LA PLENITUD DEL REALISMO EN LA NOVELÍSTICA DE GALDOS.

ALGUNOS PARALELOS

J. A. Linage Conde

Alfonso de Cossío y Corral, in memoriam

El 5 de enero de 1920 escribía sobre Galdós don Miguel de Unamuno en

El liberal1 y a guisa de necrología que era el suyo «un mundo de una po

breza intelectual y moral que pone espanto», en el cual «como en espejo

fidelísimo se retrata la pavorosa oquedad de espíritu de nuestra clase media,

que ni es media ni es apenas clase»2; y tres días más tarde, en España3,

opinaba de sus personajes que «la rutina cotidiana es su motivo de acción»,

de manera que «casi nunca surge allí o un energúmeno o un desesperado»

sino que por el contrario «en el fondo todos, hasta los que parecen rebelar

se, se resignan y aun se conforman» *.

Y había pasado más de medio siglo cuando Salvador de Madariaga5, por

su parte, escribía: «Agarbanzado le llama Valle-Inclán pero... Galdós no

quiso transfigurar, sino retratar sin cambiar, profundizar sin dejar de con

templar también la superficie; buscar lo perdurable en lo corriente6; no

huir de lo real, sino vivirlo y hacerlo vivir», y así conseguir, sin embargo,

ver «lo que España tenía de plenitud». Y más allá y hondo que la misma

España todavía, la humanidad tout court que en buena ley hemos nosotros

de precisar. Lo cual no discrepa del pensamiento crítico de Madariaga por

otra parte, pues él mismo había definido mucho antes7 «el asunto de la obra

galdosiana», sin más, como «la naturaleza humana vista por un observador

sin prejuicios del siglo XIX español»8. Algo que además cae muy dentro de

la línea honda del tal ensayista, el que ha merecido ser llamado «de tempera

mento casi británico y profundamente español a la vez»9 y buceador sin

intermediarios en muchas de las culturas europeas. Por lo cual no podemos

sospechar de atribuible al lugar común su otra afirmación de que «en la

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literatura española, Galdós es el novelista más grande de Cervantes acá», lle

vando incluso a Cervantes «la ventaja de tres siglos de vida europea, de

modo que se mueve con mayor libertad filosófica y literaria, y en estos tres

siglos el acontecimiento más grande de la cultura estética: Shakespeare»,

de manera que «en la literatura europea, Galdós merece figurar al lado de

los grandes novelistas del siglo con Dickens, Balzac y Dostoievsky» 10.

Pero hay más aún. Y es que esas superficiales estimaciones, tales como

las de Unamuno y Valle Inclán, si no resisten un enfrentamiento intelectual

y hondo con la obra galdosiana, son por lo menos en el mismo grado in

compatibles con la espontánea apreciación popular.

A la vista tenemos un número extraordinario de «La novela corta» u.

Se titula Juicio12 crítico de Galdós acerca de sus célebres novelas [...]u. Por

su fecha, de ocasionalidad necrológica también. Es anónimo. Y desde luego

carente de pretensiones. Pues bien, de Gloria, «hermana de Doña Perfecta»,

dice u cómo «tiende a destruir las preocupaciones religiosas y los prejuicios

de raza», mientras de Marianela afirma ser «romántica y conmovedora»;

de Fortunata y Jacinta «quizás la novela menos tendenciosa, en la que Galdós

no se ha propuesto demostrar una tesis»; y que en Ángel Guerra «está de

mostrado lo que pueden los prejuicios aun tratándose de las personas de

espíritu más libre».

¿Para qué seguir? Nada, pues, de agarbanzamiento, de oquedad de espí

ritu, de pobreza intelectual y moral. Como que llegamos a preguntarnos si

no será más bien, y por paradójico que nos parezca, el exceso de los con

trarios de los tales improperios uno de los escollos de la formidable obra gal

dosiana en su novelística plenitud. Por ahora que quede flotando el interro

gante 15. Con la sugerencia anticipada de si no parece más exacto a primera

vista y menos acreedor a la discusión serena y estrictamente literaria y como

tal ajustada a los cánones del género por libérrimos que en la novela sean,

tildar de inferiores a las novelas galdosianas de compromiso que a las cos

mopolitas de Blasco Ibáñez cotejadas con las suyas valencianas16, ponga

mos por caso.

Al hablar de plenitud o integralidad realistas en Galdós no podemos pres

cindir de su condición esencial de novelista con la consiguiente accesoriedad

de sus demás dedicaciones literarias por ilusionadas que le llegaran a ser,

como parece fue el caso de la escena. Porque si el realismo viene a consistir

en una manera argumental y expositiva que responde a una mentalidad y

claro está que en él puede haber grados, la novela es en sí el género literario

íntegro y pleno por antonomasia. Pero ello no quiere decir que todo nove

lista explote al máximo esas sus libérrimas posibilidades17. Y los vericuetos

por los cuales Galdós llegó a ellas y hasta dónde, en cotejo con otros sus

colegas de ese que Ortega y Gasset llamó divino sonambulismo de los cul

tores de aquél, van a ser el motivo justificador de nuestro trabajo.

En la literatura es la novela como un campo al que nadie puede poner

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puertasu. Su contenido argumental ha de ser imaginativo, y su procedimien

to literario estribar en una narración19. Y como dentro de esas coordenadas

cabe todo ", de ahí que ella sea sin más el género de la libertad21, susceptible

de unos infinitos desarrollos que los otros no conocen por limitaciones de

fondo o de forma. Así el teatro. En cuanto la esencia de éste consiste en

la ficción representativa, con todo lo que de constreñimiento físico ello im

plica. ¿Y el cine? Dejada aparte su menor entidad literaria, en cuanto el

guión sólo es un elemento de su complicado conjunto audeovisiual, hemos de

convenir en cómo tampoco deja de entrar en la lid con los pies trabados por

el dicho convencionalismo representativo. Al fin y al cabo las fronteras de

la plástica. Desde luego que mucho más amplias que las del teatro, eso sí,

en cuanto el tiempo de la representación por el actor no coincide en él con

el de su visión por el espectador, y así escapa a lo que de inmediatamente

cronológico y espacial hay en las dichas limitaciones esenciales, hasta llegar

a verse sólo afectado por la imposibilidad de dar versión corporeizada, figu

rativa al menos, a ciertas vivencias.

Ahora bien, con todo ese cosmos al alcance de su cabalgada o laboreo,

el novelista puede elegir la integralidad del aprovechamiento, por más que

luego se vea compelido a optar en cada caso entre unas posibilidades u otras;

o comenzar autolimitándose en aras de una manera personal, desdeñosa de

toda una serie de ámbitos entre los integrantes de aquél. Y las tales autolimitaciones

pueden recaer sobre el argumento tanto como sobre el procedi

miento. Caso típico de una tan intensa que nos parece haber acabado afec

tando a los dos es el de la «nivola» de Unamuno. De cuyo alcance tan hon

do, de veras debió ser él mismo consciente * en cuanto para designarla acu

ñó de su magín ese novedoso término23. La «nivola» es una novela desen

carnada del espacio y del tiempo, por la fuerza misma de las cosas más del

primero desde luego, hasta los límites del esqueleto del género. Siendo una

de las más formidables paradojas de la obra de don Miguel la envergadura

que por su parte en ella cobraron luego aisladas sus impresiones de paisaje ■*.

¿No será por una nostalgia de esa la misma falta de integralidad novelística

de sus nivolas capitidisminuidas *? Capitidisminución a propósito de la cual

no puede parecemos desde luego del todo desviada la severidad de Julio Ca

sares26 al escribir cómo «hay quien piensa que sus prólogos (recordemos el

de Amor y pedagogía y el de Niebla) son, en el fondo, una manera de alibi,

una preparación de coartada contra posibles objeciones. ¿Que intenta pro

ducir una novela y no lo consigue? Pues desarma a la crítica diciendo:

—No se me eche en cara el fracaso, porque esto no pretende ser novela, sino

un género especial creado por mí, y al que bautizo con el nombre de nivola.

Es algo así como cuando al malabarista se le rompe la docena de platos que

tiene bailando en el aire: hace una reverencia cómica en demanda de aplau

so, y lo que íbamos a disputar torpeza se trueca en ingenioso ardid imagi

nado para provocarnos a risa. Sólo que el señor Unamuno suele hacer las

piruetas por adelantado». Y todavía: «Se dirá que esto de discurrir en for-

273

18

ma novelesca acerca de lo divino y de lo humano ya lo había puesto en

práctica, admirablemente por cierto, Anatole France, y que hasta ese mis

mo perro de Unamuno no es sino mala copia de Riquet, el encantador chu

cho de Monsieur Bergeret á París. Es cierto; pero, de todos modos, las obras

del célebre ironista francés sólo podrían traerse a cuento como tipo de tran

sición, pues en ellas todavía quedan situaciones, intrigas, caracteres, am

biente, emoción, interés y amenidad, cosas todas de que nadie, hasta Una

muno, se había atrevido a prescindir por entero».

Pero para botón de muestra de las renuncias voluntarias a la libertad

sin puertas que la novela brinda a esos los «divinos sonámbulos» sus culto

res, baste ya.

LA NOVELACION DE LO INTELECTUAL

Y lo cierto es que esta libérrima ilimitación que venimos predicando de

la novela va mucho más allá de una escapatoria a los condicionamientos del

espacio y del tiempo e incluso de la misma materia inventiva. Y se desborda

sobre los ámbitos típicos, ya que no y por ello mismo exclusivos, de los otros

géneros.

Pero descendamos a nuestro plano concreto.

Galdós fue un novelista esencial e integral. No nos cansaremos de insistir

en ello. Y de las acusaciones que capitidisminuyen el alcance idealista de

su mensaje, por supuesto que en novela expresado, ya hemos dicho lo nega

tivamente que pensamos.

Sin embargo alguna superficial justificación a las mismas seremos capa

ces de encontrar, de su cotejo cual adoctrinador botón de muestra con otro

tan esencial e integral novelista también cual Thomas Mann. Y aquí radica

la motivación de este nuestro primer paralelo. Porque el escritor de Lübeck

novela inmediatamente los aspectos intelectuales de la vida, llegando a hacer

de la cultura argumento de sus mismas novelas, mientras nuestro canario

prefirió quedarse en la novelación de la vida espontánea sin más, dejando

su significación cultural a la elaboración del lector, lo que es palmario no

quiere decir que careciese de ella.

¿Posibilidades, pues, en el género, de novelar lo intelectual? ¿Desbor

damiento de la novela sobre la didáctica y el ensayo? El fenómeno es algo

tan axiomático que no vale la pena insistir en él.

Mas sí, a trueque de retornar sobre nuestros mismos pasos, hacer hin

capié en esa capacidad absorbente de la novela a propósito de otra desbor

dadora posibilidad, la que recae sobre la lírica. Lo que por supuesto que ni

de fondo ni de forma tiene problemas.

Que las vivencias de los personajes tengan una entraña lírica, y la novela

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se habrá incorporado un tanto este género con tal de que las dichas viven

cias lleguen a argumento de la misma. Que el tratamiento instrumental lite

rario de ésta tenga una lírica emotividad y tendremos, se llegue o se bordee

o se pase del poema en prosa, el correlativo resultado estilístico.

Casi al azar un ejemplo entre tantos potencialmente innumerables. Está

en una novela de Juan Antonio de Zunzunegui, ¡Ay... estos hijos!*1. Luis,

el protagonista bilbaíno cuya biografía se sigue en ella desde la primera

comunión hasta la madurez bien entrada, estudia en la Universidad jesuita

de Deusto. Y ha entrado con ese motivo en escena uno de los personajes

secundarios, el padre Iriondo, su profesor de literatura, también «bilbaíno,

nacido en la calle Cinturería», a quien Luis visita «a menudo durante el es

tudio de antes de la cena». En cierta ocasión le pregunta por si Unamuno

«no es malo y se puede leer». El padre le da una respuesta equilibrada y

ortodoxa y le presta Paz en la guerra. Luis la «devoró»

y luego el padre le explicó la historia de Bilbao durante la última con

tienda civil, hasta la entrada en la plaza del general Concha.

Fue para Luis, que nada sabía aún de su pueblo, un deslumbramiento.

Jamás había tenido hablando con él la voz del jesuíta una inflexión

más dulce y el rostro una luz tan misteriosa y nostálgica.

Bajo la negra sotana se le sentía pegado a su tierra y a sus muertos con

entrañable ternura.

Un anochecer en que el granizo rafagueaba contra los cristales del

cuarto, le leyó algunas poesías de Unamuno. En la Basílica del Señor

Santiago, de Bilbao, llegó a conturbarle. Mientras leía, notó le miraba

mucho al rostro el padre para ver el efecto producido. Esta insistencia

no interrumpió para nada la declamación. A Luis esto le hizo pensar

que el jesuita se sabía de memoria los versos; como así era.

Las últimas estrofas, el padre Iriondo, abandonó el libro y las repitió

en alto, emocionado.

Y se insertan, desde ¡Oh, mi Bilbao, tu vida tormentosa [...] Algo muy

sencillo. Y que a fuer de tal lo hemos escogido. En cuanto hasta material

mente nos ha resaltado cómo la lírica, e incluso emprestada en parte a una

fuente exclusiva suya y ajena al novelista, se ha injertado enriquecedoramente

en la novela sin desnaturalizarla.

EL PARALELO CON THOMAS MANN

Pero íbamos a ocuparnos paralelamente de Galdós y Thomas Mann a

propósito de la novelación de lo intelectual, o sea del desbordamiento de

la novela sobre la didáctica, constante en el segundo.

Sólo que antes de hacerlo nos parece oportuno traer a colación un ejem-

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pío pintiparado de novela de ambos universos, en la cual de lo lírico y de lo

intelectual hay plétora. Es Das Glasperlenspiel o El juego de abalorios, de

Hermann Hesse. El argumento es el que la brinda el título mismo, a saber

una especie de idioma secreto hecho sobre todo de música y de matemáticas

y que encierra en sí toda la cultura, «universal contenido de lo espiritual y

musical, culto sublime, unió mystica de todos los miembros aislados de la

universitas litterarumr>w. Y en cuanto a su lirismo sería superfluo insistir

teniendo en cuenta la singular manera novelística constante en su autor,

tal que ha permitido detectar » en el conjunto de su obra cómo «the absolute

has been derived from psychological experience which is raised to its higher

level through the mystic's insight of the artist's imagination», para lo cual

«Hesse appears to use a variety of related concepts to express the relationship

between the personal self which absorbs the contradictory flow of ex

perience and some higher or symbolic self in which its oppositions are resol

ved. These include the unities of Yoga mysticism and Jung's collective unconscious

».

Y pasemos ya a la elaboración argumentada de la cultura en la novela

de Thomas Mann. Sin que sea cuestión de pretender un inventario que ade

más de fácil aquí sería impertinente. Recordemos nada más Zauberberg o

La montaña mágica. Dos de los extensos apartados del capítulo sexto, Humaniora

e Investigaciones30, consisten en una exposición no por elaborada

mente literaria de menor seriedad didáctica acerca de las honduras más ra

dicales de la biología, y la anatomía y la fisiología humanas, bajo la ficción

de una charla en el sanatorio de Davos, primero entre el doctor Behrens y

dos de sus enfermos, el protagonista Hans Castorp y su primo Joachim

Ziemssen, y luego menos convencionalmente a guisa de compendio de las

mismas lecturas de Hans en algunos volúmenes en alemán, inglés y francés

que se ha hecho enviar hasta su retiro aprovechando alguno de sus paseos

solitarios a Platz31. Siendo de destacar que la atmósfera sanatorial del lugar,

el ambiente y los personajes mismos, diluyen bastante lo que de cuerpo

extraño en el relato novelesco el tal corpus pudiera tener.

Nada parecido en Galdós. Y como a su vez un cotejo de detalle, por

exhaustivo que fuera, carecería de mérito e interés, nos ha parecido en cam

bio significativo de esa la diferencia entre el ámbito intelectual de los temas

del alemánw y el espontáneo vital de los del español, un determinado para

lelo, el de las descripciones de sendas tiendas por parte de ambosM. Galdós,

en Fortunata y Jacinta31. Thomas Mann, en Doktor Faustus». De paños (con

abanicos y otros accesorios orientales de los mantones de Manila), aquél.

De instrumentos musicales, éste. Naturalmente, que el de Galdós en Madrid

y en las inmediaciones de la Plaza Mayor. El de Thomas Mann en Kaisersaschern,

ciudad de «un carácter intensamente medieval», etwas stark Mittelalterliches,

sobre el Saale, un poco al sur de Halle y vecina de Turingia,

no lejos de Leipzig y Weimar.

276

Los Santa Cruz eran ya una dinastía en el comercio madrileño del ramo.

Don Baldomero Santa Cruz, o Baldomero I, ya en el setecientos había tenido

su tienda de paños del Reino en la calle de la Sal. «Había empezado el pa

dre por la más humilde jerarquía comercial, y a fuerza de trabajo, constan

cia y orden, el hortera de 1796 tenía, por los años del 10 al 15, uno de los

más reputados establecimientos de la Corte en pañería nacional y extranjera.

Don Baldomero II, que así es forzoso llamarle para distinguirle del fundador

de la dinastía, heredó, en 1848, el copioso almacén, el sólido crédito y la res

petabilísima firma de don Baldomero I, y continuando las tradiciones de la

casa, por espacio de veinte años más», la traspasó después a «dos mucha

chos que servían en ella, el uno pariente suyo y el otro de su mujer. La casa

se denominó desde entonces Sobrinos de Santa Cruz, y a estos sobrinos, don

Baldomero y Barbarita les llamaban familiarmente los Chicos*. Don Baldo

mero y Barbarita son los padres del protagonista, Juanito Santa Cruz. Y

Barbarita vastago a su vez de otra familia de comerciantes del barrio en pa

rejo género, esa más moderna, «la del gordo Arnáiz que se había hecho

pañero porque tuvo que quedarse con las existencias del intermediario belga

Albert, para indemnizarse de un préstamo que le hiciera en 1843».

En cuanto a Nikolaus Leverkuhn, viudo fatigado, inteligente y bonda

doso que también construía violines, tenía su establecimiento al número 15

de la Parochialstrasse, «en un emplazamiento apacible, alejado del centro

comercial de la ciudad, de las calles del Mercado y de los Tenderos, una

calleja tortuosa sin aceras, inmediata a la catedral, y en la cual su casa co

braba una imponente apariencia, una casa burguesa del siglo XVI, con tres

pisos sin contar la planta de las buhardillas apiñonadas», estando el entre

suelo ocupado por la tienda36. «Y a la cual hacía llegar de por doquier su

mercancía sinfónica, no sólo de Maguncia, Brunswick, Leipzig y Barmen, si

no también de Londres, Lyon, Bolonia e incluso Nueva York». Estaba repu

tado de poseer un repertorio de primera clase en cuanto a la calidad, y ade

más muy completo, en el cual se contaban hasta ciertos instrumentos de un

uso muy poco difundido. Así, se organizaba en cualquier parte del Reich un

festival de Bach cuya interpretación tradicional requería un oboe d'amore,

ese oboe más grave desde hace mucho desaparecido de la orquesta, y ense

guida la vieja casa de la Parochialstrasse recibía la visita de un músico que

llegaba echando los bofes, deseoso de no comprometerse más que a ciencia

cierta y que allí podía ensayar sobre el terreno el instrumento elegiaco».

Pero entremos ya en ambas tiendas:

En el reinado de don Baldomero I, o El almacén del entresuelo, del cual a

sea, desde los orígenes hasta 1848, la casa menudo llegaban los ecos de audiciones

trabajó más en géneros del país que en de ese género, de ensayos que se corrían

los extranjeros. Escaray y Pradoluengo la a través de las octavas y en las tonalidasurtían

de paños, Brihuega de bayetas, des más diversas, ofrecía un aspecto es-

Antequera de pañuelos de lana. En las pléndido, seductor, yo diría que mágico

277

postrimerías de aquel reinado fue cuando

la casa empezó a trabajar en géneros de

fuera, y la reforma arancelaria de 1849

lanzó a don Baldomero II a mayores em

presas.

No sólo realizó contratos con las fábri

cas de Béjar y Alcoy, para dar mejor sa

lida a los productos nacionales, sino que

introdujo los famosos Sedanes para levi

tas, y las telas que tanto se usaron del

45 al 55, aquellos patencures, anascotes,

cúbicas y chinchillas que ilustran la glo

riosa historia de la sastrería moderna. Pero

de lo que más provecho sacó la casa fue

del ramo de capotes y uniformes para el

Ejército y la Milicia Nacional, no siendo

tampoco despreciable el beneficio que ob

tuvo del artículo para capas, el abrigo

propiamente español, que resiste a todas

las modas de vestir, como el garbanzao

resiste a todas las modas de comer. Santa

Cruz, Bringas y Arnáiz, el gordo, mono

polizaban toda la pañería de Madrid, y

surtían a los tenderos de la calle de Ato

cha, de la Cruz y de Toledo.

En las contratas de vestuario para el

Ejército y Milicia Nacional, ni Santa Cruz,

ni Arnáiz, ni tampoco Bringas, daban la

cara. Aparecía como contratista un tal

Albert, de origen belga, que había empe

zado por introducir paños extranjeros con

mala fortuna. Este Albert era hombre muy

para el caso, activo, despabilado, seguro

en sus tratos, aunque no estuvieran es

critos. Fue el auxiliar eficacísimo de Casarredonda

en sus valiosas contratas de

lienzos gallegos para la tropa. El pantalón

blanco de los soldados de hace cuarenta

años ha sido origen de grandísimas rique

zas. Los fardos de Coruñas y Viveros,

dieron a Casarredonda y al tal Albert más

dinero que a los Santa Cruz y a los Brin

gas los capotes y levitas militares de Béjar,

aunque en rigor de verdad estos comer

ciantes no tenían por qué quejarse. [...]

Como los Chicos habían abarcado tam

bién el comercio de lanillas, merinos, telas

ligeras para vestidos de señora, pañolería,

desde el punto de vista cultural, llegando

a excitar la fantasía acústica hasta una

cierta efervescencia interior.

Con excepción del piano, que el padre

adoptivo de Adrián dejaba a la industria

especializada, allí se desplegaba todo lo

que suena y canta, ganguea, retumba, vi

bra, repica y gruñe37. E incluso el instru

mento de teclado estaba también repre

sentado, bajo la forma del amable piano

de campanas, la celesta. Suspendidos bajo

cristal, o yacentes en estuches adaptados

a las formas de sus ocupantes como los

ataúdes de las momias, descansaban los

encantadores violines, barnizados ora de

amarillo ora de castaño, con sus arcos

esbeltos de mangos montados en plata y

sujetos a las asas de las fundas; violines

italianos cuyo limpio contorno traicionaba

al experto su origen de Cremona, violines

tiroleses, holandeses, sajones, de Mittenwald,

y hasta algunos de la fabricación

de Leverkuhn mismo. Allí estaban en filas

los melodiosos violoncelos, que deben la

perfección de su línea a Antonio Stradivarius,

y también la viola de gamba de

seis cuerdas que les había precedido, y en

las piezas antiguas guarda como ellos su

puesto de honor; y también se veían la

viola y las otras hermanas del violín, esa

viola alta que sigue siendo de uso corrien

te, y mi propia viola de amor de siete

cuerdas, sobre la cual yo me he expansio

nado a lo largo de toda la vida. Regalo

de mis padres por mi confirmación, tam

bién me vino de la Parochialstrasse. Allí

se apoyaban, en varios ejemplares, ese

gigante, el violón, y el contrabajo de tan

difícil manejo, capaz de recitativos ma

jestuosos y cuyo pizzicato tiene más reso

nancia que el golpe acordado de los tim

bales, de manera que uno se asombra de

tener que atribuirle la velada magia de

sus sones armónicos. E igualmente había

diversos modelos de su correlativo entre

los instrumentos de viento, el contrabajón,

también de diez y seis pies, o sea ocho

tonos más bajo que sus notas lo indicas,

278

confecciones y otros artículos de uso fe

menino, y además abrieron tienda al por

menor y al vareo, tuvieron que pasar por

el inconveniente de las morosidades e in

solvencias que tanto quebrantan al co

mercio. Afortunadamente para ellos, la

casa tenía un crédito inmenso. [...]

Creció Bárbara en una atmósfera satu

rada de olor de sándalo, y las fragancias

orientales, juntamente con los vivos co

lores de la pañolería chinesca, dieron

acento poderoso a las impresiones de su

niñez. [...] También había por allí una per

sona a quien la niña miraba mucho, y que

la miraba a ella con ojos dulces y cuajados

de candoroso chino. Era el retrato de

Ayún [...], el ingenio bordador de los

pañuelos de Manila39 [...]. Las facultades

de Barbarita se desarrollaron asociadas a

la contemplación de estas cosas, y entre

las primeras conquistas de sus sentidos,

ninguna tan segura como la impresión de

aquellas flores bordadas con luminosos

torzales, y tan frescas que parecía cuajarse

en ellas el rocío. En días de gran venta,

cuando había muchas señoras en la tienda

y los dependientes desplegaban sobre el

mostrador centenares de pañuelos, la ló

brega tienda semejaba un jardín. Barbarita

creía que se podrían coger flores a puña

dos, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar

canastillas y adornarse el pelo. Creía que

se podrían deshojar y también que tenían

olor. Esto era verdad, porque despedían

ese tufillo de los embalajes asiáticos, mez

cla de sándalo y de resinas exóticas, que

nos trae a la mente los misterios budis

tas40.

Y no es necesario que prosigamos por esta doble vía de las citas para

lelas. Pues creemos que hasta aquí el cotejo ya nos ha sido bastante para

darnos cuenta de la diferencia que en el argumento apuntábamos41 entre

estos dos novelistas integrales. Galdós novela la realidad inmediata. Y Thomas

Mann también la intelectual. Pero ello no quiere decir que de la trama

y el tratamiento descriptivo del primero estén ausentes la poesía y, como

y que refuerza al bajo poderosamente; sus

dimensiones son las dobles de las de su

hermano menor el bajón scherzoso, al que

yo llamo así por ser un instrumento bajo

pero falto de la fuerza auténtica de los de

su género, singularmente débil de sonido,

que se diría bala, caricaturesco. ¡Y qué

bonito sin embargo con su embocadura

sinuosa, brillante en el atavío de sus lla

ves y palancas mecánicas! t...38].

En fin, el coro resplandeciente de los

cobres, desde la gallarda trompeta, que

basta con ver para evocar la señal nítida,

la canción intrépida, la cantilena lánguida,

hasta la trompa cara a la época romántica,

el trombón esbelto y poderoso, el cornetín

de pistones y la gran tuba con su funda

mental gravedad. [...].

Pero a mis ojos de muchacho, tal como

yo ahora lo vuelvo a ver a través del re

cuerdo, el despliegue más risueño y es

pléndido era el de los instrumentos de

percusión, precisamente porque aquellas

cosas que uno había conocido como ju

guetes al pie del árbol de navidad y a

guisa de materia de los virginales sueños

de la infancia, ahí se presentaban bajo

una veste sólida y digna y cual toda una

meta de las personas mayores. [...].

Vuelva uno a ver todas aquellas graves

diversiones, coronadas por la arquitectura

fastuosa y dorada del arpa de pedales de

Erard, y comprenderá la sugestión mágica

que para nuestros espíritus de muchachos

tenía la tienda del tío, aquel paraíso si

lencioso pero que bajo cientos de formas

anunciaba tantas armonías.

279

veremos después, el simbolismo. En cuanto también se dan ambos en la

realidad espontánea y vital42.

Lo que don Benito no hizo fue una novela intelectual explícita. Como

simbólica tampoco. Y con ello ya vamos.

GALDOS Y LA NOVELA SIMBÓLICA

Para nosotros Galdós es un novelista de los que llegaron, y se sintieron

allí a sus anchas, a la integralidad, a la plenitud del realismo. Y que por eso

desborda infinitamente más allá esos estrechos y sobre todo miopes horizon

tes del naturalismo materialista el cual, luego volveremos sobre ello, co

menzaba por el pecado original de no adecuarse a su misma denominación,

en cuanto la naturaleza no es sólo materia.

Ello quiere decir que Galdós no ha escrito novelas nada más que simbó

licas. Pues no concibió tomar la pluma sino para novelar la realidad vista

y vivida y concreta y material y de carne y hueso. Y ni quiso ni pudo no

velar meramente símbolos desencarnados en tanto que monopolizadores de

sus argumento y estilo.

Pero en cambio, como de la realidad forma también parte el espíritu, y

los símbolos en la realidad se encarnan y de ella se nutren y sacan, de ahí

que mucho de simbolismo haya en don Benito, por no hablar ya del idealismo

o espiritualismo siquiera.

Y esa superación de la realidad meramente material, simplificadoramente

que debemos insistir, es lo que han principiado por ver en él los estudiosos

de su tal simbólica.

Así Gustavo Correa43 estima que entre «los fundamentos de su arte lite

rario» sobresale «la fijación de un concepto de la realidad cuyo radio de

acción se amplía cada vez más en diversidad de aspectos», tanto «en los

varios modos de incorporar a su obra el mundo que se halla alrededor del

hombre, como el que se encuentra en su interior» u.

Pero ello no supone más, nosotros no nos vamos a cansar de remacharlo,

que su mismo predicado anclaje en esa plenitud del realismo que faltó a

algunos de los creadores más geniales del llamado específica aunque inexac

tamente naturalismo, naturalismo que al negar las realidades espirituales y

dejar a un ámbito exclusivo de la materia el monopolio de la realidad total

mucho más compleja y también por y de ellas integrada, al tal realismo

tout court ni siquiera llegó45. En cambio Galdós, Correa sigue viéndolo, «su

peradas las técnicas de la representación exacta de la realidad externa y

objetiva, enfoca su atención a la captación de contenidos interiores de con

ciencia que se escapan comúnmente al procedimiento de la observación di-

280

recta y que exigen la mirada escrutadora del artista, a fin de ser sorprendi

dos en su esencial manera de existir», de modo que «la realidad queda

referida por este medio casi exclusivamente al plano de los hechos morales,

cuyo origen y constitución tienen lugar en los últimos reductos de la perso

nalidad individual» y «se impone así el descubrimiento de una' realidad pri

maria, recóndita y elusiva46, que se halla en la base de las manifestaciones

visibles de la conducta y el carácter», hasta llegar a «la supeditación de lo

puramente material a la esfera exclusiva del espíritu». Y de ahí su arribada

a ese el puerto de la plenitud realista. Precisamente, y sin ninguna paradoja,

ni aparente siquiera, por dar también ésa cabida, y la definitiva y consumada

dentro de su arte idealista que nosotros nos atrevemos a decir, al «plano

de la ilusión que constituye el ideal tras el cual van numerosos personajes,

en su afán apresurado de escaparse de la realidad circundante, y con fre

cuencia abrumadora, la cual forma parte de la rutina diaria de la vida».

Y aquí una pregunta que por ahora sólo pretendemos quede flotando

cual una llamada a la conciencia y a la atención de los galdosianos. ¿Acaso

se ha parado mientes en esa obsesiva hipertrofia del amor evangélico que es

el secreto y la fuerza de por sí de bastantes novelas de don Benito y tam

bién entre los Episodios nacionales! Desde luego que nada ha de envidiar

al mismo Dostoiewsky en ese ámbito, a esa eslava «Arcadia evangélica»

para éste postulada por su traductor y estudioso Rafael Cansinos Asséns.

Pero no nos desviemos de nuestra meta simbólica. Para asegurar que

cuando Galdós llega al símbolo, si bien a través de la dicha plenitud realista

argumental, ella misma y la correlativa intensidad también realista de su

mismo estilístico tratamiento, son tales y tan alto alcanzan y tan hondo que,

ahí sí estamos del todo de acuerdo con Correa, se trata de «una noción de

imagen que implica una manera de representación simbólica de la realidad

y constituye, por esta razón, una de las modalidades que cobra el proceso

de transformación de la materia de lo novelable en tejido artístico»*7.

Mas para darnos cuenta viva de esa su manera * recurramos también por

esta vez a la vía del cotejo. Con dos novelistas de cuño simbólico, Francisco

de Cossío y Rafael Cansinos Asséns. Castellano el primero, de Sepúlveda48,

y de Sevilla el segundo50, y de cronología no muy dispar, a saber 1887-1975

y 1883-1964.

UN COTEJO CON FRANCISCO DE COSSIO

Y nos ocuparemos de Cossío primero en cuanto sus ambiciones simbolizadoras

son todavía más abstractas y amplias que las de Cansinos, y su tra

tamiento literario de las mismas aún más desencarnado. Que en Cansinos

casi siempre se menciona e incluso vive, aunque sólo sea simbólicamente

281

descrito, el espacio, el lugar de la acción, del todo ausente en Cossío, si bien

en cuanto al tiempo las analogías entre los dos, un tanto «nivoladores», sean

todavía más estrechas. Y ello al margen de la circunstancia de que Cansinos

sólo haya escrito novelas simbólicas, mientras Cossío las tiene también rea

listas 51.

Pero antes de situarnos frente a cualquiera de las obras de Cossío pare

mos mientes en esta profesión de fe, que proclamara sin ambages en el Ate

neo de Santander el 20 de noviembre de 1929, ya iniciada su carrera nove

lística por las dos dichas vertientes 52, en esta su profesión de fe en su simbolística:

Porque el naturalismo literario se cifraba en copiar una realidad, no

en construir una realidad. Grave error. ¿Qué mérito tiene el que un

novelista tome una realidad ya hecha, París, por ejemplo? El arte está

en coger dispersos todos los elementos de la realidad, y construir con

ellos una ciudad, combinándolos caprichosamente. Aquí tenemos casas,

autobuses, parques, cafés... Construyamos con todos estos elementos

una ciudad 53. ¿Cómo se llama? El nombre es lo de menos. Eso corres

ponde a la historia, al periodismo, a la geografía, a la guía de ferro

carriles... La imaginación inventa las cosas por el placer de inven

tarlas M.

Y en Gran turismo 55, una de sus obritas, por cierto algo intermedia la

tal entre sus novelas abstractas y simbólicas que van a ocuparnos, aunque

por ahora sólo como botones de muestra, y las otras realistas y concretas,

escribe reveladoramente e introduciendo sin rodeos la voz del narrador en

el relato y a propósito de las variantes del género:

Si ésta fuera una novela larga tendría que poner al lector en antece

dentes de la infancia de Evaristo, y por qué serie de azares llegó en

la juventud a quedarse completamente solo. Estos antecedentes son

interesantes para conocer los principios psicológicos y hereditarios de

un protagonista, pero la novela corta tiene la ventaja de que todo,

menos lo principal, no tiene lugar, y es el lector quien ha de crear

el tiempo del personaje.

Mas tomemos ya una de sus dichas novelas abstractas y simbólicas,

corta también, a saber Cock-tail sin alcohol™.

En su género y para su autor es una pequeña obra maestra. Y es signi

ficativo que ése, luego de introducir el relato con el ensayo de algunas diva

gaciones abstractas, tenga que llamarse a sí mismo al orden, a su orden de

novelista. Cual si algo en él le susurrara57 impertinentemente la acusación

de un cierto desviacionismo dentro del género. Pero no era bastante. Pues

el escritor, que ha querido comenzarle, no ha podido ahuyentarse las musa

rañas de la dispersión, y es así cómo de «filosofar» en torno al bar5S, prosigue

haciéndolo, en torno a la farmacia ahora, aunque ya a propósito de la salida

282

de clase de unos estudiantes de esa facultad que tienen algo que ver luego

con el argumento 59.

Mas todo llega. Y ya conocemos al protagonista, don Hermógenes, un

profesor de química cincuentón, solitario, metódico, desinteresado, casto.

Es abstemio, naturalmente. Y un buen día le llevan a un bar, «un mundo

absolutamente desconocido para él», que no le parece otra cosa sino un

manicomio y en el que sólo se le ocurre, por supuesto, pedir un cock-tail sin

alcohol, aunque

En el mundo de las mixtificaciones no se ha creado nada tan absourdo

como el "cocktail" sin alcohol. He aquí la fórmula de los graves en

gaños que padece nuestra época. "Cocktail" sin alcohol. Es decir, ver

sos sin poesía, música sin ritmo, reloj sin minutero, mujer sin alma...

¡Mucho cuidado con el hombre que toma, sorbo a sorbo, un "cocktail"

sin alcohol! El "cocktail" sin alcohol es la bebida de la crítica. Terrible

fingimiento, estafa perversa. Porque los bebedores piensan que este

hombre bebe también, y es mentira. No puede existir una hipocresía

mayor que la de disfrazarse de borracho60.

Allí conoce a Cándida, una joven de la calle61, de unos veinticinco años,

huérfana de un magistrado, que «valoraba los hombres no por lo que repre

sentaban, sino por lo que creía que eran, y así, aquel día se sintió atraída

por su extraña figura». Y notemos que si en cuanto al tiempo, se sobreen

tiende por el contexto, que no por lo que expresamente se nos diga, desarro

llarse la acción en el actual, en cuanto al lugar es integral la desencarnación.

Igual que en la «nivola» unamuniana. Una ciudad y nada más62. Y he aquí

cómo se describe un restaurant: «Recordaba uno don Hermógenes de per

sonas serias y respetables, en el que todos los manjares aparecían en la mi

nuta con sus calorías correspondientes. Era un restaurant en el que se rendía

culto a la química biológica y en el que las vitaminas se servían en su sal

sera» ra. En los antípodas de la realidad, pues. Y en cambio como peces en

el agua de los símbolos6i.

Y es el caso que don Hermógenes y Cándida acaban casándose, con la

consiguiente inmersión en las aguas del ridículo65. Y un tanto por evadirse

de ellas, pero también a fuer de símbolo de la renovación de la vida, de la

de él claro, Cándida propone a Hermógenes que abandone la cátedra y apro

veche su sabiduría química para poner un bar científico, revolucionario,

único66:

—¿Que qué vas a hacer en un bar? ¿Acaso no eres químico? En un

bar puedes hacer "cocktails". Ya sé que no sabes; ahora no sabes;

pero eso lo aprendes tú en una semana, y yo estoy segura de que

serías un "barman" maravilloso.

—Pero eso no es ciencia.

—¿Quién ha dicho que no es ciencia? Pero, ¿tú crees que un "cocktail"

es una cosa arbitraria? Tendrías allí tu laboratorio, y aplicando en él

la bioquímica, llegarías a la solución de todos los problemas del alma.

283

Cuestión de grados de alcohol y de colores y de densidades. Tú inven

tarías el "cocktail" de la alegría leve, y el del desenfreno, y el del

humor, y el de la nostalgia, y el del amor, y el que cura a los deses

perados y a los impacientes, y el que da juventud a los viejos, y el

del olvido...

— ¡Por Dios, Cándida, qué locuras estás diciendo...!

—Pero, ¿te das cuenta de lo que sería un bar regentado por un químico

de tu renombre? ¿Puedes figurarte la novedad que representaría un

bar en el que todo estuviese resuelto por fórmulas?

Y así se hace67. Cómo que «los demás bares estaban en alarma. ¿Qué

era aquello? ¿Qué clase de bebidas eran aquéllas? ¿Por qué aquel hombre

no publicaba sus secretos? Pero de todas las fórmulas de don Hermógenes,

ninguna tan maravillosa como la que producía la dulce borrachera».

Pues bien, preguntémonos sencillamente, ¿qué realidad nos ha dado al

llegar a este fin y desde su divagente principio el novelista Cossío? Ninguna

desde luego. Nos ha brindado, eso sí, un juego de símbolos de ella tomados

y en ella sustentados sólo a fuer de conceptual punto de apoyo, si se quiere

en ella encarnados a costa de previa y convencionalmente desencarnarla, y

que para interpretarla y penetrarla y profundizarla podemos a nuestra vez

aprovechar. Pero de realismo nada. Lo que ni concebir siquiera, venturosa

mente para él, habría podido don Benito.

Radical diferencia en la concepción del género que vamos a ejemplificar

en un cotejo nada difícil de encontrar por otra parte.

Otra novela corta de Gossío es Un viaje de ida y vuelta™.

Su simbólica es la del tiempo, como la de Taxímetro. Por eso escribíamos

arriba que aún resulta más ambicioso en esas miras que Cansinos. Lo cierto

es que el tiempo es en la novelita la coordenada que permite llegar a toda

una interpretación de la vida. El tiempo que ha sido una preocupación cons

tante en toda la obra del escritor69. Pues en Taxímetro el contador del taxi

es ante todo recordatorio del paso de las horas. Pero de un transcurrir que

tiene un significado muy distinto al de su mero dispersarse lineal70.

Y naturalmente que ninguna indicación de lugar ni de tiempo concretos

para situar el argumento esquemático. Sólo el ferrocarril y una oficina mo

derna nos dan a entender que el marco no es histórico n.

El protagonista, Bernardo, es un solterón burócrata tan rigurosamente

puntual en su trabajo y cronometrado en toda su vida que para él el tiempo

no es un problema, no cuenta, y nunca siente la necesidad del reloj. Tal pun

tualidad acaba exasperando a su jefe, quien para librarse de la llamada de

conciencia que le supone le envía a un largo viaje más de esparcimiento irre

gular que de faena programada. Y entonces Bernardo, que en el tren conoce

a una mujer, soltera y con un hijo de doce años, se enamora, y descubre

que el tiempo existe y, en consecuencia, que la vida tiene otro sentido, que

es otra cosa72.

284

Pues bien, volvamos ahora a don Benito. A Fortunata y Jacinta. Al azar,

tan determinante por tan concreto, que hace que con Fortunata se tope,

por una de esas casualidades que llegan a hilos del destino, Juanito Santa

Cruz. Porque se ha puesto enfermo el viejo Plácido Estupiñá, primero de

pendiente de Arnáiz, luego comerciante por cuenta propia, después corredor

de géneros y contrabandista, y al fin entre corredor de dependientes, anima

dor de sacristías y cofradías y recadero de la familia. Enfermo en su casa

del número once de la Cava de San Miguel, una de esas casas «que forman

el costado occidental de la plaza Mayor, y como el basamento de ellas está

mucho más bajo que el suelo de la plaza, tienen una altura imponente y una

estribación formidable, a modo de fortaleza», de manera que «el piso en que

el tal vivía era cuarto por la plaza y por la Cava séptimo» 73. Y Juanito va

a verle e inquirir de su estado. Algo, pues, que no más determinante pero

que tampoco más concreto puede ser. Encarnado en músculos y en sangre

con toda plenitud, dentro de esa integralidad realista galdosiana que salta

a la vista como primera impresión a quienquiera que se detenga en cualquier

pasaje de sus obras completas, pero de tan inequívoca y sólida manera74 que

ya desde entonces se estará seguro de seguir así de indefectible a lo largo

de todas ellas.

Y ahora comparemos tan concreto azar con la «nivoladora» descripción,

mejor exposición abstracta, de las jornadas de Bernardo. Que de la jornada

no habríamos podido nada decir en cuanto le son todas iguales.

Al pasar junto a la puerta de una de

las habitaciones del entresuelo, Juanito la

vio abierta, y, lo que es natural, miró

hacia dentro, pues todos los accidentes de

aquel recinto despertaban en sumo grado

su curiosidad. Pensó no ver nada y vio

algo que, de pronto le impresionó: una

mujer bonita, joven, alta... Parecía estar

en acecho, movida de una curiosidad se

mejante a la de Santa Cruz, deseando sa

ber quién demonios subía a tales horas

por aquella endiablada escalera. La moza

tenía pañuelo azul claro por la cabeza, y

un mantón sobre los hombros, y en el mo

mento de ver al Delfín, se infló con él,

quiero decir, que hizo ese característico

arqueo de brazos y alzamiento de hombros

con que las madrileñas del pueblo se agazajan

dentro del mantón, movimiento que

les da cierta semejanza con una gallina

que esponja su plumaje y se ahueca para

volver luego a su volumen natural.

Juanito no pecaba de corto, y al ver a

Había conseguido cronometrar la vida

de manera tan perfecta, que ya no necesi

taba del reloj. Automáticamente realizaba

en cada instante el acto correspondiente,

y él mismo estaba orgulloso de su má

quina, que ni se le retrasaba ni se adelan

taba, todo sometido a la admirable fun

ción de vivir sin que la pasión, las cir

cunstancias, el ambiente ni el orar (sic)

movieran sentimientos ni voluntad de mo

do ninguno que no estuviese previamente

regulado. A las ocho en punto entraba

doña María con el periódico, y ya Ber

nardo hacía un minuto que estaba des

pierto, el único minuto del día que él

dedicaba a la voluptuosidad subconscien

te, la del sentirse en esa frontera entre el

sueño y la vigilia, entre el ser y el no ser.

Doña María abría las ventanas de par en

par, y él se sentaba en el lecho, afrontando

valientemente el choque de la luz. Ber

nardo prefería los días grises, lluviosos y

con neblina, pues la única ofensa que él

285

la chica, y al observar lo linda que era,

y lo bien calzada que estaba, diéronle ga

nas de tomarse confianzas con ella.

—¿Vive aquí —le preguntó— el señor

de Estupiñá?

—¿Don Plácido?... En lo más último

de arriba —contestó la joven, dando algu

nos pasos hacia afuera.

Y Juanito pensó: "Tú sales para que

te vea el pie. Buena bota..." Pensando

esto, advirtió que la muchacha sacaba del

mantón una mano con mitón encarnado

y que se la llevaba a la boca. La con

fianza se desbordaba del pecho del joven

Santa Cruz, y no pudo menos de decir:

—¿Qué come usted, criatura?

—¿No lo ve usted? —replicó mostrán

doselo—. Un huevo.

—¡Un huevo crudo!

Con mucho donaire, la muchacha se

llevó a la boca, por segunda vez, el huevo

roto, y se atizó otro sorbo.

—No sé cómo puede usted comer esas

babas crudas —dijo Santa Cruz, no ha

llando mejor modo de trabar conversa

ción.

—Mejor que guisadas. ¿Quiere usted?

—replicó ella, ofreciendo al Delfín lo que

en el cascarón quedaba.

Por entre los dedos de la chica se es

currían aquellas babas gelatinosas y trans

parentes. Tuvo tentaciones Juanito de

aceptar la oferta; pero no; le repugnaban

los huevos crudos.

—No, gracias.

Y notemos que Galdós ha introducido la descripción del tan concreto

evento con esta especie de profesión de fe en esa su misma manera de no

velar y de ver tan sensiblemente la vida: «Y sale a relucir aquí la visita

del Delfín al anciano servidor y amigo de la casa, porque si Juanito Santa

Cruz no hubiera hecho aquella visita, esta historia no se habría escrito. Se

hubiera escrito otra, eso sí, porque por doquiera que el hombre vaya lleva

consigo su novela; pero ésta no». En cambio Cossío recapitula sin salirse

de su abstracción, sino poniéndola el marchamo por el contrario: «Bernardo

era como la conciencia de la oficina».

Pero pasemos del Sepulvedano al Sevillano.

no podía eludir en el día era este primer

contacto con el sol, que le llegaba al

borde mismo del lecho. Lo primero que

leía en el periódico era una sección que

El Diario del comercio y la marina no

dejaba de publicar ni un solo día y que

llevaba por título "Conocimientos útiles".

Luego pasaba al boletín demográfico para

saber a ciencia cierta los que habían na

cido y se habían muerto, y, por último,

a la sección climatológica, para orientarse

de termómetro, barómetro, dirección y ve

locidad del viento y demás prescripciones

que le situaban en la exacta realidad del

clima. [...] Saltaba del lecho a las ocho

y diez y acudía a la ducha. A las ocho y

veinte, ya afeitado y limpio, encontraba

su ropa a punto para vestirse, y a las ocho

y veinticinco consumía su desayuno sin

prisa: los huevos, el té con leche y la

fruta, y encendía el primer cigarrillo del

día. A las nueve menos cuarto tomaba su

abrigo, su sombrero y el bastón y salía

a la calle solemnemente. Su paso no va

riaba ni con el frío, ni con el calor, ni con

la lluvia, y a las nueve menos tres minutos

penetraba en la oficina. Era siempre el

primero.

286

UN PARALELO CON CANSINOS ASSENS

Si en la obra de Cossío lo realista alterna con lo simbólico, lo que a nues

tro juicio no quiere decir que los dos elementos se mezclen en cada una

de sus obras determinadas tanto como algunos críticos han querido, en Can

sinos no. Toda su novelística es de símbolos un tanto «nivolados».

Tomemos así un botón de muestra. Una novela corta también, El manto

de la virgen. (Ofrenda a Sevilla)75.

En un taller hispalense se está bordando un nuevo manto a la Virgen de

la Macarena. Un asidero en el espacio pues, sí. Sevilla, que además es la ciu

dad natal del escritor. Pero fijémonos en cómo se toma contacto con ella,

de qué manera tan abstracta y simbólica: «El río, paterno y pródigo, que

ciñe la ciudad con una ternura fabulosa; el río que ha sido Dios en otro

tiempo, y que ahora es como un mortal jocundo, fluye ahora con un raudal

acrecentado bajo los grandes puentes y a lo largo de los muelles floridos,

donde los buques de altos mástiles reposan con una apariencia florestal» 76.

E incluso cuando se accede a precisar más, al distinguirse entre los barrios

dentro de una descripción que sigue siendo simbólica de la semana santa,

¿no ha quedado circunscrito lo concreto más bien a la fuerza misma de los

distintos topónimos? «Así, cada barrio ha mandado su ofrenda a aquella

gran fiesta sevillana, y el Salvador, barrio de plateros opulentos y finos, y

San Juan de la Palma, barrio de artesanos, y San Lorenzo, tranquilo y silen

cioso, y San Román, alegre y claro, con rumor de esquilas han enviado sus

Cristos y sus Vírgenes llenos de su propio espíritu, y también Triana, mari

nera, ha sacado esos Cristos crucificados que parecen más altos al pasar so

bre el alto puente y que los marineros saludan arrodillados sobre los altos

palos de sus buques; esos Cristos, rudos y ennegrecidos, que en las altas

cruces semejan negreros ajusticiados en los mástiles» ". ¿Y qué decir de la

«pintura» del mismo taller, con la cual la novela empieza? «En el taller,

alegre y claro, las bordadoras, de rostros jóvenes y puros, trabajan con

ritmo armonioso. Trabajan bajo la dirección de la maestra, joven también,

pero semejante a una hermana mayor, que vela sobre todas y tiene su pecho,

algo maternal, cubierto de áureas hebras enrolladas y erizado de agujas de

plata, que le forman como un peto deslumbrante y sacerdotal»78.

El argumento consiste en que una de las obreras quita el novio a la

maestra. Y cuando pasa la virgen en la procesión con el nuevo manto, éste

se prende fuego, y la traidora le salva con el consiguiente riesgo. Ante lo

cual «la maestra, tierna y dulce, con los ojos llenos de lágrimas, la estrecha

contra su pecho con respetuosa ternura, pues su cara morena la hace hu

milde ante aquella mujer rubia, y le dice: —¡Oh, amiga! Me has quitado el

amor, es verdad; pero has salvado mi obra, que es antes que el amor, por-

287

que es una cosa pura y religiosa [...]. ¡Oh, amiga! He aquí que hemos hecho

un manto grande y refulgente como un cielo; que su estrella de amplitud

nos cobije y nos dé, como una noche clara, el olvido de estos hombres de

sangre mora» 79.

Y otra novela corta, El pecado pretérito 80, la novela de los celos retros

pectivos, los que se tienen del pasado de una mujer madura, cuyas huellas

no son investigables en cuanto estaban localizadas en la topografía de una

ciudad que se ha renovado sin dejarlas. La ciudad, que de esa manera ad

quiere una cierta categoría de protagonismo paralelo, es sin embargo o acaso

por eso mismo, descrita de esta tan abstracta manera81:

La cuidad, cuyo ornamento supremo era para mí ella, habíase transfor

mado por completo durante su primera juventud. Había sido aquélla

una época de derribos y reedificaciones. Casi todas las obras nuevas

databan de la época en que ella se hiciera enteramente mujer, adqui

riendo esa belleza que ya perdura, serena e inviolable —tal un pleni

lunio—, hasta los umbrales de la vejez. Un ritmo acelerado de piqueta

había acompañado como un contrapunto bárbaro la armonía de sus

primeros bailes. Calles enteras caían como telones durante el sueño

de una de sus noches. La ciudad cambiaba por completo, se moderni

zaba, se hacía más complicada y vertiginosa, mientras la belleza de

Lucinia se hacía completa. Bajo su mirada juvenil habíanse erigido

los primeros rascacielos, a semejanza de los de Nueva York, y habían

volado los primeros aeroplanos. De suerte que Lucinia, con ser todavía

joven, había conocido ya dos épocas, dos eras distintas, y conservaba

recuerdos de una lejanía antiquísima, entrecruzados con visiones de

una modernidad máxima. La ciudad antigua seguía viviendo en su

memoria y en sus ojos, con su plano intacto, solamente que interpolado

en algunos sitios por los nuevos diseños urbanos, de. igual modo que en

su semblante reverberaban luces de gas, luces opacas y tiernas como

brumas, al par que cegadores resplandores voltaicos. Y esta dualidad

se observaba también en su carácter.

Mas tratemos de comprobar mediante paralelos de muestra las diferen

cias, mejor la única esencial diferencia, entre esta manera elusiva y alusiva,

tendente al poema en prosa cual compensación, y que en Cansinos al tal

siempre llega y con alcance bíblico, y la plenitud realista galdosiana.

Nazarín y su continuación Halma han sido considerados como manifes

taciones simbólicas, simbolistas si queremos, en la novelística de don Be

nito82. Por supuesto que no vamos a estudiarlos aquí. «Nazarín es un clé

rigo un tanto irregularizado al parecer de quienes antes que nada buscan

cubrir las formas, evitar el escándalo. Lo que busca realmente Nazarín es

ganar el cielo humildemente, poniendo toda su humanidad en el celo de pare

cerse a Cristo», que ha escrito Federico Carlos Sainz de Robles83.

Sin embargo, comparemos la presentación de aquel protagonista con la

de uno de los personajes, desde luego que con menos pretensiones simbóli-

288

cas, y esta observación no es para ser en saco roto echada, de Cansinos. To

memos otra de sus novelas sevillanas, larga esta vez, En la tierra florida. Es

el drama cotidiano y ahincado de dos matrimonios que viven juntos. Ambas

mujeres son hermanas. Una de las parejas es estéril y otra tiene tres hijos.

Un hermano y una hermana, solteros y amargos, del marido sin descenden

cia, viven también con ellos, naturalmente que henchidos de celos y de en

vidia. Y así, a ritmo lento, sin argumento apenas, se va desarrollando esa

continua tragedia doméstica de días y de noches que sobre las hierbas amar

gas se derraman en la privilegiada tierra de María Santísima.

Pero dejemos que los textos canten8*.

Se abría una ventana estrecha que al

corredor daba, y en el marco de ella apa

reció una figura, que al pronto me pareció

de mujer. Era un hombre. La voz, más que

el rostro, nos lo declaró. Sin reparar en

los que a cierta distancia le mirábamos,

empezó a llamar a la seña Chanfaina, quien

no le hizo ningún caso en los primeros

instantes, dándonos tiempo para que le

examináramos a nuestro gusto mi com

pañero y yo.

Era de mediana edad, o más bien joven

prematuramente envejecido, rostro enjuto

tirando a escuálido, nariz aguileña, ojos

negros, trigueño color, la barba rapada, el

tipo semítico más perfecto que fuera de

la morería he visto: un castizo árabe sin

barbas. Vestía traje negro, que al pronto

me pareció balandrán; mas luego vi que

era sotana.

—¿Pero es cura este hombre? —pre

gunté a mi amigo.

Y la respuesta afirmativa me incitó a

una observación más atenta. Por cierto

que la visita a la que llamaré casa de las

Amazonas** iba resultando de gran utili

dad para un estudio etnográfico, por la

diversidad de castas humanas que allí se

reunían: los gitanos, los mieleros, las mu

jeronas, que sin duda venían de alguna

ignorada rama jimiosa, y, por último, el

árabe aquel de la hopalanda negra, eran

la mayor confusión de tipos que yo había

visto en mi vida. Y para colmo de confu

sión, el árabe... decía misa.

En breves palabras me explicó mi com-

De pronto, por la escalera en sombra,

que se abría a un lado, en el fondo del

patio, apareció la figura larga y páúda de

Manuel, el marido de María Dolores. Ba

jaba lentamente, apoyándose en la baranda

de madera, deteniéndose en cada peldaño

para tomar aliento. Traía las sienes ven

dadas, con un blanco lienzo a causa de la

fiebre que se las calcinaba. Joven, cen

ceño y pálido, con el fino semblante agu

zado por el sufrimiento, grave y triste,

en su aire descuidado de enfermo, parecía

un Cristo de pasión, de los que magnifi

can la Semana Santa sevillana. En la len

titud con que bajaba la escalera, su del

gado cuerpo se estremecía, como si des

cendiese, sostenido por un sudario, desde

lo alto de la cruz. Desde el cuartito en

que trabajaba en su artístico oficio de

tallista, solo, allá arriba, junto a la azotea,

en lo más retirado de la casa, perdido en

sus sueños como un poeta [...] En lo más

alto de la casa, en aquel cuartito que hay

frente a la azotea, a la altura de la fron

tera torre parroquial, que casi se ve por

la puerta abierta, perdido en sus sueños

como un poeta, halagado por aquel silen

cio absoluto, sólo turbado por plácidos

rumores de altura, aletazos de palomos o

zumbar de abejas en la canícula, en su

banco, semejante a un largo altar86, tra

baja el padre enfermo, en su artístico ofi

cio. Está allí siempre encorvado sobre el

gran banco, comparable al gran bastidor

en que desfallece la esposa, uncido como

ella a aquel símbolo de fatiga, que im-

289

19

pañero que el clérigo semítico vivía en la

parte de la casa que daba a la calle, mu

cho mejor que todo lo demás, aunque no

buena, con escalera independiente por el

portal, y sin más comunicación con los

dominios de la señora Estefanía que aque

lla ventanucha en que asomado le vimos,

y una puerta impracticable, porque estaba

clavada. No pertenecía, pues, el sacerdote

a la familia hospederil de la formidable

amazona.

[...] —Este es un árabe manchego, na

tural del mismísimo Miguelturra, y se

llama don Nazario Zaharín o Zajarín. No

sé de él más que el nombre y la patria,

pero si a usted le parece, le interrogare

mos, para conocer su historia y su carác

ter, que pienso han de ser muy singulares,

tan singulares como su tipo, y lo que de

sus propios labios hace poco hemos escu

chado. En esta vecindad muchos le tienen

por un santo, y otros por un simple. ¿Qué

será? Creo que tratándole se ha de saber

con toda certeza.

pulsa hacia el porvenir él solo con sus

manos laceradas por las herramientas, ta

llando la madera con ese fino arte que es,

desde lo antiguo, gloria de la ciudad. Con

las manos entrapajadas, en las que cada

día el anhelo de perfección y el laborioso

ahínco abren una herida nueva, vendadas

las sienes, como un hombre antiguo8r, a

la manera de los sacrificadores, por la fie

bre que continuamente se las abrasa, pá

lido y cenceño como un cristo sevillano,

trabaja siempre el padre solo, sin otra

compañía que los modelos que cuelgan de

las paredes y ennoblecen el pobre taller,

dándole apariencias de estudio de escul

tor. Trabaja solo, porque su genio taci

turno rechaza toda compañía; porque su

fino estilo, que convierte en un arte aquel

oficio tosco, no admite colaboraciones, y

porque su altivo espíritu se resistió siem

pre a aceptar nada que pudiese convertir

en taller industrial aquel retiro en que él

se afana por crear con sus pobres medios

una belleza superior.

Otra novela, ahora corta, de Cansinos, es El gran borracho88. La del al

cohólico tout court. Un bibliotecario que nos deja en fárfara —por algo nos

estamos moviendo en el mundo abstracto y simbólico y alusivo y elusivo

del Sevillano, que en el del Canario la duda no habría siquiera podido plan

teársenos— si es o no cierto que su degeneración tenga sus remotos oríge

nes en haber perdido la dentadura en la guerra de Cuba o ni siquiera eso.

Y a él y al narrador, que le había conocido en la biblioteca de su servi

cio, donde por su parte buscaba «algunas antiguas gramáticas de lenguas to

talmente olvidadas propias para conversar con los muertos», vamos a se

guirles en un recorrido por las tascas de la ciudad, ésta inominada por su

puesto.

Mientras hacemos lo propio con Ángel Guerra a lo largo de los conventos

de monjas de Toledo89.

Las campanas de los conventos y parro

quias llamando a misas tempranas produ

cíanle una emoción suave90 que no logra

ba definir. No era que a él le entrasen

ganas de oír misa; pero le encantaba la

impresión fresca y estimulante del ma

drugar, y miraba con simpatía a las po

bres mujeres que, arrebujadas y carras-

Permanecíamos poco tiempo en aquellos

santuarios báquicos, pues aunque él siem

pre bebía de lo mismo, parecía sentir

placer en cambiar de vaso, quizá porque

quería demostrarme todo el radio de su

popularidad. Así que creo que aquella

noche recorrimos todas las tabernas de la

población, desde las frecuentadas por be-

290

peando, se metían en las iglesias. Allá se

colaba también él, movido del dilettantismo

artístico y de cierta curiosidad reli

giosa, ligeramente estimulada por pruritos

de vida espiritual. Las iglesias de los con

ventos de monjas le ofrecían singular en

canto, y siempre que abiertas las hallaba,

a primera hora, se metía dentro. De este

modo, multitud de misas pasaban por de

lante de sus ojos todas las mañanas. Co

múnmente, una sola persona, o dos cuando

más, fuera del cura y monaguillo, se veían

en el templo, alguna vieja que entraba re

zando entre dientes, algún anciano ca

tarroso con trazas de mendigo. Lo que más

le enamoraba era el sentimiento de re

poso, de convalecencia, de tranquilidad

interior que aquellos recintos monjiles te

nían en sí. El fresco matinal resultaba

placentero en aquella cavidad hospitalaria,

en la dureza del banco lustrado por el

tiempo, o de rodillas sobre el ruedo de

esparto. Y de tal modo le iban gustando

las iglesias de monjas, que, vista una, qui

so verlas todas, y poco a poco, ésta quiero,

ésta no quiero, visitó Santo Domingo el

Antiguo, las Capuchinas, Santo Domingo

el Real, las Claras, San Clemente, San Pa

blo, etc., y allí permanecía hasta que le

echaba el sacristán, entre siete y ocho [...]

Un día de fiesta encontróse en San Cle

mente con misa cantada y solemne fun

ción. [...] La aristocrática iglesia resplan

decía con enorme profusión de cera en

cendida, colgadas las paredes de soberbios

damascos, los altares vestidos de gala.

La concurrencia escasísima, pues apenas

constaba de tres o cuatro mujeres y un

viejo, hacía más interesante el acto. Ofi

ciaba un solo cura, y las monjas respon

dían a su canto, acompañadas del órgano,

con plañidero sonsonete, que a Guerra le

hacía muchísima gracia. En la iglesia y en

lo que del coro se veía, notábase lo que

en el mundo se llama distinción, un no sé

qué de nobleza no afectada y de esplen

dor mate, como el de los metales de ley,

cuando el tiempo les hace perder el antibedores

relativamente distinguidos, que al

alzar la copa enseñaban sortijas, hasta

aquellas otras de los barrios bajos donde

tropezábamos al entrar con hombres tiz

nados y mujeres de pelo suelto. ¡Curioso

desfile de lugares y de tipos! Yo tenía la

sensación de encontrarme entre larvas, en

tre criaturas de un mundo especial que

sólo era posible ver en aquellos rincones

clandestinos. Interesábanme sobre todo los

bebedores solitarios, que llegaban lentos

y pesarosos, como poseídos, y se planta

ban en silencio ante el gran mostrador y

tardaban un largo rato en pedir la droga;

y luego la apuraban valientemente de un

sorbo y se iban, mirándonos de soslayo.

Todos se detenían ante el gran mostrador,

como si de él fuese a manar la vida; y

había algunos que, después de apurar la

copa, quedábanse allí quietos, inertes e

irresolutos, mirando el zinc brillante con

ojos alelados. En algunas tabernas de te

chos pintados, de una decoración plebeya

y rumbosa, frecuentadas por hombres ru

dos y alegres, la impresión era de un jú

bilo pagano por el brillo de las pinturas

y las caras sonrosadas de los bebedores;

Baco parecía revivir en salud y alegría

entre aquellos hombres sanos y fuertes,

cuyas fiestas presidía a veces en imagen,

encaramado sobre los toneles; pero en la

mayoría de aquellas tabernas, el vicio,

pobre y triste, expresándose en un am

biente sórdido, mostraba el fatalismo de

una enfermedad. Pero mi amigo, enarde

cido por las libaciones, todo lo encontraba

hermoso, y todo lo exaltaba en glosas en

tusiastas: —¡Esto es admirable! —me

decía pavoneándose, bajo los techos pin

tados como si fuesen palios de honor—.

I Si viera usted qué agusto me siento en

este ambiente! ¡Este es un ambiente sa

no, puro, democrático y hasta religioso!1

¡Sí, sí, religioso! [...] Pues aquí, según

usted ve, todos somos hermanos; este

mostrador es como un comulgatorio o

como la barra de los tribunales; todos

somos iguales ante él, todos damos la

291

pático brillo de fábrica. Ángel se acercó

a la reja del coro, y vio en la sillería la

teral de la izquierda una figura gallardísi

ma, descollando entre el grupo de monjas.

Era la abadesa, que empuñaba báculo co

mo el de un obispo, adornado, para que

resultase femenino, con magnífico lazo de

ancha cinta de seda blanca como la nieve.

Imposible pintar lo guapa que estaba

aquella señora con su hábito blanco y

negro de pliegues amplísimos, y lo bien

que le caía la toca con el pico en la frente.

Era dama hermosa, ya algo madura, de

hermoso continente, sin que su hermosura

y gracia quitaran nada al tono episcopal

que le daban su colocación en la silla

mayor, el báculo y el aspecto de subordi

nación de sus compañeras.

misma talla [...] Esta es la verdad, la única

verdad que existe en nuestras falsas de

mocracias. Baco es un dios igualitario, no

admite privilegios. Y... oiga usted; es un

dios bondadoso y risueño... ¿Se asom

brará usted si le digo que a mí con su

carita rosada me recuerda al niño Jesús?...

¿Es esto alguna paradoja?... Para... para...

sí, paradoja, está bien dicho. ¿Es esto al

guna paradoja? Pues mire usted a esa

vieja con qué unción contempla a la ima

gen, mientras apura su copa... Mírela us

ted, que es interesante... [...] Es peligro

so... créame usted, podría surgir de aquí

un culto popular, como en la leyenda de...

de, bueno, no recuerdo el nombre del

autor, un nombre holandés; pero eso no

prueba que no haya leído la leyenda; yo

leo algo más que los lomos de los libros...

Y todavía Ángel Guerra en la catedral primada.

Y otra novelita sevillana de Cansinos, La casa de las cuatro esquinas.

Los celos obsesivos de Mariquita, la mujer de Juan Nepomuceno, uno de los

tres hermanos que, con la casa que habita y la da título, son sus genuinos

protagonistas. Juan Nepomuceno y Antonio, el primogénito, son hidalgos

que trafican en olorosos muebles de lujo. El otro, Francisco de Asís, es ca

nónigo y capellán de los duques de Montpensier.

Pues bien, en parte cotejjemos la descripción de la casa de Antonio con

la de la catedral toledana91.

Ángel subió también a la catedral. Es

taban en la misa mayor, y la magnificen

cia del culto, el canto del coro, las voces

orquestales del órgano, le impresionaron

hondamente, determinando una remisión

brusca de aquel estado de fiebre mental.

El canto, particularmente, le transformó

por completo, realizándose lo que indica

la inscripción del órgano. Psallant corda,

voces et opera92 [...] La grandiosa nave

parecíale entonces de una severidad som

bría, y el Cristo colosal suspendido sobre

la verja de la Capilla Mayor se le antojó

ceñudo y austero, respondiendo más a la

idea de justicia que a la de misericordia.

[...] Arrimóse a la verja del Coro, apo

yándose en uno de los machones cuyo

La Casa de las Cuatro Esquinas, donde

vivía don Juan Nepomuceno —y que se

llamaba así, con ese nombre poético que

parecía aludir a las cuatro estaciones del

año, cual una fuente alegórica—, no obs

tante hallarse situada en el centro mismo

de Sevilla y abarrotada de muebles fas

tuosos, no podía compararse con la casa

del hermano mayor, sita en plena plaza de

San Francisco93, frente a la plateresca fa

chada del Ayuntamiento, en aquella plaza

que era como el estrado de honor de la

ciudad, por donde en Semana Santa desfi

laban todas las cofradías, y donde tam

bién, otros días no menos luctuosos y so

lemnes, se alzaban los tablados de las

ejecuciones capitales. La casa de don

292

metal, por lo bien labrado, debió de ser

blando cedro entre las manos del artista.

Tan pronto miraba de frente al altar de la

Capilla Mayor, como al interior del Coro,

volviendo la cabeza. Todo aquel espacio,

entre las cinco bóvedas de la nave cen

tral, le había parecido hasta entonces la

expresión más gallarda que del arte cris

tiano existe en el mundo. El retablo, que

es toda una doctrina dogmática traducida,

mediante el buril, el oro y la pintura, del

lenguaje de las ideas al de la forma, le

produjo siempre un vértigo de admiración.

Pero aquel día el retablo se alzaba hasta

el techo9i, como sublime alarde de la hu

mana soberbia. Las verjas peregrinas le

daban comúnmente alarde de puertas ce

lestiales, que, cerradas para los pecadores,

se abrían para los escogidos. Aquel día

se le antojaron frontispicios de jaulas

magníficas para dementes atacados del de

lirio de arte y religión. La Virgen del altar

de Prima en el Coro le recordaba, salvo

el color negro, a su parienta doña Mayor,

y en las sillerías bajas, las grotescas fi

guras de tallado nogal remedaron el gesto

y el cariz de Arístides y Fausto Babel. La

figura de don Diego López de Haro se

había convertido en don José Suárez, y

uno de los mascarones del órgano con

turbante turquesco era el propio don Si

món Babel, inspector del Timbre. De

pronto un clamor argentino, celestial,

puro, que del Coro salía, hirió sus oídos.

Era la vocecita de Ildefonso, que cantaba

con los otros seises: tu autem, domine,

miserere nobis.

Antonio, el primogénito, tenía un bíblico

prestigio patriarcal: patriarcal era su jefe

que sentaba a su mesa un zodíaco de doce

hijos entre varones y hembras; de ampli

tudes patriarcales eran las salas, come

dores y dormitorios de los dos pisos que

la componían, y patriarcales y salomónicas

las medidas en que allí entraban diaria

mente la carne y el pan, y las tinajas,

orzas y armarios en que se guardaban el

vino y el aceite y la manteca, los tarros

de arrope y las cargas enteras de alfa

jores, polvorones, mantecados y demás

golosinas que constituyen la reposteril

tradición de la ciudad y sus moriscas al

querías. La ropa blanca se guardaba en

ingentes y tallados armarios, y su repaso

ocupaba diariamente a una legión de mu

jeres laboriosas. La casa era un égido in

menso, en el que hallaba desahogado aco

modo la numerosa familia y quedaba to

davía sobrado espacio para la fábrica de

muebles y el almacén de las maderas,

donde se apilaban, del suelo hasta los te

chos, el pino de Italia, y el ébano índico,

y el cedro del Líbano, y la caoba de

América, y para el aserradero, instalado

en la planta baja, a espaldas del patio, y

donde resonaba todo el día la música

arrulladora y temerosa de las grandes

sierras. [...] En aquella selva trabajaba

una muchedumbre de hombres morenos y

nerviosos, dotados de sentido artístico:

obreros andaluces, distintos a los demás

obreros, inquietos y habladores, que a ve

ces suspendían la labor y se quedaban en

ocioso éxtasis largo rato, fumando en si

lencio, para después reanudarla con la

misma fiebre que si estuvieran constru

yendo otra arca de Noé en que salvarse

del diluvio.

Y creemos que basta de paralelos ya. ¿Botones de muestra nada más?

Desde luego. Pero precisamente por eso sintomáticos de sendas maneras

que, por su parte, en la obra de Galdós resultan tan permanentes como in

defectibles ".

En su caso las de la integralidad realista sin más.

293

Es decir que Galdós, de vocación visceral de novelista, ni quiso ni hu

biera podido novelar de otro modo que trasplantando en detalle pedazos

de la realidad a su literatura y tejiendo en su cañamazo el entramado de sus

argumentos.

Ello sería de por sí realismo. Pero hemos precisado que se trata de un

realismo integral. Con lo cual queremos decir que abarca toda la realidad,

y no sólo la materialmente visible, por mucho que su calendado tratamiento

pormenorizadamente naturalista del ambiente y los personajes le hagan de

la misma tributario.

En este sentido es aleccionadora su postura ante el subconsciente de sus

criaturas, tema en el que habría mucho que ahondar. Y que parece sólo se

ha comenzado a desflorar en cuanto a los desde luego para él de lo más tras

cendente, motivos oníricos.

Y a este propósito se nos viene a las mientes lo que precisamente Cansi

nos escribiera de Dostoiewski, a quien por primera vez tradujo, completo y

sin muletas intermediarias, del ruso al castellano. Para nuestro novelista se

villano, el ruso «es el de lo subconsciente. El padre literario de una estirpe

de tarados, estigmatizados, epilépticos y dementes. De ahí la calidad evan

gélica de su obra y su opción al título de padre tutelar de los miserables.

Sobre el lienzo de su obra, Dostoiewski, nimbado de gloria, se nos aparece

como esos obispos que en los antiguos cuadros piadosos se ven, descollando

con sus mitras, entre un coro de mendigos, lisiados o enfermos purulentos.

I...] Y el valor evangélico de su obra explica precisamente su valor freudiano.

También Freud, como Jesús, actúa sobre los miserables, sobre los obse

didos, sobre los endemoniados. Es un exorcizador sin hisopo ni agua ben

dita. Porque, ¿no son la voz del demonio, del demonio de cada uno y acaso

del demonio de la especie, esa voz de lo subconsciente que nos induce a

tentación, nos arma insidias y de pronto nos traiciona, venciendo la censura

que le hemos impuesto, haciéndose oír como los muñecos de Polichenela?

Esa voz es, sin duda, la voz del diablo, del demonio» 96.

Que Galdós noveló todo el subconsciente también, salta casi a la vista

del lector. Que llegó a la arcadia evangélica igualmente, en una capacidad

de creación amorosa y fraterna que es el aspecto sorprendentemente menos

explorado de su obra, acaso por el exotismo de su aparición en las litera

turas latinas, idem de lienzo. Que el demonio no se enquiste tan virulenta y

ahincadamente en sus personajes, o si acaso que no lo parezca, pues la ma

teria es por lo menos acreedora a una bien honda discusión, ya es harina

de otro costal, para dilucidar la cual no tenemos nosotros en esta ocasión

ni motivo ni huelgo. En cambio que en su elaboración formal no se deja lle

var de ese cierto impresionismo que tanto había de proliferar en la novelís

tica después y es una agilización con sus inconvenientes y ventajas que

desde luego debe mucho al contagio de las técnicas y posibilidades del cine,

ya hace parte de esa su indefectibilidad en la plenitud realista misma.

294

Tratamiento naturalista, pues. Que a Zola nada tiene que envidiar en su

propio terreno. Pero acaso de esto otro día.

Y plenitud realista ya en un plano de mucha mayor hondura humana y

literaria.

Mas, ¿dónde se nos queda el mundo de los símbolos, que no podemos

escamotear en un creador de tan ambiciosos vuelos ideológicos como don

Benito, se engañara o no a sí propio en su contenido concreto, que eso ya

es muy otra y acaso la más profunda de las cuestiones de su problemática?

Desde luego que no en la descripción de lugares, tiempos, cosas o per

sonas. Ya lo hemos visto bien claro, y comparativamente con otras mane

ras. ¿Y en la sucesión de sus argumentos? El mismo Cansinos, estudiando

a un novelista coterráneo, el astigitano José Mas, ha escrito por ejemplo

cómo «guiado por el amor y el misterio, tiende invenciblemente a la trage

dia, busca los tonos más intensos y desesperados de ese azul, en el punto

en que se torna fatídico en los cielos andaluces, y en cada una de sus obras

la guitarra melódica, algo gárrula a veces, quiébrase al fin como la urna

del destino, dejando oír el trino más intenso de su golondrina» 97. Pues bien,

nosotros nos preguntamos si una tal predestinación de la trama es compati

ble con esa la plenitud realista galdosiana que venimos predicando. Y cree

mos es posible la respuesta negativa, aunque habría que ocuparse mucho de

sus novelas religiosas para matizársela. Que si La familia de León Rock lo

confirmaría sin más, e incluso también Doña Perfecta, es posible que Gloria,

la del escándalo denunciado por su admirador don Marcelino, no tanto ya.

Pero en cuanto a la fidelidad realista en la elaboración literaria, insisti

mos en que para don Benito no son posibles ni dudas ni regateos.

Y pongámosle, para darnos cuenta por postrera vez, en un momento pa

rejo al lado de don Ramón del Valle-Inclán.

Por una parte Torquemada. El viejo avaro se muere en su palacio de

Madrid luego de una larga y vacilante agonía, entre un fraile y una monja

a quienes tiene obsesionados la última disposición íntima de su alma. Y es

el caso que expira con una palabra tremendamente equívoca en los labios

que hace los terrores de ambas criaturas de la Iglesia. Con la lengua hemos

topado, pues.

Por otra Pedro Gailo, el sacristán de una de las aldeas de la remota y

ancestral Galicia. El pueblo ha sorprendido a su mujer, Mari Gaila, en adul

terio, y reclama e incluso inicia su lapidación. Y entonces el marido apia

dado recurre a la magia del latín litúrgico98 para aplacar las iras del paisa

naje. Con la lengua también, pues.

Pero notemos ya la abismática diferencia entre ambos pedazos de idio

mas. Por una parte, un vocablo corriente del que se habla a diario en la

«realidad», tanto que esa su misma índole tan ordinaria es la que le hace

en este caso ambivalente y determina la zozobra de las dos almas de Dios

impotentes para desentrañar en aquel trágico caso particular su concreto

295

sentido. Por la otra, unos fragmentos rituales traídos a colación «simbólica

mente» de uno que no se comprende y sólo se usa dentro del hieratismo

ceremonial y rubricista del culto divino.

Diferencia a la que naturalmente hay que añadir como correlativa secuela

la de la muy distinta función que las palabras juegan en la trama argumental

del uno y el otro supuesto.

Mas aquí están los textos": Torquemada y San Pedro; y Divinas pa

labras.

Dos horas o poco más se prolongó esta

situación tristísima. A la madrugada, se

guros ya los dos religiosos de que se acer

caba el fin, redoblaron su celo de agoni

zantes, y cuando la monjita le exhortaba

con gran vehemencia a repetir los nom

bres de Jesús y María y a besar el santo

crucifijo, el pobre tacaño se despidió de

este mundo diciendo con voz muy per

ceptible :

—Conversión.

Algunos minutos después de decirlo,

volvió aquella alma su rostro hacia la

eternidad.

—¡Ha dicho conversión I —observó la

monjita con alegría, cruzando las manos—.

Ha querido decir que se convierte, que...

Palpando la frente del muerto, Gamborena

daba fríamente esta respuesta:

—¡Conversión!: ¿Es la de su alma o la

de la Deuda?

La monjita no comprendió bien el con

cepto, y ambos, de rodillas, se pusieron a

rezar. Lo que pensaba el bravo misionero

de Indias al propio tiempo que elevaba

sus oraciones al cielo, él no había de

decirlo nunca ni el profano puede pene

trarlo.

Ante el arcano que cubre, como nube

sombría, las fronteras entre lo finito y lo

infinito, conténtese el profano con decir

que, en el momento aquel solemnísimo, el

alma del señor marqués de San Eloy se

aproximó a la puerta, cuyas llaves tiene...

quien las tiene. Nada se veía; oyóse, sí,

rechinar de metales en la cerradura. Des

pués el golpe seco, el formidable portazo

que hace estremecer los orbes. Pero aquí

Las befas levantan sus flámulas, vuelan

las piedras y llamean en el aire los brazos.

Cóleras y soberbias desatan las lenguas.

Pasa el soplo encendido del verbo popular

y judaico.

Una vieja.—¡Mengua de hombres!

El sacristán se vuelve con saludo de

iglesia, y bizcando los ojos sobre el misal

abierto, reza en latín la blanca sentencia.

Rezo latino del sacristán.—Qui sine

peccato est vestrum, primum in illam lapidem

mittat.

El sacristán entrega a la desnuda la vela

apagada y de la mano la conduce a través

del atrio, sobre las losas sepulcrales...

¡Milagro del latín! Una emoción religiosa

y litúrgica conmueve las conciencias y

cambia el sangriento resplandor de los

rostros. Las viejas almas infantiles respiran

un aroma de vida eterna. No falta quien

se esquive con sobresalto y quien acon

seje cordura. Las palabras latinas, con su

temblor enigmático y litúrgico, vuelan del

cielo de los milagros.

Serenín de Bretal.—¡Apartémonos de

esta danza!

Quitín Pintado.—También me voy, que

tengo sin guardas el ganado.

Milón de la Arnoya.—¿Y si esto nos trae

andar en justicias?

Serenín de Bretal.—No trae nada.

Milón de la Arnoya.—¿Y si trújese?

Serenín de Bretal.—¡Sellar la boca

para los civiles, y aguantar mancuerda!

Los oros del poniente flotan sobre la

quintana. Mari-Gaila, armoniosa y des

nuda, pisando descalza sobre las piedras

sepulcrales, percibe el ritmo de la vida

296

entra la inmensa duda. ¿Cerraron después bajo un velo de lágrimas. Al penetrar en

que pasara el alma o cerraron dejándola la sombra del pórtico, la enorme cabeza

fuera? del idiota, coronada de camelias, se le

De esta duda, ni el mismo Gamborena, aparece como una cabeza de ángel. Con-

San Pedro de acá, con saber tanto, nos ducida de la mano del marido, la mujer

puede sacar. El profano, deteniéndose me- adúltera se acoge al asilo de la iglesia,

droso ante el velo impenetrable que oculta circundada del áureo y religioso prestigio,

el más temido y al propio tiempo el más que en aquel mundo milagrero de almas

hermoso misterio de la existencia huma- rudas, intuye el latín ignoto de las DíVIna,

se abstiene de expresar un fallo que ÑAS PALABRAS.

sería irrespetuoso y se limita a decir:

—Bien pudo Torquemada salvarse.

—Bien pudo condenarse.

Pero no afirma ni una cosa ni otra...,

¡cuidado!

¿No está aquí toda esa la que nuestro profesor José María Jover llamaba

la edad de plata de nuestra literatura?

Sí. Toda ella. Pero a los dos extremos de dos inspiraciones, eso es, antes

de dos inspiraciones que de dos concepciones, de la novela y de la literatura

toda incluso. Sin que la comprobación de la diametral diferencia suponga

asentir al epíteto de «agarbanzamiento» con que don Ramón despachara a

don Benito, aunque acaso a él precisamente pueda hacérsele excusable. Des

de luego más a él que al rector agoniosamente herético de Salamanca.

Y así las cosas, la inmersión en las atmósferas novelescas, ¿cómo será

en cada uno de los dos?

Podemos ver algunos ejemplos.

A veces tiene lugar aquélla mediante un viaje, a lo largo de ella. Gracias

al traslado espacial a una determinada geografía.

Así en Valle-Inclán, al ensoñado paraíso de su Italia 10°:

Anochecía cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y co

menzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores lejanos.

¿No es ante todo una sugerencia la nota predominante en el período que

antecede? ¿No es una invitación a que el lector cabalgue llevado de las alas

de su propio corcel al país con el cual el novelista por su parte va a enrique

cerle? ¿Y una confesión anticipada de que en los propósitos de ése entra el

dejarle vislumbrar un pozo sin fondo y un campo sin puertas a su propia

imaginación de gustador y re-creador?

En cambio, en Galdós, veamos la instalación de Ángel Guerra en Tole

do101. Tan sencillamente como sigue:

En efecto, Ángel Guerra tomó el tren de Toledo el 2 de diciembre

por la mañana.

297

Y una vez llegado:

¡ Qué silencio, qué apartamiento, qué paz! Podría creer que un fabuloso

hipógrifo le había transportado, en un decir Jesús, a cien mil leguas

de Madrid.

Otras veces es un personaje lo que de entrada se nos presenta. Así el

romero de Flor de santidad102:

Caminaba rostro a la venta uno de esos peregrinos que van en romería

a todos los santuarios y recorren los caminos salmodiando una historia

sombría, forjada con reminiscencias de otras cien, y a propósito para

conmover el alma de los montañeses milagreros y trágicos. Aquel men

dicante desgreñado y bizantino, con su esclavina adornada de conchas

y el bordón de los caminantes en la diestra, parecía resucitar la devo

ción penitente del tiempo antiguo, cuando toda la Cristiandad creyó

ver en la celeste altura el Camino de Santiago.

Y el parecido entre este «retrato» y el «paisaje» de antes es tan llama

tivo que no nos creemos justificados para deleitarnos en el placer de glosarle

aquí. Venturosamente no hay claridad. Ni se nos delimitan unas facciones

ni se nos da una filiación. Y a la literatura ha pasado toda la sugestión ine

fable de la brumosa tierra atlántica del escritorm.

En cambio, con toda esta catarata de precisiones principia Galdós por

ponernos en antecedentes de su Halma:

Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi

amor propio de erudito investigador de genealogía..., vamos, que les

perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de

linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal,

Javierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, condesa de Halma-Lautenberg,

pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que

entre sus antecesores figuran los Borja, los Toledo, los Pignatelli, los

Guerrea y otros nombres ilustres.

Y otras veces se trata de un viaje literalmente. De un viaje de los perso

najes de sus novelas a lo que los novelistas nos invitan.

Y con tanto espesor realista lo hace Galdós, a pesar de tratarse de una

criatura tan exótica como no deja de serlo un marroquí mendigo en Madrid,

y con un pasado largo y desconocido tras él, el Almudena de Misericordia m:

Contó Almudena que desde Fez había ido a la Argelia; que vivió de

limosna en Tlemcén primero, después en Constantina y Oran; que en

este punto se embarcó para Marsella y recorrió toda Francia, Lyon,

Dijon, París, que es "mu" grande, con tantos "olivares" y buenos pisos

de calle, todo como la palma de la mano. Después de subirse hasta un

pueblo que le llaman "Llila", volvióse a Marsella y a Cette, donde se

embarcó para Valencia.

298

En cambio, tan sugeridoramente indeciso como el mismo vago conoci

miento que nos ha quedado de la primera juventud en las tierras calientes

del escritor, deja Valle-Inclán el del marqués de Bradomín al pasar de su

sonata de primavera a la de estío105:

Embarqué en Londres, donde vivía emigrado desde la traición de Vergara,

e hice el viaje a vela en aquella fragata "La Dalila", que después

naufragó en las costas de Yucatán. Como un aventurero de otros tiem

pos, iba a perderme en la vastedad del viejo Imperio Azteca, Imperio

de historia desconocida, sepultada para siempre con las momias de sus

reyes entre restos ciclópeos que hablan de civilizaciones, de cultos, de

razas que fueron, y sólo tiene par en ese misterioso cuanto remoto

Oriente.

Robert Ricard, con esa su finísima sensibilidad digna de tiempos mejores

que los que le ha tocado vivir, entre muchas facetas tan escondidas como

profundas de la vida y la obra galdosianas, ha detectado el tema de la evasión

en algunos de sus personajes. Y por supuesto que luego de deslindar la acep

ción justa del vocablo: «L'évasion conduit a la liberté; elle est de soi une

liberation» m. Y de las alas de su tal sugestión, nosotros pensamos si, con

los pies tan sólidamente anclados en ese espesor del realismo del novelista,

del cual éste nunca renegó ni por asomo según con creces hemos visto, no

es posible también, y precisamente por esa su misma integralidad realista,

tan desbordadora de aquel materialismo que incluso llegó a usurpar el epí

teto de naturalista107, llegar a la evasión ideal en cuanto la obra literaria es

capaz de brindarla a la condición humana.

NOTAS

1 La sociedad galdosiana; texto en "De esto y de aquello", I (ed. de García Blanco;

Buenos Aires, 1950), pp. 353-55.

2 El día 8 del mismo mes, en El mercantil valenciano, insistía en hacer consistir

su obra en "la pintura de una época y una gente profundamente antiheroicas", no

sacudidas por ningunas fuertes pasión ni acción. Pero, ¿cómo compatibilizar esta visión

subjetiva con la objetiva realidad de los Episodios nacionales, por no salimos de ese su

más llamativo fenómeno creador? Cf. nuestros artículos Gabriel Araceli en Salamanca,

en "El Adelanto" de esta ciudad, 15 de septiembre de 1974; y en el mismo diario,

el 8 de agosto de 1976, Los "Episodios nacionales" por entregas. El texto de Unamuno

en "De esto y de aquello", I, pp. 359-62.

3 Gáldós en 1901; texto en "De esto y de aquello", I, pp. 356-58.

* Apostillaba, cual un corolario, que "sobre el río [de su lengua] no hay torrentes,

y bajo de él no hay temblores de tierra como ocurre en el río tempestuoso de Dostoieusqui

(sic)".

299

5 Benito Pérez Galdós, en "Españoles de mi tiempo", (Barcelona, 1974), pp. 33-35.

6 El subrayado es nuestro.

7 Benito Pérez Galdós, en "De Galdós a Lorca" (Buenos Aires, 1960), pp. 85-100.

La cita precisa es de la p. 86. Por primera vez se había publicado el texto casi idéntico

en Semblanzas literarias contemporáneas (Madrid, 1923).

8 El subrayado es del autor.

9 A. Valbuena y Prat, Historia de la literatura española (6.a ed.; Barcelona, 1960)

p. 583.

10 p. 97.

11 El 210, de 10 de enero de 1920.

12 Palabra que en la portada ha sido sustituida por la de estudio.

13 Las numerosísimas y nutridas colecciones de novela corta publicadas en España

a partir de 1907, y sobre todo hasta 1936, aunque sus retoños lleguen hasta 1962,

constituyen un fenómeno de trascendencia insospechada para la vida literaria coetánea

del país, por poco que hayan sido estudiadas y desdeñadas mucho. Sobre la cuestión:

Federico-Carlos Sáinz de Robles, La promoción de "El cuento semanal". 1907-1925.

Un interesante e imprescindible capítulo de la novela española, ("Austral", núm. 1592;

Madrid, 1975); el mismo, La novela corta española. Promoción de "El cuento semanal".

(1901-1920). Antología, (Madrid, 1952); el mismo, Antología de la novela corta. 18 años

de novela española. 1907-1925, (Andorra la Vella, 1972); L. Sánchez Granjel, La novela

corta en España, en "Cuadernos hispanoamericanos", núm. 228 (1968) 1-68; L. Urrutia,

Les collections populaires de romans et nouvelles (1907-1936), en Université de Paris,

VIII, Vincennes: "L'infra-littérature en Espagne aux XIXe et XXe siécles. Du román

feuilleton au romancero de la guerre d'Espagne", (Grenoble, 1977), pp. 137-63 (véase

también la colaboración de B". Magnien, sobre "La novela del pueblo", pp. 247-6O);

M. Martínez Arnaldos, El género novela corta en las revistas literarias. (Notas para

una sociología de la novela corta) 1907-1936, en "Estudios literarios dedicados al

Prof. Manuel Baquero Goyanes" (Murcia, 1974), pp. 233-50; y Julio Casares, Cuentos

y novelas cortas, en "Crítica efímera. índice de lecturas" ("Austral", núm. 1317; Madrid,

1962), pp. 202-33. El joven estudioso sevillano Abelardo Linares posee una copiosa

documentación sobre las colecciones dichas, bastantes de las cuales tienen olvidada

incluso su existencia. Aparte su interés literario es vital el que poseen para la historia

de las mentalidades. Nosotros tenemos en prensa en la "Revista de estudios alicantinos",

Gabriel Miró en las colecciones españolas de novelas cortas.

14 Del tono da idea lo que sigue: "Se ve claramente que no es una novela que trate

de combatir la religión católica. El intento es demoler los prejuicios que pueden separar

a los hombres por diferentes creencias".

15 Por otra parte el tema es de la máxima actualidad. En cuanto la posible capitidisminución

galdosiana en aras de sus tesis podría ser una llamada a la conciencia de los

apóstoles del terrorismo crítico literario.

16 Nadie ha pensado en el cetro de la novela española del siglo para una galdosiana

de tesis, cual ha sido en cambio el caso para Fortunata y Jacinta, empatada un tanto

con La regenta de Clarín.

17 Naturalmente que no queremos referirnos a la calidad literaria de cada cual.

18 Hemos tratado del tema en la introducción a la edición ilustrada de Paz en la

guerra, (colección "El cofre del bilbaíno", núm. 23; Bilbao, 1972); Los caminos de la

imaginación medieval: de la "Fiammetta" a la novela sentimental castellana, en "Filo

logía moderna", 15 (1975) 541-61; y El arcediano sepulvedano de Valderas, Clemente

300

Sánchez de Verdal, en los orígenes de la novela, en "Studium legionense", 18 (1977)

165-219.

19 Para su conexión con el idioma, véase Roger Fowler, Linguistics and the Novel

(Londres, 1977). En su reseña conjunta de este libro y de Structurálism and Semiotics

de Terence Hawkes, ha escrito Christoper Norris (Methods and Meanings, en

"Books and bookmen", 23, 1978, 42-44, marzo) que "the usual objection to the linguist's

forays into literary criticism is that the only finds a different and often more complicated

way of saying what any competent reader should pick up instinctively. Fowler's

argument is in part the usual risposte, that literature, after all, is language, and all we

have to go on; and in part, the more interesting claim, that progress in linguistic

refinement can often effect a significant change in creative outlook. The weakness of

the former argument lies in the deceptive generality (which philosophers are fond

of pointing out) of the simple word is. Language may be the sine qua non of literature,

but clearly the novelist (and his reader) depend a great deal on modes of competenceknowledge,

experience, tact and human sympathy-which the linguist ist hardly placed

to analyse". Y resulta de mucha meditatividad su opinión de cómo "perhaps this is

simply to say that linguistics is concerned with a corpus of texts to be described and,

as far as possible, analysed; while structurálism mostly starts out from a theoretic

standpoint and treats the text as a useful instance of the general theory". *

20 Por supuesto que nosotros adscribimos al género novelístico una buena parte

de creaciones que la preceptiva tradicional endilgaba a la epopeya. Profundizando así

se da uno plena cuenta de que la novela no es un género tardío y de que su acervo

premedieval no es parsimonioso que se diga. Para ello y nuestra discusión de las tesis

de don Marcelino, nos remitimos a los trabajos citados en la nota 18, sobre todo al

último.

21 De ello que ciertas posturas totalitarias se encuentren predispuestas al embarazo

ante esos los gérmenes de ilimitados vuelos de la misma. Así ha escrito Carlos García

Gual: "El arte anterior había tenido otras funciones —política, religiosa, propagandís

tica, de círculos culturales, pedagógica, etc.— (Tal vez con funciones más elevadas y

quizá esta literatura novelesca sea una degradación en muchos aspectos, pero esto es

otro tema). Y esta nueva finalidad de la literatura novelesca: la de crear un mundo

privado de ficción para invitar al lector a evadirse por él, no deja de tener un valor

propio. En su forma abierta este alba del folletín anuncia un camino de libertad román

tica hacia horizontes nuevos, sin conciencia clara de sus infinitas posibilidades. Es un

camino, quizás lamentable, hacia la literatura moderna"; Originalidad de la novela

griega, en "Estudios sobre los géneros literarios", I (Grecia clásica e Inglaterra), edi

tados por J. Coy y J. de Hoz (Universidad de Salamanca, "Acta Salmanticensia",

Filosofía y Letras, 89; 1975), p. 148.

22 ¿También voluntarioso? Nosotros no intentamos decidirnos por la alternativa

que la crítica de Julio Casares, que luego transcribimos en el texto, plantea.

23 Una excepción es Paz en la guerra, novela integral tout court, y que valga la

paradoja. Julio Casares (Crítica, cit., p. 68), opina también que "Nada menos que

todo un hombre es, sin disputa, una excelente novela corta, un verdadero modelo de

su género".

24 El tomo primero de las Obras completas del mismo, en la edición de García

Blanco (Madrid, 1958), está dedicado todo él al "paisaje".

25 Julio Casares ha llegado a sospechar (Crítica, cit., p. 56) que "no está bien

claro si el señor Unamuno realizó su invento de manera voluntaria y consciente, o si,

301

queriendo escribir una simple novela, se extravió y le salió nivola. Hay indicios que

abonan esta última suposición, que en nada amenguaría la importancia del descubri

miento, ya que no pocas de las invenciones que más enorgullecen a la humanidad

fueron producto de un error".

26 Crítica, cit., pp. 62 y 57.

27 Datada en 1941-43; nosotros citamos por la 5.a ed. (Barcelona, 1959), 2.a parte,

2; pp. 98-100.

28 Zum Inbegriff des Geistigen und Musischen, zum sublimen Kult, zur Unió

Mystica aller getrennten Glieder der Universitas Literarum. Notemos la coincidencia

entre Hermann Hesse y Thomas Mann en cuanto a la preponderancia de lo musical en

el ámbito argumental de su intelectual novelación.

29 R. Freedman, The lyrical Novel. Studies in Hermann Hesse, André Gide, and

Virginia Woolf (Princeton, 1963), p. 49.

30 Humaniora y Forschungen, en el original alemán.

31 En la misma novela, una incursión lírico-didáctica pintiparada es la que la intro

ducción en el sanatorio del gramófono recién inventado posibilita; al capítulo séptimo,

Ondas de armonía; Fülle des Wollauts, en el original alemán.

32 Naturalmente que no siempre. Pensemos nada más en los Buddenbrook. Y nada

más revelador que su subtítulo, decadencia de una familia.

33 Véase nuestro artículo Dos novelistas y dos tiendas, en el diario de Salamanca

"El Adelanto", el 18 de julio de 1976. También, allí mismo, La estafeta romántica (30 de

marzo de 1975), otra incursión en la aprehensión por la fuerza novelística galdosiana

de una parcela del mundo exterior, en este caso la del correo.

34 Parte primera, 1. Juanito Santa Cruz; 2. Santa Cruz y Arnáiz. Vistazo histórico

sobre el comercio matritense.

35 Capítulo VII.

36 Er war eine stille Lage, abseits der Geschaftsgegend von Kaisersaschem, der

Markstrasse, der Grieskramerzeile: eine winklige Gasse ohne Trottoir, nahe dem Dom,

in der Nikolaus Leverkühns Haus sich ais das stattlichste hervortat.

37 War dort alies ausgebreitet, was da klingt und sing, was naselt, schmettert,

brummt, rasselt und dróhnt.

38 Sigue la pormenorizada descripción de las flautas e instrumentos parejos, "dies

Heer der Schalmeien in weither entwickelten Hochstande ihrer technischen Ausbildung".

39 Que merecen acto seguido de la pluma de don Benito todo un poema en prosa

nada en ella corriente por cierto: "el inventor del tipo de rameado más vistoso y

elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y

rimados con pájaros". [...] Envolverse en él es como vestirse con un cuadro.

40 Véase nuestro artículo Entre Béjar y Madrid, en "El Adelanto" de Salamanca,

16 de abril de 1978.

41 Una diferencia en el argumento que repercute en la manera de ser expresados

los ideales de ambos novelistas, naturalmente más explícita en Thomas Mann. De ahí

que cuando Galdós quiere tomar ese camino en sus novelas de tesis incurra en uno

de sus fallos. Notemos que a propósito de la música se ha dicho de Thomas Mann

mismo: "The influence of Schopenhauer, Wagner and Nietzsche is at its most evident

here, for Mann, like them, seems to have subscribed to the view that music is the

supreme mode of artistic expression; and not merely that, but also that is a form

of knowledge too profond for revelation through mere words, and is the highest

metaphysical activity. [...] In music he recognized the direct language of the will, as

302

Schpenhauer had so described it, the language of the unconscious, of the irrational,

which although set down with certitude, yet was ultimately untranslatable and unknowable;

a seductive admixture of the rational and the irrational at their most intense";

P. Carnegy, Faust as musirían. A Study of Thomas Mann's novel "Doctor Faustus",

(Londres, 1973), p. 19. No hemos podido ver el novísimo libro de A. Vernon Chamberlin,

Galdós and Beethoven. "Fortunata y Jacinta" as a symphonic novel, (Londres,

1977; colección "Támesis").

42 Y naturalmente que para Galdós no sólo reivindicamos la mera poesía de la

materia misma, aunque precisamente ningún botón de muestra más pintiparado para

captarla que su transcrita descripción de las tiendas de pañería. Notemos que Madariaga

(pasaje citado en nuestra nota 5), cotejándole con Valle-Inclán opina que "éste, con

todo su don genial de hacer cantar las cosas, de transfigurar el día corriente en obra

de arte, es un maravilloso artista para artistas, y Galdós ni pensó en tal vocación

para él". Por supuesto que más cerca de Galdós que de don Ramón se nos queda

Thomas Mann.

43 Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez Galdós. Ensayo de estética

realista, (2.a ed., Madrid, 1977), pp. 297-306.

44 Véase D. Lida, Galdós entre crónica y novela, en "Anales galdosianos", 8 (1973)

63-77. Por parecemos arrimar demasiado el ascua a la sardina de lo social en detri

mento de lo individual e incluso de lo que desdeñosamente ahora trata por muchos de

ser expulsado de la novela como "caso particular", no creemos con Correa que en

Galdós se haya dado una "correspondencia exacta entre las modalidades concretas del

vivir y las formas sociales del momento". ¿Que las biografías de sus personajes hayan

pasado a ser sustancia de lo mismo histórico? (No gratuitamente pudo subtitularse

Fortunata y Jarínta dos historias de casadas). Sí. ¡Pero de la intrahistoria!

45 Con agudo conocimiento de causa se ha podido escribir: "Galdós was in many

respects in advance of this wawe. Likewise, because of his Cervantine heritage, he was

independently in the vanguard of a closely associated movement: psychologistic impressionism

and symbolism"; G. Gillespie, Reality and fiction in the novéis of Galdós,

en "Anales galdosianos", 1 (1966) 11-31 (la cita es de las pp. 14-15). Y opina este

estudioso (p. 25) que "Cervantes directly, and not the romantics, taught Galdós about

subjectivity".

46 Para cuyo buceo, Galdós se anticipó de manera de veras genial a su tiempo,

haciéndolo a manos llenas en el mundo de los sueños, cual si hubiera sido posterior

Freud. Véase G. Gillespie, Dreams and Galdós, en "Anales galdosianos", 1 (1966)

107-15; y G. Feal, El doble fracaso de Galdós a la luz de sus sueños, en ibíd., 11

(1976) 119-27.

47 Antonio Sánchez Barbudo ha escrito: "Lo que sucede es que una parte de la

realidad, de la total realidad del hombre, es su espíritu. En este caso, una parte de

la realidad de ese avaro, tan materialista, es darse cuenta, en ocasiones, de lo que la

muerte significa —la muerte de aquéllos a quienes él ama y la suya propia—; darse

cuenta de la situación trágica del hombre, y no conformarse con ello"; Torquemada

i la muerte, en "Anales galdosianos", 2 (1967) 45-52.

48 En el mismo Correa leemos (El simbolismo religioso en las novelas de Pérez

Galdós; Madrid, 1%2; p. 236) cómo "las configuraciones que se destacan con mayor

relieve en esta novelística son las de la regeneración del ser y de la vida perfectiva,

las cuales conducen con frecuencia a los paradigmas de la santidad, del profetismo,

del angelismo y su opuesto el diabolismo, de la vida sobrenatural y de la vocación

303

que conduce a ella, y finalmente al de las fundaciones utópicas que permiten el pleno

desarrollo espiritual del hombre".

49 Su novelística no se ha estudiado. Sobre ella hay únicamente las noticias de

A. Valbuena Prat, Historia de la literatura española, III (6.a ed., Barcelona, 1960),

pp. 794-95; y E. de Nora, La novela española contemporánea. 1927-1939 (2.a ed., Ma

drid, 1973), pp. 373-77. A nuestro juicio por cierto que ninguno de los dos han captado

la entraña simbólica y abstracta del mundo novelesco de Cossío (pues de sus obras

realistas no se ocupan. Nora relega todas las demás del escritor, salvo Clara y Taxímetro

que estudia, al nivel de ia simple "literatura amena"). Así Valbuena, si bien escribe

de Taxímetro que "la asociación del taxi a la vida misma de Benito, el personaje cen

tral, casi un muñeco, motivado por el conceptismo narrativo del ágil y curioso nove

lista, se realiza con talento extraordinario" de manera que la obra "pertenece al mundo

del rodeo hábil e intelectual de un Giradoux o de un James y en el que asoman

greguerías a lo Ramón", luego habla del "amplio vigor" de la descripción del paisaje

americano. Y para Nora, en el mismo Taxímetro hay "la hábil dosificación de tres

igualmente capciosos elementos: la narración pura (novela casi de acción y aventura,

según los moldes tradicionales); la amena crónica periodística (ambientes mundanos,

viaje trasatlántico y estancia brasileña); y el juguetón artificio literario semivanguardista".

Y aunque reconoce ser éste "el que más ha retenido la atención de los comen

taristas"' a él le parece "no obstante el más accesorio e inauténtico". Si bien luego

admite tratarse de "la biografía irreal de un personaje fantástico, de una especie de

fantasma que, por azar, protagoniza una serie de aventuras (principalmente eróticas)

que lo desdibujan en vez de personalizarlo". En cuanto a Clara, para nosotros, como

ia novela corta Gran turismo, de que luego diremos, es de una manera intermedia

entre lo realista y lo simbólico. Y Nora, que la tiene "por una de las mejores novelas

psicológicas españolas de su tiempo", la define confusamente entre "el aparente con

vencionalismo de los hechos, la implacable objetividad del relato y el relato mismo

formalmente clásico".

50 La inmensa figura literaria de Cansinos está del todo por estudiar y parte de

su obra vergonzosamente inédita. Véase J. M. Martínez Cachero, Rafael Cansinos

Asséns, critico militante, en "Homenaje al Profesor Alarcos", II (Universidad de

Valladolid, 1966), 317-28. La telegráfica mención de Eugenio de Nora {La novela española

contemporánea. 1898-1927 (2.a ed., Madrid, 1973), p. 379, llega a lo grotesco. Claro

que se disculpa con que sus novelas son inencontrables y están olvidadas. Jorge Luis

Borges ha tenido de siempre a Cansinos por su maestro en las letras. En el poema que

le dedica (Obra poética; Madrid, 1972; p. 228) dice: "Bebió como quien bebe un

hondo vino — los Salmos y el Cantar de la Escritura" y "acompáñeme siempre su me

moria — las otras cosas las dirá la gloria". Está en prensa un librito de Abelardo

Linares sobre el escritor.

51 Las dos maneras se mezclan cronológicamente en su obra. Así de las realistas,

El caballero de Castilnovo es de 1924 y Cincuenta años de 1952; de 1942 Elvira Coloma

o al morir un siglo. De las simbólicas, Aurora y los hombres de 1931, y Taxímetro

de 1940. Clara, un tanto medianera, de 1929. La novela corta Gran turismo, de la

misma ecléctica modalidad, de 1953. Cincuenta años es autobiográfica. Y se puede

comparar la parte que se desarrolla en Sepúlveda, su pueblo natal (capítulos 4-6 y

comienzos del 7, pp. 41-85; y parte de los 20 y 21, pp. 312-14 y 325-34), con los

pasajes correlativos de sus memorias, o sean las Confesiones. Mi familia, mis amigos,

mi época (Madrid, 1959; capítulos 1 y 9, pp. 13-21 y 87-94). Así el retrato del admi-

304

nistrador de la familia, el sacerdote don Blas Guadilla. En las memorias: "Tenía los

pies muy grandes y las manos y el rostro muy rojos. Era muy aficionado a los caballos,

y quitándole su sotana, que tenía no pocos lamparones, me hubiera parecido un gitano"

(p. 92). En la novela (p. 47, bajo el nombre de don Justo): "era gran caballista y

gustaba mucho de los tratos, de comprar y vender caballos. Iba a las ferias y los tra

tantes le temían. Fuerte, muy rojo, era campechano y alegre, buen tresillista y muy

cauto en las respuestas". Nosotros hemos conocido en la tradición oral de Sepúlveda,

una copla relativa al personaje, que concuerda con la descripción de Cossío: "¿Quién

es ese — que parece más un gitano que un cura...?"

52 Las máscaras de nuestro tiempo (Ateneo de Santander, sección de literatura,

1930), p. 9.

53 Lo cual, desde luego, no es lo que en sus novelas hace Cossío. Pues éste no

crea una ciudad imaginaria valiéndose de fragmentos tomados a muchas ciudades

reales. No. El prescinde lisa y llanamente de concretar y describir cualquier ciudad, y

le basta con la noción abstracta de la tal. Que simbolismo y abstracción no equivalen

precisamente a fantasía.

51 Y es significativo que empalme Cossío este repudio de la novela realista con un

cierto canto a las posibilidades por ese su propio camino novelístico del novísimo cine.

¿Notaremos así cómo es la misma literatura lo que, en la desembocadura del antirrea

lismo, acaba estorbando? Sin que podamos decir por supuesto que ello fuera conse

cuencia obligada. Cossío seguía: "En tal sentido, el cinematógrafo empieza a tener

ahora imaginación. Y es curioso este proceso en el que la función ha creado el órgano.

El cinematógrafo comenzó no teniendo sino imágenes, y, en el curso de unos años, las

imágenes crearon la imaginación".

55 En "La novela del sábado", año I, núm. 21 (1953). La cita es de la p. 7.

56 En "La novela del sábado" (colección distinta de la homónima citada en la nota

anterior), año II, núm. 3, 27 de enero de 1940.

57 Apuntemos el detalle de la vinculación de la familia Cossío a la casona mon

tañesa de Tudanca donde según el hermano de Francisco, José María, allí afincado,

habría situado Pereda la acción de Peñas arriba. Sobre ello, J. de Entrambasaguas, en

"Las mejores novelas españolas contemporáneas", I (Barcelona, 1957), pp. 40-48 (en

relación con el prólogo del mismo José María de Cossío, al segundo tomo de la edición

de las Obras completas por Aguilar, Madrid, 1934, pp. 1147-365). En cuanto a la casa

de Tudanca y los Cossío, ha escrito también Francisco, en Manolo (2.a ed., Valladolid,

1939), pp. 41-59.

58 Así empieza: "Quizá nadie puede comprender mejor el sentido de un bar como

los agüistas. Todo bar, en su ser más íntimo, tiene algo de balneario. Aún no se han

inventado las inhalaciones y los chorros alcohólicos, pero los devotos del bar van

a él a hacer una cura de alcohol".

59 "Todos aquellos chicos y chicas que en esta mañana primaveral salían de clase

con ansias de disfrutar con la luz a través de las avenidas y los jardines estaban

estudiando para magos. ¿Pero es que en nuestros días existe en nuestra universidad

esta disciplina? Claro que existe, señor. Estos muchachos estudiaban para boticarios.

No nos damos una cuenta demasiado concreta de lo que tiene por dentro esa palabra:

Botica. Verdad es que en nuestros días se ha industrializado bastante la profesión, y el

boticario apenas tiene que mover redomas y matraces; mas, sin embargo, la única

alusión fuerte a la más vieja fantasía del mundo nos la da ese viejecito que permanece

durante mucho tiempo sentado en una silla, entre tarros y frascos con nombres en latín

305

20

y en abreviatura para mayor claridad, esperando el líquido milagroso que lleva en sus

esencias nada menos que la salud. La Humanidad se morirá de vieja y creerá siempre

en esto, en la Botica". Y ya cotejando y arrimando el ascua a su sardina: "El bar es

la botica de los sanos, y el barman, con su chaquetilla blanca, y el boticario con su

blusón blanco, no hacen otra cosa frente a la vida y la muerte que agitar en el aire

líquidos diversos para que se mezclen bien y para que los hombres se hagan la ilusión

de que con aquello la vida no se acaba".

60 Págs. 5-6.

61 Fijémonos en la data de la novela, la postguerra española. Y para darnos cuenta

de los cambios sociales y mentales producidos retengamos esta observación que al

autor naturalmente se le escapa: "No puede darse una insipidez más íntegra y más

estricta que la de las muchachas que acuden a un bar"; p. 6.

62 "La ciudad iba tomando aspecto de provincia, con encrucijadas tenebrosas,

ángulos que ilumina un farol de los antiguos de gas y aceras estrechas que buscan

techo en los aleros. Así desembocaron en una plazoleta con una fuente en el centro

y un círculo de acacias. Allí la luna había hecho su aparición y se derramaba sobre la

piedra de un templo neoclásico, macizo, con un santo en el centro de esos que tienen

un libro en la mano"; pp. 11-12.

63 Pág. 9.

61 Aparece mientras tanto Serafín, que acaba de comprarse una casa de duendes.

Y notemos así de paso la interferencia entre la fantasía y el símbolo. ¿Un poco con

sustancial a esta manera? ¿Consabida en la novelística simbólica de Cossío? Porque

Serafín acaba de comprar una casa de duendes, "una casa única. No se habita desde el

año 1840. Últimamente la quiso alquilar un profesor de preceptiva literaria y la pri

mera noche ocurrieron tales cosas que la familia se recluyó en un ropero, y allí estu

vieron todos clamando por un antiespasmódico hasta el amanecer"; p. 9. Y el mismo

Serafín "vestía de negro, llevando desde siempre un luto inmemorial, y este atuendo

significaba el respeto que en su época de espiritista tuvo por los espíritus, todos ellos

difuntos. Les hablaba entonces como un amigo cariñoso, dando a su voz inflexiones

de padre amante que desea que sus hijos no hagan tonterías, y así logró educar a

varios espíritus, y especialmente a uno que le acompañaba a todas partes"; p. 11.

Una observación todavía. Se nos dice que "el grupo, ya en la calle, tomó cierto aspecto

espectral". Pero, ¿acaso no es un tanto espectral todo cuanto vamos en la novelita

viviendo?

65 Contra el que a don Hermógenes previenen sus compañeros de claustro. Tan

simbólicos como podemos verlo: "Don Trinitario, el de Física, no se quitaba nunca

el abrigo ni dejaba el bastón"; "Don Braulio, el profesor de Mineralogía, era el más

viejecito, al borde de la jubilación; muy derecho, muy atildado y accionando siempre

al hablar, como si tuviera un mineral en la mano"; y "don Ernesto, el profesor de

Botánica, olía siempre a tomillo"; pp. 28-29.

66 Págs. 37-38.

67 "En realidad, el bar no tenía diferencias esenciales con otro bar cualquiera.

Existían en él, sin embargo, dos objetos que le daban una personalidad originalísima:

una gran esfera armillar iluminada, sobre la que los bebedores podían realizar viajes

alrededor del mundo, y un encerado negro y brillante, debajo del reloj, en el que don

Hermógenes desarrollaba cada día las fórmulas correspondientes"; p. 39.

68 En "La novela actual", año I, núm. 8, 5 de agosto de 1943.

69 Evocando el impacto de la aparición del ferrocarril en las mentalidades cas-

306

tellanas ha escrito, por ejemplo: "El gran problema del tren se hallaba en que para

llegar a las regiones ricas, fabriles, mineras, populosas, habían de salvar kilómetros y

kilómetros de tierras yermas, de sierras peladas, de lugares desiertos. Esos pueblecitos

en los que, de tarde en tarde, surge un viajero, un solo viajero en la estación soli

taria. En estos lugares el tráfago de las grandes estaciones se ha perdido, se ha eva

porado, y el tren parece encontrarse a sí mismo y arranca con una perezosa somnolen

cia, como si quisiera quedarse allí en reposo mucho tiempo. Para estos lugares se

inventó la frase un minuto. Un minuto no más para el reposo, porque el paisaje estaba

esperando la velocidad"; Castilla la Vieja, en la obra colectiva "Cien años de ferrocarril

en España", IV (Madrid, 1948), pp. 421-38; la cita de las pp. 436-37.

70 Notemos que Francisco de Cossío nació de familia hidalga en la vieja villa,

castellana vieja, de Sepúlveda. Dormida ésta en el tiempo desde que, apenas estrenado

su fuero, dejara de ser frontera, en los mismos días de su concedente Alfonso VI, el

rey conquistador de Toledo y así ganador de la más avanzada línea del Tajo. Y en

su pueblo natal, el día de la Virgen de la Peña, 29 de septiembre de 1943, conme

morando el milenario de Castilla desde el balcón del castillo que da a la plaza y era

a la vez la casa de su nacimiento, dijo entre otras cosas: "Las oleadas perturbadoras

de la vida moderna apenas han podido trasponer estas murallas. Decaen las viejas

costumbres, los viejos vestidos, las viejas danzas, los viejos oficios... pero aún vive

todo esto en espíritu, resbalando por las piedras y flotando en el ambiente. Aún las

campanas del Salvador recogen un eco de vida antigua y el paso de los hidalgos que

pasean por las losas de la plaza, es el paso de quien desprecia el tiempo, porque está

seguro de sí. A Sepúlveda la pesa su historia, y como no debe nada a los demás, irradia

su propia luz con esa fuerza que da el tiempo y esa seguridad que inspira la superviven

cia"; Sepúlveda en el milenario de Castilla, manuscrito autógrafo que se conserva en

el Archivo municipal de la villa, pp. 20-21. ¿Complacencia en un sentimiento decadente,

acaso aristocráticamente, del mundo y de la vida? Es posible. Para el mismo Cossío,

en su pueblo natal cargado de historia, "el mundo está con nosotros y los muertos

dialogan con los vivos".

71 La alusión espacial más concreta se reduce a ésta: "Luego pasaremos por una

heredad con una casa de piedra que era de mis padres. Mi padre era marino, y se

ahogó. Iba a la pesca del bacalao en barcos bretones, y debió quedarse por allí en los

hielos, con los esquimales"; p. 20, capítulo III.

72 Notemos este esquivarse de ella a las pretensiones amorosas de él: "—Usted

me quiere sujetar al tiempo, a su tiempo; yo soy una desengañada que quiere vivir

fuera del tiempo"; p. 32, capítulo IV. Y este diálogo de Bernardo con María, su ama

de llaves, a la vuelta del viaje, ya transformado en otro hombre: "—¿Pues qué hora

es? —¿Cómo quiere usted que lo sepa, si aquí no ha habido nunca reloj? Usted y yo

no necesitábamos reloj para vivir. —Pues habrá que comprar uno que nos sirva de

norma. Sin reloj no se puede vivir. —¿Y para qué necesita usted reloj? —Para poder

llegar tarde a los sitios con conciencia"; p. 47, capítulo VI.

73 Parte primera, III, 4. La cita de Un viaje de ida y vuelta es el comienzo de la

novela.

74 Puede consultarse a R. F. Brown, El espesor del realismo en Gáldós, en "Actas

del primer Congreso internacional de estudios galdosianos" (Las Palmas, 1977), pp. 220-

229. De por sí es significativo el título del trabajo.

75 En "La novela de bolsillo", año 1915, núm. 47.

76 Primavera sevillana, pp. 30-31. No están los parágrafos numerados.

307

77 Semana de pasión, pp. 51-52.

73 Las bordadoras trabajan.

79 Armonía final, pp. 61-62.

80 En "La novela de hoy", año II, núm. 47, 6 de abril de 19^23.

81 Al capítulo I (no están numerados), pp. 15-16.

82 V éase A. A. Parker, Nazarín, or the passion of Our Lord Jesús Christ according

to Caldos, en "Anales galdosianos", 2 (1967) 83-89. Leemos allí que "all critics, allegues

Francisco Ruiz Ramón, are agreed that Nazarín is a failure because of its excessive

symbolism". El libro de Ruiz Ramón es Tres personajes galdosianos. Ensayo de aproxi

mación a un mundo religioso y moral (Madrid, 1964). ¡Pero acaso por eso es más significativi

todavía la plenitud realista de su tratamiento literario!

83 En el tomo V de las Obras completas (Madrid, Aguilar, 1942), p. 1724.

84 Nazarín, primera parte, capítulo II; de la novela de Cansinos, capítulos I,

La vuelta del padrino, y V, El artesano artista. El libro fue publicado en Madrid, el

año 192U. Las citas de las pp. 10 y 30-31.

85 Se trata de la madrileña "casa de huéspedes de la tía Chanfaina (en la fe de

bautismo Estefanía), situada en una calle cuya mezquindad y pobreza contrastan del

modo más irónico con su altisonante y coruscante nombre: calle de las Amazonas".

86 Serla de lo más instructivo para la estilística el estudio de las continuas metá

foras en las novelas de Cansinos.

87 Lo mismo decimos de su adjetivación. Antiguo aparece constantemente.

88 En "La novela corta", núm. 402, 18 de agosto de 1923, año VIII.

89 Segunda parte, III; la novela de Cansinos no tiene divisiones numeradas. La

cita es de las pp. 11-12 (sin numerar también).

90 A propósito de la significatividad de la elección de sus escenarios por Galdós,

que desde luego no es incompatible con el pormenor naturalista de su "pintura", sino

que por el contrario refuerza su consustancialidad con el realismo, véase L. Charnon

Deutsch, Inhabited space in Galdos' "Tormento", en "Anales galdosianos", 10 (1975)

35-43; "it is no accident that in such a dramatic novel as Tormento the background

should be a black curtain and that most of the scenes take place at night". Cf.

A. Amorós, El ambiente de "La de Bringas", novela de Galdós, en "Reales sitios", 2

(1965) 61-68.

91 Ángel Guerra, segunda parte, VII, 2, La trampa; la novelita de Cansinos no

tiene apartados numerados. Se publicó en "La novela mundial", año I, núm. 39, 9 de

diciembre de 1926. Citamos de las pp. 18-20.

92 Cf. H. B. Hall, Torquemada: the man and his language, en "Galdos' Studies

edited by J. E. Varey", (Colección "Támesis", serie A, monografías, IX; Londres, 1970),

pp. 136-63; "it is no accident that the fate of Torquemada in the next world should

seem to depend on the resolution of a linguistic ambiguity: the meaning of the word

conversión", que termina. Cf. él mismo, Galdos's use of the Christ-symbol in "Doña

Perfecta", en "Anales galdosianos", 8 (1973), 95-98.

93 Estas precisiones topográficas se diría que refuerzan la índole simbólica de la

descripción que sigue. Por otra parte, ¿Sevilla no tiene ya un tanto categoría de

símbolo, en sí y en su novelista?

91 Véase L. Livingstone, El realismo galdosiano ante el "chosisme" francés, en

"Actas del primer Congreso", pp. 296-304.

95 Ya vimos que ese no era el caso en la alternativa novelística de Cossío.

96 Fedor Mijailovich Dostoyevski el novelista de lo subconsciente (Madrid, s.a.),

308

pp. 8-9. Al introducir el tomo primero de la versión de las Obras completas (4.a ed.;

Madrid, Aguilar, 1949), y concretamente a propósito de Los hermanos Karamazov,

comenta: "Estamos ya en la teoría fundamental de Dostoievski —la necesidad de la

expiación— y no habrá de extrañarnos que cuando los tribunales condenan a presidio

al inocente Dimitri, éste, lejos de indignarse, se conmueva de gratitud hacia sus jueces,

que van a permitirle expiar, no aquél, sino otros pecados, y también los pecados ajenos

de sus hermanos y de sus semejantes desconocidos, con los que la culpa nos crea una

solidaridad inevitable y fausta" (p. 67).

97 Sevilla en la literatura. (Las novelas sevillanas de José Mas) (Madrid, 1922),

p. 118. Véase a la p. 65, sobre la sintonía de personajes y paisaje, que le hace recordar

La Nave y La cittá morta, de D'Annunzio, a propósito de La estrella de la Giralda y

Por las aguas del rio. Sobre José Mas, véase J. de Entrambasaguas, Las mejores

novelas contemporáneas (1915-1919), pp. 707-72.

98 Véase la exégesis de Manuel Fernández Galiano, Las lenguas clásicas y la

liturgia, en "Una voce", núm. 16 (1968), pp. 4-5. (Las obras allí citadas a propósito

del final transcrito de Divinas palabras son: G. Umpierre, Divinas palabras: alusión

y alegoría ("Estudios de hispanofilia", 18; Department of Romance Languages, University

of North Carolina; Madrid, 1971); M. Bermejo Marcos, Valle-Inclán. Introducción

a su obra (Salamanca, 1971); y el discurso de ingreso de Antonio Buero Vallejo en la

Real Academia Española. Puede también verse A. Bugliani, Considerazioni sulla gestazione

e problematicitá di "Voces de gesta" e di "Divinas palabras", en "Hispano-

Italic Studies", 1 (1976) 57-64.

99 Transcribimos los finales de cada una de las dos obras. Véase Robert Ricard,

L'usurier Torquemada: Histoire et vidssitudes d'un personnage, en "Aspects de Galdós"

(Publications de la Faculté des Lettres et Sciences humaines de Paris; Etudes et

méthodes, 10; 1963), pp. 80-81.

100 Sonata de primavera "ineunte"; véase A. Zamora Vicente, Las sonatas de

Valle-Inclán (Madrid, 1%9).

101 2.a parte, I.

102 Comienzo de la novela, o sea primera estancia, I.

103 Examínense los detalles cromáticos de otro comienzo valle-inclanesco, el de

Los cruzados de la causa: Caballeros en muías y a su buen paso de andadura iban dos

hombres por aquel camino viejo que, atravesando el monte, remataba en Viana del Prior.

A tiempo de anochecer entraban en la villa espoleando. Las mujerucas que salían del

rosario, viéndoles cruzar el cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas, sin poder

reconocerlos por ir encapuchados los jinetes con las corozas de juncos que usa la

gente vaquera en el tiempo de lluvias por toda aquella tierra antigua. Pasaron los jinetes

con hueco estrépito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedáronse mur

murando apretujadas bajo el porche, ya negro a pesar del farol que alumbraba el nicho

de un santo de piedra. Véase E. S. Speratti-Piñero, El ocultismo en Valle-Inclán

("Támesis", serie A, monografías 34; Londres, 1974). El cierre de sus conclusiones es

un modelo de extrapolación crítica que acaba venciéndose a sí misma y ha de recono

cerlo mal de su grado: "El ocultismo sirve fundamentalmente en su obra para objetivar

lo que juzga dañosa remora en la evolución de los españoles —o de sus descendientes

y allegados— y para desenmascarar a los que propician el estancamiento o medran con

él. Pero simultáneamente, y considerado en sus posibilidades y niveles más altos —esté

ticos, místicos—, sirve también para estimular la evolución literaria del propio Valle-

Inclán".

309

104 Cap. XIV.

105 Ultimo párrafo del primer apartado. Para la mitificación de los personajes

valle-inclanescos en sus novelas históricas, leemos en Alison Sinclair: "Valle-Inclán's

handling of a historical framework is seen at its clearest in the characterisation of

central non-fictional figures, since in this área we have a Corpus of certain well-defined

characteristics attributed by the popular press to men and women prominent in public

Ufe, and cióse comparison and correlation with Valle-Inclán's creations is made possible";

Valle-Inclán's "Ruedo ibérico". A popular View of Revolution ("Támesis",

serie A, monografías 43; Londres, 1977), p. 27.

106 Quelques aspects de V'evasión" dans les romans de Galdós, en "Les langues

néo-latines", núm. 152 (1960) 1-6 (reimp. en id., Galdós et ses romans, 2.a ed., París,

1969; pp. 67-73).

107 Véase R. Ricard, La classification des romans de Galdós, en "Les lettres ro

manes", 14 (1960) 143-53 (reimp. en Galdós et ses romans, cit., pp. 12-19).

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