EL PROBLEMA DE LA EDUCACION
EN EL AMIGO MANSO
Petra-Iraides Cruz Leal
S ería innecesario hacer aquí una semblanza
pormenorizada de don Benito Pérez Galdós. Baste subrayar, simplemente, que el autor
grancanario se siente atraído por el conocimiento de gentes y tipos, desde su juvenil época
de estudiante de Leyes. Y, ya en Madrid, Galdós acabará perfilando su habilidad para captar
ambientes y situaciones.
Evidentemente, ese agudo afán de observar acontecimientos o sucesos es usual en los
escritores que, como Galdós, se desenvuelven dentro de la corriente realista. Siguiendo el
temprano aserto de Manuel de la Revilla, para los realistas "el arte ha de arrancar de las
entrañas mismas de la realidad" I •
Al hilo de esta cuestión, confluye la circunstancia de que Gald6s mantuvo asiduo contacto
con el ideario krausista y la Institución Libre de Enseñanza fundada en 1876. Entidad que,
con Giner de los Ríos a la cabeza, propupgnaba modelos pedagógicos destinados a crear un
"hombre nuevo"2; un hombre que desarrollara libremente sus amplias aptitudes. Con lo cual
no resulta raro que el escritor decida reproducir el tema de la educación en la novela El amigo
Manso (1882)3.
De todos modos, la realidad y la ficción son aspectos bien distintos. Y no pretendemos
identificar los pasos novelescos de Manso con los del propio Galdós. Nada más lejos. El hecho
de que en la creación se mezclen en diversa medida, "personas reales observadas y el yo del
escritor"" no debe confundirnos. Es decir, aun cuando el entorno cercano sea fontanal de
inspiración, sobresale con creces el acto inventivo del artista. Tanto es así, que en las
primeras páginas del libro que nos ocupa, el novelista aparece pronunciando un endiablado
conjuro -recurso de ficción- de cuyas llamas brota esa "condenación artística" (p. 7)5 que
es, en suma, Manso. Nótese, a propósito, la perorata del mismo ente ficticio que niega ser
"retrato de alguien":
Tengo yo un amigo que ha incurrido ( ... ) en la pena infamante de escribir novelas ( ... )
Este tal vino a mí hace pocos días ( ... ) No sé qué garabatos trazó aquel perverso sin hiel
delante de mí; no sé qué diabluras hechiceras hizo ... ( ... ) Poco después salí de una
llamarada roja, convertido en carne mortal (p. 8.9).
_ BIBLIOTECA GALDOSIANA
En efecto, tras el singular proceso de "nacimiento", Máximo Manso se erige en
protagonista destinado a vivir, entre otros, los problemas derivados de su actividad
educacional. Bien es verdad, que este sobrio "Catedrático de Instituto", consagrado a la
filosofia, parece marcado por una precoz vocación que se retrotrae a la infancia. "Desde niño
mostré especial querencia a los trabajos especulativos, a la investigación de la verdad y al
ejercicio de la razón" (p. 11). y como es natural, ya adulto, Manso se obstina en perpetuar
el sistema racionalizado de trabajo. "Desde que empecé a dominar estos dificiles estudios,
me propuse conseguir que mi razón fuese dueña y señora absoluta de mis actos" (p. 16).
Precisamente el mencionado ejercicio de la razón, puede servir de punto de partida para
el examen de algunos elementos.
Con perspicacia, Galdós dota al personaje de agudos perfiles éticos. Es más, don Máximo
Manso hace gala de una extremosa rectitud de principios que "llega a excitar la risa de
algunos" (p. 16). Se adelanta así la oposición entre el mundo cotidiano y la prédica de Manso,
sin que a éste le importe desempeñar ese papel poco común que roza la solemnidad. Todo
lo contrario. El ilustre dómine muestra, lleno de convicciones, un absoluto equilibrio de
espíritu:
Constantemente me congratulo de este mi carácter templado. de la condición subalterna
de mi imaginación. de mi espíritu observador y práctico. que me permite tomar las cosas
como son relamente. no equivocarme jamás ( ... ) y tener siempre bien tirantes las
riendas de mí mismo (p. 16).
Sin embargo, al docto Manso le aguardan algunas sorpresas. La pretendida firmeza de
ánimo no impide que abruptos incidentes irrumpan en la vida del científico. Sus métodos,
tan inflexibles como "las leyes astronómicas" (p. 16), se verán irremediablemente trastocados.
La validez del conocimiento libresco en que se apoya el "yo autoridad" de Manso empieza
a resquebrajarse, dejando al descubierto hondas fisuras. Veamos:
1. Postulados educativos
Manso, reconocido docente (aunque en pleno aislamiento durante años). recibe con
infinita alegría la petición de doña }aviera. Esta solicita que eduque a su hijo Manuel Peña.
Manso no sólo adopta satisfecho las funciones de instructor, sino que dificil mente oculta su
optimismo al comprobar que "una mujer sin lecturas había comprendido tan admirablemente
el gran problema de la educación" (p. 24). A partir de ese instante, el alumno es, a los ojos
de Manso, "amado discípulo [el hijo espiritual" (p. 70), hasta el extremo de que a las
consabidas enseñanzas, se añaden paseos, charlas y positivos consejos. Dicho en otros
términos. Este guía saturado de raciocinio, es en el fondo un profesor idealista que, en su
concepción educativa, pretende aunar amistad personal y enseñanza directa e individualizada:
Mi complacencia era igual a la del escultor que recibe un perfecto trozo del mármol más
fino para labrar una estatua. Desde el primer día conocí que inspiraba a mi discípulo no
IV CONGRESO GALDOSIANO _
sólo reSpeto, sino simpatía; feliz circunstancia, pues no es verdadero maestro el que no
se hace querer de sus alumnos, ni hay enseñanza posible sin la bendita amistad (p. 27).
A la par, ese filósofo escudriñador de la Verdad mayúscula abriga similares esperanzas
respecto a la joven Irene. Esta ejerce sobre él un influjo amoroso. Si bien, ello no basta para
que despunten igualmente ciertos aspectos del magisterio de Manso, centrados en la
formación de la mujer. Merece recordar que la imagen de Irene inspira en Manso un ideal de
inteligencia femenina. O lo que es lo mismo, ella constituye el "bosquejo de una mujer bella,
honesta e inteligente" (p. 40). Por ejemplo, el educador se alegra una vez más al saber que
la muchacha piensa ingresar en la Escuela Normal de Maestras. Incluso florece el brío de la
fémina como probable institutriz. En síntesis, según las idealizaciones de Manso, en esta
criatura de alma "privilegiada" se concentran los mejores atributos:
He aquí la mujer perfecta, la mujer positiva, la mujer razón, contrapuesta a la mujer
frívola, a la mujer capricho. Me encontraba en la situación de aquel que después de
vagar solitario por desamparados y negros abismos, tropieza con una mina de oro, plata
o piedras preciosas (p. 80).
Con todo, el profesor sopesa con sedusa dialéctica su revuelo amoroso. El súbito
enamoramiento del que surgen "pensamientos varios que a mí mismo me sorprendían,
poniéndome como fuera de mí" (p. 80). es frenado con tajante y premeditado cálculo: "'No
conviene ir demasiado aprisa'" (p. 101).
2. Frustración, desencanto y derrumbe de ideales
Con perfecta nitidez, el lector ratifica que Manso es víctima de un desasosiego emocional
e intelectivo. Ingenuo y distanciado de los avatares más insignificantes, don Máximo ignora
que los mecanismos vitales no se ciñen sólo a dogmas, sofismas y esquemas. La cruel ironía
asoma en toda la trayectoria de este agregio catedrático que, indefectiblemente, se ve burlado
en diferentes sentidos.
Sirva, de referencia, una buena muestra. Manso traduce complicados tomos y somete su
mente a duras pruebas de sabiduría, y, entretanto, Peña -alumno predilecto-logra el amor
de Irene. Más aún, como proclama el relato, la jovencita dista mucho de ser la mujer que él
había inventado. Lo cierto es que Irene detesta las bibliotecas, carece de aficiones culturales
y alberga, a hurtadillas, apetencias de alta prosapia. Ante todo ello, Manso se deshace en
exclamaciones. "¡Ay de aquel que en esto de mujeres imite al botánico que estudia una flor!
¡Necio!" (p. 148). Los trémulos soliloquios de Manso son prolijos:
¡Error de los errores! ¡Y yo, que juzgándola por su apariencia, la creía dominada por la
razón, pobre de fantasía; yo, que vi en ella la mujer del Norte, igual, equilibrada,
estudiosa, seria, sin caprichos ... ! ( ... ) ¡Ay!, aquellas prendas estaban en mis libros;
producto fueron de mi facultad pensadora y sintetizante (pp. 260, 263).
----------------------------------------------------------~-- --
_ BIBLIOTECA GALDOSIANA
A la vez, Manso reflexiona sobre sí mismo, cotejando el trecho que media entre el hombre
"de gabinete" yel "soldado raso". En concreto, Manso ("con sus métodos y sus timideces")
malgasta las míticas prebendas de Cupido, haciendo "charadas ideológicas alrededor de su
ídolo". Por ende, la morosidad del pedagogo beneficia al instintivo Peña, "el ser verdaderamente
humano ( ... ) [que] se iba derecho al objeto" (p. 254). Para más exactitud, rescatamos
la peculiar requisitoria de Manso:
Ved en mí al estratégico de gabinete que en su vida ha olido la pólvora y que se consagra
con metódica pachorra a estudiar las parcelas de la plaza que se propone tomar; y ved
en Peñita al soldado raso que jamás ha cogido un libro de arte, y mientras el otro calcula,
se lanza él espada en mano a la plaza, y la asalta y toma a degüello ... Esto es de lo más
triste (p. 254).
y no acaba ahí el desconcierto de Manso. La mayor antinomia quizá quede de manifiesto
en esa velada memorable en que disertan, conjuntamente, maestro y alumno. A Manso no
lo escucha nadie salvo "un par de catedráticos" (p. 164). Esto es, a medida que el filósofo
hace su sólida exposición sin que huelguen "en ella frase ni vocablo" (p. 164), los
concurrentes se entretienen en huero parloteo. En general, "las damas y caballeros
charlaban olvidados" (p. 164); otros más francos, como doña Javiera, confesarán que se
durmieron. No en vano, Manso ya ha sido tachado, "con vulgar sorna" (p. 62), de simple
"metafísico" .
En cambio, el discurso de Peña causa terrible impacto en el auditorio. "No he visto nunca
gentío más atento, ni mayor grado de interés, totalmente dirigido a un punto" (p. 170).
Usando la convincente fuerza expresiva que el maestro venía vislumbrando en él, Manuel
Peña declama de modo cautivante. En realidad, "Peñita" divulga en alta voz "tantas
contradicciones como párrafos" y reitera vacuas incongruencias al hablar "de todo y de
nada" (p. 171). Peña ha desechado gran cantidad de las enseñanzas recibidas. En cualquier
~aso, el tribuno se reafirma como figura cuya elocuente oratoria le abre las puertas de un
porvenir brillante. Desde luego, en este momento su dicción arranca calurosas ovaciones.
El éxito es rotundo:
Fascinado y sorprendido estaba el público. ( ... ) Despertaba el orador, con la vibración
celestial de las cuerdas de su noble espíritu, los sentimientos cardinales del alma
humana, y no había un solo espectador que no respondiese a invocación tan admirable
( ... ). Cuando concluyó, dijérase que se desplomaba el teatro, y que todo su maderamen
crujía y se desarmaba con la vibración de las palmadas (pp. 170, 171 Y 172).
Ante el discurrir del evento, las lucubraciones se agolpan en la conciencia de Manso. El
aún se arroga parte de los laureles colectados por el pupilo. "Yo gritaba a los vecinos del palco
próximo: -Es mi discípulo, señores; es mi discípulo" (p. 173):
... yo podía tomar para mí una parte, siquiera pequeña, de la gloria que el divino
muchacho a manos llenas aquella noche recogía. Si recibió de la Naturaleza el
extraordinario hechizo de la palabra. yo había logrado la pedrería de su grande ingenio (p. 1 71 ).
N CONGRESO GALDOSIANO _
Esta, claro está, es una consoladora apreciación. En definitiva, al gran sabio sólo le resta
reconocer que el individuo que prevalece no es el "hombre de pensamiento" ; es más bien" el
hombre de mundo, que vive en las particularidades, en las contingencias y en el ajetreo de
los hechos comunes" (p. 241). Desilusionado con el tardío descubrimiento, nuestro
académico puntualizará desde el limbo eterno al que lo proscribe el autor (mediante un
segundo conjuro): "de cuanto escribí y enseñé, apenas quedan huellas" (p. 301).
Por lo pronto, es válido inferir que el ideario que Máximo Manso se ha propuesto ejecutar,
supone un acendrado y acaso utópico idealismo. Así lo testifica el mozalbete Peña, cuando
se arriesga a censurar el incauto proceder del cicerone:
- Usted no vive en el mundo, maestro ( ... ) usted permanece en la grandiosa Babia del
pensamiento, donde todo es ontológico, donde el hombre es un ser incorpóreo sin
sangre ni nervios, más hijo de la idea que de la Historia y de la Naturaleza (p. 124).
3. Cohesión entre nove/ay sociedad
Sin desdecir totalmente lo expuesto, conviene retocar otro matiz. El proyecto de Manso
no es tan quijotesco y dislocado como parece en principio, teniendo en cuenta que la sociedad
en la que se enmarca la vida del profesor adolece de inocultables lacras y necesita, por tanto,
una urgente modificación.
Si recurrimos de nuevo al entramado ficticio, abundan, sin duda, los personajes que
aglutinan variados defectos. En el ámbito familiar destaca el hermano del propio Manso, José
María. Recién llegado de Cuba, José María precisa alcanzar -a ultranza- relevantes
posiciones de nobleza y alcurnia. Además, el hallazgo de nuevas amistades "aunque fueran
de quinta o sexta fila" (p. 61), se produce debido al "olor a dinero" (p. 62), que expande el
domicilio del ambicioso José María.
La titulación nobiliaria y la corruptela corren, pues, paralelas. Por ejemplo, el encumbrado
marqués de Tellería, es "hombre esencialmente práctico, y tan práctico que vivía a costa
del prójimo" (p. 116). Don Ramón María Pez, diputado ministerial, tenía tal idea de sí mismo,
que sus palabras salían revestidas de autoridad sibilina" (p. 74). y también vale citar al noble
vate Francisco de Paula de la Costa y Sáinz del Bardal, "caballerito" cuya cursilería se delata
en las diez palabras que componen su apellido. Este, "desvalija sin piedad a los demás poetas:
cuanto pasa por sus manos se hace vulgar y necio" (p. 73). En resumen, en esta enfermiza
colectividad proliferan los ciudadanos usureros e integrantes. En mayor o menor medida,
todos ellos se asemejan a Federico Cimarra, sujeto de pésimos antecedentes "pero admitido
en todas partes ( ... ) y respetado por astuto":
Constituyen éstos, antes que una clase, una determinación cancerosa que secretamente se difunde
por todo el cuerpo de la Patria, desde la última aldea hasta los Cuerpos Colegisladores (p. 75).
Finalmente, el conjunto de anotaciones transcritas permite atisbar que la pluma
galdosiana recrea e interpreta algunos lemas próximos a la herencia de Krause. Posibilidad
_ BIBLIOTECA GALDOSIANA
a la que nos referíamos al comienzo. Sobra repetir que la vanagloria, la avaricia, la ausencia
de respeto, etc., eran fallas morales que la preceptiva krausista deseaba erradicar en favor
de una sociedad justa. Dentro de esta línea, el krausismo ofrecía soluciones "adecuadas a las
necesidades más acucian tes de la época"6. Pero he aquí el dilema. Parafraseando a Elías Díaz,
los propósitos krausistas iban" orientados a una reforma seria de la educación ( ... ) a través
de una previa transformación ética del hombre". Por consiguiente, esa prioridad krausista
deriva en una moral estoica "enormemente austera, casi puritana". y en relación con el
problema social, dicho moralismo genera un "planteamiento de la cuestión en términos más
bien idealistas"7. Conceptos éstos que, según se ha visto, son reconocibles en El Amigo
Manso. Después de todo, no es casual el parangón entre el ocaso de Manso y el declive
krausista.
Por último, cabe hacer un breve balance para concluir. De acuerdo con los datos textuales,
la mentada entidad social reclama el profundo apoyo educativo por el que aboga Manso. No
obstante, para llevar a cabo tan magna empresa habrán de utilizarse otros métodos. Al
menos la pedagogía reseñada en el plano novelesco ha dado precarios e insuficientes frutos.
IV CONGRESO GALDOSIANO _
Notas
t Manuel de la Revilla, "El naturalismo en el arte", en Krausismo, estéticay literatura. Antología
(Selec. yed. Juan López Morillas), Barcelona, Labor, 1973, p. 165. (Inicialmente, dicho ensayo fue
recogido en el volumen Obras de don Manuel de la Revilla, Madrid, 1883, pp. 147-168).
2 Después de la labor desarrollada por Sanz del Río, Giner de los Ríos aparece como principal
promotor de una reforma educativa. Entre otros estudiosos del tema krausista, Antonio Jiménez García
subraya la línea pedagógica a la que el propio Giner dedicó su empeño. Se advierte así, que "la
preocupación máxima de Giner fue en todo momento el ideal de la educación del hombre ( ... ) lo que
Giner deseaba era la formación de un hombre nuevo, de un hombre interior, en consonancia perfecta
con la nueva España que anhelaba". (Ver Antonio Jiménez García, El krausismoy la Institución Libre
de Enseñanza, Madrid, Ed. Cincel, 1986, p. 149).
3 Esta tendencia idealista que, respecto al tema educativo, parece reafirmarse paradójicamente en
la razón, brota ya en una obra anterior, LaJamilia de León Roch (1878). Salvando las correspondientes
distancias entre ambas novelas, existen algunas afinidades entre los personajes León Roch y Máximo
Manso.
4 René Wellek y Austin Warren, Teoría literaria, Madrid, Gredos, 1974, p. 107.
5 Benito Pérez Galdós, El amigo Manso, Madrid, Ed. Alianza, 1981. Las restantes citas de la obra
siguen la presente edición.
6 Eloy Terrón, Sociedad e ideología en los orígenes de la España contemporánea, Barcelona,
Península, 1969, p. 187.
7 Elías Díaz, Lafilosifía social del krausismo español, Madrid, Ed. Debate, 1989, pp. 59, 60 Y
219). También Juan López-Morillas se ocupa del componente utópico de la doctrina krausista. El
profesor Morillas se refiere al problema con que tropezó Sanz del Río a la hora de traducir la obra Urbild
der Menschheit, del maestro Krause. Al parecer, el vocablo urbild, "insinuaba, en efecto, un parentesco
indeseable con la noción platónica de idea", que podía interpretarse en el sentido "de que el universo
de las ideas constituye la única realidad auténtica". (Ver Juan López-Morillas, El krausismo español,
Madrid-México, Fondo de Cultura Económica, 1980, 2ª ed., p. 69, 70).