LA DESHEREDADA EN LA NOVELA

Leonardo Romero Tobar

Universidad de Zaragoza

La novela que Galdós publicó en 1881 con el título de La desheredada es

un estímulo de primer orden para los estudiosos de su obra narrativa. Ya sea

por las viJitualidades artísticas del texto, ya por el significativo lugar que ocupa

en la trayectoria de su autor!, la crítica de los últimos años ha acumulado un

abundante y valioso material interpretativo de la novela que ilumina los repliegues

de este texto primordial en la historia de la novela española contemporánea2•

Contrasta esta atención crítica con la escasa curiosidad que despertó entre

los receptores inmediatos a la publicación de la obra3• Y, sin embargo, las

penetrantes páginas que «Clarín» dedicó a la novela de su admirado amigo

sintetizan válidamente los más significativos perfiles de La desheredada.

Después de unos párrafos en los que el crítico asturiano comentaba el panorama

de la novela del momento, tipificaba los hallazgos de la nueva obra de

Galdós en estos datos: «Galdós ha llevado la acción de su novela a la vida de

las clases bajas de nuestro pueblo», aunque lo que evita el novelista sea «manchar

las páginas de su libro con palabras indecorosas»; señala seguidamente

como procedimientos narrativos magistralmente desarrollados en la novela «el

arte del diálogo» y lo que al modo de Zola - y de las tendencias generales de

la prosa de la segunda mitad del siglo, añadimos por nuestra cuenta- enuncia

agudamente como el «subterráneo hablar de una conciencia», y, concluye, elogiando

como otro acierto, el que «la acción de esta novela no se complica y

desenlaza; la vida de Isidora, como la de don Quijote, como la de Gil de BIas,

no depende de una de esas crisis providenciales del teatro, en que bastan veinticuatro

horas, una sala decentemente amueblada y cuatro personajes, para

resolver, en una especie de microcosmos, del destino del protagonista y de

cuanto el autor criÓ»4. Admítase la extensión de la conocida crítica clariniana,

no tanto por la autoridad de su autor como, según he indicado, por la agudeza

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con que plantea los rasgos característicos de la obra comentada y que marcarán

cauce para la «segunda manera» de nuestro novelista.

Añadiré, por mi cuenta, algunas notículas complementarias a la exégesis

clariniana, lo que me permitirá llegar al planteamiento de la cuestión que me

interesa considerar en este trabajo.

El «difícil arte de hacer hablar a cada cual como debe» - Clarín dixittiene

en La desheredada pruebas de diversa entidad. La novela galdosiana documenta

las curiosidades científico-naturales del escritor, registra nuevos usos

léxicos en el español de la época - repárese en la adivinadora utilización del

t4rmino esperpento5 o en la reiteración del definidor apelativo cursi6-, revela

la capacidad de observación lingüística del escritor -pérdida de la interdental

fricativa sonora, yeísmo de las hablas populares madrileñas, empleo del tuteo

en las situaciones comunicativas de intimidad -, y, lo que resulta más productivo

a efectos de la conformación estructural de la obra, despliega dos registros

expresivos distintos en el comportamiento verbal de Isidora Rufete: habla cuidada

y un punto redicha -entre sus adquisiciones bibliográficas figuraba un

Diccionario de la lengua - mientras mantiene la convicción de elevado origen

social; verbalización chulesca y avulgarada en el momento en que ha perdido

sus ilusiones. Es un hecho distintivo que la misma Isidora admite ante una

interpelación de Augusto Miquis: «Yo misma conozco que soy otra, porque

cuando perdí la idea que me hacía ser señora, me dio tal rabia, que dije: Ya

no necesito para nada la dignidad y la vergüenza. ¿Te enteras? .. »7.

Menéndez Pelayo aludía, en 1897, a la «peregrina aptitud [de Galdós] para

sorprender el íntimo sentido e interpretar las ocultas relaciones de las cosas»8.

Esta facultad del novelista -documentada desde La Fontana de Oro, cuyo

capítulo VII se titula adivinadoramente «La voz interior» - ha sido objeto de

abundantísimas consideraciones críticas de las que aquí hago gracia. En el complejo

edificio de la construcción lingüística de tantas voces interiores que suenan

en el universo galdosiano, nuestra novela ocupa un lugar destacadísimo.

No repetiré ahora lo que estudiosos más autorizados han observado sobre este

aspecto fundamental en la modernidad narrativa de Galdós. Solamente señalaré

dos pasajes en los que encuentro hallazgos propios de las Gestaltheorie o la

asombrosa explicación de los efectos turbadores que ejerce sobre el curso te mporalla

proyección de la durée vivida por una conciencia en ebullición:

«Constantemente se agitaba Rufete en un ángulo del patio, tribuna de sus discursos,

trono de su poder. La pared remedaba las murallas egipcias, porque el yeso

cayéndose, y la lluvia, manchando, habían bosquejado allí mil figuras fantásticas

»9.

«Miraba la hora en los relojes de las tiendas y tabernas. Unos marcaban ya las

cuatro; otros, las cuatro menos diez. Nueva confusión. El tiempo estaba también

turbado. No sabía si apresurarse o detenerse. No quería llegar ni antes ni después

de la hora» 10.

La «sencillez de la acción» y la sustitución de «las reflexiones que el autor

suele hacer» de que también hablaba «Clarín», en la reseña que sirve de guía,

están en estrecha dependencia del debatido «naturalismo» español de los años

198

ochenta. Hoy sabemos que ambas marcas, más que rasgos de escuela literaria

son convincentes manifestaciones del proceso evolutivo del género novelesco y

que tanto Galdós como «Clarín» supieron interpretar en la teoría y en la práctica.

La afirmación que acabo de formular será in discutida para el creador de

Ana Ozores, quizás no lo sea de manera absoluta para el novelista canario. Y,

precisamente, al establecer una confrontación con el repertorio de ideas críticas

recibidas estoy en condiciones de formular mi contribución.

Suele repetirse que la teoría novelesca de Galdós no se formula sino en

contadas ocasiones y más bien referida a los contenidos sociales que a otros

aspectos más complejos de la naturaleza del género novelesco. Los textos exhumados

y comentados por Shoemakerll corrigen parcialmente apreciación tan

restringida. Pero, además de las asistemáticas ideas poéticas explícitas que don

Benito fue enunciando a lo largo de prolongada trayectoria de escritor, en las

propias novelas se manifiestan sólidas ideaciones sobre la esencia y función de

la novela, algo que nos muestra la poderosa inteligencia del artista reflexivo

que fue nuestro autor y, de modo singular, en los años cruciales en los que

deliberadamente buscó otras maneras para su arte de novelar.

Con la indeterminación propia del léxico literario de la época -en unos

momentos, el «autor», en otros el «narrador»- Galdós alude expresamente en

diversos momentos al narrador de La desheradada y a su función de transmisor

de noticias que le vienen de su amigo Miquis o de los informes escritos consignados

por don José Relimpio. Esta fórmula de modalización narrativa, con su

prestigio cervantino, viene a garantizar la veracidad de una historia que para el

narrador tiene límites acotados. Veracidad del material narrativo y eclipse de

la omnipotencia del narrador omnisciente eran dos postulados imprescindibles

en el programa de trabajo de la novela naturalista a los que el escritor rinde

tributo. Los referentes inmediatos de la realidad observada por Galdós pasan

a la novela a través del filtro introducido por el propio narrador; es recurso

que salva el decoro, pero, al mismo tiempo, es fórmula que transparenta el

modus scribendi y la teoría novelística del autor. Un comentario del narrador

explicita lo dicho:

«Conocido de todo Madrid, este tipo [Gaitica] ha venido a nuestra narración por

la propia fuerza de la realidad. El narrador no ha hecho más que limpiar todo lo

posible su lenguaje, al transcribirlo, barriendo con la pluma tanta grosería y

bestialidad, para no dejar sino la escoria absolutamente precisa»12.

«Novela» en la novela.

En varias novelas de los años ochenta Galdós presenta a personajes que

hablan de novela de folletín o de novela pura y simple. Sumamente pertinentes

a este respecto son los capítulos finales de El Doctor Centeno y Fortunata y

Jacinta y el capítulo inicial de Tormento. En esta última y en El Doctor Centeno

dialogan Felipe Centeno e Ido del Sagrario sobre las disparatadas novelas de

aventuras folletinescas. En otro lugar he considerado la ambivalente actitud

del escritor ante una especie del relato moderno que le repele y a la que acude

en muchas ocasiones 13, Y Robert Ricard ha comentado con agudeza el sentido

superficial y profundo que tienen ambos diálogos. El coloquio, camino del

199

cementerio, que mantienen Centeno e Ido se corresponde formalmente con la

conversación que, en idéntico trance, mantiene Ballester y Ponce en el cierre

conclusivo de Fortunata y Jacinta. Estos últimos personajes son menos precisos

en su referencia a modelos narrativos determinados; por contra, desvelan más

nítidamente el fondo del problema debatido en los diálogos de tema folletinesco.

Se trate de disparatados relatos de aventuras seudohistóricas o de los accidentes

biográficos de Fortunata Izquierdo, el problema artístico será siempre

el mismo: o la novela es un documento o la novela es un monumento. En

Fortunata y Jacinta una imagen de hechura gastronómica sintetiza la dicotomía:

«y resultando al fin que la fruta cruda bien madura es cosa buena, y que también

lo son compotas, si el repostero sabe lo que trae entre manos»14.

Las desatinadas peripecias folletinescas constituyen objetos opuestos por el

vértice a los inquietantes y reales problemas que aquejan a las gentes que viven

en tomo al escritor. Además la construcción redonda de una trama de aventuras,

al gusto de la novela popular, cerraban en un fanal inaccesible los palpitantes

fragmentos de existencia cotidiana que ofrecían las novelas más innovadoras

a la altura de 1881. Tan deficitarios balances folletinescos para el proyecto de

trabajo de un novelista que pretende representar la «sociedad presente como

materia novelable», no le impedían, con todo, adivinar las posibilidades de

encantamiento y sugestión que encerraban los relatos disparatados del folletín.

En los primeros años de su actividad literaria había manifestado estas contradicciones

en artículos críticos, por una parte, y además en la estructura folletinesca

de las primeras series de los Episodios Nacionales; pero, al llegar la

«segunda manera» no se olvida tampoco de la pungente dicotomía. Y La desheredada

es magnífico terreno de prueba para este debate.

En nuestra obra el término novela y otros derivados de la familia son muy

abundantes. Cuando la palabra es empleada por Isidora (aun teniendo en cuenta

la construcción irónica del lenguaje galdosiano que ha señalado Diane Urey

y la doble dimensión del personaje que tantos comentaristas han recordado) el

valor es positivo. La palabra significa la única fuente de lectura del conmovedor

personaje y de quien el lector sólo conoce otros dos posibles viáticos intelectuales

en letra impresa: los Girondinos que le había enviado Miquis a la

cárcel y el plausible texto, devoto más que virgiliano, al que alude el personaje

en réplica a su hermano Mariano: «yo he leído que los soberbios serán humillados

y los humildes ensalzados» 15 . Las heroínas de los folletines arquetípicos

son el estímulo de su convicción aristocrática: «¡Yo he leído mi propia historia

tantas veces ... !, y diciendo esto se le representaron en la imaginación figuras y

tipos interesantísimos que en novelas había leído» ( ... ). Cuando adquiere libros

sólo compra novelas, del mismo modo que su tío Quijano-Quijada había pasado

más de treinta años de su vida dedicado «a la caza, a la gastronomía y a la

lectura de novelas».

Desde otro ángulo de valoración, el rechazo de las novelas como fábrica de

insensateces e irrealidad está expresado por primera vez y de forma contundente

por Encarnación Guillén, la Sanguijuelera; «me parece que tú te has hartado

de leer esos librotes que llaman novelas»16. Y a partir de ese punto, los delirios

del canónigo manchego son novelas para don Manuel Pez, la pretensión de

200

Isidora son «farsas estudiadas o capítulos de novelas», el aturdimiento de la

muchacha en sus prácticas religiosas es «pura novelería» y, como resume Joaquín

Pez, «los novelistas han introducido en la Sociedad multitud de ideas

erróneas. Son los falsificadores de la vida, y por esto deberían ir todos a presidio

». A este lugar irá, en la verdad de la ficción, la falsificadora de su propia

vida que es Isidora Rufete.

«Novela», pues, en el texto tiene una duplicidad significativa connotada de

forma positiva en unos casos y de forma negativa en otros, del mismo modo

que en los diálogos de Centeno e Ido o de Ballester y Ponce se contraponía la

grosera realidad aprensible por la experiencia sensorial y la realidad inventada

y autónoma que se clausura en su propio discurso.

Sobre esta dicotomía conceptual Galdós construyó una realidad autónoma

a la que él llamó y nosotros seguimos llamando novela; una novela que se abre

con referencia al «Final de otra novela», título del primer capítulo de la parte

primera, y título ambiguo por demás, que tanto se refiere al final de la existencia

de Tomás Rufete como a la novela real de otra vida humana que se inicia

en el capítulo segundo de La desheredada.

Pero si la noción «novela» remite a las formas narrativas del folletín, al

documento vivo que es la «tranche de vie» de los naturalistas y a la idea cervantina

asumida por Galdós de que la vida es ficción y la ficción es vida, también

la presencia de la palabra conlleva la conexión con el universo autónomo de la

Literatura y de los otros géneros literarios.

Novela y otros géneros

La huella de citas literarias conforman un primer entramado en el microtexto

de La desheredada. El lector no oye los pregones del amanecer madrileño

que percibe Isidora en su insomnio cincuenta y tantos, pero sí recibe certezas

sobre la vigencia de formas de literatura popular, tales como romances de

ciego y las candorosas aleluyas propagandísticas que se recuerdan en el entorno

del tipógrafo catalán. En la clave culta cruzan algunas alusiones antidrásticas

de Otelol7, de un conocido verso de Miguel de los Santos Alvarez e, incluso,

me atrevo a leer, de las canciones esproncedianas El reo de muerte y El verdugol8.

Los ecos verbales y las construcciones cervantinas -del Quijote, de Rinconete

y Cortadillo para el apunte de costumbrismo exento que es el capítulo

«¡Hombres!»- son, por supuesto, tan abundantes como en las otras novelas

de nuestro autor.

Siendo esto importante, creo que es mucho más productivo en la estructura

general de la novela el experimento con otros géneros literarios al que Galdós

echa mano, en búsqueda de una «nueva manera» para la que, además, estos

experimentos ya tenían antecedentes en su propia obra.

Cuatro géneros distintos son, en mi opinión, los que se entrelazan con el

discurso narrativo del macro-texto: la gacetilla periodística, el sermón eclesiástico,

las cartas y el diálogo.

Sobre la primera forma -presentada a modo de anales en el capítuloprimero

de la parte segunda, «Efemérides» - no puedo hacer un análisis deta-

201

lIado sin ponerlo en relación con algunos fragmentos de los Episodios en que

Galdós acude a parecido recurso. Se trata de una modalidad situada en los

arrabales de la literatura -el periodismo- a pesar del pretencioso prestigio

con que pretende ampararse al acudir a un marbete de raigambre en la tradición

historiográfica.

Reparemos en que la fórmula paródica del sermón eclesiástico que leemos

en el capítulo XII de la primera parte -«Los Peces»- se ajusta a las divisiones

fijadas para el caso en las venerables artes praedicandi. El prothema, o cita

escriturística, fija el thema de la predicación, que tendrá, a su vez, su thematis

divisio en tres apartados -señalados tipográfica y retóricamente con apelaciones

a los oyentes, «amados hermanos míos»- y una conclusio que, irónicamente,

desplaza la atención de los feligreses al siguiente capítulo. No ahorra el

predicador los exempla -apuntes sobre miembros de la familia Pez-, las citas

de autoridad, las explanaciones con los ejemplos del «santo del día» y los

«exempla sensibilia ... animalium sive aliorum», y que son nada menos que la

historia natural de los Peces, anfibios de todas las situaciones y estados posibles

de la administración española 19.

Las cartas y los diálogos, presentados a modo de intervenciones escénicas,

son recursos característicos de las novelas galdosianas, singularmente los segundos,

que llegaron a generar una modalidad especial configurada en sus cinco

novelas dialogadas20 • La gravitación de estas formas literarias en el mundo

novelesco galdosiano es un fenómeno recurrente que, recuérdese lo muy conocido,

llegaron a articular cada una de ellas el pequeño ciclo que forman La

Incógnita -cartas- y Realidad -diálogo-.

El análisis de las formas epistolares y de sus diversas funciones en el conjunto

de la obra novelesca galdosiana es tema que no puedo abordar por extenso

en estas páginas, de igual modo que no me resulta hacedero, en los límites de

esta comunicación, puntualizar sobre las abundantes secuencias dialogadas en

las novelas de nuestro autor. Quede la advertencia de que ambas formas genéricas

fueron manifestaciones prototípicas de las literaturas renacentistas europeas

y que su vigencia canónica como formas de expresión literaria alcanzaba

aún a los tratados de preceptiva literaria que el estudiante canario manejó en

su etapa escolar. Prueba incontestable de lo dicho es el primer empleo cronológico

que hace Galdós del modelo dialogal. En Un faccioso más y algunos frailes

menos (1879) un joven estudiante de los Reales Estudios, aterrorizado testigo

de las vesanias de las turbas en las matanzas de frailes de 1834, -mantiene un

macarrónico diálogo latino con otro colegial que el narrador explica en referencia

a las enseñanzas humanísticas vigentes en la España en los inicios de la

explosión romántica (véase el capítulo XXIV de la citada novela).

Los géneros literarios a que he eludido, y que, desde otras perspectivas,

deparan pautas inéditas de escritura en la novela española contemporánea, son

indicios suficientes de la instalación de La desheredada en el territorio autónomo

de la Literatura, por supuesto, de los autores y los géneros que Galdós

mejor conocía -el periodismo y la oratoria modernos, los diálogos y cartas de

la tradición latinista - y sobre los que su magistral capacidad creadora proyectó

un efeto de innovación desautomatizadora.

202

Las novedades que ofrece la novela de Isidora Rufete están en la historia

de la narrativa contemporánea; traen al lector un corte palpitante de una tensa

vida humana sobre la que mucho más tarde (en Torquemada en la hoguera)

volverá Galdós de forma elusiva. Pero, al mismo tiempo, las novedades de La

desheredada, son historia de la literatura en cuanto que el autor incorpora a su

texto secuencias que proceden de otros géneros literarios y que acierta con esta

confluencia de intertextualidades. Para el específico mundo que es la ficción

moderna valen muchos elementos de los géneros antiguos. Entre verosimilitud

y escritura desaforada se situaba la poética explícita de los capítulos dialogales

que veíamos anteriormente. Entre tradición de géneros literarios y desautomatización

de las formas canonizadas se escribe la poética implícita de La desheredada

cuyo análisis me he limitado a esbozar. Innovación creativa sobre las

formas y los pensares literarios de la más venerable antigüedad: esta es la otra

cara de la «segunda manera» galdosiana.

Diré, para concluir, que -y agudamente se ha hecho notar por los comentaristas-

en La desheredada ningún elemento, por modesto que sea, es impertinente

a la hora de tener su correspondencia en la estructura de la novela.

Desde las líneas generales de la composición del texto hasta las imágenes y

motivos de menor entidad van entrelazando sus relaciones en un despliegue de

múltiples recurrencias que puede y debe ampliarse al conjunto novelístico de

nuestro autor. Entre estos elementos menores de recurrencia quiero subrayar

uno que hasta ahora, según mis noticias, no ha sido advertido.

La caída de la protagonista -que ya prefiguraba Tomás Rufete en el primer

capítulo de la novela - se manifiesta irreversible a partir de la metamorfosis

de su comportamiento lingüístico que tiene raíz en su relación con «Gaitica

». Según la irónica modalización del narrador éste «era persona notable y

acaudalada, hombre de gran mérito, que todo se lo debía a sí mismo, pues,

abandonado de sus nobles padres y desheredado por sus nobilísimos abuelos

(¡miserias y bribonadas del mundo y de la ley!), había tenido que crearse una

posición con su ingenio y su trabajo»21. «Gaitica», desheredado por antífrasis,

como Isidora, desheredada por las circunstancias y por su propia voluntad de

soñar e imaginar. El desheredado y la desheredada son dos elementos correlativos

en el proceso de ironización lingüística que el narrador detiene en un punto

en el que el caso humano de la protagonista ha agotado su potencia de imaginar.

Con esta caída de Isidora en los viscosos márgenes de la sociedad concluye

«esta historia de verdad y análisis» que tantas posibilidades sobre el taller artístico

de su autor nos depara.

203

NOTAS

1 «Efectivamente, yo he querido en esta obra entrar por nuevo camino e inaugurar mi segunda

o tercera manera, como se dice de los pintores», son las palabras memorables de Galdós en su

respuesta a la carta de elogio para La desheredada que le había remitido Giner de los Ríos. La

carta de don Benito fue publicada por M. BARTOLOMÉ CossíO, Galdós y Giner. Una carta de

Galdós, «La Lectura», XX (marzo, 1920) 254-58. SHOEMAKER publicó la carta de Giner en su

trabajo Sol y sombra de Giner en Galdós, «Homenaje a Rodríguez-Moñino», Madrid, 11, 1966,

213-23. Para las relaciones entre los dos personajes: Ch. H. BERKOWITZ, Galdós and Giner a

literary Friendship, «Spanish Review», I (1934), 64-8. Shoemaker elabora, en el citado trabajo,

una hipótesis curiosa sobre el lugar que ocupa La desheredada entre las novelas de tesis y las que

vinieron más tarde; sobre estas cuestiones: G. DE TORRE, Nueva estimativa de las novelas de

Galdós, «Cursos y Conferencias», Buenos Aires, 24 (1943-44), 25-32; J. BLANQUAT, Le naturalisme

espagnol en 1882: El amigo Manso de Galdós, BHi, 64 bis (1962),318-35; G. A. DAVIS, Galdós el

amigo Manso, An Experiment in didactic Method, BHS, 39 (1962), 16-30.

2 Los estudiosos han abordado distintos aspectos de esta novela como son su posible fondo

krausista, la perspectiva histórica y social que sugiere la novela, su inserción en el marco del

naturalismo, la compleja significación de la figura de Isidora, los decisivos aportes del diálogo

teatral y el estilo indirecto libre, la presencia de la mitología clásica o de los motivos musicales. G.

GULLóN, Originalidad y sentido de La desheredada, AG, XVII (1982), 39-54, hace atinadas observaciones

sobre varios de estos tópicos críticos y puntualiza sobre los estudios de Robert H. Russell,

Monroe Hafter, Marie Claire Petit, Edmonn Rodgers, Jennifer Lowe, Frank Durand, M. Gordon,

Martha Krow-Lucal, Claire-Nicole Robin, Antonio Ruiz Salvador, Kay Engler y Francisco García

Sarriá. A estos trabajos deben sumarse: R. RICARD, La Desheredada (1881) et l'oeuvre romanesque

de Galdós, «Aspects de Galdós», Paris, P.U.F., 1963,21-43; CH. C. WRIGHT, The Representational

Qualities os Isidora Rufete's House and her son Riquín in Benito Pérez Galdós'Novel La

Desheredada, RFo, 83 (1971); J. H. HODDIE, The Genesis of La Desheredada: Beethoven, the

Picaresque and Plato, AG, XIV (1979), 27-50; J. M. CABANYI, The Political Significance of La

Desheredada, AG, XIV (1979), 51-8; B. J. DENDLE, On the supposed Naturalism of Galdós La

Desheredada, «Papers on Romance Literary Relations», ed. H. Chapman Jr., Pennsylvania State

University, 1980; B. J. DENDLE, Isidora, the Mantillas blancas and the attempted assassination of

Alfonso XII, AG, XVII (1982),51-4. Téngase en cuenta además las aportaciones contenidas en los

libros de Casalduero, Ricardo Gullón y Montesinos.

3 L. ALFONSO, La Epoca, 7-XI-1881; J. ALCÁZAR HERNÁNDEZ, Del Naturalismo en nuestra

novela contemporánea, «Revista de España», (1882), 106-116.

4 Los dos artículo que «Clarín» dedicó a la novela se publicaron por primera vez en El

Imparcial (9-V y 24-X-1882); fueron recogidos en el libro La literatura en 1881, Madrid, 1882.

5 Cf. V. A. SMITH y J. E. VAREY, Esperpento: some early usages in the Novels of Galdós,

apud. «Galdós Studies», London, Tamesis Books, 1970, 195-204.

6 R. RICARD, Art. cit. (p. 27, nota 24) anota las apariciones del término cursi a lo largo de la

novela. Para el problema social implicado en este neologismo: E. TIERNO GALVÁN, Aparición y

desarrollo de nuevas perspectivas de valoración social en el siglo XIX: lo cursi, «Revista de Estudios

Políticos»,42 (1952), 85-106.

7 La Desheredada, cito siempre por la impresión de Obras Completas, Novelas, Madrid,

Aguilar, 1, 1970, p. 1.174b. De esta novela, como de la mayoría de los textos galdosianos, precisamos

una edición crítica. En nuestro caso es imprescindible el manuscrito de la novela conservado

en la Biblioteca Nacional de Madrid.

8 M. MENÉNDEZ PELA YO, Contestación al Discurso de ingreso de la Real Academia Española,

Madrid, 1987.

9 Obras Completas, 1, 988a.

lOOp. cit., 1.072b.

11 W. H. SHOEMAKER, La crítica literaria de Galdós, Madrid, 1979.

12 Op. cit., 1. 158a.

13 La novela popular española del siglo XIX, Madrid, Ariel-Fundación Juan March, 1976,

véanse especialmente las pp. 162~98.

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14 Fortunata y Jacinta, cito por la impresión de Obras Completas, Madrid, Aguilar, I1, 1958,

544b.

15 Op. cit., 1. 153a.

16 Op. cit., 1.004a.

17 «Don José (Aparte y tétricamente, coincidiendo en sus expresiones, sin sospecharlo, con

Otelo). ¡Oh flor graciosa y bella! ¿por qué has nacido?», op. cit., 1. 145b.

18 «El mundo es un sentina, una cloaca de vicios. En él no hay más que dolor y falsía. Malo

es el mundo, mal, malo, malo» (Op. cit., 1.013a); «y clamamos a gritos, sin que nadie nos oiga.

Al contrario: a nuestros clamores responden con sus carcajadas y nos llaman pordioseros, envidiosos,

y nos desprecian, nos injurian ( ... )>> (Op. cit., 1.153b): léase también el monólogo de Mariano,

momentos antes del atentado (Op. cit., 1.166-67).

19 Cf. la monografía clásica sobre el tema: G. A. OWST, Literatura and pulpite in medieval

England, Cambridge, 1933.

20 Para las novelas dialogadas: M. ALVER, Novela y teatro en Galdós, «Prohemio», 1-2 (1970);

R. GULLóN, Galdós, novelista moderno, Madrid, 1973, 297 Y ss.; J. CAMPOS, Nota sobre dos

capítulos de La Desheredada, «Estudios Escénicos» 18 (1974), 165-72; R. G. SÁNCHEZ, El teatro

en la novela Galdós y Clarín, Madrid, 1974; M. KROWL-LuCAL, The Meaning 01 Theater in La

Desheredada, «Revista de Estudios Hispánicos» (Puerto Rico), IX (1982), 151-56.

21 Op. cit., 1. 159a.

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