REALIDAD Y LITERATURA EN LOS EPISODIOS NACIONALES:

EL CASO DE AMADEO 1

Miguel Cruz Giráldez

(UNED - Sevilla)

Afirma Casalduero que Dickens, Balzac, Zola y especialmente Cervantes

forman el fondo sobre el cual se destaca la obra de Galdós. Cervantes no sólo

le transmite la forma irónica para captar un personaje, sino que le servirá de

guía en el estudio del complejo, de la cristalización de la cultura española.

Galdós se forma un concepto de la Historia y de la vida, primero con ideas de

Comte y Taine y después con las de Hegel y Schopenhauer1

Para comprender a Galdós es muy útil compararlo con Fernán Caballero y

Baroja. Siente la necesidad de estar en contacto con España, lo que lo relaciona

con la generación del 98. En toda la obra de Galdós se refleja el ambiente

de la España contemporánea: crímenes, injusticias, fanatismos ...

Los Episodios Nacionales suponen la reflexión sobre un pasado que aún

incide en el presente del autor. Así lo ha afirmado Amado Alonso:

«El espíritu de los Episodios presenta contrastes esenciales con el de las llamadas

novelas históricas. Podéis pensar en las de Walter Scott, o en Nuestra Señora de

París, de Víctor Rugo ... ; siempre tienen esta condición: que representan un

modo de vida pasado, caduco, heterogéneo con el actual, y que precisamente el

autor se ha sentido tentado a acometer la empresa ... por el placer taumatúrgico

de resucitar (aquel modo de vida) ... En los Episodios Nacionales, al revés. Una

necesidad de conocer mejor el funcionamiento de la sociedad española contemporánea

impone a Galdós la tarea de novelar el pasado inmediato de donde el

presente está saliendo con movimiento orgánico. Lejos de presentar Galdós un

pasado como pasado y caducado, lo que hace es mostrar las raíces vivas de la

sociedad actual espaftola»2.

Los Episodios Nacionales constituyen lo que Carlos Seco Serrano ha llamado

«una introspección retrospectiva»3 partiendo de las situaciones desde las

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que el novelista las concibe. Pero esa introspección se realiza sobre un pasado

vivo. El mismo Seco Serrano señala los componentes integradores de los Episodios:

a) el esquema de los sucesos políticos que condiciona cronológicamente

el relato; b) el elemento novelesco pautado por aquél; c) la pintura del marco

social en que se encuadra el conjunto. De estos tres, el menos consistente es el

segundo, pero es también el que sirve de hilo en la serie; los otros contribuyen

a enmarcar completamente el hecho histórico 4 •

Nosotros vamos a analizar Amadeo 1, episodio perteneciente a la quinta

- y última - serie inacabada. En ésta, la fuerza del relato decae con respecto

a las anteriores series. En Amadeo 1 se introducen elementos simbólicos y

visionarios -la continua inserción de Clío encamada entre los personajes de

estos episodios - , lo que termina por cansar la atención del lector . Es un álbum

de instantáneas históricas directas, escenas como las asombrosas honras fúnebres

masónicas tributadas al héroe de Castillejos en la basílica de Atocha:

«El mismo día, tempranito, habíamos ido los cinco a los funerales masónicos

que se hicieron al General en la Basílica de Atocha ... Yacía el cadáver del héroe

de los Castillejos en una capilla de las primeras a mano izquierda, descubierto

en su caja bronceada. De la otra parte del templo venía el tintín de campanillas,

señal de misa, y se oían pisadas y carraspeo de viejas. Los masones, que eran

unos treinta, pertenecientes al Gran Oriente Nacional de España, dieron comienzo

a la ceremonia, sin que nadie les estorbara en los diferentes pasos y

manipulaciones de su extraño rito.

Descripción del funeral. Lo primero fue hacer tres viajes alrededor de la caja,

formados uno tras otro. El primero y segundo viajes iban dirigidos por los dos

primeros Vigilantes de la Orden; en el tercero iba de guía el Gran Maestre (Gr ...

Mae ... de la Dr.). Al paso arrojaban sobre el cadáver hojas de acacia. Luego, el

propio Gran Maestre dio tres golpes de mallete (un mazo de madera) sobre la

helada frente de Prim, llamándole por su nombre simbólico: Caballero Rosa

Cruz, Grado 18 ... »5.

Al redactar las últimas páginas de Amadeo 1, Galdós reflexiona sobre las

razones que malograron la democracia española:

«No creo -dice Tito- ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos,

esos que chillaban en los años anteriores al sesenta y ocho»6.

Galdós en su novela hará resaltar y fijar un concepto de la realidad. El

autor siente la preocupación por situarse en un mundo específico de ficción

que sea al mismo tiempo un trasunto fiel de la realidad representada.

Un ejemplo significativo puede ser la llegada del nuevo rey a Madrid. Este

acontecimiento - con el que se inicia la novela de Galdós - es referido así por

el historiador Melchor Femández Almagro:

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«Con la entrada de Amadeo 1 en Madrid - 2 de enero de 1871- daba comienzo

no sólo un nuevo reinado, sino que al mismo tiempo se instauraba una nueva

dinastía, con algunos antecedentes en la Historia de España por el enlace de una

princesa de Saboya, doña Beatriz, con don Jaime, infante de Aragón, primero y

luego con don Manuel, infante de Castilla, segundo hijo del santo Rey Fernando

...

De suerte que el primer contacto de don Amadeo con el pueblo que iba él a regir,

aparte también del establecido fugazmente a su paso, desde Cartagena, por Murcia,

Albacete y Aranjuez, fue el de esta solemne entrada a caballo en la capital de

la Monarquía, hasta la Basílica de Atocha, en primer término, para orar ante el

cadáver de Prim, y seguidamente al Congreso, sede de las Cortes Constituyentes,

a fin de prestar el juramento de rigor -de pie, ante Ruiz Zorrilla, presidente de

las Cortes, sentado-; al Palacio de Buenavista, en visita de duelo y homenaje a

la marquesa viuda de los Castillejos, y al Palacio de Oriente, en cuya capilla se

cantó solemnísimo Tedéum. Desde el balcón principal, abierto a la Plaza de la

Armería, Amadeo 1 fue presentado a la muchedumbre por el regente Serrano,

con estas palabras: '¡Pueblo de Madrid, viva el rey constitucional ... !'.

En la lenta y brillante paseata, don Amadeo, gallardo jinete, altiva la bien

barbada cabeza, imperturbable en la expresión, que pudiera haber alterado tanto

el peligro del atentado que se temía como la natural inclinación de todo príncipe

a halagar con sonrisas a la multitud, saludaba con cierto automatismo, a derecha

e izquierda, con el ademán de que el marqués de Lema rinde testimonio: 'El

sombrero -bicornio, de capitán general- describía un arco de círculo movido

por un brazo rígido en sentido horizontal': saludos que muchos tuvieron por

masónico. La arrogancia de don Amadeo, la gravedad de su porte, su misma

juventud, pues el nuevo monarca no había cumplido aún veintiséis años, inducían

a simpatía respetuosa. Pero la verdad es que el ánimo general, reservado y

expectante, mejor armonizaba con la frialdad de la gélida tarde que con el oficial

entusiasmo de arcos y gallardetes, flores y palomas»7.

Galdós, que será objetivo en la visión de los personajes históricos, nos narra

la entrada en Madrid del nuevo monarca de la siguiente manera:

«El 2 de enero de 1871 vimos entrar en los Madriles al Monarca constitucional

elegido por las Cortes, Amadeo de S aboya , hijo del llamado re galantuomo,

Víctor Manuel JI, Soberano de la nueva Italia. En las calles, alfombradas de

nieve, se agolpaba el pueblo, ansioso de ver al Príncipe italiano, de cuyo liberalismo

y caballerosidad se hacían lenguas los amigos de Prim, que le habían buscado

y traído para felicidad de estos abatidos reinos. Como los españoles no habíamos

visto, en lo que iba de siglo, Rey ni Roque a la moderna, más arrimados a

la Libertad que al feo absolutismo, ardíamos en curiosidad por ver el cariz, el

gesto, la prestancia del que nos mandaba Italia en reemplazo de los en buen

hora despedidos Borbones.

Entró D. Amadeo a caballo, con brillante escolta, y su persona despertó simpatías

en el pueblo ... Varios amigos, de quienes hablaré luego, nos situamos en la

esquina de la calle del Turco, palacio de Valmediano, orilla baja del Congreso,

y le vimos muy a gusto desde que apareció por el Prado y embocó el repecho

que llaman Plaza de las Cortes. Saludaba con graciosa novedad, extendiendo

ceremoniosamente el brazo al quitarse el sombrero. Uno de los amigos que me

acompañaban aseguró que aquel era el saludo masónico en su expresión castiza,

y sólo por este detalle vio en el Rey entrante una esperanza de la Patria.

A todos pareció D. Amadeo gallardo, y animoso hasta la temeridad. Y que el

hombre tenía riñones bien puestos y un cuajo formidable se demuestra con decir

que de una monarquía juvenil le traían a reinar en una vieja monarquía, devastada

por la feroz lucha secular entre dos familias coronadas»8.

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Pero Galdós adoptará siempre la postura de narrador histórico de los hechos:

«Tuve luego conocimientos de otros, y de los que componían las Juntas de Distrito,

que irán saliendo conforme los reclame el desarrollo histórico»9.

Aguado Bleye y Alcázar Molina han enjuiciado el reinado de Amadeo de

Saboya de este modo:

«El reinado de Amadeo fue muy corto: del 2 de enero de 1871 al 11 de febrero

de 1873. Tenía cualidades para ser un buen rey constitucional (el rey que no

merecemos, decían sus escasos partidarios), pero su gestión ante las luchas políticas

de España era difícil y además nunca fue popular. Para el pueblo era un rey

intruso, casi como José Bonaparte. La nobleza conspiraba en favor del príncipe

Alfonso de Borbón y vivía, en general, apartada de la Corte, donde no podía

sustituirla la nobleza nueva llamada despectivamente, nobleza haitiana. El Directorio

republicano había anunciado su propósito de destronar legalmente a don

Amadeo de Saboya. Las luchas de los partidos pusieron pronto a D. Amadeo en

el trance de abdicar una corona que nunca ambicionó»lO.

Galdós novela en este episodio los acontecimientos más importantes que

sucedieron en España durante el breve reinado del monarca saboyano, desde

su entrada hasta su abdicación y salida hacia Lisboa. Así nos refiere el atentado

del que fueron objeto el joven rey y su esposa:

«Ya nos acercábamos a la calle de la Escalinata -narra Tito- cuando sentimos

venir coches que nos parecieron de palacio. Retrocedimos. Era, en efecto, la

carreta descubierta en que volvían de los Jardines el rey y la reina, con el General

Burgos. Detrás venía otro carruaje ... No tuvimos tiempo para mayores observaciones

porque de súbito sonaron disparos. Los fogonazos brillaban en un lado

y otro de la calle. Encabritados los caballos, se paró el coche. Púsose en pie don

Amadeo. El General Burgos atendió a escuchar a la reina con sus corpulentas

anchuras ... Confusión, espanto ... Los transeúntes se agolpaban curiosos o corrían

atemorizados... Surgieron polizontes como por magia. Nuevos disparos.

La carretela de los Reyes partió a escape hacia Palacio; una de las yeguas cojeaba.

Entablóse rápida lucha entre policías y paisanos. Estos huyeron, en veloz

corrida ... Volvimos al lugar trágico y vimos entre varios heridos a uno yacente,

rígido; parecía muerto»ll.

La visión que la aristocracia tiene del nuevo monarca y de su esposa nos la

expone Galdós a través de un personaje de ficción, que es Obdulia, criada de

una marquesa:

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«Bueno: pues me dijo ayer que este Rey que han traído tendrá que tomar el tole

dentro de unos meses, porque en esta tierra no puede cuajar rey extranjero. Y

no le vale que sea, como dicen, honrado y caballero. Con eso y la excomunión

que tiene encima su padre, el Rey de Italia, saldrá pronto de aquí con viento

fresco. En seguida vendrá esa cosa que llaman la Restauración, que es como

decir Alfonsito, el niño de doña Isabel, y ese día mandarán los que se llaman

alfonsinos ... En fin, que no paran de hablar mal de este pobre Rey ... Que si no

piensa más que en divertirse ... ; que si sale a la calle como un cualquiera, encanallando

la majestad; que si todas las noches se va de picos pardos con su ayudante

italiano; que si le han visto en tales o cuales casas ... »12.

En cuanto a su esposa, la reina María Victoria, Galdós nos ofrece una

muestra de lo que la aristocracia pensaba de ella:

«No sabes cómo andan ahora de alborotadas las señoras alfonsinas con la llegada

de la Reina, que parece está ya en camino. ¡Y cómo la muerden! Lo menos que

dicen de ella es que es una buena mujer, sin hábitos de reina; no pasa de señora

de un comandante, lo más de un teniente coronel. Es algo instruida, como que ha

estudiado para maestra. Su título es de la Cisterna. El título no puede ser más

profundo» 13.

En cambio, la visión de Tito de esta ilustre dama es muy distinta:

«De doña María Victoria se sabe que es una gran señora, y que viene a honrar

la Corte y Trono de España. Dilo así a tu ama ... »14.

Fernández Almagro señala también la hostilidad de la aristocracia hacia los

nuevos reyes:

«Desde el primer momento se puso la aristocracia frente a la dinastía, marcando

distancias y exteriorizando además su protesta, siquiera fuese burla burlando, en

la manifestación llamada «de las mantillas», porque las damas de la alta sociedad

madrileña concurrieron una tarde de marzo en sus carruajes a la Fuente Castellana

luciendo aquella españolísima prenda, realzada por la no menos nacional

peineta de teja; en muchos bustos prendida la emblemática flor de lis; alarde sin

riesgo alguno ni eficacia inmediata que Felipe Ducazcal, popular agitador, quiso

descalificar con el vejamen de unos coches ocupados por prostitutas que no tardaron

en incorporarse al desfile» 15 .

A este mismo hecho histórico hace referencia Galdós en su novela Amadeo

1, de tal manera que podemos ver cómo la ficción se entrelaza con la Historia,

dándonos en cada instante una admirable descripción de los sucesos:

«Colaborando en la travesura que se traían sus amigos, nos procuramos mantillas

blancas y negras en diferentes casas de préstamos, y en lo restante del día y

mañana siguiente organizamos la graciosa mascarada que había de desvirtuar y

corromper la manifestación de las católicas damas alfonsinas. No fue empresa

difícil reunir y contratar dos docenas de mozas del partido, bonitas las unas,

atarascadas las otras, útiles todas para el efecto que nos proponíamos obtener.

El pícaro Ducazcal sacó, no sé cómo ni de dónde, ocho carretelas de lujo, algunas

blasonadas, con lucidos troncos de caballos.

La función resultó brillante, abigarrada, jocosa. Salieron aquella tarde las alfonsinas

aderezadas con sus mantillas y peinetas, creyendo realizar de este modo

una protesta muda contra la nacionalidad exótica de nuestros Reyes. Ridículo,

afectado y artero resultaba el españolismo de nuestras clases altas. Las que desde

el segundo tercio del siglo habían renegado de todo lo castizo, arrojando al

montón de las prenderías las modas españolas, y vistiéndose, comienzo y hablando

a la francesa, salían ahora con la tecla de adoptar preseas sacadas del Rastro

indumentario. Bien hicieron los pícaros de la política en poner frente a ellas el

manchado espejo de un Rastro moral» 16.

Galdós -cuyo pensamiento se deja traslucir tras estas valoraciones- es

muy detallista en la descripción de las costumbres y gustos del rey e incluso

alude a los más íntimos acontecimientos, como es el hecho, que la Historia

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nos refiere, de la aventura amorosa que el joven monarca mantuvo durante su

breve reinado en España. Femández Almagro lo relata así:

«Entre los galanteos de don Amadeo fue notorio el mantenido con Adela Larra,

'la Dama de las Patillas', hija de 'Fígaro'»17.

Galdós no sólo hará referencia a ella, sino que incluso le dedicará todo el

capítulo XXII, en el que nos cuenta sus galanteos y andanzas en Santander, así

como las escapadas de don Amadeo desde el Palacio Real en Madrid a casa de la

citada dama. Y Galdós nos hace igualmente una hermosa prosopografía de ella:

«Mi primer cuidado fue examinar bien el rostro, que vi entonces por primera

vez. Mi crítica lo declaró tan agraciado como hermoso; la tez morena, ojos expresivos,

grande la boca, tan abundante el pelo que no se contenía dentro de sus

límites naturales, extendiéndose por delante de la oreja, como un rudimento

suave de varoniles patillas. El conjunto de tal rostro tenía el encanto de la originalidad,

que en arte como en belleza es poderoso atractivo. Sentáronse los tres

arrimados a una mesa, la dama y el Rey juntitos, mano con mano»18.

Finalmente, haremos alusión al discurso de abdicación que el rey presentó

a las Cortes, y que es digno de referirse debido al exacto uso en el empleo de

los términos, entre el relato histórico y la novela de Galdós:

«Si fuesen extranjeros, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos,

sería yo el primero en combatirlos, pero todos los que con la espada, con la

pluma, con la palabra agravan y perpetuan los males de la Nación son españoles,

todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien,

y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor

de los partidos, entre tantos y tan opuestas manifestaciones de la opinión

pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar

el remedio para tamaños males» 19.

La Historia nos lo relata así:

«Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha / la de España!, entonces, al

frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos;

pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y

perpetuan los males de la Nación, son españoles, todos invocan el dulce nombre

de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate,

entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantos

y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es

la verdadera y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males» 20 •

Todo ello -en conclusión - nos revela que Galdós se ha documentado

concienzudamente para escribir su episodio. Ha consultado material historiográfico

y ha recurrido a sus propios recuerdos personales para centramos el

hecho narrado. El novelista es consciente de que la representación de una

realidad específicamente humana se halla íntimamente vinculada al fluir histórico,

con el que establece una correlación exacta, y sus obras reflejan el articulado

dinámico histórico. Además, Galdós es muy objetivo en todo momento y

nunca falseará los acontecimientos y personajes, ya que él ha bebido en las

mismas fuentes que los historiadores y ha sabido mejor que ellos darnos el

espíritu, la visión artística de la Historia.

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NOTAS

1 J. CASALDUERO, Vida y obra de Galdós (1843-1920), Madrid, Gredos, 2.3 ed., 1961.

2 A. ALONSO, Materia y forma en poesía, Madrid, Gredos, 1955, pp. 244 Y ss.

3 C. SECO SERRANO, Los Episodios Nacionales como fuente histórica, «Sociedad, literatura y

política en la España del siglo XIX», Madrid, Guadarrama, 1973, p. 275.

4 1bid., p. 285.

5 B. PÉREZ GALDÓS, Amadeo 1, Madrid, Librería y casa editorial Hernando, 1953, pp. 12-13.

Cada vez que cite me remitiré a esta edición.

6 Amadeo 1, p. 187.

7 M. FERNÁNDEZ ALMAGRO, Historia política de la España contemporánea, Madrid, Alianza

Editorial, 1972, t. 1, pp. 108-109.

8 Amadeo 1, pp. 5-6.

9 Amadeo 1, p. 17.

10 P. AGUADO BLEYE Y C. ALCÁZAR MOLINA, Manual de Historia de España, Madrid, Espasa

Calpe, 7.3 ed., 1956, t. 111, p. 719.

11 Amadeo 1, p. 248.

12 Amadeo 1, p. 26.

13 Amadeo 1, p. 27.

14 Amadeo 1, p. 28.

15 M. FERNÁNDEZ ALMAGRO, Op. cit., p. 114.

16 Amadeo 1, pp. 271-272.

17 M. FERNÁNDEZ ALMAGRO, Op. cit., p. 115.

18 Amadeo 1, p. 233.

19 Amadeo 1, p. 297.

20 M. FERNÁNDEZ ALMAGRO, Op. cit., p. 158.

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