ASPECTOS DEL TEXTO GRAFICO DE LA EDICION 1881-1885
DE LOS EPISODIOS NACIONALES
Stephen MilIer
En nuestra época modernista-posmodemista es común pensar sólo en el
texto verbal de una obra literaria. Pero Galdós y el siglo XIX tenían en cuenta
la ilustración con grabados de poemas, comedias y novelas como parte significativa
de los mismos. Así, pues, Galdós dedicó grandes esfuerzos entre 1881 y
1885 a publicar una edición ilustrada de los veinte episodios de las primeras
dos series de los Episodios nacionales. Denominaba los grabados el «TEXTO
GRÁFICO» de estas novelas y los consideraba «condición casi intrínseca» de
ellas!. Yen el prólogo de marzo de 1881 a la edición, don Benito explicó que:
«Antes de ser realidad estas veinte novelas; cuando no estaba escrita, ni aún
bien pensada, la primera de ellas ... consideré y resolví que los Episodios Nacionales
debían ser, tarde o temprano, una obra ilustrada ... ».
Esta «ilusión de [1] artista» se comprende perfectamente al tener en cuenta
dos factores: la inspiración gráfica que dio origen a la división de episodios de
la primera serie y la ayuda recibida por Galdós de cuadros y grabados de Goya
y otros pintores para documentar su serie de novelas históricas2
•
Para comprender mejor la índole del «texto gráfico» galdosiano de 1881-
1885, es imprescindible compararlo con la edición ilustrada de los Episodios
publicada por la casa editorial Urbión entre 1976 y 1979. Ciertas diferencias
entre las dos ediciones ponen de relieve aquellos elementos que constituyen la
médula de la intención y, quizás, de la realización del «texto gráfico» supervisado
por Galdós.
La primera diferencia de importancia se refiere al número de episodios
ilustrados: veinte organizados por don Benito, y en Urbión cuarenta y siete, o
sea todos los episodios de las cinco series. En principio habría que suponer que
le hubiera gustado a Galdós ver una edición ilustrada de los cuarenta y siete
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episodios. Pero para el período 1898-1912, época de la primera publicación de
las series 3, 4 Y 5 de los Episodios, el auge de la novela ilustrada había sucumbido
a la sustitución de ilustraciones grabadas por las fotografías. Al mismo
tiempo existe otra diferencia entre las dos ediciones que tiene que ver directamente
con esta sustitución.
Para empezar, hay que recordar que en el prólogo de 1881 Galdós explica
por qué «siempre» tenía «por provisionales» las primeras ediciones no ilustradas
de los Episodios; dice:
«La muchedumbre y variedad de tipos; lo pintoresco de los lugares; los accidentes
sin número de la acción, compartida entre lo histórico y lo familiar; las escenas,
ya verídicas ya imaginadas, que en todo el discurso de la obra habían de
sucederse, eran grande motivo para que yo desconfiase de salir adelante con el
pensamiento de esta dilatada narración, si no venían en mi auxilio lápices hábiles
que dieran al libro todo el vigor, todo el acento y el alma toda que para cumplir
el supremo objeto de agradar [al lector que] necesitaba ... ».
y a continuación agrega: que los dibujos han dado a sus «letras una interpretación
superior a las letras mismas». Galdós, en otras palabras, duda de la
eficacia del texto verbal de sus novelas si no van acompañadas del «texto gráfico
». Se trata, pues, de un texto «logo/pictórico-céntrico». De creaciones verbales
que necesitan dibujos para completarse.
Estos dibujos, a lo largo de los diez tomos de la edición de 1881-1885,
parecen dividirse en dos tipos. El primero se compone de copias de grabados
de personas y lugares hechas por pintores y dibujantes de la época 1806-
1834, tiempo histórico que corresponde a los acontecimientos narrados en
las dos primeras series. Los artistas comisionados por Galdós se limitaban a
encontrar esos grabados y pinturas y ejecutar facsímiles. En este sentido el
trabajo del dibujante Soja para el episodio Cádiz es el mejor ejemplo. De
los cincuenta y ocho grabados de la novela Soja hace nueve y todos evidencian
ser copias de fuentes pictóricas que datan del año 1812 aproximadamente3
• Para otro episodio, Juan Martín el Empecinado, de cuyos cincuenta dibujos
Angel Lizcano ejecutó cuarenta y uno, el Empecinado figura en siete
ilustraciones. Sólo uno de ellos es una copia. Los otros seis dan forma pictórica
a escenas de la novela; constituyen buenos ejemplos del segundo tipo de
ilustración grabada en la edición galdosiana: son interpretaciones gráficas
de acciones históricas o inventadas que forman parte del argumento del episodio.
Comprendidas en este tipo están los retratos de personajes imaginados
por Galdós.
La edición Urbión, por el contrario, no pretende en ningún momento interpretar
el texto galdosiano. Se propone únicamente ilustrar las referencias a las
personas, los lugares y las cosas reales e históricos. Para ello los editores se
valen de tres tipos de ilustración. El primer tipo consiste de fotos sacadas entre
1976 y 1979, más o menos, de los lugares mencionados en los episodios; el
segundo, de fotos de grabados y de efectos personales de los pesonajes históricos
contenidos hoy en museos y libros; y el tercer tipo, de reproducciones
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fotográficas de cuadros y otras formas de ilustración gráfica datando de los
años de los sucesos narrados: por ejemplo, la batalla de Trafalgar, los desastres
de la guerra (interpretados por Gaya), y los paisajes y personas alusivos al
mundo que los episodios describen. Para el episodio Juan Martín Urbión ofrece
el cuadro de Gaya titulado «Resguardo de tabacos» con el fin de ilustrar el
hecho de «la incorporación de contrabandistas a la guerrilla» 4
• Así el lector se
da idea del aspecto de las personas y lugares de la Guerra de la Independencia,
aunque en ese momento de la narración galdosiana -el capítulo 19- se trata
del despecho del cura guerrillero Mosén Antón Trijueque para con el Empecinado.
En la edición galdosiana el grabado equivalente, el que representa el
guerrillero, el contrabandista y el ladrón de caminos como los «tres tipos que
ofrece el caudillaje en España» (V, 39), figura en el capítulo 5, dedicado a
explicar cómo funcionan las guerrillas.
Otra característica de la edición Urbión es acompañar la ilustración gráfica
con un texto escrito. En el caso de «Resguardo de tabacos» los editores informan
sobre los detalles legales de «la promulgación del 'Reglamento de Partidas
y Cuadrillas'» el 28 de diciembre de 1808. Pero en este caso, como en muchos
otros que se podría señalar, ilustración y comentario están fuera de lugar. En
Juan Martín esa información hubiera cabido mejor en el capítulo 5 -sobre la
constitución de las partidas- o en el 8 o el 11- donde se tratan cuestiones de
motivación y autoridad entre las partidas.
Ahora bien, no se quiere denigrar en ningún sentido la gran labor efectuada
por los editores de la edición de Urbión, sólo de poner de relieve ciertas características
de la edición galdosiana por medio de una comparación con aquella.
Se aprecia mejor, pues, que para Galdós las ilustraciones, el «texto gráfico»,
tenían un valor documental, valor que es el sentido único de las ilustraciones
en la edición Urbión. Y, en este respecto, la edición Urbión es infinitamente
superior a la galdosiana. Son muchas más y documentan mejor. Pero lo más
importante que se colige de la comparación Urbión-Galdós es que las ilustraciones
de 1881-1885 tienen un valor narrativo-interpretativo totalmente ausente
en Urbión5
• Por consiguiente debemos fijarnos de modo especial en la relación
entre los dibujos comisionados por Galdós y «los accidentes sin número de la
acción ... las escenas ... que en todo el discurso de la obra habían de sucederse».
Como ejemplo de esta clase de análisis quisiera limitarme a un solo episodio,
Juan Martín el Empecinado. Elijo éste por razones directamente relacionadas
con los cuarenta y un dibujos de Angel Lizcano y los restantes siete de
Cristóbal Férriz y dos de Enrique Mélida. Me parecen muy buenos y esclarecedores
estos dibujos en su mayoría y así debía haber pensado el propio Galdós.
Lizcano, Férriz y Mélida colaboran en Juan Martín después de haber trabajado
en episodios anteriores, y volvieron a ilustrar episodios posteriores. Férriz se
especializaba en el dibujo de moles arquitectónicas y paisajes, Mélida en crear
retratos pictóricos de los personajes ficticios, y Lizcano en dar gran movimiento
y vigor a las escenas y los personajes elegidos.
Desde el punto de vista de su contenido Juan Martín el Empecinado corrige
el enfoque de los primeros ocho episodios de la primera serie. En lugar de
seguir con «las hazañas de los ejércitos, las luchas de los políticos, la heroica
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conducta del pueblo dentro de las ciudades», el narrador y protagonista Gabriel
Araceli va a escribir «de las guerrillas, que son la verdadera guerra nacional
» (V, 3). Y, como ocurre en todos los episodios, Galdós inventa un argumento
que refleja la historia pública, basada en los hechos de personas históricas,
y la de los seres particulares que vivían esos hechos sin pasar a la historia.
Gabriel quiere que en su relato, «como en la Naturaleza, las pequeñas cosas
vayan alIado de las grandes, enlazadas y confundidas, encubriendo el misterioso
lazo que une la gota de agua con la montaña y el fugaz segundo con el siglo»
(p. 101). Así pues, la figura histórica de Juan Martín Díaz, el Empecinado,
gran caudillo capacitado para organizar la guerrilla, encuentra su contrapartida
ficticia y pequeña en el personaje de un niño huérfano de dos años, único
superviviente de un caserío destruido por los franceses, y bautizado de nuevo
con el hombre del Empecinadillo. Entre estos dos personajes se destaca el
propio Gabriel, el hilo humano que «enlaza y confunde» lo grande y lo pequeño,
lo histórico y lo inventado por Galdós. Concebido de esta manera, el argumento
de Juan Martín el Empecinado es tripartito: sobre lo que hacen Juan
Martín, el niño huérfano y Araceli se estructura todo lo demás, y, como queda
dicho, las historias del guerrillero y del huérfano se narran desde la perspectiva
del protagonista de la primera serie. Empecemos, pues, con la historia de éste.
Gabriel cuenta de las guerrillas porque le toca en suerte formar parte del
destacamento de cuatro compañías del ejército regular destinadas a reforzar los
3.000 hombres de la partida de Juan Martín. Los primeros seis (de un total de
30) capítulos forman una introducción a la guerrilla. Gabriel recuerda cronológicamente
sus primeras experiencias y, con algunos comentarios entremezclados,
dedica los seis capítulos a informarnos de los tipos, usos, costumbres y personas
destacadas de la partida. Los dibujos de Lizcano ilustran los siguientes momentos
de la introducción: tropas de la partida, muchos de ellos vendados, pasando por
la plaza principal de un pueblo de montaña (p. 3); un retrato del imponente cura
guerrillero Mosén Antón (p. 10); otra vista de Mosén Antón hablando con el
guerrillero Viriato y la partida al fondo, descansando en otro pueblo de montaña
(p. 15); un retrato de la guerrera señá Damiana (p. 17); un retrato de la espía
guerrillera Santurrias (p. 19); la escena donde Santurrias y Viriato recogen y
bautizan al huérfano el Empecinadillo (p. 23); la escena donde Mosén Antón,
Gabriel, Viriato y Narices reconocen Grajanejos, el pueblo por donde el genio
militar de Mosén Antón dicta que habrán de pasar los franceses (p. 25); la guerrilla
rechazando una carga de los franceses en Grajanejos (p. 31). Pero, hay que
llegar al capítulo 5 para encontrar la copia por Lizcano de un retrato de la época
de Juan Martín porque Gabriel, sólo después de conocer y luchar con los guerrilleros
de Vicente Sardina y Mosén Antón, llega a conocer a Juan Martín.
En este momento de la narración Gabriel nos presenta al Empecinado en
su persona y en su calidad de jefe de guerrilleros. Se contrastan en las palabras
de Araceli y los dibujos de Lizcano tres aspectos de la versión galdosiana de
Juan Martín: persona ruda de pocas letras (p. 41); jefe que sabe dominar y
organizar al contrabandista, el ladrón de caminos y el hombre de pueblo que
se echa al monte (p. 38); y, el hombre de familia que sueña con volver a su
pueblo para cultivar sus tierras (p. 46).
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Con el capítulo 6 se nos introduce al histórico Saturnino Albuín, el Manco
(p. 51). Este tiene el papel importantísimo de rebelarse en contra de Juan
Martín, llevando consigo a Mosén Antón y sus compañías respectivas de guerrilleros.
El Manco se presenta negando con un gruñido la afirmación de Juan
Martín que todos los guerrilleros de la partida experimenten una gran lealtad
para con él. De esta manera se inicia el conflicto principal de la línea Juan
Martín del argumento. Los dibujos de Lizcano ilustran los momentos principales
de la misma, culminando en la escena donde El Empecinado se arroja por
un barranco (p. 110), en una noche de nieve, para escaparse de una emboscada,
que le tendieron los ya rebeldes Mosén Antón y Saturnino Albuín.
En este punto, el final del capítulo 15, las líneas Araceli y el Empecinadillo
empiezan a dominar. Caen prisioneros de los franceses, los aliados de los traidores
Mosén Antón y Albuín en la emboscada. Cuando Gabriel ve que todo está
perdido, comienza su intentona de fuga y, sin pensarlo casi, recoge de la nieve un
pequeño bulto que resulta ser el Empecinadillo. Así, después de ser capturados
por los franceses, Gabriel y el niño comparten la misma prisión, un cuarto aparte
por ser Gabriel un oficial condenado a muerte. Lizcano sigue los vaivenes de la
prisión de los dos, reflejando y contrastando en sus dibujos los diferentes estados
de ánimo por los cuales pasan Araceli y el pequeño. Una situación difícil se
complica más cuando el afrancesado Santorcaz, el padre de Inés, la novia de
Gabriel, viene y termina explicándole cómo va a raptar a su hija de la condesa
Amaranta, la madre de Inés. Gabriel sufre la tentación de pasarse a los franceses
para socorrer a las dos personas que más quiere, pero una visita del traidor Mosén
Antón -que se siente Judas- le quita toda idea de caer en semejante desgracia.
Al mismo tiempo un sargento francés, Plobertín, se interesa vivamente por el
Empecinadillo, por recordarle a su hijo pequeño muerto. Cuando Araceli encuentra
una lima entre los juguetes con que se entretiene el Empecinadillo, una lima
que el chiquillo robó al cerrajero de la partida, y logra escaparse de su prisión con
el niño, el sargento francés le corta el paso. Valiéndose de los sentimientos paternales
del padre en luto, Gabriel hace un canje: su libertad a cambio del Empecinadillo.
En este momento, el capítulo 23, Lizcano dibuja al sargento y a Gabriel
con el niño envuelto en su capa; y después del canje a Gabriel sólo, perdiéndose
en la espesura de la noche y los matorrales. La línea del Empecinadillo ha terminado
y seguimos a Gabriel que se dedica a sus asuntos particulares -el rescate
de Inés-, pero matando franceses y cayendo preso de éstos otra vez.
En el capítulo 27 Gabriel es librado de los franceses por un ataque de
guerrilleros y en el 28 se reúne con Juan Martín - que se salvó del barrancoen
Cifuentes, el pueblo que siempre era la meta de Gabriel por ser donde
reside Amaranta. Se despide de Juan Martín rápidamente, va corriendo al
castillo de Amaranta, y aprende que Santorcaz ya se había llevado a Inés. Para
los últimos tres capítulos de la novela el 28, 29 y 30, sólo hay cuatro ilustraciones.
Dos de ellas de Lizcano, intepretando las líneas Gabriel y Juan Martín del
argumento. La primera ilustración, en el capítulo 28, dibuja a Gabriel y la
condesa consolándose por la pérdida de Inés. La segunda, que figura en la
última página del episodio (p. 190), sirve como síntesis y resolución final del
conflicto en el capítulo 6. Veámos cómo.
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En los capítulos 29 y 30 el capturado Mosén Antón comparece delante de
Juan Martín, su amigo de antaño. Rehúsa reconocer su falta, pero El Empecinado
se contenta con mandarle a volver a su parroquia. El cura se marcha y
treinta minutos después Gabriel se entera de que el cura sabe adónde llevó
Santorcaz a Inés. Va corriendo por el camino por donde echó Mosén Antón,
pero al poco rato, cuando una tarde oscurísima da en un anochecer ventoso,
encuentra al cura colgado «de una poderosa encina» (p. 190), muerto. Con
esta escena y el dibujo de Lizcano la línea de Juan Martín toca a su fin: el cura
guerrero, traidor y suicida es símbolo de los conflictos internos de las partidas
que tenía que resolver un Juan Martín. Y la línea Gabriel queda abierta, para
continuar en el último episodio donde se reúne definitivamente con Inés y
Amaranta. El dibujo de Enrique Nélida encabeza el penúltimo capítulo. Es un
estudio-retrato de Inés. Figura en medio de la conversación de Amaranta y
Gabriel y llega a formar el símbolo de la lucha de Gabriel para resolver sus
problemas personales: la ausente y deseada Inés le ha impuesto y le seguirá
imponiendo la necesidad -como cuando en su primera prisión con el Empecinadillo,
y más tarde cuando entra en Salamanca en el episodio La batalla de
los Arapiles- de sacar fuerzas de flaquezas y superarse. El dibujo de Cristóbal
Férriz, que encabeza el capítulo 28 es de un grupo de encinas bajas y mal
formadas al borde de una ladera, figurando de esa manera las complicaciones
y problemas de los vaivenes tan rápidos de la guerra de las partidas, narrados
y experimentados por Araceli a lo largo del episodio.
Dado más tiempo habría que refinar este análisis del «texto gráfico» de
Juan Martín el Empecinado. Habría que hacer constar la función documental
de muchas de las ilustraciones narrativo-interpretativas. Estas reflejan cosas,
lugares e indumentaria propios de la época y los sitios donde transcurre la
narración. Después habría que hacer el estudio completo de los 1078 dibujos
de personas y escenas y de los ochenta y siete dibujos ornamentales de los diez
tomos de la edición de 1881-1885 de los Episodios Nacionales. Entonces sería
necesario relacionar más seriamente dicho estudio con el prólogo y el epílogo
a la edición, y con la correspondencia entre Galdós y sus 16 dibujantes. Finalmente,
habría que situar a Juan Martín y la edición ilustrada en el contexto de
la novela ilustrada en España entre 1880 y 1902, época en que Clarín, Pereda,
Pardo Bazán, Picón y Palacio Valdés, todos, publican novelas con ilustraciones
y cuando José Yxart dirige la colección más importante de las mismas. En ese
momento se podría, creo, especular sobre las razones por las cuales estos autores
querían que sus palabras, el texto verbal, tuvieran la ayuda de dibujos, el
«texto gráfico». Y, en ese momento podríamos especular sobre el desinterés
por estos «textos gráficos» que es una característica importante hoy de nuestro
estudio profesional de la novela de la Generación de 1868.
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NOTAS
1 Cito del prólogo a B. PÉREZ GALDÓS, Episodios Nacionales, tomo V, Madrid, La Guirnalda,
1882. El prólogo figura en dos páginas sin numerar; toda referencia a este prólogo se refiere a
estas dos páginas. A continuación se hace referencia a los tomos IV (1883) Y V (1883) de la
edición. Se dará la documentación necesaria referente a estos tomos en el texto mismo del artículo.
2 Ver S. MILLER, El mundo de Galdós: teoría, tradición y evolución creativa del pensamiento
socio-literario galdosiano, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 1983.
3 Los dibujos de Sojo están en el tomo IV, pp. 225, 233, 235, 249, 313, 317, 336 Y 363.
4 B. PÉREZ GALDÓS, Episodios Nacionales, tomo 11, Madrid, Ediciones Urbión, 1976, p. 863.
5 Es interesante notar que Urbión no reproduce ni una ilustración de la edición galdosiana de
1881-1885.
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