PROCESO CREATIVO DE CELIPIN CENTENO EN MARIANELA

Nelly Clemessy

Universidad de Niza

Francia

Puede parecer de mediano interés estudiar un personaje tan secundario

como es Celipín Centeno en Marianela. Sin embargo, desde la redacción de

dicha novela en 1877 hasta Tormento, enero de 1884, la mente de Galdós ha

sido habitada por la figura del niño. Ya en los últimos renglones de Marianela

se mostraba dispuesto a contar la historia de Celipín después de su marcha de

Socartes, pero según afirmaba al lector:

« ... este libro no le corresponde. Acoged bien el de Marianela, y a su debido

tiempo se os dará el de Celipín»l.

Como es sabido, el pequeño personaje tendrá que esperar el año 1883 para

merecer el estatuto de protagonista en El Doctor Centeno. Entonces, Galdós

asegura con él la unidad de su novela como lo ha demostrado acertadamente

Germán Gullón2

• En dicha novela, el escritor desarrolla plenamente la personalidad

del chiquillo y da cuenta detallada de su vida y milagros en Madrid.

Sobre estas bases, no nos ha parecido desacertado examinar el proceso creativo

de Celipín en Marianela exponiendo luego las reflexiones que ha suscitado

nuestro estudio en relación con el porvenir del personaje en las novelas galdosianas

posteriores.

A Galdós, le bastan en Marianela algunas escenas dialogadas para que cobre

vida y se vuelva figura atractiva el niño Celipín que queda dotado de rasgos

psicológicos básicos. Aunque es personaje muy secundario, encarna un caso de

rebeldía infantil que para el escritor tiene valor ejemplar en el infra-mundo de

Socartes representado por los Centenos o sea según escribe Galdós «La familia

de Piedra»3. Después de pintar irónicamente la ignorancia y la avaricia de los

esposos Centenos, el novelista presenta al hijo menor, Celipín, con brevísimo

dato, indicando: «frisaría en los doce años»4 y ni siquiera esboza un retrato

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físico, ni lo hará en toda la novela. En cambio, pone el acento en el sitio que

ocupa el niño' en su casa, escribiendo así:

«tenía su dormitorio en la cocina la pieza más interna, más remota, más crepuscular,

más ahumada de las tres que componían la morada centenil»5.

Tanta acumulación de superlativos de signo negativo subrayan el abandono

y la miseria en que dejan al niño. Para dormir, añade Galdós más adelante, «se

acurrucaba sobre haraposas mantas»6. La cocina, así evocada, se nos aparece

como símbolo concreto de las tinieblas espirituales que reinan sobre los habitantes

de la casa. Pero Celipín y Nela gozan de vidas extrañas a la familia de

piedra y para ellos, la cocina, durante las noches, es un lugar de reunión propicio

a conversaciones secretas. Importa señalar que en toda la novela Celipín se

manifiesta tan sólo de noche y nunca sin Nela. Ha privilegiado Galdós el misterio

nocturno como ambiente que une a sus dos personajes, la noche resulta

estéticamente adecuada al mundo mágico de sus sueños juveniles. En franco

contraste con el tono satírico que caracteriza la presentación de los Centenos e

incluso las evocaciones irónicas de D. a Sofía Golfín, el novelista ha concebido

la relación de Celipín con Nela como una melodía de dos voces en la que lo

tierno conmovedor que corresponde a la chica alterna con las notas humorísticas

que ponen de realce el perfil psicológico del niño.

En el primer diálogo que entablan ambos personajes, capta en seguida la

atención, la curiosa situación en que se halla Nela. Como suele hacerlo, está

apelotonada para dormir en una de las grandes cestas que allí están apiladas y

para protegerse del frío se ha tapado con la de encima de modo que Celipín,

según escribe Galdós

«vio que las dos cestas más altas, colocadas una contra otra, se separaban abriéndose

como las conchas de un bivalvo» 7•

y Celipín divertido, al divisar la punta de la nariz y los ojos de Nela le dice

«pareces una almeja»8. Galdós se complace en repetir otra noche la misma

escena y, desde luego, en ambas, el lector se olvida de que el acomodo de Nela

le ha sido dictado por la triste necesidad de hallarse un sitio en una casa donde

estorba. La cesta-almeja presta a esas escenas un carácter de cuento maravilloso

en el que la chiquilla cumple respecto a Celipín el papel de buena hada. En

la primera noche, recibe el niño, de la mano de Nela, la peseta que le había

regalado Teodoro Golfín; en la segunda noche, le tocan los dos duros que dio

el mismo Golfín para zapatos. Nela ha sido quien impulsó al niño a economizar

a fin de cumplir sus proyectos. No se trata, en efecto, de hacer mal uso del

dinero, Celipín lo afirma con fervor, quiere hacerse «hombre de provecho ( ... )

hombre de pesquis»9. Y para ello, lo sabe el niño, lo primero es la instrucción.

Confiesa a Nela el despego que siente por sus padres avariciosos que se niegan

a que estudie condenándolo a una vida más propia de animales que de hombres.

Desde luego, la censura vehemente que hace Celipín del trabajo embrutecedor

en las minas es más propia de Galdós que de su personaje de doce

añitos. Lo ha puesto de relieve muy a propósito Joaquín Casalduero en su

reciente edición de Marianela lO

• Con todo, se cumple la finalidad de la escena.

Frente a la dulzura y a la resignación de Nela se nos aparece Celipín en ruptura

32

con su medio de origen, manifestando un intelecto despierto, un genio decidido

y aun atrevido. Se declara dispuesto a comprar libros y aprender solo, a tomarse

el tren para Madrid o incluso pasar a América, y donde sea, a meterse a

servir con tal que tenga posibilidad de estudiar.

Al crear a Celipín, acertó Gald'ós en el análisis psicológico que se 'revela

muy fino. Todo niño, es harto sabido, necesita modelos para regir su conducta

y las imágenes de la madre y del padre son decisivas en su desarrollo psíquico.

Celipín, él, ha rechazado estas imágenes y en busca de un modelo varonil, era

lógico que se fijara en D. Carlos Golfín, ejemplo de éxito social, y poco después,

en·el de su hermano Teodoro tan prestigioso. Nela es quien cuenta con

admiración a Celipín la ascensión social de los hermanos, es ella quien compara

el punto de partida de las dos notabilidades de Socartes con el del pequeño

Centeno. Es ocasión para Galdós de realizar una escena dialogada de gran

naturalidad llena de alegre humorismo y con gran adecuación del idioma coloquial.

Conforme va contando Nela, el niño adapta con petulancia sus planes a

lo que oye. Comenzó D. Carlos Golfín en una casa de trapo viejo, bueno, ~l

se buscará una. Después fue barbero, Celipín no vacila: «Miá tú -dice- yo

tengo pensado irme derecho a una barbería»l1. Y de pronto pensando en D.

Teodoro, afirma: «Miá tú, se me ha ocurrido que debo tirar a médico»12. En

adelante ya es cosa decidida, quiere ser otro D. Teodoro. Galdós interpretando

con humorismo el tema de la imitación infantil nos muestra al niño, una noche,

por el camino, enarbolando un palito en la mano y en la punta del palo, el

gorro, del mismo modo que solía pasear el médico. Dentro del episodio jocoso

se encierra sin embargo, una intención crítica. Celipín en su ignorancia toma

sus sueños por realidad. A Nela le afirma:

«me miré en el agua, ¡Córcholis! me quedé pasmado, me vi con la misma figura

de D. Teodoro Golfín» 13.

Bien es verdad que Nela, que es toda imaginación, ha influido en el niño al

declararle:

«D. Teodoro tenía menos que tú, y con cinco duros parece que todo se ha de

venir a la mano» 14 •

Todo pues es cuestión de buen gobierno para hacerse sabio. Con todo, el

aplomo de Celipín se opone a la patética humildad de la chiquilla. Aun rebosando

simpatía por su pequeño personaje, Galdós ejerce sobre él su humorismo

para destacar los defectos que le ha atribuido. Celipín se muestra demasiado

confiado en sí mismo; se tiene en mucho, no duda de su talento y ostenta no

poca vanidad. Sus palabras lo revelan a cada momento. Se las echa de hombrecillo,

puntuando sus afirmaciones rotundas con unos sonoros «¡Córcholis!»; se

sirve también de otra muletilla más reveladora aún: «¡ya verán quién es Celipín!

»15. Para el niño, no existe dificultad. Así, cuando expone a Nela su primer

proyecto:

«Yo me pinto solo para rapar (oo.) ¡Pues soy yo poco listo en gracias a Dios!

desde que yo llegué a Madrid, por un lado rapando por el otro estudiando he de

aprender en dos meses toda la ciencia» 16 •

33

Luego, poniéndose en pie de igualdad con los Golfines exclama: «todos los

hombres listos somos de ese modo» 17. Conforme se aproxima la posibilidad de

marcharse, el discurso de Celipín se vuelve más hiperbólico. A Nela que le

aconseja más modestia y que primero aprenda a escribir, opone razones que ya

no dejan lugar a duda respecto a su ingenuidad vanidosa.

«¡escribir! a mí con ésas ( ... ) a los cuatro días verás qué cartas pongo ( ... ) y

verás que conceitos los míos y que modo aquel de echar retólicas que os dejen

bobos a todos18.

Una vez más Galdós acentúa el contraste entre sueño y realidad poniendo

maliciosamente en boca del personaje palabras deformadas: «conceitos», «retólicas

» cuyo sentido, claro está, le escapan al niño.

No cabe duda, Galdós se estuvo divirtiendo y quiso divertir al lector llevando

hasta el extremo el delirio imaginativo de Celipín, pero si la índole del

humorismo que practica con su personaje revela simpatía con todo persigue

una finalidad en armonía con la dialéctica de su novela fundada en la filosofía

de Auguste Comte. Celipín sigue ligado a un mundo que ignora la razón positiva.

Los graciosos desatinos que dice el chiquillo a propósito de la profesión

médica subrayan todo el peso de la ignorancia y el lastre de las supersticiones

que afectan su intelecto inculto. Celipín es al fin y al cabo producto de la

sociedad arcaica de Sacarte s . Se evidencia en el modo que tiene de exponer a

Nela su preferencia por la medicina. Le dice así:

«No hay saber como ese de cogerle a uno la muñeca y mirarle la lengua, y decir

al momento en qué hueco del cuerpo tiene aposentado el maleficio ... Dicen que

don Teodoro le saca un ojo a un hombre y le pone otro nuevo, con el cual se ve

como si fuera ojo nacido ... Miá tú que eso de ver a uno que se está muriendo,

y con mandarle tomar, pongo el caso, media docena de mosquitos guisados un

lunes con palos de mimbre cogidos por una doncella que se llama Juana, dejarle

bueno y sano, es mucho aquel...»19.

Medicina y magia se confunden aquí desde una perspectiva medieval. La

enfermedad es maleficio y la curación releva de prácticas supersticiosas. Galdós

da una prueba más de su ingenio con la receta que pone en boca de Celipín y

a la vez acentúa el ambiente maravilloso en que se mueve el espíritu del personaje.

Este, en su discurso, revela además la fascinación que siente por el médico,

capaz de devolver la vista a uno o la vida a un moribundo. Tal actitud sitúa

a Celipín en la perspectiva de D. Teodoro, hombre de la edad positiva, útil a

sus semejantes, benéfico a la sociedad.

Sin embargo esta admiración ingenua por la misión humanitaria del médico

se halla algo desvirtuada por otras actitudes del niño. A Nela declara Celipín

su preferencia afirmando:

«Sí, médico, que echando una mano a este pulso, otra al otro, se llena de dinero

el bolsillo» 20 •

No puede ser más patente la codicia de dinero pronto ganado y el escritor

subraya la propensión del chiquillo a dejarse seducir por los aspectos más exteriores

del éxito social al que pretende. Ya sueña en el momento próximo en

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que ha de ser llamado, señor Celipín y discurriendo, él mismo, se otorga el

Don21. En cuanto a la futura condición social se resume por el anhelo expresado

de llevar levita, guantes, bastón con porra dorada y en sus carnes paño de

lo más fino. Galdós incluso llega a prestarle a su personaje la intención de

llevar sombrero de «una tercia de alto», simbólica exageración de sus vanidosas

pretensiones22. Tanto le obsesionan éstas a Celipín que una vez dormido, se

pone a soñarlas. Para el caso, Galdós acude una vez más a las fuentes mágicas

de la fantasía infantil. El sueño se funda en la realidad de las declaraciones

hechas a Nela pero se transforma pronto en cuento de hadas. Escribe Galdós:

«Vióse cubierto de riquísimos paños, las manos aprisionadas en guantes olorosos

y arrastrado en coche, del cual tiraban cisnes, que no caballos, y llamado por

reyes, o solicitado por reinas, por honestas damas requerido, alabado de magnates

y llevado en triunfo por los pueblos de toda la Tierra» 23 .

La función evidente de este sueño es descubrir el inconsciente del niño

cuyas ambiciones se revelan de este modo no sólo de riqueza y de notoriedad

como lo confió a Nela sino de verdadera gloria.

En la última escena que reúne a Celipín con Nela, el novelista se encarga

en persona de enjuiciar a su personaje. Burla burlando utiliza un estilo enfático

para poner de relieve el contraste entre la situación precaria del niño y la

grandeza de sus ambiciones:

«Venía -escribe Galdós- con resuelto andar el Señor de Celipín. Traía un

pequeño lío pendiente de un palo puesto al hombro, y su marcha como su ademán

demostraba firme resolución de no parar hasta medir con sus piernas toda

la anchura de la tierra» 24 .

No se priva Galdós de calificar de fanfarrón el tono que el chiquillo adopta

para con Nela cuando no se decide a marchar con él y, luego, alude a «la

seductora verbosidad del futuro hipócrates» acabando por una reflexión satírica:

«y Celipín hablaba, hablaba, cual si ya subiendo milagrosamente hasta el pináculo

de su carrera, perteneciese a todas las academias creadas y por crear»25.

Todo ello no quita que Galdós le tiene cariño a ese niño ¿quizá porque,

según afirmaciones de Jacques Beyrie, hay en Celipín una transposición de

ciertos aspectos de la propia niñez y mocedad del novelista 26? En esta óptica y

como disfrazado recuerdo de unas viviencias personales de Galdós, Nela puede

aparecer en cierta medida como haciendo las veces de hermana mayor respecto

a Celipín, es la confidente, la consejera, la animadora del chiquillo que proyecta

huir de Socartes.

Desde luego, Galdós ha dotado a su personaje de una bondad esencial. Se

muestra agradecido a la generosidad de Nela exclamando: «¡eres una real

moza!»27 y la noche en que ve relucir los dos duros, sus palabras son de verdadera

veneración: «¡eres más buena que María Santísima!» dice conmovid028.

Por fin al marchar sin ella, le propone con espontaneidad una peseta. Celipín

no carece tampoco de lucidez para juzgar a la chiquilla, la anima a venir con

él, intentando convencerla de que ella también tiene talento. Galdós con

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mucha sensibilidad pone de realce el que Celipín es el único amigo de Nela,

pero el escritor destaca al mismo tiempo en escenas vibrantes de delicada emoción

que pese a su bondad, Celipín carece de intuición y de sensibilidad para

comprenderla. Cuando él se queja de su suerte en la negra cocina y oye llorar

a Nela, piensa en sí mismo sin saber interpretar el hondo dolor de su desgraciada

compañera29 • Tampoco se sorprende del silencio de Nela cuando él le pregunta

qué opina del proyecto de devolver la vista a Pablo 30 • Celipín y Nela

aunque hermanos en la miseria, cumplen en la novela funciones que 16S separan.

Frente a Marianela, sometida a oscuras fuerzas telúricas que la tienen

enraizada en Socartes, la invención de Celipín corresponde a unos supuestos

ideológicos que inspiran la tesis realista mantenida en la novela. Celipín no

piensa más que en escapar de su medio de origen, queda ajeno a la sensibilidad

de Nela porque su intelecto se concentra en la voluntad de cumplir su proyecto.

La justificación de sus aspiraciones a medrar se funda en el éxito de los Golfines.

De éstos, hizo Galdós tipos ejemplares encargados de demostrar la exactitud

de la teoría positivista que afirmaba la capacidad de elevarse por medio del

esfuerzo perseverante, como lo ha subrayado Joaquín Casalduero en la ya citada

edición de Marianela31

Ahora bien después de 1877, entró Galdós en una fase evolutiva de su arte

de novelar que se tradujo por notables progresos. A este respecto, es muy

significativa La Familia de León Roch según lo ha demostrado Jacques Beyrie32

• En esta novela, el recuerdo de Celipín ha aflorado a la memoria del

escritor. Su fugaz aparición da al lector el primer retrato físico del chiquillo, ya

llamado Felipe. Le queda algo del campesino bajo la librea de lacayín, pero lo

. importante en el retrato es la cara que rebosa alegría y vivacidad y la agilidad

de los ademanes. Unos rasgos que Galdós conservará en El Doctor Centeno.

También se precisa el perfil moral en la casa de León Roch. Felipe es todo

bondad, con Luis Gonzaga y el único en prestar algunos servicios al místico

enferm033

• Otro rasgo éste, que halla su pleno desarrollo más tarde y pudo

inspirar a Galdós el papel de Felipe a la cabecera del enfermo Alejandro Miquis.

Al darle a Celipín estatuto de héroe, demostró el novelista notable coherencia

creativa en relación con su novela Marianela; además de la identidad

temperamental del personaje, reaparece el tema de la miseria infantil en casa

de Polo y luego el conflicto entre realidad e imaginación en la relación amistosa

que une el chiquillo a su amo Alejandro. La propensión imaginativa con que

dotó Galdós al niño en Marianela, halla entonces oportunidad de acrecentarse,

pero de hecho, se va a disciplinar al despertarse el espíritu crítico del personaje.

Al acabar El Doctor Centeno, es lícito preguntarse la finalidad perseguida

por el novelista que hace patente el fracaso del ideal inicial de Felipe. Es

admisible pensar que Galdós lo tenía planeado desde Marianela al concebir un

personaje carente de aquella «voluntad heroica» que según el escritor, permitió

a los Golfines salvar todos los obstáculos en su afán de ascender34 • Con todo,

andando los años, Galdós ha ahondado su concepto del hombre y matizado sus

criterios ideológicos de las novelas de la primera época. En El Doctor Centeno,

ha reservado voluntariamente a Felipe las peores condiciones de vida para

llevar a bien su ascensión social, lo que disminuye la parte de responsabilidad

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personal en el fracaso de las ambiciones del personaje. Además, la convivencia

con Alejandro Miquis se revela de sumo interés, hace de El Doctor Centeno un

«lebendildung roman». Felipe evoluciona a la escuela de la vida, no estudiará

gran cosa pero saldrá de esta experiencia clave libre de ilusiones y con el realisino

indispensable para hacer frente a la adversidad, ha recorrido mucho camino

desde Marianela. De este modo, ha dado Galdós una nueva dimensión a su

pequeño personaje, en Tormento, le dotó de un buen amo, Agustín Caballero,

a quien el chico aprecia en lo que se merece. Así es como, al desaparecer del

mundo de ficción del novelista, Felipe está en camino de volverse, a falta de

hombre de pro, hombre bueno, juicioso y honrado, lo que es una forma no

despreciable de éxito vital. Al nivel ético, el simpático personaje nos parece,

pues, expresión de un optimismo muy galdosiano que convida a volver a Marianela

en que el novelista escribió al marcharse Celipín de Socartes:

«La geología había perdido una piedra, y la sociedad había ganado un hombre

»35.

En fin de cuentas no quedó desmentida la afirmación. Al final de Tormento,

el escritor deja abierto el camino de la vida a Felipe y al lector , el cuidado

de imaginarlo. No será el doctor Centeno pero nada impide ya que pase de

criado a otra condición superior.

NOTAS

1 Op. cit., Obras Completas, Madrid - Aguilar, Cuarta edición, 1960, t. IV, p. 756.

2 G. GULLóN (1970-71), «Unidad de El doctor Centeno», Cuadernos Hispanoamericanos,

LXXXIV, Madrid, pp. 579-585.

3 Marianela, Título del capítulo IV.

4 Op. cit., id., p. 694/2.

5 [bid., p. 694/2.

6 Id., p. 695/2.

7 lb id. , p. 695/2.

8 Ibid., p. 695/2.

9 Ibid., p. 695/2.

10 J. CASALDUERO (1983), Marianela, Madrid, Cátedra, p. 81.

11 Op. cit., XII, p. 722/1.

12 Ibid. p. 722/1.

13 Op. cit., XVII, p. 734/2.

14 Id., XII, p. 722/1.

15 Id., IV, p. 69611; XII, p. 722/1.

16 Id., XII, p. 722/1.

17 Ibid., p. 722/l.

18 Id., XII, p. 722/2.

19 Ibid., p. 723/l.

20 Id., p. 722/1.

21 Id., p. 723/l.

22 Id., p. 722/2.

23 Id., p. 723/2.

24 Id., XVIII, p. 737/1.

37

25 Ibid., p. 738/l.

26 J. BEYRIE (1980), Galdós et son mythe, Paris, Honoré Champion, vol. 11, XXXIX, p. 285.

27 Id., IV, p. 695/2.

28 Id., XII, p. 722/l.

29 Id., IV, p. 696/2.

30 Id., XII, p. 723/l.

31 Op. cit. (1983), p. 24.

32 J. BEYRIE (1980), op. cit., vol. 11, XLI, pp. 325-343.

33 Op. cit., Obras Completas, Madrid, Aguilar, Cuarta edición, 1960, Parte 1, XVIII, p. 809/2.

En la segunda parte, María Egipciaca ha despedido a Felipe por su falta de religión. La desenvoltura

del niño queda subrayada en su discurso: «Señora déjeme en paz. Yo no quiero nada con

cuervos». Sirve el personaje en la novela, la crítica que Galdós hace de la mojigatería y le tiene

simpatía León Roch.

38

34 Marianela, Op. cit., IX, p. 711/2.

35 Id., XVIII, p. 738/2.