EL FUSILAMIENTO DE LOS SARGENTOS DEL 22 DE JUNIO EN

ANGEL GUERRA

SadiLakhdari

Université de París IV Sorbonne

El tema del fusilamiento de los sargentos del 22 de junio de 1856 aparece

tres veces en la obra de Galdós. En una novela, Angel Guerra (1890), en un

episodio nacional, La de los tristes destinos (1907), y en las Memorias de un

. desmemoriado (1916). Ya Joaquín Casalduero subrayó la influencia fundamental

del suceso para la creación galdosiana. Habría provocado un cambio radical,

orientando hacia la novela al joven Galdós que abandonó entonces momentáneamente

el teatro. Joaquín Giménez Casalduero que cita a Joaquín Casalduero

matiza esta opinión insistiendo sobre el papel de los viajes a París de 1867 y

1868 Y sobre el descubrimiento de La Comédie humaine de Balzac1

No nos proponemos descubrir en un estudio tan corto cuál fue el elemento

determinante de la vocación novelística de Galdós. En este ensayo provisional

de interpretación, trataremos sólo de destacar ciertas características de su proceso

creador, buscando, detrás de las evidencias tal vez demasiado patentes,

las razones profundas, y hasta inconscientes de la elección del tema.

El movimiento insurreccional militar preparado por Prim en 1866 para derrocar

la monarquía, entonces sumamente impopular, fue un fracaso. Sólo se

sublevaron los sargentos del cuartel de San Gil rápidamente vencidos por las

fuerzas de los generales Serrano y Zavala. La represión fue muy dura, ya que

66 sargentos fueron fusilados. Sin embargo la severidad del castigo resultó catastrófica

para el poder, provocando asco e indignación, sin llegar a impedir la

caída del régimen dos años más tarde. Galdós presenció el paso de los sargentos

al sitio donde fueron fusilados y este episodio quedó grabado en su memoria

para siempre como lo explica en sus Memorias de un desmemoriado.

«Como espectáculo tristísimo, el más trágico y siniestro que he visto en mi

vida mencionaré el paso de los sargentos de Artillería llevados al patíbulo en

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coche, de dos en dos, por la calle de Alcalá arriba, para fusilarlos en las tapias

de la antigua Plaza de Toros.

Transido de dolor, les vi pasar en compañía de otros amigos. No tuve valor

para seguir la fúnebre traílla hasta el lugar del suplicio, y corrí a mi casa,

tratando de buscar alivio a mis penas en mis amados libros y en los dramas

imaginarios que nos embelesan más que los reales» 2 •

Este pasaje forma contraste con el principio de las Memorias que tiene un

estilo sencillo, desprovisto de cualquier énfasis. Los superlativos de la primera

frase, la acumulación de términos cuyo sentido se relaciona con el dolor y la

tragedia revelan una emoción intensa, sobre todo si se considera que don Benito

es en regla general extraordinariamente púdico en todo lo que le atañe.

Como es sabido, no cuenta nada de su infancia en sus Memorias de un desmemoriado.

Las escenas históricas que nos relata en el primer capítulo de esta obra

parecen suplir la carencia total de elementos personales. Habrá pues un desplazamiento

de la historia individual hacia unos episodios de la historia nacional

particularmente aptos para representar lo que el autor no quiere o no puede

expresar directamente. No creo en efecto que el espectáculo de los acontecimeintos

históricos baste para provocar el choque evocado por el novelista, ya

que hay una desproporción enorme entre lo que vio y la importancia del recuerdo.

Vuelve a insistir don Benito tardíamente sobre ello en el libro que

Antón del Dlmet y Arturo García Carrafa la consagran en 1912.

«EllO de abril de 1865 presenció los sucesos de la noche de San Daniel y

el 22 de junio de 1866, la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil.

Estos hechos dejaron una impresión imborrable al insigne novelista. También

presenció el paso de los coches simones que conducían a los sargentos del

cuartel de San Gil al sitio donde fueron fusilados.

«Estos sucesos -acaba don Benito- dejaron en mi alma vivísimos recuerdos

y han influido considerablemente en mi temperamento literario» 3

El espectáculo debió de ser efectivamente de los más conmovedores, a causa

de la edad y del número impresionante de los reos. Era natural que el joven

estudiante que había participado en la noche de San Daniel manifestase simpatía

para las víctimas con las que se identificaría fácilmente. Además, la sublevación

se hizo en nombre de Prim que siempre fue uno de los héroes preferidos de

Galdós. Sin embargo no presenció el fusilamiento, al contrario de lo que ocurre

en Angel Guerra que nos ofrece la versión más elaborada del suceso. El autor

nos dice con voluntaria imprecisión que Angelito asiste a la escena cuando tiene

doce o trece años. El espectáculo deja una huella imborrable en su mente, llegando

a integrarse en sus «pesadillas constitutivas». La versión de los hechos

que aparece en el tercer capítulo de la primera parte4 de la novela sufrió una

serie de deformaciones importantes, ya que el autor quiso presentar el punto de

vista subjetivo del protagonista. Cuando el narrador omnisciente evoca los sucesos

lo hace adoptando el enfoque de su personaje, es decir, deformándolos,

«conforme a la ley del tiempo»5, y asociándolos con una serie de fantasmas,

alucinaciones y pesadillas que los transforma en un cuento medio irreal.

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El autor situó esta narración en un momento crucial para su personaje.

Guerra que participa en la intentona del 19 de septiembre6 está gravemente

herido en el brazo y tiene que esconderse para escapar a la policía. Pero cuando

se entera de que su madre, con la que se lleva muy mal, sufrió un ataque al

corazón, acude a visitarla. Presiente que es responsable de la enfermedad de

doña Sales y teme provocar su muerte por una aparición repentina. Espera

pues una noche entera en el salón para que el médico y Leré preparen a la

enferma. En ese estado de angustia tiene Angel sus «pesadillas constitutivas»

entre las cuales figura el fusilamiento del 22 de junio. La evocación histórica

aparece enmarcada entre dos culpabilidades, la culpabilidad, fundamental en

la novela, suscitada por su actuación en la cuartelada de Campón y la muerte

del oficial, y el sentimiento de culpabilidad, derivada de la primera, que resulta

de su convicción de ser responsable de la muerte de su madre. Los acontecimientos

históricos aparecen sobrecargados de múltiples afectos que los transforman

radicalmente y los integran en la vida personal del héroe.

Esta interpenetración aparece desde el principio de la narración cuando el

autor evoca en un tono aparentemente despreocupado la alegría de los muchachos.

«Concluidos los exámenes, entretenían sus ocios en largas correrías por el

Retiro y Castellana» 7 •

Galdós compara implícitamente a los niños que se echan a la calle con los

sargentos sublevados. Del mismo modo había relacionado en Miau el juego de

los niños con el tema de la revolución8•

La comparación con el texto de Miau permite comprender cuán profunda

es la coherencia interna del pasaje. La primera parte humorística no es sólo

una introducción que permite un violento contraste con la evocación trágica

que sigue; establece una relación estrecha entre los sargentos y los niños, explicando

la fuerza del sentimiento de culpabilidad de Angelito, calificado después

de «diabólico muchacho» por haber asistido a «la función» prohibida.

El paso de los sargentos ocupa poco espacio en la narración; el autor cuenta

con bastante sobriedad los hechos que presenció personalmente, empleando a

veces las mismas expresiones que en sus Memorias.

«Supieron por el rumor público que los reos venían ya por la calle de Alcalá

de dos en dos, en coches de alquiler, escoltados por parejas de la Guardia Civil

a caballo» 9

Luego aparece «la fúnebre procesión» que se puede comparar con «la fúnebre

traílla» de las Memorias.

En La de los tristes destinos, la evocación es similar. El autor nos da algunos

detalles más; sentimientos atribuidos a los muchachos en Angel Guerra son

experimentados por el pueblo de Madrid: curiosidad, gusto, compasión. Se

encuentran expresiones hiperbólicas como:

«Era, en verdad, un espectáculo de los más lúgubres y congojosos que se

podrían imaginar ... » 10.

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Pero son menos numerosas que en la novela, y notamos pocas repeticiones,

al contrario de lo que ocurre en Angel Guerra en el que casi al principio aparecen

las palabras «terror», «recelo», «miedo», «pavor», que menudean después.

Del mismo modo abundan los adjetivos y las expresiones que insisten sobre el

carácter trágico de la escena: «el siniestro espectáculo», «el espantoso trance»,

«la hecatombe», «el espectáculo terrible», «el horroroso estrépito», «el silencio

lúgubre», que a veces se repiten.

El autor no parece tener bastantes palabras, bastantes sinónimos cuando

quiere explicar el origen del choque psíquico provocado por el suceso histórico.

No emplea la palabra trauma, pero tenemos un equivalente exacto de lo que

será más tarde para Freud, en su segunda tópica, la causa de las pesadillas de

origen traumático. Galdós tiene una clara intuición del fenómeno cuando dice

al principio del capítulo siguiente:

«Como subsiste indeleble hasta la vejez la señal de la viruela en los que han

padecido de esta cruel enfermedad, así subsistió en la complexión psicológica

del Angel Guerra la huella de aquel inmenso trastorno. Siempre que se destemplaba

moralmente, confundiéndose en su naturaleza el acibar de una pesadumbre

con el amargor de la bilis, y se acostaba caviloso y algo febril, despuntaba

en su cerebro la terrible página histórica alterada quizá conforme a la ley del

tiempo ... »11.

En una revisión de su teoría del sueño, Freud admite que los traumas pueden

provocar pesadillas que se repiten idénticas, como se observó durante la primera

guerra mundial. En la neurosis traumática el sujeto se encontró sin defensa frente

a unas impresiones imposibles de entender y de simbolizar, y que amenazaron

la integridad de su yo. Para compensar esta falta de integración de las escenas

demasiado fuertes, repite en sueños la imagen traumatizante, tratando así de

reparar el daño sufrido. No es el sueño en este caso una realización de placer,

sino una tentativa para suscitar la angustia que permite escapar al dominio de la

excitación demasiado fuerte. La ausencia de esta angustia fue la causa de la falta

de defensas psíquicas frente al peligro; restaurándola el individuo en la neurosis

traumática trata de defenderse a posteriori y, gracias a la repetición, de volver a

encontrar su identidad, lo que provoca placer12 •

En el caso de Angel Guerra, tenemos la descripción de una neurosis de este

tipo con sus pesadillas repetitivas. El trauma proviene del espectáculo del fusilamiento

en edad demasiado temprana. Aquí Galdós se dio cuenta de que no era

posible la hipótesis de un· trauma en la edad varonil; por eso la situó lo más

temprano posible en la vida de su héroe, pero, como tenía que respetar exigencias

de realismo, adoptó una solución mediana situando la escena en la edad del

pavo. Antes, su madre no lo hubiera dejado salir solo en un día tan turbado.

También fue muy atinada la elección del momento en que evoca las pesadillas

de Angel. Consideraciones de orden estético relacionadas con el equilibrio

general de la obra desempeñaron sin duda un papel importante, pero podemos

admirar la conformidad de la descripción de Galdós con las observaciones clínicas.

Las pesadillas traumáticas no se verifican en caso de enfermedad somática

13. La grave herida del principio provoca fiebre y alucinaciones pero nada

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más. Las pesadillas vuelven a aparecer cuando Angel está curado físicamente,

pero angustiado por la idea de enfrentarse con su madre.

En la evocación de las pesadillas, el fusilamiento de los sargentos es el

pasaje más extenso y más interesante. Recuerdos literarios inspiran manifiestamente

a Galdós al principio de la narración en que notamos varios elementos

costumbristas. El pueblo, los personajes anónimos y genéricos que centran la

atención, la evocación del ruido y del desorden, hacen pensar en El reo de

muerte de Larra. El párrafo, bastante corto, sirve para ambientar la escena.

Evoca el ruido, la confusión provocada por el miedo y el deseo de ver lo que

va a provocar gusto y espanto. Galdós es muy explícito a este respecto tanto

en la novela como en el episodio: lo más importante es la curiosidad del pueblo,

o la de Guerra, que revela un intenso deseo de ver lo prohibido. El párrafo

no es sólo'pintoresco; plantea el cuadro material y moral. Los soldados prohíben

el paso, y Galdós respetó la prohibición como la respetan los personajes

de La de los tristes destinos; pero Angel infringe la ley, lo que se traduce

materialmente por su «infiltración» al lado de las mujeres «más intrépidas que

los hombres» y de los chiquillos «que se filtran por todas partes»14.

El cuadro formado por los soldados para contener a los curiosos delimita

un espacio en el cual va a representarse una escena trágica. Límite entre lo

simbólico, lo imaginario y lo real, entre el fantasma y su traducción artística.

En efecto lo que se representa no existió nunca para Galdós en la realidad,

vuelve a crear la realidad prohibida de la escena de una ejecución, transformándola

en ejecución de una escena. Aquí el autor expresa de manera evidente

una serie de fantasmas personales que se representan en el espacio a la vez

imaginario y simbólico del cuadro.

La palabra «cuadro» aparece tres veces en la redacción definitiva, cinco en

las galeradas. Una repetición tan extraordinaria notada por el mismo Galdós,

tiene una significación compleja. La simbolización de la autoridad y de la

prohibición es evidente, y las galeradas nos confirman que se trata de un límite

que no hay que rebasar 15 . Al mismo tiempo podemos considerar que se trata

de un lapso. Galdós estaba sin duda pensando en un cuadro de pintura cuando

compuso la página. El procedimiento es muy frecuente en la obra de don Benito;

le gusta delimitar los contornos de lo que inventa transmitiendo al lector

una imagen precisa para evocar una escena o un personaje, y conocido es su

gusto por la pintura. Aquí, varias obras le sirvieron para dar forma a la escena.

Se nota primero una influencia de el fusilamiento de Torrijas por Antonio Gisbert16,

en el cual se ve un grupo de liberales que van a ser fusilados. Los

- soldados vestidos de azul esperan en dos filas en el segundo plano, mientras

que los hermanos de la paz y Caridad ayudan a los reos. Uno les lee un breviario,

otros les vendan los ojos a los que no quieren ver. A la izquierda dos reos

están de rodillas, los demás de pie; algunos miran, otros cierran los ojos. El

pasaje correspondiente en nuestro texto me parece ser éste:

« ... miró a los sargentos que eran colocados en fila por los ayudantes, como a un

metro de la tapia ... Unos de rodillas, otros en pie ... El que quería mirar para

adelante, miraba, y el que tenía miedo volvía la cara hacia la pared ... Un cura

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les dijo algo y se retiró ... Inmediatamente las dos filas de tropa que habían de

matar avanzaron ... ».

Luego utiliza elementos del célebre cuadro de Goya, El tres de mayo, que

representa los fusilamientos de la Moncloa.

«La primera fila se puso de rodillas, la segunda continuaba en pie».

La frase corresponde con la situación del cuadro en el que se fusila a los

condenados delante de una tapia. Luego aparecen «los charcos de sangre» y

sobre todo un hombre demente, cuya descripción corresponde con el personaje

central del cuadro, vestido con camisa blanca y pantalón amarillo.

«El desconocido que parecía demente salió otra vez de entre los escombros,

los ojos desencajados, los cabellos literalmente derechos sobre el cráneo. Por

primera y última vez en su vida observó Guerra que la frase de.l cabello erizado

no es vana figura retórica. La cabeza de aquel hombre era como un escobillón;

su rostro, una máscara griega contraída por la mueca del espanto ... »17.

Este personaje extraño no es víctima, sino testigo de la escena, como Guerrita.

Como él, subió a un árbol seco de un modo totalmente inverosímil

«como si de entre las piedras y el cascote saliera»18.

A partir de este momento, alternan pasajes casi fantásticos con otros más

realistas. Guerra se cuela «sin darse cuenta del procedimiento, por entre los

caballos, por entre las piernas, por entre los fusiles. Sentíase más delgado que

un papel, y tan difuso como el aire»19. Luego abundan las frases introducidas

por «como si»; el verbo «parecer» se repite varias veces. La escena se transforma

en narración onírica con los cuerpos que caen

«en extrañas posturas y con un golpe sordo, como de fardos repletos arrojados

desde gran altura» 20 •

Este detalle relaciona la escena con una pesadilla de Guera en la que cree

que cae del quinto piso de una casa en construcción. Se opone a la subida al

arbolillo en el cual se encarama con el loco desconocido. Luego este personaje

desaparece misteriosamente como en un sueño.

«Echóse a llorar, quiso rugir también como el desconocido energúmeno, a

quien no volvió a ver, por más que le buscaba en el rimero de cascote con

espantados ojos. Podría creerse que se había escurrido entre las piedras»21.

Asistimos a un desplazamiento total de la atención desde los reos hacia el

loco que acaba polarizando el miedo de Angel.

«Uno de los pormenores que con mayor viveza persistían en su mente era el

del hombre aquel desconocido, con cara de mascarón griego y cabellos como

púas. En ninguna ocasión de su vida, volvió a ver a semejante sujeto, por lo cual

llegó a sospechar que carecía de existencia real, que era ficción de su mente, y

forma objetiva que tomó su terror en aquel momento que jamás olvidaría aunque

mil años viviera»22.

Galdós nos da así la clave de la página. Este personaje casi totalmente

inventado por él, por lo menos totalmente imaginario, concretiza su terror, a

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causa de su cabello erizado. Estos detalles permiten esbozar una interpretación

de tipo psicoanalítico que me propongo desarrollar en un trabajo ulterior. Lo

que provoca terror, sólo puede ser el espectáculo prohibido, pero deseado con

ardiente curiosidad, de «la escena» por excelencia, es decir de la escena primitiva,

asimilada a una ejecución. Escena incomprensible, traumatizan te y que

necesita ser simbolizada gracias a una puesta en escena delimitada dentro de

un marco preciso que corresponde con el espacio del sueño y el espacio del

lienzo en que ciertos elementos de la narración fueron ya elaborados. El cabello

erizado que centraliza el pavor es símbolo de la erección; la comparación

con un escobillón es explícita a este respecto. Las sábanas blancas que aparecen

al final para cubrir los cuerpos, «las piernas por el aire» son otros tantos detalles

que confirman nuestra interpretación.

Ahora se entiende por qué la escena no vista por el autor suscita tanto

pavor y tanta culpabilidad. Guerra no tenía derecho de asistir, y desobedeció,

penetrando además dentro del espacio rectangular, colándose en la escena en

la cual llega a participar como testigo. No satisface sólo una ardiente curiosidad;

la subida al arbolillo simboliza sin duda también el coito. El hecho de que

su madre lo reciba después con amor y de que la narración preceda a la muerte

de doña Sales indica claramente la identidad del objeto deseado.

La oscuridad del pasaje viene de la superposición de la satisfacción de varios

deseos diferentes: ver la escena, participar en ella, poseer a la madre, a los

cuales podemos añadir, matar al padre o al hermano, ya que eran Sebastián

Pérez e Ignacio Pérez Galdós militares. El muchacho quiere imitar a los mayores,

quiere rugir como el energúmeno, competir con sus hermanos, corriendo

así un riesgo mortal.

Varias veces la evocación parece inmovilizarse, cuajar en imágenes mudas.

Reina «un silencio de agonía», los cuerpos caen con un golpe sordo, o el héroe se

queda sin movimiento, como paralizado, fascinado por el espectáculo y el hombre

desconocido. El grito que vuelve a dar vida y rasga el silencio es un detalle importante

que aparece también en La de los tristes destinos. Puede ser un grito de

dolor o de placer, el grito que precede a la reaparición del lenguaje, del símbolo,

aceptación o simbolización del nacimiento, de la separación y de la muerte.

El intenso sentimiento de culpabilidad aparece cada vez que Angel Guerra sueña,

mezclando éste los sucesos del 19 de septiembre con los del 22 de junio. En las

galeradas podemos leer, de una manera que pareció demasiada explícita al autor:

«tuvo la siniestra visión (con la particularidad de que con ella se mezclaba la de

los degradantes sucesos del 19 de septiembre, sintiendo por uno y otro acto que

se avivaba su responsabilidad de revolucionario»).

Se trata evidentemente de la responsabilidad o de la culpabilidad del autor

identificado en parte con su héroe. Guerra se siente culpable por haberse rebelado

contra el poder, encamado en los dos casos por una mujer, Isabel y María

Cristina, que representan sin duda a la reina madre que fue Dolores Galdós.

La situación de los niños corresponde con la de los revolucionarios, como lo

vemos en las galeradas:

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«Ya habían concluido los exámenes (y así los triunfadores corno los que se quedaron

para septiembre )23.

Junio y septiembre, época de los exámenes, corresponden con las dos intentonas

íntimamente ligadas en la historia del personaje, como en la de la nación.

Don Benito establece aquí una red compleja de significantes que se cruzan y

sobreponen en una madeja que podríamos desenmarañar al infinito. La riqueza

del pasaje proviene de la complejidad de las asociaciones entre elementos pertenecientes

a registros diferentes. Galdós llega a delimitar un espacio imaginario

y simbólico en el cual vuelve a crear el suceso histórico a base de recuerdos

históricos, artísticos, de fantasmas personales, de sueños. No es un mero testigo

del suceso que le sirve de base, vuelve a elaborarlo para plasmar así lo

inaudito de su deseo, dando luz a una obra desconcertante que él mismo calificó

de laberíntica24

NOTAS

1 J. GIMÉNEZ CASALDUERO, «Los dos desenlaces de La Fontana de Oro: origen y significado,

Anales Galdosianos, Anejo, 1978, pp. 60-6I.

2 Memorias de un desmemoriado, Madrid, Aguilar, op. cit., T. 3, 1970, p. 143I.

3 L. ANTÓN DEL OLMET Y A. GARCÍA CARRAFA, Nuestros grandes españoles, T. 1, Galdós,

Madrid, Pueyo, 1912, p. 30.

4 Angel Guerra, ed. Aguilar, Madrid, 1970, op. cit., Novelas, t. 3, parte 1, cap. 111, V. Todas

las citas de Angel Guerra contenidas en este artículo provienen de esta edición.

5 Expresión del mismo Galdós. Véase nota 1I.

6 No precisa el año en la novela. Se refiere a la tentativa de Villacampa del 19 de septiembre

de 1886, como intenté mostrarlo en un artículo que será publicado este año en Iberica, revista del

Instituto Hispánico de Paris IV Sorbonne.

7 Angel Guerra, p. 50.

8 Robert J. Weber escribe en su introducción a la edición crítica de Miau, Madrid, Guadarrama,

1982, p. 11:

«Al principio sus palabras tienen un tono humorístico, pero hay un cambio gradual a un tono

más serio a medida que Galdós relaciona el juego de los niños con el tema de la revolución».

Cita a continuación un pasaje de Miau que puede servir de comentario al principio de la evocación

del suceso histórico en Angel Guerra:

«Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones,

es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete

de la disciplina escolar y echarse a la calle saltando y piando. La furia insana con que se lanzan a

los más arriesgados ejercicios de volante ría , los estropicios que suelen causar a algún pacífico

transeúnte, el delirio de la autonomía individual que a veces acaba a porrazos, lágrimas y cardenales,

parecen bosquejo de los revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los hombres

». Id.

9 Angel Guerra, p. 50.

10 La de los tristes destinos, op. cit., Episodios Nacionales, Madrid, Aguilar, T. 4, 1974, p. 12I.

11 Angel Guerra, p. sI.

12 Véase Jenseits des Lustprincips, trad. francesa del Dr. Hénard, Paris, Payot, Pe tite bibliotheque,

1972, cap. IV, pp. 38-40.

13 Op. cit., p. 4I.

14 Angel Guerra, p. 50.

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15 «En el límite superior del cuadro» en vez de «en el extremo superior del cuadro» en la

redacción definitiva.

16 Antonio Gisbert (1835-1902) presentó este cuadro en la exposición universal de Paris de

1889. Es muy probable que Galdós la viera como la Pardo Bazán. Véase a este propósito la carta

que doña Emilia le escribe desde París después de su salida en Cartas a Galdós de Emilia Pardo

Bazán, edición de Carmen Bravo Villasante, Tumer, Madrid, 1978, p. 16.

17 Angel Guerra, p. 51.

18 Op. cit., p. 50.

19 Id.

20 Id.

21 Op. cit., p. 51.

22 Id.

23 La parte tachada en las galeradas va entre paréntesis.

24 En una carta a José Yxart (16 de mayo de 1891) escribe: « ... le mandaré el tomo tercero

indispensable para formar juicio de esta endiablada, compleja y laberíntica obra».

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