GALDOS Y LA EDUCACIÓN DE LA MUJER

María del Prado Escobar

La intención pedagógica es evidente a lo largo de toda la obra de Galdós.

El didactismo que Casalduero menciona es, sin duda, uno de los más im

portantes hilos que recorren la trama de la gigantesca producción galdosiana.

En efecto, se trata de un autor que siempre tiene presente esta finalidad

didáctica y si al principio escribe «para enseñar a los españoles su historia;

ahora (se refiere Casalduero a las novelas de la «segunda manera») para ex

plicarles su carácter» *. Pero es que además la educación aparece como

asunto novelesco en varios relatos del autor. Son muchos los pasajes de su

obra en que se describen escuelas, maestros, niños en clase o a la salida del

colegio, etc.. También abundan las disquisiciones interesantísimas acerca

de la cultura que tiene tal o cual personaje o de los estudios que ha realizado

éste o el de más allá.

Entre la abigarrada multitud de seres de ficción creada por Galdós hay,

claro está, representantes de casi todas las profesiones y, naturalmente, no

faltan los educadores. Maestros adocenados sin chispa de vocación como

don José Ido del Sagrario o don Pedro Polo, alucinados reformadores de la

enseñanza enloquecidos al ver lo que iba en España de la realidad a sus de

seos, como el pobre don Jesús Delgado, o bondadosos pedagogos de estirpe

krausista al modo de Máximo Manso, demuestran la atención que Pérez

Galdós prestó a esta parcela de la sociedad española.

En el presente trabajo me propongo destacar un aspecto muy concreto

del «gran tema de la educación» del que también se ocupó nuestro novelista:

la educación de la mujer. No se trata de hacer un estudio exhaustivo del

asunto, sino —mucho más modestamente— de llamar la atención acerca de

165

las opiniones que don Benito parece sustentar sobre este particular, según

se desprende de la descripción y actuación de algunos de sus personajes

femeninos.

Aunque sea de pasada, el novelista canario siempre suele referirse a la

educación que han recibido sus heroínas. Por lo general no son muy hala

güeñas sus apreciaciones al respecto; y es lógico que así sea si consideramos

cuál era el panorama que le ofrecía la sociedad española de su tiempo en lo

tocante a educación femenina. Sabemos además que en Galdós la preocupa

ción por la cultura de la mujer era bastante temprana ya que desde los pri

meros años de la década de los setenta colaboró asiduamente en la revista

«La Guirnalda», empresa periodística empeñada en elevar el nivel cultural

de la mujer española. En efecto; así se expresan los propósitos que animan

a tal publicación:

No bastan a nuestro juicio para embellecer la existencia de la mujer las

hermosas habilidades de mano propias de su naturaleza y condición

que constituyen un arte delicado, cuyo secreto a ella sola corresponde.

La propagación de la cultura, la urgente necesidad de difundir la ins

trucción hacen que la mujer, aunque no sea sino en calidad de educa

dora de sus hijos, se vea obligada a adquirir ciertos conocimientos

científicos, hasta ahora considerados como extraños a su sexo2.

Luego pasa este editorial a enumerar los autores de las obras científicas

que a partir de entonces —enero de 1873— aparecerán en sus páginas. Pues

bien, en esta publicación colabora Pérez Galdós con sus artículos y cuentos

y en ella se leen frecuentes anuncios de los «Episodios», cuyos volúmenes

sirven de premio a las suscriptoras que acierten una charada, a no ser que

prefieran «un álbum de letras para bordar»3.

Volviendo a las heroínas novelescas de Galdós, hay que señalar que desde

que se presentan ante el lector María Egipcíaca, Isidora Rufete, Barbarita,

Tristana o las tres hermanas de «Lo prohibido», éste va obteniendo de la

lectura las indicaciones precisas para que pueda apreciar los puntos que calza

cada una de ellas en lo que a educación se refiere.

Como es natural la formación de las mujeres galdosianas varía según la

clase social a la que pertenecen; sin embargo, en el fondo, la misma «incul

tura» resplandece en las burguesas que en las cursis de la más tronada clase

media. Claro que en el caso de aquellas existe un barniz cultural escasísimo,

hecho de trivialidades y tópicos que aparentemente las eleva sobre éstas.

Así se pone de manifiesto en el capítulo «Sensibilidad artística de la mujer»

del libro «Arte y sociedad en Galdós», de Federico Sopeña. Se insiste con

acierto en el papel relevante que el bordado y el piano tenían entre las ense

ñanzas que se impartían a las niñas. Por lo demás la formación que recibían

no podía ser más rudimentaria. En «Tormento» cuya acción transcurre en

166

el año 67, se leen estas palabras que figuran escritas por Agustín Caballero

a un amigo:

Las niñas estas (se refiere a las burguesitas madrileñas), cuanto más

pobres, más soberbias. Su educación es nula: son charlatanas, gasta

doras y no piensan más que en diversiones y en ponerse perifollos (...)•

Una señorita que ha estado seis años en el mejor colegio de aquí me

dijo hace días que Méjico está al lado de Filipinas. No saben hacer

unas sopas, ni pegar un triste botón, ni sumar dos cantidades4.

Estas frases se refieren, repito, a los años sesenta; pero es que veinte

después, las cosas no debían haber cambiado demasiado en la que se refiere

a la educación femenina y Tristana desesperada ante las deficiencias de su

formación cultural dice a su amado:

...mi pobre mamá no pensó más que en darme la educación insubstan

cial de las niñas que aprenden para llevar un buen yerno a casa, a saber:

un poco de piano, el indispensable barniz de francés y qué se yo...

tonterías5.

Pienso que sería muy interesante un estudio completo de la educación

de la mujer en el siglo pasado, basado en los datos que aportan las heroínas

de Galdós, debidamente clasificadas desde los puntos de vista cronológico

y sociológico. Aquí, sin embargo, me voy a limitar al análisis de dos perso

najes: Irene, la protagonista de «El amigo Manso» (1882) y Tristana, una de

las más sugestivas figuras femeninas del universo galdosiano, que protago

niza y da nombre a la novela de 1892. Y es que —a mi entender— hay algo

en ambas que parece, sólo parece, acercarlas en lo que a esta cuestión de la

educación atañe. En efecto, las dos, cada una a su manera, necesitan la cul

tura como profesión digamos, y no únicamente como «adorno». Las dos pre

cisarían servirse de su saber para independizarse. Irene ya lo ha logrado y,

casi desde el comienzo de su novela vive de su trabajo de maestra; en cuan

to a Tristana se pasa la suya —su novela— soñando con una base sólida

de conocimientos que le permitiera aprovechar profesionalmente sus indu

dables cualidades para librarse así por completo de la tutela del varón y

situarse en pie de igualdad respecto a éste.

Es preciso insistir en que tal rasgo común a estas dos mujeres es, a su

vez, diferenciador con referencia a casi todas las demás heroínas de Galdós

entre las cuales abundan sobre todo las que hacen de la cultura un adorno

más para brillar en sociedad, o, todo lo más, una posibilidad de evasivo en

tretenimiento a base de lecturas anárquicas, interpretación de alguna piececita

al piano y bordado primoroso de unos almohadones o cosa parecida.

167

IRENE

En 1882 aparece «El amigo Manso», cuya protagonista, Irene va a ser

objeto de nuestra atención en primer lugar.

Nos encontramos ante uno de los relatos más atractivos del autor. To

dos los personajes en esta novela tienen vida propia; hasta los menos im

portantes se destacan claramente y se mueven con enorme naturalidad. Así

doña Cándida, viuda de García Grande, la tía de Irene y «odioso cínife»

para Máximo Manso, Lica, la niña Chucha, los niños de José María Manso,

el negrito Ruperto que tan pronto se encariña con el protagonista... todos

se desenvuelven tan convincentemente que nos resistimos a considerarlos

meros comparsas, parte del ambiente que rodea a los personajes principales.

La acción de «El amigo Manso» transcurre entre 1880 y 1881; aunque,

por supuesto, encontremos bastantes referencias a hechos anteriores a es

tas fechas. Así se menciona la de 1877 como el momento en que comienzan

los estudios de Irene en la Escuela Normal. El narrador-protagonista nos

habla de su niñez en Asturias cuando, en los primeros capítulos va trazando

brevemente la historia de su vida hasta el momento de su relato..., etc.;

pero los acontecimientos se precipitan y la no muy densa intriga se enmara

ña desde que —en octubre del año 80— se instala en Madrid José María

Manso, hermano del protagonista, con su numerosa familia. A partir de este

hecho, como digo, los distintos hilos narrativos se van entrecruzando hasta

configurar la trama novelesca que culmina un año después poco más o me

nos.

Esta es la historia de Máximo Manso, catedrático de Filosofía en un

instituto y con toda probabilidad, krausista por añadidura. Irene se le pre

senta al lector desde la perspectiva de Manso que—según es sabido— actúa

de narrador de los sucesos que él protagoniza o contempla. Por tanto, los

juicios acerca de la educación de la mujer en general o las noticias sobre la

formación adquirida por Irene en particular se emiten en la novela como

propios de Máximo, aunque en muchas ocasiones parecen ser también com

partidos por el novelista.

Antes de que empiece a enredarse la intriga novelesca en el capítulo

sexto de la obra, el narrador da cuenta de los estudios que había empren

dido Irene, a quien él conocía desde niña con estas palabras:

Me agradó mucho saber que Irene había entrado en la Escuela Normal

de Maestras, no por sugestiones de su tía, sino por idea propia, llevada

del deseo de labrarse una posición y de no depender de nadie. Había

hecho exámenes brillantes y obtenido premios. Doña Cándida me pon

deraba los varios talentos de su sobrina que era el asombro de la

Escuela, una sabia, una filósofa, en fin, "una cosa atroz"6.

168

Un poco después, sólo unos meses antes de que llegue a España el in

diano José María, la viuda de García Grande se queja de los gastos que le

ocasionaba la educación de Irene en la Escuela de Institutrices, lo que nos

depara ocasión de enterarnos de algunos detalles más acerca de este asunto.

Y Máximo nos dirá evocando irónicamente las propias palabras de la vieja:

Entretanto, no sabía cómo arreglarse para atender a los considerables

gastos de Irene en la Escuela de Institutrices, pues sólo en libros

consumía la mayor parte de su hacienda. Todo, no obstante, lo daba

por bien empleado, porque Irenilla era un prodigio, el asombro de los

profesores, y la gloria de la institución. Para mayor ventaja suya, había

caído en manos de unas señoras extranjeras (Doña Cándida no sabía

muy bien si eran inglesas o austríacas), las cuales le habían temado

mucho cariño, le enseñaban mil primores de gusto y perfilaban sus

aptitudes de maestra, comunicándole esos refinamientos de la educación

y ese culto de la forma y del buen parecer que son gala principal de

la mujer sajona".

Observemos que al hablar de los estudios realizados por el personaje,

el narrador menciona el centro donde estos se llevaban a cabo con dos

nombres diferentes. Esta parece ser la opinión de Montesinos para quien,

en efecto, se debía tratar de una sola institución a la que se conocería con

dos nombres diferentes y con un par de líneas da por zanjada la cuestión:

Durante aquel eclipse a que aludimos, ella ingresa en la Escuela Normal

—luego se habla de una Escuela de Institutrices, pero supongo que es

la misma cosa— y después de brillantes estudios se hace maestra8.

Tras esta suposición Montesinos se desentiende por completo del asunto,

pues no es la educación femenina en la obra lo que en su trabajo importa,

sino el análisis completo de la novela. Sin embargo, yo sí creo de interés

intentar la aclaración de tal extremo. Vaya por delante que no se trata de

un mismo centro de enseñanza al que se aludiera indistintamente con dos

nombres. En Madrid, existía la Escuela Normal de Maestras fundada en

1858 y once años después, a partir de diciembre de 1869, había comenzado

a funcionar también la Escuela de Institutrices, establecida gracias a la ges

tión de don Fernando de Castro, durante el fecundo período en que ocupó

el rectorado de la Universidad Central. En el libro de Antonio Jiménez

Landi «La Institución Libre de Enseñanza» se perfilan con toda claridad las

características de ambas escuelas. En fin, a la vista de todo ello, y teniendo

en cuenta que en «El amigo Manso» la mención de la Escuela Normal de

Maestras se refiere al año 77 y las alusiones a la Escuela de Institutrices se

fechan en la primavera de 1880, podría ocurrir que Irene tras dos cursos

(1877-78) y (1878-79) en la Normal, completase sus estudios en la Escuela

de Institutrices. Ya que, con palabras de Jiménez Landi:

En esta institución se intentaba mejorar el nivel de la mujer española

y la dignidad y estimación del profesorado femenino9.

169

Además fue ésta la plataforma que iba a servir a las jóvenes con inquie

tudes intelectuales para lanzarse a la conquista de las aulas universitarias.

Pensamos, por tanto que el personaje galdosiano había terminado su

formación en el último centro mencionado. Nada más alejado de sus propó

sitos, sin embargo, que aprovechar la cita da plataforma hacia la titulación

superior. Claro que tampoco el narrador-protagonista, profundo pensador y

pedagogo progresista quiere para la mujer española una formación universi

taria y el ejercicio de una carrera de nivel superior. De estas cosas trataban

a veces Irene y Máximo en sus paseos. Por ejemplo, en el capítulo 14 se lee:

Nuestras conversaciones en aquellos gratos paseos eran de asuntos ge

nerales, de aficiones, de gustos, y, a veces, del grado de instrucción que

se debe dar a las mujeres. Conformándose con mi opinión y apartán

dose del dictamen de tanto propagandista indigesto, manifestaba anti

patía a la sabiduría facultativa de las mujeres y a que anduviese en

faldas el ejercicio de las profesiones propias del hombre; pero al mismo

tiempo vituperaba la ignorancia, superstición y atraso en que viven la

mayor parte de las españolas, de lo que tanto ella como yo deducíamos

que el toque está en hallar un buen término medio10.

Tal otérmino medio» sería, sin duda el que intentaba encontrar la ya alu

dida publicación «La Guirnalda», que en su número de enero de 1874, es

decir, seis años antes de la fecha en que se suponen transcurridas las con

versaciones de los personajes novelescos, proclamaba:

Desde el primero de enero "La Guirnalda" se triplica y desarrolla en

vastísimas proporciones el pensamiento de su fundación, atiende a

todos los gustos, abarcando como puede y debe asociarse a la vida de

la mujer, como madre, como hija, como soltera, como casada, en la

familia, en la sociedad, en la plenitud de sus destinos y en los acciden

tes del hogar, todo cuanto pueda contribuir a su enseñanza, a su per

feccionamiento moral, a su recreo; todo cuanto pueda añadir una flor

a la triple corona que la religión, la sociedad y el amor han puesto en

su cabeza11.

Y toda esta farragosa retórica era sólo el exordio para aclarar, a renglón

seguido, que la revista se iba a ocupar de allí en adelante de literatura, de

labores y de modas. Como se ve había que ilustrar a las mujeres; pero no

demasiado. Algo parecido a lo que preconiza Manso que, con todo su pro

gresismo, considera recelosamente a las féminas que pretenden acceder a

profesiones «de hombre». No me extrañaría que en este punto coincidieran

las opiniones de la criatura novelesca con las de su creador, ya que, al fin

y al cabo, los personajes de Galdós reflejan la sociedad española de su tiem

po y expresan ideas que en ella, en esta sociedad real, extranovelesca, eran

frecuentes. Y por los años en que se sitúa la acción de «El amigo Manso»

la cuestión del acceso a la Universidad de las mujeres se discutía con no

170

poco acaloramiento. No hay que pensar que eran solo los conservadores o

las personas de escasa cultura quienes veían impedimentos insalvables para

dicho acceso. También había gentes bastante progresivas que compartían

este prejuicio. Buena prueba de ello es el poco entusiasmo que despertó el

libro de doña Concepción Arenal «La mujer del porvenir», y eso que no era

precisamente atrevido ni disolvente. Cito a continuación unas frases del tra

bajo de doña Concepción, seguidas de un fragmento de la recensión que de

él hizo el académico don Antonio María Segovia en una publicación tan culta

como el «Boletín Revista de la Universidad de Madrid». Decía la escritora:

Queremos para la mujer todos los derechos civiles: queremos que

tenga derecho a ejercer todas las profesiones y oficios que no repugnen

a su natural dulzura (...). Queremos que sea compañera del hombre.

Pudo serlo sin educar, del hombre ignorante de los pasados siglos; no

lo será del hombre moderno.

A pesar de la moderación de semejantes pretensiones, el crítico antes

aludido se siente alarmado ante los peligros que tales exigencias femeninas

podrían acarrear para el orden social establecido y replica así:

I Pues qué señora doña Concepción Arenal! Aun cuando supusiéra

mos (que no lo suponemos) a la mujer reducida a este papel —el de

madre, se entiende— ¿habría quien se atreviera a hablar de inferiori

dad porque no fuese electora ni elegible, ni regentase una cátedra, ni

gobernase una provincia, ni mandase un ejército, ni administrase sa

cramentos? 12.

Siendo tales, por tanto, las ideas más frecuentes incluso entre las perso

nas más cultivadas, acerca de la educación de la mujer y de su papel en la

sociedad, no podemos exigir que Máximo Manso o su creador discrepen

demasiado de lo que era tenido por bueno.

Varias veces se habla en «El amigo Manso» de las buenas notas obteni

das por Irene en la Normal o en la Escuela de Institutrices, también se men

ciona su afición a la lectura anterior al comienzo de su carrera. Por ejemplo,

al comienzo del capítulo sexto cuenta Máximo las visitas que Irene, niña

aún le hacía para llevarle recados de doña Cándida, recados que no eran

otra cosa que «sablazos». Y describe a la muchacha llena de interés por los

libros y papeles acumulados en el despacho del filósofo:

Me parece que la veo junto a mi mesa escudriñando libros, cuartillas

y papeles y leyendo en todo lo que encontraba. Tenía entonces doce

años, y en poco más de tres había vencido las dificultades de les pri

meros estudios en no sé qué colegio. Yo la mandaba leer, y me asom

braba su entonación y seguridad, así como lo bien que comprendía los

conceptos, no extrañando palabra rara ni frase oscura13.

Por estas fechas anteriores al ingreso en la Escuela Normal se sitúan

171

también los préstamos de libros —una Gramática y a veces libros de entre

tenimiento— que Máximo le hace. En el capítulo siguiente se relatan las

peticiones repetidas de dinero que la viuda de García Grande hace a Manso

con la excusa de los gastos que los estudios de Irene en la Escuela de Insti

tutrices ocasionaban.

Todo lo cual induce al lector a pensar que se encuentra ante una mujer

de sólida formación cultural y de indudable vocación pedagógica. Esto era

también lo que pensaba el ingenuo Manso; sin embargo, el acontecer nove

lesco va configurando una protagonista de muy diversa índole. La ironía de

Galdós a costa del enamorado filósofo es indudable y, como ha explicado

acertadamente Montesinos, envuelve todo el relato en un suave tono hu

morístico que constituye uno de los mayores encantos de la novela.

Examinemos ahora algunas de las observaciones que el narrador hace

sobre Irene, a través de las cuales ésta aparece primero como «mujer-moderna-

pero-sin-pasarse» y después en su verdadero aspecto de persona a la

que la enseñanza, la cultura y la posición de la mujer respecto a estos temas

traen bastante sin cuidado.

En el capítulo 10 empieza la protagonista del relato sus tareas como ins

titutriz en casa de José María Manso y así lo cuenta el hermano de éste:

En tanto Irene había tomado la dirección intelectual, social y moral de

las dos niñas y el pequeñuelo. Se les destinó, por acuerdo mío, un

holgado aposento, donde todo el día estaba la maestra a solas con sus

alumnitos, y en una habitación cercana comían los cuatro. Yo previne

que todas las tardes salieran a paseo, no consagrando al estudio seden

tario más que las horas de la mañana ll.

El detalle este de incluir en la educación de los niños no sólo las clases

sino también los paseos está muy en la línea de los pedagogos de la por en

tonces recién fundada Institución Libre de Enseñanza, en cuya órbita ideo

lógica se inscribe, sin duda, Máximo Manso, organizador del plan de estu

dios de sus sobrinitos.

El capítulo 13, titulado «Siempre era pálida» está dedicado íntegramente

a la maestra. No puede faltar en primer lugar la descripción física del perso

naje: el aspecto agradable de Irene, la armonía de sus facciones y el aplomo

en la manera de conducirse los resume el admirado narrador con estas sig

nificativas palabras:

Parecía una mujer del Norte, nacida y criada lejos de nuestro ener

vante clima y de este dañino ambiente moral15.

El aspecto digno, distante, más de nórdica que de española con que Irene

se le aparece a Manso está muy cercano al prestigio que lo sajón tenía a

los ojos de los educadores de la Institución. La explicación novelesca de esta

apariencia de extranjera que presenta la joven la ha dado Máximo páginas

172

atrás, cuando dejó consignadas las beneficiosas influencias que aquellas da

mas inglesas o austríacas —al decir de doña Cándida—, habían ejercido so

bre su sobrina durante la etapa de permanencia de ésta en la Escuela de Ins

titutrices, centro fundado —como ya indicamos— por el Rector Castro.

Al parecer, las aptitudes de Irene como educadora no dejaban nada que

desear y así un poco más adelante en este mismo capítulo 13 leemos:

Tenía finísimo tacto para tratar a los niños, que, aunque de buena

índole, eran, antes de caer en sus manes, voluntariosos, díscolos, y

estaban llenos de los más feos resabios. ¿Cómo llegó a domar a

aquellas tres fierecillas? Con su penetración hizo milagros, con su

innata sabiduría de las condiciones de la infancia, los pequeños, jamás

castigados por ella corporalmente, la querían con delirio. La persuasión,

la paciencia, la dulzura eran frutos naturales de aquella alma privile

giada 16.

Desde luego la maestra era muy simpática con los niños; eso no admite

duda, pero los saberes que demuestra en sus lecciones no parecen muy acor

des con aquel brillantísimo curriculum que en la primera parte de la novela

se nos ha ido exponiendo. Máximo, que presencia muchas veces las clases,

no puede dejar de notar en ellas algunas deficiencias. El mismo tiene que

suplicar de cuando en cuando estos fallos de la profesora:

...tenía que ayudarla en su tarea escolástica, facilitándole la conjuga

ción y declinación, o compartiendo con ella las descripciones del mundo

en la Geografía. La Historia Sagrada nos consumía mucha parte del

tiempo (...). Luego venían las lecciones de Francés y en los temas le

ayudaba un poco, así como en la Analogía y Sintaxis castellanas, partes

del saber en que la misma profesora, dígase con imparcialidad, solía

dormir "aliquando", como el buen Hornero17.

Total, que la tan elogiada carrera de Irene, con tanto aprovechamiento

cursada, de bien poco le sirve a la hora de ejercer. Sus conocimientos de

Gramática Castellana y de Francés al menos, parecen flaquear un tanto.

Pero es que tampoco la Historia de España debía ser su fuerte, según se

desprende de la petición que hace a Máximo un poco después para que le

prepare «una notita», «un papelito» con la Reconquista nada menos:

—Nada más que los once Alfonsos. De Don Pedro el Cruel para acá

ya me las manejo bien... ¡Qué cosa más aburrida! Aquellas guerras

de moros, siempre lo mismo, y luego los casamientos del de acá con la

de allí, y reinos que se juntan y reinos que se separan, y tanto Alfonso

para arriba y para abajo... Es tremendo. Le soy a Usted franca. Si yo

fuera el gobierno, suprimiría todo eso18.

Naturalmente la explicación de una tal falta de consistencia en la cultura,

en la formación de Irene se debe a que, pese a todas sus apariencias de mu-

173

jer superior, de equilibrada mujer nórdica, el cursar una carrera no ha sido

en ella otra cosa que un intento de encontrar una evasión, una salida decente

a su situación en casa de doña Cándida. Vocación pedagógica, deseos de

independencia, aspiraciones culturales... todo se viene abajo ante la pers

pectiva de hacer una buena boda, casándose, además profundamente ena

morada. La propia Irene lo explica con gran claridad:

—Pues mire Vd., cuando yo era chiquita, cuando yo iba a la escuela,

¿sabe Vd. lo qué pensaba y cuáles eran mis ilusiones? No sé si esto

dependía de ver la aplicación de otras niñas o de lo mucho que quería

a mi maestra... Pues bien, mis ilusiones eran instruirme mucho, apren

der todas las cosas, saber lo que saben los hombres... ¡qué tontería!

Y me apliqué tanto que llegué a tomar un barniz... tremendo. La

vocación de profesora duróme hasta que salí de la Escuela de Institu

trices (...).

Cuando habló Vd. con mi tía para que fuera yo a educar a las niñas

de D. José María, acepté con gozo, no porque me gustara el oficio,

sino por salir de esta cárcel tremenda, por perder de vista esto y res

pirar otra atmósfera19.

A pesar del desengaño que en todo lo referente al carácter de su amada

se lleva Manso, el enamorado no sólo no la desprecia, sino que a cada fallo,

a cada defecto que descubre en ella más profundamente se prenda de Irene,

una Irene completamente opuesta al ideal de mujer que el ingenuo krausista

se había forjado. En definitiva, el brillante expediente académico de la joven

solamente le servirá, y son palabras de Máximo, para ser esposa de un hom

bre notable; señora de una excelente casa, donde podrá darse toda la im

portancia que quiera; dueña de mil comodidades, coche, cuadras, palco...

«También en lo espiritual se realizarán con creces las ambiciones burguesas

de la protagonista, pues la mayor cultura de la mujer —sigue diciendo el

narrador— trae generalmente mayores ventajas en el orden moral. Será Vd.

una excelente madre de familia, una buena esposa, una señora benéfica distiguidísima

que sirva de modelo...».

En conclusión. Todo lo que se había propuesto consigue Irene, la verda

dera, tan apartada de la imaginada por Manso que la había soñado como:

Minerva contemporánea en que todo era comedimiento, aplomo, verdad,

rectitud, razón, orden, higiene20.

Sin embargo, tales sublimes cualidades, de haber resultado ciertas, tam

bién deberían haber brillado en un ámbito exclusivamente hogareño, si ella,

la protagonista del relato, hubiera preferido a Máximo. Claro que se trataría

de un hogar distinto del que ocupará junto a Manolito Peña; pero al fin

y al cabo, también tendrían que haber girado estas excelentes prendas del

carácter femenino en la órbita del varón jefe de la familia, y la mujer real

zada con tan excelsas cualidades, se debería, no obstante, limitar a un dis-

174

creto papel secundario de compañera fiel del hombre, todo lo más inspira

dora suya, y madre amantísima de su descendencia, por supuesto. Así que

el papel que Irene desempeña en la sociedad al casarse con el discípulo, no

difiere cualitativamente del que hubiera interpretado si llega a preferir al

maestro.

La protagonista de «El amigo Manso» triunfa y logra todas sus aspira

ciones, quizás porque éstas no van a contrapelo de lo que su creador enten

día por «natural» en punto a educación femenina; a saber: que la mujer

se ilustre y brille, incluso que ejerza alguna profesión «femenina» a condi

ción de que no haya más remedio; pero que todo lo posponga ante la pers

pectiva de unirse al hombre elegido y supeditarse a él.

TRISTANA

En 1892 se publica «Tristana», novela relativamente breve y que no va

a tener tan buena acogida por parte de los críticos del momento como otras

del autor. Bien es verdad que veía la luz después de otras obras grandiosas

de Galdós al lado de las que desmerecía un tanto, por lo menos en opinión

de los críticos de entonces, que se apresuraron a encontrar explicaciones

con las que justificar el relativo fracaso de Don Benito. Así para Doña Emi

lia Pardo Bazán las razones de este desacierto estarán en la casi simultanei

dad de la composición de «Tristana» y la del drama «Realidad», así como

en su aparición inmediata al estreno de la obra teatral. Leemos pues en el

artículo del «Nuevo Teatro Crítico», n.° 17, mayo de 1892:

En medio del alboroto producido por el estreno de Realidad, cayó

Tristana como en un pozo, rodeada de sepulcral silencio. Así en perió

dicos como en conversaciones literarias, casi puede decirse que no ha

sonado el nombre, el asunto ni la tendencia de la última novela de

Galdós.

Más adelante, en este mismo artículo que acabo de citar, prosigue la

autora su indagación en busca de las causas no ya de la falta de éxito, sino

de las deficiencias reales que ella encuentra en el relato.

Probablemente toca gran parte de culpa, en esta insuficiencia de

Tristana, a Realidad, obra dramática que, si no me engaño, preocupaba

a su autor precisamente en los momentos en que crecía el montón de

cuartillas de la novela. La obra de arte es celosa: pide para sí sola

todas las energías y fuerzas vitales y creadoras del cerebro21.

A mi juicio la acogida tan fría que en su tiempo se dispensó a «Tristana»

es notablemente injusta, pues en este relato se dibuja uno de los caracteres

175

femeninos más atractivos y singulares entre los que constituyen la galería

variadísima de heroínas galdosianas.

Para Pilar Faus Sevilla

Tristana es el símbolo de la tragedia de la mujer española decimo

nónica ffl.

En efecto, el completo sometimiento al varón es algo contra lo que la

protagonista intentará infructuosamente rebelarse a lo largo de toda la no

vela que lleva su nombre. Ya a raíz de su publicación, en el artículo que

vengo citando había constatado la Condesa de Pardo Bazán la importancia

de este asunto núcleo central de la novela. Y escribe:

El asunto interno de Tristana, asunto nuevo y muy hermoso, pero

imperfectamente desarrollado, es el despertar del entendimiento, la

conciencia de una mujer sublevada contra una sociedad que la condena

a perpetua infancia y no le abre ningún camino honroso para ganarse

la vida, salir del poder del decrépito galán, y no ver en el concubinato

su única protección, su apoyo único23.

Tan importante era para Doña Emilia el mencionado «asunto interno»

que la razón principal del poco éxito de la obra se cifra, según ella, en ha

berlo desvirtuado, mezclándolo con una intriga amorosa corriente.

Tristana ve en su deficiente educación el origen profundo de las ligadu

ras que la encadenan a su anciano seductor. Por eso en el capítulo V de la

obra que lleva su nombre, y en el transcurso de una de sus conversaciones

con Saturna dice:

¿Y de qué vive una mujer no poseyendo rentas? Si nos hicieran mé

dicas, abogadas, siquiera boticarias o escribanas que no ministras o

senadoras, vamos, podríamos... Pero cosiendo, cosiendo... Calcula las

puntadas que hay que dar para mantener una casa...24.

Y un poco más adelante resume así apetencias: «Yo quiero vivir y ser

libre».

Claro que para conseguir tales deseos hubiera sido necesario poseer una

educación más sólida. Porque Tristana sólo había recibido la formación que

por entonces se consideraba suficiente y adecuada para las niñas de familias

burguesas. De modo que, cuando en el capítulo XIII intenta aprender la téc

nica de la pintura, ante las dificultades con las que tropieza, le dice a Ho

racio :

Ahora pienso yo que si de niña me hubiesen enseñado el dibujo, hoy

sabría yo pintar y podría ganarme la vida y ser independiente con mi

honrado trabajo. Pero mi pobre mamá no pensó más que en darme la

educación insubstancial de las niñas que aprenden para llevar un buen

yerno a casa: un poco de piano, el indispensable barniz de francés

y qué sé yo... tonterías23.

176

Con lo que no contaba Tristana era con que, incluso en el caso de haber

recibido educación artística, ésta hubiera sido discriminatoria por el hecho

de ser mujer. Véanse a este respecto las observaciones que hace Pardo Ba

zán en la memoria que con el título aLa educación del hombre y de la

mujer» leyó en el Congreso Pedagógico:

La enseñanza del arte a la mujer adolece de torcido o falso idealismo:

en pintura y escultura proscríbese para la mujer el modelo vivo y la

anatomía de las formas estudiada en el cadáver; en música, apenas

se pasa del casero piano; en literatura se le ocultan, prohiben o expur

gan los clásicos, y se la sentencia al libro azul, el libro rosa o el libro

crema; y de todas estas falsedades, mezquindades y miserias sale la

mujer menguada y sin gusto, con el ideal estético no mayor que una

avellana *.

Y continúa la Pardo Bazán con estas palabras tan lúcidas y que a no du

dar, hubiera suscrito Tristana:

No puede en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal "edu

cación", sino "doma", pues se propone por fin la obediencia, la pasi

vidad y la sumisión27.

Se queja con razón el personaje galdosiano de su falta de formación

práctica. Ya hemos visto que la sociedad real, la extra novelesca discrimi

naba cruelmente a las mujeres en lo relativo a la educación, según nos han

mostrado las palabras de un testigo excepcional acerca de estas materias,

la condesa de Pardo Bazán. Se lamenta amargamente Tristana de la falta

de «salidas profesionales», que diríamos hoy, para la mujer. Sin embargo,

algo se había adelantado ya en este terreno en aquellas últimas décadas del

siglo pasado. (Piénsese que «Tristana», publicada en 1892, tiene una acción

que abarca en su transcurso los últimos años ochenta). Así, que, aparte las

tres carreras femeninas a que se refiere Saturna: el matrimonio, la escena y

la prostitución, empezaban a aparecer muy lentamente, algunas otras posi

bilidades ya que se habían ido creando centros de enseñanza que pretendían

aclarar un poco este sombrío panorama. En primer lugar, llevaba varios años

funcionando la Escuela Normal, y, desde el 69 funcionaba también, como

hemos visto, la Escuela de Institutrices fundada por Fernando de Castro.

Pero es que además, a partir del año 78 inició sus actividades la llamada Es

cuela de Comercio para Señoras y a partir de 1883 lo hizo la Escuela de

Correos y Telégrafos. Ambas continuaban la obra de promoción de la mujer

emprendida por el Rector Castro, incluso después de la muerte de éste.

A pesar de todas estas salvedades, llevaba razón Tristana en sus lamen

taciones, pues realmente, serían poquísimas las españolas que a fines del

siglo XIX se decidieran a ejercer una profesión independiente, arrostrando

las murmuraciones que, sin duda, merecerían las responsables de tal «au-

177

12

dacia». Pero rigurosamente cierto no era lo que dice Saturna sobre los tres

únicos oficios femeninos, y Tristana tal y como se nos presenta en la obra

—tan inteligente, tan lúcida y desprovista de prejuicios— bien hubiera po

dido iniciar estudios en cualquiera de los mencionados centros, que tam

poco era tan vieja.

No está de más apuntar un dato del personaje que venimos analizando

que me parece importante y que resulta, desde luego, factor decisivo de su

fracaso. Me refiero al hecho de que no es ni mucho menos la constancia la

cualidad dominante en el carácter de la protagonista. Porque, en efecto,

Tristana tiene enorme facilidad para aprender aquello que se propone; pero

se cansa pronto de todo lo que emprende. Puede que tal rasgo de su per

sonal temperamento se deba a su falta de costumbre de estudiar; a que no

ha seguido estudios disciplinados y ordenados desde la infancia. O puede

que la inconstancia a que apunto sea una sutil indicación del autor que nos

llama de esta manera la atención acerca de la —según él— radical incapaci

dad femenina para emular al varón en la utilización profesional de los «sa

beres serios». El caso es que Tristana aprenda pronto dibujo, inglés y mú

sica; pero se cansa enseguida de todo. No hace el último y definitivo es

fuerzo para convertirse en profesional de cualquiera de tales disciplinas y

continúa debatiéndose en sus rebeldías soñadas.

También es interesante destacar un hecho en el que no se suele insistir

demasiado cuando se analiza la novela «Tristana». Me refiero a las especiales

circunstancias sociales que concurren en su protagonista. En efecto, obser

vemos que para encarnar estas ansias de emancipación femenina, Galdós ha

creado un personaje de vida irregular, inserto, por así decirlo, en la anorma

lidad social. Porque, dadas las características de la sociedad española «fin

de siglo», no hubieran sonado convincentes estas aspiraciones sustentadas

por una hija de familia burguesa o por una casada convencional. Tampoco

las apasionadas amantes al modo de Isidora o Fortunata servían como por

tavoces de tales ideas, pues —por muy irregular que fuera su situación—

ellas no pensarían jamás en equipararse al varón. Se hacía necesario presen

tar una situación social peculiar. La que se describe en «Tristana» como

subsiguiente a la orfandad de la heroína:

Total: que la viuda de Reluz cerró la pestaña, mejorando con su pase

a mejor vida la de las personas que acá gemían bajo el despotismo de

sus mudanzas y lavatorios, que Tristana se fue a vivir con Don Lope,

y que éste... (hay que decirlo por duro y lastimoso que sea), a los dos

meses de llevársela aumentó con ella la lista ya larguísima de sus

batallas ganadas a la inocencia...28.

Cuando empieza la novela la situación de los dos personajes centrales se

ha estabilizado y don Lope aprovecha la descuidada educación y la pasivi-

178

dad de su víctima para prolongar indefinidamente dicho estado de cosas.

Porque en él, al decir de Pilar Faus Sevilla:

Se encuentran todas las marrullerías y subterfugios del ser de superior

cultura, de posición privilegiada, que sabe encerrar en la apariencia de

caridad y filantropía, existentes hasta cierto punto, una indiscutible

perversión moral29.

Desde su difícil situación social conoce Tristana a Horacio y a partir de

entonces, sus deseos de independencia se hacen todavía más intensos, aun

que, según hemos indicado, no acaben de encontrar un cauce definido en el

que concretarse. Con gran lucidez se expresa Tristana en el capítulo 13:

Toda mujer aspira a casarse con el hombre que ama; yo no. Según las

reglas de la sociedad estoy imposibilitada de casarme (...). Yo te quiero

y te querré siempre; pero deseo ser libre. Por eso ambiciona un medio

de vivir; cosa difícil, ¿verdad?30.

El pintor no comprende las aspiraciones de la muchacha, es más se sor

prende bastante desagradablemente al irlas descubriendo:

En verdad que esto le causaba sorpresa y casi casi empezaba a con

trariarle, porque había soñado en Tristana la mujer subordinada al

hombre en inteligencia y en voluntad, la esposa que vive de la savia

moral e intelectual del esposo y que con los ojos y el corazón de él

ve y siente. Pero resultaba que la niña discurría por cuenta propia,

lanzándose a los espacios libres del pensamiento, y demostraba las

aspiraciones más audaces31.

Discurrir sí que discurría Tristana; pero no se decide por un determi

nado camino profesional. Aprende inglés enseguida y muy bien, según le

cuenta a Horacio en una de sus cartas. Sus progresos producen el asombro

de su maestra, una señora inglesa llamada doña Malvina, que confiesa no

tener ya nada que enseñar a su aventajada discípula. Más adelante empieza

a leer incansablemente acerca de las materias más diversas. En otra de las

cartas explica Tristana a su amante sus experiencias de lectora y la compla

ciente actitud de don Lope a este respecto:

Porque yo tenga una profesión que me permita ser honradamente libre

venderá él la camisa si necesario fuese32.

Claro que para lograr tan encomiables fines comienza, un tanto extraña

mente, por llevar a su casa una carga de libros heterogéneos que ella devora

apresurada y desordenadamente, en lugar de matricularla en alguna de las

escuelas profesionales de las que ya hemos hablado y que habían abierto

sus puertas al alumnado femenino en Madrid, por aquellos años finales del

siglo XDC.

179

Algo parecido ocurre cuando a la protagonista se le ocurre ser actriz,

o cuando, ya enferma, se empeña en aprender música. A todo accede don

Lope; pero no vemos que se dé ni un sólo paso práctico dirigido a que

Tristana consiga de verdad, una profesión. Parece como si en el fondo, lo

único que pretendiera don Lope Garrido fuera entretener, cansar a «su niña»

dándole largas a la cuestión de la emancipación.

Naturalmente Tristana fracasa. Así tenía que ser, puesto que en esta

novela —además, por supuesto, de lo anteriormente dicho acerca de las di

ficultades sociológicas, diríamos, para que la mujer acceda a una profesión

y pueda vivir de ella— hemos de ver como indica Casalduero, la desigual

lucha de la protagonista contra su propia condición femenina. Para Galdós

si Tristana fracasa es porque en definitiva ha sido:

La Naturaleza, no la sociedad, quien ha sometido la mujer al hombre t3.

Un poco después, Casalduero, en el mismo trabajo que vengo citando

añade:

Y Tristana en su fracaso descubre la ley que la Naturaleza ha impuesto

a su sexo. No es posible que Galdós llegara caprichosamente a esta

conclusión: seguramente se basaba en la literatura antifeminista de

carácter científico3*.

Y así debe ser; porque, desde luego, lo que es evidente para cualquier

lector atento de la obra galdosiana, es que a don Benito los convencionalis

mos sociales por muy arraigados que estuviesen, no le inspiraban dema

siado respeto, y su producción está llena de personajes de uno y otro sexo

que conculcan triunfalmente tales normas. Para que Tristana acabe aplas

tada por un destino tan cruel y ridículo se hace preciso suponer que su

creador está firmemente convencido de que con ello demuestra, una vez

más, el poder de la Naturaleza.

Lo cierto es que Tristana acaba castigada con dureza, convertida en

ejemplo vivo del brutal refrán castellano que define el papel de las «perfec

tas casadas»: «la mujer casada, la pierna quebrada y en casa».

Qué diferencia entre los destinos respectivos de los dos personajes galdosianos

estudiados. Irene triunfa, Tristana fracasa. La profesión de la pri

mera le sirve solamente hasta que llega el marido adecuado. En realidad

ya ha quedado demostrado, espero— Irene quería un título de maestra

únicamente como tabla de salvación para escapar de la miserable existencia

que junto a su tía le aguardaba. En cambio Tristana que hubiera podido

entregarse plenamente a un quehacer profesional —de haberlo tenido— no

llega a conseguir sus aspiraciones.

De todo ello parece deducirse que, para Galdós, la cultura, la educación

de la mujer no debe sobrepasar ciertos límites «naturales». Así, no es ad-

180

misible el aprovechamiento profesional de la educación adquirida por la mu

jer más que en el caso de desamparo de ésta y para evitar males mayores

—léase la prostitución o la miseria—; pero la profesión nunca debe conver

tirse en vehículo de independencia personal libremente asumida.

NOTAS

1 Joaquín Casalduero, Vida y Obra de Galdós, p. 74, Madrid, Editorial Gredos,

1961.

2 Editorial de La Guirnalda, 16 de enero de 1873, Madrid.

3 Tomo estos datos y los que mencionaré más adelante acerca de la colaboración

de Galdós en La Guirnalda, de la memoria de licenciatura Galdós, editor de la que es

autora D.a María Isabel García Bolta. Dicho trabajo fue leído en la Facultad de Letras

de la Universidad de La Laguna en febrero de 1878 y se publicará en breve. Hay en él

gran cantidad de interesantes pormenores acerca de las actividades periodísticas de

Don Benito Pérez Galdós.

* B. Pérez Galdós, Tormento, p. 134, Madrid, Alianza Editorial, 1968.

5 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 76, Madrid, Alianza Editorial, 1975.

6 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 43, Madrid, Alianza Editorial, 1972.

7 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 51.

8 José Fernández Montesinos, Galdós, vol. II, p. 41, Madrid, Editorial Castalia,

1969. Es cierto que Montesinos no se detiene demasiado en esto del centro donde

cursa Irene sus estudios; sin embargo, unas líneas más arriba indica la importancia

que el tema de la educación de la mujer había ido adquiriendo por estos años. Y, tras

mencionar el hecho de que el libro de Fernando de Castro, La educación de la mujer

("Madrid, 1869) figura en el catálogo de Berkowitz, dice que los pedagogos krausistas

"quisieron tener a su alrededor mujeres educadas, pero no marisabidillas". Vamos, lo

que opinaban Máximo e Irene en sus paseos.

9 Antonio Jiménez Landi, La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, vol. I:

Los orígenes, Madrid, Taurus Ediciones, 1973.

10 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 82.

11 La Guirnalda, Madrid, enero de 1874.

12 Tanto la cita de La mujer del Porvenir de Doña Concepción Arenal, como ésta

de la reseña que de la obra hizo Don Antonio María Segovia en el Boletín de la Uni

versidad de Madrid están tomadas de Antonio Jiménez Landi, op. cit., p. 343.

13 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, pp. 39 y 40.

u B. Pérez Galdós, El amigo Manso, pp. 67 y 68.

15 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 79.

16 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 79.

17 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, pp. 99 y 100.

18 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 137.

19 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 260.

20 B. Pérez Galdós, El amigo Manso, p. 262.

21 Emilia Pardo Bazán, Tristona, novela de B. Pérez Galdós, en la revista de la

autora "Nuevo Teatro Crítico", en su núm. 17 de mayo de 1892, Madrid.

181

22 Pilar Faus Sevilla, La sociedad española del siglo XIX en la obra de Pérez

Galdós, Estudios Galdosianos, Valencia, 1972.

23 Emilia Pardo Bazán, Tristona, novela de B. Pérez Galdós, en "Nuevo Teatro

Crítico, Madrid, mayo de 1892.

24 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 30.

25 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 76.

26 Emilia Pardo Bazán, La educación del hombre y de la mujer, memoria leída

en el Congreso Pedagógico, publicada en "Nuevo Teatro Crítico", núm. 22, octubre

de 1892.

27 Emilia Pardo Bazán, op. cit.

28 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 22.

29 Pilar Faus Sevilla, op. cit., p. 197.

30 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 77.

31 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 77.

33 B. Pérez Galdós, Tristona, p. 112.

33 Joaquín Casalduero, Vida y Obra de Galdós, p. 104.

31 Joaquín Casalduero, Vida y Obra de Galdós, p. 104.

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