NUEVO ASEDIO A MARIANELA

Guzmán Alvarez Pérez

1. El retrato de Marianela

Surge del diálogo que ella sostiene con Teodoro Golfín (oftalmólogo que

dará vista al ciego Pablo) y de algunas facetas descritas por el autor. Es un

retrato en el que los rasgos van apareciendo esporádicamente. La frase surge

con desgana, sugiere más de lo que en realidad dice. Cuando procede de la

boca de Marianela es ambigua (<<dicen»... «dicen»). Es que su entrecortado

discurso va dejándose entender gracias a las preguntas que le hace Teodor

Golfín. Añádase que ocurre durante la noche, sin más luz terrena que la de

una cerilla cuando viene el caso. Cuando la palabra procede del autor, no

suele ser directamente afirmativa, sino comparativa (<<era como una niña»).

Opuestamente, en algunos casos se detiene en complacientes pormenores: «picudilla

y no falta de gracia la nariz»).

Este retrato de dispersos rasgos y actitudes nos muestra una muchacha adolescente,

no deforme, no monstruosa, sino atrasada en su desarrollo. Nos dice

el texto que «era admirablemente proporcionada, y su cabeza chica remataba

con cierta gallardía el miserable cuerpecillo». Lo no laudable era el conjunto

de sus facciones; es más, su boca era fea. De las referencias del oftalmólogo

destaca la vivencia de sus ojos. Por tres veces es mencionada: la. «sus negros

ojuelos brillaron con un punto rojizo»; 2a. «sus ojos no tenían el mirar propio

de la infancia»; 3a. «sus miradas eran fugaces y momentáneas, como no fueran

dirigidas al suelo o al cielo». Es de observar aquí la preeminencia que se da a

la descripción de los ojos sobre los demás rasgos de la cara. Luego volveremos

sobre esto.

La expresión verbal de Marianela era clara, razonadora; procedía de una

mente reflexiva. Reflejaba en ella una actitud de humildad. Las palabras iban

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acompañadas de cierto acento de simpatía. Expresaba lo que sabía con certeza;

si no, lo precedía del impersonal dicen. Completando la referencia psicológica,

leemos más adelante el siguiente contexto: «Los negros ojuelos de la Nela

brillaban de contento, y su cara de avecilla graciosa y vivaracha multiplicaba

sus medios de expresión, moviéndose sin cesar. Mirándola, se creía ver un

relampagueo de reflejos temblorosos, como los que produce la luz sobre la

superficie del agua agitada. Aquella débil criatura, en la cual parecía que el

alma estaba como prensada y constreñida dentro de un cuerpo miserable, se

ensanchaba, se crecía maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo.

Junto a él tenía espontaneidad, agudeza, sensibilidad, gracia, donosura, fantasía

»1. Así, intermitentemente, ha ido apareciendo la Nela en sus rasgos permanentes.

Ya veremos otros que surgen de reacciones ocasionales. .

Marianela no es una vagabunda. Su ascendencia parece, a primera vista,

haber sido picaresca, pero no lo fue; sí indigente y de pobreza moral. La Nela

nació y vivió hasta los tres años en Villamojada. En este lapso sufrió el abandono

de su madre, una caída en el río, la vuelta de su madre y suicidio de ésta en

la extraviada cueva de «la Trascava». Desde entonces mora, miserablemente

menospreciada en la casa de los Centeno, obreros de las minas de Socartes,

próximas a Aldeacorba, morada de Pablo, el ciego, a quien acompaña en calidad

de guía.

Ha vuelto el texto al código de la clásica picaresca; pero tampoco fundamentalmente:

sólo en calidad de acompañante, cargo que comparte con el perro

Choto. No, la Nela ha sido dotada de la suficiente cordura para darse

cuenta de la situación social que le corresponde y de que el valor del dinero en

sus menguadas manos es nulo. Por eso las propinas que recibe, se las da a

Cepelín Centeno para ayudarle a salir en busca de la sabiduría, y llegar a ser

médico, como el doctor Golfín. La trayectoria que sigue la figura endeble de

la Nela obedece a una polisemia compleja desde su nacimiento. De ahí que el

lector se extravíe fácilmente. Este extravío se debe al natural gracejo con que

está construida la frase discursiva, velando frecuentemente la gravedad que

poseen los elementos dramáticos que contiene el texto y que iremos viendo

aunque sea brevemente.

Tenemos pues, que Marianela no es esto o aquello que apresuradamente

habíamos leído, sino que ha sido creada para acompañar a un invidente de

nacimiento. Detengámonos entonces en el contexto, del cual surge la figurilla

de la Nela clara y naturalmente, libre de toda teoría filosófica u otra, imperantes

en la época.

Cuando Teodoro Golfín, que acababa de llegar a Socartes, le pregunta

indirectamente «Tú trabajarás en las minas ... », responde: «No, señor. Yo no

sirvo para nada», lo cual es textualmente evidente: «En cuanto cargo un peso

pequeño me caigo al suelo». El «yo no sirvo para nada» llega a constituir un

leitmotif de base real que llega a acobardar a este pequeño ser: « Yo no sirvo

para nada -replicó a Golfín- sin alzar del suelo los ojos». Yen una conversación

con Celipín, le dice: «Como yo no puedo ser nunca nada, como yo no soy

persona ... », añadiendo en el mismo momento:» Cada uno tiene sus cositas que

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llorar». Y, por fin, afirma el autor: «Nela, criatura abandonada, sola, inútil,

incapaz de ganar un jornal, sin pasado, sin porvenir, sin abolengo, sin esperanza,

sin personalidad, sin derecho a nada más que al sustento»2.

2. Marianela y Pablo

El autor tiene dispuesta la Nela para establecer la relación amorosa a que

está destinada. Sólo nos falta conocer unas condiciones naturalmente humanas

que, en un arranque efusivo, el autor mismo nos refiere ampliamente. Veamos

la mejor muestra: «Nunca se le dio a entender que tenía un alma pronta a dar

ricos frutos si se la cultivaba con esmero, ni que llevaba en sí, como los demás

mortales, ese destello del eterno saber que se nombra inteligencia humana, y

que de aquel destello podían salir infinitas luces y lumbre bienhechora. Nunca

se le dio a entender que, en su pequeñez fenomenal, llevaba en sí el germen

de todos los sentimientos nobles y delicados, y que aquellos menudos brotes

podían ser flores hermosísimas y lozanas, sin más cultivo que una simple mirada

de vez en cuando»3. El autor se retira, quedando en su lugar el lenguaje

fático de dos seres que se aman, pero que no lo expresan. Mas a poco surge un

singular encadenamiento sintagmático producido por los elementos naturales

que los rodean, originado todo ello por el brillo del sol, al mismo tiempo que

se va creando un simbolismo claro, contrastado forzosamente, de un lado, por

la carencia de visión fisiológica de Pablo, y por la palabra sugerentemente fina

de Marianela, del otro: Pablo siente el sol, pero desconoce el significado de su

brillo. Marianela no se lo define, únicamente lo califica de «feo» porque hace

doler los ojos, si uno lo mira. Pablo se calla. La pregunta queda en pie, pero

la resuelve Marianela con un excelente pragmatismo sensorial. «¿Qué sientes

tú -le dice- cuando estás alegre?».

«¿Cuando estoy libre, contigo, solos los dos en el campo?», inquiere Pablo.

«Pues siento que me nace dentro del pecho una frescura, una suavidad dulce

... ». «Ahí te quiero ver Madre de Dios. Pues ya sabes cómo brilla el sol».

Seguidamente aparece la antinomia «día/noche», sentida por ambos seres con

exacta igualdad: es de día cuando están juntos; es de noche cuando se separan.

El lenguaje fático del primer momento ha terminado mediante una antinomia

que declara por ambas partes el amor que sienten una vidente y un ciego. Por

parte de la Nela interviene además su cuerpo, resolviéndose en baile su deliquio

amoroso.

Poco después, y en un paisaje de semejante naturaleza, son las flores el

objeto de donde parte un nuevo diálogo, pero aquí la creación imaginativa de

Marianela entra en un terreno no aceptado por la creencia cristiana que había

adquirido Pablo. Por ejemplo: La palabra efusiva de la Nela convierte las flores

en estrellas de la Tierra. Ante la negativa rotunda de Pablo, explica ella que

las estrellas (cósmicas) son las miradas de los que se han ido al Cielo. «Entonces

las flores ... », dice Pablo. Para las flores tiene una nueva salida convincente:

«Son las miradas de los que se han muerto y no han ido todavía al Cielo».

Estos juicios de Marianela son para Pablo sendos disparates. De todos modos

siente este racionalizado ciego que hay algo de verdad en la retórica simbolista

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de la Nela y se lo confiesa acaloradamente. Ella, por su parte, intuye un especial

entronque con el sentir de él allá en lo más íntimo. Y se lo explica en su peculiar

manera: «Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos no servirían

para nada si no sirvieran para guiarte y decirte cómo son todas las hermosuras de

la Tierra» 4• Aquí el texto nos ha hecho patente el oficio de Marianela, el cual ya

habíamos entrevisto en el análisis de su origen. Y ahora observamos también

claramente que en ese entronque con lo más íntimo de Pablo está la marca de su

destino: al preguntarle él, emocionado por las palabras de ella, que cómo era, no

contesta porque siente la primera punzada de una desilusión.

Ha pasado el momento doloroso y sigue el idilio en un diálogo que se hace

cada vez más íntimo. Del lenguaje simbólico de antes sólo queda alguna imagen

figurada por parte de la Nela. El discurso lo encadena principalmente

Pablo sobre causas, efectos, raciocinios, etc. aprendidos en los libros que le lee

su padre, para recaer en el tema de la belleza abstracta. Entusiasmado por sus

propios razonamientos, le refiere la conclusión a que había llegado razonando

en presencia de su padre: «Concibo un tipo de belleza encantadora, un tipo

que contiene todas las bellezas posibles; este tipo es la Nela. Mi padre se echó

a reír y me dijo que sí»5. Segundo golpe recibido por Marianela en lo más

hondo de su alma, que le apagó la voz.

El resultado de un encadenamiento silogístico acalorado lleva al ciego a la

pregunta directa: «¿No es verdad que eres muy bonita?». Después de largo

lapso contesta: «Yo ... no sé ... ; dicen que cuando niña era muy bonita ... ahora

... Ahora ... , ya sabes tú que las personas dicen muchas tonterías ... , se equivocan

también ... ; a veces, el que tiene más ojos ve menos».

Surgió una exclamación admirativa de los labios del ciego y un deseo de

contacto con el ser amado.

3. La evidencia del espejo

En ese momento de encarecimiento emotivo de la belleza silogística de la

Nela, ésta fue dominada por un impulso de consultar el agua de un estanque

situado allí mismo. El texto se ha hecho prosopopeico en algunos pasajes: el

agua se ha puesto a temblar así como la Nela. Se tranquilizaron ambas, la

imagen le despertó un sentimiento de orgullo y dejó oír una voz adecuadísima:

«Si yo me vistiese como se visten otras».

El idilio llegó a su momento culminante, abrazándose y halagándose con

dulces palabras. Marianela se sintió anegada dentro de un estado de ternura

inefable. Las caricias de Pablo terminaron con la estereotipada frase «te quiero

más que a la vida. Angel de Dios, quiéreme o me muero».

Se quebró el idilio por un impulso natural de la Nela. Sintió de golpe una

necesidad imperiosa de consultar de nuevo el agua del estanque. Pues bien, en

completo antagonismo con el mito del Narciso, «vió allá sobre el fondo verdoso

su imagen mezquina, con los ojuelos negros, la tez pecosa, la naricilla picuda».

El contexto ha dado un giro en redondo: «Las flores que tenía en la cabeza se

cayeron al agua, haciendo temblar la superficie, y con la superficie, la imagen.

La hija de la Canela sintió como si arrancaran su corazón de raíz, y cayó hacia

atrás murmurando: Madre de Dios, qué feísima soy»6.

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En adelante las referencias del contexto de Marianela están ensombrecidas

por notas de pesadumbre, y aunque ante la tenacidad que manifiesta la palabra

del ciego, surge en ella otro momento impulsivo de ver su cara (ahora se mira

en un trozo de espejo que encontró en casa de los Centeno), la imagen que ve

aumenta aún más la pena.

A partir de este momento, la trayectoria de la Nela va hacia su final, porque

ella misma afirma ante Pablo que presiente el éxito de la operación: después

de uno de los muchos raptos efusivos del amor ciego de Pablo expone ella: «El

corazón me dice que verás ... ; pero me lo dice partiéndoseme ... ».

4. «La Trascava»

Partimos de una gruta natural para llegar a un símbolo.

La gruta no le gustaba a Pablo porque no podía afirmar bien los pies en sus

proximidades. Le atraía a Marianela con singular encanto.

Como la de «Montesinos», la boca estaba oculta por espesas hierbas, pero

«La Trascava» tiene también la boca rodeada de flores, de bandadas de pájaros

y un enjambre de mariposas. Para penetrar en la de «Montesinos», le bastó a

Don Quijote cortar los hierbajos que le impedían entrar; si uno intenta penetrar

en «La Trascava», antes se despeña. El poder de encantamiento que ejercen

ambas tiene el mismo origen: nace en la persona humana de puertas afuera.

No lejos de la gruta están sentados Marianela y Pablo: éste tiene la cabeza

recostada en el regazo de ella. Le está él refiriendo un pensamiento premonitorio

(acerca de su próxima operación) que convierte en símbolo seudomístico:

«Toda la noche estuve sintiendo una mano que entraba en mis ojos y abría en

ellos una puerta cerrada y mohosa ... dando paso a una estancia donde se encerraba

la idea que me persigue» (subrayado mío). Marianela, puesto su interés

en cosa muy distinta, dice de improviso en lenguaje de encantado simbolismo:

«¿No oyes? .. Aquí dentro ... La Trascava ... en un murmullo, un sí, sí, sí ... A

ratos oigo la voz de mi madre, que dice clarito: 'Hija mía, que bien se está

aquí' ' ... Ahora parece que llora ... Se va poquito a poco perdiendo la voz ... '.

¿No has notado que ha echado un gran suspiro?».

La expresión de Pablo, después de calificar de «absurdos» los «pensamientos

» de la Nela, cambia de sentido para llegar a una culminación amorosa

sublime: «Veré tu hermosura, qué felicidad ... Pero si ya la veo; si la veo dentro

de mi, clara como la verdad que proclamo y que me llena el alma».

La reacción que experimenta la Nela sale de sus pobres labios lanzada desde

el fondo de su alma impregnada de una esencia de amarga ironía que él no

capta: «Sí, sí, sÍ. .. Yo soy hermosa, soy muy hermosa».

El delirio sublime del ciego terminó en un sueño fisiológico. Lo arrullaba

Marianela canturreando. Mientras él dormía, oyó ella otra vez la voz de «La

Trascava»: «Hija mía ... aquí, aquí»7.

5. Aparición y presencia de la Virgen María

Encerrada en sus conchas (Nela dormía entre dos cestas), una noche de

inquietud por sus amores, se comunicó con la Virgen, única imagen religiosa

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que le inspiraba absoluta confianza y a quien rezaba todas las mañanas su

oración. Entre las preguntas que constan en el contexto destaco éstas: «Madre

de Dios y mía, ¿por qué no me hiciste hermosa? Mientras más me miro, más

fea me encuentro. ¿A quién puedo interesar? ¿Quién es la Nela? Nadie. La

Nela sólo es algo para el ciego. Si sus ojos nacen ahora y los vuelve a mí y me

ve, me caigo muerta ... Señora y madre mía, ya que vas a hacer el milagro de

darle la vista, hazme hermosa a mí o mátame, porque para nada estoy en el

mundo». Después, el soliloquio, aún en presencia de la Virgen, gira alrededor

del amado, para terminar directamente: «¡Ay! ¡Cuánto te quiero, niño de mi

alma! Quiere mucho a la Nela, a la pobre Nela, que no es nada ... Déjame

darte un beso en tu preciosísima cabeza ... ; pero no abras los ojos, no me

mires ... , ciérralos, así, así»8.

Los engarces polisémicos que alcanza ahora el discurso de Marianela no

modifican su trayectoria. Son producidos a causa del estado emotivo exaltado

que le había producido, junto a «la Trascava» especialmente, la hipersensibilidad

erótica de Pablo. La invocación a la virgen no pasa de ser una oración muy

personal, mucho más ardiente que la que le puede pedir, también a la Virgen,

cualquier avaro fiel para que le toque la lotería. Las palabras que le dirige al

amado tampoco son más que una invocación febril, irracional para calmar el

estado angustioso en que se encuentra. Ambas, especialmente la primera, se

mitigan cuando la realidad pétrea de la voz de la Señana le ordena salir de

entre las cestas y lavarse la cara. Es otra vez el agua, la de la jofaina ahora, lo

que le devuelve su desgraciado rostro. Pero el estado de agitación de la vigilia

anterior sigue obrando, y el frondoso camino de Aldeacorba por donde va,

sirve de incentivo para crear un estado anímico de ensoñaciones. Recuerda a

Pablo, invoca la promesa (que Nela había sentido) de la Virgen, y allí se encuentra

ésta: entre pájaros, abejas y zarzales, se le aparece comiendo moras.

«¡Cielos divinos! Allí estaba, dentro de un marco de verdura, la Virgen Inmaculada,

con su propia cara, sus propios ojos que al mirar reflejaban toda la

hermosura del cielo. La Nela se quedó muda, petrificada, con una sensación

en que se confundían el fervor y el espanto»9. No sigamos el contexto: era

Florentina, acaudalada prima de Pablo que acudía con su padre a presenciar el

resultado de la operación.

6. Rival sin saberlo

De extremada bondad natural, sumamente generosa, Florentina iba a ser la

idónea rival de Marianela. Si los ojos de Pablo adquirían su propia función,

ella pasaría a ejercer la de ama de aquellas propiedades que ahora le producían

tanto deleite. Educada en el ambiente de la rigidez formal, burguesa, del decoro,

en un lugar parameño y seco, correteaba ahora a sus anchas en compañía

de Pablo y Marianela por entre la frondosidad otoñal y rica de Aldeacorba.

Cuando se fijó en la pobreza de Marianela se le despertó el deseo de socorrerla,

lo cual dio motivo para formular una emocionada protesta contra el

orden social en su estratificación incomprensible para ella. Estimulada por la

aparición de la huérfana, promete elevar su vivir al par del suyo y rodearla del

cariño de una hermana: el mismo decoro, la misma armonía social.

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La voz de Marianela se apagó; su amargura se resolvió en lágrimas. En un

momento de ausencia de Florentina, escuchó de nuevo la promesa de Pablo:

por bonita que fuera su prima, su mujer sería ella. Las lágrimas manifestaron

su mudo comentario. En otra ocasión -ya operado Pablo, pero desconocido

aún el resultado- Florentina ruega a la Nela que pida a Dios la vista de aquél,

añadiendo que ya ella misma había hecho una promesa a la Virgen de recoger

a un pobre y elevarlo a la categoría de hermano a cambio de la vista de su

primo, y que dicho pobre sería ella. Un momento después brotó en el pecho

de Marianela un «horror instintivo», la señorita de Penáguilas se convirtió en

figura de pesadilla. Surgieron al fin los arrebatadores celos. Luchó contra ellos

auxiliada por el sentimiento de gratitud que le debía a su inocente rival, pero

un sentimiento de imperiosa amargura la invadió por completo.

Así es la escritura del autor de estos seres. Adecuadamente, porque en este

caso sobre todo, la rivalidad unilateral no da lugar al impulso vengativo, cruento

o no. Añádase además que los dos seres enfrentados están provistos de

iguales condiciones afectivas de bondad y generosidad. Pero en el fondo del

alma quedan latentes, obscureciendo el sentido de la existencia, trastornando

el ritmo vital con sacudidas, haciéndole adoptar a éste anómalas situaciones.

La Nela volvió a rechazar la mano de Florentina que trataba de arrancarla del

cobijo de los Centeno para hacerle llegar hasta Aldeacorba. Sumisa en un

principio, la siguió hasta el momento en que un impulso, como de animal

salvaje que de pronto evita un peligro de muerte, la arranca de la presencia de

su rival. Aún nos ofrece el contexto otra situación para salvar su existencia en

peligro presentido. Es un recurso usual en la vida, prodigado también en novelas

y dramas. Me refiero ahora a la escapada que le había propuesto ya Celipín

Centeno y que le propone nuevamente una tarde, ya oscurecido, cuando él

salía de aquellos lugares. Entonces acepta sin más la Nela y se coge del brazo

de su compañero. Se alejan con paso decidido, mas se paran de pronto: ella es

incapaz de despegarse de aquellos lugares porque pesa demasiado en ese momento

de arranque el complejo de sentimientos de su vida afectiva.

7. La meta

Señala el contexto que la última escena con Celipín ocurría en los alrededores

de «La Trascava». Lo que va a suceder ahora todo es rápido. Al separarse

ambos personajes se presenta ante la Nela Choto, el prero de Pablo, que

desaparece rápidamente en dirección a Aldeacorba. Nela se dirige directamente

a «La Trascava» y se sienta en una piedra frente a la boca de la cueva.

Reaparece Choto, que se coloca delante de ella. No obstante, Nela se dirige

rápidamente hacia la boca de aquella sima. Baja precedida de Choto, «que

corría describiendo espirales, cual si le arrastrara un líquido tragado por la

espantosa sima». Detrás acude Golfín, avisado por los ladridos del perro en el

momento en que salía a dar una vuelta en la noche, antes de acostarse. No

pudo asir a la rápida Nela en su última etapa, pero la alcanzó su voz llamándola

imperiosamente. Reconoció aquella voz que había salido en su defensa una

vez que se menospreciaba a la muchacha, y a la que había curado de unas

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heridas recibidas por un gesto de arrojo y generosidad. La Nela fue saliendo de

aquella sima. Pero ahora la voz de su bienhechor es dura: va dirigida a arrancarle

una confesión. Se han puesto frente a frente dos aptitudes con dos códigos: el de

la vida que se realiza con arreglo a los principios de una sociedad cristiana con

sus lacras decimonónicas, burguesas, y el del ser humano que vive conforme a

los principios de la naturaleza, a los que dota de animismo antropomórfico.

Teodoro Golfín usa de una frase de dialéctica inquiridora, propia de su época;

la de Marianela es corta, escueta con engarces claros de lógica impulsiva, entrecortados

por silencios de temor o por pausas de reconstrucción de una imagen,

o incluso por las inesperadas intromisiones de Golfín en sus explicaciones. Consecuentemente

el discurso de éste es amplio, persuasivo, va dirigido a ganar un

ser débil en cuerpo y alma; el de la Nela es respetuoso, sollozante a veces,

sinceramente confesional. Esta soltó todo su interior manifestándole que Pablo

le había prometido hacerla su compañera para siempre y que ella lo había creído.

Respecto a Florentina el sentimiento que le despierta es éste: «Miedo ... Vergüenza.

Vivir con ellos, viéndolos a todas horas ... , porque se casarán; el corazón

me ha dicho que se casarán; yo he soñado que se casarán ... (Florentina) ha

venido a quitarme lo que es mío ... , porque era mío, sí, señor. .. Todo lo perdí,

todo, y quiero irme con mi madre»lO. Excitada en su defensa, inicia el retorno a

la cueva. Golfín reaccionó impulsivamente y pudo retenerla.

Es el último momento verdaderamente vital de Marianela. Recostada su

cabeza sobre el hombro del médico, la adormece el discurso seudomístico,

seudoproselitista que le dirige. Pero ante la decisión de llevarla para la mansión

de los Penáguilas, la Nela se estremece: «Oh señor -exclamó con espantono

me lleve usted».

Recapitulando nos encontramos con lo siguiente:

El retrato literario de Marianela procede de las descripciones sueltas que

nos da Teodoro Golfín, mezcladas a algunas aclaraciones del autor y a las

palabras de la protagonista misma. Esto nos hace olvidar los términos empleados

por la crítica erudita conocidos con los nombres realismo, naturalismo.

Consecuentemente usemos las palabras real, natural en sus acepciones lexemáticas.

Veamos, pues a la protagonista que ya conocemos como un ente de

ficción verosímil, o si se quiere, de imitación de un ser real, lo mismo podemos

decir de Pablo; pero solamente en su aspecto físico; su comunicación referencial

sólo nos sirve para considerarlo como figura auxiliar, bien que necesaria,

en la interpretación del papel de la Nela.

Ambos son figuras taradas, ambas taras forman contraste: La Nela es una

figura endeble, Pablo es apolíneo; Nela tiene los ojos vivos, de gran penetración,

aparecen así varias veces en el texto; los de Pablo, grandes, hermosos,

carecen de visión. Esos ojos apenas son mencionados. El lenguaje simbólico y

trópico de la Nela es de fina gracia verbal, y procede en gran medida de ese

terreno de las almas, indefinido, que ella hace notoriamente afectivo y que la

muestra situada en el lugar ingrávido, pero obsesivo, del suicidio. Opuestamente,

la lengua de Pablo es pedestre, pedante y sin gracia. Finalmente, Marianela

es indigente; Pablo procede de una familia acomodada.

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De los demás personajes destaca Teodoro Golfín, a quien se debe el primer

conocimiento de la Nela, que condena su desamparo e interviene en su fin.

Mezclado a esto está su función científica. Florentina es una figura que se nos

escaparía si no fuera por su ingenua bondad absorbente. Los demás personajes

forman un a modo de coro de distintas voces que reflejan las aspiraciones a

mejorar su miseria material (los Centeno), a mantener satisfactoriamente el

status social de que disfrutan (los Penáguilas y, en parte los Golfines), defensores

todos ellos del código correspondiente a la flamante burguesía décimonona.

Con enlaces de diferente consistencia se mueve entre ellos Marianela. Pero

fijémonos, son estos personajes los que han sido llevados al texto en función

del desarrollo de Marianela, y no viceversa. Son ellos en su gran mayoría los

que pertenecen a una época sociocultural determinada; no ella, marginada, y

sin apenas engarce con la cultura. Pues bien, ellos están allí para mortificarla,

creándole un complejo de inferioridad y otro de fealdad. Tenemos que situar

ahora a la Nela en estado preliminar a su misión, la cual se enlaza a la época

muy corta en que vivió con su madre. Sabe de entonces porque lo han dicho,

cómo fue su baja y vituperada cuna, factor que cuenta con el capítulo negativo

de su socialización. Después tampoco se obtienen valores positivos: ni camaradería

escolar con su faceta lúdica de correteo en común. El único camarada

confidencial ha sido Celipín, pero la actitud para con éste fue más bien de

hermana mayor que pone freno a las ilusiones del mismo, que da estímulo,

reprendiéndole además porque decía no querer a sus padres. Está claro que en

el período de preparación correspondiente a una convivencia social ha habido

una separación de la misma. Podemos, pues, decir que la Nela es un ser asocial.

El destino social que puede alcanzar esta figurilla es el que le fue creado,

el amor, único factor positivo en su existencia de contacto con lo humano.

Pero éste, dado el patológico complejo que la acompaña siempre, tenía que ser

llevado a cabo con un invidente. Y así sucedió, correspondido además con

creces. De este modo los lazos se ataron más. Fue tan vital, que conmovió a

los dos seres. Sus relaciones no fueron conocidas por la vecindad de aquellos

alrededores; ni Celipín lo supo. Nada ajeno modificaba su intimidad y su fuerza.

Pero se entrometió la ciencia.

Sabía Marianela la posición social propia. Consecuentemente, llevar a cabo

el enlace matrimonial con el amado, hubiera sido inaceptable; no obstante, no

era un imposible, ya que el amado tenía un notable defecto. La fatalidad se fue

formando en la mente febril de la amada cuando supo que podría acontecer el

moderno milagro de la ciencia. Previó Marianela con esa seguridad del ser

humano cuando se despega de la función racional, que Pablo iba a adquirir la

facultad de mirarla. Añádase a esto la llegada de su rival, con quien no puede

competir en nada. Conocida la noticia, convergen todas las coordenadas que

traumatizan la función mental de la Nela y que agrupamos ahora:

a) cuna, orfandad, adherencias de amor filial a la madre, conciencia de su

marginación moral;

b) complejos de inferioridad y de fealdad, amor -condicionado- a un

hombre, transformación del condicionamiento en obstáculo, imposible de franquear

por la amada.

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Consecuentemente con estos grupos que niegan toda aspiración vital, la

amada se dirige al reino de su madre.

La frustración del denominado suicidio viene a ser una prolongación de la

agonía de Marianela.

El papel en este acontecimiento le corresponde a Teodoro Golfín, gran

científico de ojos, pero que no sabe nada de almas. Mente clara del siglo XIX,

que desde la pobreza subió a la ciencia y ésta lo situó en una clase, olvidándose

él mismo de las privaciones y el desprecio que sufre el hambriento. El ejercicio

de su mente va línea recta hacia su fin. Ahora se dirige a salvar el latido de

Marianela sin darse cuenta que está próximo a estinguirse, ni de que las horas

de reposo en la habitación de la rival van a ser de angustiosa agonía.

Pero esto es así, y nada podemos contra el imperio de la escritura. Juzguemos

este fin como necesario, puesto que está escrito.

Nela entra en su última agonía y muere entre los tres seres directamente

responsables de su fin trágico: Golfín, Florentina y Pablo. Golfín para retardarlo,

Florentina y Pablo para acelerarlo. Acaece la muerte en presencia de los

tres, después de haber sentido con extraordinario sobresalto la presencia del

amado (él aún no de ella) y de haber entreoído su exaltada declaración amorosa

a Florentina. Aún le quedó un momento para besar, como humilde sierva,

la mano del amado y poner juntas sobre su pecho las de los dos amantes nuevos.

En cuanto a Golfín, protestó de su actitud de prolongar la vida a base de

reactivos, lo cual había iniciado a última hora; protestó de la inutilidad de la

ciencia ante la inminente muerte y besando la frente de la Nela concluyó por

fin: «Mujer, has hecho bien en dejar este mundo».

Creo que esta aseveración vale por lo que calla, y que a mi modo de ver,

puede ser enunciado así: ha habido, y sigue perviviendo, un contrasentido existente

entre las condiciones primigenias del ser humano y el uso que hacemos

de ellas en nuestra convivencia. De todo lo cual Marianela es el símbolo.

NOTAS

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1 Cap. 6, «Tonterías».

2 Cap. 4, «La familia de Piedra».

3 Cap. 3, «Un diálogo que servirá de exposición».

4 Cap. 6, «Tonterías».

5 Cap. 7, «Más tonterías».

6 Idem.

7 Cap. 8, «Prosiguen las tonterías».

8 Cap. 13, «Entre dos cestas».

9 Cap. 14, «De cómo la Virgen María se apareció a la Nela».

10 Cap. 19, «Domesticación».