PERSONAJES INFANTILES EN LA NOVELA GALDOSIANA
María del Prado Escobar
1. B. «Pérez Galdós»
Las Palmas
No es muy frecuente en la novela española anterior a Galdós la presencia
de personajes infantiles. Quiero decir que las figuras de niños no captan la
atención de los autores de manera preferente. Hay niños, por supuesto, pero
sus caracteres no suelen estar descritos con demasiado detenimiento. Son sólo
comparsas que -muy en segundo término- aparecen en algunas narraciones
de nuestro siglo XIX. Pérez Galdós en cambio presenta en su obra numerosos
personajes infantiles y, en muchos de sus relatos, son los niños protagonistas,
o, al menos, comparten el protagonismo con los adultos. Con razón dice a este
respecto Sainz de Robles 1:
«Ningún otro gran novelista español puede presentar una galería de retratos de
niños tan completa, tan genialmente lograda, de tantas piezas como la de Galdós
».
En este aspecto del interés por la infancia la novela de Galdós recuerda
más la narrativa inglesa - pensemos en Dickens - o la francesa - pensemos
en Daudet- que la nuestra, la cual, hasta tiempos bastante recientes no se ha
distinguido por la pintura de los caracteres infantiles.
A lo largo de toda la producción galdosiana observamos muestras de atención
a la niñez. Así en el primer volumen de los «Episodios Nacionales» encontramos
a un Araceli que, apenas rebasada la niñez, es asombrado espectador
de sucesos históricos tan importantes como la batalla de Trafalgar. Figuras de
chicos hay también en otros Episodios, yen las novelas de la «primera época»,
yen el teatro; pero naturalmente no me propongo hacer el inventario de todos
los niños galdosianos. Este trabajo se limitará a estudiar algunos personajes
infantiles de las «Novelas Españolas Contemporáneas».
Dice Montesinos en su monumental estudio sobre Galdós2
:
57
«La obra madura de Galdós es como una gran ventana abierta sobre la vida
española. Todo se ve desde ella; nada se escamotea o disimula».
De modo que los niños, parte considerable de la sociedad, no podían faltar,
y en estas novelas de la que el mismo autor llamara su «segunda manera»
encontraremos abundante y variada muestra de tan interesante parcela de la
población. Gracias a ello podremos asomarnos a los hábitos infantiles de entonces.
Veremos (y no es exagerado esto de «veremos», que todo buen lector de
novela ve realmente cuanto el autor relata o describe), veremos, digo, a los
niños en casa, en el colegio, en la calle. Niños y niñas que juegan, que hablan,
que ríen o sufren, y también, claro está, niños que se mueren.
Sin embargo un auténtico novelista no se limita a reflejar la realidad; tiene
que inventarla a base de observación, sí, pero también a base de imaginación
y de vivencias propias, de recuerdos más o menos elaborados. Según esto es
probable que Galdós pusiera en sus personajes infantiles rasgos de su propia
niñez, acerca de la que siempre se mostró tan reservado. Algo así es lo que
parece indicar «Clarín» en el trabajo que en 1889 dedicó a su admirado Pérez
Galdós3
:
«N ada me ha querido decir» - se lee en el artículo de Leopoldo Alas - «de los
primeros años de su vida, pero no debe ser porque desprecie los recuerdos de la
infancia hombre que tan bien sabe pintar el espíritu de los niños y sus armas y
sus gestas. Su memoria ha de estar llena, a mi juicio, de los días de su niñez, y
es muy probable, aunque él por ahora no quiera declararlo, que, si no los hechos
exteriores, por lo menos los pensamientos, emociones y deseos del primer crepúsculo
de su vida no sean insignificantes ... ».
Ya en vida de Galdós había llamado la atención de los críticos el interés
que nuestro novelista demostraba por la infancia, según se desprende de las
palabras que acabo de transcribir. Luego, conforme aumenta la bibliografía
sobre Galdós, van siendo más abundantes las referencias de los estudiosos "a
este punto concreto que nos ocupa 4
•
Resulta un poco engañosa o por lo menos imprecisa esta mención indiscriminada
de los niños de la novela de Galdós que hasta aquí he venido haciendo,
como si los diferentes personajes infantiles que presenta el autor estuvieran
cortados por el mismo patrón. Y no es así, naturalmente; porque, igual que
ocurre en los demás colectivos humanos del universo galdosiano, la individualidad
del personaje está perfectamente captada, sin que por ello dejen de percibirse
también los rasgos comunes del grupo a que cada uno pertenece. Y es
que en este conjunto de las «Novelas Españolas Contemporáneas» hay niños
para todos los gustos. Desde el recién nacido sobrino de Máximo MansoS que
necesita un ama de cría, hasta el casi adolescente «Celipe» Centen06
• Hay
representantes de la infancia miserable y marginada como Mariano Rufete 7 y
también niños y niñas burgueses como Isabelita y Paquito Bringas8 o el pobre
Luisito Cadals09 del que me ocuparé después.
Seleccionaremos solamente unos cuantos de entre aquellos que tienen un
papel relevante en las novelas en donde aparezcan.
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1. Mariano Rufete
Ya en «La Desheredada», relato con que se inaugura en 1880 la que el
novelista llamaba su «segunda manera» es notable la presencia del mundo infantil.
El hermano de la protagonista, Mariano, se presenta trabajando en una
cordelería. La descripción del penoso trabajo que realiza el muchacho y de las
condiciones insalubres en que se desarrolla, hacen pensar en los pequeños
obreros de las narraciones dickensianas, y aunque Galdós no insiste tanto como
el inglés en los aspectos crueles de la situación, la mera presentación de la
escena es suficiente para que el lector constate la radical injusticia social que
subyace en el hecho mismo de que Mariano, a sus 13 años, tenga que desempeñar
ese trabajo.
Todo el capítulo sexto de la obra, que lleva el título de «¡Hombres!» está
dedicado a describir el ambiente de abandono y degradación en que se encuentran
los niños del miserable barrio madrileño de las Peñuelas. Abundan en el
texto los elementos costumbristas, referentes a costumbres infantiles, por supuesto.
Los niños juegan a los soldados y se ufanan desfilando con un ros
medio deshecho en la cabeza y un sable de madera en la mano. Todo un
ejército de rapaces ha ido reuniéndose y marcha detrás de Rafael «el Majito».
Los integrantes del «ejército» han ido armándose de 10:
« ... palos de escoba, cañas, varas, con esa rapidez puramente española, que no
es otra cosa que el instinto de armarse; y sin saber cómo surgieron picudos
gorros de papel con flotantes cenefas que arrebataba el viento, y aparecieron
distintivos varios hechos al arbitrio de cada uno».
A veces el resultado de las observaciones del autor en este ambiente de
marginación se plasman en párrafos de marcado carácter naturalista 11:
«Había caras lívidas y rostros siniestros entre la muchedumbre de semblantes
alegres. El raquitismo heredado marcaba con su sello amarillo multitud de cabezas,
inscribiendo la predestinación del crimen».
Con todo en «La Desheredada», por mucha atención que se le preste, el
mundo infantil no ocupa el centro de la obra. Y ni Mariano Rufete, ni Rafael
«el Majito», ni, más adelante, «Riquín», el hijo de Isidora, pueden considerarse
protagonistas del relato.
A veces ocurre también en la narrativa galdosiana que, al presentar a determinados
personajes se echa una mirada retrospectiva para que el lector los
conozca desde que eran pequeños. Es lo que pasa, por ejemplo, en el caso de
Inés, la maestrita de «El amigo Manso», a la que el protagonista-narrador
recuerda como adolescente estudiosa y tímida y que, luego, desempeña en la
novela un relevante papel convertida ya en la mujer de la que se enamora el
ingenuo krausista Máximo Manso. No deben olvidarse, a este respecto, las
páginas dedicadas en «Fortunata y Jacinta» a narrar la infancia de Barbarita
Arnáiz, quien, cuando transcurren los hechos centrales de la novela es ya la
respetable Sra. de Santa Cruz, madre del protagonista. Sólo con estos datos
sería suficiente para comprobar el interés de Galdós por los niños; sin embargo,
nuestro autor, lleva más lejos su atención a la infancia al hacer que, por lo
59
menos dos de sus más conocidas «Novelas Españolas Contemporáneas», estén
coprotagonizadas por niños. En efecto, en «El Doctor Centeno» y en «Miau»
las figuras infantiles ocupan el centro del relato.
2. Felipe Centeno
Se publicó «El Doctor Centeno» en 1883 y su acción transcurre veinte años
antes de la citada fecha.
Insiste con frecuencia la crítica en señalar la ausencia casi total de unidad
en el relato. Se aduce que, en realidad, el título incluye dos novelas perfectamente
separables: la de Don Pedro Polo y la de Alejandro Miquis. No voy a
terciar en la polémica sobre la problemática unidad de «El Doctor Centeno»;
lo que interesa destacar ahora es que el único nexo entre las partes del relato
es Felipe, un muchacho de 13 años que hilvana con su presencia los distintos
acontecimientos y los diversos ambientes de la novela.
A la manera de los pícaros del Siglo de Oro, Felipe Centeno, mozo de
varios amos, está en una situación privilegiada para establecer la relación entre
las partes de esta historia. Incluso, al final de la misma, tiene que mendigar
para atender a su amo Alejandro Miquis, igual que le ocurriera a Lázaro con
el escudero toledano 12. No obstante, los parecidos con la picaresca acaban en
estos detalles, ya que, a diferencia del pícaro, «Celipín» tiene muy claro lo que
desea: estudiar y llegar a médico. Por eso se esfuerza en aprender, en la escuela
de D. Pedro Polo, y más adelante, en el Instituto, aunque -todo hay que
decirlo - con bien poco provecho.
Piensa Gloria Moreno que el tema de esta obra es la enseñanza, la cultura
en España 13 •
Así pues, no tiene nada de extraño que se pinte con tanto detenimiento en
sus páginas el ambiente de las clases, el estudio, los juegos de los chicos y las
relaciones de éstos con los maestros. El sujeto paciente de tal pedagogía es
Felipe Centeno, que procede de una novela anterior «Marianela» y que, tras
las peripecias que protagoniza en ésta que nos ocupa, aparecerá como personaje
secundario en algún otro relato galdosiano. En el que lleva su nombre lo
encontramos ya en Madrid a donde ha llegado procedente del lejano Socartes
un par de meses antes de aquel día de 1863 en que se inicia la acción.
Tres etapas por lo menos atraviesa el accidentado proceso educativo de
Felipe: en primer lugar, el chico ha aprendido ya a leer en tiempos algo anteriores
al del comienzo de la novela. El mismo lo explica a poco de encontrarse
con Miquis14
:
«Cuando estuve en casa de la tía 'Soplada' ( ... ). Me tomó de criado para que le
hiciera recados. Tiene puesto de ropas 'desusadas' en el Rastro. No me daba
salario sino la comida y me puso en la escuela de la calle del Peñón. Estuve un
mes y días. 'Desaprendí' las letras, pegué el Catón y cuando iba a entrarle al
'Juanito' me salí de casa de la 'Soplada' porque tiene un hijo muy malo que me
zurraba. No he vuelto a la escuela; pero me leo todos los letreros de las tiendas
y cuando cojo en la calle un pedazo de 'Correspondencia' me lo paso todo».
Tras esta etapa de voluntarioso autodidactismo viene la temporada en la
escuela de D. Pedro Polo. Desde febrero del 63 en que entra en los dominios
60
del clérigo hasta el mes de septiembre siguiente dura el segundo período de la
educación del «Doctor». Después, a comienzo del curso 1863-64 está el muchacho
matriculado en el «Instituto y vive como criado de Alejandro Miquis en la
pensión de D. a Virginia. Sin embargo, este tercer momento en la educación de
Felipe dura poco; pues sólo el primer trimestre de aquel curso asiste con cierta
regularidad a las clases debido al brusco descenso en los recursos de su amo.
Centeno no renuncia, sin embargo, a instruirse, aunque sea por su cuenta con
desordenadas lecturas de los tratados de Medicina de Cienfuegos o, ya al final
de la narración, intentando hacer la autopsia del gato muerto.
Pero ya Montesinos, Gloria Moreno y F. Sopeña, entre otros15 , se han ocupado
del tema de la instrucción en Galdós. A mí me interesa, sobre todo, la descripción
de la convivencia entre maestros y discípulos y la de éstos entre sí.
La escuela de D. Pedro Polo está descrita con gran detenimiento. El desalmado
clérigo que apalea a sus alumnos no está, a pesar de ello, contemplado
con horror ni por Galdós ni por Felipín que le admira y respeta. Son, sin
embargo, frecuentes las descripciones del mal trato infligido a los niños por
aquel «vándalo» 16 •
«Tan enfolgado estaba en sus golfos, y tan aislado dentro de sus islas, que no vio
venir a Don Pedro, el cual se acercó por detrás pasito a pasito ... ¡Ay, Dios mío!
Del primer cosque poco faltó para que los nudillos del maestro penetrasen hasta
la masa cerebral del geógrafo pintor, y detrás otro y otro, dados al compás de
estas cariñosas frases:' «¡Animal! siempre de juego, pum ... ¡Si te voy a freír! ¿De
esta manera ... pum ... correspondes al bien que se te ha hecho recogiéndote de
las calles? pum ... No se puede sacar partido de ti. Anda, anda, arriba».
El otro maestro que componía junto con el director-propietario la plantilla
de aquel centro docente, era don José Ido del Sagrario, quien, a partir de «El
Doctor Centeno» menudeará sus apariciones, más o menos destacadas, en
otros relatos posteriores 17. Todo el temor que inspira don Pedro a los chicos se
convierte en familiaridad y falta de respeto cuando se trata de las relaciones de
los alumnos con Ido del Sagrario. Por ejemplo, el pobre maestro es protagonista
de las numerosas pintadas que cubrían las paredes del callejón de San Marcos;
y alIado de las caricaturas, nos cuenta el narrador18
;
«No faltaban explicaciones y leyendas que decían: "Ido 'diendo' a los toros" y
por otro lado: "Ido del sagrario 'calléndosele' los calzones" ( ... ) Entre las pinturas
murales que representaban casi siempre escenas de toros, había una cuyo
letrero decía: "El toro, perdone 'ustez' me lo engachó de la nuez"».
La divertida observación de los pintarrajos infantiles y de sus letreros explicativos
nos introduce en un terreno muy interesante, el del lenguaje que usan
los niños en las novelas de Galdós.
Nuestro autor, como es bien sabido, cuidaba mucho de que cada una de sus
criaturas de ficción poseyera su adecuado idiolecto. Los chiquillos se expresan
siempre según su condición. En «El Doctor Centeno» es fácilmente comprobable
esto. Advirtamos, en primer lugar, la evolución lingüística de Felipe, que
va refinando su expresión y eliminando de ella los vulgarismos de que, al principio,
está plagada. En las primeras palabras que pronuncia el muchacho, cuan-
61
do va contestando a las preguntas de los estudiantes que le encontraron, ya se
observan estas incorrecciones que, como digo, irán desapareciendo a lo largo
del relato 19 •
«¿Ha visto usted unos 'ujeros' que hay por 'desadelante', donde están unas figuras
muy guapas? ... Pues allí. Otra noche dormí en la puerta de esa 'fraíca' que
hay allá, donde hacen el 'desalumbrado' de las calles».
Aparecen, pienso, en el habla de «Celipe» dos tipos de vulgarismos: los
que podríamos considerar espontáneos, «ujero» o «fraíca», por ejemplo, y
otros que obedecen a una conciencia lingüística vigilante aunque equivocada.
Son todas las palabras a las que el niño antepone el prefijo «des». Y así lo hace
constar el narrador20
:
«No hay modo de averiguar de dónde había sacado el entendimiento de mi
hombre aquel barbarismo de anteponer a ciertas palabras la sílaba 'des'. Sin
duda creía que con ello ganaba en finura y expresión y que se acreditaba de
esmerado pronunciador de vocablos».
Después, conforme transcurre el relato, Felipe va perdiendo el pelo de la
dehesa. Como Sancho, que, conforme avanzan las páginas de «El Quijote», se
va haciendo más agudo y mejor hablado porque aprende de su señor, así también
«Celipín» acaba la novela que lleva su nombre expresándose con bastante
corrección. Esta evolución proviene del roce continuo con Alejandro Miquis y
con los demás estudiantes amigos de éste.
No es sólo Felipe quien comete incorrecciones; hay en la narración otro
personaje divertidísimo, Juanito Socorro en cuya habla podemos advertir todos
los tics expresivos del niño madrileño espabilado y corretón. Con sus conocimientos
y su labia deslumbra al provinciano Centeno. «Se comía la mitad de
las palabras» nos dice de él Galdós. Por eso en vez de decir «Hijito» dirá «hijí»
con esa tendencia al apócope que sigue todavía viva en el habla madrileña.
Juanito Socorro utiliza también términos tomados al oído en la redacción del
periódico en la que sirve de mandadero, y así habla del «porsupuesto», llama
«relatores» a los periodistas, etc. Hasta frases completas repite en sus conversaciones
con Felipe ante el pasmo de éste21
:
«Hijí, hijí, ¿no sabes? Esto se va ... Vamos al decir, que viene la revolución ( ... )
Se arma, se arma».
Otro detalle significativo del habla de Juanito -que es un vanidoso y presume
continuamente- es hablar de sus padres fuera del contexto familiar llamándolos
«papá» y «mamá». Un rasgo más que separa la expresión del chico ciudadano
de la del pueblerino. Así, por ejemplo, leemos22
:
«Yo como todos los días gallina y jamón porque mamá tiene una amiga que es
duquesa y le manda regalos ... Un día de éstos verás el caballo que me va a
comprar papá. Lo van a traer de las haciendas, ¿estás?».
En lo que se refiere a las diversiones, sin duda la favorita de los chicos de
aquel barrio era jugar al toro. Aprovechaban cualquier día de asueto para
organizar «corridas» en un solar cercano. En ellas Felipe recibe el apodo de
«Iscuelero» y Juanito el de «Redator». Y uno de estos festejos en que Felipe
62
había usado una cabeza de toro de cartón procedente de la imagen de San
Lucas que había en el desván-dormitorio del muchacho, es el que acarreará su
ruina. Por haber roto la cabeza aquella Don Pedro le despide. Tal es, al menos,
el motivo oficial del castigo.
3. Luisito Cadalso
Otra novela bastante posterior a «El Doctor Centeno» es especialmente
interesante para nuestro propósito. Se trata de «Miau», publicada en 1888.
También en ésta encontramos un protagonista infantil. Es Luisito Cadalso Villaamil
que aparece por primera vez en las páginas de «Miau», así que no tiene
una historia anterior al momento en que el autor lo presenta. A diferencia de
Centeno, no pertenece al numeroso grupo de personajes que pasan de una a
otra novela para formar ese peculiar mundo galdosiano en el que tanto abundan
las caras conocidas.
Tampoco la clase social de Cadalsito es la misma de Felipe. Éste, como
acabamos de comprobar, es homologable en ciertos aspectos a los pícaros del
Siglo de Oro. Como ellos «se había desgarrado» de la casa paterna allá en el
lejano Socartes para llegar a Madrid donde -también como ellos- será mozo
de muchos amos. Luis, por el contrario, es un niño burgués que debe andar
por los ocho años. Forma parte de una familia de una cierta importancia, venida
a menos a raíz de la cesantía de su abuelo. Es gente que se aferra con
desesperación a su status social, aunque para mantenerse en él, tenga que
recurrir con demasiada frecuencia al sablazo.
Cadalsito asiste a la escuela de Don Celedonio, si bien de vez en cuando
debe faltar a clase para cumplir los encargos de su abuelo. Estudia, pues, aunque
poco; tiene una casa, lee cuentos, recibe el cariño y las atenciones de su
familia, está bien educado y si comete incorrecciones al hablar es porque se le
pegan los modos de sus compañeros que, indudablemente, pertenecen a un
nivel sociocultural inferior al suyo.
Luis, es un niño tímido; pero tampoco puede ser considerado un inadaptado.
Es cierto que sus compañeros en la escuela le hacen burla diciéndole el
mote que da nombre a la novela, sin embargo, también se describen en ésta
momentos de amistosa convivencia. Así, después de la burla que se relata en
el capítulo 1, Luisito camina con Silvestre Murillo que le distrae con su animada
charla23 :
«Mia tú, Caarso, si a mí me dieran esas chanzas, de la galleta que les pegaba les
ponía la cara verde. Pero tú no tienes coraje. Yo digo que no se deben poner
motes a las personas. ¿Sabes tú quien tié la culpa? Pues 'Posturitas', el de la casa
de empréstamos».
También «Posturitas» juega a veces con Luis a pesar de haber sido el propagador
del mote que tanto molesta a éste. Como el día en que se dedicaron los
dos a ponerse las sortijas de los puros que había llevado Paquito a clase24:
«La travesura de 'Posturitas', fielmente imitada por el bueno de Cadalso, consistía
en llenarse ambos los dedos de aquellas sorprendentes joyas, y cuando el
63
maestro no les veía, alzar la mano y mostrarla a los otros granujas con dos o tres
anillos en cada dedo».
A pesar de estas escenas de juegos que se describen, Cadalso está casi
siempre entre personas mayores, por lo que en ocasiones tiene que entretenerse
él solo. Lee cuentos: nos consta -por ejemplo- que conocía «Los animales
pintados por sí mismos», cuyas ilustraciones le sirven para corroborar lo acertado
del apodo que a su abuela y a sus tías habían puesto25 :
«Su imaginación viva le sugirió al punto la idea de que las tres mujeres eran
'gatos en dos pies y vestidos de gente', como los que hay en la obra 'Los animales
pintados por si mismos': y esta alucinación le llevó a pensar si sería él también
'gato derecho' y si mayaría cuando hablaba».
Otras veces se entretiene con el album de sellos que su padre le había
comprad026
:
«Lo que agradeció Cadalsito este obsequio no puede ponderarse. Estaba en la
edad en que empieza a desarrollarse el sentido de la clasificación y en que relacionamos
los juguetes con las cosas serias de la vida».
Pero quizá la diversión favorita de Luis cuando se encontraba solo era jugar
con las estampas religiosas que tenía su tía paterna Quintina. Oigamos cómo
ella misma describe estas maravillas ante el asombrado chiquill027
:
«¡Si vieras qué cosas tan bonitas tengo en casa! ¡Ay, si las vieras! ... Unos niños
Jesús que se parecen a tí, con el mundito en la mano; unos nacimientos tan
preciosos, pero tan preciosos ... Tienes que verlos. Y ahora estamos esperando
cálices chiquititos, custodias que son una moneda, casullas así... para que los
niños buenos jueguen a las misas; santos de este tamaño, así, mira, como soldados
de plomo, y la mar de candelaritos y arañitas que se encienden en los altares
de juguete».
Por cierto, que estos juegos debían gustar mucho a los niños de entonces. En
«La Desheredada» hay también referencia a tales entretenimientos28• Y, ya fuera
del ámbito de la ficción, podemos comprobar qué extendida estaba la moda de
los juegos en las cosas del culto en las «Memorias» de Alcalá Galian029
•
Motivo de diversión extraordinaria constituían para Luis los largos paseos
que debía dar para repartir las cartas de su abuelo. En estas caminatas solía
acompañarle el perro del portero, «Canelo». Los recorridos por las calles madrileñas
le resultaban tan entretenidos que el niño procuraba alargarlos con
interminables rodeos. Participa el pequeño Cadalso de la afición a callejear
advertible en tantos personajes galdosianos. Con todo se distrae. Escaparates,
desfiles, charlatanes, entierros ... Todo es motivo de asombro para el chic030
:
64
«Entretanto Luisito y 'Canelo' recorrían parte de la calle Ancha y entraban por
la del Pez, siguiendo su itinerario. El perro cuando se separaba demasiado, deteníase
mirando hacia atrás, la lengua de fuera. Luis se paraba a ver escaparates,
ya veces decía a su compañero esto o cosa parecida: 'Canelo, mira qué trompetas
tan bonitas'. El animal se ponía en dos patas, apoyando las delanteras en el
borde del escaparate; pero no debían ser para él muy interesantes las tales trompetas,
porque no tardaba en seguir andando».
El habla de Luisito Cadalso es, sin duda, uno de los grandes aciertos en la
creación del personaje. El niño en su casa oye hablar continuamente de teatro,
de política, de dinero y de asuntos burocráticos. Sus familiares se expresan con
corrección como de su nivel sociocultural puede esperarse. En la portería escucha
las arengas de Mendizábal y los chismorreos de Paca. Por último en la
escuela conversa con sus compañeros. De modo que el habla del niño sensible
y receptivo que es Cadalsito incluye elementos de todas estas procedencias.
Los vulgarismos fónicos, gramaticales o léxicos los toma de sus condiscípulos.
Luis dice «empréstamos», «cualesquiera» (palabra usada como insulto), «mu»
Y «¡contro!», exclamación prodigada a cada paso. Sin embargo, no es un niño
hablador. En esto le gana Silvestre Murillo, hijo del sacristán de Montserrat,
el cual es a los ojos de Cadalsito un verdadero pozo de ciencia en todo lo
relacionado con el culto. Así leemos en el capítulo XXIlpl:
«Silvestre inició a Luis en algunos misterios eclesiásticos ( ... ) metiéndose en
unas erudiciones litúrgicas que tenían que oir. 'La hostia, verbigracia, lleva dentro
a Dios, y por eso los curas, antes de cogerla se lavan las manos para no
ensuciarla, y 'dominus vobisco' es lo mismo que decir: 'cuidado que seáis buenos'
».
Es, principalmente a través de las conversaciones que Luis mantiene con
Dios como podemos observar su lenguaje. En el transcurso de estas visiones sí
que se explaya el niño, que trata a Dios respetuosamente de «usted», aunque
nota lo raro que suena: «aun cuando a Dios se le dice tú en los rezos, a Luis
le parecía irreverente, cara a cara, tratamiento tan familiar» dice el omnisciente
narrador al describir en el tercer capítulo la primera de las visiones. Por esta
observación advertimos que Cad al sito tiene una conciencia lingüística bastante
despierta. Y sabe también la distancia que, en este aspecto de la educación que
se mide por la forma de expresarse, media entre él y los otros niños. Por eso,
tras la pelea con Paquito Ramos, a la salida del colegio, en la visión que sufre
durante el paseo que dio con la portera, Dios le dice estas palabras, eco, sin
duda, de lo que tantas veces habría oido en su casa32
:
«y por lo que hace a 'Posturitas', te diré que es un pillo, aunque sin mala
intención. Está mal educado. Los niños decentes se ponen motes».
Cuatro son las «entrevistas» que Luisito mantiene con Dios a lo largo de la
novela. Poco a poco, va tomando confianza con su interlocutor, de modo que,
si al principio apenas interviene en la conversación y contesta casi sólo con
monosílabos, al final el niño se atreve a exponer sus propias opiniones e incluso
increpa a «Posturitas» en la tercera alucinación; la que sufre mientras espera
en el Congreso respuesta a una carta de su abuelo. Porque Paquito Ramos que
acaba de morir, acompaña en tal ocasión al Padre Eterno ya convertido en
ángel, y como a pesar de estar en la Gloria no ha olvidado sus mañas, se
entretiene llamando «Miau» a Cadalso que se enfurece33
:
«El respeto que debía a Dios y a su séquito no impidió a Luis incomodarse con
aquella salida y aún se aventuró a responder:
- ¡Pillo, ordinario ... eso te lo enseñaron la puerca de tu madre y tus tías que se
llaman 'las arpidas'».
65
Pero es, sin duda, la última de tales conversaciones la más interesante.
Luisito está sometido a una gran tensión emocional. Su tía le ha pegado salvajemente,
su padre quiere sacarle de casa de Villaamil y todos discuten y chillan.
Ello aflora, naturalmente, en la cuarta visión34
;
- «Mi abuelo, furioso porque no lo colocan, y mi abuela, lo mismo, y mi tía
Abelarda también. Y mi tía Abelarda no puede ver a mi papá, porque mi papá
le dijo al Ministro que no colocara a mi abuelo. Y como no se atreve con mi
papá porque puede más que ella, la emprendió conmigo. Después se puso a
llorar ... Dígame, ¿mi tía es buena o es mala?
- Yo estoy en que es buena. Hazte cuenta que el achuchón de hoy fue de tanto
como te quiere.
- ¡Vaya un querer! Todavía me duele aquí donde me clavó las uñas ... Me tiene
mucha tirria desde un día que le dije que se casara con mi papá. ¿Usted no
sabe? Mi papá la quiere pero ella no lo puede ver.
- Eso si que es raro.
- Como Usted lo oye. Mi papá le dijo una noche que estaba enamoradísimo de
ella, por lo fatal... ¿Sabe? y que él era un condenado, y qué sé yo qué».
Observemos el humor y la ternura que rebosa esta charla distendida en que
el chico se libera de sus angustias. Aparecen modismos característicos del lenguaje
infantil, «puede más», «me tiene mucha tirria», etc., términos y frases
familiares puestos en boca de Dios, «achuchón», «eso sí que es raro», que dan
el tono adecuado a esta escena. Es en esta alucinación cuando Dios avisa a
Luisito de que a su abuelo ya no lo colocarán y de que se va a morir. Y esto
es, en efecto, lo que ocurre, con lo que la realidad y el ensueño se mezclan
muy galdosianamente.
En resumen, Luis Cadalso es un niño conmovedor. No hay en su descripción
ni en la del ambiente que lo rodea rasgos de pintoresquismo ni requisitorias
contra el abandono de la infancia marginada, como en otras novelas que
hemos estudiado. El personaje, simplemente, está ahí, en una casa como tantas
de Madrid, observando lo que pasa a su alrededor y tomando buena nota de
todo. Es nada menos que un niño de ocho años contemplado por Galdós con
una mirada completamente actual.
NOTAS
1 F. C. SAINZDE ROBLES (1971), «Estudio Preliminar, en Obras Completas de Pérez Galdós»,
Aguilar, vol. 1, Madrid, p. 129.
2 J. FERNÁNDEZ MONTESINOS (1969), Galdós, Castalia, vol. 11, Madrid, p. XIII.
3 L. ALAS (<<CLARÍN») (1889), «Benito Pérez Galdós» incluido en Benito Pérez Galdós, edición
de Douglass M. Rogers (1973), Taurus, Madrid, p. 24.
4 J. BETANCOR (1943), «Los niños en Galdós», incluido en A. CABRERA PERERA (1983),
Angel Guerra, narrador canario, Cátedra, Madrid, pp. 339-349.
66
5 B. PÉREZ GALDÓS (1972), El amigo Manso, Alianza E., Madrid.
6 B. PÉREZ GALDÓS (1975), El Doctor Centeno, Hemando, Madrid.
7 B. PÉREZ GALDÓS (1967), La Desheredada, Alianza E., Madrid.
8 B. PÉREZ GALDÓS (1968), Tormento, Alianza E., Madrid.
9 B. PÉREZ GALDÓS (1979), Miau, Guadarrama, Madrid.
lOOp. cit., La desheredada, p. 93.
11 [bid., p. 93.
12 G. CORREA (1977), «Galdós y la picaresca», en Actas del Primer Congreso Internacional de
Estudios Galdosianos. Cabildo Insular de Gran Canaria. E. Nacional, Madrid, pp. 253-268.
13 G. MORENO CASTILLO (1977), «La unidad de tema en 'El Doctor Centeno'», en Actas del
Primer Congreso Internacional de Estudios Galdosianos. Cabildo Insular de Gran Canaria. E.
Nacional, Madrid, p. 382.
14 Op. cit., El Doctor Centeno, p. 21.
15 F. MONTESINOS, Op. cit.; G. MORENO CASTILLO, Op. cit.; F. SOPEÑA IBÁÑEZ (1970), Arte
y sociedad en Galdós, Gredos, Madrid.
16 Op. cit., El Doctor Centeno, pp. 63-64.
17 En Tormento (1884), Lo prohibido (1885), Fortunata y Jacinta (1886).
18 Op. cit., El Doctor Centeno, p. 51.
19 [bid., p. 20.
20 [bid., p. 19.
21 [bid., p. 69.
22 [bid., p. 69.
23 Op. cit., Miau, p. 62.
24 [bid., p. 124.
25 [bid., p. 67.
26 [bid., p. 195.
27 [bid., p. 270.
28 Op. cit., La desheradada, pp. 460-461.
29 A. ALCALÁ GALIANO, Memorias, citado por C. BRAVO VILLASANTE (1983): Historia de la
Literatura Infantil Española. Doncel, Madrid, p. 57.
30 Op. cit., Miau, p. 76.
31 [bid., p. 232.
32 [bid., p. 126.
33 [bid., p. 280.
34 [bid., pp. 355-356.
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