EL DESDOBLAMIENTO DE GALDOS EN EVARISTO FEIJOO Y DON LOPE
Robert W. Dash
University of the Pacific
Hace algunos años en un simposio sobre Galdós, que tuvo lugar en Los
Angeles, Gonzalo Sobejano, quien, al saber de mi interés en la novela galdosiana
de Tristona me facilitó un pequeño dato bibliográfico escrito por Azorín
que ha servido en parte como punto de inspiración de este ejercicio de análisis
de las personalidades de nuestro autor canario y dos de sus creaciones litera
rias, don Juan López Garrido (don Lope) y don Evaristo Feijoo.
Escribe Azorín: «Acaso es Tristana la mejor novela de Galdós; todo el
espíritu galdosiano está contenido en estas páginas... En don Lope vamos vien
do cómo de un estado espiritual de rigor, rigor con Tristana, se pasa a otro
estado de lenidad. Y de qué modo la lenidad se transforma en franca toleran
cia. Y cómo la tolerancia acaba por ser un idilio: el idilio de un viejo y una
niña... Galdós nos pone ante la vista de los resultados bienhechores de la dulce
lenidad»1. Se me hace que don Evaristo Feijoo, de la novela Fortunata y Jacinta
haya pasado por el mismo idilio y que los «resultados bienhechores» de los
personajes resulten paralelos. Además se me viene a la memoria la observación
hecha por el galdosista José Montesinos en su segundo tomo que lleva el título
de Galdós**, cuando declara: «A mí, en ocasiones, se me impone (Evaristo
Feijoo) como un desdoblamiento del autor, y cosa curiosa, desdoblamiento
profético, pues al que creo que se parece es al Galdós viejo, no al que, a los
cuarenta y cuatro años escribía Fortunata y Jacinta»2. Estas tres figuras; don
Lope, don Evaristo y Galdós se han quedado en la cabeza fundiéndose y con
fundiéndose hasta realizarse como tres partes de una misma entidad que aquí
se tratará de justificar.
En su descripción física, don Lope y don Evaristo coinciden en que los dos
se destacan por representar menos edad de la que tienen:
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La edad del buen hidalgo [don Lope], según la cuenta que hacía cuando esto se
trataba, ^ i una cifra tan imposible de averiguar como la hora de un reloj des
compuesto, cuyas manecillas se obstinaran en no moverse. Se había plantado en
los cuarenta y nueve, como si el terror instintivo de los cincuenta le detuviese en
aquel temido lindero del medio siglo; pero ni Dios mismo, con todo su poder, le
podía quitar los cincuenta y siete, que no por bien conservados eran menos
efectivos. Vestía con toda la pulcritud y esmero que su corta hacienda le permi
tía, siempre de chistera bien planchada, buena capa en invierno, en todo tiempo
guantes oscuros, elegante bastón en verano, y trajes más propios de la edad
verde que de la madura3.
Su cara [de don Evaristo:], que era siempre sonrosada, poníasele encendida, con
verdaderos ardores de juventud en las mejillas. Era, en suma, el viejo más gua
po, simpático y frescachón que se podía imaginar; limpio como los chorros del
oro, el cabello rizado, el bigote como la pura plata; lo demás de la cara, tan bien
afeitadito, que daba gloria verle; la frente espaciosa y de color de marfil, con las
arrugas finas y bien rasgueadas. Pues de cuerpo ya quisieran parecérsele la ma
yor parte de los muchachos de hoy...4.
En cuanto a Galdós, difícil es de imaginarle sino de acuerdo a las muchas
fotos que de él conocemos. Su estatura imponente y poco común entre penin
sulares, sus bigotes impresionantes y la chispa de una vida privada que sólo se
adivina en sus ojos diminutos detrás de las gafas. A pesar de las impresiones
visuales que han dejado las versiones cinematográficas y televisadas de las dos
figuras novelísticas de Garrido y Feijoo, no se puede imaginarlas excepto como
encarnación desdoblada de su autor.
Montesinos hace referencia a un desdoblamiento profético. Es profético no
sólo en lo que se refiere al perfil psicológico del autor, sino también en cuanto
al aspecto físico. Recuérdese que el padre de Galdós, don Sebastián, había
seguido brevemente la carrera militar y había participado en la Guerra de Inde
pendencia contra los franceses en Cádiz. Aquella catadura de militar que exhi
ben don Lope y don Evaristo, militar retirado, refleja la historia personal de
los Pérez.
En sus últimos años, don Benito padecía de la ceguera, cosa análoga con
los últimos días de su querido Feijoo. «Algunos objetos se me oscurecen com
pletamente, y cuando me da el sol me pican los ojos. Desde mañana pienso
usar gafas verdes»5. El que Galdós haya tenido cuarenta y cuatro años cuando
escribía de la ceguera de Feijoo, que contaba novelísticamente con sus sesenta
y nueve, tiene poca justificación vital como presagio de la ceguera que empieza
a padecer el autor canario a los sesenta y seis años en 1909, y que llega a ser
completa a los sesenta y nueve en 1913. Sin embargo, la coincidencia es tan
notable aquí que no se puede menos que tomarla en cuenta.
El proceso de envejecimiento de las dos figuras literarias y del autor tam
bién corren paralelos. En un momento dado, los tres se empeñan en poner sus
cosas en orden económicamente, sin preocuparse por el orden espiritual.
Feijoo, al darse cuenta del bajón por el cual se ve pasando, piensa para sí:
«Esto va por la posta. Si me descuido, no tengo tiempo ni de dejar a esta infeliz
bien defendida de los pillos y de las propias debilidades de su carácter. ¡Pobre
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chulita! Hay que mirar mucho cómo la dejo. Porque ésta al son que le tocan
baila. Lo que se me ha ocurrido para asegurarla contra incendios, es decir, con
tra los rasgos de todas clases, quizás no le guste; de fijo no le gustará6.
Don Lope a su vez, viéndose cada vez más chocho decide poner las cosas
en orden para que Tristana tenga un futuro menos incierto.
«pero ¿soy yo de verdad, Lope Garrido, el que hace estas cosas? Es que estoy
lelo..., sí, lelo... Murió en mí el hombre..., ha ido muriendo en mí todo el ser,
empezando por lo presente, avanzando en el morir hacia lo pasado; y por fin, ya
no queda más que el niño... Sí, soy un niño, y como tal pienso y vivo,...»7. '
Buscando solución, don Lope se encuentra con el sobrino de sus únicos
parientes, las señoras de Garrido Godoy, que le proponen que se case con
Tristana, si no para poner en orden su conciencia («se irán ella y usted al
infierno, y de nada les valdrán sus buenas intenciones de hoy»)8. Por lo menos
para resolver el futuro económico de Tristana.
Las tías —dijo— [el sobrino de don Lope], que son muy cristianas y temerosas
de Dios, le ofrecen a usted, si entra por el aro y acata los mandamientos de la
ley divina..., ofrecen, repito, cederle en escritura pública las dos dehesas de
Arjonilla, con lo cual no sólo podrá vivir holgadamente los días que el Señor le
conceda, sino también dejar a su viuda...
Don Lope soltó la risa. Pero no se reía de la extravagante proposición, ¡ay!, sino
de sí mismo... Trato hecho. ¿Cómo rechazar la propuesta, si aceptándola asegu
raba la existencia de Tristana cuando él faltase?9.
Si Galdós se preocupaba de «asegurar» a alguna de sus amantes su futuro
económico, ya es más difícil de documentar. Sin embargo, de la corresponden
cia ya conocida de Concepción Ruth Morell, Lorenza Cobián (madre de María,
la hija de Galdós) y Teodosia Gandarias sabemos que por lo menos el autor
canario hacía esfuerzos por mantenerlas aun cuando se encontraba lejos de
ellas o cuando ya se habían interrumpido sus relaciones. Como indicación con
creta de su compromiso, ponemos el ejemplo de que su hija María llevaba el
apellido de su padre, lo cual indica el extremo al que llega la protección que él
ofrecía. Ignoro sin embargo la demostración de grandes sacrificios del tipo que
hace don Lope que abandona su adversión al matrimonio casándose con Trista
na, o de don Evaristo que, a pesar del amor que siente por Fortunata, está
dispuesto a entregarle de nuevo a su legítimo marido Maxi, sabiendo que esto
resultará en su pérdida definitiva como amante.
Los tres coinciden en varias ideas y convencionalismos sociales, don Evaris
to y don Benito comparten el apego a la soltería, aunque como ya vimos, don
Lope sacrifica la suya como gesto extraordinario para asegurar el futuro de su
«viuda». Las ideas de don Lope y don Evaristo sobre el convencionalismo
social del matrimonio, las conocemos o por su propia boca y por lo que el
autor nos deja saber de ellas.
El narrador, que confiesa haber conocido al conquistador de la honra de
Tristana, nos informa que «Conviene advertir que ni por un momento se le
ocurrió al caballero desposarse con su víctima, pues aborrecía el matrimonio;
teníalo por la más espantosa fórmula de esclavitud que idearon los poderes de
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la tierra para meter en un puño a la pobrecita Humanidad»10. Fortunata, que
ya sabe lo que su protector opina sobre el matrimonio, no puede dejar de
preguntarle de nuevo su parecer, dadas las nuevas circunstancias y el avance
de su enfermedad.
...si yo fuera soltera, ¿te casarías conmigo?
Sobre eso ya sabe cuáles son mis ideas —replicó él de buen humor—. ¿Crees
que han variado desde que estoy enfermo, y que los hombres piensan de un
modo cuando tienen el estómago como un reloj, y de otro cuando la máquina
principia a descomponerse? Algo de esto pasa chulita, y una cosa es hablar
desde la altura de una salud perfecta y otra al borde del hoyo... Pero en esto del
matrimonio te aseguro que no han variado mis ideas. Sigo creyendo que el casar
se es estúpido y me iré para el otro barrio sin apearme de esto. ¡Qué quieres!
Yo he visto mucho mundo... A mí no me la da nadie. Sé que es condición
precisa del amor la no duración, y que de todos los que se comprometen a
adorarse mientras vivan, el noventa por ciento, créetelo, a los dos años se consi
deran prisioneros el uno del otro, y darían algo por soltar el grillete. Lo que
llaman infidelidad no es más que el fuero de la naturaleza, que quiere imponerse
contra el despotismo social, y por eso verás que soy tan indulgente con los y las
que se pronuncian11.
Galdós que en el texto afirma que le conoce a don Lope, censura al caballe
ro literario por sus ideas sobre las relaciones entre el hombre y la mujer. Sin
embargo vemos en la historia biográfica del novelista que su conducta dista
poco de la de sus creaciones literarias. Don Lope «Decía, no sin gracia, que los
artículos del Decálogo que tratan de toda la peccata minuta fueron un pegote
añadido por Moisés a la obra de Dios, obedeciendo a razones puramente polí
ticas; que estas razones del Estado continuaron influyendo en las Edades suce
sivas,... si el buenazo de Moisés levantara la cabeza, él y no otro corregiría su
obra, reconociendo que hay tiempos de tiempos»12.
Los tres se parecen por su conducta en cuanto al trato amoroso con sus
amantes. Se manifiestan de un sólo obrar frente a las leyes del matrimonio.
Los dos seductores literarios expresan, por la pluma de su autor, la justificación
personal que su autor ni quiere ni puede justificar públicamente sin revelarse
íntimamente. El que no haya en sus memorias una justificación por su conducta
moral, sólo se explica en la discreción extraordinaria que ejercía en sus relacio
nes amorosas. Queda claro, sin embargo, que el desdoblamiento de la conducta
y creencias del autor relativo al matrimonio se confirman y reconfirman en la
conducta de don Lope y la de Feijoo.
En la tesis doctoral sobre Tristana, hice un breve comentario sobre ciertas
actitudes del mundo ante la moral y la religión. Había dicho que ya era hora
de que viéramos la personalidad galdosiana desde el punto de vista de una
realidad concreta; la que nos revela claramente que era un hombre capaz de
fuertes amores fuera del matrimonio. Y reitero que no es para formar un juicio
moral del autor, sino para mejor entender las fuentes que el autor nos ofrece
como una realidad social de un lugar y un tiempo determinados como materia
novelable. ¿Por qué ha de ser Galdós un simple espectador de la vida, y no un
participante en ella? Escribí también que cuando examinamos la vida amorosa
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de Galdós desde nuestra época, su conducta no deja de ser reveladora en cuan
to a la distancia que existe entre la moral pública y la privada de su época;
entre la teoría y la praxis; entre el ser y el parecer.
Pasando al tema religioso, la oposición a la obra de Galdós por lo que se
llamaba entonces su «anticlericalismo» debe descontarse hoy porque sus ideas
sobre la tolerancia religiosa no eran sino opiniones que hoy podríamos llamar
«posconciliares». Tal es el caso en las novelas de tesis como Doña Perfecta,
Gloria y La familia de León Roch. Sin embargo, en Tristana y en Fortunata y
Jacinta los personajes de don Lope y de Evaristo Feijoo reflejan más bien un
rechazo rotundo de la religión. Las actitudes de Galdós frente a la religión son
más difíciles de delinear. El que don Lope o don Evaristo sean portavoces de
su creador en este respecto me parece un disparate. No pretendo jusitificar el
rechazo religioso de sus personajes, sino presentar cómo se semejan los dos,
justificando sus actos ante sí basándose en una supuesta invalidez de las normas
sociales y morales impuestas por la Iglesia.
Don Juan López Garrido, don Evaristo González Feijoo y don Benito Pérez
Galdós comparten una caballerosidad e hidalguía innegable. Empezando por
los apellidos, los tres evitan la costumbre española de llamarse por el apellido
paterno. Don Lope se sirve del primer apellido en su forma primitiva de nom
bre de pila y abandona del todo el uso de López a favor del sonoro apellido
materno de Garrido. «Andando el tiempo, supe que la partida de bautismo
rezaba don Juan López Garrido, resultando que aquel sonoro Don Lope era
composición del caballero, como un precioso afeite aplicado a embellecer la
personalidad: ...O había que matarle o decirle don Lope»13.
Don Evaristo González Feijoo, cual don Lope, abandona el mundano ape
llido González a favor del sonoro Feijoo, apellido que recuerda el célebre polí
grafo español ya muerto cuando transcurre la acción de la novela.
Galdós, a su vez, abandona el mundano Pérez, una vez más cediendo prefe
rencia al apellido menos común de la madre. Esta preferencia de Garrido,
Feijoo y Galdós del apellido materno es un detalle que psicológicamente une a
los tres en su deseo de salirse de lo común y lucir su hidalguía con su apellido
que les aparta del vulgo.
Las referencias a la hidalguía de los personajes son frecuentes. Al verse
venido a menos don Lope, el narrador explica «La sociedad, a su parecer,
había creado diversos mecanismos con el solo objeto de mantener holgazanes
y de perseguir y desvalijar a la gente hidalga y bien nacida»14. Al describir en
detalle al simpático Feijoo, Galdós recuenta que «Su existencia plácida y orde
nada reflejábase en su persona pulcra, robusta y simpática. Su facha denuncia
ba su profesión militar y su natural hidalgo; tenía bigote blanco y marcial arro
gancia, continente reposado, ojos vivos, sonrisa entre picaresca y bondado
sa...»15. Al buen observador más parece que Galdós está describiéndose a sí
mismo que a un personaje novelesco, aunque como dijimos anteriormente, lo
hace desde una perspectiva de un hombre maduro que se proyecta en un futuro
vejez algo idealizado.
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La hidalguía de Galdós el autor, como ya se sabe, viene precisamente del
lado Vasco de su abuelo materno Domingo Galdós y Alcorta mientras del lado
de los Pérez poco se destaca.
El sentido de honor de don Lope se lleva a extremos. «Lances mil tuvo en
su vida, y de tal modo mantenía los fueros de la dignidad, que llegó a ser
código viviente para querellas de honor»... «El punto de honor era, pues, para
Garrido, la cifra y compendio de toda la ciencia del vivir, y ésta se completaba
con diferentes negaciones»16.
El sentido de honor de don Evaristo dista algo del sentido de honor de don
Lope. Mientras don Lope se luce en cuestiones de honor, Feijoo se aleja de los
problemas manteniendo el decoro. «... Porque mira tú, chulita, no predico la
hipocresía. En cierta clase de faltas, la dignidad consiste en no cometerlas»...
«la dignidad consiste en guardar el decoro...»17.
Galdós hace eco de Feijoo, no por no caer en ridículo cual don Lope, sino
para no escandalizar por un lado y por otro para conservar su reserva y digni
dad. Cuando le escribe doña Emilia Pardo Bazán a don Benito refiriéndose a
sus citas en la iglesia de la calle de la Palma, se nota esta preocupación por el
decoro18. Es de suponer por la casi total ausencia de escándalos amorosos en
torno a Galdós durante su vida, que su norma se refleja perfectamente en la de
su desdoblamiento, Evaristo Feijoo.
Benito Pérez Galdós, autor de los días de don Juan López Garrido y de
don Evaristo González Feijoo no ha hecho más que desdoblarse novelística
mente donde puede recrearse en sus creaciones. A Miguel de Unamuno le
hubiera gustado verse perpetuado en el tiempo en dos personajes que a pesar
de sus muchos defectos, captan el cariño y la admiración no sólo de los lecto
res, sino también de los otros personajes en torno a ellos. Galdós sigue vivo
entre nosotros en sus personajes, y gozamos de sus aventuras, su picardía y sus
desdoblamientos.
bibliografía
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Bravo-Villasante, C. (1975): Cartas a Galdós, Emilia Pardo Bazán, Turner, Madrid.
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Casalduero, J. (1963): Vida y obra de Galdós, Gredos, Madrid.
Dash, R. W. (1976): «Tristana: Sociedad, Historia y Estructura Literaria», Tesis Doctoral, Middlebury
College.
Martínez Ruiz, J. (Azorín) (1948): «Con permiso de los cervantistas», Obras Completas, T. IX
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Montesinos, J. F. (1969): Galdós**, Castalia, Madrid.
Pérez Galdós, B. (1975): Fortunata y Jacinta, Obras Completas, Novelas**, Aguilar, Madrid.
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Penuel, A. (1972): Charity in the Novéis of Galdós, U. of Georgia Press, Athens.
Ribbans, G. (1977): Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta, Grant and Cutler Ltd., London.
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NOTAS
1 J. M. Ruiz, «Con permiso de los cervantistas» (1948), Obras Completas, Tomo IX, Aguilar,
Madrid, 1954, p. 232.
2 J. Fernández Montesinos, Galdós**, Editorial Castalia, Madrid, 1969, p. 266.
3 B. Pérez Galdós, Tristona, Obras Completas, Novelas y Misceláneas, Aguilar, Madrid,
1971, p. 349.
4 Fortunata y Jacinta, Obras Completas, Novelas**, Aguilar, Madrid, 1975, p. 763.
5 Op. cit., p. 771.
6 Loe. cit.
1 Tristona, p. 417.
8 Op. cit., 418.
9 Loe. cit.
10 Op. cit., 356.
11 Fortunata y Jacinta, p. 773.
12 Tristona, p. 355.
13 Op. cit., p. 349.
14 Op. cit., p. 351.
15 Fortunata y Jacinta, p. 729.
16 Tristona, p. 351.
17 Fortunata y Jacinta, p. 767.
18 C. Bravo-Villasante, Cartas a Galdós: Emilia Pardo Bazán, Ediciones Turner, Madrid,
1975, p. 27.