CONSIDERACIONES EN TORNO A EL ABUELO
Clara Eugenia Hernández Cabrera
Durante los meses de agosto y septiembre de 1897, aparecía en el folle
tín de EL IMPARCIAL la novela en cinco jornadas El abuelo de Benito
Pérez Galdós. El drama del mismo nombre fue llevado al escenario de El
Español por la Compañía de María Guerrero el día 14 de febrero de 1904.
Existen, pues, dos redacciones de El abuelo.
Precede a la primera de estas versiones un prólogo que por su interés
será objeto de estudio en esta ponencia. Asimismo, y como segundo apartado
de esta exposición, llevaremos a cabo el análisis comparativo de las dos ver
siones de El abuelo.
El estudio del prólogo abarcará dos aspectos. Por un lado, la problemá
tica de los géneros literarios planteada por Galdós y, por otro, la pretendida
presentación objetiva de los personajes por parte de su creador.
Como sabemos, en el siglo XVIII el movimiento prerromántico alemán,
conocido por el nombre de Sturm und Drang, negó abiertamente la existen
cia de los géneros literarios. Ya en el siglo XIX es característica común de
todos los escritores románticos su absoluta oposición a la teoría clásica de
esa delimitación de la literatura. Sin embargo, en las últimas décadas del
mismo siglo fue de nuevo defendida por Brunetiére (1849-1906). Se trata de
una época dominada por las ideas positivistas y naturalistas, así como por
las teorías evolucionistas de Spencer y Darwin. Piensa Brunetiére que del
mismo modo que algunas especies biológicas al mezclarse con otras adquie
ren nuevo vigor, los géneros literarios al fundirse entre sí darán nuevos y
mejores resultados. De ahí que en el prólogo escrito por Galdós a su novela
233
Casandra se proponga la fusión del género narrativo y del dramático para
salvarlos y revitalizarlos:
Si una ley fisiológica, reforzada por reglas canónicas y sociales, prohibe
en las personas el matrimonio entre hermanos, en literatura no debemos
condenar ni temer el cruzamiento incestuoso, ni ver en él la ofensa
más leve a la santa moral y a las buenas costumbres. De tal cruce no
pueden resultar mayores vicios de la sangre común, sino antes bien
depuración y afinamiento de la raza y mayor brillo y realce de las
cualidades de ambos cónyuges. Casemos, pues, a los hermanos Teatro
y Novela por la Iglesia o por lo civil, detrás o delante de los desven
cijados altares de la Retórica, como se pueda, en fin, y aguardemos de
este feliz entronque lozana y masculina sucesión1.
En este ambiente positivista y naturalista surge la novela de don Benito
El abuelo. El prólogo antepuesto por el autor a su obra es sólo una justifica
ción de la forma dialogada y la división en jornadas y escenas en que se
presenta la redacción de 1897. Al tratarse esta novela de Galdós de un caso
evidente de negación a toda división de la literatura se constituyó en el
centro de la crítica de su época. No le quedaba más remedio a su autor que
dar una explicación a ese hibridismo de géneros literarios.
Cuando en 1889 fue publicada su primera novela dialogada «Clarín» de
dicó varios trabajos al estudio de las ventajas e inconvenientes de esta nueva
forma novelesca de don Benito:
El (Galdós), sin necesitar que nadie se lo dijera, vio que la novela que
otras veces escribía y mostraba al público podía ahora ahorrarla, pen
sarla para sí, y dejar ver tan sólo, el drama con sus escenas culminantes
y su catástrofe moral. Así Realidad sin dejar de ser novela, vino a
ser un drama, no teatral, pero drama. Galdós prescindió de la descrip
ción que no cupiera en las rapidísimas notas necesarias para el esce
nario y en los diálogos de sus personajes, como prescindió de la narra
ción que no fuese indirectamente expuesta en las palabras de los
actores2.
Leopoldo Alas considera que esta novela dialogada representa una reno
vación de la narrativa decimonónica, pero no está de acuerdo con esa re
nuncia voluntaria al derecho que posee todo autor de conocer y describir
los más recónditos sentimientos, pensamientos, etc., de sus personajes:
Pero lo que hace Zola, esto que hace también el mismo Galdós en
muchas novelas de su colección de Las Contemporáneas, no es posible
conseguirlo, ni se debe intentar, en obras de aspecto dramático. Lo
que el autor puede ir viendo en las entrañas de un personaje es más
y de mucha mayor significación que lo que el personaje mismo puede
ver dentro de sí y decirse a sí propio3.
«Clarín» llega a criticar acerbamente ese «capricho» infundado de Galdós
que impide que el lector pueda alcanzar un conocimiento profundo de las
234
sicologías creadas por don Benito en cada uno de los personajes de su pri
mera creación híbrida:
... De donde se saca que todo lo que sea usar de un convencionalismo
innecesario para la novela, tomado del drama, que en ciertas honduras
psicológicas no puede meterse, es falsear los caracteres por culpa de la
forma. Esto sucede en la Realidad de Galdós; y he insistido en este
punto mucho, por lo mismo que creo que sólo a esa especie de ca
pricho del autor, tocante a la forma de su libro, se debe la falta de
verosimilitud que algunos han de achacar a los caracteres por sí mis
mos \
Sin embargo en uno de los periódicos del siglo XIX el autor de La Re
genta augura los éxitos de las versiones dramáticas de El abuelo (1904) y
Casandra (1910):
El resultado del que parecía temerario empeño nos hace esperar legíti
mamente nuevas tentativas que serán premiadas con triunfes acaso
definitivos y menos discutidos; si bien será preferible que Galdós in
vente acciones dramáticas que lo sean desde la vida oscura y mis
teriosa en el cerebro hasta la precaria de las tablas, no se puede decir
que en absoluto deba renunciar a sacar dramas y comedias de otras
novelas suyas, que de fijo se prestarán a ello... Aunque no lo sospechen
los profanos5.
El prólogo que don Benito escribe para su novela El abuelo podría con
siderarse como una respuesta a los artículos que Leopoldo Alas había publi
cado en diferentes periódicos y revistas ante la aparición de la primera de
esas novelas dialogadas. Constituye, pues, dicho prólogo un ensayo de teo
ría literaria en el que Galdós expone algunos de sus puntos de vista acerca
de la literatura. Rechaza el autor de El abuelo toda separación tajante entre
novela y drama y propone hacer caso omiso a encasillamientos y clasifica
ciones de las obras literarias:
Aunque por su estructura y por la división en jornadas y escenas
parece El abuelo obra teatral, no he vacilado en llamarla novela, sin
dar a las denominaciones un valor absoluto, que en esto, como en todo
lo que pertenece al reino infinito del arte, lo más prudente es huir de
los encasillados, y de las clasificaciones catalógales de géneros y for
mas6.
A don Benito no le van a preocupar las rígidas denominaciones hechas
por los retóricos de la literatura y no va a dar importancia al nombre por
el que se conozca su creación:
Resulta que los nombres existentes nada significan, y en literatura la
variedad de formas se sobrepondrá siempre a las nomenclaturas que
hacen a capricho los retóricos, (p. VII).
235
Esta fusión de drama y novela efectuada por Galdós concuerda perfecta
mente con la afición que sintiera, desde siempre, el autor de Realidad hacia
el teatro. Es interesante a este respecto el comentario hecho por Leopoldo
Alas:
Ya en las más antiguas novelas de Galdós se ve clara la preocupa
ción de las tablas, que habían llegado a ser para él cosa poco menos
que olvidada a fuerza de dejar que pasaran años sin verlas. Las amaba
platónicamente, como se dice; pero, cual un amante tímido, en vez
de solicitar sus favores huía de su presencia7.
Numerosos han sido los artículos escritos en periódicos y revistas acerca
de esa tendencia galdosiana a hacer teatro. Melchor Fernández Almagro
dice:
Nunca dejó Galdós la intención de escenificar sus novelas. Ninguna
carece por lo que hace a tipos o caracteres, ambiente, situaciones y
diálogo, de posibilidades teatrales, si es que no pensaba abordar direc
tamente algún día la literatura dramática... ¿Cómo no había de des
pertarse en Galdós la vocación teatral de sus primeros años, nunca,
en verdad, dormida del todo? 8.
Posteriormente Manuel Alvar en un estudio sobre la novela y el teatro
en Galdós ratifica estas opiniones de Clarín y Fernández Almagro:
Galdós empezó como dramaturgo y como tal escribía desde los quince
años. Subyacente quedó en él esta veta por más que en apariencia
renunciara a ella 9.
Los géneros narrativo y dramático están siempre presentes en la obra
de don Benito. Ambos se interpenetran en la creación del autor de El abuelo.
Como dice Francisco Ruiz Ramón:
Galdós dramaturgo no sabe romper con Galdós novelista, Su escritura
de dramaturgo está siempre interferida por su escritura de novelista10.
Sin embargo, a pesar de la pretensión galdosiana de fundir novela y dra
ma en una obra que participara de los dos géneros, don Benito conoce per
fectamente las diferencias esenciales que existen entre ambas formas litera
rias. Las limitaciones que el género dramático presenta frente a la narrativa
no son ignoradas por el autor de El abuelo. En el estudio comparativo que
realizaremos de los dos textos de la obra de don Benito veremos cómo una
misma sustancia de contenido es formalizada de diferente modo en cada
género literario. Galdós se ha visto obligado a efectuar numerosas modifica
ciones en la versión dramática de su novela. Estos cambios no sólo dependen
de la duración necesariamente menor de la acción dramática, sino que obe
decen también a otra serie de condicionamientos impuestos por la distinta
naturaleza del género literario correspondiente.
236
Estudio aparte merece el objetivismo que pretende Galdós conseguir en
.a presentación y constitución de sus personajes.
Al comienzo del prólogo que estamos analizando intenta explicar don
Benito la adopción del diálogo como modo de expresión de los personajes:
...en la composición de El abuelo he querido halagar mi gusto y el de
ellos (los lectores), dando el mayor desarrollo posible al procedimiento
dialogal y contrayendo a proporciones mínimas las formas descriptiva
y narrativa, (p. VI).
Sin embargo, el uso de la técnica del diálogo no obedece sólo a ese afán
de satisfacer «el gusto propio y el del lector», sino que lo que induce a
don Benito a adoptarla es su intención de desaparecer como narrador omnis
ciente. El mismo expone su finalidad con las siguientes palabras:
Con la virtud misteriosa del diálogo parece que vemos y oímos sin
mediación extraña el suceso y sus actores, y nos olvidamos más fácil
mente del artista oculto que nos ofrece una ingeniosa imitación de la
naturaleza, (p. VI).
Frente al narrador que todo lo sabe, característico de la novela del si
glo XIX, Galdós ha querido renunciar a ese derecho y dejar a sus personajes
en libertad para constituirse ante los ojos del lector. Pretende que los dife
rentes caracteres se vayan creando en la escena y que sean conocidos por
el lector de forma directa, sin ningún intermediario. Como dice el mismo
don Benito:
El sistema dialogal, adoptado ya en Realidad, nos da la forja expedita
y concreta de los caracteres. Estos se hacen, se componen, imitan más
fácilmente, digámoslo así, a los seres vivos, cuando manifiestan su
contextura moral con su propia palabra, y con ella, como en la vida,
nos dan el relieve más o menos hondo y firme de sus acciones, (p. V).
Pero este propósito expresado por Galdós en el prólogo queda sólo en
lo teórico. Podemos decir que se trata de un ensayo de teoría literaria en
el que don Benito alude a ese conocimiento que el lector puede obtener de
los diversos personajes a partir de sus conductas, de sus actuaciones en la
acción narrativa. Pero en el momento de llevar esa serie de ideas teóricas
a la práctica, el desacuerdo entre los presupuestos y su ejecución es consi
derable. El Galdós teórico de la literatura no coincide totalmente con el
Galdós novelista.
Es cierto que las formas descriptivas y la narración en tercera persona
han disminuido, que el autor nos deja cierta libertad de opinión respecto a
sus personajes, pero sus intervenciones son abundantes y sirven para impo
ner al lector una serie de prejuicios antes de que cada personaje se dé a co
nocer por sí mismo. Las acotaciones, necesarias en la obra dramática, son
237
utilizadas en la novela para exponer lo que el autor piensa de cada personaje
y lo que, por supuesto, impone al lector casi sin que este se dé cuenta de
tal manipulación. Esta predisposición a mostrarnos sus sentimientos hacia
los diferentes caracteres antes de que estos se desarrollen a través del diá
logo echa por tierra, al menos parcialmente, la teoría galdosiana expuesta
en el prólogo. La libertad con la que contamos para forjarnos un criterio
acerca de cada personaje se ve restringida por esas interrupciones en forma
de acotación. Pondremos algún ejemplo de estas intromisiones del narrador
en la acción. En la jornada I, escena 1, no se limita a describirnos físicamen
te a Gregoria y Venancio, sino que nos habla de sus ilusiones, aspiraciones,
forma de vivir, etc.:
Gregoria es hacendosa, guisandera excelente, tocada del fanatismo
económico igual que su marido... Para entrambos la naturaleza es una
contratista puntual y una despensera honrada, como ellos, prosaica,
avarienta, guardadora, (p. 4).
Ya por estos párrafos del autor nuestro sentimiento hacia estos perso
najes se ve condicionado. El narrador en tercera persona intenta que experi
mentemos su mismo desprecio hacia los dos excriados.
Otro ejemplo evidente de la escasa objetividad de la que dispone el lec
tor lo hallamos en la imagen que de Senén da el narrador:
Senén, de veintiocho años, más bien más que menos, vestido a la moda,
con afectada elegancia de plebeyo que ha querido cambiar rápidamente
y sin estudio la grosería por las buenas formas, (p. 13).
Después de la lectura de este fragmento y del resto de la larga acotación
que el autor dedica a este personaje, es imposible que se sienta algún afecto
hacia él. En dicha descripción se permite incluso expresarnos directamente
la antipatía que el joven le despierta:
Su estatura es corta; sus facciones aniñadas, bonitas en detalle, pero
formando un conjunto ferozmente antipático, (p. 13).
En cuanto a sus cualidades, podríamos llamar intelectuales, dice don
Benito:
Compensa la cortedad de su inteligencia con su constancia y sagacidad
en la adulación, su olfato de las oportunidades y su arte para el por
dioseo de recomendaciones, (p. 14).
De este modo el autor se anticipa a la aparición de cada personaje dán
donos su impresión acerca del mismo. Sin embargo las descripciones que
el narrador hace de las figuras principales son mínimas y se reducen a dar
a conocer el aspecto exterior de los mismos. Por lo tanto, el lector dispone
de mayor libertad para formarse su opinión respecto a ellos. Como ejemplo
238
pondremos la imagen casi fotográfica que da Galdós de las dos nietas de
Albrit:
Son negros sus ojos, rasgados, melancólicos; negro también su cabello,
peinado al descuido en moño alto. (p. 29).
No nos habla, como hace con los demás personajes, de sus gustos, afi
ciones, etc., y, por supuesto, se cuida de decirnos o siquiera dejarnos ver
indirectamente quién es la verdadera nieta del Conde. Será este quien realice
el estudio de Dolly y Nell, creyendo de este modo dilucidar el misterio. Si
el autor nos hubiera descrito desde un primer momento los temperamentos
de las dos niñas, parte de la tensión narrativa habría desaparecido. La téc
nica utilizada por Galdós en su novela es la de mantener en absoluta igno
rancia a la figura central y al lector. Los otros personajes que conocen la
verdad permanecerán en silencio hasta el momento indicado. No existe, pues,
complicidad entre el autor y el lector. Este irá penetrando en los caracteres
de las dos niñas al mismo tiempo que el abuelo y simultáneamente les será
revelada la verdad.
En cuanto a la figura de don Rodrigo es aún más evidente la ausencia
de la narración. Cuando aparece el Conde (J. I, 4) lo que don Benito nos da
a conocer es su aspecto físico y algo respecto a su ascendencia:
Es un hermoso y noble anciano de luenga barba blanca y corpulenta
figura, ligeramente encorvado. Viste buena ropa de viaje, muy usada;
calza gruesos zapatones, y se apoya en garrote nudoso. Revela en su
empaque la desdichada ruina y acabamiento de una personalidad ilus
tre, (p. 40).
Como veremos al comparar el texto narrativo con la versión dramática,
esta descripción es similar a la que hace el dramaturgo para presentar al
mismo personaje.
Mientras la mayoría de los caracteres se muestran simples, inalterables
y definidos por unos pocos rasgos que nos son impuetos por el autor, las
figuras principales irán evolucionando y transformándose en función de las
diversas circunstancias. A pesar del corto espacio temporal transcurrido a
lo largo de la acción narrativa, cinco días, los acontecimientos producidos
originan las modificaciones en los caracteres de dichos personajes. El brusco
cambio final experimentado en la figura del Conde será utilizado por Galdós
para sostener su tesis. Es por la flexibilidad en los temperamentos de estos
personajes por lo que don Benito dejará al lector en libertad para sacar sus
propias conclusiones. En cuanto a los demás el narrador se interpone entre
ellos y el lector dándonos su opinión y dejando para la forma dialogada la
confirmación de sus prejuicios.
Que las acotaciones de la novela no se reducen a exponer de forma ob
jetiva las diferentes figuras puede probarse realizando su comparación con
el drama. En este el autor se limita a señalar las características de los perso-
239
najes que el público puede observar o también a indicar la posición que
aquellos ocuparán en el escenario. De este modo la larga acotación que apa
recía en la novela para describir a los nuevos dueños de La Pardina es su
primida en la versión teatral.
En cuanto a la descripción de don Carmelo, que en la novela alcanza
considerable extensión, pasa a ocupar en el drama unas pocas líneas. Por
lo que respecta a los otros personajes —el Alcalde, don Pío y Senén— apa
recen sin previa descripción, lo cual contrasta con las extensas acotaciones
que anteceden a cada uno de ellos en la novela, como se verá en la segunda
parte de nuestra ponencia.
Pero no sólo se interrumpe la acción narrativa con el fin de describir a
los diferentes personajes, sino que el narrador, olvidando una vez más los
presupuestos teóricos del prólogo, relata en tercera persona hechos sucedi
dos fuera de la acción y conocidos sólo por él. Citaremos un solo ejemplo
de estas intromisiones del narrador que ya tendremos ocasión de estudiar
con más detalle. Las conversaciones sostenidas por Venancio, el Médico y
el Cura acerca del modo de conducir a don Rodrigo al monasterio de Zara
tán son resumidas por el narrador en tercera persona:
... Aceptada en principio por los cuatro vocales la conveniencia de
alojar al anciano Albrit en los Jerónimos de Zaratán, surgen criterios
distintos acerca de la forma y manera de realizar lo que creen bené
fica y santa obra. Mientras Venancio opina... (p. 182).
Por último, como manipulación extrema de que es víctima el lector en
la redacción larga y como prueba final de esa presencia del narrador omnis
ciente en la novela, tengamos en cuenta la acotación que cierra la obra de
1897. En ella se nos narra lo que sucede en un tiempo posterior al de la ac
ción novelesca. Se nos habla del lugar al que se dirigen los tres personajes
y se cierra perfectamente la acción con la entrega por la Guardia civil de la
carta de Lucrecia en la que permitía a Dolly permanecer con don Rodrigo
hasta su muerte. En el drama, en cambio, el espectador deberá suponer lo
que tendrá lugar en ese tiempo infinito, una vez acabada la acción en el es
cenario. Termina la redacción de 1904 con la frase del abuelo dirigida a
Dolly: «Niña mía..., amor..., la verdad eterna. (Se dirigen hacia la dere
cha)» u.
De todo lo dicho se deduce que la pretendida objetividad de la que habla
Galdós en el prólogo no ha sido totalmente conseguida, pues en cada una
de sus intervenciones nos condiciona de tal forma que nos es imposible sen
tir algún afecto por Senén o cierta admiración por Gregorio y Venancio.
Como indicábamos al comienzo de esta ponencia, el segundo apartado
de nuestro trabajo consistirá en realizar la comparación entre los textos
narrativo y dramático en que se presenta la obra que estamos analizando.
La versión que para la escena hizo Galdós presenta una serie de variaciones
240
respecto al texto de la novela. Manuel Alvar ha hecho un estudio acerca de
las modificaciones producidas en los personajes, escenas y diálogos12. Los
resultados obtenidos a partir de este cotejo, junto con nuestras aportaciones,
se pueden esquematizar en el siguiente cuadro:
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escenas
Escena
Escena
1
2
3
4
5
6
7
8
9
11
12
NOVELA
Jornada I
(se elimina)
y 10
Jornadas II y III
J. III, 1
J. II, 2
J. II, 3
(suprimida)
DRAMA
Acto I
Escena 1
Escena 2 (añadida)
Escena 3
Escena 4
Escena 5
Escena 6
Escena 7
Escena 8
Escena 9
Escena 10
Escena 11
Acto II
Escena 1
Escena 2 (añadida)
Escena 3 "
Escena 4 "
Escena 5
Escena 6 "
J. II, 4 (pp. 106-112) Escena 7
J. II, 5 Escena 8
J- II, 6 Escena 9
Jornada III Actos II y III
Escena 1 Acto II, 1
Escena 2 (suprimida)
Escena 3 "
Escena 4 Acto III, 3
Escena 5 (suprimida)
Escena 6 "
Acto III, 4 (añadida)
Escena 7 Acto III, 1
Escenas 8 y 9 Acto III, 2
Escena 10 (suprimida)
Escena 11 "
Escena 12 "
Escena 13 "
241
16
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
Escena
1
14
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
12
14
16
Jornada ív
(en parte)
(suprimida)
(coinciden bastante)
(suprimida)
>>
(coinciden bastante)
(suprimida)
Jornada V
última
Acto IV
Escena 1 (añadida)
Escena 2 "
Escena 3
Escena 4 (añadida)
Escena 5
Escena 6 (añadida)
Escena 7 "
Escena 9 "
Escena 10
Escena 8
Escena 11
Escena 12 (añadida)
Escena 13
Acto V
Escena 1 (añadida)
Escena 2 "
Escena 3
Escena 4
Escena 5
Escena 6 (añadida)
Escena 7
Escena 8
Escena 9
El resto de las escenas de la Jornada V de la novela han sido eliminadas
en la versión dramática de El abuelo.
A partir del esquema propuesto haremos un análisis de las causas que
motivaron las diversas alteraciones en escenas, personaje y diálogo y de los
resultados obtenidos de las mismas.
En la novela el núcleo motivador de la acción es la búsqueda por parte
del Conde de su verdadera nieta. Es, podríamos decir, el pretexto del que se
vale el autor para llevar a cabo la exposición de una serie de ideas. La falsa
impresión que se puede obtener a partir de una lectura superficial de la no
vela es modificada tras haber realizado un análisis profundo de la misma.
Aparentemente puede presentarse El abuelo como una obra intrascendente,
sin otro motivo que el del descubrimiento de la legitimidad de una de las
242
niñas de Albrit. Pero mediante un detenido examen observamos que eran
otros los motivos que indujeron a don Benito a escribir su obra. Estos pue
den ser resumidos de la forma siguiente: el estudio de la aristocracia arrui
nada y de la burguesía naciente en la sociedad española del siglo XDÍ; el
triunfo de todo lo natural frente a lo establecido; una mayor flexibilidad de
las costumbres y un rechazo del naturalismo y del maniqueísmo. Comparan
do la obra narrativa de 1897 con la obra dramática de 1904, observamos có
mo don Benito, autor teatral, margina esos motivos que tanto le interesan
al novelista y centra la acción en la duda del Conde y la consiguiente bús
queda de la verdad.
Ya desde la primera escena de la Jornada I, el dramaturgo ha suprimido
un largo parlamento entre Gregoria y Venancio, antiguos criados de La Pardina.
Es una supresión notoria y reduce bastante la extensión del Acto I.
La escena de la obra de teatro abrevia su duración con respecto a la de la
redacción larga. Por otro lado, esta eliminación empobrece considerablemen
te el estudio que, como hemos señalado, realiza Galdós de las diferentes
clases sociales existentes en el siglo XDC español. Gregoria y Venancio, en la
obra de 1897, se presentan tan apegados a la tierra como las hortalizas a las
que aluden constantemente en una conversación tan importante como la que
se refiere a la llegada del Conde a La Pardina. En el drama ese espíritu mez
quino y materialista no estará reflejado con la intensidad lograda en la re
dacción larga. La caricaturización de los antiguos criados hecha por don Be
nito es casi eliminada en la obra teatral. Si a esto añadimos la supresión de
la larga descripción de ambos personajes que lleva a cabo el novelista, llega
remos a la conclusión de que las posibilidades de conocimiento de Gregoria
y Venancio por parte del espectador se reducen al mínimo. Es imposible que
el público que presencie la representación imagine, sin previa lectura de la
novela, lo que el autor pretende reflejar mediante la utilización de ambos
personajes. Esa representación hiperbólica de los antiguos criados de La
Pardina en la redacción larga deja de existir con las reducciones de texto
en la obra dramática.
Defiende también Galdós en su novela una mayor flexibilidad de las le
yes, una menor rigidez en lo que al sentimiento de la honra se refiere. Esta
destrucción del mito del honor será la tesis primordial que el novelista sos
tenga al final de la acción narrativa. Las diversas conversaciones que los
personajes mantienen a este respecto establecen unas líneas de convergencia
que potenciarán dicha tesis. Al ser eliminados esos parlamentos en la obra
dramática, esa potenciación será indudablemente menos intensa:
Venancio
Todas esas lenguas, y más que supiera, no bastan para contar los
horrores que acerca de ella corren en castellano neto.
Senén, endilgando sabidurías que aprendió en los cafés
¡Horrores!... No hagáis caso. La honradez y la no honradez, señores
míos, son cosas tan elásticas, que cada país y cada civilización... cada
243
civilización, digo, las aprecia de distinto modo. Pretendéis que la
moralidad sea la misma en los pueblos patriarcales, digamos primitivos,
como esta pobre Jerusa, y en los "grandes centros"... ¿Habéis vivido
vosotros en los "grandes centros"? (p. 20).
Como reducción primordial en esta escena 2 de la novela y 3 del drama
señalaremos la que se refiere a la presentación de Senén por parte del autor.
La descripción de su físico sería redundante ya que el espectador puede con
templar directamente al actor. Pero las referencias que el novelista hace a
las peculiaridades morales de Senén son necesariamente eliminadas en la
obra de teatro, produciendo la consiguiente imparcialidad del público para
juzgarlo. Es, por tanto, en la obra de 1904 en la que los personajes se hacen
ante la mirada del espectador, sin que ningún intermediario pueda influir
a priori, con sus palabras, en el juicio objetivo del público.
En la escena 4 del drama que corresponde a la 3 de la novela se suprime
la acotación en la que el autor hace la presentación de las niñas de Albrit.
Esta eliminación, sin embargo, no reduce las posibilidades de conocimiento
por parte del espectador ya que el novelista se había limitado a dar una vi
sión fotográfica de dichos personajes. No ocurre como en los casos anterio
res en los que el narrador omnisciente nos informaba acerca de la interiori
dad de Senén y de los antiguos criados, sino que en la acotación a la que nos
estamos refiriendo —por tratarse de personajes principales— el autor alude
sólo al físico de Nell y Dolly.
A lo largo de las dos redacciones de El ábuálo son evidentes las alusio
nes en torno al escaso valor de la enseñanza oficial, de la enseñanza estable
cida. Se elogia, en cambio, la educación al aire libre, en contacto con la na
turaleza y en libertad. Sin embargo, las digresiones acerca de este tema son
más abundantes en la novela que en el drama. De este modo, en esta escena
se eliminan referencias en torno a la soledad del campo frente a la vida
ciudadana:
Dolly, poniendo en dos patas al perrito
Yo te digo una cosa: creo que cuanto más salvajes, más felices somos.
Nell
Eso no: la civilización, Dolly... (p. 35).
Entre estas reducciones señalaremos la que se hace de una intervención
de Venancio en la que este expone el poco interés que muestra el abuelo en
lo que se refiere a los estudios de sus nietas:
Venancio
Y su abuelito, en vez de reprenderlas para que se apliquen, les dice
que la señora Gramática y la señora Aritmética son unas viejas charla
tanas, histéricas y mocosas, con las cuales no se debe tener ningún
trato, (p. 159).
Otra frase eliminada del drama y que sintetiza los ideales de esa educa-
244
ción rousseauneana defendida constantemente en la obra de don Benito es
la siguiente:
Venancio, repitiendo una frase del Doctor
Su institutriz es la Naturaleza, su elegancia la libertad, su salón el
bosque. Bailan al compás de la mar con la orquesta del viento, (p. 26).
La escena 4 de la Jornada I coincide con la escena 5 del Acto I. El grado
máximo de objetividad es conseguido por Galdós en la descripción que hace,
en esta escena, de la figura central. En ella no se alude a cualidades o defec
tos del Conde, es decir, no se habla de sus características morales o intelec
tuales. Ni siquiera nos precisa la edad del caballero como hace al presentar
nos a otros personajes. Del Conde sólo nos dice: «Es un hermoso y noble
anciano...» (p. 40).
Como prueba de este objetivismo podemos señalar la semejanza de las
dos acotaciones, la del drama y la de la novela. Hay, sin embargo, una dife
rencia no ya en la descripción del personaje sino en su denominación por
parte de don Benito. En la obra de teatro se limita a dar el título y el ape
llido con que se conoce al personaje que entra en escena: «Las mismas y
el Conde de Albrit» (p. 640). En la redacción larga, en cambio, presenta al
personaje mediante una larga lista de títulos que por su extensión no puede
acabar y se ve obligado a cerrar con un «etc.». La intención irónica del autor
es evidente ya que ese número ilimitado de títulos alude a la estirpe aristo
crática que definirá a dicho personaje:
Nell y Dolly.—D. Rodrigo de Arista-Potestad, Conde de Albrit, Mar
qués de los Baztanes, Señor de Jerusa y de Polán, Grande de Es
paña, etc. (p. 40).
En la escena 6 del Acto I, que corresponde a la escena 5 de la Jornada I,
la valoración negativa de la personalidad de Senén deja de ser tan intensa.
El autor no pone en boca del Conde las duras expresiones que observába
mos en la novela con respecto al antiguo criado de Lucrecia. El profundo
desprecio con que el abuelo trata a Senén desde su primer encuentro con él
es evidente en la redacción larga:
El Conde, parándose
¿Quién me habla?
Nell
Es Senén, papá.
Dolly
¿No te acuerdas?
Senén
Senén Corchado, señor, el que fue... no me avergüenzo de decirlo...
criado del señor Conde de Laín.
El Conde
¡Ah, lacayo! (Con súbita cólera, requiriendo el garrote). ¿Vienes a
que te dé dos palos? (p. 45).
245
El encuentro de ambos personajes en la obra dramática no sólo no re
fleja ese odio que sintiera el Conde, sino que éste se alegra al ver a Senén
después de su larga ausencia de Jerusa:
El Conde.—¿Quién me habla?
Nell.—Es Senén, papá.
Dolly.—¿No te acuerdas?
Senén.—Senén Corchado, señor, el que fue... no me avergüenzo de
decirlo..., criado del señor Conde de Lafn.
El Conde.—(Alegre). jAh!1 Sí, sí, sí. ¿Eres...? Ya, ya. Me alegro de
encontrarte aquí. (p. 641).
Las dos acotaciones en que el novelista y el dramaturgo explican las reac
ciones del Conde ante la presencia de Senén son totalmente opuestas. En
el drama el autor dice entre paréntesis: «(Alegre)». En la novela, en cam
bio, señala la actitud contraria: «(Con súbita cólera, requiriendo el garrote)».
Si a estas modificaciones añadimos la eliminación, en la escena 3 del dra
ma, de la descripción por parte del autor, llegaremos a la conclusión de que
el concepto que el espectador pueda tener de este personaje no será el mis
mo que el que se haya forjado el lector de la novela. En la misma escena
hay otras supresiones que impiden profundizar en este personaje, que es uno
de los que mejor ha estudiado Galdós. Este no se resigna a permanecer ca
llado en la acción narrativa a la que nos estamos refiriendo. Un ejemplo
de esta intromisión constante del novelista es el siguiente: «Senén, con mali
cia indiscreta que resulta más antipática por lo pedantesco de la expresión»
(p. 53). Por el contrario en la obra de teatro es el espectador quien irá de
duciendo, a partir de la actuación de Senén, sus peculiaridades.
Se elimina también en el drama, probablemente por imposibilidad mate
rial, una conversación entre el Conde y Senén acerca del espíritu trepador
y parásito de éste. Las niñas de Albrit piden al personaje citado que suba
al árbol donde se ha quedado trabado uno de sus libros. Galdós establece
un paralelismo entre este hecho y la ambición y espíritu oportunista del
personaje:
Dolly
¡Vaya un alfiler de corbata que te traes!... Por Dios no te caigas.
El Conde
No temáis: éste sabe subir y agarrarse bien. Si cae, será porque le
tiene cuenta.
Senén
Por ahora, señor Conde, me tiene más cuenta apoyarme bien en las
ramas fuertes... (p. 50).
Como hemos señalado en el esquema propuesto, la escena 9 de la Jor
nada I se funde con la 10 en la escena 9 del Acto I del drama. La supresión
más importante es la que se refiere a la acotación en la que el autor describe
246
a don Carmelo. La descripción que el novelista hace de su personaje es de
una gran minuciosidad:
... Usa gafas de un azul muy claro, que se le corren sobre el caballete.
Viene a palo seco, es decir, sin balandrán, por ser buen tiempo. Es
limpio, y la sarga de su sotana, pulcra y reluciente, ciñe y modela sin
arrugas la redondez del abdomen, bien atacados todos los botoncitos
que corren desde el cuello hasta la panza... (p. 64).
Con respecto a esta detallada acotación la realizada por el dramaturgo
es insignificante:
El Cura, D. Carmelo, es grueso, jovial. Entra en escena por el foro,
y se dirige al Conde con los brazos abiertos, (p. 643).
Una constante en el paso de la novela a la obra de teatro es la elimi
nación de todos los soliloquios. Las tres escenas en las que el Conde habla
consigo mismo han desaparecido en la versión de 1904: J. III, 6; J. III, 12;
J. IV, 11. Los otros dos soliloquios pronunciados por don Rodrigo no han
sido eliminados, pero han perdido su naturaleza de monólogos al estar diri
gidos a personajes que actúan como interlocutores. Esto es lo que ocurre
en el Acto I, 11. En esta escena el Conde tiene como receptores al Cura y
al Médico. Lo mismo sucede con el soliloquio de la J. V, 14, que en el drama
es dirigido a Venancio (Acto V, 6).
Intentaremos exponer las causas a las que, desde nuestro punto de vista,
obedece la supresión de los diferentes monólogos en la obra de 1904. En
el Acto I, 11, se ha reducido la primera parte del soliloquio dirigida a dos
personajes que en la novela no están presentes, pero que en el drama ac
túan como interlocutores:
El Conde, solo, meditabundo.
¿Me ayudarán éstos en mis investigaciones?... ¿Se penetrarán del es
píritu de rectitud, del sentimiento de justicia con que procedo?... (con
desaliento). Lo dudo... Viven en ambientes formados por las conve
niencias, el egoísmo y la hipocresía, y cuando se les habla de la suprema
ley de honor, ponen cara de asombro estúpido, como si oyeran referir
cuentos de brujas... (pp. 78-79).
La dura crítica que el novelista hace de la sociedad es eliminada por el
autor de teatro. El lenguaje vehemente que emplea el abuelo en la redac
ción larga se suaviza en la obra de 1904. En este fragmento de monólogo
suprimido vemos cómo don Rodrigo habla de ese «ambiente formado por
las conveniencias, el egoísmo y la hipocresía». Esta misma tendencia a la
crítica social podemos observarla en los siguientes pensamientos expresados
por el Conde y eliminados también del drama:
Esto es más claro que la luz. Siempre lo has dicho, Albrit; siempre lo
247
has dicho. La causa de que las sociedades estén tan podridas, las causa
de que todo se desmorone es la bastardía infame... el injerto (sic) de
la mentira en la verdad, de la villanía en la nobleza... Tú lo has dicho,
Albrit; tú debes sostenerlo, Albrit... (p. 245).
J. IV, 11.
i Generación ingrata, generación descreída y que nada respetas, genera
ción parricida, pues devoras el pasado y menosprecias las grandezas
que fueron! (p. 300).
Los mayores insultos a la sociedad se hallan en esas escenas en las que
el Conde habla, en voz alta, consigo mismo. Al ser suprimidos estos monó
logos en la versión dramática, el espectador no podrá escuchar esas crudas
imprecaciones. Galdós intentó despojar su drama El abuelo de todo aquello
que pudiera ofender al público de principios de siglo. Creemos que esta es
la causa de la reducción de los diversos monólogos.
Como ya hemos dicho, otro de los temas tratados por Galdós en sus dos
obras es el del honor. La rigidez del Conde respecto a este concepto le lleva
a la decisión de matar a la que considera su nieta ilegítima. Al ser eliminada
en el drama la escena en que don Rodrigo proyecta y justifica su crimen,
la figura de Albrit aparecerá más humana ante los ojos del espectador. Sin
embargo, la ridiculez y locura del abuelo llega a su punto culminante en esa
escena de la novela:
Todos duermen: las niñas también, ignorantes de que urge expulsar
a la intrusa. Ley de justicia es. No he inventado yo el honor, no he
inventado la verdad. De Dios viene todo eso; de Dios viene también
la muerte, fácil solución de los conflictos graves. Tiene razón Laín: el
que usurpa, debe morir, debe ser separado... Rafael y yo separamos,
apartamos lo que por fraude se ha introducido en el santuario de
nuestra familia... (p. 245).
En el colmo de su monomanía llega a culpar a Dios de la injusticia y del
pecado del mundo. Este tratamiento irreverente es asimismo eliminado del
drama al suprimirse el monólogo correspondiente:
...Así anda el mundo, así anda la justicia... pero de eso no tenemos
la culpa los pobres mortales: es el de arriba quien tiene la culpa, el
que permite la rareza extravagante de que salga buena la falsa...
(pp. 246-247).
Con la eliminación de otro fragmento del mismo soliloquio el espectador
no podrá tener un conocimiento absoluto de la concepción maniqueísta que
predomina a lo largo de las dos redacciones. En cambio, el lector de la no-
248
vela descubrirá esa separación tajante entre el bien y el mal a través de una
frase pronunciada por el abuelo en dicho monólogo:
... Hasta podría ser... sí... podría suceder que la espúrea, que es Dolly,
fuera buena... buena y espúrea, ¡Qué sarcasmo! (pp. 246-247).
El meollo de las dos redacciones estriba en la creencia firme del Conde
en que, de las dos niñas, una tendrá que ser buena y la otra mala. Es im
posible que, aunque ilegítima una de ellas, las dos sean buenas o, lo que se
gún el Conde sería un sarcasmo, que la nacida del adulterio sea la buena.
La destrucción de ese maniqueísmo será otra de las tesis sostenida por don
Benito al final de su obra, tanto novelesca como dramática. Pero, como su
cede respecto al tema del honor, la potenciación de este antimaniqueísmo
no será tan intensa en el drama como en la novela.
La escena 1 del Acto II corresponde a la escena 1 de la Jornada III. En
el drama no se hace ninguna referencia al papel que don Pío va a representar.
La acotación señala únicamente lo que el espectador podrá ver por sí mismo:
Nell, Dolly y D. Pío Coronado, sentados los tres alrededor de una
mesa grande, en la cual hay papeles, tintero, libros de enseñanza, (p. 646).
En la novela, el autor no se conforma con la información directa que el
lector pueda recibir a través del diálogo, ya que nos describe no sólo el físico
de don Pío hasta el último detalle, sino que nos informa también acerca de
sus cualidades morales, de su pasado y de su situación en el momento de la
acción:
Maestro de escuela jubilado, desempeñó con eficacia su ministerio
durante treinta años, distinguiéndose además como profesor de materias
de la primera y segunda enseñanza. Su defecto era la flojedad de carác
ter y la tolerancia excesiva con la niñez escolar, (p. 145).
La reducción de diversas conversaciones entre el Conde y don Pío no
permite ver con tanta claridad la relación que entre ellos existe en la redac
ción larga. En ella don Pío y el Conde se presentan tan unidos que son como
las dos caras de una moneda. Ambos se complementan mutuamente. No se
suprimen los encuentros entre los dos personajes, pero sí se acortan sus
coloquios. Todas las disgresiones acerca del intento de suicidio del maestro
desaparecen por completo en la versión dramática. Son precisamente estos
coloquios los que aprovecha Galdós - novelista para presentarnos a estos dos
personajes en íntima relación. La pareja cervantina que constituyen don Ro
drigo y don Pío no está tan perfectamente trazada en el drama debido a esa
serie de supresiones.
Por otro lado, con la reducción de esas escenas referidas al suicidio la
profundidad filosófica y el humor quedan anulados casi por completo en el
drama. La comicidad con que Galdós trata la preparación de la muerte de
249
don Pío, que es de lo mejor en la redacción larga, desaparece en la versión
de 1904:
El Conde
Mejor. Así, fresquitos y bien desmenuzados, seremos más del gusto de
los peces.
D. Pío, sintiendo un intenso pavor
Es horrible... ¿Y qué hace uno en el estómago del pez?
El Conde, con lúgubre humorismo
Lo que haría probablemente Jonás en el vientre de la ballena: aburrir
se... porque no se dice que llevara periódicos que leer, ni baraja para
hacer solitarios, (p. 416).
Podríamos seguir señalando ejemplos de ese efecto cómico conseguido
por el autor de la novela, pero hemos de pasar a otro punto para no hacer
más extenso este trabajo.
Como ya dijimos, las reducciones llevadas a cabo por el dramaturgo eli
minan, además del humor, las disquisiciones filosóficas que plantea el abuelo
a don Pío. Las conversaciones que en torno al honor sostienen ambos per
sonajes son mucho más profundas y extensas en la novela que en el drama.
Con esto, la imposición de la tesis galdosiana con la consiguiente destruc
ción de lo que se había mantenido a lo largo de la acción es mucho más
rotunda en la obra de 1897 que en la de 1904. Las reflexiones respecto al
mito del honor son menos numerosas y expresivas en la obra de teatro:
El Conde.—...Yo he llegado a creer esta noche..., y te lo digo con
franqueza..., que si del honor pudiéramos hacer cosa material, sería
muy bueno para abonar las tierras, (p. 674).
En la novela las expresiones en boca del Conde y del maestro acerca
del honor son más abundantes y duras:
El Conde
Yo he llegado a creer esta noche... y te lo digo con franqueza..., que
si del honor pudiéramos hacer cosa material, sería muy bueno para
abonar las tierras.
D. Pío
Y criar la hermosa lechuga y el rico tomate...
El Conde
Y para la hortaliza social, para este mundo de ahora, nacido sobre
acarreos, la mejor substancia es la ignominia, la impureza y mezcolanza
de sangres nobles y sangres viles... Quedamos en que tú no aciertas a
decirme lo que es el honor, ni te has encontrado nunca esa alimaña
en tus excursiones filosóficas, (p. 415).
En la escena 2, que ha sido añadida por el dramaturgo en el Acto II,
aparece por primera vez el personaje del Alcalde. Es evidente la diferencia
con la aparición de ese mismo personaje en la novela. En esta la figura de
250
don José María Monedero es descrita con gran detalle en una acotación
(J. II, 2). Como hemos visto en otras ocasiones, Galdós no se limita a dar
una visión fotográfica del físico del Alcalde, sino que nos dice lo que éste
piensa y cómo ha llegado a su desahogada posición actual:
De origen humildísimo, empezó a sacar el pie del lodo con la carre
tería; trabajó honradamente después en distintas industrias, hasta que
halló su suerte en la fabricación de pastas para sopa. (p. 83).
Se trata de un personaje a quien el novelista ridiculiza constantemente.
Este tratamiento lo consigue mediante sus intromisiones en el diálogo y a
través del lenguaje utilizado por don José María. Las diversas intromisiones
por parte del autor son eliminadas del drama y, por lo tanto, el personaje
no aparecerá ridiculizado. Como ejemplo de estos comentarios en tercera
persona citaremos el siguiente:
El Alcalde, en jarras
Ya me va cargando a mí este fantasmón, que, después de todo, no es
más que un desagradecido, pues bien podía mirar que, enchiquerándole
en Zaratán, le dábamos más de lo que merece la polilla de sus perga
minos... Agradezca que da con un hombre de mi pasta... (No se re
fiere a la de la sopa), (p. 351).
Del mismo modo, el tratamiento humorístico a través del lenguaje es
rechazado por el dramaturgo en la versión teatral. Así podemos leer en la
novela:
El Alcalde
...Bien sabía el vejete que ayer celebrábamos tu fiesta monástica...
La Alcaldesa
Onomástica.
El Alcalde
... Y todo ello cuando acabábamos de atracarla de dulces y de aten
ciones, aquí, en tu fiesta numismática, (p. 352).
La sátira que Galdós —novelista— hace del Alcalde y su esposa, típica
pueblerina, es evidente en la forma en que describe la casa de ambos per
sonajes :
Sala baja en la casa del señor Alcalde de Jerusa, D. José María Mo
nedero, decorada con lujo barato, en toda la plenitud de la cursilería
con dinero, (p. 81).
Asimismo la eliminación de la Alcaldesa impide el conocimiento por par
te del espectador de uno de los personajes secundarios mejor trazados por
el autor de la redacción larga.
En la escena 4, que ha sido añadida en el Acto II, aparece por vez primera
el personaje de Lucrecia. Desaparece la acotación en la que el novelista hacía
251
su presentación, a pesar de que sólo se nos diera una visión fotográfica de
dicho personaje:
Es mujer hermosa, de treinta y cuatro años, del tipo que comúnmente
llamamos "interesante", mezcla feliz de belleza, dulzura y melanco
lía... (pp. 81-82).
La escena 8 del Acto II corresponde a la escena 5 de la Jornada II. En
el drama se suprime una digresión que el abuelo hace acerca de la escasa
validez de las leyes establecidas. Como ya hemos dicho anteriormente, a lo
largo de la acción narrativa se van creando una serie de líneas de conver
gencia que apuntan hacia las diferentes tesis que Galdós sostendrá al fina
lizar dicha acción. En la obra dramática estas líneas de convergencia no se
establecen y, por lo tanto, el espectador no podrá, de ningún modo, llegar
a las mismas conclusiones que el lector de la redacción de 1897. En la cita
a que me refiero el Conde da primacía a las leyes de la naturaleza frente a
las impuestas por el hombre. Ya sabemos cómo en El abuelo el amor natu
ral, ilícito, triunfa sobre el posible amor convencional del matrimonio:
El Conde, levantándose altanero
La que me habla no es la viuda de mi hijo, pues aunque ¡a ley, una
ley imperfecta, así lo dispone, por encima de esa ley está la autoridad
moral del jefe de la familia de Albrit... (pp. 139-140).
La escena 3 de la Jornada III se suprime en el drama. En ella don Car
melo y el Médico discuten con Gregoria y Venancio acerca del egoísmo de
éstos. El tratamiento insultante y despectivo que el narrador y el abuelo
dan a los antiguos criados de La Pardina se hace extensivo al Cura y a
Salvador Ángulo, quienes echan en cara a los actuales dueños de la finca de
Laín su egoísmo y ambición. El autor del drama, una vez más, suaviza este
duro tratamiento. Galdós novelista, en cambio, quiere demostrar que no
sólo el Conde, personaje caricaturizado y simbólico, sino también los otros
personajes sienten y expresan su desprecio hacia esa pareja de avaros:
El Cura
Vamos... siempre habéis de ser lo mismo... aldeanos que se ahogan,
aunque naden en la abundancia.
El Médico
Siempre llorando... y escondiendo a ¡a espalda las llaves del granero.
El Cura
¡Avarientos, mezquinos! (p. 167).
La escena 8 de la Jornada III coincide casi por completo con la escena 2
del Acto III, pero debido a los escasos cambios espaciales en la obra dramá
tica la realización de hechos que poseen un mismo significado es diferente
en cada una de las obras literarias. El lugar en el que se desarrolla la escena
octava de la novela es el campo, mientras que en el drama el espacio se sitúa
252
en una sala de la casa de La Pardina. De ahí que la misma discusión entre
las dos niñas, que llevará al abuelo a pensar que su nieta legítima es Nell,
obedezca a causas distintas en ambas redacciones.
En la escena 2 del Acto III se funden las escenas 8 y 9 de la Jornada III.
Al ser eliminado en esta escena el personaje de la Marqueza 13, encargado
de informar al Conde acerca de la afición de Dolly por la pintura —posible
mente heredada de su padre, el pintor Eraul—, tendrá que ser Nell quien
cumpla esta función. Hemos de señalar también que la digresión acerca de
la duda, leit-motiv de la acción tanto narrativa como dramática, tiene lugar
en la conversación que el Conde sostiene con la Marquesa o «Sibila de la
duda», como aquél la llama:
La Marqueza
Pues dude siempre el buen padre, y hártese de dudar y de vivir...
tomando las cosas como vienen, y vienen siempre dudosas, p. 224).
En el drama, en cambio, al ser suprimido dicho personaje, el Conde
tiene que dirigirse a dos interlocutores, sus nietas, que no comprenden lo
que el abuelo quiere decir:
La tempestad está en mi alma... ¿Sabéis qué tempestad es esta que
tengo aquí? Se llama la duda... (p. 659).
Se presenta la Marqueza como el receptor de los pensamientos que el
Conde emite en voz alta y, sobre todo, de sus reflexiones sobre la duda.
Ya en la antepenúltima escena de la acción narrativa le dice el Conde:
Ya no dudo: luego no existo... esto que ves en mí, no es la persona
de Arista-Potestad: es su esqueleto, (p. 411).
La única función de este personaje es la de escuchar y ratificar los razo
namientos del Conde. Al ser eliminado en el drama, el abuelo ha tenido que
renunciar a exponer algunas de sus reflexiones.
Otro de los personajes suprimidos en la obra de 1904 es el del Prior del
monasterio de Zaratán. En la escena 11 de la Jornada III es en la que se
nos da a conocer la figura del padre Maroto mediante la referencia de los
otros personajes. Debido a la eliminación de esta escena y del personaje del
Prior, el espectador no conocerá la técnica de nombres simbólicos empleada
por Galdós tanto en la novela como en el drama. Al ser eliminada esta figura
quedan también suprimidas del drama las escenas en las que aparecía: J. IV,
8, 9, 10. La supresión de este personaje, que es uno de los que poseen un
importante papel en la redacción larga, obedece a la misma causa que in
duce a Galdós —dramaturgo— a suavizar el duro tratamiento que el Conde
da a los criados de La Pardina y a Senén, así como el desprecio que muestra
hacia el Alcalde y su mujer. Está en la línea de la obra dramática, como ya
hemos dicho, evitar toda alusión que pudiera suscitar controversias en la
253
sociedad española del momento. La acalorada discusión entre el Conde y el
padre Maroto hace que aquél ataque vehementemente a esa persona que se
presenta como cómplice de la frivolidad y del pecado de Lucrecia:
No me hable usted de religión... Aquí no la quiero... ¡aquí, donde
tendría que oír las misas que dice usted con ese cáliz!... Del cáliz
nada tengo que decir, porque está consagrado... ¡Qué culpa tiene el
pobre cáliz!... ¡Pero la misa... usted... esa tal!... ¿Ni quién es esa
cuál para encerrarme a mí?... Me encierra porque no haga públicas
sus ignominias... ¡Y el Prior de Zaratán es su cómplice; el Prior de
Zaratán dice misa en su cáliz; el Prior de Zaratán se presta a ser mi
carcelero para que no hable, para que no investigue, para que no des
cubra la verdad odiosa!... (pp. 296-297).
La disputa entre ambos personajes no se reduce sólo a palabras, sino
que llegan incluso a hacer uso de la fuerza física. El carácter simbólico de
los personajes de El abuelo podría hacer que el padre Maroto fuera consi
derado por el espectador como la representación del clero español. Incluso
el nombre que en la novela se da al monasterio —Zaratán = 'cáncer de pe
cho'— podría suscitar sospechas en el público. De ahí la absoluta elimina
ción del prior y la sustitución de Zaratán por Zaratay, aunque el drama
turgo no haya querido anular la semejanza fónica que recuerda el verdadero
nombre. Es evidente que no era la intención de don Benito llevar a escena
un drama de contenido social o político. Como dice Joaquín Casalduero:
No quería Galdós que en el teatro se produjeran los mismos hechos
que en el estreno de Electro. El monasterio, el cáncer que roe el pecho
de España económicamente y sobre todo moral, espiritual e intelectualmente,
podía dar a la obra otro cariz14.
En cuanto a las últimas escenas del drama y de la novela, existe entre
ellas una equivalencia casi absoluta. La solución al problema planteado es
la misma en ambas obras. Ahora bien, el final de la novela es más preciso
y concreto. En ella tanto el narrador omnisciente como los mismos perso
najes nos informan detalladamente acerca de lo que harán en un tiempo pos
terior al de la acción narrativa.
La pregunta final, que deja sin contestación el narrador en la novela,
está enfocada hacia la destrucción de ese maniqueísmo que impera a lo
largo de la acción narrativa. El viejo maestro de las niñas de Albrit se plan
tea una cuestión que es la que el autor pretende que resuelva el lector: «¿El
mal... es el bien?» (p. 423).
La profundidad filosófica que caracteriza, como hemos visto, las conver
saciones entre el Conde y don Pío llega a su punto culminante en esta frase
con la que concluye Galdós la redacción de 1897. El drama, en cambio,
finaliza de forma enunciativa, sin ningún tipo de interrogación. El dramatur
go lo resuelve todo y no preocupará al espectador con nuevas disyuntivas.
254
«Niña mía..., amor..., la verdad eterna» es la última frase pronunciada antes
de la caída final del telón.
En resumen, los resultados obtenidos a partir del análisis comparativo
de los dos textos de El abuelo son los siguientes:
1. Debido a la economía dramática el autor de la obra de 1904 ha te
nido que suprimir una serie de situaciones que se daban en la redacción
larga. La consecuencia inmediata será una mayor cantidad de información
verbal que, de algunas escenas omitidas, tendrá que poner el dramaturgo
en boca de sus personajes.
2. Las acotaciones en la versión teatral tienen como finalidad señalar
el aspecto físico de algunos personajes y su posición en el escenario. Frente a
ellas nos hallamos con las largas descripciones del narrador omnisciente en
la novela.
3. Eliminación en el drama de todos los soliloquios pronunciados en la
redacción larga por la figura central.
4. La acción dramática se reduce casi exclusivamente al problema de la
búsqueda de la verdad por parte del Conde. El dramaturgo no da tanta im
portancia a los otros temas expuestos por el novelista.
5. El estudio realizado por el autor de la novela sobre la España del si
glo XIX es efectuado de forma superficial por el dramaturgo.
6. Las líneas de convergencia que potencian la destrucción del mito del
honor y de la concepción maniqueísta del universo son anuladas en la obra
de 1904.
7. Desaparición en el drama de la mayor parte de las alusiones a la
enseñanza oficial, que responde a esa tendencia del novelista a rechazar to
do lo establecido.
8. Supresión en la redacción de 1904 de todo matiz político-social.
9. La caricaturización de los personajes llevada a cabo por el novelista
es menos acentuada en el drama.
10. El humor que se consigue en determinados momentos de la acción
narrativa queda anulado en la obra de teatro.
11. El estilo irónico y, a veces, sarcástico del novelista desaparece en
la redacción de 1904.
12. Con la supresión de los diálogos del Conde con don Pío y la Marqueza
el drama pierde en profundidad filosófica respecto a la novela.
255
NOTAS
1 Casandra, Madrid, Ed. Perlado, Páez y Compañía, 1915, pp. V-VI.
2 "Realidad, novela en cinco jornadas por Benito Pérez Galdós", en La España
Moderna, Revista Ibero-americana, tomo XV, Madrid, marzo 1890, p. 149.
3 Op. cit., p. 217.
4 Op. cit., p. 218.
5 Realidad, en La Correspondencia.
6 El abuelo, Madrid, Est. tip. de la viuda e hijos de Tello, 1897, p. VI. A partir
de esta cita, las referencias a El abuelo se indicarán al final de las mismas.
7 Realidad, en La Correspondencia.
8 "Realidad y realismo", en ínsula, Madrid, n.° 82, 15 de octubre de 1952.
9 "Novela y teatro en Galdós", en Prohemio, I, 2, Barcelona, septiembre, 1970.
10 Historia del Teatro Español (Desde sus orígenes hasta 1900), Madrid, Alianza,
1967, p. 478.
11 Para la obra de teatro El abuelo manejo la que se encuentra en Obras Completas,
Vol. Cuentos y Teatro, 1.a ed., Madrid, Aguilar, 1971, pp. 636-670.
12 Op. cit.
13 Galdós escribe Marqueza y no Marquesa —como aparece en posteriores edicio
nes de El abuelo— ya que el nombre de este personaje deriva del de su marido, Za
carías Márquez.
14 Vida y obra de Galdós, Madrid, Gredos, 3.a ed., 1970, pp. 238-239.
256