NOTAS SOBRE LOS CRITICaS
DE GALDOS: ULTRAMONTANOS,
FASCISTAS Y MODERNOS VARIOS
Julio Rodríguez Puértolas
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Bien conocida es la actitud ultramontana y
del integrismo católico frente a la obra y el pensamiento de Galdós. Se trata de una
actitud reaccionaria que más tarde se unirá sin problemas con la del fascismo
español de la guerra civil y de la postguerra. En conjunto ello se enmarca en la hostilidad
general del conservadurismo ante el mundo intelectual, que también acabará convergiendo
en el franquismo. Para no perdernos en épocas muy anteriores a Galdós (cf.
Herrero, 1971) basta ahora recordar a Juan Donoso Cortés (1809-1853), y sobre todo, por
lo que aquí atañe, a Jaime Balmes (1810-1848), pues aunque no es el primero, es el
pensador conservador más importante que se ocupa de modo coherente de la literatura,
y en concreto de la novela. Así escribía en 1846 (Seoane, 1983:204):
Aunque los periódicos [ ... ] no dediquen por lo común sus columnas a combatir la
religión [ ... ], su conducta en la elección de los folletines induce a creer que no es la
religión su pensamiento dominante y que llevan la tolerancia hasta la indiferencia o el
escepticismo. Sea cual fuere la novela, por más que el escritor se entregue a todo género
de ataques contra el dogma, contra la moral, contra el culto, contra todas las
instituciones religiosas, contra el clero en general, los tolerantes periódicos le abren las
dilatadas columnas de sus folletines.
La ley de Imprenta promulgada por Juan Bravo Murillo en 1852 salía al paso de los males
que acarreaba la novela folletinesca, al someter estas obras a la censura previa (Seoane,
1983:205). Que ello no había resuelto el problema a gusto de los ultrmontanos los indican
los anatemas que contra los folletines lanzaban altas autoridades eclesiásticas, publicaciones
reaccionarias o personalidades como el duque de Rivas (Seoane, 1983:204; Zavala,
1971).
Sin duda a causa de las inquietudes causadas por el Sexenio Revolucionario de 1868-
1874 Y por el desarrollo de los conflictos sociales y la organización obrera, así como por el
auge mismo de la novela y su creciente popularidad -a lo que el naturalismo y las polémicas
en torno a él habían contribuido-, en 1890 podía leerse en un periódico tradicionalista que
mil BIBLIOTECA GALDOSIANA
la novela "trastorna el sentido moral", "desmorona la sociedad", es el género más
"peligroso" y "perverso" (La Hormiga de Oro, en Hibbs-Lissorgues, 1988:198). Pues, en
efecto, "entre los focos de perversión hay que colocar en primer término a la novela" (ibid).
Con la apoyatura de la encíclica Rerum Novarum (1891), y junto a un intento de oponer a
la novela "disolvente" una novela católica- que representarían en parte y de modo distinto
Pereda, Coloma, Valbuena y otros; HIbbs-Lissorgues, 1988:205-206-, se manifiesta ya a
finales del siglo XIX y en los veinte primeros años del siguiente una agresiva y organizada
campaña de la Iglesia Católica. Se trataba de penetrar en ámbitos hasta entonces considerados
como propios del liberalismo y del progresismo: diarios, revistas, crítica literaria, la
literatura misma (cf. para mucho de lo que sigue, Valls, 1983: 16-17; Botrel-Desvois, 1988:23-45;
Serrano, 1988: 155-165; Hibbs-Ussorgues, 1988). Baste tener en cuenta algunos datos:
1901: aparece Razón y Fe, revista de los jesuitas.
1904: celebración en Sevilla de la Pn'mera Asamblea de la Buena Prensa. Creación de la
Biblioteca Patria de Obras Premiadas, en conexión con el Patronato de Buenas Lecturas y
la Obra Social de los Premios Personales y Fomento de Lecturas Gratuitas, todo ello presidido
por el marqués de Comillas.
1909: fundación de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, con 10s jesuitas
al frente.
1911: aparición del diario católico El Debate (luego Ya), de tono vaticanista.
AlIado de todo esto es harto sintomático que tal ofensiva se vea acompañada de otra
crítica literaria, como ya se mencionó. He aquí tres notorios casos. Es el primero el del
agustino Francisco Blanco García (1891, 1909), quien tronaba (1909:439) contra "los
desastrosos efectos de la novela naturalista", y comentaba negativamente su acogida tanto
por "los adalides del positivismo burgués" como por "la clase proletaria". Señalemos que el
objetivo predilecto de las iras del P. Blanco García (profesor de Manuel Azaña en El Escorial)
fue Clarín (Esquer Torres, 1962), aunque Galdós no quedaba muy bien librado, como
veremos. Un segundo ejemplo digno de mención es el de Antolín López Peláez, obispo de Jaca.
Su odio particular es la novela naturalista, cuyos cultivadores son:
rebuscadores de cloaca, revolcado res de cieno [ ... ], el delirium tremens de la carne
espoleada por la violencia de los más bajos instintos, haciendo de sus novelas sentinas
de lujuria 81905:207).
En todo caso, para el obispo de Jaca lo más grave es que:
El novlista no se permite juzgar los actos de sus personajes [ ... ] El autor no es un
moralista, sino un anatómico (ibid., 209).
Mas la palma de la crítica literaria clerical se la lleva por derecho propio el jesuita Pablo
Ladrón de Guevara (1910, 1933), quien erigiéndose en supremo juez, ordena:
A falta de otro criterio para andarse con tiento, atengámonos a que hoy la mayor parte,
la inmensa mayoría de las novelas, son malas, y por consiguiente. consúltenos antes
(1933:12).
N CONGRESO GALDOSIANO !ID
Entiéndase que son malas las novelas" en que la moral o las ideas lo sean" (ibid., 3). y
como es habitual, es la narrativa el género perverso por excelencia, pues "entre todos los
libros malos, son más peligrosas las novelas", ya que ellas:
Enervan e impiden el vigor de la virtud cristiana bajo la aparente y curiosa forma de una
mentida erudición y de fingidas narraciones. En ellas se da vida y se personifica a todo.
Los errores más absurdos se colocan en tales cabezas y revisten tales circunstancias,
que a los lectores temerarios les vienen a parecer las más grandes verdades (ibid., 3).
A la luz de todo lo anterior, no puede sorprender que sea Galdós, el novelista más
importante de la época, y además declaradamente liberal y progresista, una de las bestias
negras del reaccionarismo español. El agustino Comado Muiños Sáenz es autor de un
extenso artículo por entregas (1890), auténtica diatriba contra el autor de Fortunatay
Jacinta, donde, y como muestra, además de acusarle de inmoralidad, sectarismo y liberalismo,
afirma que en la novela citada aparecen "vocablos realistas de los que suenan a cada
paso y no constan en los diccionarios usuales" (XXI:467), y llega a hacer la paladina
declaración de que el novelista desconoce el lenguaje popular (XXII:5 15). Partes selectas del
trabajo del P. Muiños Sáenz aparecen también en la inefable y citada Hormiga de Oro. Como ésta:
Después de leer una novela de Galdós, nadie puede sacar en limpio si los héroes son
héroes o quijotes, si los malvados son tales o personas sumamente simpáticas. El señor
Galdós no muestra ni indignación ni censura, en una palabra, no es un censor o un
moralizador como Pereda o el padre Coloma (Hibbs-Lissorgues, 1988:204; cf. Rodríguez
Sánchez de León, 1989).
El también agustino y mencionado Blanco García dedicó todo un capítulo de su citada
obra a Galdós (1891 :493-5 13), en el tono que cabe suponer, yen el que acaso cabe destacar
aquello de las "habilidades anatómicas" que en Fortunatay Jacinta se muestran (509).
Más curioso que todo lo anterior es la reacción de Antonio Masriera comentando el
episodio A ita Tettauen (1905), donde se acusa a Galdós de cosas en verdad sorprendentes,
y que indican que no se dejaba resquicio alguno para atacar a nuestro novelista:
Se ha limitado a hacer obra de demoledor, con ribetes de humorista malicioso y con
intentos tan sectarios como poco laudables. Aita Tettauen no es un episodio nacional
que interese a los españoles amantes de las glorias patrias; es solamente una sátira
rabelesiana encaminada a ridiculizar el cristianismo y el mahometismo, y de la que no
sale muy airoso el ejército español [ ... ], y esto de desplacer simultáneamente a moros.
cristianos, militares y paisanos, no es labor patriota, ni religiosa, ni tampoco social en
manera alguna.
Es posible que en la antología de despropósitos antigaldosianos este juicio puede ocupar
un lugar de honor. Mas ya que hablamos de los Episodios, véase esta no menos extraordinaria
opinión global sobre los mismos de Ramón Ruiz Amado ( 1908), para quien el conjunto
de dichos Episodios
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nos pone ante los ojos una evolución de las ideas y facultades de su autor [ ... ], una
verdadera evolución especffica [ ... ] que señala uno de los mayores triunfos que puede
celebrar la teoría darwinista, por lo menos en el terreno de las artes (83-84).
Un ejemplo final de un crítico que podemos llamar "académico", José Rogerio Sánchez,
quien en un conocido manual de literatura (1913?:262-263) etiqueta a Galdós bajo un
epígrafe titulado "La novela doctrinaria", en compañía de Tolstoy.
Toda esta manifiesta hostilidad ultramontana o sencillamente reaccionaria estallará más
airadamente aún en 1905 yen 1912, con motivo de los anuncios de la posible concesión del
Premio Nobel de Literatura a Galdós. No es preciso recordar aquí muchos ecos de tan
desatadas campañas. En cuanto a la de 1905 baste tener en cuenta lo dicho por Sainz de
Robles (1945, I:LXXVIII):
En 1905, cuando ya la Academia sueca le había propuesto para el otorgamiento del
famoso premio Nobel, con motivo de la campaña nacional que se inició para pedir al
Gobierno que aceptase, en nombre de la nación, dicha honrosa oferta, sufrió el gran
escritor el desvío de toda la clase conservadora española [ ... ] El Gobierno se inhibió.
La opinión religiosa y política de matices tradicionales opuso a la candidatura de Galdós
la de otro genial escritor: Menéndez y Pelayo, ortodoxo a machamartillo [ ... ] Galdós se
quedó sin el premio. Y también don Marcelino.
En cuanto a lo ocurrido en 1912, no fue sino una repetición de lo de 1905. De nuevo
Menéndez Pelayo fue promocionado por la derecha y la ultraderecha. Como ha escrito su
hagiógrafo oficial, Sánchez Reyes (1956:306),
Se imprimieron unas tarjetas con el retrato de Menéndez Pelayo, dirigidas a la Academia
de Bellas Letras de Stockolmo [sic] en las que se hacían resaltar los méritos del
candidato presentado, "gloria de España y de toda la Humanidad y verdadero
representante de la legítima alma española".
El mismísimo diario del Vaticano, L 'Osservatore Romano, intervino en la campaña
contra Galdós, avisando del siguiente modo a algunos católicos españoles -sin duda, pese
a todo, progresistas- que se habían pronunciado a favor del novelista:
Ellos, con su adhesión, no intentan seguramente otra cosa que honrar a un literato de
renombre y de ningún modo quieren aprobar aquel espíritu sectario que se transparenta
en muchas de sus obras. Pero nosotros no podemos menos que deplorar semejante
participación, la cual se presta a engendrar equívocos y confusiones deplorabilísimas,
particularmente en el pueblo (Sánchez Reyes, ibid.).
De modo que, con la intervención directa del Vaticano, el primer novelista español
después de Cervantes se quedó de nuevo y definitivamente sin el Premio Nobel.
Un caso especial y bien conocido constituye lo ocurrido como consecuencia del estreno
del drama Electra en Madrid, e130 de enero de 1901. No vaya tratar aquí de lo bien sabido,
esto es, del ambiente socio-político y religioso del momento (regreso de frailes españoles de
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Cuba; refugio en nuestro país de religiosos expulsados de Francia; el caso de la joven Adelaida
Ubao y los jesuitas de Bilbao; boda de la Princesa de Asturias con el hijo del conde de Caserta,
notorio carlista que había participado violentamente en la última guerra civiL.; cf. un
panorama de todo ello, si bien partidista, en Elizalde, 1981:127-138, y antes 1973). Toda
la derecha católica reaccionó violentamente contra Electra y contra Galdós, desde obispos
y .. fuerzas vivas" , hasta curas de aldea y toda clase de pub licaciones. Disponemos de algunos
excelentes estudios de las polémicas en torno a Electra a nivel provincial; así el de Hidalgo
para Sevilla (1985) yel de Maradiagade la Campa para Santander (1989; también 1979:193-
204). En conjunto, es utilísimo el trabajo de Blanquat (1966) Y el completo abanico de críticas
periodísticas en Berenguer (1988:203-238). En todo caso, es El Siglo Futuro (31-1-1901) la
publicación que acumula mayor cantidad de despropósitos sobre Electra. Véanse algunas
muestras, que van más allá de la escrita obra teatral:
Que Don Benito habla un castellano lamentable, sin elegancia, sin propiedad, vulgarote,
a la vez rastrero y amazacotado, lleno de galicismos, incorrectísimo, con absoluto
descnocimiento de sus incomparables gallardías, de su número y abundancia y aun de
su sintaxis, es cosa que todos saben [ ... ] Vamos, una calamidad literaria, un novelista
de folletín [ ... ] Las obras de Don Benito se reducen siempre a uno o varios católicos
rabiosos que hacen todas las picardías posibles, y uno o varios liberales
rabiosos que los muerden y asaltan hasta no dejarles hueso sano. Electra, sin
ir más lejos [ ... ].
Mejor que todo posible comentario sobre este asunto es citar al propio Galdós, en texto
tan extenso como absolutamente imprescindible, de 1902:
No hay para qué recordar las airadas campañas contrajuanjosé o contra Electra, obras
cuyos títulos han merecido el honor de resonar en todos los púlpitos y de amenizar los
Boletines Eclesiásticos de todas las diócesis. Pase a esta campaña como signo de los
tiempos. Pero de tal modo la extreman ya, que el Teatro entero se ve amenazado de
ruina por la zapa del cleriguicio imperante [ ... ] En poblaciones que comúnmente son
emporio de la honrada alegría, funciona un cónclave de señoras muy respetables, que
en cuanto llegan cómicos piden los libretos para examinarlos y designar los vitandos
y pecaminosos [ ... ] Los maridos o padres que en el caso relativamente baladí del teatro
ocasionan la muerte, son los mismos cabezas de familia que en órdenes más altos
toleran el desgobierno, la burla política y todo lo demás que vemos y lloramos, sin que
les saque de su enervación el presagio de nuevas catástrofes (prólogo a Almay Vida
( 1986:528-529).
Benito Pérez Galdós murió en Madrid el4 de enero de 1920. Su entierro constituyó una
verdadera manifestación popular, como es bien sabido (cf., por ejemplo, Beltrán de Heredia,
1979). Pero la muerte de Galdós fue también motivo, y bien característicamente español,
para volver a negar el pan y la sal al gran novelista. y también para polemizar --como en el
caso de tantos otros- sobre si murió o no en el seno de la Iglesia Católica, esto es, si se
arrepintió en el último momento de sus errores o si persistió en ellos. Publicaciones católicas
como El pensamiento Españolo El Debate trataron con cierto respeto a Galdós, aunque
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señalando con cuidado lo que de él les separaba. Contra Galdós y contra esas opiniones más
o menos moderadas, se revolvía, claro está, El Siglo Futuro (5-1-1920):
Galdós no fue nuestro. Fue de nuestros enemigos, y lo sigue siendo [ ... ] Pero volviendo
la mirada hacia [ ... ] la obra sectaria del escritor, ante las ideas que perduran en las
páginas que, incluso periódicos como El Debate reputan inmortales, no queremos que,
ahora como siempre, en la vida material y en la vida espiritual del autor que tantas veces
hizo gala de su anticlericalismo y combatió a la Iglesia, seamos nosotros culpables de
silencio (Beltrán de Heredia, 1979: 102).
Por su parte, El Universo, barriendo para dentro, declaraba que Galdós, "por lo menos
en sus propósitos no había dejado de ser católico" (ibid., 103). No me ocupo aquí, pues se
sale del propósito del presente trabajo, de la actitud silenciosa, ambigua o incluso hostil, de
los componentes de la generación del 98. Por otro lado, para el gobierno, la muerte de Galdós
y las formalidades de su entierro llegaron a constituir un auténtico problema de Estado. Para
salir del paso se trató a Galdós de la misma manera -mediocre- que se había hecho antes
con el poeta Campoamor. José Ortega y Gasset comentaba en El Sol (Beltrán de Heredia,
1979: 100) tal actitud del siguiente modo:
El protocolo entiende poco de distancias, y equipara a Galdós con Campoamor. No hay
desdén para el tierno poeta en señalar el deplorable contraste. El buen Don Ramón,
camarada de Don Benito, hubiera sido el primero en protestar. Galdós era el genio.
Campoamor el ingenio. La España oficial une a ambos en la hora de los falsos
homenajes.
Pero con todo, lo más duro, violento y agresivo fue lo escrito por el jesuita Constancio
Eguía Ruiz (1920; 1921 :88-97). Como tantas veces en nuestra Historia, alguien se erigía en
dispensador de españolidad y españolismo; cómo sería ello que hasta Joaquín de
Entrambasaguas habla (1957:807) de "la ceguera increíble del P. Eguía". Algo más ajustado
a lo que puede llamarse crítica literaria, siquiera ultramontana, es la serie de comentarios
del agustino Francisco García, también con motivo de la muerte del novelista (1920, 1921).
El P. García explicita con sinceridad su propósito:
He aquí nuestro intento: indicar que Galdós fue fogoso e impenitente sectario, cuyos
libros, arma terrible de combate, entrañan teorías filosóficas, políticas y religiosas de
mala índole, revestidas para atraer y encantar mejor a los lectores con las galas
misteriosas del arte (CXX:4S0).
Tal perversidad de Galdós, tras cuidado análisis por parte del P. García, se tradujo en lo
que el agustino expone en tonos en verdad tan horrorizados como apocalípticos:
Galdós fue sistmático y rugiente sectario, corifeo de la impiedad callejera, denigrador
frío y duro de la virtud. propagandista del vicio y del error, paladín del racionalismo de
escalera abajo. hcmbre infausto para la Iglesia y los verdaderos creyentes. orientador
y conductor de masas sin Dios. sin conciencia. sin honor. embrutecidas, hambrientas.
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que roban y asesinan a indefensos y pacíficos ciudadanos; un renegado de la fe, a la
que asestó recios golpes; adalid de la heterodoxia, enemigo ardiente del dogma católico,
fanático, defensor de ideales trasnochados (ibid., 458; cf. González Povedano, 1989: 180-182).
No puedo evitar la tentación de hacer un mínimo ejercicio comparatista, esto es, el de
transcribir tras la anterior cita del P. García, en que se responsabiliza al autor de Misen'cordia
de ser el consejero espiritual de todos los horrores cometidos por las "masas sin Dios", con
un texto de 1936. En diciembre de dicho año, en la zona franquista se ponía en funcionamiento
la Comisión Depuradora de Culturay Enseñanza. A José María Pemán, presidente
de tal comisión, corresponde la redacción del preámbulo de la ley que creaba el nuevo
organismo:
Los individuos que integran esas hordas revolucionarias, cuyos desmanes tanto
espanto causan, sencillamente son los hijos espirituales de catedráticos y profesores
que, a través de instituciones como la llamada Libre de Enseñanza, forjaron generaciones
incrédulas y anárquicas (Rodríguez Puértolas, 1986:349).
Galdós no era profesor, mas si hubiera vivido en 1936 parece claro que, de nuevo, habría
sido incluido entre esos forjadores de "generaciones incrédulas y anárquicas". Así lo había
dicho el P. García.
La muerte de Galdós no calmó los ánimos del reaccionarismo español. Entre otros casos,
me limito a mencionar a Rafael García y García de Castro, canónigo y posteriormente
arzobispo de Granada, especialista en Menéndez Pelayo y en Vázquez de Mella, quien en
plena República publicaba Los intelectualesy la Iglesia (Madrid, 1934), y para el cual las de
Galdós no son novelas, sino "libelos" (86; cf. del mismo, 1967). Pero, afortunadamente,
¿Quién escucha hoy las peroratas de G/on'a, ni se acuerda del cura de Ficóbriga, a quién
le palpitará el corazón por el careo teológico de Gloria y Daniel Morton? (91).
En este panorama antigaldosiano anterior a 1936 ha surgido en más de una ocasión el
nombre de Marcelino Menéndez Pelayo, enfrentado incluso al del escritor canario con motivo
del problema del Premio Nobel. Mas antes de ello el enfrentamiento fue frontal por parte del
santanderino en su Historia de los Heterodoxos Españoles, a causa especialmente de Gloria,
que había sido calificada nada menos que de volteriana por José María de Pereda (1979:42).
En una carta a Juan Valera, Menéndez Pelayo se muestra en verdad inmisericorde:
Soy menos indulgente que usted para los novelistas que se proponen demostrar tesis
y enturbiar la limpieza del arte con propósitos segundos y de propaganda, y más si son
tan aviesos y mal nacidos como los de Galdós.
y añade que se trata de un hombre "echado a perder por la clerofobia progresista de bas
étage" (García y García de Castro, 1934:87; nótese que el anteriormente citado P. García
parafrasea en parte lo aquí dicho por Menéndez Pelayo). Por otro lado, es bien conocido lo
que se dice en los Heterodoxos, mas es preciso citarlo:
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Hoy, en la novela, el heterodoxo por excelencia, el enemigo implacable y frío del
catolicismo, no es ya un miliciano nacional, sino un narrador de altas dotes [ ... ], el
infeliz teólogo de Gloria o de LaJamilia de León Roch [oo.] Los católicos vienen a
representar en esta obra [Gloria] yen León Roch, y sobre todo en Doña Perfecta, el
papel de los traidores de melodrama (1967: 1 O 18-1 O 1 9).
Sin embargo, años después, en 1897, en el discurso de respuesta al pronunciado por
Galdós en su ingreso en la Real Academia Española, Menéndez Pelayo, sin renunciar en
modo alguno a sus ideas, matiza notablemente sus opiniones previas. Y habla así del
"racionalismo, no iracundo, no agresivo, sino más bien manso, frío, no puedo decir que
cauteloso" (1979:61) de ciertas novelas galdosianas, y de otras en que nuestro autor parece
"novelista de escuela o de partido" (ibid., 63). Y tras elogiar, como es habitual en los
comentaristas conservadores, los Episodios Nacionales, alude Menéndez Pelayo de este
modo a Gloria y a Lafamilia de León Roch:
Aquellas novelas no fueron juzgadas en cuanto a su valor artístico: fueron exaltadas
o maldecidas con igual furor y encarnizamiento por los que andaban metidos en la
batalla de ideas de que ambos libros eran trasunto. Yo mismo, en los hervores de mi
juventud, los ataqué con violenta saña, sin que por eso mi íntima amistad con el señor
Galdós sufriese la menor quiebra. Más de una vez ha sido recordada, con intención poco
benévola para el uno ni para el otro, aquella página mía. Con decir que no está en un
libro de estética, sino en un libro de historia religiosa creo haber dado bastante
satisfacción al argumento. Aquello no es mi juicio literario sobre Gloria, sino la
reprobación de su tendencia (ibid., 64-65. Cf. Baquero Goyanes, 1956). Con todo, don
Marcelino no pudo evitar el calificador todavía a LaJamilia de León Roch como novela
de "dureza sectaria" (ibid., 66).
El estallido de la guerra civil en julio de 1936 aglutinó en torno a los generales sublevados
contra la República a todas las fuerzas del catolicismo conservador y reaccionario ya
conocidas, y a las nuevas generaciones fascistas. Entre otras cosas, algo tenían en común
unos y otros: su odio al intelectualismo liberal, su hostilidad total contra la cultura
progresista y contra la literatura que no pudiera ser asimilada o utilizada. Ya vimos más
arriba un texto de José María Pemán que sirve de nexo perfecto entre la actitud ultramontana
anterior a 1936 y la actualización de la mis'ma durante la guerra civil. Algún viejo conocido
reaparece insistiendo en los viejos tópicos, como el jesuita Eguía Ruiz, autor ahora de Los
causantes de la tragedia hispana. Un gran crimen de los intelectuales españoles (Buenos
Aires, 1938), en la misma línea de, por ejemplo, Los intelectuales y la tragedia española
(Burgos, 1937), de Enrique Suñer. Un editorial del diario falangista Am'ba España, que
celebraba así la Fiesta del Libro ("Libros", 23-IV-1938), explicaba con total seriedad el
remedio contra la perversión espiritual causada por intelectuales y escritores:
y tenemos la medicina dentro de casa: precisamente servida en la copa imperial de la
Inquisición [oo.] Dentro de la ortodoxia nacional-sindicalista, abogamos por una
Inquisición ordenada al rítmo actual. Por un tribunal sacro, seco y estricto. ¡Que se nos ría el mundo!
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Ese mismo año, el Dr. Antonio Vallejo-Nágera defendía también la necesidad de una
nueva Inquisición:
Corre sangre de inquisidores por nuestras venas, yen nuestros genes paterno y materno
restan incrustados cromosomas inquisitoriales [ ... ] Inquisición rígida y austera, sabia
y prudente, obstáculo al envenenamiento literario de las masas, a la difusión de las
ideas antipatrióticas, a la ruina definitiva del espíritu de la Hispanidad (1938: 1 05-1 06).
Como único ejemplo de la actitud frente a Galdós en la zona franquista me limito a
recordar un texto de Eugenio d'Ors, escrito después de la caída de Santander (1937):
La sombra que, al llegar a Santander, le interesa a la opinión evocar es la de Menéndez
y Pelayo. La de Pereda, mucho menos. La de Pérez Galdós, nada [ ... ] porque éste,
encima de Iocalista, era ochocentista; es decir, típicamente adicto al alma del siglo XIX
[ ... ] Galdós, aunque naciera junto al Trópico, y aunque se afincase en la Montaña, no
pasa a nuestros ojos de figura literaria madrileña y de gloria de la Restauración ... Parece
ser que, según refiere alguna anécdota, el cromo a dos tintas de la cubierta de los
Episodios Nacionales ha engañado a tal ignaro rojo, en ocasión de los registros
domiciliarios. Que a nosotros, en sentido opuesto, no nos engañe; para que no sea
dicho, una vez más, que el pabellón cubre la mercancía.
El 1 de abril de 1939 terminaba la guerra civil. El intento de liquidación de la cultura
liberal-progresista alcanzaba ahora a todo el territorio nacional. Con unos días de retraso,
los estudiantes falangistas de Madrid celebraban la primera Fiesta del Libro de la paz de
modo bien característico. Así lo explicaba gozosamente el diario Arriba (2-V-1939):
Han hablado con palabras de domingo los camaradas del SEU: con esta quema de libros
contribuimos al edificio de la España Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los
libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra; a los de romanticismo
enfermizo, a los pesimistas, a los de modernismo extravagante, a los cursis, a los
cobardes, a los pseudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos ...
No consta que entre esos libros sacrificados en aras de una España mejor figurasen los
de Galdós, pero ello es más que probable. No mucho tiempo después, inaugurando en Madrid
el Instituto Nacional de Enseñanza Media Ramiro de Maeztu y en su patio de honor una
estatua ecuestre del general Franco, la biblioteca del viejo Instituto Escuela gineriano (al que
el Ramiro de Maeztu quería sustituir) fue también purificada en alegres hogueras: esta vez
sí ardieron los libros de Galdós, incluidos los Episodios Nacionales. Un ejemplar de éstos, por
circunstancias que no son del caso, ha llegado a mis manos muy recientemente; fue salvado
de las llamas por una entonces joven maestra que enseñó a leer a quien esto escribe.
La victoria de aquellos que tradicionalmente se habían proclamado a sí mismos enemigos
de Galdós, de sus ideas y de su literatura, supuso de inmediato la implantación de una actitud
oficialmente hostil al novelista. Ya en 1939 el nuevo cuestionario ministerial de Lengua y
Literatura para Bachillerato traslucía tal hostilidad. Para el Tercer Curso se recomendaba la
lectura de una novela del siglo XIX, "escogida con tino"; de Galdós había de ser necesariamenD
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te un episodio nacional (Valls, 1983:81,162). Mas Galdós era atacado en todos los frentes,
así también por los carlistas (Gener etal., 1942:31-42), quienes censuraban acremente a
nuestro autor por su actitud ante el tradicionalismo y sus guerras civiles.
Pero en 1943 tenía lugar el centenario del nacimiento de Galdós. Monseñor Antonio
Pildain, obispo de Las Palmas, tronaba contra la nefasta idea de crear un museo galdosiano
en dicha ciudad. Pese a que el diario local Falange podía dedicar un número extraordinario
a Galdós (Abellán, 1980:41,49), el centenario era silenciado o directamente censurado en la
Península. Así ocurrió con un artículo de Pueblo (Abellán, loe. cit.) o con un número de
Bibliogrqfia Hispánica, en que se eliminaba a Galdós y a Benavente en la respuesta de un
librero preguntado por autores más vendidos (ibid., 50; Valls, 1983: 163). Una censura que,
por lo demás, continuaba diez años después: en un artículo sobre la literatura española del
siglo XIX publicado por la revistaAJán se suprimieron varias referencias a Galdós (Abellán,
1980: 49-50; Valls, 1983: 163). Mas no era una cuestión de censura solamente. Razóny Fe
declaraba (núm. 545, junio 1943) en "A propósito del centenario de Galdós", continuando
con su vieja y conocida fobia que se trataba de una "celebración espinosa que pide mucha
reserva", ya que se quería recordar a "uno de los grandes falseadores del espíritu nacional
(Valls, 1983: 110). Por su parte, en El Español, (8-VI-1943), dirigido por Juan Aparicio, un
articulista oculto bajo el galdosiano pseudónimo de Tito Liviano, publicaba un tremendo
escrito titulado tan prolija como explícitamente: "En ocasión de un centenario. Pérez Galdós
en la política. Su sectarismo y la cuestión africana": Galdós era acusado, retrospectivamente,
de no comprender la histórica e imperialista misión de España en Africa. En un Almanaque
Literario de 1943, R. E. de Goicoechea marginaba los textos mayores del novelista y
afirmaba que su mejor obra eran los Episodios Nacionales (Valls, 1983:160).
Sin embargo, algunos falangistas consideraron que era preciso recuperar y asimilar algo
de Galdós, y así Maximiliano García Venero publicaba una Antología Nacional de Galdós en
dos volúmenes. En el prólogo se planteaba el antólogo falangista un grave dilema:
Si en general el valor literario de Galdós es notable, los designios morales fluctúan entre
lo bueno y lo malo [ ... ] ¿Qué debe hacer nuestra generación, que si no es católica no
será nada ni servirá al destino de la Patria, ante la diversidad galdosiana? Lo prudente
parece separar lo útil y beneficioso de lo vitando (1944, 1.5).
Tarea a la que animosamente se entrega García Venero en esta su Antalogía Nacional,
que acaso hubiera sido mejor calificarla de "nacionalista".
Pero otros consideran que mejor que seleccionar era, sencillamente, olvidar. Así José
Pemarün, quien en cierto momento recomienda como lectoras apropiadas del siglo XIX para
la Nueva España las obras de Fernán Caballero, Alarcón, Valera, Pereda, Coloma y Palacio
Valdés, lista en que, ostentosamente, no figuran ni Galdós ni Clarín ("Vuelta a la lectura",
Atenas, 140 [febrero 1944], 46; cf. Valls, 1983: 106-107, 112). Y otros todavía, como el
entonces falangista Pedro Laín Entralgo, llegaban a rechazar hasta los Episodios Nacionales.
En su conocido libro España como problema, cuya primera edición es de 1949, pero del
cual una buena parte proviene de trabajos publicados durante la guerra civil en Arriba
Espwla. parece evidente el propósito de estructurar el "auténtico" pensamiento espail01 en
IV CONGRESO GALDOSIANO _
torno a Menéndez Pelayo y a José Antonio Primo. Lo que aquí dice Laín Entralgo sobre Galdós
sorprende tanto por su estrechez de miras como por su elementalidad:
Los Episodios Nacionales son una serie de cuadros de historia atravesados por el hilo
unitivo de cierta acción novelesca elemental. La técnica de los Episodios puede ser
reducida a sencillísima receta: tómese la materia histórica contenida en un tomo de la
Histon'a de Lafuente, redáctesela con mejor pluma, vístasela de ropaje novelesco -y si
el ropaje es una simple hoja de parra, mejor: un muchacho de origen oscuro que va
medrando de aventura en aventura camino de su happy end-; hágase todo esto y se
tendrá un tomo de Galdós: Trqfalgar, Zaragoza o Napoleón en Chamartín (Laín
Entralgo, 1957:526).
Pero también los jesuitas volvían a la carga. Así A. Garmendia de Otaola (1949), quien
en gran parte sigue al pie de la letra a nuestro ya conocido Ladrón de Guevara. Por lo demás,
las directrices del Ministerio de Educación Nacional se cumplen con rigor en los textos para
la enseñanza. Así en el Compendio de Historia de la Literatura Española, n. Siglos XVIII al
XIX (Madrid, 1950, Textos E. P.), donde el antigaldosianismo es, sencillamente, brutal. He
aquí alguna muestra:
[Galdós] vivió y murió completamente ciego de cuerpo y de alma; pues a pesar de que,
en su última enfermedad, un celosísimo arzobispo y algunos buenos amigos trataron
de despertar en él la fe adormecida, por su cerril sectarismo no dio señales de conversión
(Valls, 1983:161).
Tras esta introducción, lo que sigue no es sorprendente:
No pueden negarse los méritos literarios de Galdós [ ... ] Pero lo que afea torpemente su
enorme producción y empaña su gloria de escritor, es su indefectible preocupación
sectaria, la absurda lógica con que plantea y resuelve tesis claramente antirreligiosas,
y las negras tintas con que dibuja los personajes de ideología religiosa, haciéndolos
avaros, viciosos y antipáticos, mientras presenta a los anticlericales como modelos de
caridad, benevolencia y simpatía (Valls, ibid.).
En 1952 Gaspar Gómez de la Serna había publicado un estudio sobre "El episodio
nacional como género literario", donde aparecía, sin duda, Galdós. Pero su tesis la desarrolla
dos años después, manteniendo que "las novelas falangistas de la «generación de 1936»
sobre la Guerra Civil" son comparables a las novelas históricas de Galdós, Valle-Inclán y
Baroja (1954:50). Toda comparación es proverbialmente odiosa, pero en verdad ésta lo es
mucho más: frente a los tres nombres citados, el de Rafael García Serrano, por ejemplo. Por
su parte, el Opus Dei echaba también su cuarto a espadas con trabajos como el de Pedro
Alvarez Fernández (1957).
En fin, una última y espectacular muestra de la curiosa atracción/ repulsión que hacia
Galdós sentían algunos fascistas. Luis Araújo-Costa publicaba en 1957 una edición de
Trqfalgar. En el prólogo señalaba el crítico que en Galdós su "espíritu", su "genio cread('I(
y "su carácter como literario y novelista, son fundamentalmente bUenL'ls. porqUe el autor es
_ BIBLIOTECA GALDOSIANA
español y, como tal, cristiano". Sentada esta premisa tan básica como iluminadora, añade
Araújo-Costa que Galdós
Es un gran pecador de las ideas. La España de Franco ha de admitirle como gloria de
la Patria, debido a la cantidad y calidad augusta de españolismo que lleva en sus obras,
y también, porque su alma, en todo instante, estuvo preparada para el arrepentimiento,
es de justicia que ... le salvemos (XIX).
y lo que tan generoso comentarista salva son los Episodios Nacionales y Marianela, ya que
En todo lo demás pululan esas toxinas que nos pusieron al borde de la muerte y que con
tanto dolor está el organismo ideológico de España en trance de eliminar [ ... ]
Muchísimas de las obras producidas en este periodo de aberración nacional nos hemos
de persuadir que no son sino escombros que entorpecen el camino de la nueva España
(XX).
Entre esos escombros figura el hecho de que "andan sueltos y reimpresos tantos libros
de Galdós ... y de otros". Quien así escribía en 1957 había llegado al convencimiento, algunos
años atrás, de que la España moderna contaba con "tres genios superiores, que vienen a
representar la antítesis de toda sofística": Balmes, Menéndez Pelayo y el general Franco.
Ante los cuales, "toda sofística plega sus alas y se esconde en el rincón oscuro de su
impotencia para crear" (cf. Rodríguez Puértolas, 1986:732-733). Entre esos sofistas
impotentes estaba, sin duda, don Benito Pérez Galdós.
Señalemos, en fin, la posición de Joaquín de Entrambasaguas, quien también en 1957
trivializa el republicanismo de Galdós y aprovecha la ocasión para ironizar -de modo
típicamente fascista-sobre el parlamentarismo (1957:793-794), y, en la misma línea, para
atacar la crítica de derechas y de izquierdas (798-799). Si bien Entrambasaguas defiende la
calidad estética y aún, como vimos, españolista de Galdós, hay una novela, Doña Perfecta,
por la cual no pasa:
Una exageración extremista de las cuestiones, que excitarán el entusiasmo de la plebe,
pero destruirá las delicadas urdimbres de la creación literaria. En Doña Perfecta los
personajes carecen de calor humano a fuerza de convertirlos en programas políticos y
religiosos. No sólo el título sino to~o, se envara en el símbolo más irreductible que
Galdós producirá (814).
El paso del tiempo y de la Historia, la personal y la otra, ha ido moderando las opiniones
reaccionarias en torno a Galdós, pero, curiosamente, a la vez, han ido su rigiendo críticas que
podemos calificar de izquierdismo iTJfantil. No es una cuestión del presente trabajo y por ello
me limito a mencionar, como entre paréntesis, lo escrito por Regalado García (1966) Y
Quiñonero (1970-1971). Pero dejando esto al margen, una nueva escuela crítica más
moderna, aunque católica o idealista, ha venido a sustituir a la tradicional ultramontana.
Sería el caso de críticos -disímiles entre sí, pese a todo- como Correa (1962, 1967, 1979),
Morón Arroyo (1967), Mora García (1981), Elizalde (1981, 1989), García Sánchez (1989).
IV CONGRESO GALDOSIANO Pm
Pongo aparte por el momento estas interesantes muestras de supervivencias más o
menos modernizadas y sin duda algo más complejas, para acabar ocupándome de un caso
que bien puede considerarse paradigmático. Me refiero a las opiniones críticas en torno a una
de las últimas novelas galdosianas, El caballero encantado (1909), y dejo también al margen
los comentarios de la época, por lo general ejemplos de simple incomprensión. Acudo
directamente a la crítica contemporánea, para intentar explicar después el por qué de tales
actitudes. Un juicio tan duro como sin duda injusto y erróneo es el de Valbuena Prat (1953:336).
Un caos desigual e inelegante, revelado en El caballero encantado, en el que, salvo
detalles aislados, predominan los tópicos más vulgares, en un procedimiento que
bordea el pleno fracaso literario.
Por su lado, el crítico norteamericano Eoff considera que las tres últimas novelas de
Galdós (Casandra y La razón de la sinrazón, además de la aludida) "muestran claras señales
de declive en la capacidad creadora (1954: 16; traduzco al castellano ésta y la siguiente cita),
"caracterizadas por una blandura propia de la vejez y por una disminución en la energía
creadora" (ibid., 155). Por otro lado, comentando lo bien sabido, esto es, la progresiva
profundización ideológico-social de Galdós, Hinterhauser llega a escribir que "el radicalismo
de la madurez de Galdós contiene una dosis de senilidad prematura", debido, justamente, a
su "anarquismo senil" (1963: 144, 215). De forma algo más elaborada, Schraibman decide
que El caballero encantado y otros textos de la época corresponden "al estilo de la vejez"
(1966,1967:581-582).
Es evidente que el rechazo, la marginación o la incomprensión de buen número de críticos
contemporáneos para con El caballero encantado se debe, de modo fundamental a dos
razones, y acaso, en fin de cuentas a la segunda: la incapacidad para enfrentarse con un
Galdós que ha roto de modo definitivo los moldes del realismo decimonónico, y la
incomodidad de los mismos críticos ante un Galdós decididamente radicaly aun revolucionario.
Pues como ha dicho Tuñón de Lara (1970:123):
Se ha tratado con singular empeño de desnaturalizarlo, de minimizar esta parte de su
obra. ¿Cómo? Cualquier medio es bueno: desde los que hablan de "senilidad" (!) hasta
quienes [ ... ] no vacilan en presentarlo como escribiendo al dictado de los republicanos,
como una víctima de éstos. "Todo vale", sí, señores.
Para terminar. En este panorama de opiniones y actitudes adversas a Galdós y a su obra,
en todo o en parte, desde las más brutales de ultramontanos primero y de fascistas después
hasta las más modernas y civilizadas, hay algo que queda claro: son razones puramente
ideológicas las que han movido las plumas de todos los críticos en cuestión. Ninguno de ellos,
en efe~to, pudo o podría identificarse con ese extraordinario párrafo con que Galdós cerraba,
en 1912- cuatro años después de El caballero encantado- su último episodio nacional,
Cánovas. Texto tan conocido como necesario:
Alarmante es la palabra revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no
tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que
,. BIBLIOTECA GALDOSIANA
invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaráos revolucionarios. díscolos. si os parece
mejor esta palabra; contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando
los años. el ideal revolucionario. la actitud indómita si queréis. constituirán el único
síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es
consunción y acabamiento ... Sed constantes en la protesta. sed viriles. románticos [ ... ]
(Galdós. 1945:1.377).
IV CONGRESO GALDOSIANO ,.
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