FENOMENOLOGÍA DE LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS

EUROPEOS DEL SIGLO XIX EN LA OBRA DE PEREZ GALDOS

Manuel Moreno Alonso

Colegio Español de Londres

«Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis

otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla

los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el

cansado cuerpo de tu nación. Declaraos revolucionarios, díscolos

si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía.

En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal

revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el

único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando

paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento ... Sed

constantes en la protesta, sed viriles, románticos, y mientras

no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Maric/{o ... Yo, que

ya me siento demasiado clásica, me aburro ... , me duermo ... ».

(Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Cónovas, final

del último capítulo. Ed. Obras Completas, III, 1410).

En el último de los Episodios Nacionales que, en 1912, escribió Pérez Galdós,

en Cánovas, no deja de ser significativo que sus últimas palabras expuestas

en forma de mensaje testamentaario aludan al significado de la Revolución

tanto en su sentido semántico como real y vital. Es evidente que el autor finaliza

la última serie de su inmensa obra con el pensamiento de que en España

-¿y por qué no también en Europa?- la Revolución queda aún pendiente.

Después de más de un siglo de revoluciones, el porvenir del mundo, y particulamente

de España, dependerá de la solución revolucionaria entendida como

afán de superación, esfuerzo individual, rebelión constante, ideal, actitud indómita.

El legado principal del siglo XIX al XX culmina -si consideramos las

palabras anteriores como la conclusión de la obra y las últimas del autor- con

la Revolución, ya desprendida de su sentido alarmante anterior y como expresión

del «único síntoma de vida».

La trayectoria revolucionaria del siglo XIX

Desde antes de 1789 lo que por encima de todo caracteriza al nuevo período

histórico que se abre en Europa es justamente esa palabra «aterradora» de

Revolución contra «el cansado cuerpo» de las viejas naciones del continente.

Sin revolución no se hubiera producido la «modernidad» o, si preferimos utilizar

el término decimonónico más genérico y aclamado, la libertad con todas

sus implicaciones en el plano personal e histórico general. Con anterioridad a

la época indicada no existía el concepto moderno de revolución. Nuestro Diccionario

de Autoridades, por ejemplo, no conoce la palabra revolucionario, y

las acepciones mencionadas del término revolución son muy diferentes de las de

revuelta. La palabra se introduce en la historia del lenguaje y en la historia de

los hechos justo en la época indicada, caracterizando todo el período histórico

119

subsiguiente, sobre el que precisamente Pérez Galdós situará la acción de sus

Episodios Nacionales y de sus Novelas contemporáneas. El interés suscitado en

España durante la época en que vive Galdós por el conocimiento apasionado y

casi siempre parcial en favor o en contra de las luchas revolucionarias 1 es un

claro reflejo de esta realidad, que aquél se propone «novelar». La historia de

España, como la de Europa, en el siglo XIX no puede ser comprendida desprendiéndola

de su carácter revolucionario por encima de todo. Los Episodios

Nacionales de manera particular constituyen sin género de dudas la obra general

de más valor emprendida por un español sobre esta trayectoria. Su mismo

carácter de novela histórica le dota de unas posibilidades de análisis mucho

más amplias que los escritos académicos sobre el tema. En su obra amplísima

Galdós incorporó como protagonistas de su relato a numerosas personas históricas

que se habían destacado como tratadistas incluso del fenómeno revolucionario

tanto europeo como españoF, y a muchos de los cuales llegó a conocer

personalmente.

La revolución como punto de partida del interés por el tratamiento histórico de

«lo contemporáneo» en la obra de Pérez Galdós

Aunque Pérez Galdós tuvo «aficiones literarias desde el principio», y en el

Instituto de Las Palmas fue «bastante aprovechado»3, su interés por la historia

contemporánea surgió de su contacto en vivo con la realidad revolucionaria

peninsular en torno a 1868, que tan amplias recursiones ejerció en la opinión

pública4• En sus Memorias recordará que fue «en aquella época fecunda de

graves sucesos políticos, precursores de la Revolución» cuando presenció como

testigo el motín de la noche de San Daniel -10 de abril del 65 -, la sublevación

de los sargentos en el cuartel de San Gil o posteriormente de la «Gloriosa»

que costó el trono a Isabel IP. En relación con los sucesos de España, se

refiere Galdós en el mismo lugar a la gran impresión que produjo en él sus dos

primeros viajes a Francia. El primero lo hizo en el verano de 1867 -tenía

entonces 24 años- y fue decisivo: conoció la gran ciudad hasta el punto que

«a la semana de este ajetreo ya conocía París como si éste fuera un Madrid diez

veces mayor», descubrió a Balzac y fue testigo de la llegada a París de gobernantes

y hombres de Estado de Europa que visitaban la Exposición Universal

instalada en el Campo de Marte. Llegó a ver reiteradamente en medio de

tantas revistas militares al Emperador Napoleón III - <1igura en verdad poco

napoleónica»- con su perilla y bigotes engomados según la moda del tiempo.

La consecuencia literaria de este primer viaje fue su novela histórica La Fontana

de Oro. Al año siguiente, en el verano del 68, volvió de nuevo a Francia, y

a su regreso -en los últimos días de septiembre- se encontró en Barcelona

«de manos a boca» con la Revolución de España. En la «bullanga política» vio

-y lo recordaba muchos años después- al Capitán General conde de Cheste

paseando por la Rambla con actitud teatral que «dejaba en el público impresión

semejante a la de los espectadores de una tragedia donde todo se expresa

en versos fríos y retumbantes». Su familia, asustada del «barullo revolucionario

», decidió al día siguiente partir para las Canarias, aprovechando que estaba

en el puerto el vapor América. Desde éste nos dice que «presenciamos las

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demasías de la plebe barcelonesa, que se limitaron a quemar las casetas de

Consumos. Era una revolución de alegría, de expansión en un pueblo culto».

Ardiendo «en curiosidad por ver en Madrid los aspectos trágicos de la Revolución

» consiguió de su familia que la dejasen en Alicante donde hacía escala el

correo dando como pretextos el continuar sus estudios en la Universidad, y a

las pocas horas tenía la «inmensa dicha» de ver entrar a Serrano en la Puerta

del Sol.

Este encuentro de Galdós con la revolución será decisivo tanto por canalizar

sus futuros puntos de interés como por centrarlos cronológicamente en lo

contemporáneo. Con su reconocida sagacidad, fue ya el mismo Leopoldo Alas

quien puso de manifiesto este hecho, indicando que «es posible que el propósito,

al principio para el mismo Galdós oscuro, indeciso, de escribir la historia

novelesca de nuestra epopeya nacional del presente siglo, fuese en parte como

una derivación de aquel prurito activo del entusiasta de la revolución y del

joven ensimismado ... a quien se le ocurrían aquellas cosas raras. Hay también

un modo de ser hombre de acción en el arte, y las novelas de Galdós revelan

al artista de este género»6. El autor de los Episodios Nacionales es evidentemente

hijo espiritual de la revolución de septiembre y entusiasta de sus principios

democrático-burgueses 7

• Su talento, sin embargo, le llevó a diferenciar

desde el primer momento el contenido «revolucionario», «a la española», de

aquel movimiento, de la revolución «verdadera» y auténtica8

• A diferencia de

tantos cantores de la «Gloriosa» como proliferan en su tiempo 9 , Galdós descubre

su carácter de «bullanga política» y el predominio «retumbante» del «chinchín

de la música» que amalgamaba compases del Himno de Riego con la Marsellesa,

y que parecía «más que radical, doméstica». Con todo, la impresión del

acontecimiento revolucionario terminaba por fijar la atención de Galdós no en

el pasado remoto sino en el «contemporáneo», en esa época media, «de lo que

va de siglo», y que comenzaba en la guerra contra NapoleónlO

El siglo XVIII: los antecedentes de la Revolución

Cronológicamente, la «época media» de la que según el decir de Alcalá

Galiano se ocupó en sus novelas nacionales Pérez Galdós fue el siglo XIX, el

período contemporáneo que comenzaba con Napoleón y acaba con Cánovas a

finales de siglo. Pero ni que decir tiene que la mayor parte de los protagonistas

de los primeros Episodios y novelas había nacido en el siglo anterior, y como

tal la época ésta, sin ser objeto de su tratamiento específico, afluye en sus

páginas con frecuencia. Hasta cierto punto, la culpa de todo lo ocurrido con

posterioridad en España durante el siglo XIX se había gestado en el anterior:

«De aquel innoble desaguisado tenían la culpa la Enciclopedia, Voltaire,

D'Alembert, Diderot y toda la taifa precursora y actora de la infernal Revolución

francesa... De aquella ciénaga desbordada venía la corrupción de las costumbres

de esta pobre Españall

• Las «modas francesas» y con ellas la irreligión,

el descaro de la juventud, la falta de respeto a los mayores y el mucho votar,

entre otras a juicio de un anciano personaje galdosiano, comenzaron a introducirse

en España entonces 12. En todas las ciudades populosas, y especialmente

en Cádiz, «que era entonces la más culta», había muchas personas desocupadas

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al tanto de París 13. En España -y ya en 1792- la primera consecuencia de la

Revolución francesa fue la caída del Ministerio Floridablanca 14, que marca el

comienzo todavía algo lejano de la tempestad.

Con un tratamiento historiográfico más específico Pérez Galdós se ocupó del

siglo XVIII - «que es en nuestra historia una de las épocas de más difícil estudio

» - en su amplio trabajo sobre Don Ramón de la Cruz y su época, en el que

de entrada señalaba sus dificultades: «la conclusión, la heterogeneidad, el carácter

indeterminado con que se manifiestan sus principales hechos, la pequeñez relativa

de sus hombres, son causa de que no se muestre accesible a la investigación, ni se

preste a una síntesis clara»15. A su juicio era un «siglo de transición» en política,

en artes, en literatura y en costumbres, que se presentaba como un período de

«marasmo», en el que, no obstante, era necesario revisar el lugar común de que

era «la causa de los males de todas clases que aún afligen a nuestra Sociedad, o

si le debemos no haber caído en otros peores». En su opinión, «ignoramos si fue

él quien nos trajo a nuestra actual postración o si, por el contrario, nos ha hecho

seguir, aunque algo rezagados, la marcha de la civilización europea». De cualquier

forma Galdós pensaba que fue muy distinto el ritmo de su poder transformador

en España del de Francia, siendo larguísimo el plazo que media entre la

aniquilación de la Casa de Austria y la guerra de la Independencia. Observación

ésta de carácter fundamental, que lleva a don Benito a poner en duda el carácter

prerrevolucionario y modernizador de esta centuria. Los puntos oscuros sobre

esta época los achaca, con grandísimo sentido historiográfico, a la falta de trabajos

históricos, pues «no hubo siglo más descuidado de nuestros historiadores, ni

de ninguno nos hemos inquietado menos, a pesar de tenerlo tan cerca». Sin embargo,

a su juicio, «no hay época más digna de estudio; de ella procedemos, y

aunque una observación superficial no encuentra allí sino motivos de abatimiento

y hasta de vergüenza, no conviene condenarla con ligereza, ni juzgarla con una

mirada estrecha de intereses actuales o con el extraviado criterio del partido político

». El siglo XVIII, como punto de partida de revolución en Europa, significó

entre otros muchos aspectos señalados por el mismo Galdós: la· perversión del

sentido moral, la confusión de clases «sin resultar nada parecido a la igualdad»,

la relajación de las creencias religiosas, el conato de formar algo semejante a un

orden administrativo, los «laudables empeños de adelantamiento material que se

estrellan en los vicios inveterados de nuestras leyes, y en la organización de la

propiedad», y el olvido de la Historia. Según el autor de Los Episodios «se observaba

el esfuerzo subterráneo de una revolución, de una fuerza desconocida que

aspiraba a realizar considerable trastorno», y que como tal dicha revolución se

inicia en los primeros años del siglo. Dará lugar a una época de oscuridad, de

luchas y dudas, «que prevé en su instinto una revolución y no acierta a darle

realidad, ni se atreve a intentarlo; que ve todo aquel pasado que se marcha y no

comprende lo que ha de venir, ni se prepara a una nueva vida» mientras no pocos

ilustrados hacían «ovillejos» en la Academia del Buen Gusto.

La experiencia revolucionaria de un personaje galdosiano

Un ejemplo en la obra galdosiana de fabulación de un personaje testigo

fuera de España de los acontecimientos revolucionarios franceses y que, mu-

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chos años después, evocaba aquellas imágenes, es la de Don Beltrán de Urdaneta16

• Es el retrato del típico gran conspirador, nacido en 1758, y que cuando

«echaba una mirada a todo lo que comprende el espacio entre esa fecha y este

pícaro 36», gustaba decir que le llevaba once años a Napoleón y a Wellington

que nacieron en el 69, al tiempo que su amigo Goya, el «pintor ubérrimo» le

llevaba doce. Disipador durante toda su vida de lo suyo y de lo ajeno, no había

hecho más que «darse buena vida en los Parises». En 1788 - un año antes al

asalto de la Bastilla - pidió al Conde de Aranda una embajada y fue nombrado

secretario de la de París, siendo testigo de todos los sucesos de la Revolución

desde los Estados Generales hasta junio del 91 en que el rey fue detenido en

Varennes. Cuando España retiró la Embajada de la capital francesa volvió con

«casi todo el personal» para regresar nuevamente, y esta vez por motivos placenteros,

en 1795, en pleno Directorio. Aunque Galdós, como es tan habitual

en su estilo de narrar, interrumpe el relato para decir que «como no es mi

objeto contarle a usted aquel incendio terrible, la Revolución, voy a mi cuento,

y le sigo repitiendo que el 95 me fui a París en persecución de una hermosura

sobrehumana ... », no se resiste a darnos algunas pinceladas de la Francia postrevolucionaria:

«¡Qué distinto de aquel París del 88, tan aristocrático, tan

tónico y elegante, en medio de los sustos que ya ocasionaba la Revolución

incipiente!». Según confesión personal de Don Beltrán la «sociedad del Directorio

transformó completamente mis gustos», y allí continuó viviendo, llegando

a ver entrar a Napoleón en París después de Austerlitz y asitiendo al entierro

posteriormente de Josefina, que era «una lagarta»17. En la trayectoria de esta

biografía galdosiana se advierte su contacto en vivo con la Revolución fuera de

España y, habiendo nacido el protagonista a mediados del siglo XVIII, su

experiencia es lo suficientemente dilatada como para examinar con perspectiva

generacional «el espacio entre esa fecha y este pícaro 36». El autor de los

Episodios al adentrarse por los vericuetos de la historia tan sólo se pone un

freno narrativo: el de procurar no abandonar el campo peninsular en que transcurren

los acontecimientos, que no era su objeto. Y esta es a la limitación que

está presente en su obra «nacional» en lo que respecta a las alusiones a la

historia y a las revoluciones de otras naciones europeas.

La tradición republicana española

Consecuencia inminente del triunfo de la Revolución era la proclamación

de la República, cuya significación revolucionaria produjo siempre pavor en

España antes e incluso después de su primera experiencia histórica vivida plenamente

y contada por Galdós18

• Para éste la Revolución contaba con precedentes

muy lejanos, que no tenían por qué buscarse en los sucesos de Francia

de finales del siglo XVIII, tan diversamente comprendida por los españoles,

muchos de los cuales la veían como el principio del mal de las cosas de España.

Entre estos precedentes el autor de Los Episodios recordará la lucha contra los

tiranos en Atenas protagonizada por Harmodio y Aristogitón, las sediciones

de los Gracos o la decapitación de Carlos I de Inglaterra aparte naturalmente

de la de Francia, en la que Robespierre y Danton «ya sabemos que cortaban

cabezas como plumas» 19. En todos los casos resultaba evidente que «la causa

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del revolucionario más célebre en su tiempo fue un tejido de iniquidades y de

absurdos jurídicos» 20 . Pero a la vez se presentaba siempre como un mal necesario,

como una cirugía política, ya que la medicina está visto que no sirve para

nada: «amputación, hijo, pues no hay otro remedio»21. Y en este proceso España

no podía ser una excepción porque el país pedía cambios a «grito herido»,

y porque «el país tiene mejor que nadie el instinto de su conveniencia» 22 . Y en

este sentido la historia de España no carecía de ejemplos. En el caso particular,

concretamente, de la idea republicana - tan revolucionaria de suyo y a la vez

con una imagen tan aterradora - uno de los españoles de Galdós dirá que «a

mí no me ha causado nunca terror esa palabra ni me aterra hoy». Y para

probar la larga tradición republicana de España no dejará de citar a Padilla,

Lanuza, las doctrinas del P. Mariana y, más recientemente, las obras de Se mpere

y la proclamación de los derechos del hombre en las Cortes de 1810 por

Muñoz Torrero 23 . De esta forma Pérez Galdós, que muy bien conocía la tendencia

española de veta casticista de despreciar lo extranj ero 24 , «españolizaba»

tanto la práctica revolucionaria como la misma idea republicana. En España

no hubo «salones» donde al estilo de Francia se preparara la revolución 25, aunque

no faltaran desde luego los jóvenes educados en París que «afectaban a

veces desprecio de su nación y la censuraban con acritud» 26 , o los democracias,

por los que entendían sus enemigos «un perdís, un masón, un liberalote, un

conspirador, un democracio»27 .

La revolución de Francia

Dado el plan cronológico y novelístico de la obra de Pérez Galdós, la Revolución

Francesa de 1789 o, posteriormente, la época napoleónica o las mismas

revoluciones de 1830 ó 1848 constituyen en puridad puntos de referencias fundamentales

para dilucidar los acontecimientos nacionales. Se advierte siempre

el interés del autor por aquellos hechos ultrapirenaicos pero tenía que atenerse

al marco temático y espacial de la historia contemporánea española 28. El procedimiento

habitual sin embargo para tratar de los movimientos revolucionarios

extranjeros es el de introducir en ellos, con fundamento histórico o simple

verosimilitud, a los españoles. Es el caso real, por ejemplo, del famoso abate

utrerano Marchena, cuya personalidad era tan cara al novelista: «uno que pasa

aquí por clérigo relajado, una especie de abate que habla más francés que

español, y más latín que francés, poeta, orador, hombre de facundia y de chiste,

que se dice amigo de madama Stael, y parece lo fue realmente de Marat,

Robespierre, Legendre, Tallien y demás gentuza»29. O del fabulado Santorcaz,

quien después de algunas fechorías, se marcha a París, sumándose a la Revolución.

Su entrada en la ciudad la hizo -según narra prolijamente- el 21 de

enero de 1793, encontrándose en una gran plaza donde el pueblo estaba reunido

para guillotinar a Luis XVI, y siendo uno de los que, al enseñar el verdugo

al pueblo la cabeza, aplaudió como los demás gritando: «está muy bien hecho

»30. Junto con Marchena, de quien se hizo gran amigo, frecuentó los clubs

más frenéticos, llegando a recriminar a su amigo Maximiliano (Robespierre) el

que se hubiera pasado a los realistas ¡En su opinión, «toda la sangre derramada

me parecía poca para reformar una sociedad que no era de mi gusto, y estimaba

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lo mejor hacerla desaparecer en la guillotina». Para reírse de Dios -cuya simple

nominación era un insulto a la Razón - llegó a inventar junto con Marchena

uno particular, irrisorio, del que se mofaban, y al que llamaban Ibrascha.

Otro recurso habitual del novelista para aludir a los sucesos revolucionarios

de Francia, en este caso de 1789, son las referencias propiamente históricas

que permiten al mismo tiempo delimitar cronológicamente los períodos en que

transcurre la acción. Las alusiones por ejemplo al Conde de Aranda, que condenó

desde el principio la guerra con la República31, o la Paz de Amiens que

no fue más que una tregua32, son datos fácticos diferentes a cuando Calpena,

protagonista de la tercera serie de los Episodios, recordaba las imágenes que

había visto de Voltaire o de Talleyrand33. En uno u otro caso, el narrador por

sí mismo o por boca de alguno de sus personajes34 se permite comparar la

experiencia revolucionaria española con la de los movimientos extranjeros35 ,

asumir lo mejor de éstos36 o, simplemente, expresar su reprobación y desencanto.

Galdós -viajero por Europa- era consciente de que España se hallaba

dentro de una realidad geográfica concreta cuyas influencias no le podían ser

ajenas a pesar del grado de aislamiento no ya peninsular sino de todo el con tinente37.

Yen cuanto a las diferencias entre España y otras potencias europeas,

antes o después de la Revolución, el autor de Los Episodios tenía muy claro

que «las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre

porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del

todo descaminado»38. Esta forma sencilla, llena de sentido común y por ello

tan indiscutible, es la que caracterizará el análisis del pasado en la obra galdosiana39.

La Fontana de Oro

Primera novela de Galdós - «libro con cierta tendencia revolucionaria»es

un estudio magnífico de la Revolución española, que comienza con las últimas

boqueadas del absolutismo femandino, trata sobre todo el triunfo del liberalismo,

y termina con el retomo a la tiranía. En el preámbulo a la misma, que

el autor escribió en 1870, puso de relieve en este sentido que «los hechos

históricos o novelescos contados en este libro se refieren a uno de los períodos

de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de

reorganización que principió en 1812 y no parece próxima a terminar todavía.

Mucho después de escrito este libro, pues sólo sus últimas páginas son posteriores

a la Revolución de septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en

los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos

sucesos aquí referidos, y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda,

de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-

1823» 40. Es el estado de crisis revolucionaria constante que caracterizará al siglo

XIX español lo que el autor de los Episodios y de las novelas contemporáneas

se decidirá a escribir a partir de esta primera novela, contando sus «hechos

históricos y novelescos». Por La Fontana de Oro desfilan ideas, discursos revolucionarios,

actuaciones de clubs, alusiones a libros extranjeros41 , e incluso animales

domésticos como aquel gato que se llamaba «Robespierre». Bozmediano

tenía presente que «la irrupción de costumbres francesas, verificada con la

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venida de la dinastía nueva, a principios del siglo XVIII, modificó ésta como

otras cosas», y que «con la sociedad nueva vino la moda nueva»42. y Lázaro,

el protagonista de la novela, romántico que profesa el liberalismo más agudo e

incondicional, que sabe que la Revolución «necesita estas medidas prontas y

decisivas», confiesa sin embargo que «yo no quiero para mi Patria los horrores

de la Revolución Francesa. Después de un terror no puede venir sino la dictadura.

Yo no quiero que pase aquí lo que en Francia, donde, a causa de los

excesos de la Revolución, la libertad ha muerto para siempre» 43. Por encima

de todo, «era preciso enseñar a los franceses que no debía haber otro Ravaillac

» 44 •

«El Audaz», la novela de la Revolución

El Audaz, cuyo subtítulo es el de «historia de un radical de antaño», fue

escrita por Pérez Galdós en 1871, y su acción se sitúa en 1804, con amplias

referencias a los movimientos revolucionarios de finales del Setecientos45. El

protagonista, Martín Martínez Muriel, de ideas radicales y revolucionarias, tiene

amigos volterianos, y es un entusiasta de la experiencia revolucionaria francesa.

La imaginación arrebatada del joven Muriel fue «una tierra fecundísima

en que las nuevas ideas germinaron con asombroso desarrollo. El espíritu revolucionario,

explosión de la conciencia humana, se mostró en él rudo, implacable,

radical, sin la depuración que después han traído el estudio y el mejor

conocimiento del hombre. La abolición de privilegios, la legación del derecho

divino, la soberanía nacional, los derechos del hombre. He aquí los grandes

problemas planteados en aquellos días. El que conozca la Sociedad de entonces

disculpará la exageración. Fuerza es que la disculpemos a Muriel, que al recoger

aquellas ideas experimentó el único goce de su espíritu» 46. Este profesaba

a la nobleza un odio vivísimo, y «devoraba cuantos describieron y comentaran

la Revolución Francesa ... , en su mente el hecho horrible se sublimaba al contacto

de la noble idea; perdíase en una contemplación sin fin, durante la cual

se le representaban en la fantasía los caracteres y los hechos de la pavorosa

catástrofe; y cuando concluían sus éxtasis, era para dar lugar a una inquietud

extraordinaira». Todos sus sentidos estaban obsesionados por una idea: la Revolución47.

Junto a él, el franciscano Fray Jerónimo de Matamala, «sabía muy

bien lo que eran los derechos del hombre, y conocía todos los argumentos del

ateísmo; conocía a Rousseau y aún algo más; pero afectaba una ignorancia

absoluta de tan peligrosas materias»48, y desde Ocaña sostenía correspondencias

«muy activas». Estaba convencido de que «los privilegios se han de acabar

aquí, como se acabaron en Francia, y o mucho me engaño, o ese día no está

lejos», ante la sorpresa del mismo Muriel que «se admiró de encontrar tan

revolucionario a quien se había figurado como un señor muy beato, enemigo,

como la mayor parte, de las cosas extranjeras49

• El capítulo 111 de la novela se

titula incluso «La sombra de Robespierre»50, y por él vagan los demonios de

los grandes revolucionarios franceses, de la misma manera que también campean

por esta novela de acción los nombres de sus inspiradores teóricos, el

barón de Holbach o D'Alembert, Don Lamberto para entender51.

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La ola revolucionaria en «Angel Guerra»

Veinte años después de escribir El Audaz, en 1891 puso Galdós punto final

a su novela Angel Guerra, una de las más amadas por el autor52. Aunque la vida

del protagonista ahora transcurre en los años de la Restauración 53, una época

ciertamente muy diferente de la de principios de siglo o de la de finales del

XVIII, el espíritu de protagonista es enteramente revolucionario: le impresiona

el dolor y la injusticia, cree que es urgente la reforma de la sociedad y que hay

que derribar las viejas costumbres para construir un nuevo mundo ... Su revolucionarismo

idealista, de corte moral y religioso, tendrá un carácter sin embargo

diferente del de los anteriores protagonistas de la revolución en las novelas mencionadas.

Es también mucho más humana. A sus treinta años confiesa que «en

la edad peligrosa cogióme un vértigo político, enfermedad de fanatismo, ansia

instintiva de mejorar la suerte de los pueblos, de aminorar el mal humano ... ,

resabio quijotesco que todos llevamos en la masa de la sangre»54. Era, en realidad,

de los que no temían que los demás les hicieran <<fu, llamándoles la hidra

demagógica y la ola revolucionaria» 55 . Sus ideas no ya sobre la revolución sino

sobre la Historia diferían completamente de las de la gente sencilla, representada

por Dulce, que «no comprendía el interés de la Historia, la filosofía de los hechos

graves que afectan a la colectividad, interés a que no puede sustraerse el

hombre de estudio, máxime si ha intervenido en tales hechos. Dulce creía que

era más importante para la Humanidad repasar con esmero una pieza de ropa,

o freir bien una tortilla, que averiguar las causas determinantes de los éxitos y

fracasos en la labor instintiva y fatal de la colectividad por mejorar modificándose

»56. Insistiendo en esta doble caracterización o visión de las cosas por parte de

Angel o de Dulce, Don Benito no puede resistir entrar en el tema, y terminará

diciendo que «La Humanidad no sabe aún qué es lo que precede ni qué es lo que

sigue, cuáles fuerzas engendran y cuáles conciben. Rompecabezas inmenso: ¿el

pan se amasa para las revoluciones o por ellas?». El relativismo al juzgar los

hechos -el de las explosiones revolucionarias, por ejemplo- es evidente: «el

pueblo se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de

empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho»57. Y, por supuesto, «todo

el pelo que se puede echar en España con las revoluciones lo echaron los del 68,

y ya no hay más pelo que echar por ese lado»58.

La revolución europea de 1830

En la ya aludida tertulia de Jenara, los «temas de política extranjera» ocuparon

durante mucho tiempo la atención primordial de los asistentes, sobrepasando

al «grave de nuestros negocios» 59 . Concretamente el asunto de la Revolución

de Julio -«asunto socorridísimo que dio para todo el verano y otoño»junto

con los de Grecia, Polonia y el reconocimiento de Luis Felipe fueron los

que polarizaron las conversaciones de los contertulios. Estos, por otra parte,

estaban al tanto de «muchas particularidades desconocidas del público y aún

del Gobierno», y allí leían algunas cartas venidas de Francia aunque «no ciertamente

con intento de conspirar». Comentaban igualmente las ordenanzas de

Polignac contra los periódicos, estando de acuerdo en que «de las ruinas de la

Prensa nacen las barricadas»60. Lo más interesante de todo en este Episodio de

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Los Apostólicos es que su autor relaciona íntimamente la oleada de libertad

desencadenada en Europa con la lucha de los emigrados españoles contra el

absolutismo, pues «el buenazo de Luis Felipe, viendo que aquí no le querían

reconocer como Rey de los franceses, abrió la frontera a los emigrados y aún

dícese que les dio auxilio y adelantó algunos dineros». Lo que hizo que Mina

y otros «andantescos de la Revolución» entraran en la Península, hasta que el

Gobierno cayó en la cuenta de que debía reconocer a Luis Felipe, y fue entonces

cuando Francia cerró las fronteras y se acabaron las partidas. La cuestión

polaca, muy especialmente, se convirtió en una moda, y todo el mundo compadecía

al «pueblo mártir, amarrado, desnacionalizado, cesante de su soberanía»

llegando al sentimentalismo al tiempo que se hacían versos y cantatas innumerables

con el título de Lágrimas de Polonia. Las escenas revolucionarias que

tuvieron lugar en Francia y en Europa en el mes de julio de 1830 debieron

estar muy presentes en Pérez Galdós, cuando éste, a finales de 1903, comenzó

la redacción de un nuevo Episodio de la cuarta serie dedicado a los sucesos

revolucionarios de España que siguieron a 1852 -la revolución de 1854- yal

que titula incluso La Revolución de Julio. En él su autor traza magistralmente

la anatomía del proceso revolucionario español de este año, pero en el que es

claramente deudor de sus conocimientos y lecturas sobre la revolución de 1830

y la posterior de 1848. El novelista conoce perfectamente «a esos elementos:

son los que alborotan siempre, hoy en este sentido, mañana en el otro»61.

Desde la Exposición Universal de Londres los protagonistas españoles del Episodio

hablarán de España; «de este país tan pobre y tan atrasado ... Entre

paréntesis, aquí no tienen idea de la penosa impresión que a los que venimos

al extranjero nos causa el llegar a Madrid y ver el sistema primitivo de recoger

las basuras»62. En suma, los españoles que conversaban de este manera echaban

en falta el que en la Península se hubiera producido la revolución industrial,

y acababan siempre diciendo que «estamos muy atrasados»63.

Las tormentas del 48

En las Memorias de José García Fajardo -protagonista de la novela autobiográfica

Las tormentas del 48 - nos presenta Galdós cuáles podían ser los

alimentos espirituales que nutrían al revolucionario «a la Europea» que venía

a España procedente del extranjero: Gibbon, Ugo Foscolo, Pellico, Cesare

Balbo, Cesare Cantú, Helvecio, Condillac, Manzoni, las Ideas sobre la Historia

de la Humanidad de Herder o el libro de Pierre Leroux, De l'humanité, de son

principe et de son avenir64 • Evidentemente estamos ante un nuevo «revolucionario

» y ante una nueva generación de rebeldes, que se permitían escribir hasta

sobre el Risorgimento dell'Italia una e libera65

• Uno de éstos, en una de las

tertulias madrileñas, llegaba a «hacer gala de suficiencia y de hallarse muy al

tanto de las ideas que en la actualidad agitan a los pensadores europeos, y

como la idea del día es el liberalismo papal y la filosofía histórica de Gioberti

y de Balbo» tenía asegurada la audiencia sobre las que sus lecciones caían

como «un pedrisco de erudición» 66. Y en lo que se refiere a las noticias de

Francia: «son cada día más interesantes y en ellas palpita el drama político, tan

del gusto de estos pueblos imaginativos y apasionados» 67. De nuevo se había

128

proclamado la República, el rey había huido y se habían levantado barricadas:

Las noticias de la revolución que «llegan aquí como páginas epilogales del

sangriento poema del 93» eran en Madrid «muy comentadas, con evidente

exaltación de la susceptibilidad española» y con el temor de algunos partidarios

de «poner una aduana de ideas en la frontera para que no pase acá la

dolencia revolucionaria, ni se nos cuelen en España esas malditas utopías».

Según el autor de las Memorias -que lo consigna en el escrito correspondiente

al día 3 de marzo - lo que consolaba a muchos era que al frente de la

República Francesa apareciera la figura del «dulce y tiernísimo» Lamartine,

nombramiento de un poeta para tal cargo y que en la mentalidad española de

la época era algo insólito. Pero la tormenta se extendía igualmente al reino de

Nápoles, Piamonte, Roma, Hungría y Austria donde un «formidable pedrisco»

derribaba el árbol corpulento de Metternich, así como a las «demás naciones

»68.

En toda Europa -siguen diciendo las Memorias- ha surgido la voz pavorosa

del Socialismo, «la nueva idea que viene pujante contra la propiedad,

contra el monopolio, contra los privilegios de la riqueza, más irritantes que los

de los blasones». Y recapacitando en ello, llega a decir que «me siento San-Simoniano,

y afirmo que el mundo es del pueblo, de todos, y que el derecho a

los goces no es exclusivo de una clase privilegiada. La riqueza pertenece a los

trabajadores, que la crean, la sostiene y aquilatan, y todo el que en sus manos

ávidas la retenga, al amparo de un Estado despótico, detenta la propiedad, por

no decir que la roba»69. Quien dice esto, advierte naturalmente que comprende

el «terror que causan estas ideas en la sociedad en que vivo. Yo, que antes no

me cuidaba del Socialismo y sólo me servía de él para producir algún frívolo

chiste en las conversaciones mundanas, ahora tiemblo ante el problema, monstruo

cejijunto, de grosera voz y manos rapaces». Y es ya en esas conversaciones

mundanas donde al pueblo -sigue diciendo el autor de las presentes Memorias-

se les llama, «con supremo desdén», las masas. El mismo recuerdo de

las lecturas de Fourier y Considérant le sugiere la idea de hacer un ensayo de

la grande y nueva asociación humana dividida en los nuevos elementales estamentos:

capital, trabajo, inteligencia; sobre cuya base se establecería un falansterio

modelo. Naturalmente que detrás de todo el escéptico Don Benito -que

escribe el Episodio en 1902- ridiculiza a la persona que exponía estas ideas

aún cuando deja muy claro que «la tormenta que venga por Europa, de pueblo

en pueblo, descargando aquí centellas, allá granizo, en una parte y otra eléctrico

fluido que todo lo trastorna, ha de ser, andando el tiempo, furioso torbellino

que arrase el vano edificio de nuestra propiedad, sin que contra él nos valgan

falanges ni falanterios ... ¿Tardará meses, años, lustros; tardará siglos? ... 70. Pérez

Galdós, que desde la perspectiva ya del nuevo siglo sabe del fracaso de la

revolución del 48, anuncia proféticamente que la revolución, ésta de las masas

y de los trabajadores, tendrá que producirse más tarde o más temprano en los

distintos pueblos de Europa. La historia posterior habría de darle plenamente

razón. Las Tormentas del 48 se presentan en este sentido como la narración de

contenido más europeístas de la revolución de toda la obra galdosiana 71.

129

La revolución «a la española»

Los Episodios Nacionales y, en menor grado, las Novelas Contemporáneas

constituyen la mejor crónica de la revolución española del siglo XIX, con sus

altibajos, con su retórica, con su discutible autenticidad, con su falta de grandeza

y, en suma, con su mísera realidad. Las alusiones a los movimientos revolucionarios

europeos sirven al autor para distinguir claramente su alcance y significación

del de los españoles, mucho más débiles, y siempre menos burgueses,

menos socialistas y mucho más primitivos. Como nos dice de los rebeldes andaluces

que asolaban revolucionariamente los campos la causa de ello era sencillamente

el hambre: «-¿Qué pedían los valientes revolucionarios del Arahal?

¿Pedían libertad? No. ¿Pedían la Constitución del 12 o del 37? No. ¿Pedían

acaso la Desamortización? No. Pedían pan ... , pan ... , quizás en forma y condimento

de gazpacho ... Y este pan lo pedían llamando al pan democracia, y a su

hambre reacción ... Quiere decirse que para matar el hambre, o sea la reacción,

necesitaban democracia, o llámese pan para mayor claridad ... No creáis que

aquella revolución era política, ni que reclamaba un cambio de Gobierno ...

Era el movimiento y la voz de la primera necesidad humana: el comer» 72. Y

cuando magistralmente el autor de Los Episodios trata al comienzo de éstos la

anatomía de un tumulto revolucionario lo que destaca en éstos es el griterío de

la turba y la multiplicación de los alborotadores 73. El novelista sabía muy bien

que una revolución no se hace sin diner074, y ¿dónde lo tenían los revolucionarios

españoles? Por esta razón, y por la misma candidez entusiasta de sus protagonistas,

los movimientos revolucionarios españoles terminaban en adefesios75

La Revolución «a la española» era en sustancia la obra más o menos precipitada

o inmadura del conspirador romántico o incluso del profesional que

conspirará «por que se lo pide el cuerpo, porque el conspirar es en él alivio de

penas, venganza de la injusticia y fuente de risueñas esperanzas» o incluso

«también por patriotismo, para que la N ación saliera de tantas desventuras» 76.

Y naturalmente que lo hacía porque «como no tenía ocupaciones de oficina ni

de nada, se pasaba el día charlando de la conspiración con sus amigos viejos o

con los nuevos que en el campo democrático le habían salido. El rincón de un

café, el cuchitril de una portería o las negras estancias de una mala imprenta

eran sus logias, y cuando no se terciaba el arrimo a cualquier tertulia revolucionaria,

satisfacía su anhelo en los corrillos de la Puerta del Sol, conventículo

habitual de cesantes». Estos últimos, los cesantes, junto con los militares descontentos

con sus propios ascensos y con la presencia del pueblo se convertirán

en decisivos colaboradores de la obra revolucionaria de los agitadores o en los

principales soportes de los pronunciamientos, verdadera «enfermedad nacional

» 77. En cualquier caso es enorme la dosis de ingenuidad de cada movimiento

revolucionario, lo mismo que las ideas de sus protagonistas, que no pierden

nunca la esperanza de la revolución, y que lo esperan todo de la inminente

algarada o del próximo pronunciamiento. Como discurseaba uno de los personajes

galdosianos - Don José del Milagro, en su gallinero del café -: «yo sostengo,

yo aseguro, yo declaro que en la gravísima situación de la patria, en el

terrible conflicto de la Libertad, en este deplorable caos a que nos han traído

los errores de unos y otros, no veo, no vislumbro, no puedo imaginar otro

130

remedio ni otra salvación y el remedio que he tenido el honor de exponer ... ,

llegará día en que la necesidad de conservar la vida inspire a todos la idea de

volver los ojos al hombre de septiembre en Madrid, al hombre de diciembre en

Luchana, al hombre de junio en Peñacerrada, al hombre de mayo en Guadarmino,

al hombre, en fin, de todos los meses del año en la patria Historia ...

Deseemos, pues, que la confusión aumente, que vengan injurias de unos a

otros, bofetadas y palos, y tras los palos, tiros, y tras los tiros, el pronunciamiento

decisivo del sentido común contra las tonterías y los crímenes. He dicho

» 78. Don Benito es siempre un excelso maestro cuando describe la técnica

española del golpe de Estado o de la asonada revolucionaria, y siempre a remolque

de las directrices o de los movimientos europeos, de los que le separan

multitud de diferencias y matices. La conclusión es siempre la misma: el desengaño,

el escepticismo impuesto por la realidad, el fracaso en definitiva de la

Revolución. Lo dice con amargura el protagonista de La Revolución de julio:

«mis ilusiones de ver a España en camino de su grandeza y bienestar han caído

y son llevadas por el viento. No espero nada; no creo nada ... La página histórica

tras la cual corrí, resúltame ahora como pliego de aleluyas o romances de

ciego. ¿Será que mi mente ha caído en la dolencia de remontarse y picar muy

alto, o que los hechos y los hombres son por sí sobradamente rastreros y miserables?

»79. El mencionado protagonista amaba lo grande y hermoso, desdeñaba

las tintas medias, como la clase media y la moral media, y por eso el recuerdo

de una «batalla de aficionados en el campo casero me lleva al ardiente afán de

presenciar un Austerlitz o algo semejante», o mirar hacia las ambiciones de un

Cromwell o un Bonaparte8o.

Sobre las fuentes galdosianas para la historia de los movimientos revolucionarios

de Europa

Es de sobra conocido que, a pesar de la significación historiográfica monumental

de la obra de Galdós, algunos críticos de su época y posteriores han

minusvalorado la información histórica del autor81

• Muchos - empezando por

Baroja quien le negó hasta las menores cualidades de investigador porque «ha

tomado la historia hecha en los libros» y no había frecuentado los archivosle

han echado en cara que leía poco, que no le interesaban los libros y que

tenían escasa base científica82

• Otros, por el contrario, han intentado contrarrestar

estas afirmaciones 83 , pero, a la vista de las reflexiones galdosianas sobre

los movimientos revolucionarios europeos es indiscutible que no es necesario

acudir a los anaqueles de la propia biblioteca de Don Benito84 para confirmar

su información sobre los sucesos en fuentes bien contrastadas. Estas, como es

bien conocido, eran de tipo muy diverso: bibliográficas, información oral y

«archivos vivos»85. Entre las primeras, y en lo que respecta a la cuestión de los

movimientos revolucionarios de Europa, Pérez Galdós conocía sin lugar a dudas

lo que habían escrito los clásicos sobre el tema: Michelet, Madame de

Stael, Lamartine, Guizot, Thiers, Louis Blanc aparte de las teorías de los socialistas

románticos. Y, por supuesto, las obras de historia universal y de Europa

traducidas muchas de ellas al español por aquellos con tanta prodigalidad o las

escritas por los mismos españoles86, están en la base de la información galdosia-

131

na que para sus objetivos -la obra de un novelista- eran más que suficientes.

Las referencias concretas a obras como las de Herder, Laurent, César Cantú y,

muy particularmente, Lamartine y Thiers son una muestra de ello. De cualquier

forma el gran mérito de Galdós, la gran importancia de su investigación

donde reside es en el gran acierto al estudiar los personajes encardinados a los

hechos y entrando hasta lo más hondo de su mentalidad. Y lo que nos maravilla

es cómo llegó a abarcarlo todo: el hecho histórico, el incidente ignorado, las

acciones militares, las intrigas políticas, las costumbres y las inautenticidades

de los mismos protagonistas de la revolución 87.

Nota final: Los demonios de Don Benito ante la Revolución

No es necesario destacar el valor de la obra galdosiana como fuente histórica

general del pasado decimonónico de España88

, para comprender la extraordinaria

aportación tanto de los Episodios como de las Novelas contemporáneas

al conocimiento de la realidad revolucionaria. Y ésta evidentemente tiene que

ser enmarcada dentro del cuadro de la historia de Europa, sin la cual no es

posible su comprensión. En su visión, matizada de mil formas por la sabia

contraposición de los personajes, está presente el cronista, teóricamente progresista

pero en la práctica conservador, con todos sus demonios (muchos de

ellos injustamente fundados y atribuidos con manifiesta parcialidad), pero sin

que podamos echarle en cara ni desconocimiento de la realidad, ni manipulación

de ésta, ni sectarismo malicioso, ni ausencia de historiador ni siquiera

falta de objetividad. En sus Historias - y éstas son las palabras con las que

Menéndez Pelayo le presentaba a un público temeroso de demonios de 1897-

«están representados todas las castas y condiciones, todos los oficios y estados,

todos los partidos y banderías, todos los impulsos buenos, malos, todas las

heroicas grandezas y todas las extravagancias, fanatismos y necedades que en

guerra, en paz, en los montes y en las ciudades, en el campo de batalla y en las

asambleas, en la vida política y en la vida doméstica, forman la trama de nuestra

existencia durante el período exuberante de nuestra vida desordenada ... »89.

Una trama de nuestra existencia ésta de la que era consustancial la revolución,

y de la cual fue Don Benito Pérez Galdós excepcional cronista sin ser historiador

de profesión.

NOTAS

1 No existe un repertorio bibliográfico exhaustivo puesto al día sobre la publicística revolucionaria

de la época aparecida en España a lo largo del siglo XIX. La Bibliografía de las guerras

carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX de Jaime del Burgo (Pamplona, 1956-1966, en tres

volúmenes y dos suplementos) es de un valor instrumental fundamental. Puede ser también de

interés el trabajo de J. S. PÉREZ GARZÓN, La revolución burguesa en España: los inicios de un

debate científico, 1966-1979. En «X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Universidad

de Pau», Madrid, 1980, pp. 91-138.

2 Hombres, en efecto, como Flórez Estrada, Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano, Conde de

Toreno, Modesto Lafuente, Donoso Cortés, Garrido, Castelar, Morayta, entre los españoles, que

132

escribieron sobre la Revolución son también protagonistas y personajes galdosianos. Cfr. el Ensayo

de un censo de los personajes galdosianos comprendidos en los «Episodios Nacionales» de Federico

Carlos Sainz de Robles (ed. de Obras Completas de Aguilar, 1968, por la que citaremos en adelante,

In, 1411-1873) con los tratadistas españoles del fenómeno revolucionario europeo y particularmente

francés en M. MORENO ALONSO, La Revolución Francesa en la historiografía española del

siglo XIX, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1979.

3 Cfr. la bellísima semblanza de Benito Pérez Galdós por «Clarín», escrita en Madrid en

1889, y reproducida en el libro B.P.G. El Escritor y la crítica, ed. de Douglas M. Rogers, Taurus,

1979, pp. 21-40. La carta «biográfica», con datos de su infancia, enviada por el escritor a Leopoldo

Alas decía, entre otras cosas, que «en los tres o cuatro años que precedieron a la revolución del

68 se me ocurrían a mí unas cosas muy raras», y que «en el 67 se me ocurrió escribir La Fontana

de Oro, libro con cierta tendencia revolucionaria. Lo empecé aquí y lo continué en Francia; al

volver a España, hallándome en Barcelona, estalló la revolución, que acogí con entusiasmo», pp.

31-32.

4 Cfr. M. MORENO ALONSO, La Revolución española de 1868 en Inglaterra, «Revista de Historia

Contemporánea» (Sevilla, 1983), n.O 2, pp. 49-93.

5 Memorias de un desmemoriado, ed. de Obras Completas (Novelas, y Miscelánea, que en

adelante citamos por la ed. de 1973), In, 1430 y ss.

6 Benito Pérez Galdós, ed. cit., de Douglass M. Rogers, p. 33.

7 J. RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS basándose fundamentalmente en Fortunata y Jacinta ha trazado

algunos rasgos de la cosmovisión burguesa de la sociedad galdosiana en los comienzos de la Restauración,

destacando el protagonismo revolucionario del tío de Fortunata José Izquierdo -siendo

sintomática la ironía galdosiana al llamar «Izquierdo» al personaje- que había participado en

todos los movimientos del siglo XIX en su segunda mitad: motín revolucionario de 1854 que llevó

al poder a la Unión Liberal; en la sublevación popular de 1856; en la del cuartel de San Gil de

1866; en la Gloriosa o en la Revolución anarquista de Alcoy ... , que actúa sin embargo con manifiesto

desencaje ideológico y social (Galdós: Burguesía y Revolución, Madrid, 1975, pp. 13 y ss.).

8 En La segunda casaca, expone que «era tristísimo que los que nos habíamos embarcado en

la Revolución, aceptando sus hechos y renegando in pectore de sus principios, viésemos frustrados

nuestros honrados planes»; y que «nosotros no éramos Robespierres ni Marats; nosotros no queríamos

cortar la cabeza a nadie. Queríamos sencillamente adaptar la Revolución a nuestra voluntad,

aprovechamos de ella, encauzarla en el lecho de nuestras ideas, haciendo de la hidra espantosa

una flexible y condescendiente cortesana» (Episodios, 1-1428).

9 La revolución del 68 -llamada pomposamente la «Gloriosa»- fue sin lugar a dudas la más

espectacular del siglo en España, y como tal fue juzgada por sus protagonistas y contemporáneos

(por ejemplo, J. MAÑÉ Y FLAQUER, La revolución de 1868 juzgada por sus autores, Barcelona,

1876), aun cuando sus conquistas fueron en realidad bastante modestas, de lo que el primero en

darse cuenta fue el mismo Galdós. Cfr. M. TUÑON DE LARA, El problema del poder en el sexenio

(1868-74), «Estudios sobre el siglo XIX español», Madrid, ed. 1976, pp. 83-151.

10 José Alcalá Galiano, más tarde amigo y compañero de viaje de Galdós por Europa, escribió

para la Revista de España (1871) una detallada reseña de La Fontana de Oro en la que, en efecto,

elogia al autor por haber elegido como asunto de su novela no el pasado remoto sino una «época

media», en la que el interés histórico se unía a las ventajas de la exposición realista al tiempo que

aconsejaba a nuestros novelistas la realización de una novela nacional ambientada en esta época a

imitación de lo que se hacía en Europa (Cfr. H. HINTERHAuSER, Los «Episodios Nacionales» de

B. Pérez Galdós, Madrid, 1963, p. 35).

11 España sin rey (Episodios, In, 801-802).

12 Cádiz (1-859).

13 Trafalgar, 1, 209.

14 Trafalgar, 1, 282.

15 Don Ramón de la Cruz y su época (Novelas, y Miscelánea, In, 1228-1254).

16 Don Beltrán de Urdaneta aparece como personaje típicamente galdosiano en Luchana, La

Campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica, Vergara, Los Ayacuchos, Carlos VI en la Rápita,

Prim, y España sin Rey. Desde un punto de vista generacional resulta interesante comparar su

mentalidad con su hijo don Federico y sobre todo con su nieto Don Rodrigo de Urdaneta Idiáquez.

133

17 Luchana, 11, 704.

18 La Primera República, 111, 1115. Galdós al «novelar» la experiencia advertirá que «la historia

de aquel año (1873) es selva o manigua tan enmarañada que es difícil abrir caminos en su densa

vegetación. Es en parte luminosa, en parte siniestra y obscura, entretejida de malezas con las

cuales lucha difícilmente el hacha del leñador».

19 El Grande Oriente, 1, 1467.

20 El Terror de 1824, 1, 1738.

21 La de los tristes destinos, 111, 700.

22 La segunda casaca, 1, 1411. En el Episodio, Monsalud advertirá con el realismo hispano tan

característico que «yo no vengo aquí a proclamarme revolucionario», ni «soy ni siquiera revolucionario

», y «quiero permanecer en la obscuridad el día del triunfo». Su sistema político lo cifraba en

la prudencia, reformas sabias, respeto al Rey, y mucho, mucho orden.

23 El Grande Oriente, 1, 1521. Galdós cita de forma erudita el caso de Lucas Francisco Mendialdua,

quien en la «populosa» ciudad de Málaga concibió el plan de establecer la República,

como «consta en la proclama que imprimió, encabezada con las mágicas palabras República española

y firmada por Un Tribunal del Pueblo», siendo hecho preso en 1821.

24 De Oñate a la Granja, 11, 563. «Todos estos niños zangolotinos que hablan de Benjamín

Constant, de Thiers, Guizot, del Parlamento inglés y del bill de indemnidad me apestan».

25 Los Apostólicos, 11, 126. Lo que en el caso de España hubo fueron tertulias, estilo de la de

Jenara, de color político bastante amarillo, que, desde luego, «no era un centro liberalesco», yen

donde la política se trataba en aquella casa «con toda discreción».

26 Los Apostólicos, 11, 124.

27 Los Apostólicos, 11, 137.

28 En la obra de Galdós, la estructura externa es un factor importante tanto en relación con

el marco espacial como con el temporal, que ha sido puesto de relieve por R. LÓPEZ-LANDY, El

espacio novelesco en la obra de Galdós, Madrid, 1979, pp. 12 Y 29.

29 La batalla de los Arapiles, 1, 1058.

30 Juan Martín el Empecinado, 1, 1018.

31 Trafalgar, 1, 206.

32 Trafalgar, 1, 203.

33 Luchana, 11, 701.

34 La postura normal de Galdós frente a sus criaturas novelescas suele ser la de «cronista» que

no tiene por qué ocultar su voz, y en consecuencia no participó de la gran obsesión de los naturalistas

franceses de su tiempo: el prurito de objetividad y de alejamiento. Galdós asume el viejo

papel del novelista «omnisciente y omnipresente», pero utilizando sabiamente diferentes recursos

en el arte de narrar (Cfr. el muy interesante trabajo de M. BAQUERO GOYANES, Perspectivismo

irónico en Galdós, en la obra ed Por Douglas M. Rogers, pp. 122-123).

35 La Segunda casaca, 1, 1426. Los «revolucionarios» españoles iban buscando en muchos

casos la «marimonera de los destinos», y como tal sus objetivos eran muy diferentes de los predicados

por Robespierre. Por eso alguna vez sería necesario ... «que salgan por esas calles gritando:

«¡Vivan Robespierre y la guillotina!», y acabaremos de una vez».

36 La segunda casaca, 1, 1427-8. Los revolucionarios de buena fe, o al menos los sinceros y

honrados, admitían que ellos no eran ni Robespierres ni Marats, y lo único que querían era «adaptar

la Revolución a nuestra voluntad, aprovechamos de ella». Sin embargo, para los reaccionarios

-y también para quienes querían continuar con la mamancia como antes- «la Revolución no

triunfará porque estamos decididos a aplastarla ... Si es preciso iremos más allá ... , y buscaremos a

los astutos Robespierres, a los violentos Dantonazos, a los sanguinarios Marates y los entregaremos

a la Inquisición ... ». En cierto modo eran aquellos quienes consideraban a los rebeldes españoles

como a éstos últimos con manifiesta hipérbole y supravaloración.

37 Trafalgar, 1, 184. Europa es representada como «una gran isla, dentro de la cual estaban

otras islas, que era las naciones; a saber: Inglaterra, Génova, Londres, Francia, Malta, la

Tierra del Moro, América, Gibraltar, Mahón, Rusia, Tolón, etc. Yo había formado esta Geografía

a mi antojo según la procedencia más frecuente de los barcos con cuyos pasajes hacía

algún trato».

38 Trafalgar, 1, 221.

134

39 Cfr. J. BEYRIE, Galdós et son mythe. Liberalisme et Christianisme en Espagne au XIXeme

siecle (1843-1873). These presentée devant l'Université de Toulouse 11. Reproduction des Theses.

Université de Lille 111, Lille 1980, vol. 1, 257 Y ss., Y también vol. 1, pp. 326 Y ss.

40 La Fontana de Oro, 1, 10.

41 La Fontana de Oro, 1, 13. Valga por ejemplo la librería que se abría junto a la tienda del

irlandés, «en cuyo mezquino escaparate se mostraban, abiertos por su primera hoja, algunos libros,

tales como la Historia de España, por Duchesnes; las novelas de Voltaire, traducidas por autor

anónimo; Las noches, de Young; el Viajador sensible, y la novela de Arturo y Arabella, que

gozaba de gran popularidad en aquella época. Algunas obras de Montiano, Porcell, Arriaza, Olavide,

Feijoo ... ».

42 La Fontana de Oro, 1, 97.

43 La Fontana de oro, 1, 171.

44 La Fontana de Oro, 1, 86.

45 El gran crítico Eugenio de Ochoa, en carta al director de La Ilustración de Madrid (n.o 42),

que Galdós publicó como preámbulo a la novela, señaló en términos de grandes elogios que el

autor hizo bien «en esgrimir su pluma contra la hipócrita sociedad de fines del siglo pasado y

principios del presente» (El Audaz, 1, 234).

46 El Audaz, 1, 238.

47 El Audaz, 1, 240.

48 El Audaz, 1, 243.

49 El Audaz, 1,249.

50 El Audaz, 1, 256-265.

51 El Audaz, 1, 301.

52 Cn:. la bella evocación de «Angel Guerra y Toledo» en Memorias de un desmemoriado,

cuando nos dice Don Benito que «seguía refiriendo las culminantes escenas de la obra que escribía,

cuando de improviso observé que hablaba solo» (III, 1453).

53 Cfr. P. A. BLY, Galdós's Novel ofthe Historical Imagination. A Study ofthe Contemporary

Novels. Liverpool, 1983, pp. 152-164. La obra no es otra cosa que el ensayo de escape de la

sociedad contemporánea y de la historia de un individuo para buscar otros valores.

54 Angel Guerra, 111, 16.

55 Angel Guerra, 111, 20.

56 Angel Guerra, 111, 21.

57 Angel Guerra, 111, 22.

58 Angel Guerra, 111, 35.

59 Los Apostólicos, 11, 126 Y ss.

60 Los Apostólicos, 11, 128.

61 La Revolución de Julio, 111, 18.

62 La Revolución de Julio, 111, 20.

63 La Revolución de Julio, 111, 25.

64 Las tormentas del 48, 11, 1413, 1416, 1418.

65 Las tormentas del 48, 11, 1424.

66 Las tormentas del 48, 11, 1437.

67 Las tormentas del 48, 11, 1449.

68 Las tormentas del 48, 11, 1497.

69 Las tormentas del 48, 11, 1510.

70 Las tormentas del 48, 11, 1511. El autor de las Memorias continúa diciendo: «Me asalta el

recuerdo de las teorías de Owen, que hoy, con las de Fourier y las de Saint-Simon levantan en el

mundo amenazadoras borrascas. Rechazo con Owen todas las religiones, y establezco como fundamento

moral de la sociedad la Benevolencia. Mi riqueza me hace benévolo. Imitando al filósofo

inglés, erigiré una gran fábrica o manufactura al estilo de la New Lanark, entre mis felices y bien

alimentados obreros practicaré todas las virtudes evangélicas ... Seré apóstol, será el Verbo de la

Benevolencia universal, y daré un ejemplo a mis contemporáneos y a las generaciones futuras para

que sin dogma religioso aguarden tranquilas las revoluciones que se avecinan, y las deshagan como

la sal en el agua ... Heme aquí, señores de la Posteridad, en la mayor crisis de mi espíritu ... » (11,

1511).

135

71 Pereda, en una carta a don Benito fechada en Polanco en 16 de junio de 1902, dirá de Las

Tormentas del 48 que «encuentro en ella poca dosis de episodio, y no me extraña, porque no es

fácil reconcentrar en un punto y al alcance de la mano del narrador, sucesos ocurridos simultáneamente

en tantos y tan apartados sitios de Europa; pero, en cambio como novela me enamora y la

hallo tan fresca e interesante como las mejores de su inagotable autor» (Cartas a Galdós. Presentadas

por Soledad Ortega, Madrid, 1964, p. 202).

72 O'Donell, 111, 182. Cfr. sobre este particular M. MORENO ALONSO, Historia General de

Andalucía, Sevilla, Ed. Argantonio, 1981, pp. 472 Y ss.

73 El 19 de marzo y el dos de mayo, 1,387.

74 La de los tristes destinos, 111, 721. «La Revolución, que es guerra de guerra, no se hace sin

dinero».

75 Angel Guerra, 111, 21.

76 Las Tormentas del 48, 11, 1471.

77 Los Ayacuchos, I1, 1206.

78 Bodas Reales, 11, 1328.

79 La Revolución de Julio, 111, 82.

80 La Revolución de Julio, 111, 83.

81 Don Pedro Laín Entralgo por ejemplo reduce la información de Los Episodios a la Historia

de España de Lafuente, aunque redactada «con mejor pluma» (La Generación del 98, Austral,

1947, p. 170).

82 Cfr. J. BLANQUAT, ¿Galdós, Humanista? En «Actas del I Congreso Internacional de Estudios

Galdosianos», Madrid-Las Palmas, 1977, pp. 43-59. Y en este sentido dos de sus grandes

maestros serían el mismo Plutarco y Lamartine.

83 H. Ch. BERKOWITZ, La biblioteca de Benito Pérez Galdós. Católogo razonado, precedido de

un estudio preliminar, Las Palmas, El Museo Canario, 1951.

84 Entre las obras consideradas por los estudiosos de Galdós que éste pudo manejar más y

algunas de las cuales están en su biblioteca están las de Alcalá Galiano, Dunham, Rico y Amat,

Javier de Burgos, Castro y Serrano, Fernández de los Ríos ...

85 Cfr. P. FAUS SEVILLA, La sociedad española del siglo XIX en la obra de Pérez Galdós,

Valencia, 1972, especialmente, pp. 25-45.

86 Cfr. M. MORENO ALONSO, Historiografía Romántica Española, Sevilla, Publicaciones de la

Universidad, 1979, pp. 309 Y ss.

87 Cfr. V. LLORÉNS, Historia y novela en Galdós, en «Cuadernos Hispanoamericanos» (Homenaje

a Galdós), n.OS 250-252, oct. 1970-enero 1971, p. 76.

88 Cfr. C. SECO SERRANO, Los «Episodios Nacionales» como fuente histórica (En Sociedad,

Literatura y Política en la España del siglo XIX, Madrid, 1973, pp. 275-317.

89 Discurso de recepción en la Real Academia, 7 febrero 1897. En ed. de Douglass M. Rogers,

cit., p. 60. Según el presentador, «sin ser historiador de profesión ha reunido el más copioso

archivo de documentos sobre la vida moral de España en el siglo XIX» (p. 72).

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