REALIDAD •
Y LAS NOVELAS DIALOGADAS DE GALDOS
Charles David Ley
En 1889 publicó Galdós la primera de sus
"novelas dialogadas", según él las llamaba. Galdós quería hacer teatro de lectura. Cita como
ejemplo de este género La Celestina, que califica como "la más grande y bella de las novelas
habladas". Llega a opinar que ciertas obras de Shakespeare no son para representarlas, por
lo menos en el teatro de nuestros siglos sino que "pertenecen al teatro ideal, leído sin
ejecución"¡ .
Es curioso que un novelista tan enormemente productivo como Galdós, capaz de escribir
hasta tres novelas extensas al año, llegase a sentirse insatisfecho con la forma artística de
la novela realista en la que había hecho obras tan magistrales como Fortunatay Jacinta y
otras. Lo cierto es que Galdós necesitaba expresarse en otra forma artística sin poder
contentarse con los laureles ya obtenidos.
En el mismo año de 1889 publicara Galdós La incógnita presentada como una serie de
cartas enviadas por Manolo Infante a un amigo suyo en la ciudad provincial ficticia de
Orbajosa, donde, entre paréntesis, se desarrolla la novela Doña Perfecta en 1876. La forma
epistolar presenta la acción desde el punto de vista del que escribe la carta o cartas. La
incógnita nos deja sin revelar si la muerte de Federico Viera es suicidio o asesinato. El
misterio no se resuelve. Por lo tanto tampoco sabemos la contextura moral de los personajes
centrales de la acción como Augusta, su marido Orozco y Federico Viera.
En las últimas páginas de La incógnita Manolo Infante dice haber recibido un drama en
cinco jornadas llamado Realidad, que cuenta la misma historia que La incógnita en forma
dramática. No se aclara del todo quien ha escrito el drama. Es, en fin, una manera de anunciar
que en el próximo libro de Galdós, titulado Realidad, el misterio ha de explicarse.
De hecho, en cuanto terminó de escribir y publicar La incógnita hizo Galdós su primera
novela dialogada sobre el mismo tema y con los mismos personajes, pero ya Manolo Infante,
quien contara todo en las cartas de La incógnita, no es más que un personaje menor y un
tanto fatuo que visitaba la casa de los Orozco en sus reuniones de alta sociedad, donde se
comentan ingeniosa e irónicamente la política y los últimos sucesos. Ahí Federico Viera y
Augusta se nos presentan como amantes.
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De noche, inquieta y fingiendo estar dormida, Augusta se imagina ver la Sombra del
marido. Por fin, según acotación del autor, se da cuenta de su ilusión y admite "reconozco
la realidad". La tal Sombra no existe. No obstante hemos estado muy cerca del mundo
sobrenatural de los espectros.
Es posible que Augusta sea un reflejo de Emilia Pardo Bazán, con quien Galdós tuvo
grandes vínculos emocionales y artísticos, y que Galdós trate de expresar en la actitud
caritativa de Orozco el deber que él y Emilia Pardo Bazán sentían como cristianos de aliviar
la miseria que veían en los barrios bajos madrileños.
En 1887 escribe Clarín a Galdós desde Oviedo: "Ahora vivo en Rusia, enamorado de Gogol
y de Tolstoi". Incita a Galdós a leer Gue"ay Paz a pesar de lo mal traducido que está2• En
el mismo año de 1887 Emilia Pardo Bazán leyó en el Ateneo de Madrid sus conferencias sobre
"La revolución y la novela en Rusia" a las que asistió en primera fila su amigo Galdós con
entusiasmo, e hizo una reseña muy favorable cuando las conferencias se publicaron. Que
Galdós leyese también por su parte algunos de los escritos de Tolstoi parece lógico. y no será
ningún disparate encontrar un rastro de Tolstoi en la novela dialogada Realidad, especialmente
en los episodios finales de la obra.
En Realidad la situación se complica en la Jornada Tercera con la llegada a Madrid de
Joaquín Viera, el padre de Federico, dispuesto a sacarle el dinero a Tomás Orozco. Orozco
decide hacerle caso, tratando de favorecer también al necesitado Federico y a su hermana
Clotilde.
En la Jornada Cuarta se empiezan a descubrir las relaciones amorosas entre Augusta y
Federico. Mientras tanto Orozco sigue impertérrito en sus planes de ayudar a Federico, quien
se niega a aceptar su generosidad, por remordimiento de sus relaciones secretas con
Augusta. La Sombra de Orozco se le aparece en la casa de San Salomé y en su propia casa
insistiendo en su propósito de ayudarle.
En la Jornada Quinta el misterio sin resolver en La incógnita se resuelve por la
intervención de la Sombra de Orozco. Cuando la Sombra se marcha Federico coge la pistola
y se pega un tiro en el costado, herido sale a la calle donde se dispara otra vez y se mata.
Después de la muerte de Federico, Augusta está en un estado de histeria que le hace
pronunciar frases inconexas a S11 marido. Orozco entiende pero insiste en no hacerle caso
mientras no declare la verdad, cosa que ella no se resuelve a hacer. Al final, Tomás solo en
la alcoba ve entrar la Imagen de Federico con el que se reconcilia con un gran abrazo de
perdón.
La manera de desenvolver la acción en esta novela dialogada, el cambio constante de
lugar, parece un guión cinematográfico. La intervención de la Sombra de Orozco y de la
Imagen de Federico son de un efecto simbólico muy distinto al ambiente realista con el que
se acostumbra a asociar las novelas realistas contemporáneas de Galdós.
Emilia Pardo Bazán se entusiasmó cuando vio la versión teatral de Realidad. Comentó:
"Además no hay pensamiento más cristiano"3. Lo dice por la actitud de Orozco perdonando
a los que ofenden su honor en vez de vengar el ultraje como hubiera hecho un marido de
Calderón o de Lope.
Se observa una influencia indirecta de Ana Karenina de Tolstoi en el desenlace de la
novela dialogada de Realidad. El erudito ruso, V.S. Bagno señala un parecido entre los
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principales pesonajes de las dos obras: Tomás Orozco se parece a Karenin, Augusta a Ana
y Vronski a Federico Viera4• Esto supone que Karenin es un virtuoso cristiano como Orozco,
juicio que a primera vista no resulta muy cierto.
Al final de la primera parte de Ana Karenina Ana, después de dar a luz a una hija de
Vronski, parece a punto de morir. Karenin perdona cristianamente a su ofensor y le da la
mano como señal de perdón. Vronski se va a su casa deshecho por la crisis emocional que
le supone tal escena. Entre sueño y realidad imagina que ve otra vez el pasado entre Karenin
y él. Luego busca su revólver y se da un tiro en el costado. No se muere, pero queda
gravemente herido. El parecido con la actuación de Federico Viera no resulta ser
casual.
El poeta y crítico inglés, Matthew Arnold, en un ensayo sobre Tolstoi que publicó en 1888
comenta: "en una novela corriente la historia terminaría así, Ana moriría, Vronsky se
suicidaría y Karenin habría de sobrevivir, dueño de nuestra admiración y simpatía"5. Esta
idea de Karenin como modelo del perdón cristiano, igual que Tomás Orozco, no concuerda
con la impresión del lector que haya leído la novela de Tolstoi entera. Karenin no resulta un
personaje nada admirable. Cabe la posibilidad que Galdós no hubiese leído más que la primera
parte de Ana Karenina cuando escribió Realidad. De todas formas la coincidencia es muy
notable.
Tres años después de publicar la novela Galdós hizo una versión teatral de Realidad para
la compañía de Emilio Mario, con María Guerrero en el papel de Augusta. Desaparece la
multiplicación de escenario y las diversas apariciones de la Sombra de Orozco. Joaquín Viera,
representado por el propio Emilio Mario, tiene un papel más corto que en la novela pero su
confrontación con Tomás tiene más tensión dramática. Al fin del cuarto acto Federico recibe
en su casa la visita de Augusta. Está en un estado de gran perturbación por su aparente ruina,
sin expresar apasionamiento amoroso. Sale por una puerta y se da un tiro fuera de escena,
como Hedda Gabler en la obra de Ibsen. Cae el telón rápidamente. En la última conversación
entre Orozco y Augusta, en que ella se resiste a confesarle la verdad, casi todo se expresa
en repetidos apartes. Cuando Orozco se queda meditando en su sillón ve la "imagen
subjetiva" de Federico como una especie de reflejo y cuando Orozco le extiende los brazos
en un abrazo de perdón, se desvanece.
En 1897, año en que Galdós leyó su discurso de entrada en la Real Academia Española,
Menéndez Pelayo le contestó, como es costumbre, con una revista panorámica de su obra.
Dijo que Galdós en su teatro representado en escena procuraba "más de una vez encarnar
en sus obras algún pensamiento de reforma social, revestido de formas simbólicas, al modo
que lo hacen Ibsen y otros dramaturgos del norte"6. Naturalmente Don Marcelino no
mencionó a Ibsen casualmente sino porque en aquellos años la fama internacional de Ibsen
estaba en su apogeo, si bien algunos le tenían por autor escandaloso. En cuanto a los "otros
dramaturgos del norte", cabe que se refiriera a Bjorson, a Strindberg y aun a Tolstoi, que
había publicado dos comedias.
El mismo Pío Baraja en El tablado de Arlequín, publicado en 1903, criticando la opinión
de Julio Verne que los novelistas del futuro serían los periodistas, dice: "Sería una lástima
que Ibsen y Tolstoy, por ejemplo, en vez de hacer dramas y novelas, hiciesen artículos de
periódico en Noruega y en Rusia"7.
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En 1897 volvió Galdós plenamente al teatro de lectura con El abuelo, que arregló para
el Teatro Español en 1904. La comedia llegó a ser con los años la obra más frecuentemente
repuesta de todas las de Galdós.
El abuelo tiene, como Realidad, una diversidad y riqueza de escenario no propios del
teatro, y las acotaciones son a veces propias de la narración novelística. En la jornada
segunda hay unas extensas escenas en la casa del Alcalde, con un párrafo largo dedicado
detalladamente a la descripción de una comida en que se llega a comentar hasta la
temperatura del café.
En la Jornada Tercera se inserta otro párrafo de estilo novelístico sobre si se debe mandar
al conde arruinado, a la fuerza, a un convento de Jerónimos, seguido por un soliloquio del
conde mientras pasea por un bosque. Más tarde sus nietas le acompañan a dar un paseo por
el campo donde visitan una casa pobre, que se describe con todo detalle.
La narración en la Jornada Tercera, de la fuga del Conde del convento hacia los
acantilados, semeja un poema épico:
"Es ya noche cerrada, noche lúgubre, de cielo revuelto, invadido de negras nubes
veloces, que corren hacia el Este, montando unas sobre otras, acometiéndose ... Por
entre sus vellones deshilachados se deja ver, a ratos, la luna creciente, despavorida, que
con su lividez ilumina el Páramo, y da siniestro relieve a los peñascos esparcidos, los
cuales semejan aquí gatos en acecho, allí esfinges egipcias, más adentro esqueletos de
ballena. "
Al hacer Galdós la versión teatral de El abuelo trató, en unos diálogos muy cambiados,
de conversar el desarrollo esencial del drama sacrificando la poesía de la obra original.
Con la novela dialogada Casandra (1905) empleó Galdós la misma técnica al trasladarla
al teatro (1910). El argumento de las dos versiones es el mismo aunque se cuente de dos
maneras algo distintas. Doña Juana, marquesa de Tobalina, pretende llevar su casa de una
manera piadosa y ejemplar, pero se encuentra amargada porque su difunto marido ha
dispuesto en su testamento que su hijo ilegítimo goce finalmente de una gran porción de la
herencia. Este, Rogelio, vive con Casandra, hija de un escultor, también fallecido. Casandra
es una mujer decente pero a su vida le falta la bendición del matrimonio. Doña Juana está
dispuesta a hacer cualquier cosa con tal que la herencia no pase a manos de la pareja. Intriga
para separar a Casandra de sus hijos hasta que Casandra desesperada mata a la vieja con
un cuchillo.
La forma teatral de la obra acaba así pero la novela dialogada continúa con dos Jornadas
más, abandonando su estilo realista, con una serie de escenas simbólicas o sobrenaturales.
Los personajes que rodeaban a doña Juana tratan de apoderarse del dinero de la finada.
Para Rogelio antes eran más que personas demonios y así actúan ahora. Mientras tanto entre
los mendigos a la puerta de una iglesia aparece el espectro mudo de doña Juana que llena
de espanto a los diablos que quieren heredarla. Rogelio se acerca al fantasma y le grita el
nombre de "Casandra":
La espantable figura se sacude y estremece cual si un zig-zag eléctrico la traspasara.
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Se casan por fin Rogelio y Casandra, que por una petición de clemencia no tendrá que
permanecer más de un año en la cárcel.
La última novela dialogada de Galdós y que no remodeló nunca para teatro fue La razón
de la sinrazón (1915), dictada a un amanuense cuando ya estaba ciego y que se podría
considerar su obra final de imaginación.
Con escenas fantásticas y a menudo cambiantes se relatan los azares de la angelical
Atenaida, que trata de salvar al joven caballero Alejandro de las maquinaciones de los
mundanos diablos que frecuentan la ciudad de Usaria, ayudados por dos brujas, Celeste y
Rebeca. La fantasía da muchas vueltas. Todo parece un sueño. En tantos extraños incidentes
de La razón de la sinrazón hay como una reminiscencia de El sueño de Strindberg, donde
se cuenta como la hija del dios Indra baja a la tierra y se enamora perdidamente de un poeta.
La obra presenta un mundo poético y a veces es como caricatura irónica. La diferencia es que
la obra de Strindberg es muy representable. Mientras que Galdós hizo con La razón de la
sinrazón su principal, su final obra imaginaria, que es difícil representar en escena.
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Notas
1 Prólogo de Benito Pérez Galdós aEI abuelo, Novelasy miscelánea, Aguilar, Madrid, 1977, p. 801.
2 Carta a Galdós de Clarín del 1 de abril de 1887, Cartas a Galdós, Soledad Ortega, Revista de
Occidente, Madrid, 1964, p. 240.
3 Cartas a Benito Pérez Galdós (1889-1890) Emilia Pardo Bazán, Prólogo y edición de Carmen
Bravo Villasante, Ediciones Tumer, Madrid, 1975, p. 10.
4 Estudio sobre Tolstoi y algunos escritores españoles del siglo XIX, publicado en la revista
Literatura rusa, n2 3, Leningrado, 1978.
5 Ensayo de Matthew Amold sobre el Conde León Tolstoi, publicado por primera vez en Fortnightly
Review, diciembre 1887, Y recogido en Essays in Cristicism, 1888. Las palabras citadas las he traducido
al español de la edición de Macmillan, 1918, Londres p. 272.
6 Véase la nota preliminar de "El teatro de Galdós", edición de Aguilar, Benito Pérez Galdós:
Cuentosy teatro, Madrid, 1986, p. 112.
7 Pío Baroja, El tablado de Arlequín, Madrid, F. Sempere y Compª Editores, sin fecha, p. 147.