NECESIDAD DE UN ESTUDIO SOCIO - CRONOLÓGICO DE LA

OBRA DE PÉREZ GALDOS

A. Hurtado de Mendoza

La bibliografía de estudios críticos de la obra de Pérez Galdós, pese a

la multiplicidad de temas estudiados, algunos exahustivamente y con verda

dero acierto, está agotada. También hay que decirlo, porque se trata de un

hecho cierto y consumado, que la nota de monotonía caracteriza a no pocos

de estos estudios, por ser mera repetición, con muy escasas variantes, de

otros precedentes, sin añadir a ellos, por tanto, nada nuevo ni sugestivo a

lo ya conocido en tal línea de investigaciones críticas. La acumulación de

«fichas», a veces, es un valladar muy difícil de superar en perjuicio y de

trimento de la creación personal interpretativa en el terreno de la creación

y entonces resulta que nos vemos obligados a asistir al hecho de una repe

tición de datos y notas, pacientemente «fichados», que nos demuestran la

tenacidad de la persona que ha realizado tal menester; pero al mismo tiem

po, nos encontramos con su total carencia de creatividad sobre la faceta o

vertiente de la materia que se haya tratado de estudiar.

No es que yo sea un enemigo «per se» de la acumulación de datos «ficha

dos» cuando se desea adquirir una base para estudiar una determinada ma

teria; pero mi criterio personal se fundamenta en que tales anotaciones no

deben pasar de simple apoyatura para desde ellas lanzarse, luego, al estudio

creador y personal creación de la obra literaria o de arte, etc., que se pre

tende estudiar. Lo contrario, para mí, es una tarea, sin duda benedictina;

pero monótona y vacía de sugerencias para el lector que busca la interpre

tación personal que, incluso, en algunos casos puede llegar a la conclusión

de que la obra del estudioso, supere en sugerencias y nuevos horizontes, la

materia que ha sido estudiada por el exégeta.

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Creo que la obra de Pérez Galdós está falta de un estudio crítico sociohistórico,

o sea, de examinar cada una de sus obras en relación con la fecha

del año en que fueron publicadas en el medio ambiente social en que se pu

sieron al alcance de los lectores y con este antecedente valorar en su justa

estimación las ideas sugerentes y resueltamente alertadoras de la sociedad

en que vivió Pérez Galdós, para atraer su imperativa concienciación sobre

la trágica problemática que la atenazaba e inmovilizaba en un negativismo

alarmante y, sin duda, en contradicción abierta con la ideología social que

ya recorría, todo el continente europeo, manteniendo a España al margen

de sus indudables progresos y superación de estructuras inadmisibles, por

sus efectos paralizadores en aquellas calendas.

Desde «La Fontana de Oro» a «Cánovas», Pérez Galdós siguió una línea

inalterable, en su obra, de lanzar incansablemente ideas y sugestiones para

superar un hecho que, desde un principio, captó con toda claridad, es decir:

el continuo hacer y deshacer, desde las Cortes de Cádiz, de 1812, en las

altas esferas de la política nacional, sin ningún objetivo creador, sino siem

pre con la mira puesta en meros intereses personalistas de partidos o capi

llas políticas, sin otro horizonte que el de derribarse unos a otros y derribar

con obcecadas reacciones los leves intentos de progreso liberal que se in

tentó poner en práctica en aquellas históricas Cortes gaditanas, que no de

searon instaurar ninguna clase de extremismos socio-políticos en nuestro

panorama político, sino sencillamente ponerse a tono con las realidades de

tal orden que ya eran la norma de vida vulgar y corriente en toda Europa,

en la imperativa necesidad de superar fases sociales de claro sentido me

dieval, que ya no podían sostenerse como norma de vida comunitaria bajo

ningún aspecto. Esta realidad la captó con notable visión Pérez Galdós y

haciendo de su obra una tribuna, una cátedra, si se quiere, trató de comu

nicarla a los integrantes de la sociedad en que tuvo que vivir con el noble

propósito de llamar a todos a la concordia, a la necesaria reconciliación, para

de esta forma creadora, desechando enervantes personalismos, poderse in

tegrar en la misión altruista de crear una moderna nacionalidad y nunca

seguir sosteniendo una remora inadmisible que, como era lógico, impedía

toda posibilidad de progreso en la vida nacional con el consiguiente bienes

tar para los integrantes de su ente social.

Esta conducta que se impone Pérez Galdós y que desarrolla, constante

mente, con una fe inquebrantable a lo largo de su obra, no es justipreciada,

ni mucho menos, por determinados estamentos sociales de aquellos días y,

por consecuencia, tiene que sufrir todas sus dentalladas, porque entonces

los medios de comunicación y el escenario político están dominados por ca

pillas de mandones interesados en la defensa de sus grandes o medianos in

tereses personales y en la Prensa, por desgracia, campea una bandada de lo

greros que, carentes de toda independencia crítica, salvo muy honrosas ex

cepciones, no ve más allá de la prebenda en cualquier departamento del

ubérrimo presupuesto ministerial y, en escala descendente, hasta la última

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guarida pueDlerina, que se logra a base de estar siempre a las órdenes del

mandón de turno.

En medio de este raquítico panorama nacional, la obra de Pérez Galdós,

es una admirable excepción de ciudadanía e independencia ética para alertar

a sus conciudadanos sobre la fatalidad de los grandes males nacionales que

les están conduciendo a la ruina total en todos los aspectos.

Pérez Galdós ingresa a los 14 años, en 1857, en el Colegio de San Agus

tín, de Las Palmas, fundado por el Gabinete Literario en 1845, que, a su vez,

en 1.° de enero de marzo de 1844, fue creado por los patriotas canarios don

Antonio López Botas y don Juan E. Doreste.

En claustro de profesores de este Colegio, de tan relevante importancia

en la formación de varias generaciones de jóvenes estudiantes canarios, figu

raba la descollante personalidad del canónigo don Graciliano Afonso Naran

jo, enciclopedista convencido, nacido en la Villa de la Orotava (Tenerife),

en 1775, diputado a Cortes en Cádiz, en 1812, desterrado al advenimiento de

Fernando VII, a las Antillas, de las que no regresó hasta la muerte del mo

narca absolutista, siendo su director espiritual, Mayordomo, profesor de 1.°

de Lengua griega y de 3.° de castellana y latina y asimismo del Seminario con

ciliar, gran amigo de don Bartolomé Martínez de Escobar y preceptor de

sus hijos don Teófilo, don Amaranto y don Emiliano y nada discreto adver

sario de la Santa Inquisición. Sin duda, la notable personalidad de Afonso

Naranjo, influyó no poco en la del joven estudiante Pérez Galdós, que a los

19 años revalida sus estudios de segunda enseñanza en el Instituto de La La

guna y con su título de Bachiller en Artes, acto seguido, y desde Santa Cruz

de Tenerife, parte hacia Madrid para estudiar en su Universidad, Leyes,

según los imperativos deseos de su familia.

En 1862 llega Pérez Galdós a Madrid y entonces se lanza de lleno en su

medio ambiente político y literario, frecuentando tertulias de cafés, redac

ciones de periódicos y semanarios, puntos neurálgicos de la política nacio

nal, recorriendo toda la topografía de la vida popular madrileña, hasta lle

garla a conocer a la perfección, movido por unas ansias de conocimientos

personales del medio ambiente que le llevan al total dominio de toda la geo

grafía de lugares, barrios, personas, modos de vivir y toda clase de inciden

cias de la vida madrileña hasta dominarla por completo. La previa forma

ción liberal que había adquirido, sin duda, en el ambiente docente del Co

legio de San Agustín, es una brújula que le sirve a la perfección para, con

sus 19 años, saber situarse en la encrucijada de la vida de Madrid, sin des

quiciarse y, por tanto, desde un principio se da cuenta de que la problemá

tica angustiosa y negativa que atenaza la vida nacional, no es otra que la

negativa.

Su obra, por tanto, no es la de un esteta ni tampoco la de un elitista,

sino un perenne mensaje de aliento a sus lectores para incitarles a salir de

la inercia o pesimismo en que se encuentran sumidos, invitándoles a reani

marse en la tarea común de reconstruir una nueva línea de vida liberal, de

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mutuo respeto de ideologías y alentada con el objetivo de conseguir una pa

norámica nacional diametralmente opuesta a la mezquina y sin alientos que,

entonces, se está viviendo a costa de tantas amarguras y desastres.

Sus obras, desde «La Fontana de Oro» (1868) hasta «Cánovas» (1912) es

un incesante lanzar al medio ambiente ideas y sugerencias de aliento y es

tímulo, poniendo de manifiesto toda la problemática social en consonancia

con las ideas que ya están aceptadas o en camino de serlo en Europa.

1. En 1909 en «El caballero encantado», se puede leer esta previsión:

«Los capitales españoles sólo trabajan en la comodidad de la usura, que es

una cacería de acecho, como la de las arañas. La poca industria que hay es

extranjera, y la española, en funciones mezquinas, busca beneficio pronto y,

naturalmente, usurario».

2. En «Fortunata y Jacinta» (1876) escribe, con respecto al Delfín Juanito

Santa Cruz, casado con Jacinta en 1871: «¡Valiente truhán! ¡Si no

tenía nada absolutamente que hacer más que pasear y divertirse!... Su padre

había trabajado toda la vida como un negro para asegurar la holgazanería

dichosa del príncipe de la casa... Don Baldomero no había podido sustraerse

a esa preocupación tan española de que los padres trabajen para que los hi

jos descansen y gocen. Recreábase aquel buen señor en la ociosidad de su

hijo como un artesano se recrea en su obra»...

3. En la misma obra anterior: «...la formidable clase media, que hoy

es el poder omnímodo que todo lo hace y deshace, llamándose política, ma

gistratura, administración, ciencia, ejército, nació en Cádiz entre el estruen

do de las bombas francesas... El tercer estado creció, abriéndose paso entre

frailes y nobles; y echando a un lado con desprecio estas dos fuerzas atro

fiadas y sin savia, llegó a imperar en absoluto, formando con sus grandezas

y defectos una España nueva».

4. En la misma obra: «La base y apoyo de los republicanos españoles,

como ya hemos dicho, está fundada enteramente en las relaciones de la pro

piedad existente. No podemos esperar que se expropie a los grandes propie

tarios de la tierra, ni que se liquiden los privilegios de la Iglesia católica ni

que se limpien los establos de la burocracia civil y militar. La 'camarilla'

monárquica se reemplazará simplemente por una 'camarilla republicana', y

tendríamos una nueva edición de la corta y estéril república de 1873-74».

«...al marqués lo que le tiene con el alma en un hilo es que se levante

la clase obrera*.

Una masa obrera que, como apunta J. Rodríguez-Puértolas, «ya había

celebrado su primer congreso en 1870, que participaba en las tareas de la

Internacional de 1871, cuya Sección francesa había aterrorizado a la bur

guesía europea con la Comuna de ese mismo año y que en la propia España,

en Alcoy, mostraría poco después su valor revolucionario. No es por casua

lidad que Moreno-Isla sostenga la idea de que en España no hay sino tres

cosas buenas: La Guardia Civil, las uvas de albulo y el Museo del Prado».

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5. Guillermina Pacheco, uno de los personajes centrales de «Fortunata

y Jacinta», se expresa así con respecto a la restauración monárquica de Al

fonso XII: «...porque lo hemos traído con esa condición: que favorezca

a la beneficencia y a la Religión». Y don Baldomero Santa Cruz, remacha:

«¿Qué me dicen del rey que hemos traído! Ahora sí que vamos a estar en

grande»...

6. En 1885, antes de escribir «Fortunata y Jacinta», en su «Cronicón»

(1883-1886), afirma: «El gran problema social que, según los síntomas, va a

ser la gran batalla del siglo próximo, se anuncia en las postrimerías del ac

tual con chispazos, a cuya claridad se alcanza a ver la gravedad que entraña.

Los mismos perfeccionamientos de la industria lo hacen cada vez más pa

voroso, y la competencia formidable, trayendo inverosímiles baraturas y fun

dando el éxito de ciertos talleres sobre las ruinas de otros, produce desas

tres económicos que van a refluir siempre sobre infelices asalariados. En

estas catástrofes, el capital suele salvarse alguna vez; el obrero sucumbe casi

siempre*.

7. En julio-diciembre de 1909, escribe «El caballero encantado», que

tiene sus antecedentes en circunstancias ambientales a escala nacional e in

ternacional que se han desarrollado en 1879 con la fundación en España del

PSOE; en 1886 con la publicación de «El Socialista»; en 1888, la creación

de la Unión General de Trabajadores; 1899, participación en la II Interna

cional Socialista; 1890, celebración del 1.° de Mayo; 1892, asalto y toma de

Jerez de la Frontera por las masas de obreros campesinos; 1893, huelga na

cional revolucionaria en San Sebastián y guerra de Melilla; 1897, asesinato

de don Antonio Cánovas del Castillo y en el año anterior, proceso de

Montjuich; 1898, el Desastre de las colonias; 1902, motines de gran violen

cia anticlericales en Zaragoza.

8. En 1912 es entrevistado por Antón Olmet y Carraffa, y tras unas

manifestaciones despectivas, según escribe J. Rodríguez-Puértolas, para la

política habitual y para los propios republicanos, Galdós declara lo siguiente:

—«¿Qué preveo? Que todo seguirá lo mismo. Que volverá Maura y Ca

nalejas. Que los republicanos no podrán hacer lo que sinceramente desean

y que así seguiremos viviendo hasta... Hasta que del campo socialista so

brevengan acontecimientos hondos, imprevistos, extraordinarios.

—«Entonces ¿cree usted en el socialismo?

—«Sí. Sobre todo en la idea. Me parece sincera, sincerísima. Es la única

palabra en la cuestión social.

«Hizo una pausa el gran escritor. Luego, extendiendo profética una de

sus manos venerables, dijo en voz baja:

—a ¡El socialismo! Por ahí es por donde llegará la aurora*...

9. En «Narváez» (1902), Pérez Galdós penetra en la vida del campesina

do. Veamos: «Quien dice labranza, dice palos, hambre, contribución, apre

mios, multas, papel sellado, embargo, pobreza y deshonra... salta en cada

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momento la cuestión de las cuestiones, aquella que ya trae revuelto a los

hombres, desde que los hijos de Adán, o sus nietos, y bisnietos dieron en

sembrar la primera semilla: la cuestión del tuyo y mío, o del averiguar si

siendo mío el sudor, mía, verbi gracia, la idea, y míos los miedos del ábrego

y del pedrisco, han de ser tuyos los terrenos abiertos y la planta y el fruto...,

no he podido trabajar nunca sin que a cada vuelta me salieran la partida tal,

el fuero cual, el fisco por este lado, la escribanía por otro, las ordenanzas,

los reglamentos, las premáticas, el amo de la tierra, el amo del agua, el amo

del aire, el amo de la respiración y tantos amos del infierno, que no puede

uno moverse, pues de añadidura viene el sacerdote con sus condenaciones,

y delante de todos el guardia civil, que se echa el fusil a la cara... y, si uno

chista, cátate muerto».

10. En «El caballero encantado» puede leerse, este aserto definitivo del

panorama político: «Aquí vivimos de mentiras. Decimos que ya no hay Es

clavitud. Mentira: hay Esclavitud. Decimos que no hay Inquisición. Menti

ra: hay Inquisición. Decimos que ha venido la Libertad. Mentira: la Liber

tad no ha venido, y se está para allá muerta de risa».

11. En «La desheredada», nos describe a don Gaitán de Sepúlveda, con

estos rasgos certeros: «Era terrateniente, fuerte ganadero y monopolizador

de lanas, banquero rural y de añadidura cacique o compinche de los cacicones

del distrito; hombre, en fin, que a todo el mundo, a Dios inclusive,

llamaba de tú»... «Hazte valiente, aunque no lo seas, y si te cogen, di que

te quejarás al señor Gaitán o que pidan informes de ti a cualquier Gaitín,

porque aquí no hay más ley que el capricho y el me da la gana de esa fami

lia. Los alcaldes son suyos, suyos los secretarios de Ayuntamiento, suyos el

cura y el pindonguero juez, ya sea municipal, ya de primera instancia... Los

tiranos aquí se llaman Gaitines, en otras tierras de España se llaman Gaitanes

o Gaitones... Pero todos son los mismos».

12. Pérez Galdós define a «Doña Perfecta», como «un cacique con fal

das»...

13. En 1912, en «Cánovas», o sea, cuatro años después de haber escrito

«El Caballero encantado», concreta esta idea que se masca en el medio am

biente: «Alarmante es la palabra revolución. Pero si no inventáis otra me

nos aterradora no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir

de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de la Nación. Declaraos

revolucionarios, díscolos, si os parece mejor esta palabra; contumaces en

la rebeldía. En la situación en que llegareis andando los años, el ideal revo

lucionario, la actitud indómita, si queréis, constituirán el único síntoma de

vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es

consunción y acabamiento... Sed constantes en la protesta, sed viriles»...

¡Y cuando Pérez Galdós hace estas rotundas y realistas afirmaciones

tiene 69 años!...

Prosigue escribiendo en la misma obra anterior: «Los dos partidos que

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se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son dos manadas

de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de

ideales; ningún fin elevado les mueve; no mejorarán en lo más mínimo las

condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos

tras otros, dejando todo cómo hoy se haya, y llevarán a España a un estado

de consunción que, de fijo ha de acabar en muerte... Si nada se puede espe

rar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revo

lucionaria... No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño, ni en los an

tidiluvianos, esos que ya chillaban en los años anteriores al 68. La España

que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando,

a mi entender, tan anémica, como la otra. Han de pasar años, lustros tal vez,

quizás medio siglo largo, antes de que este régimen, atacado de tuberculosis

étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de

lumbre mental»...

Creo que con las anteriores matizaciones he dejado probado que Pérez

Galdós fue un escritor que a lo largo de su dilatadísima creación literaria

e histórica, siguió siempre una misma constante ideológica, con las varian

tes y matizaciones de situación adecuadas; pero no fue ese escritor lila que

se nos ha querido dar que, solamente, en algunos ratos de mal humor escri

bió determinadas acritudes ni tampoco fue un escritor «elitista», estúpida y

cobardemente encerrado en su egocentrismo narcisista. Fue un escritor rea

lista, eminentemente entroncado y enlazado con la problemática ambiental

de sus días y su obra es un continuo mensaje, yo diría: un angustiado men

saje a su pueblo para sacarlo del negativismo en que se encuentra anclado

y por este motivo utiliza un lenguaje sencillo, claro, inteligible, sin afecta

ciones académicas ni banderías de intrascendentes «ismos» ocasionales.

«Sus personajes —escribe Pío Baroja en 1899— están tomados de la rea

lidad, hablan como nosotros, tienen nuestras faltas y defectos, y son, sobre

todos, reales, al mismo tiempo que ficticios».

Lo cual es cierto, porque está de acuerdo con la tesis que Pérez Galdós

sostuvo siempre para crear su obra y que expresa concretamente al prologar

la obra de José María Salaverría, «Nuevos retratos». O sea: «Las posadas

y la clase tercera del ferrocarril son excelente posición para hablar directa

mente con la raza».

Creo que con las notas anteriores que he dejado señaladas, queda bien

demostrado que Pérez Galdós fue un escritor perfectamente ambientado en

la problemática que agarrotaba la vida nacional desde que lanzó su obra ini

cial «La Fontana de Oro» (1868) hasta que, ya ciego, dictó la última, «Cá

novas» (1912) y que esta orientación no decayó ni un instante, desde el prin

cipio al final. Pérez Galdós captó perfectamente, desde luego, que la trage

dia de España, arrancaba a partir de que en las Cortes de Cádiz, de 1812,

unos hombres moderadísimos y de buena voluntad, trataron de airear un

poco el ambiente nacional con ciertos principios doctrinales de imperativo

263

liberalismo que, sin ninguna anormalidad, ya eran principio de vida en Euro

pa y cuyos buenos propósitos son contrarrestados por la brutal reacción ab

solutista que inspira el régimen de Fernando VIL Desde entonces la vida na

cional se desenvuelve en una continua cadena de eslabones que van desde

determinadas aspiraciones liberales que se arrasan con tremendas reacciones

absolutistas, y así una década y otra, mientras España permanece en medio

de esta lucha obcecada, de unos y otros, que la inmoviliza y la deja, siendo

geográficamente parte de Europa, al margen de todas las progresivas doctri

nas que auspician su vida y hacen posible una normal convivencia de sus

pobladores, sin las convulsiones brutales que a cada paso, se registran en la

vida de España, sin resultados positivos y con destrucción constante de sus

valores morales y materiales. Este hecho que no creo exagerar que, desde

1812 ha llegado a invadir nuestros días, inclusive, lo percibe en toda su tris

te realidad, Pérez Galdós, y con verdadero tesón y constante angustia, desde

las páginas de sus obras, lanza ideas y sugerencias, observaciones y críticas

profundas, para que se conviertan en normas de conductas positivas en aras

de lograr metas de progreso y cultura en una ansiada convivencia humana.

Me interesa matizar este extremo de la obra de Pérez Galdós, como digo,

en relación directa e imprescindible con la data de la fecha en cada una de

ellas fue lanzada al público de sus posibles lectores, sencillamente, porque no

pocos exegetas de su obra han pretendido presentarle como un escritor lila

o incoloro que, en algunos momentos en que se le pudiera haber agriado la

digestión, entonces reaccionaba escribiendo unas cuantas incongruencias, pa

ra pasado la acidez gástrica, volver a su andar de escritor motilón, y esto

es una gran mixtificación, porque no obedece a la realidad de los hechos y,

mucho menos, a la conducta valiente, honrada, constante e independiente

de Pérez Galdós en aras de aunar buena voluntad para reconstruir una ver

dadera y moderna vida de convivencia nacional que, como creo, también,

me parece que aún estamos muy lejos de alcanzar, pese a todos los acontemientos

de que, por desgracia, hemos sido autores u obligados espectadores,

pero con igual inutilidad, porque en uno y otro caso, no hemos extraído de

ellos ninguna lección ni experiencia para intentar sacar a España de la re

mora en que ha permanecido hundida, con leves alternativas de nobles aspi

raciones ciegamente contrarrestadas por iras absolutistas, desde 1812, por

desgracia, a la fecha...

De esta afirmación, de la que estoy firmemente convencido, después de

haber meditado mucho sobre la obra, en conjunto, de Pérez Galdós, se deri

van, muchas otras consecuencias que, al menos, ligeramente también deseo

sugerir, porque de ellas se ha hecho víctima propiciatoria al clarividente es

critor canario, por su nacimiento, pero hoy, por su aceptación, mundial, si

su obra se lee con los ojos de la inteligencia y no de prestado y por salir

del compromiso, que es como en la mayoría de los casos se han asomado

muchos sedicentes lectores a su inmensa creación.

264

Pues bien; a lo que iba: Se ha imputado a Pérez Galdós poseer un es

tilo literario chabacano e incluso «garbancero», según frase superficial y jo

cosa del extravagante don Ramón María de Valle-Inclán, y los que tal im

putación le hicieron y no pocos «elitistas» aún le hacen, no se dan cuenta

de su inanidad crítica, porque, precisamente, ese es el mejor elogio que se

puede hacer del estilo de Pérez Galdós, que no pretendió jamás dirigir sus

angustiados mensajes a ilustres señores académicos, sino al pueblo español

y para ser entendido y asimilado por éste su estilo literario tenía que ser,

no achabacanado y «garbancero», sino llano, claro y exponente directo de

todo lo mucho que tenía que comunicar. Esto fue una meta perfectamente

lograda, porque, ciertamente, las obras galdosianas fueron vendidas, entonces,

por millares y su consenso popular, verdaderamente popular, se puso de

relieve con ocasión de conducir sus restos mortales al cementerio el día de

su entierro. Una verdadera manifestación de afecto popular sin ninguna cla

se de tramoyas oficiales. ¿Qué otro escritor, hasta nuestros días, desde en

tonces ha provocado un hecho semejante? Esto demuestra su maestría al

saber establecer un comprensivo diálogo con la enorme masa de seres del

pueblo que fueron sus lectores constantes y el impacto que en el ámbito na

cional produjo la publicación de la obra galdosiana, creo que sería baladí

recalcarlo, por ser, sencillamente, un hecho histórico.

Creo que es imperativo hacer un estudio crítico socio-cronológico de ca

da una de las obras de Pérez Galdós que, en conjunto, integran su ingente

creación literaria. Esta sería la forma, el camino, el vector, por el que se

podría comprender la enorme cantidad de ideas avanzadísimas que Pérez

Galdós lanzó desde las páginas de sus obras al pueblo español, con intencio

nes de remover el marasmo ambiental en que estaba sumido, e incitarlo a la

tarea de aunar buenas voluntades para levantar las imperativas estructuras

de una edificación nacional a tono con la europea de la que, por las mez

quindades de nuestra política de burgo podrido, habíamos quedado total

mente marginados.

En 1559, Felipe II, prohibió, con el rosario en la mano, a todos sus sub

ditos, bajo pena de muerte, salir a estudiar en los centros de enseñanza del

extranjero, con excepción de Bolonia, Roma, Ñapóles y Coimbra. En 1843,

o sea, cuando nace Pérez Galdós, el ministro de Instrucción Pública, Gómez

de la Serna, pensiona a don Julián Sanz del Río, para que vaya a Heidelberg

(Alemania), a estudiar todas las corrientes filosóficas que ya iban de un rin

cón a otro de Europa. Así queda cerrado el período de aislamiento y oscu

rantismo iniciado por Felipe II en 1559 con la obcecación de preservar a Es

paña contra la herejía de los protestantes europeos. Con Sanz del Río, se

pretende incorporar España a la cultura europea; pero el asombro que le

produjo a Sanz del Río la comparación entre el medio ambiente cultural de

España con el que se respiraba en Alemania, le obliga, honradamente, a se

pararse de su cátedra, a su regreso, «por no considerarse suficientemente

265

preparado para desempeñarla, y sólo nueve años más tarde, en 1854, pensó

poder reanudar sus tareas educadoras», según ha escrito don Joaquín Casalduero.

Pérez Galdós, como he dicho y repito, al llegar a Madrid, con su indu

dable influencia liberal del Colegio de San Agustín, por la presencia en su

claustro de una personalidad tan notable como la del canónigo enciclope

dista y ex-diputado de las Constituyentes de Cádiz, de 1812, don Graciliano

Afonso Naranjo, se sitúa perfectamente frente a la realidad ambiente que

desde todos los cuadrantes nacionales converge en la capital de España y

prueba de ello es que en 1868, es decir, cuando sólo cuenta con 25 años,

pues ha nacido en Las Palmas el 10 de mayo de 1843, lanza su novela maes

tra «La Fontana de Oro», con la que, según Casalduero, «comienza la novela

moderna en España».

«El 22 de junio de 1866 tuvo lugar la sublevación de los sargentos del

cuartel de San Gil —escribe Casalduero—, y días después presenció el paso

de los sargentos llevados en coche, de dos en dos, por la calle Alcalá arriba,

al sitio donde fueron fusilados». «Estos sucesos dejaron en mi alma —escribe

Pérez Galdós—, vivísimo recuerdo y han influido considerablemente en mi

labor literaria. Transido de dolor los vi pasar en compañía de otros amigos.

No tuve valor para seguir la fúnebre trailla hasta el lugar del suplicio, y

corrí a mi casa tratando de buscar alivio a mi pena en mis amados libros

y en los dramas imaginarios».

En «Ángel Guerra» y en «La de los tristes destinos», vuelve a proyectar,

aunque de manera diferente, la enorme impresión recibida con aquel brutal

hecho presenciado por el joven escritor canario a lo largo de una céntrica

calle madrileña. «Esto es una infamia; esto es una infamia», —escribe Pérez

Galdós— en «Ángel Guerra».

«Para tratar de explicarse el origen de esas infamias y locuras —añade

Casalduero—, crueldades e injusticias, para procurar suprimirlas y hacer que

sus compatriotas pudieran vivir una vida laboriosa y fecunda, en medio de

la libertad y el orden, fue por lo que a los 24 años, comenzó La Fontana

de Oro.

Creo que hay que centrar la obra de Pérez Galdós, a estas alturas, en

su eje cronológico, para llegar a comprender entonces su verdadera inmen

sidad, su enorme poder de aleccionamiento y advertencia, su constante in

tención de superar «obstáculos tradicionales», para emprender una vía de

imperativo progreso. Entonces se podrá llegar a comprender en conjunto el

valor de la obra total de Pérez Galdós, el talento e inteligencia que signifi

can mantener en alto una antorcha de tal calibre desde 1868 a 1912, sin

desviaciones ni desfallecimientos, si bien, con diversas matizaciones y alter

nativas circunstanciales; pero siempre persiguiendo el mismo objetivo

creador.

266

Ahora, hoy, creo que la obra de Pérez Galdós, es de una imperativa ac

tualidad, sin duda, pero no creo que la alcance, porque atravesamos desa

foradamente por una fase de protagonismos desorbitados que es la versión

de la sociedad de consumo, del clásico narcisismo mitológico, en definitiva,

aunque sus protagonistas crean lo contrario. Se pretende partir de cero para

que despejado el campo de actuaciones protagonistas, de toda clase de po

sibles sombras, así poderse autoadorar mejor, con no pocos medios sofisti

cados puestos en juego; pero que una interpretación ortodoxa freudiana su

perficial, nos conduce a planos de inevitable claridad y génesis motivacionales.

Este estudio crítico socio-cronológico nos permitiría contabilizar la enor

me cantidad de ideas, con proyección de actualidad, que recogió Pérez Galdós

en su obra y las lanzó al medio ambiente de la sociedad anquilosada y con

tradictoria de sus vivencias, con el deseo de advertirla de los errores que se

empeñaba en perpetuar con unos afanes pueblerinos, para desviándola de tan

negativos fines, conjuntar una obra de modernización y creatividad social,

dentro de unas normas de libertad y respetuosa convivencia.

Los críticos motilones de la obra de Pérez Galdós le colgaron muchos

sambenitos negativos sin darse cuenta que lo que a él le interesaba era aler

tar a sus contemporáneos sobre tantos males como atenazaban la vida na

cional y no perder el tiempo describiendo estéticos paisajes literarios para

en ellos o sobre ellos hacer que se movieran figuras de mera ficción.

A Pérez Galdós le acuciaba transmitir a sus lectores trozos asfixiantes

como los que son la tónica de los rincones de España que figuran en «Doña

Perfecta», «Gloria», «Ángel Guerra», «La familia de León Roch», «Fortunata

y Jacinta» (esta novela es de escenario muchísimo más ampliado), «El Au

daz», entre otras, que sería muy dilatado citar, por las que desfilan persona

jes reales siniestros y que se mueven en ambientes, como doña Juan Rey;

en ambientes degradados, en los que figuras como las del Penitenciario de la

catedral de Orbajosa, se desenvuelven como el pez en el agua, y presenta,

en estos ambientes o relacionados con ellos, el desfile constante de figuras

aterradoras por su configuración social e ideas cavernarias y si estaba em

peñado en esta tarea, era lógico que no le prestara la menor atención a de

terminados cánones de pura Preceptiva Literaria o de intrascendentes nar

cisismos literarios.

La obra de Pérez Galdós, en España, como la de Emilio Zola, en Francia,

es eminentemente combativa, polémica, sugerente, alimentadora de reaccio

nes constructivas contra el inmovilismo y la ausencia de ideas liberales crea

doras de una humana convivencia generalizada, y los genios de esta altura,

que estuvieron empeñados en propósitos tan profundos, no podían perder

el tiempo en atender las voces de los que con figuras de hormigas en torno

a sus figuras de gigantes del pensamiento creador, trataban de entorpedecerles

su decidido caminar hacia la prosperidad de los seres humanos en un

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medio social adecuado al desarrollo de estos fines imperativos, hacia la aspi

ración de crear una sociedad radicalmente distinta hasta la que entonces

estaba rigiendo los destinos humanos sobre estructuras medievales, perpe

tuadas por la pantomima sangrienta de un politiqueo a ras del suelo, por

no decir de mera alcantarilla.

El día que se haga el estudio cronológico que he dejado propugnado en

las líneas anteriores, se verá claro de que su autor propugnó, desde el prin

cipio al fin, por la transformación de todas las desfasadas estructuras socia

les que le tocó vivir en sus días y dentro de cuyo marco no se podía alcanzar

ninguna cota de progreso material y cultural, y esta ardua tarea la realizó

haciéndose intérprete de ideas que ya eran lo normal en la vida europea y

que, sin embargo, en el ambiente enrarecido y mezquino de la España de

entonces, parecían y se interpretaban como verdaderos sacrilegios. Esto quie

re decir que Pérez Galdós estaba atento a todo el cúmulo de ideas y doctri

nas sociales que ya eran de normal aceptación en Europa; pero, por esto

mismo, en nuestro medio ambiente se estiban de un extremismo inaceptable,

dentro del ambiente que el calomardismo y congéneres habían impreso en

nuestras normas sociales, torpedeando toda posibilidad de una convivencia

progresiva.

¿Qué otro escritor, contemporáneo de Pérez Galdós, hizo otro tanto en

el marco de su obra? El horroroso cerco y muerte final que sufre el inge

niero José Rey desde que pone el pie sobre la tierra de ajos de Orbajosa,

no más de entrar en normal conversación con los personajes que forman el

elenco del «cacique con faldas», doña Perfecta, no creo que sea exagerado

afirmar que es la misma suerte que, desde las Cortes de Cádiz, de 1812, su

fren todos los que tienen su misma formación intelectual e ideológica, un

día y otro día, en este terrible movimiento pendular que, como antes he

apuntado, va desde unas leves aspiraciones de liberalización frente a las

tremendas reacciones absolutistas en sentido contrario, sin que, por des

gracia, se alcance a colegir en el horizonte político cuándo tendrá fin este

bárbaro tejer y destejer en la nada y la ineficacia, en todos los conceptos

que deben ser la base del progreso y modernidad de las estructuras de nues

tro ente social.

Entonces, Pérez Galdós, en medio de un ambiente generalizado de la

tremenda Orbajosa, quema su vida predicando en sentido contrario y con la

misma singularidad de José Rey, frente a la vaciedad e incomprensión, trata

de aunar voluntades para derribar esa muralla de ostracismo degradante.

Ahora mismo, en nuestros días, cuándo estamos presenciando los asombro

sos traumas de incomprensión, de un lado y otro, que se están produciendo

cuando se trata de instaurar una convivencia democrática, resulta entonces

más grandiosa la obra realizada por Pérez Galdós en la suya y se le puede

calificar de un genial precursor de todas aquellas sugerencias ideológicas lan

zadas por él que aún, como vuelvo a repetir, el intentar realizarlas en nues-

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tros días, aún choca con tantas incomprensiones y violencias negativas, por

que seguimos especulando con conceptos democráticos, en abstracto, pero,

¿cuántos son los partidos o los dirigentes de los mismos, que en el terreno

de la práctica, pretenden realizarlas e imponer el acatamiento de todos a su

viabilidad?

Deseo terminar estas breves sugerencias con el anhelo de que se pueda

realizar el estudio crítico que propugno de la obra de Pérez Galdós y si así

se hace, por un equipo de sociólogos, en primer término e historiadores, lue

go, en trabajo conjuntado, se llegará a la inevitable conclusión de que la

obra de Pérez Galdós, fue la de un verdadero precursor de la confirmación

de una estructura social sencillamente democrática para España que hasta

la fecha, hay que decirlo sin subterfugios, no hemos logrado y estoy por

decir que ni siquiera hemos iniciado con un sincero propósito de lograr.

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