SOFIA CASANOVA, AUTORA DE LA MADEJA

María del Carmen Simón Palmer

(C.S.LC.)

Varios son los motivos que nos han llevado a tratar del estreno de esta

pequeña comedia, única obra dramática de Sofía Casanova. De una parte la

importancia de su selección por Galdós, dado los escasos contactos de don

Benito con el mundo intelectual femenino, ya muy numeroso entonces. En

efecto, no aparecen colaboraciones suyas en las publicaciones femeninas por

excelencia pero sí escribe, por ejemplo, en «El Parthenon», revista dirigida por

Josefa Pujol, la única helenista española en aquel tiempo. Es indudable la

admiración de Galdós por mujeres de una inteligencia fuera de lo común y que

en la mayoría de los casos se salieron del comportamieanto habitual en su sexo.

Otro motivo es el tratar de redescubrir a una autora a la que aquel mismo

año en que se estrenó «La madeja», don Emilio Cotare lo y don Antonio Maura

pensaban proponer para el Premio Nobel de Literatura. El estallido de la primera

Guerra Mundial obligó a Sofía a marchar a su segunda patria, Polonia.

Por último nos ha parecido interesante el poder contrastar la versión que

un autor da de cómo se ha efectuado la elección de su <?bra para ser representada,

con la realidad de los hechos. Esto nos es posible aquí gracias a haber

localizado el testimonio de la persona que actuó como intermediario entre Pérez

Galdós y Sofía Casanova.

Cuando se profundiza en el estudio de la producción literaria femenina de la

segunda mitad del siglo XIX, destaca el escaso número de autoras dramáticas en

comparación con las que cultivaron otros géneros. Escritoras como Pastora

Echegaray, Julia de Asensi, Adelaida Muñiz o Pilar Contreras pudieron estrenar

en teatros de segunda fila, cuando consiguieron hacerlo en Madrid, y muchas

otras se contentaron con que fuera el público infantil el que las representara.

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Tras Gertrudis Gómez de Avellaneda sólo Rosario de Acuña había conseguido

representar sus dramas en el escenario de el Español, antes de Sofía

Casanova. Y es curioso que sea una de las escasas escritoras a las que don

Benito elogiará, sobre todo si tenemos en cuenta su conflictiva personalidad.

Rosario de Acuña, nacida en Madrid en 1851, viajó desde muy joven por

toda Europa y sus primeras obras tuvieron un éxito extraordinario en el teatro.

En el Español estrenó «Tribunales de venganza», drama trágico histórico en

dos actos y epílogo, en verso, el seis de abril de 1880 y «La voz de la Patria»,

cuadro dramático en un acto y en verso, el veinte de diciembre de 1893. Pero

poco a poco fue enfrentándose a la Iglesia, hasta declararse abiertamente librepensadora.

A partir de ese momento, todos los críticos, aun reconociendo su

talento, lamentaron la «desviación» y repitieron en sus comentarios la frase de

uno de ellos:

«Es considerada por los hombres como una literata y por las mujeres como

una librepensadora, y no inspira simpatías a ninguno de los dos sexos». Exiliada

en Portugal el año 1911, a raíz de la publicación de un artículo suyo en el

«Internacional» de París y luego en «El Progreso» de Barcelona en el que

atacaba a los universitarios españoles, a su regreso, perdonada por el Conde

de Romanones, se retiró el resto de sus días a Asturias.

Pérez Galdós, el año 1933, al inaugurar el Ayuntamiento de Madrid un

grupo escolar con su nombre diría:

«Ella ha a abordado todos los géneros y formas de la literatura, la tragedia, el

drama histórico, la poesía lírica, el cuento, la novela corta, el episodio, la biografía,

el pequeño poema, el artículo filosófilo, político y social y la propaganda

revolucionaria» 1 •

Sofía Casanova y Galdós

Ideológicamente opuesta a su antecesora en las tablas del Español, Sofía

Casanova fue también una escritora excepcional, no sólo por su calidad literaria,

sino también porque las circunstancias de su vida y el llegar casi a los cien

años le permitió realizar una obra que abarca todos los géneros liberarios,

desde la poesía, pasando por la novela y muy especialmente la crónica periodística

como corresponsal del diario ABC en Polonia y Rusia.

Nacida el 30 de septiembre de 1862 en Almeiras, cerca de La Coruña,

colaboró desde muy pequeña en publicaciones infantiles. Ya en Madrid, fue

pronto protegida por Ramón de Campo amor , quien la introdujo en las tertulias

literarias del Conde de Andino y del Marqués de Valmar, y le presentaría más

tarde a la persona que decidiría su agitado futuro, Vicente Lutoslawski, filósofo

de la aristocracia polaca que había venido a España para investigar sobre «El

pesimismo en Europa». La boda entre ambos se celebró en 1887 y Sofía se

trasladó al señorío de Drozdwo, propiedad de su marido. Varias veces vino a

España atravesando toda Europa y sus viajes le permitieron conocer a personalidades

del mundo intelectual y político: Tolstoi, Maria Curie, Morel Fatio,

cuyas opiniones sobre lo español recogió en libros y conferencias.

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Su afición al estudio le llevó a conocer cinco idiomas y traducir los escritores

polacos más famosos como Sienkiewiz o Kowalewska al español. Su propia

obra fue vertida al francés, polaco, sueco, holandés, etc.

Desde sus primeros viajes a España, Sofía frecuentaba la tertulia de otra

gran escritora amiga de su juventud, Blanca de los Ríos, y allí acudía también

otra gallega ilustre, doña Emilia Pardo Bazán. Nos cuenta Goy de Silva en un

artículo publicado en el diario ABC de Madrid el 6 de abril de 1958, poco

después de fallecer Sofía, cómo se produjo el encuentro entre nuestros protagonistas.

El mismo la había conocido una tarde en casa de Blanca de los Ríos, y

presentado como poeta y gallego por añadidura se ganó de inmediato un asiento

entre doña Emilia y Sofía. Desde entonces acudió con asiduidad a la casa de

ésta en la calle del Marqués de Urquijo, adonde también iban personalidades

como Segismundo Moret o Ramón y Cajal con su esposa.

Creemos, sin temor a equivocarnos, que don Benito conocía a Sofía Casanova

antes de hacerlo personalmente, aparte de por su obra, por otros dos

conductos al menos. Uno sería la común amiga, Pardo Bazán, y el otro la

esposa del doctor Tolosa Latour, el íntimo amigo de don Benito. Milagros

Sanchís de Tolosa colaboró desde los primeros momentos en el Instituto de

Higiene Popular, obra benéfica fundada en Madrid por Casanova y que tenía

como misión la asistencia domiciliaria a las madres y el enseñarles a cuidar a

sus hijos. Cuando Sofía tiene que ausentarse de Madrid en 1914, le sucede en

la Presidencia de la institución Milagros Sanchís.

Es interesante contrastar lo que la autora de «La madeja» nos cuenta sobre

su encuento con Galdós en la autocrítica aparecida dentro de la sección dirigida

por Ricardo Catarineu en La Correspondencia de España, ellO de marzo de

1913 y la que años después daría el intermediario en aquella presentación, Goy

de Silva.

Comienza dando detalles de la situación de aislamiento intelectual respecto

a todo lo español en que se encontraba en Polonia, y cómo tras cumplir sus

obligaciones familiares acudía a una asociación denominada «España» donde

se cultivaba todo lo que se relacionaba con el arte, la historia y la literatura de

su país. Allí escribió «La madeja» y ya en España pensó resumirla en forma de

novela para la colección «Los Contemporáneos» pero antes y por casualidad se

la leyó a Goy de Silva. Y nos dice:

«Al día siguiente me manifestó que don Benito deseaba vivamente conocerla y

le rogaba que se la enviase».

Pasados ya cuarenta años Goy cuenta que Sofía le expuso con «vivísimo»

interés su deseo de conocer personalmente a Galdós y como el poeta acompañaba

a don Benito muchas tardes desde su hotel de la calle de Hilarión Eslava

en su habitual paseo en coche por la MoncIoa, aprovechó para abordarle

« ... Don Benito exclamó alarmado: ¿Otro estreno? ¡Por favor Goy, amigo, confórmese

con estrenar lo suyo!».

Le habló a continuación de que la empresa le ponía trabas a todo, ya que

su único empeño era estrenar «Nena Temel» de los Quintero, que confiaban

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que fuera el puntal de la temporada. Pero Goy estaba dispuesto a cederle su

puesto a Sofía, lo que a la larga hubiera sido un acierto por el fracaso que tuvo

su obra. Tanto empeño asombró a don Benito:

«- Divina ilusión! -susurró aquel gran corazón-o Todos creen lo mismo. Todos

se figuran que un estreno va a darles la fama y la fortuna ... En fín, iremos

a ver a Sofía... Sí, prefiero ir yo a verla».

La visita por tanto fue una sorpresa para nuestra autora que confesaba:

« Yo le debía más que todos los españoles porque en Siberia sus «Episodios

Nacionales» me revivieron ... y el gran español que se hiergue con la cortesanía

de los castizos señores, vino a mi casa, dándome la inmensa emoción de estrechar

su mano por primera vez. Yo no conocí hasta ese día a don Benito Pérez

Galdós».

Sofía, tendiendo las manos a don Benito le condujo desde el recibimiento

hasta el saloncito «como un lazarillo amoroso». El maestro avanzaba, arrastrando

los pies, sonriente y sin decir palabra. Ya en el salón le ayudó a acomodarse

en una amplia butaca y ella se arrodilló a sus pies sobre un almohadón.

Y para completar la escena, Sofía hizo gala de una de las características de la

mujer gallega, esa habilidad con mezcla de ternura que le ha dado fama de

conseguir siempre lo que se propone, y exclamó:

«¡Qué emoción, don Benitiño de mi alma! Es comparable a la que sentí en

Roma cuando me recibió el Papa».

Sin duda la comparación desarmó a Galdós, siempre sonriente, nos dice

Goy, y tan solo pudo contestar:

«¡Bueno, bueno, señora, que no es para tanto!»2.

Lo cierto es que la pobre Sofía no podía ni siquiera leer por los nervios y

tuvo que hacerlo Goy. Ella misma reconoce:

«No me importó ni la lectura, ni mi comedia, nada más que la venerada persona,

sus palabras, la quieta mirada de sus ojos que ya no ven».

Tras escuchar el primer acto Galdós decidió que ya era suficiente y que el

resto se leería ante la compañía pocos días más tarde.

La obra y su estreno

El teatro Español a raíz de hacerse cargo de la empresa el Sr. Madrazo

estrenaba con una frecuencia pasmosa. La explicación se hallaba en que para

conseguir la concesión del contrato se había comprometido en el pliego de condiciones,

de modo espontáneo y sin que nadie le obligara, a dos cosas muy difíciles

de conseguir. De un lado contratar a una serie de brillantes actores y de otra a

estrenar cada temporada un «minimum» de tres obras de autores noveles3

Esta cláusula explica en parte la aceptación de obras como «La madeja», al

tratarse de la primera pieza dramática de su autora, y el rechazo en cambio,

pocos días antes, de otras de ilustres escritores como «El embrujado» de ValleInclán.

El otro factor decisivo sería, sin duda, su contenido amable, ya que de

lo que se trataba era de atraer al.público y hacerle pasar un rato agradable.

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Ya hemos visto la desesperación de Galdós como director artístico, con

unos criterios literarios muy diferentes de los de la empresa que lógicamente

buscaba el beneficio económico en primer lugar. En el caso de la obra de Sofía

Casanova pesó además la influyente opinión de la primera actriz, Matilde Moreno,

más favorable siempre a representar papeles que contribuyeran a resaltar

su agraciado físico, como sucedía en el caso de la americana protagonista de

«La madeja».

La propia Sofía en su auto crítica definía su comedia como «femenina en el

sentido menos lisonjero de la frase» y reconocía que no tenía tesis ni trascendencia.

La acción se desarrollaba en un ambiente refinado, como era el saloncito

de lectura de un hotel de la Costa Azul, y entre personas de elevada clase

social. El argumento respondía a una idea muy propia de las escritoras españolas,

la de que las extranjeras con sus afanes de emancipación deseaban la destrucción

de la familia. Numerosos escritos de los últimos años del siglo XIX y

primeros del actual dan cuenta de la preocupación de nuestas autoras por defender

lo que siempre se consideró la misión fundamental de la mujer, el cuidado

de hogar y de los hijos. La reacción contra las corrientes feministas fue

prácticamente unánime y muy especialmente contra las teorías nuevas que veníande

los Estados Unidos. Una ilustre escritora Concepción Gimeno de Flaquer,

directora del «Album ibero-americano», opinaba:

«En Nueva York, el país de las excentricidades y de los absurdos, el feminismo

ha tomado un aspecto ridículo y hasta repugnante»4.

Es curioso cómo los críticos entendieron de forma distinta la relación títulocontenido.

Así explicaba el del diario ABe: «Una astuta yanki envuelve a

todos en una madeja, no tanto por distraer sus ocios veraniegos como para,

con perverso instinto, derrotas de amor o contrariedades de niña caprichosa,

acostumbrada a esta peligrosa táctica, que doblemente satisface sus aspiraciones

de mujer y sus represalias un poco crueles de algún desengaño hondo y

mortificante». En cambio para el comentarista de La Tribuna «La madeja»

simbolizaba la atracción que el amor ejercía sobre los sexos: «El amor es como

una madeja que se hila día a día en nuestra vida, que a veces atenaza nuestro

corazón».

No era la primera vez que Sofía Casanova elogiaba a la mujer española en

sus escritos. Aquel mismo año, en otro libro de gran éxito, «Exóticas», atacaba

así a las americanas:

«En la epiléptica América, las yankees propagan teorías como la de la maternidad

fuera del matrimonio y otras famosas».

Y su conclusión no podía ser más clara:

«En muchísimos casos no es libertad lo que necesitan sino retraimiento en una

casa de salud o en un correccional de nuevo estilo para prófugos del matrimonio

»5.

Finalmente el día 12 de marzo de 1913 a las nueve y cuarto de la noche se

estrenó en el teatro Español de Madrid «La madeja», comedia en prosa dividida

en tres actos. En el reparto, Matilde Moreno, Concepción Villar, Elisa Méndez,

Jaime Borrás, José Calle, Alejandro Maximino, Rafael Calvo y Germán Sylas.

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Toda la crítica coincidió al siguiente día en los elogios a la obra y a su

autora, señalando el éxito obtenido. Se destacaba la personalidad extraordinaria

de Sofía y su valor y en segundo plano el estilo ágil y ameno de su escritura.

No fueron igual de generosos al opinar sobre los actores, ya que lo único que

les gustó fue la belleza y la elegancia de la primera actriz, aunque no acertó a

«americanizar» su personaje. Tampoco Borrás parecía hecho para los papeles

de galán aristócrata. El crítico más benévolo, el del diario ABe, se limitó a

comentar que la obra había sido «cariñosamente» interpretada.

La mala interpretación la noche del estreno, impidió que la comedia continuara

representándose en días sucesivos, pero quedó como un recuerdo imborrable

en la memoria de la que un año más tarde se convertiría en nuestra

primera cronista de la guerra mundial.

BIBLIOGRAFIA

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Madrid. R. Velasco, 1912, 184 pp. Madrid, Ateneo F-2444, Nacional 1-61.065.

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retrato de la autora. Madrid. Nacional T-22.21O (Madrid. Imp. Alrededor del Mundo) (1913)

21 pp. a dos cols. (Los contemporáneos). Barcelona, Instituto del Teatro 18.639.

Había colaborado ya entonces en «Flores y Perlas», «La España Artística», «El Liberal», «La

Tribuna», «El Imparcial», «La Iberia», «La Gran Vía», «Acción Gallega», etc.

NOTAS

1 Rosario de Acuña en la escuela, Madrid, ECO,. 1933, p. 16.

2 R. GOY DE SILVA, en ABC, 1958, abril 6.

3 CARAMANCHEL, en Nuevo Mundo, Madrid, 1913 marzo 20.

4 Album iberoamericano, Madrid, 1898.

5 Madrid. R. Velasco, 1913, pp. 145-53.

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