EN TORNO A LA I SERIE DE LOS EPISODIOS NACIONALES DE

GALDOS Y LA GUERRA Y LA PAZ DE TOLSTOY

Palmira Arnái2 Amigo

En nuestra ponencia analizamos, inicialmente, las particularidades sociohistóricas

que propiciaron la aparición de estas dos epopeyas, verdaderos fres

cos de la vida del pueblo ruso y del pueblo español ante la invasión napo

leónica.

El mundo novelesco galdosiano y el de Tolstoy fueron posible por el he

cho concreto de la invasión de ejércitos extranjeros en dos estados significan

tes de realidades históricas, políticas y culturales de la Europa de principios

del siglo XEX, cuando un sistema socio-económico de tipo feudal se derrum

baba ante el naciente mundo capitalista, mundo de la libre concurrencia,

mundo de la oferta y la demanda.

Ficción y realidad se entretejen estrechamente dando lugar a individualida

des-símbolos como Gabriel, Inés, Amaranta, Pacorro Chinitas, o, el Príncipe

Volkonsky, el Conde Pierre Biesujov, Platón Karataiev, Natacha Rostova, la

Princesa María, la aristócrata Helen... Son personajes a través de cuyas pa

siones, virtudes y vicios el lector de hoy se puede adentrar en aquellos mun

dos extraordinarios que fueron la sociedad rusa y la sociedad española del

primer tercio del siglo XDC y con bastantes elementos de coincidencia.

Un mundo fascinante que no ha perdido vigor en nuestros días; dos so

ciedades que mediante la fantasía artística, noveladora, de sus dos creadores,

se nos ofrecen cercanas, aleccionadoras y siempre vivas porque fueron tra

zadas por dos auténticos genios artísticos que unieron a su talento una con

ciencia cívica de idéntica magnitud.

Nos referimos también al estilo de ambos novelistas, con predominio poé

tico en Tolstoy y supremacía de lo popular en nuestro gran novelista.

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En torno a «La guerra y la paz» de L. N. Tolstoy

y los «Episodios Nacionales» —I serie— de B. P. Galdós

El estudio de estas dos grandes novelas nos han sugerido algunas reflexio

nes que expondremos a continuación.

Si analizamos el entorno histórico que propicia la aparición de ambas no

velas observaremos que Rusia se hallaba en la década de 1860 enfrentada a

una situación de crisis político-social cuyas raíces tendríamos que hallarlas

en la revolución francesa de 1789-1794, cuya influencia en el devenir histórico

de Europa es obvia.

En 1861, después de un largo y doloroso proceso en que las revueltas

campesinas actuaron como revulsivo, el gobierno zarista promulga una re

forma en el campo que liberando a los siervos liquidaría las viejas estruc

turas feudales, dando paso a nuevas formas de explotación capitalista de la

tierra. La reforma empujaría a los campesinos a la ciudad con las consecuen

cias de hambre, miseria y explotación más intensa.

Cuando Galdós comienza a escribir la Primera serie de los Episodios Na

cionales, España se hallaba en una profunda crisis político-social que no era

ajena a las transformaciones sucedidas en Europa. Los acontecimientos polí

ticos se sucedían vertiginosamente: destronamiento de Isabel II, breve reinado

de Amadeo de Saboya, brevísimo período republicano, proclamación de Al

fonso XII.

Ambos escritores viven en la misma época y en dos países que aunque

separados por enormes distancias geográficas, están sacudidos por hondas

conmociones sociales en sus respectivas bases, lo que se transmitirá a toda

la supraestructura propiciando un renacimiento de la cultura nacional y, par

ticularmente, de la literatura.

Liex Nicolaievich Tolstoy (1828-1910) perteneció a la más rancia aristo

cracia feudal-terrateniente. Nace en Yasnava Poliana, un pueblecito cerca de

Tula, cuyas tierras y siervos eran propiedad de los Tolstoy. Tolstoy nace tres

años después de la derrota de los decembristas1, sublevación de carácter

democrático, organizada y dirigida por la nobleza rusa (altos mandos y ofi

cialidad del Ejército). Este acontecimiento histórico tendría gran importancia

en la génesis de La guerra y la paz.

Después de terminados los estudios en Moscú, el joven conde Tolstoy

lleva la vida propia de un aristócrata rico, hasta que se enrola en el Ejército

combatiendo en las campañas del Cáucaso y Sebastopol. A su regreso co

mienza a publicar sus primeras obras {Infancia, Adolescencia, Juventud; La

tempestad de nieve; Relatos de Sebastopol) que atraen la atención de los

círculos literarios, especialmente de Turguieniev que lo anima a continuar

escribiendo. No tardará mucho tiempo en abandonar el Ejército dedicándose

íntegramente a las letras.

Tolstoy comienza a escribir en un período cuando la necesidad de una

cultura nacional que rompiese con los viejos modelos imitativos, especial-

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mente franceses, se imponía en los círculos avanzados de la intelectualidad

rusa. Tolstoy nace cuando Pushkin El principio de todos los principios (Gorky)

ya ha escrito Boris Godunov y Eugenio Oneguín y no tardarán en aparecer

obras tan decisivas para la literatura rusa y universal como Dubrovsky

(1832-33), La historia de Pugachov y La hija del capitán (1836). La juventud

del futuro escritor se formó bajo la influencia de Lermontov, Gogol, Nekrasov,

Turguieniev, Guertsen, Chernisievsky, Dobroliuvov, Dostoievsky. Rusia vivía

un renacer nacional que se extendía a todas las esferas de la actividad social.

1812 y 1825 fueron las dos fechas clave de este renacimiento.

Galdós, a diferencia de Tolstoy, no tiene, en el campo de la literatura

suya contemporánea, el conjunto que propició el desarrollo del talento

tolstoyiano. Nuestro Galdós, en cuanto a la novela del XIX tuvo que empezar

casi de cero (recordemos la opinión de Menéndez Pelayo) abriendo camino

a una novela auténticamente nacional y de alto nivel artítisco.

En cuanto a la clase social de ambos novelistas también hallamos diferen

cias fundamentales. Tolstoy, aristócrata por nacimiento, lo que no le impide

acercarse al pueblo tratando de comprenderlo e intentando dar una solución

a la problemática campesina y extensivamente a la sociedad rusa; el español,

procedente de la clase media a la que considera como la clase aglutinante

de la aristocracia y el pueblo, hacia una conciliación social que solucionaría

la problemática española.

Hay otras coincidencias que conviene señalar. La fundamental sería que

en ambas el protagonista es el pueblo en armas, defendiendo la patria de una

invasión extranjera que es la misma: los ejércitos franceses al mando de

Napoleón.

Y la tercera sería la coincidencia de fechas, pues las dos novelas comien

zan en 1805, y terminan cuando Rusia y España han quedado libres de in

vasores.

La guerra y la paz comienza en 1805 y Austerlitz será el tema central de

este primer volumen, no porque en esta batalla cae gravemente herido el

príncipe Andrey Volkonsky, sino porque en realidad fue la derrota de los

ejércitos aliados ruso-austriacos. Por lo tanto, el camino hacia Rusia estaba

ya abierto, aunque a Napoleón le costara siete años llegar a Moscú.

El 21 de octubre de 1805 la armada aliada franco-española se enfrenta a

la inglesa en Trafalgar siendo derrotada. «Derrota gloriosa» según la histo

riografía española, pero derrota al fin. El resquemor de esta derrota que los

españoles achacaban a la inepcia de los aliados estaba latente en 1808.

Nos hallamos ante otro momento coincidente que implica una misma

actitud de los dos novelistas. Tanto Tolstoy como Galdós no concebían el

quehacer literario como mero pasatiempo o la utilización mecánica de sus

propios talentos, sino como un deber cívico ante los destinos de la patria.

La literatura como lección ética-ciudadana estaba presente en ambos y esto

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conviene señalarlo sin caer en exageraciones, aunque en el caso del clásico

ruso, su carácter mesiánico fue evidente años más tarde.

El pueblo como protagonista literario

En La guerra y la paz el pueblo está representado, bien como la masa

indiferenciada de soldados (en su mayoría siervos), como guerrilleros (cosacos

y mujiks) o como servidores en las propiedades de aristócratas y terrate

nientes.

Desde un punto de vista puramente literario, Tolstoy da vida a un perso

naje trasunto de su teoría de «no resistencia al mal por la violencia» y de sus

anhelos de amor universal. Se trata de Platón Karataiev, el humilde soldado,

no hace mucho siervo, que aparece entre los centenares de prisioneros que

llevan en su huida los franceses, después del incendio de Moscú.

Ya el nombre es un puro símbolo: Platón (alusión al filósofo griego y,

por tanto, sabiduría) y «Karataiev» cuya polisemia es muy significativa, ya

que puede ser kara = castigo, o karat = quilate, más la flexión propia del

nominativo -iev.

Hay una complacencia morosa en la descripción de este personaje por

parte del novelista, lo que denota la alusión a la naturaleza y especialmente

a la tierra. Veámoslo en detalle.

— físicamente en él predominaba la «redondez»: cabeza y espalda re

dondas; espalda, pecho, hombros y manos redondas;

siempre dispuesto al trabajo, sus manos eran incansables;

su cuerpo denotaba flexibilidad, vigor y aguante;

— tenía fuertes y blancos dientes;

sin Una cana en la cabeza y en la barba, era más bien bajo que alto;

su rostro expresaba inocencia y juventud y una «sonrisa agradable

acompañaba sus dulces ojos castaños»;

— la voz era cantarina, de acentos suaves y tranquilizadores y el habla

plena de refranes, sentencias y dichos, muchos de su propia invención,

como p. ej. esta que decía con frecuencia: «La mujer para el consejo,

la suegra de visita y no hay ser más querido que la entrañable madrecita

» («matiushka»); o esta otra que decía siempre al levantarse:

«Te acuestas, te das vuelta, te despiertas y te enderezas». Su complesión

física y dominio del refranero nos recuerda a Sancho Panza.

Tolstoy pretendió mediante este personaje, cantar al campesino ruso, tal

como él lo veía, arquetipo de las mejores cualidades del mujik en el que el

rasgo predominante sería la naturalidad a la que Tolstoy consideraba como

la panacea de muchos males. De aquí que Platón cante como lo hacen los

pájaros, sin pensar en el efecto que pudiera producir en los demás, sin darse

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cuenta de que cantaba; su devoción hacia la comida sin artificios. La escena

cuando invita a Pierre a comer una patata cocida es concluyente:

—Mira, come, señor... A la comida tuvimos "gazpacho" (pojlievka).

¡Pero la patata es lo más importante!

Pierre comió con gran apetito, pues hacía veinticuatro horas que no pro

baba bocado y el olor de la patata le pareció agradabilísimo. Agradeció al

soldado por su invitación y comenzó a comer.

—Pero, ¿qué es lo que haces? —dijo el soldado sonriendo. Mira cómo

hay que comer. Sacó una navaja, partió una patata por la mitad; sacó

de un envoltorio un poco de sal y la saló. Después se la dio a Pierre

diciéndole:

—Las patatas son importantísimas —repitió—. Come, pero hazlo así.

(Vol. 7, p. 48).

Esta escena, aparentemente anodina, lo que hace es subrayar el aleja

miento de la aristocracia del modo de vida natural, sin artificios, propio del

campesino. Por otra parte, es una escena típicamente rusa, campesina.

Además, el novelista pretendió mediante este tipo de campesino pa

triarcal, expresar sus ideas redentoras: no resistencia al mal por la violencia;

sentimiento de amor cristiano hacia todos, sin distinción de amigos y ene

migos. En realidad, Tolstoy dibuja con este personaje un tipo de mentalidad

campesina, ingenuo, atrasado y crédulo, indefenso, lleno de esperanzas ilu

sorias, fatalista, y en el fondo con un pesimismo irracional. Consecuente con

esta línea, Platón Karataiev morirá dócilmente a mano de los vigilantes fran

ceses, sin un gesto de rebeldía. Es un personaje cuya problematividad perte

nece al pasado.

Por otra parte, hay una evidente contradicción entre este arquetipo y lo

que ocurría realmente en la sociedad rusa, especialmente en el campo. Toda

vía resonaban los ecos de la gran sublevación campesina dirigida por Pugachov

y surgían revueltas, duramente reprimidas. El «tolstoyismo» como expresión

de los anhelos del mujik patriarcal entraba en evidente contradicción con la

lucha de cada día y la defensa de la patria invadida.

El indiscutible valor de Tolstoy es que supo elevar a rango literario la

figura más humillada y escarnecida de la sociedad rusa: el siervo, es decir,

el pueblo. En la novela leemos escenas de los apaleamientos y vejaciones a

que eran sometidos los siervos, incluso por personas tan ilustradas y cultas

como el príncipe Nicolay Volkonsky, cuya conciencia no se altera al inferir

castigos corporales a seres a quienes estimaba. Hubo de transcurrir más de

medio siglo para que se prohibieran tales prácticas inhumanas (Reforma de

1861).

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En los Episodios Pacorro Chinitas, el amolador, es el personaje que sim

boliza la sabiduría y sagacidad política del pueblo. Analfabeto, mas dotado

de un sentido común extraordinario y de un gran espíritu de observación, el

novelista nos lo presenta separado ya de su irascible mujer, la Primorosa, y

dando las primeras lecciones de «política» a Gabriel. A diferencia de Platón

Karataiev, para quien los acontecimientos políticos y bélicos le son indi

ferentes y en todo caso, se remite a la sabiduría divina como explicación,

Chinitas va explayando ante Gabriel Araceli su opinión sobre todo lo que

estaba sucediendo y enjuiciando a los actores de los mismos:

... lo que yo veo es que el heredero tiene muchas ganas de serlo antes

de que muera su padre... Esa gente de arriba es muy ambiciosa y

hablando mucho del bien del reino lo que quieren es mandar... Yo,

aunque no me han enseñado a leer ni a escribir tengo mi gramática

parda, sé conocer a los hombres y aunque parece que somos bobos y

nos tragamos todo lo que nos dicen, ello es que a veces, columbramos

la verdad mejor que otros sabihondos y vemos clarito lo que ha de

venir. (La Corte de Carlos IV, p. 295).

Un rasgo común entre ambos personajes es la necesidad de apoyarse en

los demás, en la sociedad, en el ser humano.

La vida como él mismo la consideraba, carecía de sentido aislada, y

sólo adquiría su significado completo cuando era parte del todo...

Sus palabras y actos surgían de él como el perfume de la flor; siéndole

incomprensibles y carentes de significado y valor la acción o la palabra

aislada. (Vol. IV, p. 54).

Si en el héroe tolstoyiano esta declaración no es llevada consecuente

mente hasta el final, Pacorro Chinitas defenderá con su propia vida el derecho

humano a ser parte integrante de la sociedad y a asumir con dignidad y sin

vacilar, los deberes que el momento histórico le confieren. Tanto Platón

Karataiev como Pacorro Chinitas mueren a manos de los invasores, pero

mientras Karataiev no ofrece resistencia, aceptando de antemano su destino

fatal, el Amolador muere defendiéndose en un gesto supremo y último de

autodefensa. He aquí un final idéntico más con actitudes radicalmente dis

tintas.

Otro momento digno de señalar es la influencia que ambos personajes

ejercen sobre los protagonistas de ambas novelas. Karataiev influirá decisiva

mente sobre el aristócrata Pierre que no puede borrar de su imaginación el

recuerdo de Karataiev como «...encarnación de la bondad y de la pureza

rusas». Vol. 4, p. 51). Araceli también recordará a Chinitas «...como el hom

bre de más talento que (conoció) en aquellos días...» estando cada vez más

convencido de que «Pacorro Chinitas fue una de las más grandes notabili

dades de su época». (La Corte de Carlos IV, p. 226).

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El pueblo y su participación masiva en la lucha guerrillera

La lucha guerrillera ocupa en la economía de La guerra y la paz escaso

espacio, en total el II capítulo del IV volumen, lo que en cierta forma es

lógico si tenemos en cuenta su breve duración real (finales de agosto de 1812

a octubre del mismo año).

Aparece la lucha de partidas después del incendio de Esmolensk y en plena

huida de los franceses y lo que al principio fue la acción desordenada de

grupos aislados de campesinos que asaltaban por sorpresa a los invasores,

poco después surgen unidades guerrilleras al mando de militares profesio

nales como Denis Davidov y Dolojov, con infantería, artillería, estado mayor

y una vida organizada y estable. La composición social de las guerrilleras era

muy variada: campesinos, siervos, terratenientes, sacerdotes, militares pro

fesionales, e incluso hubo una jefe guerrillera, Basilia. Como los españoles, la

táctica utilizada era la sorpresa y Tolstoy la explica como

... el mazo de la guerra del pueblo (que) se elevó amenazador y gran

dioso, sin tener en cuenta reglas ni gustos, sencilla pero firmemente,

golpeando y hostigando a los franceses hasta que no quedó uno solo

vivo. (Vol. IV, p. 126).

Si el Ejército ruso, persiguiendo al enemigo, sigue una táctica a la espectativa

y Kutusov se esfuerza para que los soldados sean clementes con el

enemigo, los guerrilleros no tendrán en cuenta, «ni reglas, ni actitudes éticas

de humanismo». El objetivo era aniquilar al enemigo, arrojarlo de las fron

teras y las acciones guerrilleras se distinguían por su dureza. Recordemos la

acción en la que muere Petia Rostov.

Hay otro rasgo que diferencia notablemente los puntos de vista de ambos

escritores ante la lucha de partidas. Si Galdós la analiza objetiva y desapasio

nadamente, presentando el haz y el envés de esta forma de alzamiento po

pular y subrayando sus aspectos negativos, porque tuvo en cuenta la historia

de todo el siglo XEX español

A ellos (los guerrilleros) se debe la permanencia nacional, el respeto

que todavía infunde a los extraños el nombre de España y esta se

guridad vanagloriosa, pero justa, que durante medio siglo hemos tenido

de que nadie se atreverá a meterse con nosotros. Pero la guerra de

Independencia fue la gran escuela del caudillaje, porque en ella se

adiestraron hasta lo sumo los españoles en el arte, para otros incom

prensible, de improvisar ejércitos y dominar por más o menos tiempo

una comarca; cursaron la ciencia de la insurrección, y las maravillas

de entonces las hemos llorado después con lágrimas de sangre... Los

guerrilleros constituyen nuestra esencia nacional. Ellos son nuestro

cuerpo y nuestra alma; son el espíritu, el genio, la Historia de España;

ellos son todo, grandeza y miseria, un conjunto informe de cualidades

contrarias, la dignidad dispuesta al heroísmo, la crueldad inclinada al

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pillaje... pero al mismo tiempo que terminaban con Napoleón "nos

dejaron esta lepra del caudillaje que nos devora todavía". (/. M. el

Empecinado, p. 977).

la lucha de guerrillas inspira a Tolstoy pensamientos sobre el carácter enig

mático y providencial de la guerra y el papel de los pueblos cuando es una

guerra patria y «el garrote (el pueblo) se alza con toda su amenazadora

grandeza». Para el clásico ruso toda clase de guerra es consecuencia de la

acción de múltiples y complejos elementos cuyas raíces profundas están en

los designios de la Providencia. Los grandes estrategas militares que, aparen

temente, las dirigen, no son, en realidad, más que instrumentos de la voluntad

divina. Ellos y sus estados mayores elaboran los planes bélicos, en consonan

cia con determinadas reglas, pero después, en el proceso de los combates, la

masa de soldados actúa por causas desconocidas, «a su aire», y los planes no

se cumplen (p. ej. Borodinó). La lucha de guerrillas aparece en aquellos casos

cuando la guerra es de «todo el pueblo», en defensa del propio territorio

invadido; esta lucha es, por su propia esencia, contraria a cualquier regla

bélica.

En Rusia la lucha de partidas tuvo dos períodos: uno de organización;

las guerrillas se escondían en los bosques y atacaban inesperadamente al

enemigo destruyéndolo; segundo, los guerrilleros han perdido el miedo y

realizan ataques sobre el enemigo que el Ejército ni podía imaginar.

Tolstoy describe a los jefes guerrilleros con trazos breves, sin entrar en

detalles. Así Denisov iba vestido descuidadamente, con barba crecida y en el

pecho la condecoración de San Nicolás. Su alta jerarquía la expresaba en su

manera de dirigirse a los subalternos. En cambio Dolojov «vestía un chaleco

guateado de la Guardia, en su pecho lucía la condecoración de San Jorge y

su rostro estaba afeitado cuidadosamente». (Vol. 4, p. 144).

Se diferencia notablemente esta descripción de la que hace Galdós del

Empecinado al que no «embellece», sino que lo presenta tal como fue, desde

que «se echó al monte» con dos hombres, como «don Quijote y Sancho

Panza».

Era don Juan Martín un Hércules de estatura poco más que mediana,

organización hecha para la guerra, persona de considerable fuerza

muscular, cuerpo de bronce que encerraba la energía, la actividad, la

resistencia, la contumacia, el arrojo frenético del Mediodía junto con la

paciencia de la raza del Norte... Sus facciones eran más bien hermosas

que feas, los ojos vivos y el pelo aplastado en desorden sobre la frente

se juntaba a las cejas. El bigote se unía a las cortas patillas, dejando

la barba limpia de pelo, afeite a la rusa que ha estado muy en boga

entre los guerrilleros... (/. M. el Empecinado, p. 975).

Es muy interesante ese pequeño detalle del «afeite a la rusa», pues de

muestra la influencia, más bien los ecos que llegaban a la Península desde

Rusia.

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A continuación Galdós subraya la genialidad bélica del Empecinado, des

tacando cómo su desconocimiento de la Gramática y del correcto decir no

disminuía su inteligencia y talento militar. Juan Martín es el personaje real

en que razón, inteligencia natural, arrojo sereno y buen sentido se oponen

a Mosén Trijueque personaje-símbolo de la guerra brutal y despiadada.

El hecho de que Galdós dedicara un Episodio a la lucha de guerrillas

fue motivado no sólo por la extensión y papel determinante que tuvo en el

curso y desenlace de la guerra, sino también por las consecuencias posteriores

que las dos «lacras»: el caudillaje y los pronunciamientos, tuvieron a lo largo

del siglo XIX.

Tolstoy y Galdós maestros del retrato literario

Los personajes tolstoyianos responden a tres premisas fundamentales:

— la actitud del escritor de franca oposición hacia la clase aristocráticofeudal;

— la carga de problematicidad que introduce en sus personajes;

— el símbolo ideológico (tolstoyiano) que representan.

De esta tercera premisa arranca su anacronismo ya que Tolstoy los hace

sentir y hablar con la médula ideológica de la década del sesenta; y por la

propia esencia conservadora de la teoría de «no resistencia al mal por la

violencia». En todos, salvo Nicolay Rostov, hay una supremacía de lo es

piritual y ético.

Tolstoy no se recrea en el detalle descriptivo. Las pinceladas son breves,

dedicando páginas a los soliloquios de carácter filosófico y ético. Por ejemplo,

las reflexiones de Andrey Volkonsky cuando cae gravemente herido, las de

Pierre Viesujov con motivo de su ingreso en la masonería, las de carácter

religioso de María Volkonsky, etc.

Entre los personajes femeninos destaca con una gran fuerza atractiva

Natacha Rostov en el que el novelista realizó un esfuerzo de creación extraor

dinario, poniendo en juego sus grandes dotes de observador y psicólogo del

alma femenina. Al final, el resultado es sorprendente e inesperado.

Al principio de la novela, Tolstoy se preocupa por trazar un cuadro ri

sueño, natural de una niña feliz, ilusionada, alegre, juguetona tal como la

conocemos en su fastuoso cumpleaños, aturdiendo a todos con su alegría.

Natacha tenía

Ojos negros, boca grande, no bonita, pero muy viva; ...rizos negros

tirados hacia atrás., las manos finas, los pies pequeños... estaba en esa

edad tan dulce, cuando la muchacha ya no es una niña, y la niña aún

no es mujer. (Vol. I, p. 49).

Volveremos a encontrar a Natacha en Petersburgo. Es la primera vez que

asiste a un baile oficial. Natacha se entrega plenamente al placer del baile,

121

sobresaliendo en aquel conjunto de bellísimas damas por su naturalidad y

sinceridad. He aquí dos cualidades que conservará este personaje, a pesar de

las profundas transformaciones que experimentará. Es ya una mujer madura,

ennoblecida por el sufrimiento, pues ha pasado por pruebas dolorosas: el

incendio de Moscú, con la pérdida de casi todos los bienes familiares; el

encuentro con su ex prometido Volkonsky moribundo, la muerte de su her

mano preferido, la muerte de su padre... Los eventos se suceden unos tras

otros a cual más tristes y desgarradores. Espiritualmente Natacha se ha for

talecido : ha sentido el dolor de los suyos y el propio y ha encontrado fuerzas

para continuar viviendo. Esta Natacha de rostro afilado, pálido, severo, con

una expresión de sufrimiento, apagados los ojos, es la que encuentra Pierre,

cuando después de ser liberado visita a la princesa María Volkonsky en

Moscú

Sí, era Natacha. Y el rostro de ojos atentos como a la fuerza, como

una puerta enmohecida que se va abriendo lentamente le sonrió y de

la puerta entreabierta vino un halo que proporcionó a Pierre la felici

dad olvidada de la que tanto carecía... (Vol IV, p. 222).

Cuando pasados unos años la encontramos casada con Pierre y madre

feliz de varios hijos su transformación es total:

Natacha no se cuidaba ni de sus maneras, ni de mostrar un habla

delicada, ni de presentarse ante su marido de la manera más atractiva,

ni de su ropa... y hacía todo lo contrario de lo que aconsejaban las

normas de su tiempo. (Vol. IV, p. 272).

El objeto que embargaba la atención completa de Natacha era la familia...

es decir, el marido a quien tenía que sujetar siempre para que sólo le perte

neciese a ella, la casa y los hijos que tenía que llevarlos, parirlos, alimentarlos

y educarlos». (Ibíd.).

Para que no haya lugar a dudas Tolstoy comenta:

Las discusiones y reflexiones sobre los derechos de la mujer, las rela

ciones matrimoniales, la libertad y sus derechos... no sólo no intere

saban a Natacha, sino que resueltamente no los comprendía. (Ibíd.).

He aquí que Natacha se convierte en objeto expositivo del criterio de

Tolstoy sobre una de las cuestiones polémicas de su tiempo, cual fue la eman

cipación de la mujer, llevando a este personaje sus pensamientos más íntimos

y reaccionarios. Su afirmación de que «la liberación de la mujer no era una

cuestión de instituciones culturales o de leyes, sino de alcoba» la expresa en

su ideal femenino —Natacha— cuyos rasgos más importantes serían:

— mujer natural, sin artificios;

— dedicada por completo al hogar (marido, hijos);

— no preocupaciones de tipo socio-cultural;

— espejo de lo mejor del marido.

122

Quizás el contrapunto de este personaje con los rasgos predominantes de

naturalidad y sinceridad, lo hallemos en María Volkonsky. De profunda be

lleza espiritual, la princesa María Volkonsky, educada severamente por su

padre en el amor a la ciencia, algo completamente inusitado entre las aristó

cratas, tenía un encanto extraordinario: sus ojos, luminosos, serenos, que

resaltaban en un rostro feo, carente de gracia. Mediante este personaje

Tolstoy ha simbolizado el sentimiento cristiano, la religiosidad profunda, que

no necesita de prácticas externas. La única «debilidad» de la princesa Vol

konsky era recibir a hurtadillas de su padre, en Lisy Gory a «los hijos de

Dios», secta de religiosos trahumantes. Tolstoy, al dibujar este personaje, des

truye el mito de la belleza física, simbolizado en Helen Kuraguín, la aristó

crata libertina que muere como consecuencia de su vida depravada.

Si mediante Platón Karataiev Tolstoy presenta el tipo idealizado del

mujik-siervo, en Pierre Viesujov «los materiales» son más reales, más en la

línea de la problemática social de la Rusia de la prerreforma y de la revolu

ción burguesa de 1861.

Mediante Pierre, hijo natural de uno de los palacianos más influyentes de

la Corte, no sólo los problemas que inquietaban a la nobleza progresiva de

su tiempo, sino bastantes aspectos de las reivindicaciones de los decembristas.

Mientras que los detalles físicos que nos da el novelista de Pierre son

escasos: alto, desgarbado, miope, de expresión bondadosa, los espirituales son

abundantes y nos muestran a un personaje «problemático» cuyas dudas e in

quietudes son el rasgo permanente de su personalidad. Descreído, ingresa

en la masonería para hallar una finalidad en su vida y ayudar a sus semejan

tes; inmensamente rico, quiere dignificar a sus siervos y fracasa; sin necesi

dad de combatir, contempla la batalla de Borodinó para saber «in sittu» el

por qué de tantos desastres; hombre pacífico por excelencia, intenta matar

a Napoleón

para así liberar a Europa de todos los infortunios, cuyo único causante

era aquél que habia considerado como el gran hombre. (Vol. III, p. 366).

Acusado de incendiario está a punto de ser ejecutado por los franceses y

es incluido en un centenar de prisioneros. El acercamiento al pueblo (la in

fluencia en él de Platón Karataiev es decisiva), la vivencia de su mísera si

tuación (hambre, parásitos, dolencias físicas, harapos) hacen del conde Viesujov

un hombre purificado por el sufrimiento. Por primera vez, después de mu

chos años, Pierre encuentra la ansiada paz espiritual.

Al final de La guerra y la paz Pierre se ha transformado en un organiza

dor del movimiento oposicionista. Cuando regresa de Petersburgo Pierre con

tinúa siendo un hombre inquieto, en busca de la verdad y del autoperfeccionamiento.

Su felicidad personal junto a Natacha, su elevada posición social

no le desviarán del camino emprendido. Ha dejado la masonería, convencido

de que el momento necesitaba más de la acción que de buenas intenciones

123

y palabras. La descripción que Viesujov hace de la Corte es una crítica acerada

y que justifica el futuro movimiento decembrista:

La situación —dice— es la siguiente: el zar no quiere comprender

nada y está entregado completamente al misticismo de la pasividad. Y

esta tranquilidad sólo se la pueden dar aquella gente "sans foi ni loi"

que arrancan y asfixian todo de raíz. Magnichky, Aralcheiev y "tutti

quanti"... todo está podrido. En los tribunales se roba, en el ejército

impera la ley del látigo, y la instrucción es el arresto; torturan al

pueblo; ahogan la enseñanza. ¡Todo lo que sea joven y digno lo

matan! Y todo el mundo se da cuenta de que no se puede continuar

así. (Vol. IV, p. 289).

Según Pierre, la

... emulación por la cultura y el bienestar (alusión a los esfuerzos de

los intelectuales liberales) es admirable... pero actualmente es nece

sario algo más, algo distinto. (Ibíd.).

El desarrollo moral de Pierre desde unos principios utópicos y religiosos

a la acción por la libertad y la dignidad humanas, condición ineludible de

una sociedad civilizada, representa la transformación de lo más avanzado de

la aristocracia rusa que abandonando la vieja sociedad feudal se incorpora

a la naciente sociedad burguesa.

Por otra parte, Pierre es el continuador de las ideas de su amigo Andrey

Volkonsky, ideas de autoperfeccionamiento moral, de amor y armonía uni

versal.

Personajes gcddosianas

libre de las trabas de la veracidad histórica, cuando Galdós pinta los

hijos de su imaginación lo hace ubérrimamente, pero sometiéndolos

a las metas propuestas, a la trayectoria novelesca, a su razón de ser.

En los personajes galdosianos y tolstoyianos hallamos o bien una idea o

una doctrina que determina su trayectoria vital. Pero en el clásico ruso no

hallaremos la ironía y la hipérbole tan características del novelista español.

Marcial «Medio-Hombre» es una evidente alusión a la descalabrada marina

española; el hiperbólico Mosén Trijueque, símbolo de la brutalidad de la

guerra y del ansia de poder; el Gran Capitán, antítesis irónica de la inútil

gesta del personaje; don Pedro del Congosto, esperpéntico quijote gaditano...

Los nombres propios como Santorcaz, doña María de Rumblar, lord Gray son

verdaderas claves para descifrar la verdadera entraña del personaje.

La descripción de Mosén Trijueque consigue la meta propuesta:

Era... un hombre altísimo, descarnado, morenote, con barbas entre

canas, de pelo corto, ojos fieros, cejas pobladísimas y unas manos tan

largas como velludas, que velozmente pasaban del plato a la boca.

(/. M. el Empecinado, tomo I, p. 962).

124

Su habla correspondía a tal cuerpo: frases cortadas, breves, contundentes

con predominio de mandato:

Aquí no hay descanso; aquí se come lo que se encuentra y se desca

beza un sueño con el dedo puesto en el gatillo, dormido un ojo y

vigilante otro. Además, el que no tenga buenas piernas que se marche

a su casa, porque aquí no se corre, se vuela. (Ibíd.).

Galdós termina, comparándolo con

... el hombre que esgrimió el canto rodado o el hacha de piedra en la

época de los primeros odios de la Historia; era la batalla personificada,

la más exacta expresión humana del golpe brutal que hiende, abolla,

rompe, pulveriza y destroza. (Ibíd.).

Siguiendo esta línea demitificadora Galdós dibuja el arquetipo del don

Juan romántico, invidualista a ultranza, erótico, rebelde, que no respeta nada

ni a nadie cuando se trata de conseguir el objeto de sus deseos. La impresión

que produce en los demás la expresa Gabriel

Sus facciones realzadas por la luz del mediodía dábanle el aspecto de

una hermosa estatua de cincelado oro. (Cádiz, p. 850).

Presencia tan atractiva albergaba un espíritu rebelde en todo opuesto a

sus compatriotas a quienes tacha de egoístas, duros, secos, comerciantes,

enemigos de toda libertad y refractarios a toda poesía.

La conquista de Asunción recuerda las aventuras del don Juan tirsista

y también zorrillesco. También en La guerra y la paz hay un intento de rapto

—Anatolio Kuraguín y Natacha— romántico, pero que no llega a las conse

cuencias del lance español. El final inesperado cuando Gabriel se erige en

defensor de la pobre Asunción, matando en duelo al hermoso inglés, sólo nos

lo podemos explicar desde la perspectiva simbólica del personaje galdosiano:

la burguesía naciente no podía desdeñar virtudes nacionales (transformación

del honor calderoniano en las nuevas condiciones burguesas), en este caso

dignidad humana, y amor a la justicia.

Doña María, condesa de Rumblar, símbolo de la España fanática y aferra

da al pasado, es un personaje novelesco vigorosamente trazado, precedente

cercano (como ya se ha indicado) de doña Perfecta en los momentos más

densos y dramáticos de ese personaje. El simbolismo del personaje queda

claramente expresado en las siguientes palabras de doña María:

Yo he muerto, he muerto ya. El mundo acabó para mí. Lo dejo entre

gado a los charlatanes... Siento haber nacido en esta infame época.

Yo no soy de esta época, no... (Cádiz, p. 956).

La descripción del final irremediable de la clase feudal es un acierto de

estilo

Cuando la condesa de Rumblar se apartó de nuestra vista; cuando la

claridad de la lámpara que ella misma sostenía en alto dejó de ilu-

125

minar su rostro, parecióme que aquella figura se había borrado de un

lienzo, que había desapareecido, como desaparece la viñeta pintada en

la hoja al cerrarse bruscamente el libro que contiene. (Ibíd.).

Amaranta, la madre de Inés, es un personaje-puente, en que lo real y lo

novelesco están bien dosificados. Compañera de Lesbia en los bailes de candil,

confidente de la reina María Luisa, Amaranta está pintada con colores vivos

y atrayentes. Mediante ella Galdós evoca el Madrid goyesco en que realeza,

aristocracia y pueblo (majos, majas, cómicos) se mezclaban adquiriendo cuali

dades (plebeyismo-aristocratismo) en un lento e inexorable proceso iguali

tario.

Amaranta es un personaje problemático, en un proceso evolutivo impuesto

por las circunstancias históricas y en el que su hija y sus amores con Araceli

tendrán un papel decisivo. Afrancesada al principio, la vemos en Cádiz asis

tiendo a las tertulias liberales y presenciando los debates parlamentarios. En

abierta oposición con su familia, la aceptación de los amores de su hija Inés

con el plebeyo Araceli, no es más que el reflejo simbólico de su aceptación

de la nueva sociedad burguesa.

Este plano aristocrático es heterogéneo y va desde las posiciones irreduc

tibles de la condesa de Rumblar, pasando por la actitud de sus hijos (miedo

y sumisión de Asunción, rebeldía soterrada en Presentación, engaño e hipo

cresía en don Diego) hasta la de Amaranta.

La demitificación caricaturesca del quijotismo la hallamos en otro per

sonaje secundario, don Pedro del Congosto, suma de varios caballeros gadi

tanos que dieron en la manía de vestirse a la antigua, «pantalones a la tur

quesa», «sombreros de plumas», «jubones amarillos» y espadas antiquísimas,

confiriendo a estos atributos un poder casi milagroso en la lucha contra

Napoleón.

La técnica descriptiva es más detallista que en otros personajes secun

darios y va dirigida a dejar una impresión esperpéntica del personaje: bigotes

negros, largos y caídos... aguileña la nariz, brazos y piernas como palitroques,

cuerpo enjutísimo, espejuelos cabalgando sobre la nariz, voz cavernosa y

retumbante...». La escena de la presentación ante las Cortes de «La Cruzada

del Obispado de Cádiz» nos da la clave del personaje, pues el novelista

recuerda

...la condición sainetesca y un tanto arlequinada de nuestros partidos

políticos en el período de su incubación. (Cádiz, p. 866).

Esta tendencia a lo teatral y fastuoso fue propio de aquellos años. En

Napoleón en Chamartín, Galdós critica a la Junta de Madrid más atenta a

las condecoraciones, fajines, uniformes vistosos, etc., que a la defensa de la

ciudad.

126

Gabriel Araceli

Gabriel Araceli, arquetipo paradigmático es, desde el punto de vista de

su dinámica interna un personaje estático. Es innegable que su trayectoria

vital (véase el mapa ilustrativo) ha sido movidísima, y ascendente a partir de

la Caleta gaditana hasta llegar a la jefatura de unidades guerrilleras y el

generalato, mas su escala de valores éticos permanece casi inmutable, lo que

es una evidente contradicción en cuanto a su esencia paradigmática. Esto nos

induce a considerarlo como un personaje-puente y «aproblemático» (Hans

Hinterhaüer).

Analizando su perfil ético hallamos:

— fidelidad amorosa hacia Inés y resistencia a los encantos de otras

féminas (Miss Fly). Por tanto le es ajeno el erotismo en su concepción

burguesa;

— defensa de la dignidad, del honor como conquista del pueblo y de la

propia persona. Resistencia de Gabriel ante las propuestas de Amaranta.

No es el honor calderoniano (lo esencial la pública opinión),

sino el sentimiento de dignidad propia y de la justicia;

— ausencia de la ambición de poder y del cálculo frío por escalar puestos

en la jerarquía social. Gabriel lucha y se sacrifica por dos amores: el

de Inés y el de la Patria. Oigámosle:

Sobre todos mis sentimientos domina uno: el que dirigió siempre mis

acciones durante aquel azaroso período comprendido entre 1805 y 1834.

Cercano al sepulcro y considerándome el más inútil de los hombres,

¡aún haces brotar lágrimas en mis ojos, amor santo de la Patria!

(Trafalgar, p. 186).

Su amor hacia Inés es definitivo desde el momento que la conoce:

Si algo hice bueno, hícelo porque ella lo viera y lo aplaudiese, que

más estimaba su aprobación que todos los bienes del mundo. (Napoleón

en Chamartín, p. 186).

Y más adelante subrayará la necesidad de un ideal como guía en la vida:

El hombre sin ideal es como el mendigo cojo que puesto en medio del

camino implora un día y otro la limosna del pasajero. (Ibíd.).

Esta mezcla de valores éticos propios del feudalismo y también de la na

ciente burguesía hace que consideremos a Gabriel como un personaje-puente.

Por otra parte, esta fidelidad a los valores éticos, su firmeza en aceptarlos

y defenderlos hasta el final de su vida, lo diferencia grandemente de los pro

tagonistas tolstoyianos, Andrey Volkonsky y Pierre Viesujov. Estos dos últi

mos llegan a conseguir una finalidad en la vida, después de búsquedas, vacila

ciones incesantes y mediante el sufrimiento (teoría tolstoyiana de autoper-

127

feccionamiento moral y armonía universal mediante la pobreza y el dolor),

y en abierta oposición a la sociedad, especialmente a la clase aristocrática de

la que forman parte. Andrey Volkonsky muere prematuramente sin alcanzar

la meta propuesta, pero perdonando a su enemigo Anatoly Kuraguín y des

cubriendo a Dios como meta suprema del ser humano; Pierre Viesujov des

pués de una complicada y dolorosa trayectoria vital halla la finalidad de su

vida en la organización de acciones concretas por el bienestar de la sociedad.

Ambos son personajes problemáticos, con una profunda problematicidad, re

flejo de la honda crisis por la que atravesaba la sociedad rusa de su época.

Pierre es un personaje con una problematicidad abierta, en desarrollo.

Aunque a los tres personajes (Araceli, Volkonsky y Viesujov) les une la

supremacía de lo ideal afectivo y sentimental sobre la lógica y la razón, sus

trayectorias vitales son muy distintas y derivadas de las distintas clases so

ciales a que pertenecen y de las diferencias históricas de sus respectivos

países. Como personajes novelescos son verdaderas creaciones, en los que

las fronteras de lo real e irreal novelesco se entremezclan de forma inse

parable.

No quisiéramos terminar sin señalar algo que separa profundamente al

héroe galdosiano de Pierre. Es un rasgo nacional, que sobrepasa los límites

de ficción novelesca y es su quijotismo. Es cierto que en Pierre hallamos esta

entrega a los demás, pero sus raíces son religiosas y autodefensivas. Es elo

cuente en este sentido su conversación con Nicolay Rostov a su regreso de

Petersburgo y la alusión a Pugachov. En cambio el duelo Gabriel Aracely-

Lord Gray se explica bien como «quijotismo», o como simbolismo del perso

naje-puente (revaloración de un valor ético de origen feudal). En cambio,

Pierre, cuando presiente la muerte de Platón Karataiev no hace nada por

salvarlo, y continúa andando, a pesar de haber oído los disparos de los

franceses. El instinto individual de conservación, es superior a sus senti

mientos humanitarios.

Pierre es menos maravilloso que Gabriel. Su trayectoria vital es normal

y encaja perfectamente en la psicología del personaje problemático, mientras

que el protagonista de los Episodios está como defendido por un poder invi

sible que lo salva en todo momento de la muerte. Pierre está trazado más

humana y lógicamente y su transformación moral y política resulta convin

cente.

El personaje central femenino de la primera serie de los Episodios es

Inés.

Conocemos y sentimos a Inés a través de los comentarios, razonamientos

y declaraciones de Gabriel, especie de espejo donde siempre se refleja su

imagen.

La vemos por primera vez junto a su madre adoptiva, la costurera doña

Juana. Galdós es parco en su descripción:

Poseía esta muchacha —dice Gabriel— además de las gracias de su

128

persona, un buen sentido, cual no he visto jamás en las criaturas de

su mismo sexo... tenía el don especialísimo de poner las cosas en su

verdadero lugar, viéndolas con luz singular y muy clara, concedida a

su privilegiado entendimiento... (La Corte de Carlos IV, p. 266).

Su semblante, que carecía de la belleza deslumbrante y provocativa de

su verdadera madre, era

...la imagen del espíritu más tranquilo, más equilibrado, más claro,

más dueño de sí mismo que ha podido animar el corporal barro...

(Ibíd.).

Esta insistencia machacona del novelista, subrayando superlativamente las

cualidades espirituales de Inés obedecen al esquema simbólico previamente

fijado. Así, junto a este equilibrio y serenidad, en el otro platillo de la ba

lanza se encontraría Gabriel con su energía, vitalidad, audacia, etc.

Y el amor de Gabriel hacia Inés lleva implícito el reconocimiento de esta

superioridad

Una viva inclinación arrastraba mi corazón hacia ella; pero esta incli

nación era como el culto que tributamos a una superioridad indiscu

tible. (Ibíd., p. 267).

Inés, personaje-símbolo de una pieza, permanecerá inamovible en su pe

destal perfecto e incluso resistirá los celos provocados por el apasionamiento

de Miss Fly hacia Gabriel.

Sin embargo, al final de la serie Inés parece despertar de su perfecciona

miento estatutario e interviene decisivamente en la reconciliación de sus

padres (aristocracia - pequeña burguesía).

Si comparamos a las dos protagonistas de La guerra y la paz y los Epi

sodios, es indudable que Natacha Rostov-Viesujov es más viva, más natural

y humana, que Inés. Tanto Tolstoy como Galdós las dieron vida insuflán

dolas del aliento de la época. Pero, mientras Natacha vive su «vida nove

lesca» en una constante transformación y su probleticidad queda abierta,

Inés, en su perfección simbólica no sufre ninguna transformación substancial.

Inés y Gabriel son personajes «aproblemáticos».

La demitificación histórica como medio novelesco

El procedimiento que siguen Tolstoy y Galdós cuando se refieren a Na

poleón es el de la demitificación.

En las primeras páginas de La guerra y la paz, cuando en los salones de

Aneta Scherer los aristócratas hablan de Napoleón, lo hacen con los adje

tivos propios de aquel período, «el gran hombre», «el genio militar» (Pierre

y Andrey), o tratándole de revolucionario, asesino y monstruo. Desde el

momento que Napoleón irrumpe en la tierra rusa será calificado con los

129

epítetos más duros, negándosele incluso, todo talento militar y humanismo.

Tolstoy no recurrirá a la caricatura o al sarcasmo como hace Galdós cuando

lo compara a un contrabandista

.. .Me lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas,

sombrero de fieltro y el correspondiente trabuco... (Trafalgar, p. 184).

o a la grandísima y voraz rata que capitaneaba le «inmunda caterva» de

hambrientos ratones (Gerona, p. 799) sino que intenta minimizarlo presen

tándole en sus debilidades humanas (su amor al lujo, su histrionismo, etc.)

su hipocresía y cobardía. Así, después de Esmolensk Tolstoy describe la tre

menda retirada de los franceses a cuyo frente iba Napoleón, en su coche y

tras él los reyes, duques, mariscales... toda aquella corte que se diluía en

miles de franceses comidos por la miseria, las heridas, las enfermedades. Es

una imagen apocalíptica. La guerra y la paz termina con la demitificación de

Napoleón como «genio universal» y «primer estratega militar de su época»,

exponiendo Tolstoy su teoría sobre el papel de la personalidad, del pueblo

y de la Providencia en la Historia. Pero este es un tema que exigirá de

nosotros un análisis más profundo y relacionándolo con la tercera serie de los

Episodios Nacionales.

Tolstoy, demitificando a Napoleón, contrapone el tipo de militar patriota,

diplomático y hombre ducho en lides cortesanas, que fue el mariscal Kutusov,

a quien presenta con indudable simpatía. Educado en la escuela militar de

Suvorov, Kutusov consideró Borodinó no como una derrota del ejército ruso,

sino como el principio de la derrota de los invasores; y la pérdida de Moscú,

el segundo paso de los franceses hacia la derrota definitiva. Este criterio

chocaba con el del Zar y la corte en la que predominaban los aristócratas

de origen alemán.

El novelista contrapone dos tácticas militares y dos líneas éticas. La de

Kutusov tenía como meta, arrojar a los invasores de Rusia y era ayudado

por todo el pueblo. Era la guerra justa, contra los invasores. De aquí la gran

deza del mariscal ruso y su oposición a la insignificancia y pequenez moral

del «gran hombre», del vencedor de Europa, cuya grandeza se basaba en el

saqueo, la violencia y el sufrimiento de los pueblos. Esto lo expresa el prín

cipe Andrey Volkonsky cuando herido gravemente en la batalla de Austerlitz

ve a Napoleón:

Mirándole, Andrey pensaba en la insignificancia de la grandeza, en la

insignificancia de la vida, cuya significación no la comprendía nadie,

y aún más insignificante la muerte, cuyo significado nadie de los vivos

podía aclarar. {La guerra y la paz, vol. I, p. 361).

Esta pequenez e insignificancia de Napoleón será esgrimida constante

mente por Tolstoy.

130

Reflexionando sobre la retirada de los franceses Tolstoy lo hace desde

una óptica ético-cristiana:

Para nosotros, con el metro que Jesucristo nos ha dado para medir lo

bueno y lo malo no hay nada que no se pueda medir, y no hay gran

deza allí donde no existe la humildad, la bondad y la verdad. Vol. IV

p. 170).

y justifica la táctica de Kutusov porque

El objetivo del pueblo ruso era: limpiar su tierra de invasores. Esto

se consiguió por: 1) porque los franceses huían y no había que parar

los; 2) por la acción directa del pueblo en las guerrillas; 3) porque

iban seguidos del Ejército ruso preparado en caso de que no huyeran.

(Ibíd., p. 176).

Precisamente porque Napoleón representaba la invasión, el saqueo, el

crimen, la violencia, será vencido por el pueblo ruso de cuya parte estaba la

justicia, la verdad y la bondad, siendo la guerra justa, en propia defensa, es

decir, la guerra patria.

Estilo

Una de las cuestiones más interesantes que proporciona la lectura de

ambas novelas es su estilo.

En La guerra y la paz predomina el estilo culto, refinado, propio de la

aristocracia feudal. Hay predominio del idioma francés, como medio de expre

sión, no sólo en el estilo coloquial, familiar, sino en el epistolar. El francés

utilizado como medio de aislamiento, de alejamiento del pueblo por parte de

la nobleza, cederá el paso al idioma ruso a medida que los ejércitos invasores

se adentraban en el país.

Artísticamente el estilo de La guerra y la paz alcanza momentos de extraor

dinaria belleza (descripción de la cacería de lobos, en pleno invierno ruso con

las llanuras y bosques nevados; la presentación en sociedad de Natacha; la

conversación de Natacha y Sonia en la ventana; la descripción del carna

val, etc.). Una excepción en cuanto al lenguaje es el habla de Platón Karataiev

con lo que Tolstoy concede rango literario al lenguaje popular, y por

otra parte, demuestra su dominio del folklore ruso.

Mas, hay una cuestión interesantísima, que nos ha sorprendido y su expli

cación la encontraríamos en el profundo y tenaz trabajo del genial escritor

sobre la búsqueda del término exacto, lo que era un verdadero martirio para

los tipógrafos, pues incluso corregía las pruebas finales de imprenta.

En la descripción de la cacería en la que participan los jóvenes Rostov,

cuando el novelista describe la persecución de la jauría tras el lobo dice que

éste motnuv polienom - movió el tronco (jvoston- rabo) lo que sería: «mo

viendo el rabo», utilizando tronco para así subrayar la pesadez del rabo. El

131

mismo procedimiento lo utiliza en la siguiente frase: gdie prolies (probiesal)

volk - «por donde se metió (huyó) el lobo» (La guerra y la paz, Vol. 5, p. 254).

En la página siguiente se dice: «...que en la carnada había los advenedizos

(mólodie - jóvenes) y los matiorie (estaire) - maduros, robustos, viejos».

Tolstoy no utiliza la ironía como medio estilístico, lo que le diferencia

notablemente de Galdós.

En distintas ocasiones nos hemos referido al estilo de Galdós, especial

mente en los Episodios, de aquí que seamos breves.

En la I serie de los Episodios hay predominio del habla popular, lo que da

un vigor y vivacidad extraordinaria a toda la serie. Esto exigió del novelista

una técnica especial basada en el profundo conocimiento del «pensar», el

«sentir» y el «hablar de gentes pertenecientes a diferentes clases y capas so

ciales y a diferentes regiones españolas. Los ingredientes de cada habla ten

dríamos que buscarlos en elementos nacionales, dialectales, factores históricos

y, sobre todo, en la dinámica de multitud de hechos heterogéneos, determi

nados de manera especial por la supremacía de lo popular en todos los ám

bitos de la vida nacional. Basándose en el lenguaje de las dos Castillas, An

dalucía, Aragón y Cataluña el novelista consiguió dar un fuerte colorido

expresivo a la primera serie2.

El modo de decir de cada ente de ficción aparece envuelto en un aire

popular por la abundancia de locuciones, giros, refranes, motes, interjecciones,

coplas, decires, comenzando todo este jugoso lenguaje desde los nombres

propios y la toponimia.

Galdós incorpora el habla popular al arte literario proporcionándole un

rango artístico hasta él desconocido. Habla popular, casi «ad literem» es la

de la Primorosa, Pujitos; Gabriel también utiliza multitud de refranes y

dichos cuando vestido de campesino entra en Salamanca. Ahora bien, hay

una faceta que no hallaremos en el clásico ruso y es el «plebeyismo de la

aristocracia española», fenómeno histórico tan acertadamente estudiado por

el profesor Araguren. Este plebeyismo al que no permanecieron indiferentes

incluso la realeza, se expresaba no sólo en el vestido y maneras de los aris

tócratas, sino en su modo de hablar. Recordemos el del condesito don Diego,

Amaranta en algunos momentos, doña Flora, Asunción, Presentación, etc.

Incluso los leguleyos como Lobo se expresan plebeyamente:

Esto de Araceli es bocado de príncipes y más de cuatro se despipe

tarían por llevar este nombre.

El leguaje del Empecinado es muy expresivo, realzando sus raíces po

pulares :

En los oficios se han de poner siempre palabras almibaradas, tales

como "embestida", "derrotar", y no se puede decir, les "sacudimos

el polvo", ni les "espachurramos".

132

Es evidente la ponderación y el decoro literario de Galdós cuando tiene

que emplear tacos y determinadas interjecciones.

La influencia popular también se siente en el lenguaje periodístico.

Un hecho interesantísimo es el de los apodos, de raíces cervantinas, y

tan profundamente estudiado por el profesor Casalduero.

Si en La guerra y la paz hay un predominio del estilo culto (el idioma

francés como medio de comunicación entre los aristócratas y alejamiento del

pueblo) expresado en las reflexiones filosóficas, religiosas, políticas, etc., sien

do Platón Karataiev la excepción; en los Episodios hay el fenómeno con

trario: predominio del habla popular y plebeyismo de la aristocracia.

El segundo momento que conviene destacar en los Episodios es la influen

cia cervantina.

Y el tercero es la gama variadísima de colores, quizá los cálidos y fuertes,

mientras que en La guerra y la paz hay un predominio de colores fríos y

suaves. Recordemos la descripción de la batalla de Borodinó o el incendio de

Moscú, y la del 2 de Mayo o los combates en Zaragoza.

NOTAS

1 Sublevación dirigida contra Nicolás I. Exigían: libertades democráticas, liqui

dación del régimen de servidumbre y convocatoria de la Asamblea Constituyente.

2 Un estudio detallado sobre este problema se encuentra en "Particularidades del

habla popular en la primera serie de los Episodios Nacionales de don B. P. Galdós",

ponencia leída en el III Congreso de la A. I. de Hispanistas. México, agosto, 1%8.

Publicada en Acta Politécnica Mexicana, vol. IX, núm. 44, pp. 135-44.

También en el capítulo III "Arte galdosiano de narrar", pp. 133-35, Tesis doctoral

Realidad y mito en la I serie de los "Episodios Nacionales" de B. P. Galdós, Bucarest,

julio, 1971.

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