PROBLEMA SOCIAL Y KRAUSISMO EN «MARIANELA»

Geraldine M. Scanlon

King's College London

Marianela siempre ha sido considerada como una novela aparte en la producción

galdosiana por su tono de lirismo sentimental, pese a lo cual, está tan

enraizada como sus otras novelas de esta época en los problemas candentes de

la realidad social1

• Entre éstos, el problema social, cuestión debatida por estas

fechas en el Ateneo de Madrid, constituye un tema central de la novela2• Galdós,

sin embargo no intenta en Marianela abarcar todos los aspectos de esta

cuestión, si se la define como el problema de las condiciones generales de vida

y trabajo de las clases bajas, sino que adopta un enfoque que está determinado

por el contexto histórico, por su propia perspectiva de burgués liberal y por las

convenciones literarias dentro de las cuales escribe. Mi propósito es intentar

esclarecer algunos de estos factores con la esperanza de contribuir a una mayor

aclaración de las ideas de Galdós y a la comprensión de la novela.

Galdós escoge como víctima social representativa a la Nela: «como la Nela,

nos dice Teodoro, hay muchos miles de seres en el mundo ... se pierden en los

desiertos sociales ... , en lo más obscuro de las poblaciones, en lo más solitario

de los campos, en las minas, en los talleres» (XXI, 769)3. Enfocar el tema

social sobre la Nela en lugar de sobre Felipe Centeno podría parecemos extraño,

sobre todo cuando sabemos que, según el mismo autor, la idea de la novela

le surgió después de haber observado la vida de los mineros de Reocín, cerca

de Torrelavega. Galdós, sin embargo, no nos ofrece ningún estudio a fondo de

la vida de los mineros y se limita a utilizar las minas como fondo, centrando la

acción en dos personajes -Nela y Pablo- cuyos destinos sociales parecen

tener poca relación con el escenario minero en el cual se desarrollan4•

Este enfoque está determinado en parte por las tradiciones literarias dentro

de las cuales escribía Galdós. La Nela, huérfana abandonada con cuerpo feo y

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alma bella, tiene un linaje literario bien establecido, que ha sido trazado desde

la Mignon del Wilhelm Meister de Goethe hasta la heroína de las novelas postrománticas

del socialismo humanitario de escritores como Rugo y Sue y sus

imitadores españoles (Alas, Revilla, Pattison, Blanco, Dendle, 1974). Felipe,

por otra parte, era un tipo literario nuevo, inspirado en la realidad sin duda,

pero del cual Galdós, a pesar de su visita a las minas, tenía pocos conocimientos

personales mientras que la Nela hubiera podido salir de las calles de Madrid.

No debería sorprendernos que Galdós enfocara el problema sobre la Nela

cuando incluso en Inglaterra, país tan desarrollado industrialmente, los novelistas

que querían despertar las conciencias sociales de sus lectores solían presentarles

las miserias de la vida urbana y hubo pocos que se acercaron al mundo

de las fábricas o las minas (Cazamian, Keating, Kovacevic).

En España, además, dado el relativo retraso de la industrialización, el problema

del trabajo de los niños en fábricas y minas no tenía la misma extensión

que en Inglaterra ni la situación desgraciada de estos niños había llegado a

hacer un impacto notable en la sensibilidad del público. La primera ley que

intentó controlar los abusos del trabajo de los niños sólo data de 1873 y no se

volvió a legislar sobre el asunto hasta 19005• El aspecto de la cuestión social

puesto de relieve en Marianela -la situación de los niños abandonados y privados

de educación -, por otra parte, sí había provocado bastante inquietud en

estos años, sobre todo después de publicación en 1876 de la estadística de

instrucción primaria para el lustro 1865-1870. El cuadro desolador presentado

por esta estadística dio lugar a numerosos artículos en periódicos y revistas que

llamaron la atención del público a la necesidad urgente de fomentar la educación

popular. Hubo también unas iniciativas prácticas. La Sociedad Económica

Matritense, por ejemplo, dio su apoyo en mayo de 1877 a una Sociedad titulada

«Los Amigos de los Niños» cuyo objeto era «emprender una santa cruzada

contra la miseria, la inmoralidad y la ignorancia que tantos estragos causan a

la niñez». Era necesario, insistía el Informe de la Sociedad, poner atajo a la

pérdida que para la patria representaba la alta tasa de mortalidad infantil; sólo

disminuirían los males de la patria, «cuando hayamos puesto término a nuestro

indiferentismo y a nuestra incuria social, procurando arrancar de las manos de

los desgraciados la faltal palanca del hambre y de la ignorancia» 6

El tema de la niñez abandonada y falta de cariño y educación, por lo tanto,

no sólo tenía antecedentes literarios sino que se conceptuaba como problema

urgente en la realidad social de la época. El tema además se presta admirablemente

a un enfoque que acentúa los aspectos morales de la cuestión social, de

acuerdo con la perspectiva del liberalismo burgués. Galdós, como la mayoría

de sus contemporáneos veía en la cuestión social un problema ético más bien

que económico, que se podía resolver dentro de las estructuras de la sociedad

burguesa. Descartando como imposible y absurda el remedio internacionalista

de la revolución social, la sociedad burguesa del siglo XIX propuso soluciones

que abarcaban un espectro político que incluía el remedio tradicional del conservadurismo

católico de la caridad por parte de los ricos y la resignación por

la de los pobres; la política abstencionista del liberalismo individualista; y el

reformismo social de los krausistas, muchos de los cuales estaban afiliados al

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liberalismo democrático del republicanismo. El análisis del problema que Galdós

nos ofrece en Marianela coincide en muchos aspectos con el de éstos últimos,

sobre todo tal como fue expuesto por Gumersindo de Azcárate con cuya

obra, como ya se ha demostrado, Galdós tenía cierta familiaridad7

El reformismo social expuesto por Azcárate, sistema que intentaba armonizar

las distintas tendencias doctrinales de la Iglesia, el individualismo y el socialismo,

partía de una previa reforma pedagógica y ética y exigía la intervención

del individuo, de la sociedad y también del Estado (Díaz, 1970 y 1973). Las

dos soluciones fundamentales son la caridad y la educación, soluciones que

Galdós explora a fondo en Marianela. El tema de la caridad ha sido ya muy

estudiado (Bly, Krebs, Méndez Faith), por lo cual me limitaré a indicar unas

cuantas semejanzas que hay entre el punto de vista de Galdós y el de Azcárate.

Galdós guarda su crítica más severa para la caridad que se precia de sí misma

y la que sólo atiende a las necesidades materiales. Los personajes más claramente

satirizados en este sentido son la Señana, Sofía y Don Manuel Penáguilas.

Azcárate (1881, pp. 83-84) también insiste en que es un error ver en el

problema social solamente el aspecto económico y afirma la importancia del

«consejo, la instrucción, el consuelo, el interés, la simpatía, el amor». Aboga

por una vuelta al concepto paulino de la caridad como amor, concepto defendido

por Galdós no sólo en Marianela sino también en sus novelas posteriores,

especialmente en Misericordia. La primera condición para la reforma social

afirma Azcárate (1876a, p. 141) es «la restauración del decálogo en las conciencias,

y en la vida el cumplimiento de los deberes en todos, principalmente en

las clases directoras». El reformismo social krausista no puso en tela de juicio

el concepto de propiedad privada sino intentaba idealistamente armonizarla

con el bien común (Díaz, 1970, p. 240). Se concebía así que la riqueza tuviese

una función social (Legaz Lecambra, p. 63); el hombre no debía nunca, decía

Azcárate (1876b, p. 119) «encerrar sus miradas y cuidados en la esfera de su

familia; antes bien (debía) tener presente los deberes que le imponen la amistad,

la patria, la humanidad, etc.». En Marianela se les critica implícita o explícitamente

a Sofía y a los hermanos Penáguilas por no haber cumplido adecuadamente

estos deberes (Casares, Krebs, Bly) y la novela en general va dirigida

a recordar a todos sus responsabilidades para con los menos afortunados.

Ni Azcárate ni Galdós, sin embargo, veían en la solución religiosa de la

caridad una respuesta suficiente al problema social. Tal solución súpondría un

concepto estático de la sociedad que aceptara la injusticia social como mal

necesario, susceptible de algún alivio, pero ante la cual, al fin y al cabo sólo

cabe la resignación. Esta posición pesimista es la que adopta Sofía en su discusión

con Teodoro en el capítulo IX al afirmar que no se puede hacer nada por

la Nela salvo darla de comer y vestir y que además tantos son los pobres que

la sociedad no puede amparar a todos. Este tipo de argumento fue condenado

por Azcárate (1877, p. 145) por cómodo y egoísta, «que no echa de ver que no

se trata de que desaparezcan los pobres y sí de que no sean tantos en número

y no tan grande la pobreza». La Señana, aunque por razones totalmente egoístas,

también afirma que «los pobres siempre habían de ser pobres, y como

pobres portarse» (IV, 716). Frente a este concepto estático según el cual el

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deber de cada individuo es portarse de acuerdo con la posición que le haya

sido asignada por Dios, se opone el concepto dinámico, base del liberalismo

político, de que cada uno debería ocupar la posición que merece por su inteligencia

y esfuerzos. Requisito para el cumplimiento de este ideal meritocrático

era el acceso a la educación, derecho de fundamental importancia dentro del

ideario krausista y también en el pensamiento de Galdós8•

El liberalismo decimonónico heredó de la Ilustración la convicción de que

la educación era requisito indispensable para el progreso y la estabilidad social:

la revolución social, el crimen, la superstición, el fanatismo eran los complementos

naturales de la ignorancia, idea ésta defendida en Marianela por Teodoro

Golfín al comentar el suicidio de la madre de la Nela (IX, 733). La educación,

sin embargo, se concebía no sólo como necesidad social sino como derecho

individual que la familia, la sociedad y el Estado tenían el deber de satisfacer

para que cada individuo adquiriese un sentido de dignidad humana y desarrollase

sus talentos hasta donde fuera posible. En 1870 parece que Galdós

creía con cierto optimismo que había llegado a ser una realidad el ideal de una

sociedad donde la riqueza, la influencia política y el prestigio social eran el

premio legítimo del talento y la laboriosidad. Enumerando los beneficios que

había traído el siglo XIX, afirma: «él nos ha traído la participación de todos en

la vida pública, ha reconstituido el ser humano con la noción de la dignidad,

del mérito personal, y ( ... ) ha traído la justicia de la gloria ( ... ) nos da a todos

la seguridad de que si valemos hemos de ser apreciados ( ... ) nos abre el camino

y nos paga con la estimación general, si la merecemos» (<<Observaciones sobre

la novela contemporánea en España», p. 243). Cuango llegó a escribir Marianela

este optimismo había dado paso a una acusación apasionada a una sociedad

que se preciaba de liberal pero que no había cumplido con la promesa del

liberalismo de facilitar a cada uno el camino para desarrollar sus capacidades

naturales. El valor representativo de la Nela como víctima social descansa precisamente

en el hecho de que la sociedad le ha cerrado este camino y se da

mucha más importancia a SllS privaciones intelectuales y emocionales que a las

materiales. La Nela, nos cuenta Teodoro Golfín, es un caso de los más comunes:

«un ejemplo del estado a que vienen los seres socialmente organizados

para el bien, para el saber, para la virtud, y que por el abandono y apartamiento

no pueden desarrollar las fuerzas del alma» (XXI, 769). También dan testimonio

de este potencial no desarrollado el narrador (IV, 716), Pablo (VI,

722), Carlos (IX, 733) Y don Francisco (XVII, 754). Las consecuencias de esta

privación son terribles: la Nela, aunque dotada de buenas cualidades, es ignorante,

supersticiosa, no tiene respeto para sí misma ni defensas para soportar

la tragedia que se le cae encima.

De esta situación queda acusada la sociedad en general, denunciada por

Teodoro, portavoz del autor, por no haberle dado a la Nela ni la educación

elemental ni la instrucción religiosa, dejando perder así «un ser preciosísimo»

(XIX, 762). Teodoro aspira a remediar la situación trayéndole a la Nela la luz

espiritual como le ha traído a Pablo la luz física, corrigiendo su excesiva adoración

de la hermosura y convenciéndola de que «hay una porción de dones más

estimables que el de la hermosura, dones del alma que no son ajados por el

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tiempo, ni están sujetos al capricho de los ojos» (XIX, 761). Le promete «tú

( ... ) aprenderás a poner tu fealdad a los pies de la hermosura, a contemplar

con serenidad y alegría los triunfos ajenos, a cargar de cadenas ese gran corazón

tuyo para que jamás vuelva a sentir envidia ni despecho, para que ame a

todos por igual, poniendo por cima de todos a los que te han hecho daño.

Entonces serás lo que debes ser, por tu natural condición y por las cualidades

que desde el nacer posees» (XIX, 762). No creo que el objeto de este discurso,

que a un lector moderno puede parecerle absurdo e inapropiado (Bly, Krebs)

sea tanto caracterizarle a Teodoro como pedante insufrible como subrayar la

lección moral. El hecho de que el narrador llama la atención del lector a la

poca oportunidad del discurso mientras que a la vez aprueba los sentimientos

expresados, sugiere en efecto que Galdós reconocía que su intención didáctica

perjudicaba la plausibilidad de la escena9•

La solución que propone Golfín no vale a la Nela porque ha llegado demasiado

tarde para ella: su carácter y creencias ya están formadas y se ha enamorado

de un hombre con el cual no podrá nunca casarse. El hecho mismo de que

la solución ha llegado demasiado tarde es, en efecto, la esencia del mensaje

social de la novela: cuando la sociedad falta a su responsabilidad el resultado

es una pérdida trágica de potencial humano. Para la Nela la única solución,

como al final se da cuenta Teodoro, es la muerte puesto que lo que ella desea

-el amor de Pablo- es imposible, y no solamente porque Pablo se haya enamorado

de su hermosa prima. La hechura romántica de la novela -la heroína

con cuerpo feo y alma bella cuyos amores idílicos con el ciego Pablo se destruyen

cuando éste recobre la vista - tiende a hacernos olvidar que en la realidad

tales amores no tenían porvenir alguno. Aun si la Nela hubiera sido muy bella,

un matrimonio entre la hija indigente, analfabeta, ilegítima de una mujer alcohólica

que trabajó en las minas y el único hijo, aunque fuera ciego, de un

propietario rico hubiera sido casi inconcebible. El casamiento natural es entre

Florentina y Pablo, primos de la misma clase social cuyo matrimonio va a

consolidar la fortuna que recientemente han heredado sus padres. Estas ventajas

económicas las comenta Don Manuel en su carta a don Francisco, sin embargo,

la sentimentalidad dickensiana de la escena en que éste describe a sus

amigos el esperado porvenir de felicidad doméstica que promete este casamiento,

nos impide suponer que Galdós tenía la intención de hacer un contraste

desfavorable entre el amor romántico y el matrimonio burguéslO

• En el último

análisis la Nela es una víctima de una sociedad de clases, hecho oscurecido por

el peso del simbolismo filosófico de la novela y por su enfoque romántico. Una

solución auténtica a su problema exigiría medidas más radicales que las propuestas

por Golfín y que no tendrían cabida tan fácil dentro de las estructuras

de la sociedad de la época.

A pesar de la sensación de pérdida irreparable provocada por la muerte de

la Nela, la novela no es en esencia pesimista sino optimista. Para la Nela es

demasiado tarde pero para otros todavía hay esperanza: «para ti es tiempo,

para mí es tarde» (XVIII, 756), le dice Nela a Felipe Centeno al negarse a

acompañarle en su huida a Madrid en busca de una educación y un porvenir.

Es con esta fuga, no con la muerte de Nela, con la que termina la novela: «al

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fin le vemos, allí está, pequeño, mezquino, atomístico. Pero tiene alientos y

logrará ser grande» (XXII, 775). Felipe llega así a representar una esperanza

para el porvenir y como tal sirve de contrapeso importante a la Nela (López

Muñoz, p. 250).

Al tratar el caso de Felipe, Galdós subraya otra vez los aspectos morales de

su situación dando menos énfasis a las condiciones inhumanas del trabajo en

las minas las cuales describe en un breve comentario de Felipe sobre la naturaleza

deshumanizadora de su trabajo (IV, 714), Y en el capítulo V, «Trabajo,

Paisaje, Figura», donde, por otra parte, el foco de atención es la maquinaria

más bien que los trabajadores. Galdós no trata el tema del conflicto de intereses

entre el trabajo y el capital, ni introduce ningún «capitán de la industria»,

tal como Josiah Bounderby de Hard Times de Dickens o Thornton de North

and South de Mrs. Gaskell; es decir, hombres que personificaban el ideal agresivo

de la búsqueda del poder y del dinero que era la fuera motriz de la revolución

industrial. El único representativo de la industria que se nos presenta es

el ingeniero Carlos Golfín, hombre calificado de «muy pacífico, estudioso, esclavo

de su deber, apasionado de la minerología» (IX, 730) 11.

Galdós le presenta a Felipe, no como víctima de un sistema capitalista que

permite e incluso fomenta el trabajo de los niños, sino como víctima de la

avaricia de sus propios padres. A la Señana le parece que entra por las puertas

«el mismo Jesús sacramentado» (IV, 715) cuando sus hijos traen sus jornales y

sopesa las monedas «con embriagador deleite» (XII, 740). Les ofrece «muy

pocas comodidades a sus hijos en cambio de la hacienda que con las manos de

ellos iba formando» (IV, 715). No entiende las aspiraciones de Felipe y es

totalmente hostil a la idea de gastar dinero en «pasto intelectual». Los padres

se nos presentan así como los únicos responsables de la vida de atroz y degradante

miseria en que vive la familia. Echar la culpa del trabajo de los niños a

la avidez paternal era bastante común: Pi y Margall presentó la Ley de 1873

sobre trabajo de niños y mujeres como medida dirigida principalmente a proteger

a los niños de los «abusos» de sus padres 12.

Pattison (p. 128) ya ha notado la inconsistencia que hay entre el alegato

que hace Galdós en relación con el caso de la Nela de que la sociedad tiene la

culpa de la degradación de los pobres y la presentación totalmente negativa de

los padres Centeno, el origen de cuyos vicios Galdós no intenta explicar en

términos sociales. La única mitigación de su responsabilidad viene cuando la

Nela le dice a Felipe que si sus padres no quieren enseñarle es «porque ellos

no tienen talento» (XII, 741). Esta ignorancia, sin embargo, está descrita en

un tono uniformemente satírico y sin huella de compasión 13. Se nos presenta a

los Centeno como ejemplo representativo de lo que el narrador considera como

el peor enemigo de la sociedad: «la codicia del aldeano». En una larga intervención

condena duramente este «positivismo de las aldeas, que petrifica millones

de seres, matando en ellos toda ambición noble y encerrándoles en el

círculo de una existencia mecánica, brutal y tenebrosa» (IV, 714). De esta

forma se sugiere que las condiciones sórdidas y brutales de la vida tienen su

origen en las faltas morales del individuo -la codicia - y no en la organización

social.

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Aunque sin duda existía en la realidad tal codicia, el hecho de que Galdós ni

intenta explicar su origen, ni considera la posibilidad de que hubiese otras causas,

sociales o económicas para esta vida degradada, nos hace pensar que no

estuviese dispuesto o que no se le ocurriese explorar otras posibilidades que

pudiesen poner en entredicho las estructuras sociales de la sociedad burguesa.

Como liberal, Galdós desea la reforma, no la revolución social; su ideal no es

una sociedad sin clases sino una sociedad ordenada según una jerarquía de talento.

Por esto se interesa no tanto por las clases bajas en conjunto como por

aquellos individuos cuya inteligencia, sensibilidad o ambición noble les dan el

derecho a ocupar un puesto más alto en la escala social que la que ocupa la masa

común; es decir individuos como Marianela, Felipe o los hermanos Golfín 14. Su

poca compasión por aquellos que están desprovistos de estas cualidades se ve en

la presentación de los otros hijos de la familia Centeno. Todos, menos Felipe,

han aceptado con apatía su condición degradada y no muestran nunca «anhelo

de otra vida mejor y más digna de seres inteligentes» (IV, 715). Mariuca y Pepina,

descritas por Teodoro, como «bestias en forma humana» (XIX, 759), se

distinguen sólo por su juventud y robustez física. Tanasio, «un hombre apático»,

cuya «falta de carácter y de ambición rayaban en el idiotismo», que ya había

nacido «dispuesto a ser máquina, se convirtió poco a poco, en la herramienta

más grosera». «El día en que semejante ser tuviera una idea propia -concluye

el narrador- se cambiaría el orden admirable de todas las cosas, por el cual

ninguna piedra puede pensar» (IV, 715). La calificación de los Centenos como

«familia de piedra» indica claramente su falta total de aspiraciones espirituales,

morales o intelectuales. El autor y su portavoz, Teodoro, se refieren siempre

con desprecio al trabajo mecánico a que se dedican estos personajes. «¿Acaso

hemos nacido para trabajar como animales?» (XIX, 759), Teodoro pregunta retóricamente

a la Nela, cuando intenta persuadirla de que su inteligencia y sensibilidad

la han destinado para cosas mejores que partir piedra y arrastrar tierra

«como estas bestias en forma humana que se llaman Mariuca y Pepina». Antes

Teodoro critica a Sofía por no haber infundido en los pobres un poco de dignidad,

«dándoles las ideas de que carecen ( ... ) haciéndoles pasar del bestial trabajo

mecánico al trabajo de la inteligencia» (IX, 733). Pero aquí tenemos que preguntarnos

¿si todos hacen esa transición, quién hará el trabajo de las minas? En

realidad esta pregunta se escamotea, puesto que al echar la culpa de la ignorancia

de los Centenos sobre ellos mismos en lugar de a la sociedad en general

como en el caso de la Nela, se sugiere que merecen el tipo de vida que llevan.

Solamente Felipe, al cual se refiere normalmente por el diminutivo cariñoso,

Celipín, tiene la simpatía y compasión del autor. Moral e intelectualmente

superior a sus hermanos y consciente de la brutalidad de su vida, tiene el

empuje y ambición que no tienen ellos y aspira a tener una educación y una

carrera. Sus modelos son los hermanos Golfín, sobre todo Teodoro al cual

quiere imitar en cada detalle. Esta emulación es la que quiere despertar Teodoro

cuando cuenta la historia de los dos hermanos - «dos hijos del pueblo»para

que sirve de ejemplo a '«todos los pobres, todos los desamparados, todos

los niños perdidos» (X, 735). Es una historia de voluntad, aplicación, iniciativa

y laboriosidad, una lucha constante por escaparse de la pobreza y la ignorancia.

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A fuerza de determinación y trabajo han ascendido poco a poco la escala social

hasta que los encontramos en Marianela en posesión de un bienestar material

y una posición profesional, Carlos como ingeniero de minas, Teodoro como

famoso oftalmólogo. Teodoro se ve a sí mismo como especie de conquistador

moderno y afirma: «yo había sido una especie de Colón, el Colón del trabajo,

una especie de Hernán Cortés; yo había descubierto en mí un Nuevo Mundo,

y, después de descubrirlo, lo había conquistado» (X, 736), juicio con el cual su

hermano concuerda entusiásticamente: «si hay héroes en el mundo, tú eres

uno de ellos».

Teodoro es, en efecto, un moderno héroe burgués y su historia merecería

un lugar en el vasto cuerpo de literatura dedicada a inculcar en los lectores

valores sanos, darles buenos consejos sobre cómo mejorar su posición en la

vida ofreciéndoles normalmente ejemplos de individuos que se habían triunfado

por sus propios esfuerzos para demostrar lo que cada uno podría hacer para

sí mismo. El ejemplo más importante de esta literatura que tuvo gran popularidad

desde mediados del siglo XIX, era el Self Help (1859) de Samuel Smiles,

una versión del cual fue traducido al castellano en 187615

• El concepto de «ayúdate

a tí mismo» tuvo sus propagadores en España: las conferencias dominicales

para trabajadores organizadas en 1879 por La Sociedad Económica Matritense,

por ejemplo, se inauguraron con un discurso pronunciado por don Valentín

Morán, en el cual produjo una lista impresionante de hombres -españoles

incluidos - que se habían labrado su posición en la vida para que sirviesen

de inspiración al público obrero (Morán, pp. 27-31). Morán resaltó la importancia

de la educación como lo había hecho Rafael María de Labra en otro

discurso sobre el tema de cómo ayudarse a sí mismo, pronunciado en el Ateneo

Mercantil de Madrid en octubre de 1878. Cuando se trataba del adelantamiento

moral, de la mejora material de las masas, afirmaba Labra, sus verdaderos

defensores les decían a estas masas: «¿queréis ser, queréis vivir, queréis pesar,

queréis influir, queréis mandar? .. Pues, ¡ilustraos! «La fórmula de nuestros

tiempos», continuó, era «ser inteligentes para ser ricos y libres» (Labra, 1884,

p.206)16.

Galdós también concedió mucha importancia a la educación como medio

para mejorar la posición social del individuo. Teodoro la considera como más

esencial incluso que las comodidades materiales: cuando Carlos le pide pan, le

da matemáticas (X, 735), Y cuando el médico le aconseja enviar a su hermano

al campo para recuperarse, le manda a la Escuela de Minas. Teodoro, aunque

orgulloso de sus logros - vanidad calificada por el narrador como «la más disculpable

de todas las vanidades, pues consistía en sacar a relucir sus dos títulos

de gloria: su pasión por la Cirugía y la humildad de su origen» (IX, 730)- a

diferencia de tantos hombres que habían labrado su propia fortuna, no está tan

pagado de sí mismo como para atribuir la peor fortuna de otros a una falta de

carácter. Si él está convencido de que Dios ayuda a aquellos que se ayuden a

sí mismos, también se da cuenta de que hay muchos que poco pueden hacer sin

la ayuda de otros 17.

En realidad Teodoro es una figura un tanto idealizada, y su historia tiene

cierto aire de cuento de hadas. El sistema de Instrucción Pública en España a

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mediados del siglo XIX, lejos de fomentar la movilidad social tendía a conservar

la estructura social por medio del coste de las matrículas que subía según

el nivel de instrucción, la cual solamente se daba gratuita a nivel elemental

para los muy pobres. Así el acceso a la instrucción fue determinado por la

posición económica y social más bien que por el talento. Es poco probable que

el mezquino sueldo de Teodoro hubiese bastado para pagar la matrícula para

sus propios estudios médicos y también para los estudios de su hermano en la

prestigiosa Escuela de Minas. Era dificilísimo entrar en la Escuela donde se

licenciaban menos de una docena de estudiantes cada año (Peset M. y Peset,

J. L. pp. 451-54 y 643-44), por lo cual tampoco es muy creíble que un chico

que había trabajado de recadero en una tienda de ultramarinos y luego de

ayuda de barbero hubiera podido obtener una plaza en competición con los

hijos de familias privilegiadas y bien conectados 18. El doctor Centeno (1883)

presenta una descripción mucho más realista de las dificultades con las que

tenía que luchar un chico pobre que deseaba obtener una educación. Esta

novela, lejos de darnos la historia del hombre que logra su propia posición en

la sociedad que parece prometernos Galdós al final de Marianela, muestra la

insuficiencia de la filoso.fía de ayúdate a ti mismo (Scanlon, p. 251). Pero incluso

en Marianela, novela más optimista, parece claro que el novelista no consideraba

la iniciativa individual como panacea para la cuestión social. El éxito de

Teodoro no se debe sólo a su propia iniciativa y aplicación; como él mismo

confiesa; «Dios me protegía, dándome siempre buenos amos»; así su camino

se hace más fácil con la ayuda moral y material de patrones bondadosos, uno

de los cuales le deja una pequeña herencia al principio de su carrera con la cual

puede pagar los libros de su hermano y la ropa decente que le ayuda a atraer

enfermos (X, 736). Vemos además que aunque el ejemplo de Teodoro puede

servir de inspiración y modelo para algunos, para otros no sirve para nada. A

la Nela le falta la iniciativa y confianza en sí misma, cualidades que le facilitan

a Felipe la huida, pero esta misma debilidad le da derecho, según el narrador,

«a ciertas atenciones de que pueden estar exentos los robustos, los sanos, los

que tienen padres y casa propia, pero que corresponden por jurisprudencia

cristiana al inválido, al pobre, al huérfano y al desheredado» (IV, 716)19.

Se le ha acusado a Galdós de haber tratado a la cuestión social de una

forma superficial y sentimental (Casalduero, Hinterhauser) y no cabe duda de

que el novelista pone demasiada fe en una regeneración moral y pedagógica a

expensas de posibles remedios sociales y económicas (Goldman, 1975), crítica

que se ha hecho también a los krausistas. Sin embargo, por limitadas que puedan

parecer sus ideas, si las ponemos dentro de su contexto histórico podremos

apreciar el hecho de que eran bastante avanzadas para la época. En Marianela

Galdós con respecto a este problema ha adoptado la posición intervencionista

del liberalismo radical, rechazando como insuficientes el remedio tradicional

de la caridad y el abstencionismo del individualismo liberal20

• Galdós se muestra

claramente preocupado por los posibles efectos negativos de la industrialización

sobre la vida física y moral, pero como otros muchos de sus contemporáneos,

quiso reconciliar el espíritu de iniciativa, invención e individualismo, base

del progreso material con los valores más tradicionales de la ética cristiana 21. El

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hecho de que hubiese decidido tratar el problema social era en sí significativo

puesto que había muchos que incluso negaban su existencia. Era necesario,

comentó Azcárate (1876a, p. 137), «contentarse con afirmar el problema social,

haciendo penetrar la verdad y la realidad de los dolores de ciertas clases en la

conciencia y en el corazón de aquellos que aún se obstinaban en considerarlos

como pura creación de imaginaciones calenturientas». Esto es precisamente lo

que Galdós intentó hacer en Marianela y lo que volverá a intentar hacer en La

desheredada, aunque ya con técnica nueva22

NOTAS

1 Revilla (1878a, p. 509) comenta: «Si en otras novelas sabe hacer pensar, en ésta ha conseguido

hacer sentir». Pardo Bazán, p. 142, losé María Pereda (en Ortega, p. 67) Y Ramón Mesonero

Romanos (Ortega, p. 30) también comentaron esta calidad atípica de la novela, subrayada

también por la crítica moderna (Berkowitz, Casalduero, Montesinos). Se ha demostrado también

que trata temas característicos de toda la obra galdosiana, como por ejemplo la caridad (Bly;

Mendez Faith); cómo enfrentarse con la realidad (lones); las deficiencias de la razón como método

filosófico (Wellington); la necesidad de conciliar el progreso material con el progreso espiritual

(Dendle, 1973).

2 Ruiz Salvador, pp. 142-43. El tema de los debates era «Cuestiones que entrañan el problema

social y medida en que toca su solución al individuo, a la sociedad y al estado» y se celebraron

el 15, 22 Y 29 de noviembre, el 6, 13 Y 20 de diciembre de 1877 y el 3 de enero de 1878. Hay un

reportaje en El Boletín del Ateneo, 11 (1878), pp. 65-108. El Resumen de un debate sobre la cuestión

social de Azcárate, publicado originalmente en La Revista de España entre 1878-79, es en realidad

menos un resumen que una crítica de las distintas doctrinas sobre la cuestión social. La importancia

del tema social en Marianela ha sido notado por muchos críticos: Bly, Casalduero, Krebs, Un

lunático, Revilla.

3 Las citas de Marianela vienen del tomo IV de la edición de las Obras completas citada en

la bibliografía; las referencias llevan el capítulo en numeración románica, seguido de la página en

numeración árabe.

4 Montesinos, Shoemaker (tomo 11) y Pattison, entre otros, comentan la disyuntiva entre el

escenario y la trama de la novela. Para las visitas de Galdós a las minas, véase Madariaga, pp.

252-53 Y 258 Y la entrevista de Diego Muntaner a Galdós en El D(a Gráfico (9-4-1917) citado por

Schoemaker, 11, p. 94. Que a Galdós le había impresionado la degradación de los mineros se ve

en sus alusiones al asunto en Cuarenta leguas por Cantabria, publicado originalmente en 1876 en

la Revista de España, véase Obras completas, VI, pp. 1.445 Y 1.450.

s En Inglaterra el primer intento de legislar sobre el trabajo de los niños data de 1802. No

hubo nada en España que se comparara con los famosos Blue Books de Inglaterra que tanto

hicieron para poner de manifiesto los abusos del trabajo de los niños y que sirvieron de fuente a

novelistas como Disraeli (Kovacevic, p. 96). Para detalles sobre el trabajo de los niños en España

en esta época véase Sanromá e Izard.

6 «Informe de la Comisión de la Sociedad Económica Matritense encargada de dar dictamen

respecto a la Sociedad Los Amigos de los Niños. Mayo de 1877, Revista de la Sociedad Económica

Matritense, 111 (1877), pp. 392-94, cita en p. 393. Véase también Pedregal, Tartilán, Revilla (1877

y 1878b) Y Guerrero. Este último intentó persuadir a las «clases ilustradas» a que apoyasen un

Real Decreto del 1 de marzo de 1878 encaminado a fomentar la educación popular por medio de

la donación de libros a escuelas rurales. En 1878 la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

(Memorias, 1884, V, p. 23) organizó un concurso sobre el tema: «¿La primera enseñanza deberá

ser obligatoria, deberá ser gratuita? medios más eficaces para obtener el cumplimiento de aquella

obligación por las familias». Las tres memorias premiadas -de Concepción Arenal, Ricardo

90

Molina y Rafael Monroy y Belmonte- se publicaron luego. El tema del niño abandonado y

privado de educación era uno de los preferidos por Dickens; véase Collins.

7 Para la relación entre el ideario religioso de Galdós y el de Azcárate véase López Morillas

y Aparici Llanas pp. 140-65; véase también Beyrie y Denah Lida. El humanitarismo sentimental

de la novela recuerda la propaganda de demócratas y republicanos, cuyas lecturas preferidas en los

años 60 y 70 eran las novelas de Eugene Sue y sus imitadores españoles (Hennessey, p. 83). Se ha

sugerio (Casalduero pp. 215-16; Wellington pp. 43-5 Y p. 48 nota 13) Galdós puede haber sido

influido por las ideas de Comte. Hay que recordar, sin embargo, que cuando Comte pedía que

amáramos y adoráramos a la humanidad no entendía por «humanidad todo el mundo, sino los

mejores tipos que podríamos encontrar para personificar a la humanidad, aquellos que habían

vivido de tal forma como para dejar obras y ejemplos: una humanidad que comprendía más muertos

que vivos (Aron, pp. 122-23).

8 «No basta ( ... ) reparar la injusticia y remediar la miseria, sino que es preciso disipar la

ignorancia, desarraigar el vicio y matar la impiedad y la superstición» insiste Azcárate (1876a, pp.

140-41). La importancia concedida a la educación dentro del ideario krausista es bien conocida; en

el terreno práctico abogaban en pro de la introducción de la instrucción primaria obligatoria y

gratuita y trabajaban en varias iniciativas en pro de la educación popular. Fernando de Castro,

Rector de la Universidad de Madrid después de la Revolución de 1868 y hombre muy admirado

por Galdós, era especialmente activo en este campo. A su iniciativa deben mucho la Asociación

para la Enseñanza Popular, establecida en 1869 y la Asociación para la Enseñanza de la Mujer,

creada en 1870. Muchos krausistas dieron sus servicios a otras organizaciones dedicadas a la educación

popular, como por ejemplo el Fomento de las Artes.

9 Así, por ejemplo, Nela contesta a las «palabras sensatas» de Teodoro con ojos que parecen

decir «pero ¿a qué vienen todas estas sabidurías, señor pedante?» (XIX, 761). Luego el narrador

comenta: «no puede afirmarse que la Nela entendiera el anterior discurso, pronunciado por Golfín con

tal vehemencia y brío, que olvidó un instante la persona con quien hablaba. Pero la vagabunda sentía

una fascinación singular, y las ideas de aquel hombre penetraban dulcemente en su alma, hallando fácil

asiento en ella. Sin duda se efectuaba sobre la tosca muchacha el potente y fatal dominio que la

inteligencia superior ejerce sobre el inferior» (XIX, 762). Hay que notar que en general hay una

identidad de actitud sobre el problema social entre Teodoro y el narrador, el cual parece ser fidedigno.

10 «He visto una especie de Paraíso en la Tierra ... , he visto un joven y alegre matrimonio; he

visto ángeles, nietecillos alrededor de mí; he visto mi sepultura embellecida con las flores de la

infancia, con las tiernas caricias que aun después de mi última hora subsistirán, acompañándome

debajo de la tierra ... ». Termina el relato de sus esperanzas llevando a sus ojos «una mano basta y

ruda, endurecida por el arado» y se limpia una lágrima mientras todos callan, «hondamente impresionados

por la relación patética y sencilla del bondadoso padre» (XI, 738-39). Este sentimentalismo

es lo que me hace discrepar con el juicio de Kirsner (p. 67) de que «en Marianela se enfoca el

matrimonio de una manera brutal». Para un lector del siglo XX puede ser así pero no creo que

fuese la intención de Galdós. Casares (pp. 36-8) indica cuán poco creíble es que Pablo hubiera sido

tan ignorante del peso de las diferencias sociales como para prometer el matrimonio a la Nela y

sugiere que el deseo de Galdós de hacer a sus principales personajes «simpáticos y nobles» le llevó

a «escamotear ( ... ) muchas verdades». La improbabilidad de tal matrimonio sirve para explicar

por qué Florentina a veces parece ser tan indiferente a los sentimientos de la Nela, y por qué

Teodoro tarda tanto en descubrir la causa de su aflicción.

11 Las minas de Reocín, modelo para las de Socartes, fueron explotadas en estos años por la

Real Compañía Asturiana (Madariaga, p. 253), hecho que no se menciona en la novela. Se nos

dice que el jefe del taller de maquinaria, Ulises Bull, trajo el galgo, Lilí, de Inglaterra para Sofía

(IX, 731), pero no le vemos nunca en el trabajo.

12 El periódico anarquista, El Condenado (18 de junio de 1873), calificó la acusación de «calumniosa

y criminal», argumentando que los males del trabajo de los niños se debían a la «inicua

organización social». Azcárate (1881, p. 103) comenta el problema así: «Cuando los padres de

estos niños abusan de una manera visible y manifiesta del poder que la ley les confiere, explotando

a sus hijos en vez de educarlos, es deber del Estado evitar que se desnaturalice y contraríe radicalmente

el poder de la patria potestad, así como si lleva a tal extremo la necesidad, y no la codicia,

es el deber de la sociedad el procurar que aquélla no exista».

91

13 «Debe decirse, tocante a las facultades intelectuales del señor Centeno, que su cabeza, en

opinión de muchos, rivalizaba en dureza con el martillo-pilón montado en los talleres»; a pesar de

lo cual, «la Señana creía firmemente que con la erudición de su esposo ( ... ) adquirida en copiosas

lecturas, tenía la familia bastante para merecer el dictado de sapientísima» (IV, 715). Estas penosas

lecturas están descritas con ironía cruel en los capítulos IV y XII.

14 Azcárate (1881a, p. 108) resume la posición así: «el ideal a cuya realización debe caminarse

es a que subsistan las diferencias esenciales y necesarias y desaparezcan las ficticias y artificiales».

El liberalismo proclama la igualdad política y jurídica pero no la igualdad social, la cual, afirma

Azcárate, «es imposible, como todo el mundo reconoce, pues nadie ha tenido la pretensión de

hacer que desaparezcan de la vida las diferencias entre robustos y débiles, torpes y dispuestos,

sabios e ignorantes, buenos y malos» (1881a, p. 106).

15 Los hombres de energía y coraje: notas biográficas tomadas del popular libro titulado «Self

Help» (Madrid: Imp. de Aureli J. Alaria, 1876). Para este tipo de literatura en general véase

Kovacevic y la introducción de Asa Briggs a la edición de Self-Help citada en la bibliografía.

16 Galdós pertenecía a la misma tertulia que Labra - hombre afecto al krausismo y propagandista

incansable en pro de la educación popular- en el Ateneo de Madrid (Olmet y García Carraffa,

p. 65).

17 Bly (p. 61) arguye que hay un paralelo entre la historia de Teodoro y la picaresca, del cual

Galdós quiso que el lector sacara «The conclusion that material prosperity leads to moral ruin»,

intención presente también, según Bly, en las alusiones al Nuevo Mundo y las imágenes de naufragio:

«Galdós seems to suggest that the followers of 19th century materialism carry with them the

seeds of their own future ruin». No creo que Teodoro se nos presente como materialista moralmente

arruinado ni que fuese la intención de Galdós «to put into relief the materialism of his early life

and careen> (p. 60). La instrucción no es ni para Teodoro ni para su hermano Carlos simplemente

un medio para lograr un fin material puesto que ambos demuestran un entusiasmo desinteresado

por su profesión respectiva. Además, las experiencias de Teodoro le han dado una conciencia

social bastante desarrollada: hace más por ayudar a la Nela en los pocos días que está en Aldeacorba

de lo que ha hecho el patriarca rural, don Francisco Penáguilas, en los 18 meses en que le ha

servido a su hijo de guía. Creo con Walter Rubin (1970, p. 73) que como muchos de los médicos

en la obra de Galdós, Teodoro sirve como portavoz de las ideas del autor sobre la reforma social.

18 LEÓN RocH, La familia de León Roch, también estudia en la Escuela de Minas pero su

familia es bastante próspera, como lo es también la de Pepe Rey (Doña Perfecta), otro ingeniero.

19 El propietario rico de Minuta de un testamento encarga a su hijo en términos que nos

recuerdan estas palabras del narrador que no se contente nunca con dar a aquellos con quienes

trabaja lo que les es debido por «justicia legal» (Azcárate, 1876b, p. 148).

20 Parece ser que en Marianela la posición de Galdós con relación a este problema se había

radicalizado un tanto desde los principios de la década; Matus (p. 149) nota una evolución del

liberalismo al socialismo sentimental desde Doña Perfecta. Goldman (1969, 1971, 1975) Y Fuentes

ambos de los cuales impugnan la aseveración de Regalado García de que a Galdós le faltaba

sensibilidad para el problema social, ofrecen estudios generales de las actitudes de Galdós.

21 Ha habido diferencias de opinión sobre esta cuestión: para unos (Casalduero, Pattison,

Beyrie) la perspectiva de Galdós en Marianela es esencialmente positiva, llena de admiración por

las realizaciones tecnológicas del hombre y sus consecuencias materiales con, a lo máximo, una

lamentación nostálgica para un mundo pastoral que desaparece. Bly, sin embargo, interpreta la

novela como crítica acerba del proceso de industrialización. Eoff, Jones y Dendle (1973 y 1974)

argumentan que el objetivo de Galdós era reconciliar el progreso material con el espiritual.

22 Cuadro muy alabado por Alas (1912, pp. 100-103), que ya se había quejado en 1877 (<<Las

masas», El Solfeo, 25-XI-1877, en Lissorgues, pp. 185-89) de que en España no hubiese ningún

estudio serio de la clase baja como el Sybil de Disraeli.

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