FORMAS IMPERATIVAS EN LA CARACTERIZACION LINGUISTICA

DE ROSALIA DE BRINGAS EN TORMENTO

Emma Martinell Gifre

Tormento, escrita en 1884, pertenece a la etapa previa a aquella en la que

Galdós producirá novelas dialogadas. Como si se tratara de una primera tentantiva,

en Tormento el narrador desaparece en el primer y en el último capítulo,

que son enteramente dialogados y cuentan con acotaciones. En el resto de

la obra el diálogo es abundante, aunque hay capítulos (n. 9) ocupados por la

reflexión de un personaje o por el propio narrador (7, 14, 21).

Galdós le proporciona al lector la descripción física de los personajes y, a

menudo, le revela sus sentimientos, como cuando describe lo que Amparo

siente ante Rosalía (<<no podía decir si la subyugaba una dulce amiga o si la

protegía una ama despótica», p. 27). Cuando deja hablar a los personajes permite

al lector una mayor libertad de interpretación: su manifestación lingüística

constituye una vía de caracterización que Galdós cuida sobremanera hasta el

punto de atribuir determinadas palabras, frases - es decir, «muletillas» 1_, a

un personaje, para individualizarlo por un camino diferente al de atribuirle

como rasgos identificadores un color de pelo o un gesto de las manos.

El lenguaje de los personajes es decisivo para la creación del universo ficticio

de la novela. Por eso, en nuestro trabajo nos hemos propuesto captar un

aspecto de esta caracterización lingüística y analizar de qué modo Galdós ha

perfilado tal faceta.

A continuación justificaremos la elección del personaje con el que hemos

trabajado: Rosalía de Bringas. Es verdad que Tormento es la novela de Ampar02,

pero Amparo es tímida y algo medrosa; se distingu~ por la parquedad y

sosez de su expresión. No era posible su caracterización lingüística. En cambio,

Rosalía, paternal pero autoritaria hasta el despotismo, habla profusamente,

consigo misma a veces, a los demás casi siempre; incluso por los demás. Rosalía

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se distingue por el incesante fluir de sus palabras. A través de ese magma va

dibujándose el personaje. Esto es lo maravilloso, y por eso la hemos elegido:

su expresión es, al mismo tiempo, su creación3

Hemos elegido un aspecto de la lengua de Rosalía: las formas imperativas.

No se trata de que las use aisladas, con el valor de interjeciones; o sea que no

constituyen una muletilla que la caracterice. La razón de que las formas imperativas

sean tan abundantes estriba en que Rosalía aconseja, insinúa o conmina

sin cesar a los que están a su alrededor.

El imperativo es una forma verbal característica de la modalidad exhortativa4•

Aparece en un especial contorno oracional: el locutor apela al interlocutor

y emite su mensaje con el propósito de obtener una respuesta lingüística o

extralingüística. El imperativo conforma órdenes de cumplimiento positivo, no

prohibiciones; en este último caso el español ha adoptado una forma procedente

del latín vulgar: el adverbio no + el presente de subjuntivos. Otra exigencia

para la aparición del imperativo es que el locutor se dirija a su interlocutor

empleando la forma tú; el usted exige el presente de subjuntivo. En resumen,

el imperativo es frecuente en la lengua coloquial caracterizada «por su capacidad

de alusión directa»6. Porque el locutor no sólo espera respuestas del interlocutor;

busca, primordialmente, su complicidad: una participación activa o

pasiva y, a veces, sólo comprensión o atención hacia el propio mensaje. Estas

reacciones y actuaciones las estimula la fuerza perlocucionaria contenida, entre

otros indicadores 7, en los imperativos incluidos en el mensaje del locutor.

Hablamos de formas imperativas y no de imperativo porque otras formas

verbales, además de las ya citadas, imperativo y presente de subjuntivo, cumplen

esa función. Así, las perífrasis de obligación (deber + infinitivo, tener + que +

infinitivo, haber + de + infinitivo) 8. Hay más: una orden resulta contundente si

se expresa a través de un futuro de indicativo, dado que no se enuncia la obligatoriedad

de una acción sino su cumplimiento, aunque futuro. También se usa el

presente de indicativo de enorme fuerza conminatoria. Parece como si el emisor

tomara decisiones que conciernen al interlocutor. Con un presente se enuncia el

cumplimiento inmediato, casi presente, de una acción. Estos valores dislocados

de los tiempos aparecen recogidos en monografías y gramáticas 9

Nuestro propósito es mostrar facetas destacadas del carácter de Rosalía

que se manifiestan en enunciados que contienen una forma imperativa, de

modo que demostremos que Galdós, además de dominar el léxico de la lengua,

también conocía y explotaba todos sus resortes gramaticales. Hemos elegido

siete características; las ejemplificaremos con las frases que nos parecen más

adecuadas. Citamos capítulo y páginalO

En primer lugar, Rosalía es expresiva, impulsiva en sus acciones y en sus

emisiones orales. A través de sus intervenciones conocemos sus opiniones y

reacciones; su estado de ánimo se trasluce con claridad. Oigamos sus palabras

cuando su marido se lamenta de la situación social de Amparo:

252

Déjale que trabaje -contestaba Rosalía-. ¡Si al fin ha de vivir de sus obras!

¿Crees tú que le va a caer alguna herencia? Acostúmbrala a los mimos, y verás ...

(4, 30).

o cuando se horroriza ante el agua corriente que mana de los grifos de la

bañera de Agustín:

Quita, quita - dijo Rosalía -; esto da horror (27, 175).

Damos por descontado que el lector, aparte de deducir la expresividad de

Rosalía de enunciados de este tipo, cuenta con la información contenida en las

palabras de los demás personajes y con la información procedente del narrador

(<<la vehemencia que ponía siempre en sus apreciaciones sobre la cosa más

absurda», p. 39).

En segundo lugar, Rosalía es dinámica, característica que se manifiesta durante

la alternativa y el desorden producidos por la mudanza que tiene lugar al

principio de la novedad. El inesperado noviazgo de Agustín y Amparo también

provoca cambios en la vida doméstica, ya que en lo sucesivo no podrá disponer

de Amparo para cualquier trabajo. Este dinamismo se traduce en numerosas

órdenes y prohibiciones que suponen el desplazamiento constante de Rosalía y

los demás personajes en el interior de la casa. El mejor ejemplo corresponde a

la escena de la instalación en el nuevo piso:

Felipe, coge con mucho cuidado el florero y ponlo sobre el entredós. Ahora

vamos a colocar los guardabrisas ... Felipe, vete a la cocina y trae agua ... ¡Eh,

Juanenreda!, ven aquí: lleva la escalera a la alcoba, que vamos a emprenderla

con la corona de la colgadura de la cama (3, 23).

En tercer lugar, Rosalía es nerviosa: su constante afán de mantener una

apariencia externa muy superior a la que le permiten sus posibilidades, por una

parte, y la afrenta a su orgullo de clase que supone el que su primo Agustín

elija a Amparo por esposa, por otra, provocan en ella un nerviosismo y una

excitación que quedan reflejados en emisiones en las que se encadenan las

órdenes y las reflexiones. Presentamos las palabras de Rosalía a Amparo poco

antes de salir hacia el teatro: el tiempo apremia y todavía hay cosas por hacer:

Por Dios, hija, da una vuelta por allá ... No, alcánzame antes ese lazo azul. .. Ve,

corre pronto (7, 45).

Contribuye a ese nerviosismo que Rosalía no sea una mujer inteligente.

Conocemos por el narrador, «su limitada inteligencia» (p. 29). Rosalía tampoco

consigue disimular su nerviosismo ante Amparo tras conocer su noviazgo: no

acierta con el trato adecuado:

... ¡Mira que haciendo yo ahora la mamá contigo! ... Pero por Agustín y por ti,

¿qué no haré yo? Siéntate ... Me coserás estas mangas ... ¡Ah!, no, ¡qué atrevimiento!

Perdona (24, 150).

Su nerviosismo la lleva a producir emisiones entrecortadas. Nos hallamos

una vez más, ante la sagacidad de Galdós por reproducir los estados de ánimoll

. Un ejemplo, con motivo de la mudanza

Por Dios, Prudencia, mueve esos remos ... ¡Qué posma! ... Es una desesperación

... (3, 22).

El segundo ejemplo, la salida al teatro:

253

De Pipaón de la Barca ... , digo, de Calderón. ¡Cómo tengo la cabeza! Aprisa,

aprisa; comed aprisa ... ¿y Agustín? (6, 46).

En cuarto lugar, Rosalía es grosera en sus relaciones con los demás: querría

que todo saliera como ella proyecta y que todos actuaran como ella espera que lo

hagan. Dan fe de ello unas emisiones que comportan la anulación de la intervención

del interlocutor. De modo cortante trata a Amparo cuando conoce su secreto:

Estos días -declaró Rosalía, cuando se quedaron solas- tenemos que apretar

de firme. Toda la falda ha de quedar adornada mañana ... No te distraigas, no

hagas la preciosita. Hoy no viene Agustín (32, 208).

No sólo se impone a Amparo, que es débil y está a su servicio; también

intenta anular a Agustín, en un aparente despliegue de atenciones maternales:

... ¿A ver el pulso? Ardiendo ... Reposo, hijito, reposo es lo que te conviene. No

recibas a nadie, no hables, no escribas. Echate en el sofá y abrígate con la manta

de viaje (36,228).

La familiaridad con la que Rosalía trata a su esposo es total. Ante él no

guarda compostura social; veamos cómo la describe el narrador «encolerizada,

dirigiéndose a él con impertinentes modos» (p. 141).

Rosalía aspira a un reconocimiento social. Debe, pues, mostrarse poseedora

de unos valores que la hagan estimable a los ojos de la sociedad. Sin embargo,

a veces sus emisiones delatan rasgos de personalidad que ella desearía

ocultar. Por ejemplo, la escena en la que Agustín se despide de ella interrumpiéndola

en la narración de los planes que ha forjado para Amparo:

Con mal disimulado despecho, Rosalía no pudo menos de exclamar:

Eso es ... , siempre tan brutote ... Abur, hijo, que te vaya bien; expresiones en

llegando (5, 39).

Rosalía tampoco se controla cuando Amparo, anunciado el compromiso,

no demuestra entusiasmo. El lector conoce las elucubraciones de Rosalía sobre

la posibilidad de que el dinero del primo se quede en su familia:

... ¿Es que no te gusta mi primo? ¿Le encuentras viejo? Hija, de mal agradecidos

está lleno el Infierno. De todos modos, no te cases a disgusto. Si prefieres un

apreciable barbero de veinte años o un distinguido hortera, un oficial de obra

prima o cosa así, habla con franqueza (27, 172).

Consideramos que Rosalía es desconsiderada, al humillar sin miramientos

al que está por debajo de ella o, simplemente, al que no sigue sus avisos. La

principal víctima de este despotismo es Amparo; según el narrador «solía tener

Rosalía con ella rasgos de impensada crueldad» (p.29). La trata con desprecio,

imponiendo su gusto en la preparación del ajuar:

Tú no tienes gusto -decía-. Déjame a mí, que sabré equiparte con elegancia.

Parece que estás lela, y miras todo con esos ojazos ... (26, 164).

Su desprecio llega al límite cuando su honradez de esposa se enfrenta al

turbio pasado de la muchacha:

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Sal por la sala -le dijo, cariñosa-o Naturalmente no querrás que te vea Prudencia,

ni Paquito y Joaquín, que andan por los pasillos ... Adiós (33, 212).

Rosalía actúa del mismo modo con su primo:

... Di una cosa ... ¿Por qué no te vienes esta noche? Reunión de confianza ... ,

poca gente, Doña Cándida, las pollas de Pez ... ¿Vendrás? No seas tan corto,

por amor de Dios. Suéltate de una vez (19, 125).

Que Rosalía es dominante lo sabe el lector desde el principio de la novela,

pero Galdós no deja de recordárselo una y otra vez. Tal misión tienen las

abundantes emisiones con las que Rosalía reclama la atención o la confianza

de su interlocutor. Son enunciados muy breves, reducidos incluso a la forma

verbal. Vemos la presencia del pronombre o de la forma de tratamiento alusivos

al personaje interpelado. Se dirige a Amparo:

Oye, tú ... (5, 33)

mira que te conviene (5, 33)

créelo (27, 171)

Con que fíjate bien en lo que te digo (32, 210)

a su primo:

Mira tú, primo (19, 120)

ya Cándida:

Créalo usted (4, 26)

También muestran el carácter dominante de Rosalía las emisiones en las

que invita al interlocutor a hablar. Por ejemplo, soporta con dificultad que

Agustín no le diga con quién piensa casarse:

¡Por Dios! -terminó con mal disimulada ira-, sé franco, sé comunicativo, sé

persona tratable (22, 139).

No contenta con esta mal encubierta inquisición, continúa:

... Conque a ver, hombre, explícate (22, 140)

Rosalía llega, incluso, a exigir de los demás determinadas actitudes; como,

a Amparo, que se haga monja, idea que acaba de ocurrírsele:

¿Sabes lo que nos ha dicho hoy Agustín? Que no tengamos cuidado, que él te

dotará ... , que él te dotará. ¿Oyes? Ahora, decídete (10, 62).

A la misma Amparo le dice, mucho más adelante, cuando ella no ve ya

solución para su vida:

... Veo que estás como asustada ... Sosiégate, mujer; no correrá la sangre al río

(32, 208).

Del mismo modo trata a Agustín, cuando éste, conocedor del pasado de

Amparo, lucha con sentimientos encontrados:

Vamos, vamos, cálmate, por amor de Dios ... -le dijo Rosalía- (35, 226).

Hemos ejemplificado el aspecto dominante del carácter de la de Bringas.

Cerraremos el apartado con dos comentarios de Felipe, el criado de Agustín,

emitidos cuando, deshecho el noviazgo, Rosalía casi toma posesión de la casa

y del ajuar destinados al fallido matrimonio de Agustín. Dice de ella: «no es

entremetida que digamos» (p. 246) y también: «y ahora le da por mandarnos,

como si fuera el ama de la casa» (p. 246).

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Hemos dejado para el final, como última característica, la más evidente:

Rosalía es autoritaria, sin discriminación, con su marido, un alma de cántaro;

con Agustín, «salvaje» inexperto en tan «sofisticada» sociedad; y lo es, por

encima de todo, con Amparo, a la vez su protegida y su esclava. El propio

narrador reconoce esta «inveterada costumbre de dar órdenes» (3, 21). Naturalmente,

es en esta función donde el imperativo es más esperado:

... Tráete dos docenas de botones como este y ven temprano para que me peines

(20, 127),

También es normal encontrar elementos con función vocativa:

... y la de Pipaón con desabrido tono le decía: Amparo, vete ahora mismo a la

calle de la Concepción Jerónima y tráeme los delantalitos de niño que dejé apartados

(4, 30).

Un fin conciliador pretenden los tratamientos cariñosos:

Hijita, no trabajes más... Pon esta luz en mi tocador, que voy a empezar a

arreglarme y date una vuelta por la cocina ... (6, 43).

Los imperativos se enlazan, en una sucesión de órdenes:

Acuéstate, descansa un ratito, y llora todo lo que quieras (32, 209).

Como es natural, Rosalía ordena actuar y, además, impide o prohíbe actuar.

Le dice a Agustín:

... No te quites el sombrero, que aquí no hace calor (5, 33) .

... Vete a tu casa y no te muevas de allí (35, 227).

ya Amparo:

... No te distraigas, no hagas la preciosita (32, 208).

No me mires así, que me causas miedo ... (32, 210).

Con frecuencia, Rosalía no recurre a un imperativo, forma directa de una

orden, sino a unos rodeos atenuantes. Veremos varios de ellos.

Haz el favor de ...

... haz el favor de ir a la cocina y lavarme prontito estos dos pañuelos (32, 208).

La humillación que encierran estas palabras, dichas a Amparo el día que

regresa, culpable, a casa de sus protectores, la comenta el narrador, diciendo:

«Tiempo hacía que a la Emperadora no se le mandaban tales cosas». Nos

interesa la connotación que comporta la orden atenuada, reforzada por la forma

diminutiva del adverbio temporal.

Otro giro atenuativo, también dirigido a Amparo, es:

Vale más que ...

Vale más que te levantes, hija, y pases al gabinete (32, 209).

Un tercer giro, también dirigido a Amparo, es:

Lo mejor es que ...

Lo mejor es que pongas tú la mesa ... (6, 43).

256

también empleado en frases dichas a Agustín:

Lo mejor es que te acuestes (36, 228).

Lo mejor es que le mandes un recado con Felipe ... (36, 229).

El giro presenta una variación. Lo encontramos en una frase brutal a Amparo,

una más de las «humillaciones que aquella señora impuso a su protegida» (p. 30)

Lo mejor que puedes hacer ahora es callar (32, 210).

Implican obligación unas formas verbales dobles, que Rosalía emplea dirigiéndose

a Agustín:

No debes tratarla mal; no debes ensañarte con ella, porque su dolor es muy

grande ... (35, 227).

No hables de volver al páramo. Aquí has de vivir, aquí, con nosotros, que tanto

te queremos (37, 242).

Y dirigiéndose a Amparo:

... Y esa calamidad de Prudencia no oye ... ¡Prudencia! ... Tendrás que salir tú ...

(5, 33) .

... Luego que te cases, me has de cambiar este alfiler de brillantes por aquel que

yo tengo con dos coralitos y ocho perlitas (27, 171).

Ya hemos dicho que el futuro de indicativo puede expresar orden. Se trata

de un modo muy radical de enunciar un mandato, por cuanto se da por descon- "

tado su cumplimiento futuro por parte del interlocutor. Rosalía lo emplea a

menudo, siempre dirigiéndose a Amparo. Es una muestra más de su falta de

consideración hacia la muchacha: no le dice que haga algo, sino que habla de

lo que hará. Veamos los ejemplos: cuando Rosalía sale de noche «invita» a

Amparo a quedarse en casa, al cuidado de los niños. Estas son sus palabras:

... Quedándote tú, voy tranquila. Se te arreglará tu cama en el sofá del comedor,

donde dormirás muy ricamente ... (8, 51).

Cuando Amparo, tras la ruptura del noviazgo, vuelve a ser criada, Rosalía

se toma libertades:

... Siéntate. Me coserás estas mangas ... (24, 150).

O la atiende, maternal pero contenta de tenerla de nuevo sometida:

Vale más que te levantes, hija, y pases al gabinete. Te echarás en el sofá ... (32,

209).

A nuestro parecer, la forma de mandato más tajante es el presente de indicativo.

Primero, porque no se enuncia la orden de una acción, sino la acción

misma. Segundo, porque el presente implica un cumplimiento de la acción

coincidente con el momento mismo de la emisión. Es como si, al tiempo que

Rosalía emite su frase, Amparo ya estuviera ejecutando la acción:

¿De veras quieres irte? ... No me parece mal. Eso es: te vas a tu casita y te metes

en la cama, a ver si descansas (32, 211).

A veces, un adverbio refuerza la inmediatez de la realización de la acción:

Ahora -dijo a la parásita- acuestas a los niños y te vas a tu casa (7, 47).

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La orden formulada en presente puede cumplirse en el futuro. Un adverbio

indicará el momento, que es próximo al momento de emitirse el enunciado:

.... Si está muy afanada, ayúdala a lavar la ropa. Después vienes a concluirme

este cuello (5, 32).

o más alejado:

¡Ah! Mañana me traes dos manojos de trencilla encarnada, y no te olvides del

cold-cream de casa de Trasviña ... (7, 47) .

.. . El lunes, no te olvides de pasar por la tienda de sombreros. Luego vas a la

peluquería y me traes el crépé y el pelo ... (10, 62).

Concluimos este séptimo apartado, dedicado al autoritarismo de Rosalía,

con la reproducción de un fragmento en el que las órdenes de la de Bringas a

Amparo se ensart~n siguiendo su caprichoso hilo de los pensamientos. El lector,

sin esfuerzo, se imagina a las dos mujeres y, en especial, a Amparo, de acá

para allá, solícita a las indicaciones del ama:

Oigamos la cantinela de todos los días:

Amparo, ¿has traído la seda verde? ¿No? Pues deja la costura y ponte el manto:

ahora mismo vas por ella. Pásate por la droguería y trae unas hojas de sanguinaria.

¡Ah, se me olvidaba: tráeme dos tapaderas de a cuarto ... ¿Ya estás de regreso?

Bien: dame la vuelta de la peseta. Ahora vete a la cocina, a ver qué hace

Prudencia. Si está muy afanada, ayúdala a lavar la ropa. Después vienes a concluirme

este cuello (5, 32).

Llegamos al final de nuestro trabajo. Rosalía de Bringas aparece ante el lector

como una persona nerviosa, que se muestra dinámica y muy expresiva; egocéntrica

hasta el punto de ser grosera y desconsiderada con la gente de su alrededor;

tan segura y arrogante que intenta ejercer su dominio y autoridad sobre todos. Es

un personaje de gran complejidad psicológica; sus posibilidades no se agotan en

Tormento, puesto que será la protagonista en La de Bringas. El autor ha conseguido

que, por varios caminos, el lector pueda reconstruir esa personalidad. Nos

hemos ocupado de uno de estos caminos: la función caracterizadora del conjunto

de formas imperativas presente en la manifestación lingüística de Rosalía de Bringas.

NOTAS

1 La muletilla en el lenguaje galdosiano ha sido estudiada por V. A. CHAMBERLIN, en su

artículo The Muletilla: an important Facet of Galdós' Characterization Technique, Hispanic Review,

XXIX, 1961, pp. 296-309. La lista de muletillas por él reconocidas no comprende una forma

verbal. Nosotros no nos hemos ocupado de imperativos totalmente aislados. En ese caso se trataría

de la función interjectiva del imperativo.

2 Así lo afirma J. F. MONTESINOS en el segundo volumen dedicado a Galdós, Castalia, Madrid,

2.8 ed., 1980, p. 96. Reconoce que Rosalía pasa pronto a un primer término al retirarse

Amparo de la escena. Y Rosalía señoreará ya a lo largo de La de Bringas.

3 Ese aspecto de la técnica de Galdós, observado por Leopoldo Alás, es tratado por L.

BONET en su introducción a B. PÉREZ GALDÓS, Ensayos de Crítica Literaria, Península, Barcelona,

1972, p. 44.

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4 E. ALARCOS LLoRAcH, Sobre el imperativo, en Estudios de Gramática Funcional del Español,

Gredos, Madrid, 2." ed., 1978, p. 288.

5 T. A. LATHROP, Curso de Gramática Histórica Española, Ariel, Barcelona, 1984, p. 176.

7 J. SEARLE, Actos de habla, Cátedra, Madrid, 1980, cap. 11.

s Todas las gramáticas recogen estas perífrasis; entre ellas: C. HERNÁNDEZ, Gramática funcional

del español, Gredos, Madrid, 1984, p. 386; F. MARsÁ, Cuestiones de sintaxis española, Ariel,

Barcelona, 1984, p. 179.

9 Pueden consultarse: C. HERNÁNDEZ, Ob. cit., pp. 333 Y 339; F. MARSÁ, Ob.cit., p. 159 y,

sobre las expresiones imperativas en nuestra lengua, E. LORENZO, La expresión de ruego y mandato

en español (1962), en El español de hoy, lengua en ebullición, Gredos, Madrid, 3." ed., 1980.

10 La edición manejada es: B. PÉREZ GALDÓS, Tormento, Alianza Editorial, Madrid, 1968.

11 A ello se refiere S. GILMAN, en La palabra hablada y «Fortunata y Jacinta», en Benito Pérez

Galdós, ed. de Douglas M. Rogers, Tauros, Madrid, 2." ed., 1979, p. 310. Estas son sus palabras:

«En ciertos estados de excitación o de pasión intensa, la comunicación se hace imposible o se ve

profundamente afectada».

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