LA FE CRISTIANA EN GALDOS y EN SUS NOVELAS

Francisco González Povedano

Universidad de Kiel

Alemania Federal

Es ésta una cuestión harto difícil de esclarecer, y los resultados de un análisis

sobre el tema sólo pueden ser aproximativos. Cuando ni siquiera cada uno

puede estar seguro de los alcances de su fe particular, parecerá atrevido ponerse

a analizar la de los demás y encasillarlos en tales o tales otras características

de fe. Pero como se ha hablado tanto del ateísmo, volterianismo yanticlericalismo

de Galdós, puede resultar oportuno, procediendo con la mayor imparcialidad

posible, reunir un conjunto de opiniones de críticos literarios que tratan

de este tema, pretendiendo a la vez un poco más de luz sobre la manera de

pensar religiosa de don Benito.

Entre las opiniones críticas que intentan aportar algo al tema, hay algunas

que no aciertan a hacerlo, quedándose en una periferia que quiere, desde un

punto de vista de sectarismo clerical, ver atisbos en menudas disposiciones del

novelista, como' para facilitarle desde ellos una posibilidad de salvación eterna.

Algo así intenta el canónigo García y García de Castro, cuando después de

asignar a Galdós un furioso anticlericalismo concede que, a pesar de ello, no

es incrédulo, que «al pasar por encima de su cabeza la nube parda del sectarismo,

se entreabre a veces un resquicio de claridad y se divisan a lo lejos las

devociones de la infancia», o cuando se agarra a que «una de sus últimas disposiciones

fue la de recibir sepultura sagrada en el cementerio de la Almudena 1.

Tampoco es dato para probar la fe de Galdós que en su alcoba hubiera la

figura de un Cristo, dicho en diferentes contextos por algunos críticos, entre

ellos Hilario Sáenz, quien intenta demostrar con ello que «Galdós no desaprueba

las imágenes, ni niega su poder sugerente» 2 • Se puede tener en la alcoba un

crucifijo como se puede tener una estatuilla de Buda en la vitrina - sin temor

alguno a ser acusado por ello de budismo - .

179

Se trata de ver, no por atisbos accidentales sino por ideas y posturas vitales

del novelista, cuáles y cómo eran sus creencias personales. A tal fin ya dice

bastante más Hubert Hüsges3• Para Hüsges, es clara la fe de Galdós en la

justicia y misericordia divina, en un Dios creador, en el decálogo, en el infierno

y en el purgatorio. También es clara su ética del altruismo, la importancia de

la caridad. Galdós «achtet die Grundwahrheiten des Christentums, glaubt an

einen Gott, an ein Leben nach dem Tode und an eine ewige Vergeltung im

Jenseits» (Galdós acata las verdades fundamentales del cristianismo, cree en

un solo Dios, en una vida después de la muerte y en un premio o castigo

eterno en el más allá). Esto es ya una especie de breve y fundamental «catecismo

galdosiano». La fe, aun matizada de duda, que Galdós tuviera en tales

postulados sería motivo más que suficiente como para no etiquetarle en la

categoría de los ateos o los antirreligiosos. Seguramente hay hoy teólogos que

no creen en tanto.

Las críticas hechas a Galdós tildándole de irreligiosidad parten habitualmente

del presupuesto de su anticlericalismo. El escritor presenta a lo largo de

su obra numerosas figuras de sacerdotes, religiosos y monjas cuyos comportamientos

son duramente criticados. Una sociedad clerical no puede por menos

de considerar tal crítica como inadmisible, devolviendo a su vez la bofetada al

acusador con los insultos de impío, irreligioso, hereje, sectario volteriano y

otros por el estilo, como ya hemos visto. Es ésta una forma cómoda de zafarse

del verdadero problema, que sigue consistiendo en si las acusaciones responden

o no a la verdad. Y si responden, no será el camino sulfurarse, sino corregirse.

Pensando, por otra parte, que toda crítica se produce desde la preocupación

por lo criticado, se echará de ver la injusticia que supone el llamar irreligioso

sin más a quien denuncia los males de una religión en la práctica. Fuera de

toda duda está la profunda preocupación religiosa de Galdós. Desde ella, sus

críticas certeras no son una ofensa sino un preciado servicio a la verdadera

religión.

Se ha tachado insistentemente a Galdós de anticlerical; hasta por escritores

conocidamente católicos pero sin ninguna mojigatería clericalista, como Aranguren,

quien llama «novelas anticlericales» a las de la primera época galdosiana4•

Magnífico es el estudio de Ruiz Ramón sobre la cuestión del «anticlericalismo

» de Galdós. Refiriéndose y contestando a opiniones sobre el tema, entre

ellas las de Stephen Scatori5, indica que Galdós refleja no sólo lo malo sino

también lo bueno del clero. Esto prueba que su insistencia en la clase de clérigos

negativos no significa que piense así de todos. La noticia de los males de

un determinado clero es para Galdós uno de los medios de descubrir España a

los españoles para una consecuente toma de conciencia, imprescindible base

de un posible remedio posterior6• Tampoco Rüegg acepta que a Galdós se le

considere anticlerical. Galdós critica desde la realidad la devoción falsa, la

hipocresía, el fariseísmo, la perversidad religiosa. Hace Rüegg la observación

de que a lo largo de la obra galdosiana son menos los sacerdotes criticados

como indignos que los laicos que aprovechan la religión como tapadera bajo la

que ocultar sus intereses personales 7

180

Puede concluirse que el adjetivo «anticlerical» no es justo aplicárselo a Galdós,

en el sentido de que signifique una especial fobia por el clero que lleve al

novelista a mirar a éste desde las peores perspectivas. Así no es Galdós anticlerical.

Le cuadraría más el adjetivo «anticlericalista», precisamente porque lo

que Galdós ataca no es el clero sino el clericalismo de una sociedad, una sociedad

tan clericalista porque don Inocencio sea canónigo penitenciario, como

porque don Rafael del Horro sea político «neo»; porque Paoletti dirija «almas

escogidas», como la de María Egipciaca, o porque doña Perfecta maneje con

sus dedos los hilos del tinglado que lleguen a mover como a muñecos a los

orbajosenses.

Para apreciar el horizonte y el contorno de las ideas religiosas de Galdós,

es preciso, pues, partir de otras bases que los datos meramente externos o lo

escrito por el novelista como anécdota sobre el clero o las defectuosas prácticas

religiosas. Ir a la raíz significa buscar el porqué en unas constantes interiores,

convicciones de la propia conciencia, desde las que Galdós desarrolla sus posiciones

religiosas.

El fondo del problema religioso de Galdós se llama búsqueda, una búsqueda

de mayor verdad y autenticidad que tiene su origen y exponente máximo en

el descontento. Pero el descontento puede arrancar, en muchos casos, de las

mismas raíces de la fe. Creer en Dios y en la vida eterna lleva aparejado consigo

afirmar la imperfección del hombre y de la vida temporal. En su camino de

preocupación religiosa partió Galdós de lo que veía. Y lo que veía era una

profunda inconsecuencia individual y social entre creencias y vida. Y creyó

observar que ciertas ideas religiosas, los comportamientos y formas de pensar

que él trata en sus novelas, eran los culpables del mal. El espiritualismo mal

entendido, con prácticas de piedad en consecuencia, cegaba a los hombres

impidiéndoles ver su imperfección, impidiéndoles el avance a una mayor justicia,

fruto de una mejor convivencia. La sociedad religiosa criticada por Galdós

estaba contenta de sí misma y no esperaba más; creía firmemente en el orden

que ella había establecido, y había llevado esta creencia humana, por una especie

de simbiosis, al nivel mismo de la fe. La permanencia de su orden humano

era la permanencia de Dios en el mundo; la caída de ese orden, el ateísmo.

Ante este panorama, empieza Galdós por protestar, por negar rotundamente

unas cosas y dudar de otras, hasta que se siente psicológicamente fuera de

la fe. Hoy, una persona que pensase como Galdós no tendría por qué sentirse

en esa especie de excomunión íntima. Nadie tendrá hoy necesidad de sentirse

hereje ni excluido de la Iglesia aunque opinara, por ejemplo, que un buen

porcentaje del clero es vago, irresponsable, aburguesado, retrógrado o hipócrita,

o que hay muchos obispos que se cuidan más del «esplendor del culto» que

de los verdaderos problemas de sus fieles -curas y seglares-, que las beatas

son insoportables, que gran parte de la Iglesia no da la cara por defender la

justicia para no comprometerse incomodándose con los gobiernos o que el

Vaticano es, antievangélicamente, una gran potencia económica y política.

Galdós no dijo tanto, pero lo que dijo le bastó para sentirse a veces extraño a

la religión en que fue bautizado, y concluir, también alguna vez, que no tenía

fe. Mucha parte de culpa fue de los mismos católicos de la España que él

181

criticaba, y que con sus reacciones le vinieron a dar la razón. A pocos se les

ocurrió hacer un examen de conciencia. Al sentirse atacados, se volvieron contra

«el agresor» e intentaron destruirle.

Galdós no podía, por convicción personal, defender ese «orden de la fe», y

se amparó, con respecto a lo esencial, en el de la duda. Pereda con sus creencias,

Galdós con sus opiniones. «y empleo con toda intención estos dos términos,

creencias y opiniones (decía don Benito en su discurso en la Academia),

para indicar con ellos que Pereda me llevaba la ventaja de no tener dudas ...

Pereda no duda; yo sÍ. .. El es un espíritu sereno, yo un espíritu turbado, inquieto

».

La duda de Galdós, extendida a lo religioso, le da carácter de actualidad.

Quizás hoy más que nunca se hace inimaginable que haya alguien sin dudas en

el mundo religioso -que aquí es donde estaban, y no en los dogmas escuetos,

las de Galdós -. Las escasas prácticas religiosas de don Benito tienen una

lógica explicación- entre otras posibles que nadie sabe, porque, de existir,

residen en la conciencia - en el hecho de sentirse en sí mismo apartado de la

fe, a lo que debió contribuir no poco la postura para con él de sus «hermanos»

en ella.

Analizando detenidamente la obra literaria de Galdós, no puede decirse

que haya en toda ella la negación de ninguna verdad fundamental del cristianismo.

Pero Galdós duda de su propia fe porque se adelanta a su tiempo y no

tiene por eso una legión en tomo- equivocada o no, pero en torno- que le

dijera que la verdadera fe era la suya y no la de los otros, u otra legión que,

no admitiendo todos los presupuestos de cada una de las dos, le tranquilizara

diciéndole que como persona humana tenía derecho a opinar y criticar, incluso

echando a la religión la culpa de una porción de males sociales.

Unamuno, más refinado que Galdós en esa especie de «fe dudosa», presentaría

años más tarde el caso de San Manuel Bueno, mártir: el cura que creía

no creer, para Unamuno -y esto coincidía de fijo con lo que fue Galdóscreer

no significaba decir que se creía, ni importaba al fin el tenerse a sí mismo

por no creyente. Creer era vivir el comportamiento exigido por la fe-teoría, y

vivirlo para el bien de los demás.

El Galdós en desacuerdo empezó a buscar y a opinar y a dudar. La vida

que calentaba en él los pensamientos ya está en la historia, designada con

proporciones casi legendarias, por una extrema bondad -lástima que no se

pueda decir «bondadosidad» -. Cualquier teólogo que quiera salir del «laboratorio

dogmático» se daría quizás con eso más que por satisfecho.

La búsqueda religiosa de Galdós empieza con su crítica de lo imaginario e

irreal, la falta de lo razonable, en la religión. Para el novelista no es razonable,

y es por tanto falsa -porque las consecuencias de lo no razonable son siempre

en la vida lo antinatural, antihumano y antisocial-, la religión de las Porreño,

la de doña Perfecta, la de don Inocencio, la que educó a Gloria o a Daniel

Morton, la de Paoletti, la de Luis Gonzaga Sudre o la de su hermana María

Egipcíaca. La religión no puede ir contra la razón en la vida humana. La religión

no deberá producir comportamientos irracionales, porque entonces le fa-

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lIará su carácter esencial de unificadora, de «religadora». Parecerá que une a

Dios con el hombre, pero será mentira porque desune a los hombres entre sí.

Galdós tiene razón al ver así el problema, y muestra esa razón con la fu~rza

más dramática, llegando a oponer a la religión el amor. Este es el mensaje

resumen de las cinco novelas de primera época.

Después sigue buscando Galdós, no conforme con la solución de lo estrictamente

razonable ni con su antiheroísmo resultante. Y se ocupa del sentimiento

religioso. No de un sentimentalismo enfermizo e irracional, como antes, sino

del sentimiento verdadero que brota del espíritu y hace capaz al hombre de

entrega a los demás. Esta religión no es ya la equivocada, que se opone al

amor, sino la verdadera, alentada y transida de amor precisamente. Tal característica

es lo que señala el segundo paso galdosiano en lo religioso. Y decimos

segundo paso, y no evolución para poner un granito -o quitar un montónde

arena a la polémica sobre la evolución religiosa galdosiana, cuyos últimos

resultados se conforman con señalar «altibajos religiosos» en el escritor. Según

esto critica primero lo religioso, en las novelas de primera época; lo enaltece

después, en novelas como «Angel Guerra», «Nazarín», «Halma», «Misericordia

», y vuelve a las andadas críticas con «Electra». Sin embargo, el problema

no es tan complicado como se lo ha hecho. Puede decirse que Galdós tiene, a

lo largo de su obra, un doble enfrentamiento con lo religioso. Las novelas

primeras son una crítica de la mala religión; después, se fija el escritor en las

altas virtudes de la buena. Esto último puede suponer un avance en sus perspectivas

religiosas, pero no una contradicción, de modo que es perfectamente

lícito el que más tarde vuelva a criticar defectos religiosos. Mas no es por ello

legítimo afirmar con sentido peyorativo que Galdós vuelva a las andadas, porque

«Angel Guerra» o «Misericordia» no quitan un ápice de verdad a «Doña

Perfecta» o a «La familia de León Roch». En la obra de Galdós, las novelas de

enaltecimiento religioso arriba citadas suponen verdaderamente una evolución

en el sentido de un nuevo ángulo de visión de lo religioso, hasta entonces

excesivamente fixista en la protesta, pero esta evolución no obliga a suponer

en modo alguno retractación de las afirmaciones críticas, como querían ver,

llenos de «gozo espiritual», Menéndez Pelayo y Pereda y otros después.

Angel del Río apunta este segundo paso galdosiano de insuficiencia de lo

razonable para una religión perfecta. Para ella es indispensable el sentimiento

religioso. «El sentimiento, como base del arte y, también, como base de la

religión. He aquí una de las ideas que iluminan una zona muy amplia del

mundo galdosiano. La razón es incapaz de dar base firme a la religión. ¿No es

en el fondo esta insuficiencia de la razón para satisfacer nuestros anhelos religiosos

lo que Galdós caricaturiza en el razonador y práctico Torquemada? A

veces la razón puede incluso llevar a un fanatismo feroz. Pero la imaginación

sin freno conduce al delirio místico de Nazarín o de Almudena. Sólo el sentimiento

puede hacer que la religión, al traducirse en obras, se convierta en algo

vivo y consolador. Benigna es todo sentimiento. Del sentimiento nace y se

alimenta su espíritu de caridad, su amor al prójimo»8.

Lo único que no parece tan claro en la afirmación anterior es que la razón,

si es verdadera y por tanto «razonable», pueda llevar al fanatismo, o que sea

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la imaginación sin freno -con lo que Galdós se retractaría de su primera época-

lo que conduce al comportamiento de Nazarín, que no es comparable con

el de Almudena, ni que aquél pueda calificarse de delirio místico. El ascetismo

-mejor que misticismo- de Nazarín no le lleva nunca al delirio, porque no le

impide ser profundamente humano dentro de sus dimensiones evangélicas marcadamente

literales. El sentimiento religioso de Nazarín y sobre todo, ciertamente,

el de «Benina» no brotan de la imaginación sino de la realidad, de una

razón más sazonada de espiritualidad consciente en el primero que en la segunda

-con lo que es patente la mayor modernidad de ésta-.

La piedra de toque para saber si un comportamiento religioso brota de un

sentimiento más basado en la razón que en la imaginación, es posiblemente

que las actitudes heroicas produzcan una bondad con la que nadie tenga derecho

a sentirse herido o maltratado. Esa puede ser la diferencia entre las bondades,

irracionales por exceso de imaginación, de Luis Tellería o María Egipcíaca

y la bondad, religiosamente sentida pero también razonada hasta lo heroico,

de N azarín o «Benina».

El presupuesto para una solución religiosa en las novelas de primera época

o en las contemporáneas es el mismo. Consiste en la búsqueda de lo humano

para elevarse hasta Dios. Galdós, que se ocupa en su primera época de protestar

contra lo religioso que no es humano, señala en las novelas de la serie

contemporánea caminos de un sentimiento religioso perfecto y real, cuyo ejercicio

heroico está siempre basado en lo mejor humano: en el amor. Y el amor

puede llevar, y de hecho lleva, dentro de la razón y la lógica particular que le

compete, a extremos de entrega a los demás a los que nunca lleva la imaginación,

por muy tocada de sentimiento que esté.

En cualquier caso, busca Galdós unas formas religiosas que no ofendan,

que permitan la convivencia entre creyentes y no creyentes, entre los pertenecientes

a una u otra confesión; que el vivir unas creencias lleve consigo la

utilidad y el bien para todos, y no sean jamás éstas motivo de odios o discordias.

La tolerancia y la libertad de conciencia que Galdós postula es de alguna

manera, como apunta Carmen Bravo-Villas ante , una -anticipación de postura

ecuménica, que ella relaciona por su parecido a la postura oficial de la Iglesia

de hoy tras el Vaticano I19.

Puede concluirse que para Galdós no son lo más importante las teorías en

lo religioso. Dejadas aparte las discusiones, los partidismos, las polémicas sobre

cuál es la verdadera religión y cuál la falsa, piensa don Benito que lo verdadero

religioso está en la práctica, en una forma de vida que ayude a la unión con

Dios, expresada en la unión de convivencia con los demás. Los corazones de

la «religión galdosiana» son, como dice Pérez de Ayala hablando de los héroes

de Galdós, los «limpios o desgraciados, y las conciencias sinceras y atormentadas

». Por eso «a Galdós le leen los corazones limpios y las inteligencias sencillas,

criaturas mellizas de sus héroes», gravitando así sobre toda la obra de

Galdós una emoción religiosa 10.

Valioso dato sobre la religiosidad de Galdós nos lo da «Clarín»: «Galdós es

hombre religioso; en momentos de expansión le he visto animarse con una

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especie de unción recóndita y piadosa, de esas que no pueden comprender ni

apreciar los que por oficio, y hasta con pingües sueldos, tienen la obligación de

aparecer piadosos a todas horas» 11 •

El mejor testimonio de la religiosidad emocionada de este Galdós, personaje

de sus propias novelas entre los catalogables como sencillos y bondadosos de

corazón, nos lo da Marañón, que fue testigo presencial de muchos momentos

religiosos del novelista. «Es posible (escribe Marañón) que ninguno entre los

centenares de fieles que, apiñados, presenciaban los Oficios, los siguieran con

el entrañable temblor del espíritu de aquel hombre señalado por heterodoxo,

pero cuya costra de circunstancial anticlericalismo ocultaba su auténtica religiosidad

» ... «De sí mismo habla con toda certeza, cuando describe la emoción de

Angel Guerra al escuchar el Oficio del Domingo de Ramos desde el mismo

sitio del presbiterio que él solía ocupar»12 ... «Esta garganta, y este corazón, y

este oído, eran, yo lo sé bien, los del propio Galdós. ¿Por qué, Dios mío, por

qué no quieren saberlo los que debían, más que saberlo, adivinarlo?» 13.

No es extraño que Galdós, después de su prolija crítica de la religión oficial,

fuese partidario de una religiosidad más privada, que para ser auténtica, y

perfecta por tanto, no necesitara de una vinculación externa y visible al orden

religioso-social establecido. La observación de los defectos de este orden religioso

creó en Galdós la desconfianza hacia él. Por eso los héroes religiosos de

su obra literaria aparecen desligados de las organizaciones religiosas, y viven

su unión con Dios y su amor a los otros en un clima de libertad interior,

guiados en sus resoluciones prácticas por su propio espíritu. Así son Guillermina

Pacheco, Nazarín, la condesa Halma, Angel Guerra, «Benina».

Precisamente sobre «Benina», en el volumen de «Cuadernos Hispanoamericanos

», «Homenaje a Galdós» (250-252 - octubre 1970-enero 1971) hay dos

artículos de sumo interés: el de Donald W. Bleznick y Mario E. Ruiz, y el de

José Schraibman, pp. 472-489 Y 490-504, respectivamente. A nuestro juicio, en

la colaboración literaria de los dos primeros se advierte la pretensión de despojar

a «Benina» de sus características estrictamente evangélicas, mediante un

juego conceptual por el que, en ella, Dios significaría la Humanidad -lo cual

hasta no sería tan anticristiano, si salvada la distancia entre Creador y creación,

nos fijásemos en los fines de la acción salvadora de Dios a través del «hacerse

hombre» en Jesucristo-. La pobre «Benina» se ve emparentada por el artículo

con Job Y Prometeo - y menos mal que no pasa de ser un susto para el lector

cuando éste lee, en el encabezamiento del apartado que relata el parentesco

con Job, el adjetivo «joviano», que le incita a la sospecha de otro nuevo vocablo

para indicar parentescos «espirituales» con JÚpiter-. De santidad cristiana,

nada. Y por razones a veces tan flojas como que la misma «Benina» recuse

para sí el adjetivo de «santa», que es lo que los santos han hecho siempre,

aunque esto no sea razón a favor ni en contra. Lo peor es que la sencillísima,

buenísima y nada «filósofa complicada» «Benina» haya de representar cosas

tan «meritorias» como la conciliación de la filosofía con la fe. Y el «no va más»

es «que ella se intuye, y se sabe, mezcla de sangre prometeica y aliento jobiano

» (p. 486).

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Quizá la contestación mejor a este artículo es la del de Schraibman, que va

a continuación. Para Schraibman, «Benina» es cristiana por todos los costados,

desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento. Es, por encima de todo, una

imagen terrena de Jesús.

Tras este artículo, no tendrá la pobre «Benina» derecho alguno a ser pariente

de Prometeo, ni siquiera de Job, sino que se queda en lo que verdaderamente

es, emparentada con la esencia más profunda del Evangelio: con las bienaventuranzas,

con el amor absoluto a los demás.

Galdós desconfía con derecho de la vida conventual, de lo echado a perder

en los caminos de la obediencia o de la pobreza de los religiosos, en el marco

adecuado que un convento estricto ofrece para la falta de compromiso solidario

con la sociedad, en la huida del mundo que suponga la evasión de sí mismo, en

lo inconsecuente humano de la vida únicamente dedicada a la contemplación.

Para Galdós, había mucho que hacer en la sociedad. Hasta el ascetismo de

pura cepa de Nazarín es un ascetismo corre-caminos que busca ayudar donde

sea necesario. Guillermina Pacheco - quizás el personaje en quien Galdós personifica

con más intención su idea de la santidad - lleva una vida de signo

absolutamente activo, sin querer ligarse a un convento, absorbida por la preocupación

y la caridad para con los demás. El mismo Nazarín aconseja a la

condesa Halma que se case, que no deje caer su fundación de beneficencia en

manos de la Iglesia o del estado. Angel Guerra no quiere entrar en ninguna

orden religiosa, y tampoco quiere que entre «Leré». Y ésta misma, ya hecha

monja, lo es estrictamente activa, de la caridad.

La caridad, el amor, la comprensión y ayuda al prójimo: ésta es la palabra

que define y condensa lo que Galdós entiende por verdadera religión; lo cual

está innegablemente de acuerdo con la más esencial enseñanza evangélica. En

la caridad operante y no palabrera, en esta caridad que lleva a la abnegación y

el sacrificio de sí mismo por los otros, como se dan en los personajes últimamente

citados, es donde está Dios y la verdadera unión con El y la verdadera

fe en El.

Junto a este concepto de la fe y la religión deja prácticamente de ser importante

el problema de lo que Galdós llamaba, con respecto a la fe, sus dudas o

sus carencias. Quien piensa que todo el programa religioso se resume y se

cumple sólo en la caridad, no tiene más que dudas o carencias de fe aparentes

-aunque el creer tenerlas reales sea para él un verdadero y angustioso problema

-, «porque la ley entera encuentra su plenitud en una sola palabra: amarás

a tu prójimo como a ti mismo» 14.

Por eso es quizás excesivo que Aranguren diga que «Galdós no llegó a ser

el gran novelista religioso español que pudo haber sido», porque <<nuestro gran

novelista vivió en la duda y no consiguió salir de ella». Que su novela no

soluciona, que es la «novela problemáticamente religiosa» 15 •

Cuando en lo principal se acierta, lo secundario puede y quizá debe seguir

siendo problemático. Precisamente para que una novela religiosa sea auténtica

tiene hoy que ser marcadamente problemática. A lo mejor el verdadero problema

religioso de Galdós es que a Dios le han hecho entre todos problemático,

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mientras que para él no lo sería. Porque para él, el Dios verdadero es sencillamente

el Dios de amor, comprensivo y bondadoso, el Dios de Luisito Cadalso,

que habla a cada persona acomodándose a su lenguaje 16. Este es el Dios viviente,

el que existe necesariamente para todos. Y entonces, «eso del ateísmo es

un fantasma, que aunque se habla de ateos, no hay tales ateos, así como se

hablaba antes de las brujas, a pesar de no haber tales brujas17

El otro Dios, el que desune a los hombres entre sí por sus fanatismos e

insinceridades religiosas, no representa en el hombre la imagen del Dios verdadero.

El hombre religioso le ha convertido en un Dios partidista, aliado con un

tipo de sociedad e inmerso en reglamentaciones y conveniencias sociales, a la

imagen y semejanza humana, para hacer víctimas de cada uno de los desacordes.

Este es el Dios de una sociedad exteriormente religiosa e interiormente

atea. León Roch y Galdós se sublevan contra El:

«Esas leyes morales de que usted me hablaba me condenarán a mí, lo sé, y me

condenarán por lo que llaman ridículamente mi ateísmo, cuando los verdaderos

ateos, los materialistas empedernidos, son ellos, son esos que se visten toga de

juez para acusarme, lo mismo que se vestirían el saco de Pierrot para bailar en

un sarao. Aunque no los creo dignos de recibir una explicación mía, sepan que

soy la víctima, no el verdugo ... »18.

En nada como en la bondad del hombre se hace patente la verdad de Dios.

y la bondad de don Benito nos dice mejor que sus dudas teóricas cómo era su

idea y sentimiento de la fe, queremos decir del núcleo del cristianismo: la

caridad con el prójimo. Pérez de Ayala le llama, «Don Benito, el bueno». Y

sigue diciendo que Galdós rendía culto a todos los valores de calidad, y era

incapaz de hablar mal de nadie; su virtud capital fue la grandeza de ánimo. Y

el desprendimiento.

«Muy pocos años antes de la muerte de don Benito, un periodista averiguó su

precaria situación económica y la hizo pública, con que se suscitó un movimiento

general de vergüenza, simpatía y piedad. Se inició en el acto una suscripción

nacional. El presidente de la comisión era un hombre público, al que por comodidad

llamaremos don Anónimo. La suma total subió a una cantidad respetable.

Por fas o nefas, no llegó un céntimo a manos de don Benito. Malas lenguas

atribuían la disipación de lo recaudado al susodicho caballero. Perdida ya toda

esperanza de recobrar lo que había volado, un día hablaba yo con don Benito de

este asunto. Todo lo que se le ocurrió, sonriendo tolerante mente como ante la

travesura de un chicuelo, fue decir: 'Este don Anónimo, este don Anónimo

parece un poquito enredador'».

Pérez de Ayala señala después una de las cualidades más características de

Galdós: su inmensa generosidad. Seguramente es éste el mayor testimonio de

bondad para los hombres de nuestra época, sin excluir a buena parte de los

que se catalogan a sí mismos como religiosos, cuyo primer valor es el dinero.

Para Galdós, los billetes de banco no tenían valor. Era inmensamente generoso

con quienes iban a pedirle dinero. Un gesto habitual en estas ocasiones era el

de llevarse la mano izquierda al bolsillo interior de la chaqueta. En el lecho de

muerte fue éste su gesto inconsciente y continu019

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NOTAS

1 R. GARCfA y GARCfA DE CASTRO, Los intelectuales y la Iglesia, Madrid, 1934, p. 92.

2 H. SÁENZ, «Visión galdosiana de la religiosidad de los españoles», en Hispania :XX, 1937,

p.242.

3 H. HÜSGES: Der Schriftsteller Benito Pérez Galdós (1843-1920) als Vorkiimpfer des Liberalismus

in Spanien, Koln, 1928, pp. 24-26.

4 J. L. LÓPEZ ARANGUREN, Catolicismo día tras día, Barcelona, 1955, p. 44.

5 Vid., S. SCATORI, La idea religiosa en la obra de Benito Pérez Galdós, Toulouse-París, 1927.

6 F. RUIZ RAMÓN, Tres personajes galdosianos, Madrid, 1964, pp. 212 Y ss.

7 A. RÜEGG, «Der sogenannte Antiklerikalismus des Galdós», en Schweizer Rundschau

LVIII, n.O 9, Einsiedeln, 1958, p. 489.

8 A. DEL Río, Estudios galdosianos, New York, 1969, p. 24.

9 C. BRAVO-VILLASANTE: Galdós visto por sí mismo, Madrid, 1970, p. 101.

10 R. PÉREZ DE AYALA, Divagaciones literarias, Madrid, 1958, pp. 128, 129, 139.

11 L. ALAS (<<CLARÍN»), citado según Marañón en Elogio y nostalgia de Toledo, Madrid, 1958,

p.170.

12 B. PÉREZ GALDÓS, «Angel Guerra» en Obras Completas, vol. V, edito por Federico Carlos

Sainz de Robles, Madrid, 1969, p. 1.477.

13 G. MARAÑON, Op. cit., pp. 170-171.

14 Ga15,14.

15 J. L. LÓPEZ ARANGUREN, Op. cit., pp. 47-48.

16 Vid B. PÉREZ GALDÓS, Miau, op. cit., vol. V., pp. 558-560.

17 B. PÉREZ GALDÓS, La familia de León Roch, op. cit., vol. IV, p. 805.

18 Ibid., 877.

19 R. PÉREZ DE AYALA, Op. cit., pp. 161-164.

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