunerismo
al enfrentamiento de las urnas electorales.
Francisco Nadal y Mercader, contador de la Administración de Rentas y
Aduanas en Arroyo, también le escribe para felicitarle por su elección, de la
cual también da detalles minuciosos, Muñoz pudo haber sido elegido y bastó,
como diría otra carta de la que daremos cuenta en su momento, que llegase
una comunicación del Gobernador, para que se retirasen los otros candidatos.
Benito Polo, el 9 de abril de 1886, también felicita a Galdós. Polo, presi
dente de la Mesa Electoral en Cayey, le recomienda que escriba «a los hom
bres más caracterizados de cada sección», entre los cuales menciona a Melitón
Vázquez y Francisco Rucabado, «acomodado comerciante».
Es curioso señalar que en la postdata de la carta, con letra autógrafa de
Galdós, se lee: «Contestada el 28 y escrito a los señores don Melitón Vázquez
y don Francisco Rucabado». Don Benito empezaba a recoger las primeras lec
ciones del buen político: ser agradecido.
Hay una carta de Bernardo Molero y Murillo, de San Juan de Puerto Rico,
de 1886, que es bastante explícita. Tanto, que en la cabecera de la carta, tam
bién con nota autógrafa de Galdós, se lee: «Esta no se contesta».
¿Qué le obligó a Galdós a ser descortés con Molero? Tal vez las noticias
que le da, tal vez el modo con que se las comunica.
Nuestro buen amigo D. Antonio Soler —le dice—, le habrá dicho
algo de lo que oportunamente que sonó su nombre para aprovecharse
momentos críticos en que reinaba un completo desconcierto para ver
los candidatos que pudieran ser más simpáticos a los electores de
ciertos distritos.
Si la carta del Sr. Soler en que tanto le recomendaba hubiera llegado
medio día después, todo se habría perdido; porque los comisionados
que vinieron del distrito con el solo fin de escoger diputado, se incli
naban a otra persona, y así lo expusieron al Gobernador General con
marcada y decidida resolución; pero esos mismos comisionados fueron
luego los únicos que mostraron todo su empeño y meritorios trabajos
para salir airosos en la empresa; pues había otras pretensiones.
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Efectivamente, Galdós, ganó su acta de Diputado, casi por los pelos. Se
gún refiere Muñoz en otra carta, la llegada de la recomendación del Goberna
dor bastó para suprimir toda posibilidad de los otros candidatos. Recomen
dación que le llegó a este último desde Madrid, precisamente desde el propio
Ministerio de Ultramar. Una carta de Francisco Cañamaque, del 13 de abril
del 86, le confirma a Galdós que «Ferreras y él mismo se constituyeron en
fiador «del futuro Diputado». Por lo visto, la elección de Galdós era tema de
gran preocupación ministerial.
En la misma carta de Molero, hay un párrafo que complementa muy bien
todo cuanto ocurrió en la elección.
Un solo compromiso se contrajo con aquellos señores en los momentos
que se le estaba ganando la voluntad para la elección a favor de Vd.:
Siendo éste, el que se gestione oportunamente y cual corresponde en
justicia el favorable resultado de este expediente que yo llevaré al
Ministerio de Ultramar, en reclamación de indemnizaciones que se
deben a varios vecinos de Cayey por las despropiaciones (cik) hechas
para la construcción de la carretera central; compromiso, que entiendo
y espero podrá Vd. llevarlo con facilidad y gustosamente.
Como se ve, razones poderosas fueron, además de las políticas, las que mo
vieron a elegir a Galdós como representante en las Cortes Constituyentes.
Muchos electores eran estos vecinos, y muchos electores esperaban la indem
nización que estimaban justa. Galdós podía ser el artífice de estos deseos co
munales.
Sin duda, es una carta a Antonio Soler dirigida por Peña Chabarry, la
que puede proporcionar noticias más detalladas y, sin duda, recocijantes acer
ca de la elección de Galdós. Soler, como se sabe, también Diputado por Puer
to Rico en Madrid, intervino muy directamente en la elección de Galdós des
de los ámbitos ministeriales. Por eso, lo que le cuenta desde Puerto Rico Cha
barry, no puede ser más expresivo.
En este momento que son las seis de la mañana, el Padre Molerá me
manda la carta que Vd. le escribe con fecha 8 del corriente y que él
recibió anoche.
Esta carta llega tan a tiempo, que bien puede llamarse ángel de salva
ción de la candidatura "Pérez Galdós". Precisamente nos coge a Mateo
Rucabado y Lucas Díaz, Delegados de Guayama, formando el plan de
campaña para derrotar esa candidatura que es la que propone el Go
bierno para el distrito de Guayama.
Excuso decirle que desde el momento que hemos visto la buena reco
mendación que se hace del Sr. Pérez Galdós, cesan nuestros planes
de oposición y tanto Rucabado como Díaz, me ofrecen disuadir a los
electores del distrito, del propósito que tenían de combatir la can
didatura oficial y por el contrario prestarán todo su apoyo, porque
entienden ellos como yo, que las recomendaciones de Vd. nunca pueden
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tener otro fundamento que la prosperidad y conveniencia de esta Isla.
El Padre Molerá me encarga manifestar a Vd. que por tener que asistir
a sus ejercicios en la Catedral no puede contestar la carta de Vd.
Ayer escribió Vd. y sólo debido a la pequeña demora que ha tenido
el vapor francés, es que puedo dirigirle esta carta.
P. D. hoy será proclamada la candidatura Pérez Galdós por el Comité
General y Delegado del Comité del Distrito. Me parece ser aventurado
decirle que triunfará.
Los comentarios son obvios.
Un oficio de Leopoldo Cir, del 11 de abril del mismo año 86, comunica a
don Benito Pérez Galdós desde la Junta General del escrutinio del distrito de
Guayama su proclamación como «Diputado a Cortes por este Distrito».
Galdós elegido Diputado gracias a los buenos oficios del Padre Molerá.
El nuevo Diputado Puertorriqueño deshaciendo una candidatura ya casi ofi
cial y triunfante. La recomendación de Antonio Soler consiguiendo hacer pre
valecer el nombre de Pérez Galdós por encima de los que hasta aquel momen
to se consideraban candidatos oficiales. Todos los puertorriqueños del partido
cunero arropando el nombre de Galdós como su representante parlamentario.
Nunca pudo haber tenido nuestro novelista padrinos tan eficaces y sotanas
tan diligentes.
Vd. con su influencia
El Diputado comienza a recibir cartas. Comienza a dispensar favores, cuan
do los puede hacer. Comienza a sufrir el bombardeo epistolar de sus electores.
El Diputado se las ve y se las desea para cumplir con sus obligaciones polí
ticas.
José María Alcaide es un «buen español», comerciante que se dirige a
Galdós para solicitar «un destino en el ramo de Aduanas como Oficial 5.°,
Vista o Contador». Alcaide, hombre práctico, señala a su Diputado cuál es
exactamente el cargo que desea desempeñar. Y el cargo no puede ser de ín
dole más «espiritual».
La retórica empleada en la carta casi produce náuseas. Entre ungüentos y
palabrerías, utiliza a un común amigo, Ignacio Aguado, que residía en Madrid,
para, después de contarle sus desgracias políticas (el Gobernador lo había he
cho cesar como Alcalde), le pide a Aguado que intervenga con Galdós para
resolver su estado de aflicción, «sin saber qué rumbo tomar, sin colocación,
con familia y el comercio abatido». Alcaide, un puertorriqueño agradecido,
pide a su Diputado que solucione su angustiosa situación. Y casi lo pide como
un recibo de pago. Por aquéllo del compromiso suscrito entre todos los elec
tores que apoyaron la candidatura oficial. Y también, por lo que en la misma
carta dirigida a Galdós, dice: «desde 1868 pertenezco al gran Partido Espa
ñol Incondicional de esta Isla, siempre he apoyado con todas mis fuerzas,
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para contribuir por mi parte a la empresa de mi gran partido, y siempre he
trabajado mi buena causa para que saliesen triunfantes nuestros candidatos».
José María Alcaide es un deudor que solicita el pago de una deuda. No
es un peticionario con aire pedigüeño.
Sebastián Muñoz Ribera es un puertorriqueño que estuvo presentado den
tro de la candidatura preparada por el Partido Incondicional Español. Pero
Sebastián Muñoz Ribera tuvo que renunciar a sus aspiraciones, porque desde
Madrid había llegado la candidatura oficial.
Muñoz, cumplidamente, felicita a Galdós por haber sido elegido. Le da no
ticia, en la carta del 5 de abril del 86, de haberse retirado como candidato a
«Diputado por Guayama». Es Diputado provincial, Vicepresidente de la Di
putación, Presidente del Partido Incondicional, etc.; Muñoz tiene un carnet
de primera clase.
Menciona a Romany, a Montesdeoca, a Méndez Cardona, como amigos
comunes, corresponsales casi todos de Galdós. Y a continuación, comienza la
lista de las peticiones. Que «se suprima el impuesto sobre azúcar; «que se
construya la carretera de Cayey a Arroyo»; «que se construya una casa de
Aduana por 10.000 pesos»; «que se haga una Iglesia con otros 10.000 pesos,
porque la que existía es de madera y muy pequeña». Y por último le participa
que la desaparición de haciendas y de la esclavitud han empobrecido al pueblo.
Muñoz, posiblemente hermano de Luis Muñoz Ribera, el político que tan
alto papel desempeñaría en la autonomía y en la indepedencia de Puerto Rico,
es un corresponsal muy puntual y muy detallista. No sólo se presenta a sí
mismo, sino que casi le hace un índice de acción política al nuevo Diputado.
Y vale la pena recalcar entre estas acciones, la posible construcción de una
iglesia.
En otra carta del 21 de junio del mismo año, Sebastián Muñoz insiste en
sus peticiones anteriores, le envía recortes de prensa escritos por él en los pe
riódicos puertorriqueños y le acompaña una nota muy amplia en la que, des
pués de detallarle todo el proceso de la elección de Diputado, y después de
pedirle que escriba a Rodríguez Lafuente para quien pide «una gran Cruz»,
por haberse retirado de la elección, pasa a solicitar de Galdós su intervención
en algo tan concreto y personal como era el posible nombramiento de Recau
dador de Contribuciones. Era el pago de un servicio.
Sebastián Muñoz era Notario, pero aspiraba a conservar su Notaría des
pués de conseguir la nueva «notaría» que significaba la Administración de
Rentas. No sabemos si Galdós satisfizo esta petición, pero entre la carretera
de Cayey, la posible construcción de la Casa de Aduanas, el proyecto de la
Iglesia, el establecimiento de la Audiencia, Galdós seguramente tuvo que aten
der preferentemente las posibilidades que su electorero Muñoz Ribera tenía
para alcanzar la sinecura deseada.
Muñoz Ribera, que tal vez haya sido de los corresponsales más asiduos
de Galdós en Puerto Rico, insiste en carta de mayo del 86 en el tema de la
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carretera de Cayey, carretera que sería objeto de peticiones reiteradas de
otros corresponsales.
Muñoz, con todo, es uno de los corresponsales galdosianos que con mayor
amplitud denuncia el malestar económico de la Isla; de ahí sus quejas y sus
peticiones para acometer obras públicas y para conseguir que el Gobierno in
virtiese dinero y que éste no saliese de las contribuciones o de los impuestos
sobre los insulares.
Ubarri, corresponsal que ya aparece citado en alguna carta, insiste con
Galdós (22 abril 1886) sobre el problema del ferrocarril, uno de los más acu
ciantes para la Isla; la entrada en la Península del azúcar y el café puertorri
queños sin pagar los correspondientes impuestos de Aduanas; el asunto de
«la limpia de esta Ciudad» también preocupa a Ubarri, y del mismo modo re
comienda a Galdós la supresión de la escuela profesional, porque en el año 80
y 81, en el cual Acosta hace una defensa encendida de la enseñanza libre e
individual frente a la pautada y oficial; Acosta intentó, sin éxito, llevar a
Puerto Rico, a través del Instituto de Segunda Enseñanza y del Ateneo
Puertorriqueño, las nuevas ideas institucionistas que minoritariamente exis
tían en España. Muy lógica por tanto, era la preocupación de Ubarri, acerca
de la presencia de Acosta en el Congreso de Diputados Español.
El tema de la Audiencia a instalar en Guayama ocupó también una parte
de la correspondencia política de Galdós. Enrique Montesdeoca, Teodomiro
Bautista, Ignacio Rodríguez Lafuente, son algunos de los corresponsales que
insisten con Galdós acerca de este tema. Ponce había renunciado momentánea
mente a dar asiento a la Audiencia que se le ofrecía; el Ayuntamiento, al
parecer, no ofrecía solares al Ministerio. De ahí, que Montesdeoca, Alcalde
de Guayama, insistiese con Galdós, en representación de su pueblo, para que
apoyase la solicitud que se había presentado ante el Ministerio de Ultramar.
Cinco días después de la carta anterior (12 octubre del 88, Montesdeoca rei
tera su petición, y le comunica a Galdós que Labra y Vizcarrondo, Diputados
por Ponce, están interesados en que en esta Ciudad se instalase la debatida
Audiencia. Rafael María Labra es figura destacadísima en la intelectualidad
española: cubano, Presidente del Ateneo de Madrid, Institucionista y Auto
nomista, es una de las voces que con más reiteración se escucha en las Cortes,
en contra de la política colonialista de los gobiernos españoles.
Julio de Vizcarrondo, puertorriqueño, además de ser un abolicionista, se
destacó por su amor hacia la infancia y por su dedicación en la fundación de
hospitales infantiles, lo que le puso en contacto con médicos y pedagogos, que
en aquellos años comenzaban a preocuparse por el problema de la infancia
abandonada. Contra estos dos Diputados, por otra parte amigos personales de
Galdós, tenía que enfrentarse nuestro novelista en un tema que parecía de
masiado espinoso y nada fácil, según se deduce de las cartas de sus correspon
sales. Como se ve, Galdós, no sabemos si con demasiado calor o no, se en
frentaba con múltiples y variados problemas de su distrito electoral: desde
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los específicamente reflejados en expedientes, hasta los iniciados por su vali
miento personal.
Pero, tal vez sean las cartas de los amigos pedigüeños, algunas de las cua
les ya se han dado a conocer, las que ofrezcan un mayor interés para dar una
imagen del escritor y del hombre; y además una imagen más humana de sus
corresponsales.
Agustín Calimano le escribe el 8 de abril del 86 desde Guayama; es pai
sano de Galdós y le confía bastantes noticias políticas y algunas más íntimas
y personales.
Se supone que Calimano era de mayor edad que Galdós, porque le recuer
da: «Nuestros padres fueron íntimos amigos y ambas familias perfectamente
unidas por la más sincera amistad viviendo siempre en Canarias, en casas
inmediatas y en la mejor armonía. Desde aquella remota fecha no he vuelto
a tener noticias circunstanciadas de su familia de Vd. pues sólo vi a Ignacio
en Madrid en el año 61, cuando estaba en el Colegio de Estado Mayor. Sí su
plico me dé noticias de todos pues comprenderá Vd., que recibiré en ello una
verdadera satisfacción». Calimano, por lo que se ve, debió de haber vivido en
la calle Cano, en las proximidades o vecindades de la actual Casa-Museo. Pe
ro vale la pena detenernos en párrafos posteriores en los cuales se da cuenta
de su trayectoria política, de su vinculación al Gobierno, de ostentar la Alcal
día de Guayama, de su intervención en las famosas elecciones de Diputados y,
una vez más, del tema de la carretera de Cayey, obsesionante preocupación
de los guayameses.
En posterior carta del 6 de septiembre de 1888, los tonos epistolares son
distintos. Calimano comunica a Galdós que ha cesado como Alcalde, que ig
nora las razones; le habla de su integridad personal; le adjunta un artículo
publicado en el «Boletín Mercantil», de Puerto Rico, en que hace una defensa
de su gestión como Alcalde; se queja de que alguien que está al lado del Go
bernador puede haber influido para su destitución, y le da la noticia de haber
sufrido un «ataque de parálisis», que le tiene casi inmovilizado». Pide a Gal
dós que intervenga para buscar soluciones económicas a su vida familiar,
«pues me encuentro cargado de familia y en situación muy difícil».
Como se ve, Calimano buscaba la protección y el apoyo del amigo para
vencer las dificultades por las oposiciones que se le habían presentado.
Antonio Soler, Diputado y amigo de Galdós, en una carta del 7 de enero
de 1889, le explica a su compañero las causas por las que Calimano había ce
sado: «Era autonomista vergonzante, y pasteleaba mucho. Al General no le
gustan los pasteles... y lo separó...». «Ahora se ha declarado abiertamente
afiliado a tal Partido. Las razones, según Soler, no podían ser más claras. Mu
cho más que aquel año del 89, en vísperas de los planes del Gobierno de Sagasta,
cuando «los autonomistas no cesan en su propaganda filibustera y es
peran las reformas políticas, sobre todo la del censo electoral que esperan ob
tener de Becerra.
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«Mucho ojo —recomienda Soler», amigo de Galdós, combátala Vd. con
energía y sin consideración alguna». Soler, Diputado con amplia experiencia,
se las sabía todas; y denunciaba ya lo que resultaba inminente, el crecimiento
de la autonomía y las vísperas de la autodeterminación de la Isla. «No crea
Vd. nada de las cartas que los titulados corresponsales de «La Justicia», «El
Liberal», y «El Día», periódico de esa Villa, le describen y publican. Todos son
paparruchas —sigue diciendo Soler—, mentiras para engañar a los tontos».
No es fácil entender hoy las palabras de Soler o suponer las respuestas de
Galdós en un tema que en nuestros días sigue siendo vidrioso y sigue estan
do latente. Sólo basta consignar los presagios de una independencia ya pró
xima, las divisiones que el partido integrista español tenía dentro de la Isla,
las defecciones que este partido iba teniendo y, sin duda alguna, el insularismo
que iba teniendo cada vez más cuerpo entre todos los insulares y entre mu
chos de sus representantes políticos. Aunque Galdós, en cartas posteriores,
dirigidas a León y Castillo, se hace eco de .problemas similares que atañían a
las Islas Canarias, a raíz de la independencia de Cuba y Puerto Rico, esta fase
suya de Diputado puertorriqueño, tuvo que actuar acorde con su partido y
subordinado sin duda alguna, a los imperiosos mandatos que recibía.
Galdós, pues, ofreciendo una faceta política casi desconocida; defendiendo
la política gubernamental; recibiendo cartas y gestionando peticiones. Y, so
bre todo, haciendo gala de un espíritu conservador que le caracterizó hasta
los primeros años del siglo XX, cuando Pablo Iglesias se convertiría, para él
y para otros intelectuales, en guía político y en oráculo ideológico...
Mientras tanto, 1898 se iba aproximando inexorablemente...
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