GALDOS EN BUÑUEL (SOBRE UNA SIMBIOSIS CREADORA)

Víctor Fuentes

«Es la única influencia que yo reconocería, la de Galdós así, en general,

sobre mí», afirma Buñuel en sus «Conversaciones con Max Aub», opacando

con la sola y señera figura del gran novelista canario otras influencias o intertextualidades

capitales en su obra, tales como la del Marqués de Sade, André

Breton, Peret y, en general, la del grupo de escritores y pintores surrealistas.

Y, en verdad, el cineasta aragonés absorbiendo y trasformando los textos novelísticos

galdosianos, vendrá a continuar y a enriquecer en la pantalla -desde

los comienzos de su etapa mexicana - la gran tradición de la narrativa hispana

que va de Cervantes a Galdós, pasando por la picaresca; tradición inscrita en

el «famoso» realismo español, del cual Buñuel -en la segunda mitad del siglo

XX- nos ha dejado uno de los grandes ejemplos.

Como tantos de los hombres de la llamada generación del 27, Buñuel en los

años veinte no se interesó -según propia declaración1

- en Galdós. Aunque

después, y como sucediera con tantos otros escritores de su generación, se fue

acercando a su obra hasta llegar a declararse «fervientemente galdosiano». El

inicio de esta aproximación habría que situarlo ya en los años 30; fecha en la

cual la literatura y el arte, haciéndose eco del protagonismo de las masas populares

en la vida política y social, se orienta hacia un «nuevo romanticismo y

humanismo» social. Aspiraron nuestros mejores escritores y artistas de entonces

a calar en la sensibilidad y entraña popular, cantera de la que ya habían

surgido grandes bloques de la obra de Galdós, quien -como agudamente observara

Clarín2- supo dar con la veta del «gran realismo del pueblo».

Ya en su tercer película, Las Hurdes, 1932, Buñuel, quien se separara del

grupo surrealista, entre otras razones, por no encontrarse a gusto con su «especie

de aristocracia intelectual», combina elementos del surrealismo con otros

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del realismo tradicional hispano. Ya en aquella película caló en esa «rara y

dolorosa identidad española entre superrealidad y realidad» de que hablara

Angel Fernández Santos a propósito de su Tristana. En la secuencia del grupo

indómito de enanos y retardados, el guión acota: «el mismo realismo de un

Zurbarán o un Ribera queda muy por debajo de tal realidad», aunque en la

pantalla también vemos imágenes que nos remiten a aquel realismo. El amor

con que se entrega a la observación de la vida de «los miserables» hurdanos

emparenta directamente con la misma actitud de Galdós hacia los míseros habitantes

de los barrios bajos madrileños en La desheredada, Fortunata y Jacinta,

Nazarín y Misericordia. Igualmente, en aquella observación de la vida de los

hurdanos, Buñuel revela las dotes de gran observador que destacara Galdós en

Velázquez en sus «Observaciones sobre la novela contemporánea», aduciendo

que esta gran cualidad de los grandes creadores de la novela del siglo XIX,

perdida en la España decimonónica, en los narradores de ella anteriores a él,

era algo que había existido en nuestra tradición.

En la utilización hecha por Buñuel, en su etapa de productor de Filmófono,

1935-1936, de adaptaciones de obras de Arniches, del género chico y del melodrama

parece haber una actitud (realizada a su modo ya por Galdós) muy

próxima a la formulada por Gramsci en sus reflexiones sobre el folletín 3• Ve el

pensador italiano en este género una forma degradada de la literatura nacionalpopular,

pero, sin embargo, reconoce que está profundamente arraigado en la

imaginación y sentimentalidad del pueblo, como elemento de cultura, viva y

actual, y es, por lo tanto, un factor poderoso en la formación de la mentalidad

y la moralidad popular; y también del sentido de lo fantástico, pues para la

gente del pueblo el folletín es un «verdadero soñar despierto». Programaba

Buñuel en aquella etapa llevar al cine Fortunata y Jacinta, obra en la que

Galdós eleva el folletín a las más altas cimas de la novela.

El gran interés de Buñuel por Galdós data, como nos dice, de sus años en el

exilio de Nueva York. No es aventurado conjeturar que, lejos del idioma y del

suelo nativo, la lectura de Galdós supondría para él -y para tantos otros exiliados-

la comunicación viva con el hontanar de esencias nacionales y populares,

cegado por la barbarie en la España franquista. Y que también dicha lectura

fuera - en aquellos momentos catastróficos de la posguerra y de la segunda

guerra mundial- alimento para su sensibilidad humana y creadora. Hay que

recordar, asimismo, que en 1943, año del centenario de Galdós, los exiliados en

Argentina, Chile, México, Venezuela, Nueva York, etc., lo celebraron con gran

conmemoración, mientras en la España de Franco era silenciado. En Nueva

York, Buñuel pudo haber estado entre los presentes al acto celebrado en el

Instituto Hispánico de la universidad de Columbia, donde hablaron sus amigos

de Onís, del Río y Francisco García Lorca. Igualmente, hay que tener presente

que, por aquellas fechas, sus compañeros de generación del Río y Casalduero

son quienes inician la plena revalorización crítica de Galdós. Dando un paso

más, le corresponderá a Buñuelllevar esta revalorización a la práctica creadora.

Hablando con los críticos mexicanos De la Colina y Pérez Turrent, declaró

el gran cineasta que tenía comprados los derechos de Doña Perfecta y de Naza-

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rín, las cuales planeaba llevar al cine en los comienzos de su época mexicana.

De Doña Perfecta, tenía ya preparada la adaptación a la pantalla, pero el productor

se la encargó al mexicano Alejandro Galindo, quien hizo una medianía

de película. De las tres líneas que cruzan -o se entrecruzan - en la creación

buñueliana -la surrealista, la realista y la teológica- las dos últimas empalman

directamente con la obra de Galdós. En cuanto a la primera, la surrealista,

podríamos afirmar que hay elementos latentes de ella en la obra galdosiana. Y

así lo vió Buñuel, quien declara: «Encontré en su obra elementos que se puede

llamar incluso surrealistas: el amor loco, visiones delirantes, una realidad muy

intensa, con momentos líricos». Y, en verdad, Pepe Rey, dispuesto a llevarse

por delante cualquier obstáculo que se interponga entre él y su amada, tiene

algo de precursor de Modot, el protagonista de La edad de oro y prototipo del

héroe del «amor loco» surrealista. Y las visiones delirantes de Rosario y de

tantos personajes galdosianos apuntan a estados de conciencia y subconciencia

surrealista. En cuanto a esa visión de la realidad «muy intensa, con momentos

líricos», también nos lleva a la fusión de la realidad y la superrealidad, presente

ya en Galdós y potenciada al máximo en la narrativa cinematográfica de Buñu

el. Como agudamente observó Angel Rama:

Se entiende entonces que un surrealista como el cineasta Luis Buñuel haya redescubierto

a Galdós: en él detectó esa desaforada extremación de lo real que

concluye traspasándolo y, a través del manso río costumbrista, nos incorpora a

un clima onírico donde el mundo convencional se da vuelta4

No pudo Buñuelllevar al cine mexicano de los años 40 sus planeadas versiones

de las novelas de Galdós, como tampoco pudiera hacerlo en la España de

1936, sin embargo, en su primera obra maestra mexicana, Los olvidados, de

1950, está muy presente la huella de las lecturas galdosianas. A primera vista,

nada más opuesto que Doña Perfecta y Los olvidados. No obstante, esta películo

tiene mucho de «Homenaje a Galdós»; al Galdós de Doña Perfecta y de

otras de sus «novelas contemporáneas». Coincide con Doña Perfecta en la tragedia

(tragedia de la naciente burguesía española, en la novela y de «los pobres

de la tierra», en la película). No creo muy atrevido el afirmar que en nuestra

parva cosecha de obras trágicas, Los olvidados, muy unida a Doña Perfecta,

por el tema del filicidio y las motivaciones económico-sociales, viene, y junto a

ésta, tan sólo detrás de La Celestina y El caballero de Olmedo. Para la composición

de la película recorrió Buñuel, durante varios meses y disfrazado, los

barrios pobres de la capital mexicana, lo mismo que hiciera Galdós, por los

barrios bajos madrileños para escribir Misericordia.

«Es la primera vez que un novelista de los buenos habla de este Madrid

pobre, fétido, hambriento y humillado», escribió Clarín a propósito de La desheredada

y lo mismo podría decirse (cambiando la palabra novelista por la de

cineasta) del México de Los olvidados, cuya descarnada visión casi le costó a

Buñuel ser expulsado del país.

El abandono de niños y adolescentes en los terrenos baldíos y basureros de

la capital de esta película ya lo habíamos visto en La desheredada; en las pandillas

por los descampados de la Ronda de Embajadores y el barrio de las Peñue-

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las. Hasta la descripción galdosiana de los niños y adolescentes «desheredados»

parece ser la de los rostros de «los olvidados» que desgarran la pantalla:

Los craneos achatados, los pómulos cubiertos de granulaciones y el pelo ralo

ponían una máscara de antipatía sobre las siempre interesantes facciones de la

niñez.

La poesía de la niñez que, entre tanta miseria, destella en la novela y en la

película (en las novelas y películas de ambos) es otra de las constantes de la

creación de Galdós que reaparece en Buñuel. El bálsamo de ternura sobre una

atroz realidad que supone en Los olvidados la relación entre los niños, Meche,

el Ojitos y Pedro, nos remite al trato entre Marianela y Cepelín. Lo mismo que

el fallido intento de domesticación de la joven a cargo del doctor Golfín anticipa

el parecido fracaso del reformista director de la Granja-Reformatorio con el

rebelde Pedro. Las famosas gallinas de Los olvidados ya aparecieron al comienzo

en Fortunata y Jacinta. El gesto de Fortunata, arrojando al vacío la

cáscara del huevo que ha sorbido crudo, anuncia el de Pedro, mucho más

desafiante, lanzando el huevo contra el lente de la cámara y en dirección al

espectador. Y, al final de la película, el cadáver del adolescente rueda a un

vertedero de basura, al igual que al final de Miau el de Villaamil cae volcando

por los desmontes de basura de Príncipe Pío.

Se podría hacer una larga lista de las huellas de las lecturas galdosianas en

el cine de Buñuel. Baste, para concluir este cotejo, tres transcripciones directas:

el perro Canelo de Viridiana, de breve e intensa presencia en la película,

a quien ya habíamos conocido de personaje en Miau; el cesante Padre Pinillos

de La ilusión viaja en tranvía, encamación directa del Miau de la novela; el

desgarrado grito de Paloma al final de El bruto, «Mátelo, mátelo», que revive

el terrible grito de doña Perfecta, «Cristóbal, Cristóbal, mátale ... ».

Sería también muy intensa la enumeración de temas comunes: la ya mencionada

poesía de la niñez, la solidaridad con los desheredados y olvidados, la

presencia de lo demoníaco, la reivindicación de los fueros de la naturaleza, las

pulsaciones y la historia frente a un orden desvitalizado y opresor, el fracaso

de tantos héroes y heroínas de la voluntad, el «amor loco» y el amor por todo

lo viviente, los curas, curas-funcionarios, pero también un cura como Nazarín,

precursor de la teología de la liberación y un largo etc. Podríamos enumerar,

asimismo, la afinidad en las descripciones: esos interiores ahumados y espacios

cerrados de la novela galdosiana y el cine de Buñuel, o en estilos narrativos: el

mal acabado de sus obras, la vida como paradigma narrativo esencial; o ver

cómo el sueño del Galdós de 1870 por hacer una novela de costumbres de la

burguesía da paso, posteriormente, a su novela de la fantasmagoría de la España

de la Restauración y va a dar en la narrativa fílmica del último Buñuel: el

sueño de la narrativa de costumbres de la burguesía convertido en la pesadilla

del «discreto encanto» y del absurdo en que vivimos.

Y, también, en contraposición a esto, en las obras de Buñuel del período

mexicano, aun en las más «alimenticias» , ya pesar de las limitaciones impuestas,

encontramos la presencia de ese «gran realismo del pueblo» que veía Clarín en

la obra de Galdós, y del dramatismo de lo aflodino cotidiano, dando, aún a sus

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«malas» películas mexicanas, un efecto de verdad y autenticidad nada frecuente

en la pantalla cinematográfica. Recordemos también que dicho realismo, en el

ciclo de películas comerciales mexicanas, le llega a Buñuel de Galdós, pero

también de Arniches y del género chico, del cual escribiera Bergamín:

Todo aquel teatro llamado del «género chico», y que ya pasó se sostiene y sustenta,

como de su savia y raíz propia del tradicional y legendario «realismo» y

«costumbrismo» del arte espaftol. De sus más hondas raíces de vida y de verdad

humanas y popularísimas5•

Logró Buñuel, tras arduas dificultades, filmar su versión de dos novelas de

Galdós, Nazarín, 1958, y Tristana, 1970. No me ocupo aquí de estas dos versiones

que cuentan ya con una extensa bibliografía. Sólo diré que con ellas salda

el genial cineasta su deuda con la reconocida influencia de Galdós; y de una

manera buñueliana: llevando -podríamos decir- su propia influencia a la

obra del novelista. En ambas adaptaciones, su impronta creadora, indeleblemente

unida a la de Galdós, enriquece las perspectivas ideológicas y artísticas

de las dos novelas. También pensó Buñuel, por aquellas fechas, llevar al cine

Angel Guerra. Y aunque no lo logró, su influencia, como la de Doña Perfecta,

se nota en otras películas: Tristana, donde Buñuel, trasladando la acción de

Madrid a Toledo, nos ha dejado la equivalente cinematográfica de esa gran

novela de Toledo que es Angel Guerra. Y Viridiana, en la cual el «camino de

perfección» de la protagonista se pierde por los tortuosos laberintos de la vida,

caso afín al de Angel Guerra.

En Viridiana, además, los «desheredados» y los mendigos de Misericordia,

excluidos del banquete de la civilización, entran a saco en la Casa grande.

Significativamente, las novelas galdosianas que elige Buñuel, en su época

de plena madurez, pertenecen a la etapa de culminación de las «novelas contemporáneas

»; etapa en la que el novelista se declara por una narrativa de

descarnados modelos humanos. Desde su llegada a México -y con su proyectada

versión de Nazarín-, Buñuel aspiró a llevar tal narrativa a la pantalla. Al

no poder hacer Nazarín, nos dió El Y Robinson Crusoe, ambas de 1952. No

parece ninguna casualidad el que la primera novela que llevó Buñuel al cine

fuera la de Defoe, cuyo Robinson junto a Don Quijote, inicia en la narrativa

europea la novelística de caracteres humanos. Don Quijote gravitará con fuerza

sobre los personajes galdosianos a partir de La desheredada y sobre los de

Buñuel desde El. Don Quijote, en cuya alma -y como viera Lukacs- Cervantes

describió «un inextricable y profundo entrecruzamiento de sublimidad y

locura»; paradigma del héroe problemático y de su búsqueda demoníaca y degradada,

esencia de la novela moderna, siguiendo al Lukacs de Teoría de la

novela.

I:qdividuos y seres problemáticos, los personajes galdosianos y buñuelistas,

que se dejan el alma en su búsqueda o sombra de una búsqueda por el sentido

o sin sentido de sus vidas; búsqueda degradada en un mundo degradado para

volver a la definición lukacsiana. Isidora, Fortunata y Jacinta, Maxi, Mauricia

la dura, Torquemada, Tristana, N azarín, Angel Guerra son hermanos y hermanas

de Francisco, el personaje de El, Archibaldo, ¿loco?, ¿criminal?, Celestine

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de El diario de una camarera - Séverine - Belle de jour, su Tristana y N azarín

y Viridiana. Viridiana, en cuya alma también encontramos ese inextricable y

profundo entrecruzamiento de sublimidad y locura del alma de don Quijote.

«Esta señorita es muy buena», dice una de las mendigas que recoge la heroína,

«Sí, muy buena, pero un poco chalada», responde otra.

Podría profundizarse mucho en el análisis de cómo Galdós, en su novelística,

y Buñuel, en su narrativa cinematográfica, desarrollan los elementos constitutivos

de la novela moderna analizados por Lukacs. Especialmente fecundo

sería el análisis de la ironía -la mística negativa de las épocas sin Dios, según

la definición del gran crítico húngaro- en ambos autores, distanciados de la

búsqueda degradada de sus personajes y muy conscientes de la degradación del

mundo en que se inscribe dicha búsqueda: el mundo del discreto encanto (nada

discreto ni encantador) de la burguesía en dos épocas distintas de su crisis

civilizadora.

Para terminar, hay que vincular estas influencias y afinidades electivas y

creadoras entre Galdós y Buñuel a una última raíz de tradición cultural y étnica

hispánica (recuérdese la frase, que gusta de repetir Buñuel, de que todo lo

que, en arte, no es tradición es plagio): el tradicional realismo español.

Buñuel nos dijo de Viridiana: «No es una fantasía, sino una réplica más del

famoso realismo español», realismo destacado por Menéndez Pidal como categoría

definitoria de la tradición literaria y artística del carácter nacional6• Hay

que añadir que la definición del realismo que nos dió el eminente sabio apunta,

más que al realismo positivista del siglo XIX, al realismo mágico, a lo real

maravilloso, actualizado en nuestros días por los novelistas latinoamericanos.

Nos habla el sabio madrileño de la propensión de la imaginación española a

tratar lo maravilloso como una realidad extraordinaria, una segunda realidad.

y cuando ahondando en esta pauta, el germano Vossler7, definiendo nuestro

realismo del Siglo de Oro, menciona la presencia en él de tullidos, enanos

idiotas y vagabundos, considerados con el mismo respeto que si se tratara del

rey; la naturalidad en el paso de este mundo al otro, del sueño a la vida y de

ésta a aquél, parece que está definiendo los mundos creadores de Galdós y

Buñuel. Recuérdese que los límites del realismo de Galdós se extienden desde

La desheredada, novela «naturalista» hasta El caballero encantado, «cuento

real, inverosimil», según su autor, en la cual Rodríguez Puértolas vio atisbos

de surrealismos. Y en este caso se trataría de Galdós acercándose al surrealista

Buñuel, quien como nadie en nuestra narrativa contemporánea ha sabido fundir

los planos de lo real y lo fantástico.

Pasando al fondo moral y filosófico del realismo tradicional hispano, de

Onís destacó la tolerancia moral como cualidad que permite la profunda comprensión

estética y posibilita ver en todo ser humano, hasta en los más bajos y

miserables, «la bella luz de la humanidad». La tolerancia, «fuente caudalosa

del amor», como nos decía ayer Casalduero, fluye y rebosa en las obras de

Galdós y Buñuel. María Zambrano destacó cómo nuestro realismo lleva anejo

una forma de conocimiento del que se ha nutrido nuestra cultura y saber popular

y las más misteriosas obras de nuestra literatura: un saber y una razón

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que, como nos dice la pensadora malagueña, «se ha extendido humildemente

por seres y cosas, sin delimitarse a sí misma», pues se trata de una razón

enemiga de la razón racionalista, tan mal parada ésta en las obras de Galdós y

Buñuel9

Claro que ninguno de estos dos autores se limitó a actualizar el realismo

tradicional; ambos vinieron a añadirle una dimensión abiertamente crítica, desde

sus respectivas épocas histórico-sociales. Y hasta podríamos valemos de su

realismo para reivindicar un concepto hoy en día muy denostado por quienes

cultivan la superstición de lo literario en sí; el no menos famoso compromiso

del arte, por supuesto, de un compromiso no de consigna o ni siquiera tácitamente

formulado. Buñuel, del principio al fin de su obra (obra de un enlace

tan completo como la de Galdós), hizo suya una frase de Engels sobre la novela

de tendencia (y no tendenciosa) socialista, que Buñuel adoptó para definir su

función de cineasta:

... cumple perfectamente su misión cuando, por una pintura fiel de las relaciones

reales, destruye las ilusiones convencionales sobre la naturaleza de tales relaciones,

quiebra el optimismo del mundo burgués y obliga a dudar de la perennidad

del orden existente, incluso si el autor no indica directamente la solución, si,

dado el caso, no toma ostensiblemente partido 10.

Lukacs aplicó este pensamiento de Engels a su análisis de los grandes novelistas

realistas del siglo XIX, entre quienes destaca nuestro Galdós, cada vez

más en primera fila, cuya obra toda es un refrendo de las palabras citadas del

pensador comunista. Pues -para terminar con una pregunta- ¿Qué quedaría

de las extraordinarias obras de nuestros dos autores si en ellas encontráramos

tan sólo, literatura o cine, y no un penetrante y provocador análisis, encarnado

en sus mundos de ficción, de los problemas que enfrenta el ser humano dentro

de su contexto histórico y unas perspectivas trasformadoras del ser y la sociedad?

Muchas gracias.

NOTAS

1 A propósito de Nazarín, Buñuel habló con los mexicanos José de la Colina y Tomás Pérez

Turrent de su relación con la obra de Galdós. De esta conversación tomo las declaraciones que

cito en el presente trabajo. Se publicó en Ciclo Luis Buñuel, Lisboa, Cinemateca portuguesa, 1982.

2 En Galdós, Madrid, Renacimiento, 1912, p. 20.

3 Véase la recopilación de los escritos gramscianos sobre literatura editados por G. MANACORDA,

Antonio Gramsci, Marxismo e letteratura, Roma, Editori Reunita, 1975.

4 Diario de las Palmas, jueves 12-5-1983.

5 Al volver, Barcelona, Seix Barral, 1962, p. 91.

6 En su «Introducción» a la Historia general de las literaturas hispánicas, Guillermo Díaz

Plaja, editor, Barcelona, Editorial Barna, 1949.

7 En «Realismo en la literatura española», Algunos caracteres de la cultura española del Siglo

de Oro, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1942. .

8 Los pensamientos de ambos autores sobre el tema se encuentran en el libro de F. DE ONÍS,

Ensayos sobre el sentido de la cultura española, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estu-

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diantes, 1932, p. 116 Y el de María Zambrano, La España de Galdós, Barcelona, La Gaya Ciencia,

1982, p. 120.

9 En su edición de El caballero encantado, Madrid, Cátedra.

10 Citó Buñuel estas palabras, textualmente y adhiriéndose a ellas, en su conferencia, «Cine y

Poesía», dictada en la Universidad de la capital mexicana en 1953. Volvió a repetirlas, haciéndolas

suyas, en 1973, en conversación con Carlos Fuentes.

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