DE LA NOVELA AL TEATRO: MODIFICACIONES EN LA

ESTRUCTURA INTERNA

Bienvenido Palomo Olmos

Universidad Autónoma de Madrid

En el presente trabajo doy por conocida la polémica sobre el casamiento

novela-teatro surgida a partir del Naturalismo pero que en los textos teóricos

de Galdós no se recoge hasta la década del 90. Se trata de sus prólogos a La

loca de la casa 93, Los condenados 94, El abuelo 97, Alma y vida 02, carta en

El Liberal (17-VII-03) sobre Mariucha, prólogos a Casandra 05 y Alceste 14;

también nos es conocido lo que entendía Galdós por teatro libre: «Teatro libre,

sin trabas, sin cómicos, sin estrenos y sin abonados, pensado y escrito con

amplitud, dando a los caracteres su desarrollo lógico y presentando los hechos

con la extensión y fases que tienen en la vida. Esto creo yo que es el verdadero

teatro. El que ahora tenemos, reducido a moldes cada día más estrechos, no es

más que una engañifa, un arte secundario y de bazar ( ... ), conviene hacer

teatro libre, es decir, teatro leído. No hay otro remedio» (Revista Nueva 1899,

p. 638).

Nosotros intentaremos poner de manifiesto qué rasgos del género novela y

del género teatro en cuanto a su estructura interna incorpora Galdós a las

novelas dialogadas, cuáles mantiene en las versiones teatrales destinadas al

escenario y cuáles elimina; y sus diferencias con tres novelas de narrador; con

ello se podrá ilustrar el alcance de dos tópicos en la crítica galdosiana: presencia

de lo dramático-teatral en su novelística y de lo novelístico en su dramaturgia.

La comparación de las dobles versiones ya ha interesado a algunos estudiosos.

Esta es su ordenación cronológica: Carney (1961) compara la loca de la

casa; Casalduero (1962), El abuelo, Sobejano (1964, 1974), La incógnita y Realidad,

Alvar (1970), Realidad, La loca de la casa, Gerona, Doña Perfecta, El

abuelo, Casandra y Zaragoza, Elton (1970-71), la loca de la casa; L. García

Lorenzo (1970-71), Doña Perfecta; Elton (1974), analiza la autocensura galdo-

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siana en Realidad, La loca de la casa, El abuelo, Doña Perfecta y Casandra;

Brownstein (1975), Gerona; Domínguez Jiménez (1977), Gerona; Hernández

Cabrera (1980), El abuelo; y A. Amorós (1980), Casandra. No incluímos en

esta relación otros trabajos en los que no es la comparación el tema principal,

aunque sí pueden encontrarse en ellos referencias ocasionales y de pasada a

ella.

Las obras elegidas son aquellas de las que contamos con doble versión hecha

por Galdós: tres novelas dialogadas Realidad (R-89/92), El abuelo (A-97/

04) Y Casandra (C-051l0), una novela de la primera época, Doña Perfecta (P-

76/96) Y dos Episodios Nacionales: Gerona (G-74/93) y Zaragoza (Z-74/07).

Hemos descartado la doble versión de La loca de la casa por no tratarse de

novela dialogada y adaptación teatral, sino de una comedia escrita directamente

para la escena, con dos versiones, una larga y otra breve.

LA LEY DEL CONTRASTE

Por ley del contraste entendemos la oposición que el autor establece entre

los diferentes elementos que componen la obra literaria. Afecta fundamentalmente

a la creación de los personajes en cuanto a sus comportamientos y actitudes

ante la vida o ante los hechos que acaecen en la ficción, por ello se

convierte en un rasgo esencial para la estructuración interna de la obra literaria.

También puede estar presente en otros elementos de la obra, como pueden

ser el espacio, el tiempo, y las partes. Aparece la ley del contraste en todas las

obras de Galdós, aunque tiene formas diferentes de manifestarse según el género

de la obra. Galdós defiende su necesidad en sus Observaciones... (1870) Y

en su discurso de ingreso en el RAE de la lengua (1897), entre otros muchos

textos. La ley del contraste, por una parte, parece un reflejo de los contrastes

existentes en la realidad social: pero por otra es una creación del autor para

poetizar esa realidad combinando lo positivo y lo negativo, para idealizar esa

realidad según modelos artísticos que hagan bello el objeto deseado, que conviertan

en arte esa realidad. Porque la verdad de la naturaleza no es la verdad

del arte; la verdad del arte se interesa por la esencia de las cosas y no por la

diversidad de lo real. La naturaleza ignora las leyes del arte, la justa medida,

multiplica las excepciones y las diferencias, con lo cual destruye la armonía,

que es el principio de la belleza. Galdós cree que el artista debe someter su

obra al principio de la veracidad estética (belleza de la reproducción) y no sólo

al de la veracidad objetiva (exactitud de la reproducción). Únase a esto la subordinación

de esa veracidad estética a una enseñanza moral, a una ética. Esta

unión entre ética y estética es de estirpe horaciana.

Veamos algunos ejemplos de cómo se manifiesta la ley del contraste en las

obras que estamos analizando. R-89/92 establece varias oposiciones entre personajes.

Federico Viera: inmoralidad, frente a Orozco: moralidad. La clase

burguesa: dominada por el positivismo, frente a Orozco: ética personal. Orozco:

la santidad alcanzada gracias a un proceso previo de ascesis interior, frente

a Augusta: la búsqueda del placer por encima de todo. A-97/04 presenta la

oposición entre el Conde y don Pío Coronado, con tratamiento cómico en A-97

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y tragicómico en A-04: Don Pío Coronado vive en total deshonor y vergüenza

públicos, pero él ayudará al Conde a comprender ya aceptar que el verdadero

significado del honor reside en la virtud personal. e-05 /10 ofrece contrastes en

abundancia. Alfonso: agricultura, e Ismael: industria, como representantes de

la posible y necesaria regeneración del país, se oponen a Zenón: la banca

usuraria, y a Rogelio: idealista, vividor y demoniógrafo; Juana: la beatería y el

formalismo religioso frente a Rosaura: la religiosidad pura y sincera. En P-76

aparece un contraste fundamental entre la visión idealizada que tiene de Orbajosa

y de los orbajosenses don Cayetano Polentinos y la que tiene el narrador.

Este presenta las acciones de los orbajosenses, para desmentir una a una las

afirmaciones de don cayetano. Este contraste no se mantiene en P-96; sí se

mantienen los contrastes entre Pepe Rey y el resto de los personajes tradicionalistas,

entre mundo urbano y mundo rural, entre progreso científico y atraso, ...

etc. También Gerona y Zaragoza presentan contrastes muy marcados, por

ejemplo Nomdedéu frente a Alvarez de Castro, y los Montoría frente a Candiola.

En las adaptaciones teatrales se mantiene la mayoría de estas oposiciones;

pero algunas desaparecen al desaparecer un personaje; otras se modifican

en cuanto al tratamiento que reciben del autor; y se crean otras nuevas por

cambios en los personajes. Las diferencias, pues, corresponden al modo de

manifestarse los contrastes y no a la esencia; están más ritmados, más marcados,

más esquematizados en las versiones teatrales que en las novelísticas como

consecuencia del sometimiento al tiempo real de representación y a la condición

de espectáculo público y colectivo.

ACCIÓN PRINCIPAL, ACCIÓN SECUNDARIA Y MÍMESIS REALISTA

En las tres novelas dialogadas aparecen una acción principal, una o más

acciones secundarias, y varios elementos al servicio de la mímesis realista creadores

de un mundo real, compacto, lleno. Estos tres aspectos experimentan

algunas modificaciones importantes en las versiones teatrales.

En R-89/92 la acción principal se centra en tomo al triángulo Federico-Augusta-

Orozco para presentar el proceso que lleva a Federico al suicidio, y cómo

reacciona Orozco ante el adulterio. Esta acción recibe un tratamiento trágico.

La segunda acción está constituida por dos historias, la de Clotilde y la de J.

Viera. Ambas cumplen doble función que las justifica. Sirven para caracterizar

a Federico, poniendo de manifiesto su arcaico concepto del honor. Y sirven

también para caracterizar a Orozco puesto que originan la acción caritativa y

generosa de éste a favor de los dos hermanos. Las dos acciones secundarias

reciben un tratamiento cómico, que las tiñe de connotaciones costumbristas. Y

además, la mayor parte de sus elementos están relatados por los personajes en '

lugar de representados. En la versión teatral toda la acción se ve sometida a la

ley de la reducción. Obviamente, las acciones secundarias son las que más

supresiones experimentan; lo cual confirma el deseo de Galdós por ceñirse a la

estructura de la acción principal; pero no encuentra el modo de suprimir las

acciones secundarias porque, como vimos antes, cumplían una función específica

en relación a Federico ya Orozco. A la vez puede modificarse alguno de sus

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elementos. Es el caso del realce que toma Clotilde en R-92 donde gana en autonomía

y en entidad como personaje, y de ser «mosquita muerta» pasa a ser «la

hormiguita»; pero a la vez su historia se convierte en episódica 1. De modo parecido

mantiene A-97/041a acción principal centrada en la búsqueda de la nieta legítima;

a la vez que simplifica y distribuye de otra manera la acción secundaria

centrada en los planes de las fuerzas vivas de Jerusa para encerrar al conde en el

monasterio de Zaratán o Zaratay en calco intencionado de El Quijote. Casandra

plantea algún problema especial, pues la acción principal está complicada por la

presencia de múltiples hilos: las decisiones cambiantes de Juana y su influencia en

los personajes; y por la abundancia de herederos. Todo ello obliga a que la acción

principal se subdivida y se demore excesivamente en C-05. C-lO mantiene la acción

principal pero sólo hasta la muerte de Juana, todo lo posterior a esa muerte,

las Jornadas IV y V, desaparece. A la vez se simplifica la atención prestada a los

parientes de primer grado; con lo cual Zenón y Rogelio ven reducida en gran

medida su importancia. Y desaparecen los parientes de segundo orden. La segunda

acción en C-05 está constituida por varios elementos que cumplen funciones

subsidiarias: los amores secretos entre Insúa y Pepa, o los de Martina y un carpintero;

la educación religiosa, noviazgos y planes matrimoniales para las hijas de los

Castañar; y el amor platónico del abogado Ríos por Casandra. Todos estos elementos

de las acciones secundarias reciben tratamiento cómico en C-05. y todos

ellos desaparecen en C-lO, ahora sin doble acción.

Así pues, no hay ninguna diferencia que permita oponer novela y teatro en

este aspecto, salvo la ley de simplificación o reducción de los elementos que la

componen pero que afecta por igual a elementos de la acción principal y de las

secundarias, aunque parezca más drástica en estas últimas. También las tres

novelas con narrador confirman esto.

El tercer componente de la acción, los elementos al servicio de la mímesis

realista empleados para crear un mundo amplio, ecuménico, lleno, son muy

abundantes en las novelas dialogadas y en las novelas con narrador; y muy

escasos en las versiones teatrales. Los tratadistas de los géneros literarios han

establecido algunas diferencias entre novela y teatro desde el punto de vista de

cómo crean su mundo ficticio. Hay un principio previo: toda obra literaria es

considerada como un modelo finito de un mundo infinito (Lotman) mediante

el cual la sociedad se ve reflejada a sí misma gracias al trabajo del autor que

construye un mundo dotado de significado. Ahora bien, cada género literario

crea ese modelo de manera diferente en función de los elementos que haga

intervenir para que el esqueleto de la acción principal y de las acciones secundarias

adquiera entidad y solidez. Así oponen novela o narrativa y teatro o

dramática a partir de conceptos como: novela es análisis, teatro es síntesis;

novela, género extenso, teatro, intenso (Clarín, 1890; Galdós, 1902, 1905). Novela

sometida a la ley de ampliación o ley épica (Kayser), teatro, sometido a la

ley cinética (Hernadi). Novela, como totalidad de objetos, como objetivación

de un mundo independiente y distinto del yo y con profusión de figuras, incidentes

y cosas, en oposición a la densidad y concentración del teatro (Aguiar

Silva). Teatro, como explicitación de un caso arquetípico, como carencia, frente

a la universalidad de la novela (D. Y nduráin).

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La aplicación de estos conceptos a las obras que estamos analizando explica

perfectamente las diferencias existentes entre las versiones novelescas y las

teatrales. En las versiones novelescas aparecen numerosos elementos cuya función

es la de contribuir a la mímesis, informarnos de lo real, decirnos que lo

que estamos leyendo es como lo real; con ello se consigue el objetivo de toda

novela: intentar la creación de un mundo experimentable para el lector mediante

el lenguaje. Los modos narrativos (Hernadi) se caracterizan por una

tensión ecuménica y totalizadora; evocan mundos imaginativos amplios, inclusivos,

extensos. Los modos dramáticos evocan mundos imaginativos sustentados

por un marco sólido de causas y efectos íntimamente interrelacionados,

mundos regidos por una ley cinética de causas ineluctables. Las novelas dialogadas

y las no dialogadas de Galdós son ejemplo de mundo ficticio ecuménico,

universal; están sometidas a la ley de ampliación: su objetivo es crear un orbe

inclusivo de la realidad de su tiempo donde la Historia de España y el organismo

social madrileño queden inmersos en la ficción con autonomía y complejidad.

El autor crea un espacio amplio, sin tener que someterse a ninguna de las

restricciones espaciales a que se somete en las versiones teatrales: Madrid,

Jerusa, La Pardina, Zaratán, Orbajosa, Gerona, Zaragoza, no son simples topónimos.

Todo ese espacio con sus numerosos emplazamientos se reduce al

«cuarto de estar» en las versiones teatrales. Aparece en sus novelas multitud

de personajes cuya función no es otra que la de dar idea de un mundo lleno:

ancianos, adultos jóvenes, niños; aristócratas, banqueros, eclesiásticos, militares,

administrativos, trabajadores, amas de casa; y matrimonios llenos de hijos.

Basta comparar las dramatis personae de sendas versiones para observar la

simplificación producida; a la vez que se constata que al novelista nadie le

cuenta el número de personajes, pero al dramaturgo sí. Todo ese mundo universal

es el que desaparece. Su presencia confirma la actitud de novelista y su

ausencia la de dramaturgo. Esta cuestión no debe verse como una diferencia

cuantitativa sino cualitativa, es decir, una diferencia que afecta a la esencia de

los géneros en cuanto a su manera de reproducir o de crear modelos del mundo

exterior. Galdós actúa como novelista en un caso y como dramaturgo en otro.

Todo esto viene a confirmar una afirmación de Hernadi: «Toda obra de tensión

ecuménica contiene lo que parece suficiente 'materia prima' para varias obras

cinéticas» (p. 138) lo cual explica muy bien la facilidad con que las novelas

pueden recibir adaptaciones teatrales mientras el caso inverso, que obras teatrales

pasen a convertirse en novelas, es desconocido.

PUNTO DE ARRANQUE DE LA ACCIÓN

La novela, en general, y especialmente la novela realista del XIX, toma la

historia que va a contar desde un punto muy anterior al centro de la historia;

aunque luego la disposición de esa historia puede no ser lineal. Por ejemplo

P-76 comienza in medias res con la llegada del tren y de Pepe Rey a Villahorrenda

y después, en el capítulo III, ofrece el pasado desde el que esta historia

se ha iniciado. El punto de arranque de la acción está en este pasado (1841);

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y aunque luego el novelista se centre en presentar preferentemente los 28 días

que Pepe Rey vivirá en Orbajosa y, más en concreto aún, se ocupe sólo de

unos pocos días de esa estancia en Orbajosa hasta que se produzca su muerte.

Por su parte el teatro de orientación clásico-aristotélica, es decir, el teatro

que se somete más o menos rígidamente a la exigencia de la unidad de tiempo

(bien sea en la unidad obra o en la unidad acto), ha de tomar la historia no en

el punto real en el que comenzó, sino en un punto muy próximo al nudo, muy

próximo al desenlace. Siguiendo con el ejemplo propuesto, P-96 comienza su

acción dos días después de haber llegado Pepe Rey a Orbajosa, y presenta

cuatro días, cuatro momentos de su estancia en la ciudad hasta que se produce

su muerte en la última escena. Otra cuestión es como debe o puede el dramaturgo

recuperar el pasado de esa historia anterior al punto de arranque, y en

qué proporción.

El asedio de Gerona se inicia el 13 de junio de 1809 (capítulo V) y termina

ellO de diciembre pero antes el narrador ha dedicado cuatro capítulos para

establecer el pasado de los personajes y de la ciudad. Sin embargo, G-93 ofrece

esta acotación: «la acción principia el 19 de septiembre y concluye el 9 de

diciembre de 1809» (p. 217), Y presenta cuatro momentos de ese período cronológico.

Z-74 se inicia con la llegada de Gabriel Araceli a la ciudad el 18 de

diciembre de 1808; el núcleo de su relato se centrará en exponer la resistencia

de la ciudad entre diciembre de 1808 y febrero de 1809, pero también el narrador

ofrecerá datos del pasado tanto de la ciudad (capítulo 11), como de los

personajes (los Montoria en el capítulo 111). Sin embargo, para Z-07 «la acción

está comprendida entre mediados de diciembre de 1808 y mediados de febrero

de 1809» (p. 823) Y presenta cinco momentos de ese período. Por su parte, las

tres novelas dialogadas usan la técnica teatral de orientación aristotélica en

cuanto al punto de arranque de la acción. La acción comienza en un punto

muy próximo al desenlace. Así se ocupa de los 6/5 días últimos de Federico, de

cinco momentos en la búsqueda de la nieta legítima, y de tres momentos en

e-05/l0 (Mayo 1905).

Pero a la vez creemos que se establece una oposición clara entre las dobles

versiones de las novelas dialogadas, en cuanto al tratamiento del pasado anterior

al punto de arranque: todos los personajes de las novelas dialogadas tienen

pasado; en las versiones teatrales únicamente los protagonistas y antagonistas

conservan algunos datos acerca de su pasado. La justificación de este hecho

debe derivarse del modo como cada género crea un modelo del mundo, al que

nos hemos referido antes; es decir, la novela crea un mundo total, lleno, en el

que cada personaje aparece puesto en relación con toda su vida. El teatro crea

un mundo limitado, sólo unos pocos personajes tienen algo que ver con su

pasado. Por otra parte, esta oposición entre personajes con pasado y personajes

sin pasado, o entre personajes con mucho pasado y personajes con poco pasado

parece justificar la importancia o predominio que adquieren los elementos regresivos

en la novela: la mirada continua que el narrador dirige hacia atrás

para desde allí explicar y comprender el presente; y la que adquieren los elementos

progresivos en el teatro: el dramaturgo ha de mirar continuamente

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hacia adelante, hacia el avance ritmado y calculado de la acción. De la actitud

que tome el autor ante el punto de arranque de la acción, ante el comienzo de

la historia se derivan también consecuencias importantes respecto al tratamiento

del tiempo, que diferencian claramente los géneros. Kayser ha puesto de

manifiesto la libertad y las posibilidades de que dispone el novelista de las que

carece el dramaturgo. Esto se refleja en la libertad del novelista para las inversiones

del tiempo (in medias res, anticipaciones, saltos hacia atrás, simultaneidad),

para sus aceleraciones y para sus detenciones. Libertad de la que no goza

el dramaturgo sometido a las convenciones del teatro clásico-aristotélico que

sólo puede introducir el pasado en forma de relato y que debe hacerlo sin

abusar de las relaciones.

TRATAMIENTO DEL TIEMPO ELIDIDO O ENTREACTO MADURATIVO

La elipsis como recurso fundamental para callar lo que no interesa es un

derecho y una práctica de todo autor y de todo género; podemos encontrarla

en la novela y en el teatro. Pero estos dos géneros se diferencian a la hora de

recuperar lo ocurrido en el tiempo elidido: sólo en el teatro existe la posibilidad,

si el dramaturgo lo desea o lo necesita, de recuperar lo que le ha ocurrido

al personaje fuera del escenario. El novelista jamás omite contar un suceso

importante, no puede dejar de contarlo. En consecuencia los tiempos elididos

en una novela son tiempos muertos, absolutamente nulos, no ha ocurrido nada

útil, nada interesante en ellos. En P-76 aparecen varios pasajes en los que se

alude al tiempo elidido de los 28 días que Pepe Rey vivió en Orbajosa. El

novelista tiene libertad total para prescindir de todo lo ocurrido en ese tiempo,

que siempre será tiempo muerto para la acción. La novela realista mantiene la

costumbre de informar del transcurso, más o menos exacto, del tiempo, al

modo como lo hace P-76. El dramaturgo tiene presente que los personajes

siguen viviendo también cuando están fuera del escenario al igual que dentro

de él. El dramaturgo debe decidir si a los personajes les ocurrirá algo importante

fuera de escena y que él no puede presentar en escena por las limitaciones

escenográficas del teatro o que no quiere presentar por razones estéticas o

emotivas o morales. Lo que les sucede a los personajes fuera de escena deberá

ser recuperado luego, de la única manera posible, mediante relaciones, es decir,

narrativamente; alguien debe contar todo lo que sucedió en el tiempo elidido.

En este aspecto hay una clara oposición entre las novelas con narrador, en

las que todo el tiempo elidido es tiempo muerto, nada ha ocurrido en él, y del

que sólo se informa acerca de su trascurso; y las novelas dialogadas, con tratamiento

teatral en las que sí puede haber ocurrido algo importante en ese tiempo

elidido, que debe ser recuperado narrativamente. Véase la J.III de R-89.

Luego en R-92 y 0-93 abusará de las relaciones para recuperar el tiempo elidid02•

En A -97 Y e-05 encontramos indistintamente los dos tratamientos posibles

del tiempo elidido, el novelístico (A-97 J.II, IV-V; e-05, J.II, VI-VU) y el teatral

(A-97, J.lII, Xll; e-05, J.II, 1).

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ELEMENTOS DE LA ESTRUCTURACIÓN INTERNA

1. La exposición

La exposición plantea la situación inicial de la que arranca la acción. Son

varias las funciones que cumple según los diversos elementos que la constituyen.

Crea una atmósfera de intriga, de sospechas y de misterio en torno a los

protagonistas. Cuida y prepara la primera aparición del protagonista en escena

con opiniones contradictorias acerca de él, que excitan la curiosidad. Esto implica

que los protagonistas no aparecen nunca en la primera escena. Además

esta primera aparición del protagonista está precedida siempre por la aparición

anterior del traidor, espía o vengador (si existe personaje con esta función en

la obra). Es el caso de Malibrán, Senén, Insúa, M.a Remedios. Sin embargo en

las novelas con narrador no aparece esta preparación para la primera aparición

del protagonista, ni tampoco le precede el traidor. El protagonista surge desde

las primeras páginas sin que ningún personaje tenga que preparar su aparición.

Crea el ambiente general, el mundo o entorno en el que vivirán los personajes.

Informa acerca del presente y del pasado de los personajes, es decir, presenta

la situación inicial de'la que parte la acción, y los hechos del pasado que también

se establece en este sentido: en la novela todos los personajes tienen pasado,

tienen su historia personal más allá del punto de arranque de la acción; en

el teatro sólo los protagonistas-antagonistas tienen pasado.

En la exposición y a veces más allá de ella, el autor introduce una serie de

elementos a los que Kayser (1948) llama motivos o factores excitantes y retardantes

de la acción. El ejemplo más claro de factor excitante en R-89/92 lo

constituye Malibrán y el retardante, Leonor. El empleo de factores excitantes

y retardantes de la acción aparece indistintamente en los dos géneros, aunque

hay ciertas diferencias no despreciables. En teatro, especialmente en el caso de

los factores excitantes, hay una disposición efectista y estratégica que los hace

aparecer como muy ritmados, muy subrayados: esta se manifiesta en la aparición

súbita del traidor, que sorprende una conversación, una cita, un gesto; o

en el uso de la ocultación; o en el uso del aparte; o en el engaño a la vista; o

en la formulación de amenazas explícitas o veladas. De todo esto hay ejemplos

en las versiones teatrales de Galdós.

Existe un segundo tipo de motivos, aunque sin lugar fijo de colocación, los

creadores de expectativas, a los que Kayser denomina motivos líricos y Tomachevski,

motivos composicionales, son elementos que afectan a la obra en su

conjunto, a la totalidad de la obra, en lugar de sólo a la acción. Crean una

atmósfera o tonalidad emotiva especial. Crean expectativas en el lector/espectador,

que luego deberán ser confirmadas. Estas expectativas pueden ser de

tipo muy diverso: intriga, anuncio velado del conflicto o del desenlace, contraste,

profecía, pistas para la interpretación de la obra o de algún pasaje, etc.

Sirvan de ejemplo en R-89/92 el crimen de la calle del BañolPez. En P-76

aparecen numerosos motivos líricos: el tren despertando aldeas, villas, ciudades

y provincias (capítulo 1), la toponimia de la región orbajosense, halago

para los oídos pero no para la vista (cap. 11), la ciudad de Orbajosa como

momia (cap. 11), la huerta, locus amoenus (cap. VIII), el sueño de Rosario

452

(cap. XXIV)3. Los motivos líricos también pueden aparecer en los dos géneros,

pero no deja de ser significativo el predominio, la abundancia de motivos líricos

en las novelas con narrador, en especial P-76, y su disminución en las versiones

teatrales, en todas. Lo cual no hace sino confirmar algo ya conocido, lo poco

poético que es el teatro de Galdós.

Coincidimos con todos los críticos que han señalado como característica del

teatro galdosiano la exposición lenta, demorada a través de múltiples escenas

en las que parece no acaecer nada, como si la acción no lograse echar a andar.

Esto es muy claro en Realidad, El Abuelo y Casandra, consecuencia de la

sumisión a la exposición que aparecía en las versiones novelescas a pesar de

que Galdós reivindia su derecho a una exposición lenta y demorada, creadora

de ambientes y de caracteres.

2. Los finales de jornada/acto

Las versiones teatrales ofrecen el ejemplo más claro de una sistemática reelaboración

de los finales de jornada que aparecían en las novelas dialogadas. Se

trata de cambiar los finales primitivos por otros finales de acto según lo que los

tratadistas llaman finales climáticos, en punta, efectistas, melodramáticos, folletinescos,

catárticos. Es el rasgo más visible en R-92, pero también existe en A y C.

¿Qué funciones cumplen los finales climáticos de jornada o de acto? Inicialmente

pueden ser vistos como marcas convencionales de un género en una

época determinada. El teatro de la 2. a mitad del XIX los había establecido así.

Desde esta perspectiva unos finales anticlimáticos eran interpretados como finales

novelescos y no como finales teatrales. Así se mantenía la creencia de

que los finales de actos debían dejar al espectador en un estado de gran impaciencia,

de fuerte emoción.

Galdós protesta, hacia 1885 (Nuestro teatro, p. 152), contra esta creencia;

los llama efectos pueriles y estúpidas convenciones. Y sin embargo, transigió

con esas convenciones, quizá por la tentación del éxito, que acecha al dramaturgo

y a los cómicos. Lo más seguro, por influjo de los cómicos. Poseemos

numerosos testimonios de Galdós, de E. Mario y de Clarín que confirman la

disponibilidad de Galdós para acoger sugerencias de los cómicos en relación

con modificaciones tendentes a obtener el éxito seguro (Soledad Ortega, Menéndez

Onrubia, 1984).

Otra función importante de los finales climáticos es la de ser elementos

estructurado res del avance de la acción y la de crear expectativas anunciadoras

del desenlace final de la obra; no para intrigar al espectador sino para prepararle

a la acogida de ese final. De alguna manera le ofrecen pistas seguras para

que anticipe imaginativamente el final; algunos pueden considerarse también

motivos líricos o composicionales, de los que hablábamos antes. Véanse los

finales de Acto I de R-92; IV de A-04; II y III de C-04; I de P-96.

3. Finales absolutos en Epílogo/ausencia de Epílogo

También hay diferencias entre los finales absolutos de las versiones novelescas

y las teatrales. Pero antes de abordar el estudio de esta cuestión conviene

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tener en cuenta algunas consideraciones acerca del final de todo texto artístico.

Todo texto artístico está concebido para tener un final a plazo fijo, un cierre;

en esto se diferencia el texto artístico, el texto literario, del texto no literario

(Lotman, Lázaro Carreter). En el texto artístico el curso de los acontecimientos

se detiene en el momento en que la historia o fábula se interrumpe. Después

ya no sucede nada, y aceptamos que el héroe que vive al final, ya no

morirá; quien consiguió el amor no lo perderá; quien venció no será vencido.

En consecuencia, los llamados finales abiertos no existen en el texto literario.

La existencia de delimitación en todo texto artístico, con sus marcas o fórmulas

explícitas de principio y fin, es ya un rasgo esencial de los textos literarios

fijado por la Poética General. Lo que sí variarán diacrónicamente son las marcas

de apertura y cü!rre y la actitud de los autores ante ellas, incluso hasta

llegar a la intención de oponerse a esas marcas; Galdós no se opone a las

fórmulas convencionales desarrolladas por la novela y el teatro en su época.

Era necesario hacer estas consideraciones para entender un rasgo más que

opone las versiones novelescas a las teatrales: la presencia de un epílogo, o de

un elemento que funciona como tal, en las novelas con narrador y en las novelas

dialogadas, y la ausencia de él en las versiones teatrales. En la novela

realista del XIX parece el epílogo para prolongar la acción más allá del clímax,

m4s allá del momento de máxima tensión emotiva, y para informar sobre la

suerte final de los protagonistas de la fábula que se acaba de leer. Tres son las

funciones que parece cumplir el epílogo: satisfacer la curiosidad del lector, dar

la pauta de lectura, es decir, señalar cómo debe interpretarse la historia leída,

y ser marca de un género literario: la novela. Andrés Marijuán, narrador de

0-74 se hace eco de esa curiosidad (Obras Completas 1, p. 835). El epílogo de

Z-74 está constituido por el cap. XXXI; el de 0-74 por el cap. XXVI, con dos

epílogos, uno para cada narrador, Marijuán y Araceli; el de P-76 por las seis

cartas de C. Polentinos. En las tres novelas dialogadas aparece en la última

escena, con acotación escénica en A-97 con diálogo informativo en las otras.

Nada queda en la versión teatral, que acaba siempre con el telón rápido.

PRESENCIAl AUSENCIA DE ESTRUCTURA ENMARCADA

Kayser afirma que las narraciones enmarcadas son aquellas que fingen basarse

en manuscritos, cartas, documentos, relatos orales. Mignolo denomina

enmarque a todo lo que señala o establece el principio y el fin de la obra. Ya

hemos visto cómo el epílogo es considerado como marca del final, como fórmula

de cierre en la novela decimonónica y en la novelística galdosiana. P-76 y

0-74 son las dos novelas que mejor ilustran la estructura enmarcada según los

conceptos de Kayser y Mignolo. El enmarque en P-76 aparece explícitamente

sólo al final, en el epílogo, pero proyecta toda su luz sobre lo leído, indica

cómo debe entenderse la historia presentada, y confirma definitivamente por

qué el narrador ha ido contraponiendo a lo largo de los capítulos en los que

aparecía Cayetano (VI, VII, X, XVI) las opiniones de este y las suyas. 0-74

tiene también una estructura enmarcada ya que el relato de Andrés Marijuán

se incluye en el relato de Gabriel Araceli. ¿Por qué Galdós utiliza el recurso

454

del enmarque en las novelas con narrador y no lo utiliza en las novelas dialogadas?

La respuesta a esa pregunta debe partir de la presencia-ausencia del narrador.

La presencia de narrador determina el recurso al documento, a las fuentes.

Todo narrador tiene como primera misión contar la historia que constituye

la novela; pero para poder contar algo antes tiene que haberlo conocido. Además

el narrador espera ser creído por el lector . Es cierto que todo lector concede

un crédito total a las palabras del narrador (Booth) ya que no está en

condiciones de poder verificar los datos que el narrador le da. El lector acepta

sin discusión y sin dudas todo lo que el narrador le dice por muy inverosímil

que pueda parecer. Para acentuar esa credibilidad por parte del lector surge la

necesidad de apelar a las fuentes a través de las cuales el narrador llegó a

conocer la historia. Las novelas dialogadas carecen de narrador, a no ser que

le atribuyamos las acotaciones escénicas de tipo omnisciente en A -97 y e-05.

Galdós prescinde de él para conseguir una objetividad mayor con la desaparición

del intermediario entre personajes y lector, según lo expone en el prólogo

de A-97. No necesita apelar a las fuentes de conocimiento, a cómo conoció la

historia, porque no pretende contar la historia de un hecho pasado, sino la

representación de un hecho que está ocurriendo ahora mismo ante el lector /

oyente / o supuesto espectador. Lo que sucede ante uno mismo no necesita

justificación histórica; uno mismo puede verificarlo como real. Por esta razón

el teatro no ha necesitado desarrollar técnicas para convencer de la veracidad

de sus fábulas. Galdós presenta sus novelas dialogadas no como relatos de

hechos pasados, sino como acontecimientos actuales.

Esperamos que haya quedado claro qué debe entenderse en cuanto al casamiento

novela-teatro y en cuanto al concepto de teatro libre al que tendía

Galdós.

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NOTAS

1 El relieve de Clotilde en R-92 debe ponerse en relación con preocupaciones galdosianas en

la década del 90 coincidentes con las tesis regeneracionistas de J. Costa en tomo a la necesidad de

salvar al país por medio del trabajo de todos, cualquiera que sea su clase social. Son varias las

obras de esta década en las que Galdós propone, antes de que aparezca la crisis del 98, una salida

del marasmo, de la astenia y caquexia en que España estaba cayendo. Esto se conseguirá con

voluntad y trabajo (Menéndez Onrubia, 1983).

2 Parece que este abuso de relaciones en G-93 puede explicar, entre otras razones, el fracaso

de G-93. Todo por no cumplir lo que pide Sumta a los personajes en el Acto 1, lll: No quiero que

nadie me cuente vuestras hazañas. Quiero verlas con estos ojos. Los espectadores pensarían lo

mismo que Sumta al comprobar que Galdós no era capaz de representar en escena el asedio de

Gerona y se limitaba a relatar lo que había sucedido en las calles, más alla del escenario. Hay

ejemplos en Acto 1, escenas I-ll-lll-V-IX-X-Xll, que ocupan toda o parte de la escena. Podría parecer

disculpable por tratarse de la exposición, aunque siempre resultará excesivo que de 15 escenas de

las que consta el acto haya dedicado 7 escenas a relatar lo que el espectador no ha podido ver.

Pero en los actos siguientes continúa con las relaciones; Acto 11, escena IV-V11-vm-XIV-XV; Acto 111,

escenas 11l-lV-XI-Xll; Acto IV, escenas 1-11-IV-V11-X11.

3 Más ejemplos de las otras obras. La casi ceguera del Conde (J.I, v; J.II, VII Acto 11, IV) Y

la tormenta meteorológica (J.III, vlll/Acto 111,11) en A-97/04.

La elucubración sobre el nombre y significado de la profetisa Casandra (J.I, XIV). La relación

que establece Rogelio entre los demonios y los personajes (J.I, x). Antes de todo esto Juana ha

contado lo que sintió en la enfermedad de la que ya se ha repuesto: «una mano invisible y dura

me apretó la garganta» (J. 1, IV). En G-74, Pablo Nomdedéu y A. Marijuán cazando juntos a la

gata Pichota y luchando entre ellos por no repartir el botín (cap. XII); el ejército de ratas y ratones

(cap. XVI-XVIII). Yen G-74/93 el baile de los niños para alegrar a Josefina. En Z-74 el perro

Coridón al que los franceses ensartan en una bayoneta (cap. XXIV) y el niño abandonado y sólo

por las calles de Zaragoza (cap. XXIV; cap. XXIX). Los motivos líricos pueden tener carácter

recurrente (así, la casi ceguera del Conde, el niño abandonado) a modo de leitmotiv, con ello se

acentúa aún más su función unificadora o estructuradora.

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