ASPECTOS DE UN "TIPO" GALDOSIANO: EL MAESTRO DE

ESCUELA, AYO O PASANTE

Alfred Rodríguez

La tipificación es instrumento práctico del convivir humano. Es, como

bien sabemos todos, casi una condición de nuestra naturaleza: la cataloga

ción inmediata —percepción sumamente pragmática de nuestra circunstan

cia humana— de los seres con quienes hemos entrado, entramos o estamos

a punto de entrar en contacto. Nada extraña, pues, que ello pasara, como

proceder caracterizacional, a esa simulación de la vida misma que es la

literatura.

El tipo, el ente literario que fija, sencilla y unidimensionalmente, una

manera de ser humano, es artificio inseparable de la literatura. Pues toda

literatura es, en alguna medida, representativa, reflejo de la realidad que

ha de ser siempre su sustancia básica. El tipo facilita un modo —el más

directo y sencillo— de hacer precisamente eso, representar, aunque sea mi

crocósmicamente en cada caso, algo de esa realidad. La tipificación, como

medio de representación, es parte integral de todo proceso artístico que pre

tenda transmitir alguna de las inexhaustas dimensiones del ser humano.

En este sentido, es no menos tipo —en definición general— Ótelo o

Macbeth que el gracioso de nuestro teatro clásico. Si éste plasma la confi

guración humana de una relación social y jerárquica, aquéllos alcanzan su

universalidad partiendo de su reconocible representación —que trasciende

de tiempo y lugar determinados— del hombre celoso y del político ambi

cioso, respectivamente. Y si hoy, gracias al genio de Shakespeare, llamamos

un Ótelo al celoso extremado y violento, o un Macbeth al ambicioso hasta

el homicidio, a nadie se le ocurre pensar que las figuras shakesperianas pre

ceden al tipo correspondiente en la realidad del largo convivir humano.

341

Tampoco puede sostenerse, naturalmente, que sean igualmente «tipos»

Ótelo y nuestro gracioso, aunque éste se crezca a veces en las dimensiones

de lo humano que consigue proyectar, sin dejar nunca su fijación esencial,

y aquél ofrezca menos riqueza humana, quizás, que la posible, debido a la

situación conyugal —tan repetidamente humana— en que le coloca su crea

dor. Hay, efectivamente, diferencia cuantitativo-cualitativa (así del número

de elementos en la fórmula caracterizacional como de la índole de los mis

mos) entre el gran personaje de Shakespeare y el producido en serie infinita

por nuestro Siglo de Oro.

Se suele reservar el rótulo de «tipo» para este último porque su creador

limita su humanidad al aspecto de ella que en él decide destacar, sin preo

cuparse —dentro de los límites de verosimilitud que la literatura impone

ella misma— de cultivar, proporcionalmente, aquellas otras dimensiones que,

no obstante, todo lector sabe que ha de poseer. Y este proceder artístico

puede deberse a finalidades tan estéticamente pertinentes como el deseo de

no desdibujar el aspecto de lo humano puesto así de relieve, o la necesidad

de surtir un destacador contraste —que es el caso de nuestro gracioso—

para con otras creaciones literarias. Naturalmente, semejantes creaciones pue

den ofrecer menos justificación estética, apuntando la incapacidad caracterizadora

del escritor o señalando la presión fijadora de la tradición. Sobre

algo de esto volveré al intentar explicar el tipo concreto que estudiaré en

Galdós.

Quedará reducido mi enfoque, pues, a aquellas creaciones literarias que

usualmente se denominan «tipos», personajes secundarios —por regla gene

ral— que destacan una sola dimensión de lo humano, quedando mínima

mente reforzada por el creador nuestra convicción de que otras dimensiones

humanas yacen un poquito más allá de nuestra percepción de lectores. No

deja de ser, con todo, bastante compleja la fijación literaria de éstos. El

«tipo» puede proceder de muy distintas secciones de la cantera de lo hu

mano a disposición siempre del creador de personajes literarios. Hay tipi

ficaciones —y no pretendo, en modo alguno, catalogar exhaustivamente—

que sencillamente proyectan la personalización de un vicio (el glotón, el ava

ro, etc.), o humanizan alguna falta de índole social (el hipócrita, el Judas,

etc.), o destacan, siempre exageradamente, algún modo de ser ridiculamente

inauténtico (el pedante, la casquivana, etc.). Las hay, asimismo, de algo

más compleja sustancia; combinando condiciones que una sociedad halla

reprehensibles o poco naturales: el viejo verde, la ajamonada coqueta, el

hombre afeminado, la mujer varonil, etc.

Las categorías indicadas reflejan la procedencia genérica más común del

«tipo» literario: la anomalía ética (personal) o de comportamiento (social)

que fácilmente se identifica —por repetirse tanto en el hombre— con nues

tra experiencia vivida de lo humano. Hay, indudablemente, otras muchas

agrupaciones posibles utilizando este criterio de procedencia; pero quiero

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insistir —por su pertinencia a lo que pienso aislar en la tipificación galdosiana—

sobre sólo un grupo más, también claramente distinguible en térmi

nos de procedencia: el «tipo» que surge, primordialmente, de la fijación po

pular o tradicional de un modo de ser concreto e invariable con un oficio o

una profesión determinada.

Los ejemplos abundan y son de sumo interés, aunque no pretendo en

estas cortas páginas una explicación de tantas asociaciones fijas entre oficio

y personalidad como han pasado de la cultura popular al arte literario. Me

ha de bastar con ofrecer algunos ejemplos que, estoy seguro, todos recono

cerán inmediatamente: recuérdese, por ejemplo, el boticario incrédulo y ma

licioso de los pueblos de Europa, inmejorablemente fijado en lo popular me

diante la expresión que aplaude una acción cualquiera con indicar que ello

es «como pedrada en ojo de boticario», siendo tipificación que cobra pre

sencia en los más destacados novelistas del siglo pasado; o recuérdese, aún

con mayor abolengo en nuestra cultura, el sastre de bondad y desinterés

infantiles que ha quedado fijado en el «del campillo» (oficio de tan poderosa

fijación caracterizadora que el mero nombre arrastra su calificación huma

na, como ocurre en el caso del magistral José de Relimpio y Sastre de nues

tro Galdós); o recuérdese, finalmente, el erudito, tan ridículo en su exage

rada valoración de lo trivial, que hace acto de presencia en toda una nove

lística que va desde Cervantes mismo (su famoso Primo, con mayúscula,

ya lo dice todo) hasta Unamuno, cuando menos. Pues a este grupo de «tipos»

literarios —de fijación popular mediante la identificación de un modo de

ser determinado con un oficio o profesión— pertenece el que estudiaré en

Galdós: el maestro de escuela, ayo o pasante.

He destacado dos grupos distintos de «tipos», usando el criterio de su

procedencia, para facilitar algunas distinciones que clarifiquen el carácter

del grupo al que pertenece el «tipo» galdosiano ya identificado. La diferencia

más patente estriba en la universalidad y la perpetuidad de los «tipos» del

primer grupo citado. No ha habido tiempo ni lugar en que no hiciera acto

de presencia los vicios, así personales como sociales, del ser humano, como

no espero que venga jamás un tiempo, ni exista jamás un lugar, en que de

saparezcan de la experiencia humana de lo humano. Las tipificaciones que

surgen de la identificación de un modo de ser con una profesión o que

hacer están sujetas siempre, por otra parte, a los vaivenes del oficio en que

quedan fijadas: desde la desaparición casi total, que ya ha ocurrido en gran

parte del mundo Occidental con el sastre o el zapatero remendón; hasta

el cambio más completo en la apreciación general de un determinado queha

cer, cosa ocurrida, en gran parte, con el maestro de escuela. Otra diferencia

notable es que la manera de ser usualmente identificada, típicamente, con

algún quehacer suele reflejar más bien un grado extremo —excesivo, si ca

be— de virtud (bondad) que un grado extremo de vicio. Está claro, no obs-

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tante, que la generalización no es absoluta, ya que puede darse el caso (co

mo se dé, efectivamente, en la avaricia singular del prestamista) en que lo

vinculado popularmente a un oficio sea un vicio concreto, que en el mismo

tiene expresión máxima.

El siglo diecinueve, comenzando ya con los costumbristas y llegando a

su culminación con la novela realista, ofrece en su literatura una incidencia

excepcional del «tipo» de todas clases. La primordial finalidad representa

tiva de la narrativa decimonona, que tan convincentemente explica Lukacs

en su estudio del Realismo europeo, inculca, y hasta exige en gran medida,

la frecuente creación de seres representativos de diferentes segmentos so

ciales, instituciones gubernamentales, estados económicos, etc.: el financiero

en ciernes (avaricioso prestamista), el cesante (covachuelista de alma), el in

diano (nuevo rico), etc.

Las limitadas pretensiones del costumbrista, reflejadas en el restringido

vuelo de su narrativa, le permiten quedarse al nivel del «tipo» puro; es de

cir, a nivel caracterizacional del ser cuya humanidad de persona queda muy

comprometida por la fuerza representacional de su unidimensional tipifica

ción. Mas la inserción del personaje-tipo en la novela —particularmente en

la novela realista, con su pretendida proyección verosímil y objetiva— ya

requiere otro nivel de esfuerzo. El novelista ha de buscar un equilibrio esté

tico entre la utilidad representativa (de todo un segmento social pertinente,

por ejemplo, en la economía de un solo personaje) y la urgente necesidad

de captar seres convincentes, identificablemente humanos e individuos.

Esta es la problemática caracterizacional de todo novelista del siglo pa

sado, y lo es especialmente de Galdós, el más fecundo y el más consciente

mente realista de todos. Precisamente por ser el que hace suya la primordial

finalidad representativa del Realismo europeo (de Balzac y Dickens, sobre

todo), Galdós hereda, en proporciones máximas, el dilema caracterizacional

que ése encierra. Su humanidad novelística, de millares de personajes, es

buena prueba de su éxito general en la búsqueda del equilibrio necesario

entre representatividad e individualidad; sin que pretendamos que no exis

tan personajes suyos —especialmente entre los más secundarios y faltos de

desarrollo particular— a quienes les asoma, patentemente, la pluma de «tipo»

neto.

Galdós ofrece toda la variada gama de niveles de equilibrio que se puede

dar en la caracterización realista: desde el «tipo» clásico que pasa a ser

protagonista e individuo inconfundible (siempre sin dejar su nuclear tipi

ficación, que es lo difícil), como lo son Torquemada o Ramón Villaamil;

hasta el «tipo», apenas humanizado, que nunca deja de serlo, como lo son

Mauro o Restituta Requejo, o Basilio Andrés de la Caña. Tanta cantidad y

tanta variedad ofrece, en este sentido, la obra de Galdós, que una tienta

crítica, a vuelo de pájaro, sería del todo inadecuada y, lo que es más im

portante, labor necesariamente injusta para con el gran novelista. Más pro-

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cedente me parece, por ello, seleccionar un solo modelo de tipificación, para

dar, al analizarlo, alguna medida del éxito del novelista dentro de esta difícil

y paradójica norma de la caracterización realista.

Ahora bien, para que el modelo de tipificación seleccionado dé, efecti

vamente, la justa medida de esa extraordinaria capacidad galdosiana, éste

ha de ser, me ha parecido, de «tipo» vinculado a un quehacer determinado,

siempre más complejo y, sobre todo, de molde caracterizacional pre-fijado

ya en la mente del lector contemporáneo de Galdós. Semejante pre-determinación

caracterizacional, controlada por el lector mismo, hace que cualquier

desviación significativa de la tipificación resulte un atentado contra su ve

rosimilitud. Entiéndase, se selecciona adrede un «tipo» tan fijado en la men

te popular del siglo pasado que su humanización individualizadora —norma

de la novelización adecuada del «tipo» en la estética realista— se le haga

tanto más difícil al novelista, pues peligra siempre la rotura de un molde

universalmente identificable: el maestro de escuela, personificación de inep

titud vital, de bondadoso y sumiso fracasado.

Pocos «tipos» hay más veces elaborados en la obra novelística de Galdós

que el ser dedicado a la enseñanza de jóvenes. Una lista de maestros de

escuela, ayos y pasantes de colegio galdosianos sería larga e incluiría —aun

que en diversos grados de integración en la misma— figuras tan conocidas

como Ido del Sagrario, Pío Coronado o Patricio Sarmiento. Se trata, pues,

de un grupo de personajes —grupo en la medida en que reflejan una misma

fórmula tipificadora— de cierto relieve, así cuantitativa como cualitativa

mente, en la novela de Galdós.

Hay que tener en cuenta, al mismo tiempo, que se trata de un segmento

de la caracterización galdosiana que no consigue, por regla general, una ela

boración ni intensa ni extensa. Con la posible excepción de don Patricio

Sarmiento, que se estudiará detenidamente en seguida, nunca trataré de pro

tagonistas literarios. Esto, por otra parte, nada sorprende, ya que el grado

de tipificación que semejantes caracterizaciones exigen les incapacita, nor

malmente, para reflejar la riqueza de facetas humanas que suele requerir

la protagonización novelística. Sin ser protagonistas, representan, no obs

tante, un importante papel en el desarrollo novelístico de las obras en que

aparecen; esto, naturalmente, en grado variable, según el personaje-tipo de

terminado y la novela determinad en que aparece.

El maestro de escuela, ayo o pasante de colegio tiene la prominencia in

dicada en la novelística de Galdós, y la consigue, además, siendo ejemplo

de una tipificación absolutamente invariable. Y es este hecho, por lo que

supone de «handicap» caracterizacional, lo que hace de este «tipo» en par

ticular una interesante vía de acercamiento a la caracterización general del

novelista. Galdós presenta sacerdotes muy distintos entre sí, militares de

muy distinto cariz sicológico y temperamental, y humanizaciones de mu

chos otros cargos y oficios que varían sustancialmente dentro de su catego-

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ría correspondiente. Dentro de la tipificación basada primordialmente en la

profesión o el oficio del personaje —puesto que una comparación más am

plia, con toda la caracterización tipológica del novelista, tendría poco va

lor—, el maestro de escuela, ayo o pasante de Galdós ofrece tal invariabilidad

de núcleo esencial que ello ha de ser reflejo, sin duda, de un poderoso

estereotipo general.

En consonancia con esa poderosa fijación popular y tradicional, el nú

cleo invariable de este «tipo» es sumamente peyorativo. Los maestros de

escuela, ayos o pasantes galdosianos —por lo menos todos los que pasan

de ser meros nombres— son siempre caracteres débiles, débiles hasta la

inutilidad; e imprácticos, imprácticos hasta lo patológico. En cierto modo,

son fiel reflejo —pero en versión anacrónicamente adulta— de los seres a

quienes enseñan y con quienes, al parecer, se les identifica: seres de alma

pueril. Basta repasar algunos nombres para que el lector de Galdós confirme

el hecho en su memoria: Ido del Sagrario, Pío Coronado, don Alquiborontofosio

de las Quintanas Rubias, etc.

Patentemente, Galdós identifica en el maestro-ayo-pasante una desgana

vital que repugna, en el fondo, al ideal burgués de hombre emprendedor,

ambicioso, de pulso vital inconfundible. Es la opinión generalizada, al pare

cer, eri^ todo el mundo occidental durante un largo aunque indeterminado

período de tiempo, período de ascendencia burguesa y que incluye gran

parte del siglo pasado. Este maestro de escuela es expresión caracterizacional,

en gran medida, del dictamen shaviano que ha recorrido el mundo en

tero y que aún hoy, en nuestros días, aparece con cierta frecuencia: el que

puede hacer algo, lo hace; el que no puede hacerlo, lo enseña. Ello mismo

se refleja, por ejemplo, en la identificación de la docencia con el sexo débil,

femenino; hecho que halla su expresión más extrema en la «school m'arm»

del oeste norteamericano, prototípico, en la leyenda, de un mundo superindividualizado

y burgués. Galdós da expresión literaria mediante su tipi

ficación invariable del maestro —y me ajustaré a España y lo español para

confirmar definitivamente el aserto en su caso— a una opinión generalizada

en su mundo de valores de empresa y esfuerzo económico, opinión captada

en la nota peyorativa subyacente en la expresión popular «tener más hambre

que un maestro de escuela».

Tan poderosa y universal —por lo menos en el contexto occidental y bur

gués en que vivió y escribió nuestro novelista— fue la fijación humana del

maestro de escuela, que ello sólo basta para explicar la invariabilidad tipificadora

en este caso concreto. Pero el gran novelista canario fue creador

de seres vivos, de personajes literarios que se nos hacen compañeros de por

vida; y, sin romper abrupta ni esencialmente con el estereotipo que exige

en este caso su caracterización, consigue una extraordinaria variedad vivencial

en el «tipo».

Este hecho —la casi paradójica individualización sicológica y funcional

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de estos estereotipos docentes— hace de esta vertiente especial de la carac

terización galdosiana una vía eficaz de aproximación al arte caracterizador

del novelista. Quizás ninguna otra categoría caracterizacional ofrezca mejor

oportunidad de calibrar la variedad humana que el gran novelista consigue,

precisamente donde ello sería menos de esperar. Con un molde humano es

trechamente pre-fijado en su sustancia síquica fundamental —horma carac

terizacional insuperable, de debilidad ineficaz y pueril frente a la vida y la

realidad—, Galdós elabora (mediante variaciones de circunstancia histórica

y social, de contexto novelístico y de orquestración de relaciones inter-humanas)

una serie de personajes que el lector no sólo encaja sin objeciones,

sino que archiva para siempre en ese archivo que llevamos todos de perso

najes literarios inconfundiblemente humanos.

Para analizar el proceder galdosiano en el caso concreto de esta tipi

ficación, he separado los más prominentes ejemplares de la misma en dos

categorías distintas. El criterio fundamental para la formación de éstas ha

sido la variada utilización novelística que efectúa Galdós con el molde ca

racterizacional invariable.

Destacaré primero el empleo galdosiano del estereotipo en sí —del nú

cleo síquico de ineficacia vital, pueril, que va adscrito popular y tradicionalmente

al «tipo»— para fijar una caracterización que tendrá largo desa

rrollo posterior en el mundo literario del novelista. Comentaré brevemente,

asimismo, otro uso parecido, para justificar una caracterización ya estable

cida. En ambos casos, como se verá, Galdós aprovecha la poderosa fijación

tipificadora del ejercicio pedagógico para más ampliamente caracterizar a un

personaje determinado, personaje que trasciende de esa identificación tipo

lógica. Para esta primera categoría, de empleo auxiliar de la materia tipifi

cadora (adscrita al quehacer), he seleccionado dos creaciones galdosiana s de

excepcional relevancia: José Ido del Sagrario y Frasquito Ponte y Delgado.

Se da la circunstancia, además, de que se abarca en ellos un período creativo

que va desde El doctor Centeno (1883) hasta Misericordia (1898), quizás los

quince años más logrados y fecundos de la carrera literaria de Galdós.

Analizaré después, ya en categoría aparte, una serie de maestros y ayos

galdosianos que lo son completa y definitivamente, jamás trascendiendo del

quehacer tipificador. Estos son cuatro, seleccionados adrede para que dos

pertenezcan al mundo de los Episodios Nacionales y los otros dos al de las

Novelas contemporáneas-, permitiéndonos observar el empleo galdosiano del

«tipo» en dos medios novelísticos de muy distinta contextura: don Paco,

personaje destacado de Bailen y Cádiz; don Patricio Sarmiento, un prota

gonista de El terror de 1824; Pío Coronado, de El abuelo; y don Alquiborontofosio

de las Quintanas Rubias, de El caballero encantado. Esta selec

ción también refleja bien la larga carrera creativa de don Benito, recogiendo

caracterizaciones entre 1875 y 1909.

347

I.—EMPLEOS AUXILIARES DEL NÚCLEO TIPIFICADOR

a) José Ido del Sagrario

Este personaje tan ubicuo de Galdós, que ya Shoemaker estudió en la

variedad de sus apariciones a través de Novelas contemporáneas y Episodios

Nacionales, ejemplifica el provecho que saca Galdós de la sustancia caracterizacional

inseparable del «tipo» (maestro, ayo, pasante) para moldear a un

personaje que —por su ubicuidad y variedad funcional en el mundo novelís

tico— trascenderá del molde tipificador procedente de su quehacer vital.

El primer encuentro del lector con Ido del Sagrario es en El doctor Cen

teno, como pasante en el colegio del sacerdote Polo Cortés. Con un mínimo

esfuerzo y una máxima eficiencia caracterizante queda fijada —eficazmente

apoyada en la identificación popular entre el ejercicio profesional y la dis

posición síquico-social— la sustancia básica del personaje. Con todas las

variaciones de oficio y función que sufrirá Ido del Sagrario en su extendida

presencia novelística, nunca escapará esa estampa inicial de ineptitud vital

que de su asociación pedagógica procede. Lo invariable de la caracterización

de Ido del Sagrario está ya, así, establecida para siempre.

El contexto escolar de El doctor Centeno es idóneo para destacar el ma

gistral empleo galdosiano de esta tipificación que hereda, en gran parte,

de los prejuicios de su mundo burgués. La escuela en cuestión la gobierna

directamente, con funciones administrativas y pedagógicas, uno de los pro

tagonistas de la novela: el presbítero don Pedro Polo Cortés. Como Galdós

ha dejado sugerido en los apellidos de éste, y como quedará más explícita

mente expresado en el desarrollo de la obra, Polo Cortés es, temperamentalmente,

todo menos el sacerdote que la vida lo ha hecho. El genio galdosiano

nos ofrece a este personaje excepcional (que ganará aún más prominencia

en Tormento) en el contexto que mejor podía destacar —por inferencia

automática de su lector, y con un mínimo necesario, pues, de explicación

narrativa— el agónico desacuerdo entre el hombre de nervio y acción, un

Marco Polo en potencia y un Hernán Cortés en su capacidad activa, y el

nicho que ha venido a ocupar en la vida. No le bastó a Galdós, para ello,

con su presentación sacerdotil. Para que el contraste fuese absolutamente

insoslayable, el novelista coloca a Polo Cortés en la función que más podía

diferir en su proyección humana, temperamental, con el hombre que es en

realidad: maestro de escuela. Y para que no se nos escape lo que esa fun

ción y ese contexto normativa y tradicionalmente exigiría en cuanto a con

figuración humana, Galdós destaca, allí mismo, al pasante don José Ido del

Sagrario.

Ido del Sagrario no volverá a la enseñanza de niños en su multifacética

carrera literaria. Mas la fijación primera que transmite Galdós mediante

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esa identificación docente quedará con él hasta el final de sus días: la ra

dical ineptitud vital.

b) Frasquito Ponte y Delgado

Entre todos los protagonistas galdosianos —y reconozco que esa desig

nación resulta siempre un tanto arbitraria en nuestro novelista— Frasquito

Ponte y Delgado tiene que ser (quizás salvando al peculiar protagonista de

la Quinta e inacabada Serie de los Episodios Nacionales, Tito Liviano) de

los que más completamente encarnan la ineptitud vital, la radical incapaci

dad frente a las más mínimas exigencias del existir. Cuando aparece en

Misericordia es ya un anciano cuya vida entera es historial documentado

del fracaso, de un fracaso vital que se nos explica como inevitable conse

cuencia de su radical inhabilidad frente a la existencia.

Frasquito Ponte y Delgado, como es norma diferencial —aunque hasta

ahora poco comentada— del Galdós de esta novela concreta, surge íntegro

y de una pieza para el mundo especialísimo de Misericordia. El chiflado

Ponte lo recibimos desde el primer momento como emblema que es de la

radical ineptitud para la vida (manera extravagente y exagerada, y por ello

reforzante, del mismo temperamento de clase o familia que representa doña

Francisca, su pariente); pero semejante manera de caracterización, que po

dría designarse de «golpe y porrazo», exigía que el novelista rellenara, a

posteriori, trozos biográficos, y esto es lo que me concierne en estas líneas.

Para ese relleno biográfico, que justificase y reforzase a la vez el ser de una

pieza que se nos da en el anciano Ponte, Galdós acude de nuevo a la pro

fesión o ejercicio que es, en sí, fijador, por identificación síquico-social ya

tradicional, de la ineptitud vital que personifica, y en gravísimo grado, su

criatura:

Su miseria, al cabo, podía decorarse con un barniz de dignidad.

Recibir un corto auxilio pecuniario como pasante de colegio..., era

limosna ciertamente...

Galdós aprovecha otra vez —con las variantes respecto a Ido del Sagra

rio que imponía la manera distinta de fijación caracterizacional: de impre

sión inicial y de refuerzo a posteriori, respectivamente— lo establecido caracterizacionalmente

por una tradicional identificación entre un quehacer de

terminado y un determinado «tipo» humano.

Los dos chiflados galdosianos que he presentado en este apartado (con

Pío Coronado, que se verá después en el otro apartado, quizás los más pro

minentes de toda su galería de personajes «peculiares»), cuyos mismos nom

bres ninguna duda permiten en cuanto a la intención consciente del novelista

en su gestación, quedan fijados en su radical ineptitud vital mediante una

conexión —aunque ésta sea circunstancial y momentánea en ambos casos—

con el quehacer estereotipizante del «enseñador de niños». En un caso, co-

349

mo se ha visto, la caracterización básica, ese núcleo de ineptitud, se prepara

e identifica de antemano mediante la identificación profesional inicial (Ido

del Sagrario), para que el personaje, por mucho que después transite por eta

pas sociales y laborales del mundo novelístico de Galdós, quede indeleble

e invariablemente inhábil frente a la vida. En el otro caso, de caracterización

a posteriori, lo ya fijado queda inmejorablemente confirmado mediante la

pasajera alusión identificadora con ese mismo quehacer.

II.—EMPLEOS DIRECTOS Y COMPLETOS DEL NÚCLEO TIPIFICADOR

Como ya se ha indicado, he optado por seguir —al analizar los más im

portantes ejemplos de este segundo apartado— la división que de la novelís

tica galdosiana más abiertamente resulta de los textos mismos, separación

que refleja diferencias así formales como de sustancia novelada: novelas

y Episodios Nacionales. Después habrá ocasión de señalar semejanzas y

diferencias, si las hubiera, en lo referente a la captación y proyección del

«tipo» en estas dos maneras novelísticas.

a) Novela

Dos maestros de escuela se nos ofrecen inmediatamente como candida

tos para el análisis del «tipo» en las Novelas contemporáneas: Pío Corona

do, personaje principal si no protagonista de El abuelo, y don Alquiborontofosio

de las Quintanas Rubias (Quirobo), figura destacada de El caballero

encantado. Como ha ocurrido en los casos ya vistos —de Ido del Sagrario

y Ponte y Delgado, en quienes el transitorio ejercicio de la docencia juvenil

prepara o refuerza un modo de ser—, en estos dos también anticipa Galdós

el carácter esencial en la selección nominal. ¿Qué personalidad humana, si

no la que ya se ha establecido para el «tipo» este, puede acompañar a se

mejantes nombres? Su fondo cómico-burlesco —alusivo picantemente, en

un caso; de cacafónicas resonancias, en el otro— claramente indica la di

rección caracterizadora del novelista.

1. Pío Coronado

No hay «pobre hombre» en el repertorio caracterizacional de Galdós que

supere en ineptitud vital a este personaje de El abuelo. Como sugiere ya la

alusión grabada en su apellido, la inhabilidad frente a la vida de Pío Coro

nado toca —con suma propiedad en el contexto literario en que ha de fun

cionar— en lo más sagrado y esencial: la familia. Todo el mundo abusa de

don Pío, hasta su mujer; o, más concretamente, especialmente su mujer.

Es la personificación del «pobre diablo», llevado al máximo de intensidad

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literaria; explotado por hijas que no engendró y humillado por una mujer

abierta y agresivamente adúltera. Ante todo ello se resigna en su bondadosa

ineptitud, en su incapacidad frente a los hechos y los hombres; expresando

lapidariamente su insuficiencia con ese «¡ Qué malo es ser bueno!» que lo

resume.

El abuelo es, entre otras muchas cosas que no vienen aquí al caso, la

proyección literaria de un personaje fuerte, orgulloso y voluntarioso. Pocos

seres salidos de la pluma de Galdós han sido ideados —estirpe, posición,

experiencia de vida y temperamento— para destacar mejor al varón domi

nante y eficaz frente a la vida que el Conde de Albrit, protagonista de la

novela. Tanto, que casi podría ofrecerse el ciego conde como la configura

ción humana más radicalmente opuesta a la tipificación que se estudia en

estas páginas. La presentación de este super-varón, autoritario y acostumbra

do a vencer, adquiere tensión literaria, hasta dramática, mediante su colo

cación en un contexto novelístico en que ha de humillarse su arrogancia

aristocrática y varonil. Por esto, precisamente, requiere Galdós en la obra

un personaje que haga resaltar —en todo momento y al máximo— esa im

perante varonía.

Pues bien, siguiendo una norma que ya hemos visto implementada —con

cierto grado de semejanza fundamental— en El doctor Centeno, Galdós re

curre, para su contra-figura destacadora, a la del maestro de escuela. En

Pío Coronado, que cumple su función profesional con las discutidas nietas

del conde (allí mismo, junto a éste, para que la función contrastiva sea in

soslayable), logra el novelista una inmejorable contra-figura del magnífico

conde. Con ese fin, Galdós emplea todos los medios descriptivos y narrati

vos a su disposición: el nombre mismo del personaje; su aspecto físico

—que vendrá a ser «standard» en el «tipo», como se verá al resumir—; el

desprestigio conyugal, etc. Pero lo que quizás más haga por fijar en Pío

Coronado la falta de voluntad, la ineptitud vital, sea precisamente su iden

tificación profesional, tan poderosamente caracterizadora.

El caso de Pío Coronado es, concedidamente, extremo; pues llega Gal

dós en su tipificación a la captación grotescamente deshumanizada de una

marioneta, desprovisto absolutamente de condiciones para la vida. Mas hay

que tener en cuenta que este maestro de escuela, con función literaria de

contra-figura, ha de cumplir esa función en el contexto, dramáticamente

enrarecido (larger than life), en que se mueve el Conde de Albrit.

2. Alquiborontofosio de las Quintanas Rubias

Todavía al final de su larga carrera novelística, en El caballero encan

tado (1909), ofrece Galdós un ejemplar perfecto del «tipo» que vengo comen

tando. Don Alquiborontofosio es caracterización indiscutiblemente eregida

sobre el molde síquico-social fijado popular y tradicionalmente en el ejerci-

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tante de la docencia juvenil. Es —manera extrema de ese quehacer— maes

tro de párvulos del pueblo de Boñices. Pese a la fantasmagoría simbólica

que caracteriza al último período novelístico de Galdós, este maestro de

escuela desempeña su papel simbólico-representativo sin salirse de los pará

metros «realistas» de la tipificación.

Don Alquiborontofosio (don Quirobo en la reducción nominal que se

ñala tanto el contexto pueril en que ha vivido como el paulatino encogi

miento de su ser físico en largas privaciones) tiene función representativa

más directa y explícita que ningún otro maestro galdosiano. Ello es consig

na de la novela en que aparece, ya que la crítica social es finalidad primaria

de El caballero encantado. En todo caso, sólo a través de él hace Galdós

referencia explícita a la proverbial pobreza del maestro (500 pesetas al año);

y es don Quirobo el único maestro de escuela galdosiano que protesta abier

tamente del mal trato que del gobierno reciben.

Para los extremos de pobreza y malestar rurales que Galdós pretende

captar en El caballero encantado, don Alquiborontofosio es idóneo. Proyec

ta, con exageración caricaturesca, el emblema del «maestro muerto de ham

bre», para lo cual crea Galdós incidentes tan extremos como el de las mi

gas camperas. El hambre del anciano maestro es atrasada y ya endémica,

recordando algo la identificada cómicamente en Ido del Sagrario. Y Galdós

extiende ese emblema tradicional —intensificando la crítica social que en

cierra su novela— hasta los pupilos. Don Quirobo es el maestro de párvulos

a quien se le mueren los niños de hambre, una especie de pastor que nada

puede ni sabe hacer para proteger a sus corderos.

Acogido al refranero, proyectando así un fondo filosófico mucho más

rural que libresco, pero muy apropiado al contexto rural de El caballero

encantado, don Quirobo es un sabio inútil. Es prototipo, precisamente, del

hombre que sabe sin saber hacer, cuya sabiduría se disuelve en ineptitud

frente a la vida. Utilizando un paralelo que, estoy seguro, no pensó crear el

novelista, cabe diferenciar a este personaje del cervantino que identificamos

con el refranero: don Quirobo es un Sancho Panza sin nervio vital, sin ca

pacidad de acción.

Galdós recurre al «tipo» del maestro de escuela, ser inepto ante la reali

dad, para ofrecer una dimensión importante del mundo rural recogido en

El caballero encantado. No sólo el aspecto económico grabado popularmente

en el «tipo» (ese «más hambre que un maestro de escuela» que Galdós am

plifica en su anciano maestro de párvulos cuyos niños se los arrebata el

hambre que él mismo comparte), sino la incapacidad para resolver semejante

problemática, de tipo económico y social, por cuenta propia. Esa incapaci

dad, que en el maestro de escuela halla personificación inmejorable, tipifi

cación tradicional, infunde el mensaje galdosiano: al campo español, señores,

hay que ayudarle.

Este aspecto de lo proyectado por Galdós por medio del maestro de

escuela de Boñices se destaca en éste como miembro de la cuerda de presos

352

—él va sin que su resignado acompañamiento rompa el estereotipo de ina

nidad vital— que lleva la Guardia Civil campo atraviesa. Su muerte en esa

cuerda, muerte de pajarito, sin decir pío, muerte sin pataleos, es la propia

del «tipo», y lleva implícita, creo, ese mensaje galdosiano.

b) Episodios Nacionales

El «tipo» literario que estudio tiene más extensa función novelística en

los Episodios Nacionales. En cierto modo, esto es lógico. El maestro, espe

cialmente el ayo, se presta extraordinariamente bien al desarrollo extensivo

de protagonistas que es norma estructural de las distintas Series. Es más,

la profesión misma —barómetro de segmentos instruidos de la población—

se presta bien a la proyección de tan representativo segmento social en con

texto histórico determinado.

Los dos que he seleccionado funcionan precisamente en los sentidos in

dicados. Don Paco, de la Primera Serie, aparecerá con cierta frecuencia a

partir de Bailen como ayo del joven don Diego, condesito de Rumblar y re

presentante, con toda su familia, de la aristocracia provincial de principios

del siglo pasado. Don Patricio Sarmiento, de la Segunda Serie, es el único

maestro de escuela galdosiano que alcanza los honores de protagonista, y es

en quien Galdós recoge una importante dimensión de la división radical de

España que caracteriza el período histórico novelado en esa Serie.

1. Don Paco

La familia Rumblar (la aristocrática y despótica madre, el condesito

don Diego —la nominación galdosiana es puro eco literario— y sus dos hermanitas)

tiene función patentemente representativa en la Primera Serie. Per

sonifica una clase moribunda, anacrónica ya en la España que, según la

perspectiva galdosiana, se modernizaba a todo trapo en su confrontación

bélica con la Francia napoleónica: la aristocracia de tierras afincada en

provincias.

No pretenderé aquí una comprobación detallada de este aserto. Bastará

indicar que la más destacada presencia de esta familia ocurre en dos nove

las, Bailen y Cádiz. Galdós vio, con su inerrable instinto para la representatividad

literaria, que esa clase social quedaría, en esas dos ocasiones histó

ricas, más relevantemente proyectada en la que él veía, claramente, como

su anacrónica inutilidad social. En Bailen, por ejemplo, queda patente la

ineficiencia de esa clase en el que fuera su quehacer primordial cuando era

socialmente viable: la guerra, la defensa de la patria. En Cádiz, cuna de la

nueva España, y en el preciso momento histórico del nacimiento de ésta

(1812), nos ofrece esa clase social —a través de las figuras ya indicadas—

353

23

en su incapacidad frente al cambio político, en su dimisión del poder por

inadecuación frente a la nueva realidad.

Dentro de la familia Rumblar, es el mayorazgo condesito, don Diego,

el que representa el futuro de su clase, y es en quien, por ello mismo, hubo

de fijar Galdós la más patente inutilidad para los que fueran tradicionalmente

los quehaceres sociales de su clase. Como proyección futura de la falta

de viabilidad de su clase, don Diego percibe el enfoque predilecto del nove

lista; y junto a él, con el fin de destacar insoslayablemente el mensaje histórico-

social de Galdós, coloca éste a su ayo, don Paco.

Don Paco cumple con el diseño caracterizacional del «tipo» prefijado

por la profesión docente. La familiarización de su nombre de pila ya lo su

giere. Es hombre falto de bríos para confrontar la vida, sin la más mínima

dosis de energía dirigida a la lucha que entraña el vivir; con la bondad y

paciencia ilimitadas del «bueno de Dios», del «pobre diablo», y con una

extraordinaria capacidad para vivir de espaldas a la realidad con la que no

puede contender. Como tal, se presta inmejorablemente a la tarea novelís

tica que le asigna su creador.

Don Paco vive, en el presente, el ideal aristocrático que había sido fun

cional en el pasado, quizás precisamente por no reflejar ése ya, efectivamen

te, la realidad con la que no sabría vivir. Es, pues, como ayo, el verosímil

portavoz del ideal aristocrático, ya caducado y desaparecido, frente a la

realidad del presente: el joven don Diego, condesito de Rumblar, cuyas

proclividades, de miembro de una clase degenerada y sin quehacer, le alejan

cada vez más del ideal que su ayo —una especie de alter ego— aún man

tiene. Su frecuente presentación de uno u otro aspecto de ese ideal caduca

do —función que comparte con la aristocrática condesa-madre— surte un

efecto irónico-crítico cara a la realidad que es don Diego.

La seriedad de la condesa-madre, su aristocratismo a la antigua e inamo

vible, resultan, en sí, fuera de lugar y tiempo en los contextos que recrea

Galdós para Bailen y Cádiz. Pero la reducción a la risibilidad de todo ese

anticuado código aristocrático la implementa el novelista a través del des

dichado ayo. Galdós le añade al molde de «tipo» que en su quehacer plasma

un elemento que —sin desdecir en nada de la tipificación profesional, sino

al contrario, yéndole como guante a esa personalidad pre-fijada— ridiculiza

la presentación misma del ideal aristocrático: la pedantería inútil y erudita.

Recuérdese, por ejemplo, las repetidas referencias a la historia de Alejandro

Magno en los consejos de don Paco para un don Diego que se ha de estrenar

de guerrero en la batalla de Bailen. Ello, la presentación misma del ideal

de comportamiento bélico, resulta anacrónicamente risible (ateniéndose a un

pasado ya del todo en todo inoperante, como la aristocracia misma); y

además prepara, con su paralelo superlativo (Alejandro Magno), una com

paración con la actuación de don Diego en la batalla que es redobladamente

irónica, anti-aristocrática.

354

La función docente de don Paco —el modo de ser humano en ese queha

cer fijado por poderosa tradición popular— era precisamente lo que exigía

la finalidad novelístico-representativa de la Primera Serie de Episodios Na

cionales. Don Diego, el joven noble degenerado e ineficaz, hace inmejorable

paralelo de contraste con el protagonista de la Serie, Gabriel Araceli, de su

misma edad y representante de la España-pueblo ascendente y eficaz. Y ese

juego de paralelos de contraste, tan central a la visión histórica del nove

lista, adquiere especial relieve gracias al importantísimo papel del ayo don

Paco. Este combina a la perfección su función literaria de proyectar oportu

namente —y, por su carácter, en son ridiculizante— el ideal anacrónico que

don Diego se encarga, a cada oportunidad, de caricaturizar, con una típica

ineptitud, una tal inutilidad para la vida, que en modo alguno puede ende

rezar al joven que educa.

Es de notar, de pasada, que esta fórmula que le valió tan bien a Galdós

en la Primera Serie —ayo y joven; combinación, además, del más rancio

abolengo literario— la vuelve a emplear el novelista, muchos años después,

al elaborar la Tercera Serie de los Episodios Nacionales. En Fernando Calpena,

protagonista de la Serie, y Pepe Hillo, su mentor inseparable en aque

lla España romántica, cuaja Galdós un aún más extenso e intenso empleo de

esa combinación de personajes.

2. Don Patricio Sarmiento

Don Patricio Sarmiento es el maestro de escuela sobre el que más pro

funda y extensamente enfoca Galdós. El es, a mi juicio, el verdadero prota

gonista de El terror de 1824, episodio central de la Segunda Serie. El perso

naje-tipo no suele alcanzar el rango de protagonista. La decisión caracterizacional

que fija en él una función estrechamente representativa, a expensas

de sus posibilidades de singularidad humana, limita extraordinariamente la

materia síquica y anímica que requiere un extenso desarrollo novelístico en

primer plano. La extraordinaria capacidad caracterizadora de Galdós logra,

no obstante, algunas importantes creaciones humanas, de protagonistas lite

rarios en toda regla, partiendo de fórmulas de tipificación, de moldes de es

trecha representatividad. Ello no es frecuente, pero ahí están, por ejemplo,

Torquemada y Ramón Villaamil como prueba de su posibilidad. Estos se

destacan, efectivamente, como protagonistas sin dejar del todo nunca esa

matriz de «tipo» en que fueron engendrados; de avaro-usurero y cesante,

respectivamente. Mas hay que tener en cuenta que de tantos avaros-usure

ros como ofrece la novelística de Galdós sólo Torquemada alcanza la pleni

tud protagonística; y que de tanto cesante como pulula por esa misma obra

tan sólo Villaamil consigue, en plenitud, ese mismo rango.

Asimismo, de todos los maestros de escuela que adornan el mundo de

creación galdosiana, sólo Sarmiento recibe del novelista ese interés moroso

355

y extenso que exige la presentación de un personaje como núcleo del desarro

llo novelístico. ¿Por qué Sarmiento? En el caso de aquellos otros «tipos»

que alcanzan la categoría de protagonistas, Torquemada y Villaamil, la mo

tivación de Galdós es perfectamente clara. Tanto el usurero-financiero como

el cesante representan —y por ello la tipificación tan repetida de los mismos

en su obra— segmentos político-económico-sociales de extraordinaria impor

tancia para la captación de la España del siglo pasado. Nada extraña, pues,

que Galdós —como antes lo hicieran Dickens y Balzac— se viera en la

precisión de fijar la atención, llevándolos hasta el centro mismo de su novela

realista, sobre alguno de los mismos. Este no es el caso, desde luego, del

maestro de escuela, figura de escasa representatividad y ésta alejada de las

poderosas fuerzas que perfilaban la España moderna de Galdós.

En el caso de don Patricio Sarmiento, maestro de escuela y protagonista,

no aprovecha Galdós la tipificación pre-fijada en el quehacer para captar el

desarrollo de un segmento socio-económico identificable o delinear los efec

tos deshumanizantes de una situación socio-política de carácter endémico.

El maestro de escuela servirá otra función representativa: la de personali

zar, para nuestra comprensión cordial de lectores, las consecuencias del te

rror político. Don Patricio Sarmiento será la víctima ejemplar del actuar

político que Galdós recoge en El terror de 1824, momento de represión que

capta en toda su maligna irracionalidad.

La selección de este «tipo» concreto para ese fin es innegable acierto de

Galdós. El complejo síquico-social que va tradicionalmente adscrito al ejer

cicio de la docencia juvenil, de radical ineptitud vital, es aptísimo para el

papel de víctima. Ello es ya norma del «tipo», cuya inhabilidad frente a la

vida invariablemente desemboca en su victimización por otros (el caso de

Pío Coronado con su mujer, por ejemplo) o por la sociedad en general (como

don Alquiborontofosio, por ejemplo). De eso a ser víctima prototípica de un

terror político —que es lo que viene a ser Sarmiento— supone sólo un paso

elaborativo. La selección del novelista es, pues, inmejorable de raíz.

Lo es, asimismo, por otras razones pertinentes, si más complejas. Galdós

capta en Sarmiento no sólo la víctima inocente que condena la fría crueldad

de un gobierno inicuo, sino también y simultáneamente (intención paradóji

ca que exige —quizás más que ningún otro factor— la protagonización de

este «tipo») al que es víctima expiatoria. Sarmiento resulta —siendo cons

ciente de ello, además— víctima expiatoria de los males cometidos en el

régimen anterior, de signo contrario y, en la opinión clara del liberal Galdós,

bastante menos inicuo en su actuar político. Galdós salva su responsable

objetividad histórica; pero destacando, en su yuxtaposición de víctimas en

Sarmiento (inocente y expiatoria a la vez), la radical diferencia cualitativa

de los sucesivos gobiernos, liberal y autocrático.

Sólo mediante este «tipo» concreto podía el novelista verosímilmente

unir en un solo personaje así la víctima inocente como la víctima expiatoria

356

que requería su interpretación del pasado español en El terror de 1824. El

esquema humano, sicológico, fijado automáticamente en el maestro de es

cuela permitía esa paradójica fusión precisamente por ser su eje, su núcleo,

la ineptitud, la ineficencia vital. Hasta en los momentos de más exaltación

fanática que vive este maestro durante el bienio liberal (1821-1823), su inep

titud —ineptitud revolucionaria en ese caso— reduce a nimios sus actos re

prehensibles. De ahí, en lo fundamental, la inocencia que permite su papel

de víctima —cordero sin culpa que destaca toda la maldad de un régimen

hasta un tanto absurdo en su crueldad— a la vez que representara el em

blema expiatorio de lo relativamente poco, concedidamente, que el fanatis

mo liberal anterior hubiera podido cometer de impropio o criminal.

El papel de víctima expiatoria —que le interesaba proyectar a Galdós

en la coyuntura novelística del terror histórico procedente de la España ab

solutista— tiene insustituible impacto en Sarmiento porque es perfectamente

consciente en el personaje. Para ello, para que resultara verosímil del todo

una caracterización que busca adrede el propio suplicio, Galdós recurre a la

fórmula cervantina que tantas veces utilizó en su obra: el ser monomaníacamente

perturbado, semi-loco y semi-cuerdo en su proceder. La identifica

ción del maestro Sarmiento es, claramente, la del mártir político, expiador

en su persona, inocente en lo esencial, de los relativamente leves abusos de

toda una generación política. Y la locura cuasi-quijotesca —que nada difícil

resulta insertar en un «tipo» que característicamente se desvía de una reali

dad que no puede ni sabe confrontar— es la ideal para que las expresiones

y los actos de Sarmiento proyecten su consciente vivencia de víctima ex

piatoria.

La consciente función expiatoria del maestro Sarmiento, que este busca

adrede y un gobierno esperpénticamente sanguinario le proporciona, era ne

cesaria en la caracterización, entre otras razones, porque Galdós parece que

rer hacer un paralelo de diferenciación, pienso, con la figura histórica que

lógicamente habría llenado ese cometido: don Rafel de Riego. La muerte

ignominiosa de éste —que siempre se le asentó mal al liberal que era Gal

dós— tenía que ser compensada; y ya que la obligada historicidad le impe

día alterar el hecho directamente (las últimas horas del General Riego, sím

bolo de la rebelión liberal), se valió de la creación literaria, del heroísmo qui

jotesco de su criatura, heroicidad indiscutible pese a la cuasi-demencia del

personaje, para proyectar la muerte digna, conscientemente expiatoria, del

que en la obra —en el contexto tétrico y aterrorizante de 1824— persiste,

aunque sea demencial y quijotescamente, en su credo liberal.

Con don Patricio Sarmiento, maestro de escuela y así pre-fijado en su

tipificación, hace Galdós un re-ajuste literario de la historia. Esta función

alterativa del pasado histórico, función que ejerce Galdós varias veces en

los Episodios Nacionales mediante la adición puramente literaria, es un as

pecto del novelista histórico sumamente rico en sedimentos cervantinos.

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En fin, dentro de las posibilidades mínimas de variación humana que

podía permitir una tipificación tan poderosamente pre-fijada por toda una

cultura, don Patricio Sarmiento representa —como espero haber demostra

do— un extraordinario logro del novelista Galdós. Aprovechando los ele

mentos axiales de esa tipificación profesional, y añadiéndole a la fórmula

caracterizacional tan sólo unos muy compatibles toques quijotescos (siempre

tan prominentes en su botiquín de recursos caracterizantes), Galdós crea

uno de los personajes más interesantes de los millares que cobran vida en

los Episodios Nacionales.

III.—RESUMEN

El deseo de señalar las significativas variaciones que consigue Galdós

desde un molde pre-fijado de «tipo» me ha llevado, lógicamente, a insistir

sobre las diferenciadas funciones literarias y representativas de los varios

ejemplos. No ha sido descuidado el núcleo tipificador, síquico-social, de inep

titud vital, que es lo esencial del «tipo»; pues al insistir en la diferenciación

funcional de los ejemplos analizados se ha subrayado a menudo —para re

saltar la eficacia caracterizadora de Galdós, precisamente— el molde común,

de fijación popular y tradicional, con que trabajaba el novelista. Pero sí ha

sido descuidado adrede, en virtud de la variación que he querido resaltar,

un efecto literario que comparten, como tales, todos los «tipos» traídos a

este estudio: la comicidad. Es, en gran medida, un efecto inseparable de

toda tipificación, como lo comprueba cualquier diccionario al definir el tér

mino.

El maestro de escuela galdosiano, «tipo» pre-fijado en su proyección hu

mana por la época que vivió Galdós, es un ser risible, un personaje que

aparece en el escenario literario con los resortes cómicos propios del «pobre

diablo», del «hazmerreír», que expresan la ineptitud vital del «tipo». Galdós,

siempre consciente de ello, refuerza nominal y descriptivamente esa carac

terística funcional. Los nombres de los personajes analizados son, en gene

ral, un indicio bien claro: Ido del Sagrario, Ponte y Delgado, Pío Coronado,

don Alquiborontofosio de las Quintanas Rubias, don Patricio Sarmiento. Y

las diversas descripciones físicas son, asimismo, indicio claro de reforza

miento cómico: desde la proyección marionetesca de Pío Coronado hasta

los detalles descriptivos de procedencia quevedesca que ya, hace años, se

ñaló Shoemaker en Ido del Sagrario. Y si a lo puramente descriptivo (inclu

yendo la nominación) se le añaden las muchísimas ocasiones novelescas que

crea Galdós para resaltar y aprovechar la comicidad latente en el «tipo»

(el hambriento ataque de don Alquiborontofosio a las migas, las burlas —fór

mula paralela— que hacen a su maestro, Pío Coronado, las nietas del Conde

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de Albrit y al ayo, don Paco, las hijas de la casa Rumblar, etc.), no queda

duda de la explotación al máximo literario que efectúa Galdós de la inhe

rente comicidad que del maestro de escuela, «tipo» invariable, se desprende.

Insistir, al finalizar esta ojeada sobre un «tipo» galdosiano, sobre el papel

cómico que éste despliega en sus diversas apariciones novelísticas, sólo tiene

por finalidad enriquecer, en toda justicia, la utilidad literaria que, como se

ha visto, consigue Galdós en este segmento limitadísimo de su caracteriza

ción. Pues junto a los diversos efectos caracterizacionales que éste logra,

va siempre adscrito, asimismo, el de proveer una dimensión cómica al con

texto literario. Es una dimensión cómica de rigor, desde luego, en la apre

ciación y la captación realistas del mundo humano; y que Galdós aprovecha

y sabe resaltar mediante todos los recursos de que dispone como creador:

nominación, descripción física, lenguaje, hechos situacionales, etc.

En conclusión, el maestro de escuela galdosiano —sustancia caracterizacional

poderosamente pre-fijada en su mundo (tan poderosa que Galdós ja

más, que yo recuerde, la rompe abiertamente; recurriendo, cuando hacia el

final de su carrera desea proyectar con carácter máximamente positivo el

papel social de la docencia juvenil, a la maestra, a la personificación femenina

de la profesión)— el maestro de escuela galdosiano, digo, resulta una riquí

sima arteria de aproximación a este gran creador de personajes literarios.

Dando por válida para el arte de la caracterización la norma universal de

que el «handicap» impuesto revela la verdadera capacidad, puede muy bien

estudiarse en el empleo galdosiano de este «tipo» —tan limitante de la li

bertad caracterizadora por su poderosa fijación tradicional— la capacidad

creadora del novelista. Y de semejante prueba sale Galdós, como se ha

visto, más que airoso. Pues desde el pie forzado de un «tipo» invariable

—literalmente, no susceptible de variación esencial— extrae Galdós toda

una serie de personajes que cumplen excepcionalmente bien con una ex

traordinaria variedad de funciones literarias.

Galdós aprovecha la tipificación humana adscrita a la profesión docente

para la creación de personajes que, después, trasciende del quehacer tipificador

(Ido del Sagrario, Ponte y Delgado), algunos de los cuales alcanzan

larguísima vida literaria. Galdós aprovecha la tipificación profesional —que

le entrega su sociedad de una pieza y sin posibilidades de alteración funda

mental— para destacar protagonistas de signo opuesto precisamente (Ido

del Sagrario-Polo Cortés; Pío Coronado-Conde de Albrit), seleccionando

adrede la insuficiencia vital que el «tipo» encarna para ese fin estético. Gal

dós, dejando al «tipo» que aprovecha en lugar secundario (Bailen, Cádiz) o

protagonizándolo para el caso (El terror de 1824), consigue a través del mis

mo importantes representaciones históricas. Galdós, finalmente, se aprove

cha del «tipo» mismo (El caballero encantado) para proyectar, en son crí

tico-social, el triste destino de éste como miembro de la sociedad.

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