RAMON DE LA CRUZ EN LA OBRA CRITICA DE GALDOS
Juan A. Ríos Carratalá
Universidad de Alicante
Desde la perspectiva de quien habitualmente trabaja sobre la literatura dieciochesca
española, la obra de Pérez Galdós -en concreto sus textos críticos sobre
Leandro Fdez. de Moratín1 y Ramón de la Cruz2
- resulta en primera instancia
sorprendente. Inmerso en una época tan poco propicia a la apreciación positiva de
los valores de la citada literatura, coetáneo de una bibliografía crítica que sancionó
buena parte de los prejuicios que hemos padecido ante las letras dieciochescas, el
autor canario - sobre todo en su primera época - se acerca con peculiar interés a
la obra de Leandro Fdez. de Moratín y Ramón de la Cruz. Sus textos sobre ambos
dramaturgos -en especial el dedicado al primero- no han tenido demasiado eco
en la bibliografía posterior acerca del siglo XVIIP. No obstante, la presencia en
su obra creativa de la huella de los citados autores4 -recordemos la excelente
recreación del ambiente teatral dieciochesco que se presenta en La Corte de Carlos
IV - Y el papel q~e desempeñaron en la formación de su propia estéticaS han sido
dos puntos que ya han despertado una merecida atención en los especialistas. A
este respecto, los acertados comentarios de Stephen Miller sobre el artículo «Ramón
de la Cruz y su época» - amparados en la justa apreciación de la labor crítica
galdosiana defendida, entre otros, por Willian H. Shoemaker y Laureano Bonet6-
me parece que explican suficientemente la función del citado texto dentro
de la obra del autor canario. Desde la perspectiva del estudio de este último tal
vez haya poco que añadir. Pero estimo interesante intentar desvelar el origen de
algunas de las opiniones galdosianas sobre el sainetista madrileño, pues no todas
se explican partiendo únicamente de la búsqueda por parte de Galdós de una
tradición estética que sustente su propia creación literaria, aun siendo éste el principal
motivo de su acercamiento a Ramón de la Cruz.
El popular dramaturgo ha sido uno de los autores más postergados dentro
del renacer de los estudios dieciochescos acaecido en las últimas décadas. Tal
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vez porque su obra no permite excesivas matizaciones o interpretaciones y
hasta cierto punto se la siga considerando como literatura menor, o tal vez
porque fuera un dramaturgo privilegiado durante el siglo XIX y principios del
XX por quienes tanto contribuyeron a crear un estereotipo negativo del XVIII
español, lo evidente es que en comparación con otros autores de la misma
época la bibliografía sobre Ramón de la Cruz apenas ha avanzado 7. Hoy en día
se sigue considerando como autoridad casi definitiva a un crítico tan superado
en otros temas como Emilio Cotare lo y Mori, el cual no hace sino cerrar con
un documentado y pormenorizado estudioS una línea de acercamiento al sainetista.
Esa línea comienza, como con tantos otros autores de la época, con los
sintécticos, sugerentes y pocas veces superados comentarios de Leandro Fdez.
de Moratín9. Nombres como Martínez de la Rosa, Hartzenbusch, José So moza
y, sobre todo, Agustín Durán van conformando la imagen de un Ramón de la
Cruz que, claro está, no llegó a Galdós sino a través del peculiar tamiz de los
citados autores 10. Una imagen donde se unifica de forma evidente el interés
por el sainetista con otros no siempre compatibles y más propios de los citados
críticos. Y esa visión de Ramón de la Cruz -sobre todo en los aspectos más
generales y básicos - influye directamente en las opiniones acerca del mismo
mantenidas por Galdós. Su crítica responde a un interés personal de búsqueda
estética -como ya demostró Stephen Miller-, pero en su formulación se acoge
en buena medida a una línea crítica que no desmintió y apenas pudo superaru
.
El primer punto señalado por la tradición crítica que asume Galdós es el
costumbrismo de Ramón de la Cruz, tema sobre el que sólo desde fecha muy
reciente se empieza a polemizar, aunque el propio autor en el Prólogo de la
edición de sus obras se vinculara más con una técnica realista que con la citada
corriente 12. Moratín habla de la «imitación graciosa y exacta de las modernas
costumbres del pueblo» 13, Agustín Durán señala que el dramaturgo «logró retratar
con vigor y energía los hábitos, costumbres y caracteres de la plebe de
su época»14 y Cotarelo, recogiendo otras opiniones coincidentes, considera a
Ramón de la Cruz como «el gran pintor de costumbres»15, prometiendo incluso
un segundo volumen de su trabajo -no publicado- que versaría sobre el
«estudio analítico de los sainetes de Ramón de la Cruz, en relación con las
costumbres de su tiempo»16. Tal unanimidad -comprensible en una época de
auge del costumbrismo- apenas deja resquicio al análisis de las técnicas y
mediaciones que intervienen en el supuesto costumbrismo de los sainetes 17 .
Lejos de ello - y tergiversando en parte el neoclásico concepto de «imitación»
expuesto por Moratín - se les considera como un retrato fiel y exacto del
pueblo madrileño, aunque en ocasiones se reconozca lo superficial y anecdótico
de la observación.
Pérez Galdós, sobre todo en su primera época, no podía sustraerse a esta
valoración costumbrista de los sainetes, en donde -según él- «todo respira
vida y verdad»1s. Insiste, además, en el acierto de Ramón de la Cruz al incorporar
el pueblo a la escena teatral frente a una tendencia general de alejamiento
del mismo presente en la dramaturgia y la literatura en general dieciochescas
19 - el paralelismo con los protagonistas sociales de la novelística galdosiana
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es evidente. Todo ello le permite considerar los sainetes como «una incalculable
abundancia de humanos documentos históricos» 20 • Para el autor de los Episodios
Nacionales este aspecto sería esencial y felizmente utilizad021 , pero recordemos
que su amigo Menéndez Pelayo, ya opinaba -con criterio más reduccionista
y en frase tan lapidaria como distorsionadora - que «quien busque
la España del siglo XVIII, en sus sainetes ha de encontrarla y sólo en sus
sainetes» 22. Sin embargo, el mismo polígrafo santanderino no hace aquí sino
corroborar su negación del carácter representativo y nacional de la literatura
opuesta a la de Ramón de la Cruz. Y Galdós tampoco fue ajeno a ello, pues
con insistencia mimética lamenta la influencia francesa en las letras dieciochescas
españolas, con la consiguiente consideración e idealización de un período
auténticamente nacional asimilado al Siglo de Or023 • Frente a la tendencia general
ve en Ramón de la Cruz el «único poeta verdaderamente nacional del
XVIII» 24 • El concepto de «nacional» entendido por nuestro autor - basado en
la incorporación del pueblo a la literatura - no es el mismo que el mantenido
por Menéndez Pelayo, más ideológico y enfrentado a influencias foráneas asociadas
con la heterodoxia. Pero ambos -herederos de la bibliografía crítica
sobre Ramón de la Cruz perteneciente a la escuela romántica y muy en especial
a Agustín Durán - con esa consideración de «nacional» niegan un carácter
propio también de otras manifestaciones literarias del XVIII, sobre todo las
que podemos considerar dentro de la escuela clasicista. Galdós no las condenó
con los tintes ideológicos de Menéndez Pelayo pero su radical incomprensión
de lo que supone el clasicismo dieciochesc025 nos aparece como un reflejo más
de una serie de prejuicios heredados de una bibliografía crítica que parte del
romanticismo español más tradicionalista.
A la consideración de Ramón de la Cruz como costumbrista se le une lógicamente
su valoración como agudo observador. Dicha cualidad es reconocida
por todos los críticos anteriores a Galdós, el cual no hace sino constatar un
rasgo que con frecuencia ha servido para ocultar o minusvalorar la base literaria
de muchas de las creaciones de Ramón de la Cruz 26 • El propio autor reconoció
los préstamos que utilizó tanto de la tradición nacional como de los teatros
francés e italiano 27 • Pero a la imagen de un retratista fiel conviene añadir la de
un retratista directo, y la línea crítica seguida por Galdós la presentó así. El
objetivo de los que le precedieron era oponer la creación nacional de Ramón
de la Cruz a la de los afrancesados, los cuales debían estar ciegos ante su
entorno. El autor canario no cae totalmente en esta oposición maniquea, pero
no renuncia a señalar la capacidad observadora del sainetista sin contrastarla
con las influencias literarias, las cuales -por supuesto- nunca negarían a
aquélla. Dentro de esa capacidad se encuentra también la captación de un
diálogo vivo, ágil y real en los sainetes28
• Un lenguaje coloquial de sumo interés
para un autor que en 1870 tenía que despreciar toda una novelística romántica
casi siempre capaz de convertir el diálogo en una verborrea sin límites. Pero de
nuevo Galdós no hace sino ratificar algo ya señalado desde Moratín, quien
habla de un «diálogo animado» gracioso y fácil (más que correcto) » 29. Para el
canario, tan alejado de los preceptistas clásicos -aunque no del clasicismo-,
tal corrección sólo debía derivar de la naturalidad, cualidad esencial que le
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lleva, por ejemplo, a una especial admiración por el epistolario moratiniano 30 •
No obstante, desde Moratín hasta Cotarelo -y nos permitimos decir que hasta
nuestros días- al Ramón de la Cruz costumbrista y observador se une mecánicamente
el creador de un lenguaje coloquial, nunca examinado en sus componentes
peculiares tan capaces de dar una imagen sesgada de la misma realidad
que supuestamente reproducen. Galdós no pone en duda estos rasgos tan unidos
por la bibliografía crítica anterior, pero también tiene conciencia de que no
se halla ante unas obras que intentan mostrar una realidad global, sino ante
«un bosquejo fugaz, un rasgo, una sombra, una caricatura breve, rápida, pero
brillante y llena de agudeza» 31 • Sugerentes rasgos que lejos de conducimos a
un costumbrismo tópico nos remiten a una forma teatral estilizada no demasiado
lejana de un cierto expresionismo. Pero éste es un tema para la crítica
actual, y suficiente hizo Galdós dándonos una tal vez inconsciente sugerencia
todavía no desarrollada.
El autor canario también comparte una postura mayoritaria de la bibliografía
crítica anterior al señalar deficiencias y carencias en la construcción dramática
de las obras de Ramón de la Cruz32 y una falta de educación literaria en
éste33 • Aunque, lógicamente, no relaciona tales rasgos con un desconocimiento
de la preceptiva y sí con un ambiente general y con la ausencia de la conciencia
en el propio Ramón de la Cruz del valor de su trabajo. Son discutibles las
citadas carencias salvo que aceptemos un clasicismo estrecho en donde no tiene
cabida el sainete, es relativa la perjudicial influencia del ambiente salvo que
consideremos negativamente en su globalidad el ambiente dieciochesco y uno
de los principios de la crítica es no imponer las propias valoraciones al sujeto
examinado, por lo que no debemos considerar falta de conciencia del valor de
su trabajo el que Ramón de la Cruz estimara más las obras que se acercaban a
los moldes clásicos que los propios sainetes. De haber planteado así estas cuestiones
es probable que Galdós habría aportado una visión más innovadora,
pero también debemos reconocer que hubiera sido un paso adelante inimaginable
en aquel contexto.
Es indudable, no obstante, que el autor canario realiza una lectura propia
y rica de la obra de Ramón de la Cruz y en general del teatro del siglo XVIII,
del que capta todas las líneas esenciales en la imagen del mismo presentada en
La Corte Carlos IV. Dicha lectura le permite, por ejemplo, damos un análisis
pormenorizado de la tipología del sainete que aparece dentro de unas coordenadas
costumbristas. Y este análisis junto con el de otros rasgos lleva a Galdós
a plantearse, como a otros críticos, una clasificación de los sainetes. Una vez
más su deuda, en este caso con respecto a Agustín Durán, es indudable, aunque
tal vez fuera inconsciente. El canario divide los sainetes en dos clases: a)
cuadros populares con un colorido local muy marcado, gran viveza en el diálogo
y escasa o trivial acción; y b) pequeñas fábulas dramáticas con aspiración a
comedias34 • Siguiendo también una opinión unánime, Galdós se decanta por
los primeros, donde encuentra lo más peculiar y acertado de la obra de Ramón
de la Cruz, frente a los segundos que serían una concesión al clasicismo imperante
en su época. Dicha clasificación no es más que una simplificación lógica
de la realizada por Agustín Durán, quien tras presentar una categoría equiva-
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lente a la primera subdivide la segunda en dos grupos de obras de muy difícil
y algo incomprensible deslinde 35 • Galdós se limita aquí a actuar con la lógica
de un buen lector.
Uno de los pocos puntos donde el novelista marca su distancia con respecto
a la bibliografía anterior es en la consideración negativa de la intención moralizadora
inserta en algunas obras de Ramón de la Cruz 36 • El futuro autor de
novelas de tesis ha superado la estrecha concepción de la utilidad moral y
social de la literatura imperante en el siglo XVIII y, por supuesto, tampoco
comparte la postura de un tradicionalismo como el de Agustín Durán. Sin
embargo, y esto es importante porque revela hasta qué punto estaba limitada
la recuperación de Ramón de la Cruz por parte de Galdós, no critica tanto la
existencia de ese prurito de enseñar como su forma de manifestarse. El novelista
observa que la fórmula empleada por los autores dieciochescos ya no es
válida y al criticarla nos indica su propia postura ante un tema básico para sus
futuras novelas. Ya no cabe la ingenua presentación de los vicios y defectos
humanos que encontramos en los sainetes, sino el intentar mostrarlos con la
relativa libertad que caracteriza al realismo galdosiano. Una vez más es en
aquello que afecta directamente a la labor creativa del propio Galdós donde
encontramos una postura peculiar capaz de superar la bibliografía crítica anterior.
Pero todo este interés por Ramón de la Cruz, del que hemos esbozado
algunos puntos, no implica una admiración total ni en el autor canario ni en la
bibliografía precedente. Junto a unas cualidades resaltadas por unanimidad,
también se encuentran defectos o carencias que marcan la distancia entre el
crítico y el sainetista. Moratín y sus coetáneos señalan preferentemente la pérdida
del fin moral en su obra, otros la incorrección de su arte dramático o la
falta de imaginación. Pero si todos coinciden en mostrar a Ramón de la Cruz
como una excepción en su época, también hay unanimidad en reprocharle que
no fuera completamente ajeno a las influencias de las letras de entonces. Casi
se nos dice que todo lo malo del sainetistas tiene su origen en el momento en
que le tocó nacer. Galdós también comparte esta opinión37
, lo que impide ver
los logros y errores de Ramón de la Cruz como sólo comprensibles en un
marco histórico plenamente aceptado por el sainetista, el cual refleja en sí
buena parte de las contradicciones que dominaban las letras dieciochescas.
Pero para ello era preciso aceptar prácticamente el siglo XVIII en su complejidad38
, y ese paso no lo pudo dar Galdós en 1870 y tardaría mucho más en
darse.
Nos encontramos, pues, ante un texto crítico que, a pesar de su seriedad,
metodología y corrección, refleja más la búsqueda del propio autor que su
conocimiento peculiar de Ramón de la Cruz, lo cual no es negativo. El novelista
canario resalta con acierto aquellos rasgos del sainetista que le podían ayudar
para configurar su propia estética. Pero ello no es suficiente de cara a
plantearse la complejidad que la aparente sencillez de los sainetes encierra,
máxime cuando toda la bibliografía anterior tampoco había iniciado esta orientación.
Galdós se planteó un objetivo demasiado elevado para sus posibilidades
y el bagaje crítico con que contaba: «Lo que nos importa es exponer, ya que
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hemos hecho una ligera reseña del movimiento literario del siglo XVIII, cuál
fue el estado social que engendró aquellas singulares obras de arte, averiguar
cómo nacieron y qué grado de fidelidad hay en tales retratos o pinturas»39. Un
objetivo plenamente vigente en la actualidad y todavía difícil de alcanzar. Pero
cierta altivez lógica en un texto donde encontramos a un Galdós con la seguridad
en sus posturas propia de la juventud le permite adentrarse en esta tarea.
Una tarea cuyo sentido y forma de abordarse casi habrían sido inconcebibles
más allá de los límites de la primera época de nuestro autor, en la que con
tanto aplomo buscaba las bases de una estética socio-mimética.
y no fue el único ni el último que buscó en el siglo XVIII fundamentos
para su propia base estética. Unos años después el joven Martínez Ruiz publicaba
un folleto titulado Moratín (1893), que guarda sorprendentes semejanzas
con el aquí comentado40
• También se trata de un estudio que por su relativa
erudición y metodología constituye un punto y aparte dentro de la obra crítica
del futuro Azorín. Si Galdós no siguió por el camino iniciado en «Ramón de la
Cruz ... », el alicantino también abandonó esta orientación para encaminarse,
en su caso, por las directrices de una crítica impresionista, fragmentaria y peculiarmente
subjetiva. Pero antes, al igual que el novelista canari041 , había reaccionado
contra el desprecio general e indiscriminado hacia el siglo XVIII y
había buscado en su máximo representante teatral un lenguaje, un sabio clasicismo,
con el que debía conectar el futuro estilista. Ambos, Galdós y Martínez
Ruiz, desde una juventud que por razones casi fisiológicas busca unas bases
estéticas, encuentran en el período dieciochesco unas figuras concretas, tal vez
algo aisladas en sus comentarios, pero capaces de sugerirles un modelo per4urabIe
y digno de atención. Moratín y Cadalso en el caso del alicantino, y el
primero más Ramón de la Cruz en el caso de Galdós, son nombres que escapan
de lo que se seguía considerando como un siglo nefasto. Sus críticas no son
ajenas a esta visión. Las introducciones históricas y las panorámicas generales
que ambos presentan en sus trabajos responden a una bibliografía crítica anterior,
a la que necesariamente habían de recurrir para cumplir de alguna manera
los ambiciosos objetivos marcados. Pero cuando esa bibliografía, ese esquema
tradicional de acercamiento a una época y un autor, deja paso a una visión
personal, interesada, vemos cómo Martínez Ruiz y Galdós descubren los elementos
más vivos de los autores abordados. Al alejarse ambos del rígido academicismo
incurren en generalizaciones erróneas, en una falta de interrelación
entre determinados aspectos o en el simple olvido de rasgos objetivamente
importantes. Pero de todo ello nos podemos olvidar, pues en realidad no nos
encontramos ante dos críticos sino ante dos autores que intentan conectar estéticamente
con lo mejor del siglo XVIII.
y en ese conectar, en esa búsqueda, tal vez se encontraba a finales del siglo
XIX la vía más adecuada para descubrir la verdadera entidad del legado dieciochesco.
No era misión de Galdós o Martínez Ruiz el replantear una visión que,
en parte, incluso compartían. Pero su doble faceta de creadores y críticos, su
no adscripción a una tendencia cerrada, les permitió dar un verdadero testimonio
para la crítica posterior. Sus conclusiones, sus opiniones, apenas tienen
cabida en la bibliografía actual, pero su activo interés por un lenguaje, por
70
unos tipos teatrales, por un mundo escénico, por una armonía estilística ... , por
un universo dieciochesco, es un legado que todos los que nos dedicamos al
mismo debemos compartir.
NOTAS
1 Véase especialmente «Moratín y su época» (1O-XI-1886), Obras inéditas, V, Nuestro teatro,
ed. Alberto Ghiraldo, Madrid, Renacimiento, 1923, pp. 21-38. Para una exhaustiva información
bibliográfica de los textos críticos galdosianos, véase W. H. SHOEMAKER, La crítica literaria de
Galdós, Madrid, Insula, 1979.
2 Véase especialmente «Don Ramón de la Cruz y su época», Revista de España, 20-XI-1870,
t. XVII, n.O 66, pp. 200-27; 13-1-1871, t. XVIII, n.O 69, pp. 27-52; nosotros utilizamos la edición
de OO. Ce., VI, Madrid, Aguilar, 1951, pp. 1453-79.
3 El texto reseñado en la n. 1 prácticamente no se encuentra en ninguna bibliografía moratiniana,
mientras que el de la n. 2 ha desaparecido de los manuales aunque todavía se utiliza, parcial
y erróneamente a veces, en los trabajos especializados sobre Ramón de la Cruz.
4 Véase P. CABANAS, «Moratín en las obras de Galdós», Actas del Segundo Congreso Internacional
de Hispanistas, Nijmegen, Inst. Español de la Univ. de Nimega, 1967, pp. 217-26 Y E.
ENRIQUE MORENO, «Influencia de los sainetes de don Ramón de la Cruz en las primeras obras de
Benito Pérez Galdós» (Ph. D. dissertation, Univ. of Minnesota, 1966, 146 pp; Dissertation Abstracts,
28 [1967], 2.215 a) Cfr. resumen de este último trabajo en H. C. WOODBRIDGE, Benito Pérez
Galdós: A selective Annotated Bibliography, Metuchen, N. J., The Scarecrow Press, 1975, pp. 54-5.
5 Véase especialmente S. MILLER, El mundo de Galdós. Teoría, tradición y evolución creativa
del pensamiento socioliterario galdosiano, Santander. Soco Menéndez Pelayo, 1983.
6 Véase B. PÉREZ GALDÓS, Ensayos de crítica literaria, int. y ed. de Laureano Bonet, Barcelona,
Península, 1972, pp. 7-112.
7 J. L. Alborg hace ya unos años indicaba: «Con los nuevos conceptos sobre el XVIII se
corre el riesgo, que ya parece advertirse, de residenciar a Ramón de la Cruz como pintor superficial
del más intrascendente cotumbrismo» (H. a de la literatura española, 111, Madrid, Gredos, 1972, p.
668). Véase la confirmación de esta situación en J. M. CASO (ed.), H.a y critica de la literatura
española, IV, Barcelona, Crítica, 1984, p. 250. Aunque las lamentaciones sobre la poca atención
dispensada a Ramón de la Cruz las podemos remitir hasta Galdós y Cotarelo.
8 Don Ramón de la Cruz y sus obras, Madrid, Imp. J. Perales, 1899.
9 Véase Obras de , B.A.E., 11, pp. 317-8, Contemporáneo de Moratín es el crítico
italiano Napoli-Signorelli, cuyos comentarios sobre Ramón de la Cruz junto con los de otros críticos
los podemos ver en la Introducción a Sainetes, Madrid, Imp. Yenes, 1843,2 vols. Recordemos
que, como señala S. MILLER (Op. cit., p. 152, n.O 8) ésta es la edición que manejaba el propio
Galdós.
10 Hay que añadir a estos nombres el de L. A. CUETO, «Bosquejo histórico-crítico de la poesía
castellana en el siglo XVIII», Poetas líricos del siglo XVIII, 1, B.A.E. LXI, pp. V-CCXXXVII,
publicado sólo dos años antes que el texto de Galdós, sirvió a éste para dar la imagen general de
las letras españolas durante el período dieciochesco que precede al estudio concreto d~ Ramón de
la Cruz.
11 Cotarelo y Mori elogió los artículos galdosianos, « ... en realidad es lo único bueno que se
ha escrito después de Hartzenbusch sobre lo que representan socialmente los sainetes de nuestro
autor» (op. cit., p. 14, n.O 1). Debemos subrayar el término «socialmente», pues es la clave de la
perspectiva utilizada por Galdós.
12 Cfr. J. M.a SALA, «Ramón de la Cruz entre dos juegos: literatura y público», Cuadernos
Hispanoamericanos, n.OS 277-78 (1973), pp. 350-60.
71
13 B.A.E., 11, p. 317.
14 Sainetes, ed. cit., p. IX.
15 Op. cit., p. 2.
16 Ibid., p. 10.
17 Cfr. S. MILLER, Op. cit., p. 16.
18 «Ramón de la Cruz ... », p. 1.469 b.
19 Véase ibid., p. 1.462 b. Cfr. W. SHOEMAKER, Op. cit., p. 161.
20 Ibid., p. 1.467 b. Cfr. A. HAMILTON, A study of spanish manners 1750-1800, from the plays
of Ramón de la Cruz, Illinois U. P., 1926; Ch. E. KANY, Life and manners in Madrid, 1750-1800,
Berkeley U. P., 1932 Y F. DÍAZ PLAlA, La vida española en el siglo XVIII español, Barcelona,
Alberto Martín, 1946.
21 El mismo Galdós escribiría en 1915: «No era la primera vez que, trotando por aquellos
arrabales, había yo tenido la visión del prodigioso sainetero madrileño don Ramón de la Cruz, que
ha perpetuado la vida de los tiempos majos en sus obras inmortales. Era mi pesadilla: yo le
consideraba, no como pintor, sino como creador de la pintoresca humanidad que puebla la zona
baja de Madrid, y cuando mis estudios me llevaban a intimar espiritualmente con entes imaginarios
de aquel vecindario, evocaba el castizo ingenio de don Ramón para que me asistiese y amparase,
prestándome algunos adarmes de su prodigiosa realidad y de su saladísimo desenfado», Guía espiritual
de España. Madrid, OO. Ce., VI, p. 1.495 a. Cfr. COTARELO y MORI, «Discurso preliminar
... », B.A.E., XXIII, p. 1.
22 H.a de las ideas estéticas en España, 111, Madrid, C.S.I.C., 1952, p. 316.
23 Véase «Don Ramón de la Cruz ... », pp. 1.461 a y 1.465 b. Véase el comentario sobre las
épocas viriles y repletas de espíritu nacional frente a la poesía de salón dieciochesca (ibid., p.
1.458).
24 Ibid., p. 1.463 a.
25 Incomprensión que se pone de manifiesto de forma especial en «Moratín y su época»,
donde se vierten opiniones curiosas sobre la preceptiva clásica.
26 Cfr. J. F. GATII, «Sobre las fuentes de los sainetes de Ramón de la Cruz», Studia Hispanica
in Honorem R. Lapesa, 1, Madrid, Gredos, 1972, pp. 243-9.
27 Véase la lista detallada que el propio Ramón de la Cruz mandó a Sempere y Guarinos para
su Ensayo de una biblioteca ... , 11, Madrid, Gredos, 1969, pp. 232-8.
28 Véase «Ramón de la Cruz ... », p. 1.473 b.
29 B.A.E., 11, p. 318.
30 Cfr. W. SHOEMAKER, Op. cit., p. 195 Y J. CASALDUERO, Vida y obra de Galdós, Madrid,
Gredos, 19744, p. 252.
31 «Ramón de la Cruz ... », p. 1.463 b.
32 Ibid., p. 1.478 a.
33 Ibid., p. 1.477 b.
34 Ibid., p. 1.467 b. Cfr. con la clasificación de J. F. GATII, en su edición de Doce sainetes,
Barcelona, Labor, 1972, pp. 11-13, en donde se parte de lo hecho por Galdós y otros autores.
35 Véase Sainetes, ed. cit., p. XI.
36 Véase «Ramón de la Cruz ... », pp. 1.470 a y 1.478 a.
37 Véase ibid., p. 1.468 a.
38 Teóricamente sí lo hizo, véase ibid., p. 1.453 a, aunque esa misma complejidad y la presencia
de rasgos contradictorios sea valorada negativamente. Véase ibid., p. 1.462 b.
39 Ibid., p. 1.464 b.
72
40 OO. Ce. , ed. Cruz Rueda, 1, Madrid, Aguilar, 1947, pp. 31-43.
41 «Ramón dela Cruz ... », p. 1.453 b.