PEREZ GALDOS.
SU LUGAR EN LA LITERATURA
COMO NOVELISTA HISTORICO
Natalia Vánjanen
U n notable poeta ruso, cuyo centenario
acabamos de celebrar -la palabra "centenario" es dificil de admitir, a tal punto le
consideramos nuestro contemporáneo- me refiero a Borís Pasternak, decía que el escritor
no tiene derecho, no puede pararse a pensar en cuál es su lugar en la literatura. Para
Pasternak esas preocupaciones son casi una inmoralidad y, cuando menos, vanas. Pienso
que debemos de darle la razón. Pero el lector , el admirador y especialmente el crítico, quieren
reflexionar sobre el lugar del escritor en la cultura, sobre sus nexos literarios y, a fin de
cuentas, sobre la lección que ese escritor nos ofrece a todos. Indudablemente, la cultura no
es ciencia. El nombre del escritor nunca ocupará, de una vez para siempre, un determinado
lugar en un imaginado herbario de ideas y métodos artísticos. En este caso la clasificación
de Linneo o la tabla de Mendeléev no nos sirven de analogía. La suerte de los libros a veces
nos depara sorpresas: unos libros clasificados por la crítica como elitistas, de pronto se
convertían en best-sellers, otros, considerados anticuados y faltos de originalidad, poco
después hacían época, mientras que los creados por los vanguardistas más lanzados, al año
únicamente despertaban el bostezo de lo irremediablemente viejo. En fin, cada época sitúa
al escritor de una manera distinta a la anterior. Por eso, tratar este tema es un tanto
arriesgado. No obstante probaremos a establecer algunos paralelismos. Me voy a referir a
los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. El encanto de algunos escritores se debe a su
capacidad para detener el instante, para atrapar todos sus matices irrepetibles, para, con
cada instante amasar la argamasa del tiempo, en la que surgen caras, voces, frases sueltas,
logrando así una impresión general de la época. Hay otros escritores, los cuales se plantean
la cuestión de "¿cómo ocurrió?" de una manera muy concreta. Son los herederos directos de
los viejos cronistas, para los cuales lo más importante son los hechos, su secuencia e
interdependencia. En eso se asemejan a los pintores batallistas, como Casado del Alisál, que
situan sobre los gigantescos lienzos y de la manera más exacta la dislocación de las tropas
contendientes, son exactos al retratar a los jefes militares, buscan en una palabra la
autenticidad histórica.
Los estudiosos de la magna epopeya de Galdós encuentran algunas inexactitudes
factográficas y cierta parcialidad en la interpretación del proceso histórico. No obstante, es
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indudable que para él la historia no es un hilo con el que tejer la trama, sino la trama misma
y que su reproducción exacta prima sobre las demás consideraciones.
Decía Alejandro Dumas: "Para mí la historia no es más que el clavo del que cuelgo mi
cuadro". Parafraseando a Dumas podríamos decir que para Galdós ese clavo -por lo menos
en la primera serie de sus novelas- es Gabriel Araceli, el personaje que pasa de una novela
a otra, mientras que el cuadro es la historia misma.
Nuestro interés se centra en los acontecimientos históricos, en tanto que el personaje
central nos conmueve únicamente en su calidad de narrador, del que es imposible prescindir.
Indudablemente, nos hallamos en presencia de una epopeya, que enlaza con los modelos
griegos. También aquí actúan Aquiles, Héctores y se libran guerras de Troya. En la primera
novela de la serie -Trqfalgar- hay incluso una lista de los buques que participaron en esa
batalla. Se hace obligatorio recordar la famosa lista de navíos en la llíada de Homero. La
necesidad de la novela histórica suele surgir en las épocas confusas junto a la necesidad de
recapacitar sobre los fenómenos del pasado que determinaron el presente revuelto. Así fue
en Rusia. (Por cierto, algo semejante se observa en la actualidad y aunque por ahora no se
ven grandes novelas históricas, leemos con enorme interés viejas obras que nos habían sido
escamoteadas). Un fenómeno parecido ocurre hoy en América Latina. El conocido escritor
mejicano Fernando del Paso dijo en una de sus entrevistas: "La novela histórica es una
corriente actual de la narrativa latinoamericana". Eso mismo pasó en España. Galdós acudió
a la historia en un período, en el que su patria se hallaba arruinada por las guerras y
revoluciones. El escritor puede observar cómo nace y se consolida la conciencia nacional (no
en vano la palabra "nacional" entra en el título de la epopeya), cómo surgieron los problemas,
cuyos ecos llegan hasta la sociedad, en la que vive el escritor.
La historia nos muestra que el pueblo no siempre toma conciencia de sí mismo en los años
de triunfos; muchas veces las catástrofes y derrotas son el revulsivo que obliga a la opinión
pública a despertarse ya reflexionar sobre el destino del país. Así ocurrió en España tras la
catástrofe nacional de 1898 y así ocurrió después del descalabro de Trafalgar. No es casual
que la narración de Galdós arranque desde ahí. Una derrota heroica como origen de una
posterior resurrección y, a fin de cuentas, de la inmortalidad, es un tema característico de
laépica. Hay en ello un sentido fIlosófico, próximoalaideacristianade "Vencer a la muerte con la muerte ".
¿Acaso alguien se acordaría de Troya si con su desesperada defensa se hubiera alzado
con el triunfo? Recordamos y amamos sus ruinas porque, como dijo Lope de Vega:
"Fue Troya desdichada y fue famosa,
vuelta en ceniza, en humo convertida,
tanto, que Grecia, de quien fue vencida,
está de sus desdichas envidiosa. "
(Soneto 29)
El Cantar de las huestes de ¡gor, el famoso poema heroico ruso, relata una malograda
campaña del príncipe y el heroísmo no se identifica con la victoria bélica, sino con un triunfo
moral, el triunfo sobre el propio miedo, el llanto por los caídos. Más que la victoria importa
no rendirse, si la victoria es imposible. Algo semejante descubrimos en la Canción de Roldáll.
El retorno de Carlomagno y su victoria final es una especie de "happy end" medieval, aun
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cuando se ajuste a la realidad histórica. El carácter dramático y heroico de la "Canción" está
determinado por la desesperada resistencia y la muerte anunciada de Roldán. Estos rasgos
del dramatismo épico están presentes en la obra de Galdós, en la que muchos episodios clave
son derrotas heroicas: Trafalgar, Zaragoza, etc. Derrotas, cuya fecha negra marca el inicio
de un poderoso resurgir espiritual.
En la novela Zaragoza el mariscal napoleónico Lann recorriendo la ciudad muerta, rinde
homenaje al valor de los españoles que, en su opinión, raya en la locura. Si buscamos
análogos de Zaragoza más próximos en el tiempo, recordamos sin falta Guerray paz de
Tolstói y en ella la desesperada resistencia de la batería de Tíjonov, condenada a perecer.
Los paralelismos con Tolstoi surgen a cada paso. Es notorio que Galdós mostró interés
por la literatura rusa. En su biblioteca guardaba obras de Turguénev y Tolstoi en francés y
es probable que el autor de "Guerra y paz" haya ejercido determinada influencia en el
novelista español.
Tradicionalmente Galdós, igual queTolstoi, está considerado como un realista. Aunque
es preciso señalar que la obra de Galdós se sitúa entre la tradición del siglo XVIII y las nuevas
corrientes decimonónicas. El protagonista de una serie de los Episodios nacionales es un
auténtico pícaro, descendiente directo de los personajes, en torno a los cuales gira el
argumento de la novela picaresca española. De otro lado, Galdós es fiel a los principios del
romanticismo. Para Ortega y Gasset, el novelista auténtico es el que "sin nostalgia alguna
de la vida efectiva que abandona fuera, se encierra en su oquedad, gusano del capullo mágico,
y goza en pulir el interior de la bóveda para no dejar ningún poro franco al aire y la luz de
lo real".
Si nos fijamos en cómo Galdós "calafatea" en su novela los huecos "para no dejar poro
franco al aire de lo real", veremos que con frecuencia recurre al modo romántico, a lo
exuberante, describe el lugar de la acción: los barcos, los palacios y catedrales y nos da los
diálogos animados de los personajes, que preferentemente tratan de un acontecimiento
histórico o intercambian opiniones sobre el mismo. Los diálogos se extienden a lo largo de
muchas páginas, que, por cierto, es el método preferido de muchos novelistas de vena
romántica (Hugo, Dumas, Stivenson). Eso explica también la facilidad con que muchos de
ellos transformaban sus abultadas novelas en obras teatrales llenas de dinamismo. Galdós
en más de una ocasión hizo lo propio y con brillate resultado.
Para Tolstoi lo principal es la psicología, la exacta motivación de las actitudes humanas,
aun de la más insignificantes. Ello da lugar a los períodos tolstoyanos: interminables, con
un sinfin de ("Natasha sonrió, no porque ... " y sigue todo un período con las explicaciones,
-" sino porque" y otro período, aún más largo que el primero). Galdós no en tra en pormenores
acerca de las motivaciones espirituales de sus personajes y es bastante lineal a la hora de
describir sus caracteres. La mayoría de ellos encajan perfectamente en los papeles de los
personajes clásicos del teatro: la ingenua, el pícaro, el despistado, el amante.
En la concepción acerca de las fuerzas motrices de la historia Galdós es un verdadero
realista. Según su opinión, que coincide con la de León Tolstoi, a la historia no la impulsan
los reyes, ni los jefes militares, sino el elemento desencadenado. la espontaneidad del pueblo.
que en realidad puede desobedecer en cualquier momento. Las grandes figuras históricas.
como Napoleón, que gracias a la imaginación romántica de los artistas de los dos últimos
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siglos ha sido elevado a una altura inaccesible recordemos la admiración hacia Napoleón de
los poetas rusos, de Lérmontov a Tsvetáeva, en comparación con ese espontaneismo pierden
su grandeza y se vuelven flores de cantueso. Esta misma concepción de la historia determina
la opinión de Pérez Galdós sobre el emperador francés. Las pocas veces que le hace aparecer
en la escena, Galdós le describe como un fanfarrón miserable, soberbio y ególatra. Vale la
pena recordar la descripción de Napoleón en Guerray paz, cuando el emperador estremeciendo
ridículamente el muslo izquierdo regordete, después de la batalla al ver a Andréi
gravemente herido, dice en tono muy enfático destinado a los cortesanos, que embeben cada
palabra suya: "i Qué muerte tan bella!" . Quisiera también citar un trozo de la novela de Galdós
Napoleón en Chamartin. Era el emperador que volvía de su visita al palacio en Madrid y
caminaba hacia su cuartel. Iba en coche, yal pasar, nuestro guía y los soldados que nos
custodiaban mandáronnos que le diéramos vivas. Fue preciso repartir algunos culetazos
para que obedeciéramos, y cuando el grande hombre pasó, algunos le saludaron. Sin duda,
por estas y otras ovaciones de la misma clase, escribía con fecha 17 de diciembre: "En las
poblaciones por donde paso me manifiestan mucha simpatía y admiración".
El novelista español tampoco siente ninguna admiración por este gran personaje de la
historia. Galdós admira la hazaña del pueblo en la guerra nacional y en eso se parece mucho
a Tolstoi. A Galdós le impone mucho la idea de lo nacional, pero no en el sentido oficial. Mejor
dicho no la idea misma, sino el sentimiento de patriotismo, genuino y espontáneo, nacido
en el corazón del pueblo.
Francia ha puesto al fin el pie dentro de aquella ciudad edificada a las orillas del clásico
río que da su nombre a nuestra Península; pero la ha conquistado sin domarla. Al ver tanto
desastre y el aspecto que ofrece Zaragoza, el ejército imperial, más que vencedor, se
considera sepulturero de aquellos heroicos habitantes. Cincuenta y tres mil vidas le tocaron
a la ciudad aragonesa en el contingente de doscientos millones de criaturas con que la
humanidad pagó las glorias militares del Imperio francés.
Este sacrificio no será estéril, como sacrificio hecho en nombre de una idea. El Imperio,
cosa vana y de circunstancias, fundado en la movible fortuna, en la audacia, en el genio
militar, que siempre es secundario, cuando, abandonando el servicio de la Idea, sólo existe
en obsequio de sí propio; el Imperio francés, digo, aquella tempestad que conturbó los
primeros años del siglo, y cuyos relámpagos, truenos y rayos aterraron tanto a la Europa,
pasó, porque las tempestades pasan, y lo normal en la vida histórica, como en la Naturaleza,
es la calma. Todos le vimos pasar, y presenciamos su agonía en 1815; después vimos su
resurreción algunos años adelante; pero también pasó, derribado el segundo, como el
primero, por la propia soberbia. Tal vez retoñe por tercera vez este árbol viejo; pero no dará
sombra al mundo durante siglos, y apenas servirá para que algunos hombres se calienten
con el fuego de su última leña.
Lo que no ha pasado ni pasará es la idea de nacionalidad que España defendía contra el
derecho de conquista y la usurpación. Cuando otros pueblos sucumbían, ella mantiene su
derecho, lo defiende, y sacrificando su propia sangre y vida, lo consagra, como consagran
los mártires en el circo la idea cristiana". (Zaragoza cap. XXX).
Esta concepción de la historia es la más importante manifestación del realismo de Galdós,
el gran paso del novelista a la literatura del siglo xx.
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Las diez novelas de la serie "napoleónica" están traducidas al ruso. Nuestro lector las lee
con interés debido a la curiosidad que siempre existió en Rusia por la historia de Europa, y
sobre todo de España -un país que siempre nos pareció muy exótico. Pero hay algo más: creo,
que la guerra del pueblo español por su libertad contra los franceses impresiona mucho más
al lector ruso por el paralelismo entre nuestros dos países, que resistieron a los franceses con
una fuerza que sorprendió a Napoleón.
Pérez Galdós, un escritor a caballo entre dos épocas literarias, heredero de muchos rasgos
tradicionales de la novela picaresca, sigue siendo uno de los mejores novelistas del realismo
histórico. Sin sacrificar el interés por el argumento, Galdós nos guía por el laberinto sinuoso
del pasado, que en su obra aparece cierto y tangible.