SESION DE CLAUSURA 11

Juan Marichal

S r. Presidente del Cabildo y otras autoridades

Insulares, Sres. Congresistas, Sras. y Sres.:

Quiero agradecer ante todo la honra que me han hecho los directores de este Congreso

pidiéndome que les dirigiera las últimas palabras de sus sesiones. Para alguien como yo, que

se siente muy afortunado por haber nacido en estas islas, es una distinción que aprecio

profundamente. y quisiera dedicar las breves páginas que voy a leerles a la memoria

conjunta de seres muy queridos y admirados por mí, que hemos perdido en fechas recientes:

los Senadores de esta isla, el Dr. Don Francisco Pérez y el Galdosista Don Juan Rodríguez

Doreste, y el también Galdosista ejemplar, mi muy querido amigo Pérez Minik. Y no quiero

olvidar a un coetáneo de Galdós, mi tío-abuelo, el canónigo de Las Palmas, Don José López

Martín.

Como muchos de ustedes saben, no soy propiamente un galdosista profesional, aunque

en mi larga carrera docente en la universidad de Navarra, no he dejado ni un sólo curso de

hablar de la obra de Don Benito, y me permito añadir, de su profunda canariedad. No me

propongo este atardecer repetir aquella consideración de la novelística galdosiana y sus

hondas raíces isleñas. Mi propósito es, por el contrario, apuntar en qué medida Galdós puede

ser visto como un paradigma humano por el canario de hoy, de esta hora, y también del

mañana insular.

Por supuesto, los lectores canarios que quisieran hacer de Galdós un predicador de

nacionalismo o siquiera de regionalismo, se sentirían inmediatamente defraudados. No es

Galdós un José Martí, el héroe cubano, ni tampoco lo que significa para Cantabria su íntimo

amigo Pereda, o lo que representa para el pueblo galaico su admirada, en más de un sentido,

Doña Emilia Pardo Bazán. En suma, Galdós evitó cuidadosamente y no era fácil lograrlo en

la España de su tiempo, caer en la que podríamos llamar tentación regionalista. Que yo sepa,

apenas hay páginas de Galdós sobre estas islas y las que pueda haber me atrevo a calificar

de inconsecuentes, porque es manifiesto que Galdós aspiró, sobre todo, a ser un fabulador

universal. Y no hay posible duda de que lo consiguió, como lo atestiguan los Congresos

Galdosistas celebrados aquí y en otros lugares de la geografia hispanista del Planeta. Es más,

si la España del Siglo XIX como potencia europea, hubiera tenido las fuerzas de la época de

Cervantes, Galdós habría sido reconocido más allá del Pirineo como lo que es en verdad: El

otro Gran Maestro de la ficción española, aunque puede decirse sin exageración ni

arbitrariedad que, poco a poco, Galdós va ganando terreno, va ganando lectores fuera de las

fronteras lingüísticas del castellano.

_ BIBLIOTECA GALDOSIANA

Más ¿qué encuentra en Galdós, hoy, un novicio lector canario que le lea atraído sobre todo

por el afán de enriquecer su propia conciencia, algo difusa aún, de su condición insular?

Todos sabemos que no podría ser una especie de autorretrato ya que Galdós, como Cervantes,

apenas se revela en sus novelas. Es más: no sería arriesgado mantener que quizás no haya

habido en la época moderna de la literatura castellana un caso comparable al suyo en cuanto

a la carencia completa de narcisismo o cosa que se le asemeje. Un maravilloso escritor

francés, Alain Fournier, desaparecido misteriosamente en la Primera Guerra Mundial. daba

el siguiente móvil de la creación fabuladora: "Se faire llame des autres"; hacerse el alma de

los demás. y ¿no sería ésta la definición también de la motivación creadora galdosiana? En

suma, la lectura de Galdós para cualquier lector del mundo entero nos saca de nuestras

casillas egoístas y nos pone en el lugar de los demás. He ahí lo que ante todo realiza

magistralmente galdós: SER los demás. Ver la vida y el mundo desde el otro.

Esa capacidad fabuladora, despersonalizan te en cuanto al autor, mucho me temo que

brille por su ausencia no sólo en los jóvenes narradores actuales de las Islas, sino asimismo

en los de la Península. Aún más, el egotismo egoísta es quizás el rasgo más tristemente

destructor de la llamada civilización occidental en estos días. Que la mocedad canaria sufra

del mismo mal, podría verse como un síntoma más de la sincronía de las islas y continentes

en la actualidad. La lectura de Galdós, me aventuro a sugerir, podría ser, amén de divertida,

un ejercicio de visualidad solidaria en una sociedad crecientemente fragmentada, por no

decir deshumanizada.

Algunos de ustedes me objetaría de inmediato diciendo que estoy predicando a

convencidos, pero que muy otra sería la reacción de profesores que hayan intentado

persuadir a sus alumnos de Bachillerato del mérito literario de Don Benito y del placer de

leerle. ¡Menudo rollo! dirían probablemente los no tan hipotéticos alumnos isleños. Aduciré

ahora el testimonio de un lector de los Episodios Nacionales muy contrario a lo que acabamos

de apuntar. Hace algunos años, en una de mis frecuentes visitas a Méjico y a la casa de

Octavio Paz, observé un cambio en la biblioteca del gran escritor mejicano. En un lugar

prominente ahora se hallaba una librería idéntica a algunas españolas del siglo pasado que

yo había visto en casa de parientes con los Episodios Nacionales en una preciosa edición

ilustrada y encuadernada en pasta roja y gualda. Al manifestar a Octavio Paz a la vez alegría

y sorpresa al ver allí los Episodios, me relató que al morir su madre, se había traído íntegra

la biblioteca de su abuelo Don Ireneo Paz; un destacado general liberal en tiempos de Juárez,

autor de muy interesantes novelas históricas y de unos versos muy malos.

Yen aquella biblioteca, el niño Paz había leído todos los Episodios Nacionales, debe ser

obligatoria en todas las Islas de esta Comunidad Autónoma y es posible que sea ya un hecho,

pues recuerdo haber escuchado a nuestro llorado amigo Juan Rodríguez Doreste, mencionar

un proyecto similar. De todas maneras quisiera subrayar que con la lectura de los Episodios

Nacionales aprenderían los escolares canarios a respetar la Historia Patria del siglo XIX, tal

como la veía Galdós. O sea, el adelanto continuo de la civilización liberal en España toda.

Todos sabemos que un autor de evidente maestría artística, Don Ramón María del Valle

Inclán, dió en su magistral serie El ruedo Ibérico, una imagen de la historia española del siglo

XIX que él mismo calificó, con un término muy suyo, de esperpéntica y según la benemérita

Doña María Moliner en el singular diccionario de uso del Español, esperpento denota, entre

IV CONGRESO GALDOSIANO _

otros significados los de disparate y mamarracho. Valle Inclán fue un genio del esperpento

como todos ustedes saben, particularmente del esperpento de asunto histórico. y esto ha sido

especialmente lamentable para los lectores españoles tanto como foráneos, que se han

calado los quevedos de Don Ramón para contemplar la historia española del siglo pasado.

Porque la historia española del siglo XIX muestra el esfuerzo hecho por muchas personas

de buena voluntad y de fe en el destino histórico de su nación en la construcción de un estado

moderno fundado en los principios de la Revolución Francesa que hoy llamaríamos Derechos

Humanos. Hubo muchos obstáculos, aparte de los llamados tradicionales. Se virtió

inútilmente mucha sangre hermana, actuaron también los signos incoercibles que se

encuentran en todos los países. Pero los españoles pudieron mirar hacia atrás en 1900 y

decirse que mucho se había logrado en el adelanto de la civilización en España. Este

sent~miento de satisfacción mesurada lo tenía Galdós contemplando la propia obra que había

sido, en verdad, un agente civilizador de su Patria. Y en nuestros días cuando abundan los

detractores de la vida colectiva española, es verdaderamente imperativo que la juventud

española sienta en las páginas de Galdós un incentivo a continuar la historia de

su nación.

Recordemos que Galdós frecuentaba regularmente las sesiones de las Cortes ya que su

crónica parlamentaria, junto con la teatral, era una de sus principales fuentes de ingresos,

y en una de ellas, recogida en el primer volumen póstumo de sus escritos sobre política

española (1923), Galdós lamenta la extremosa abundancia verbal de muchos oradores

parlamentarios españoles. Mas finalmente atenúa su crítica señalando que no convenía

olvidar que "El silencio empeora siempre todos los asuntos". El pueblo español, que ha

padecido largas décadas de silencio impuesto por el régimen caudillista, debería retener la

advertencia de Galdós como una máxima de validez permanente, individual y colectiva. Sí

el silencio empeora siempre todos los asuntos. Y convendría, sobre todo, que los jóvenes, no

sólo los canarios, tuvieran presente la máxima galdosiana, puesto que tantas modalidades

de su vida y costumbres parecen excluir la palabra como medio de comunicación humana.

El mundo galdosiano es justamente lo contrario; un mundo de almas que lo son sobre todo

porque tienen lo que es la exclusiva del ser humano: la palabra, y sobre todo, en forma de

diálogo enriquecedor de las personas.

Pedro Salinas, en uno de los espléndidos ensayos de su libro "El defensor", se refería a

los millones de seres humanos que él humorísticamente y no sin una profunda pena también,

llamaba "los nuevos analfabetos" esto es: los seres humanos de nuestro tiempo que han

aprendido a leer en la escuela primaria sin que esta mecánica capacidad les permita entender

verdaderamente lo que leen y, sobre todo, qué pudieran leer. Nuestro tiempo ha aumentado

enormemente en todo el mundo el número de analfabetos descrito por el gran poeta español.

Yo soy un experto en pedagogía, ciencia que juzgo esencial en nuestro tiempo pero

mucho me temo, fundado en mi propia experiencia docente, que no se da mucha importancia

a la lectura de obras de máximo valor literario: es decir, que no se pida a los alumnos que

se esfuercen hacia lo más alto de su idioma y cultura. Las consecuencias de tal indulgencia,

por llamarla de algún modo, han sido desastrosas en Estados Unidos desde el final de la

Segunda Guerra Mundial, hasta tal punto que hoy se considera una carencia de suma

gravedad para el fu turo de la democracia norteamericana.

_ BIBLIOTECA GALDOSIANA

El gran escritor hispánico y Presidente de su país, la Argentina, Sarmiento, decía a

mediados del siglo XIX que el pueblo norteamericano era un pueblo libre porque sabía leer,

verdaderamente leer, y el escritor argentino veía en las escuelitas rurales que poblaban toda

la joven república de Norteamérica, la mejor garantía para prosperidad y libertad. Es patente

que en la España actual, incluidas estas Islas, se han hecho considerables progresos contra

la mancha oscura que era el analfabetismo español. Sin embargo, es notorio que España es

el país de la Comunidad Europea donde menos se leen libros y diarios, excepto, por supuesto,

los semanarios de escándalo y cursilerías de todos conocidos. Ya en su tiempo, Galdós

observaba que en España se notaba un marcado contraste colectivo entre leer y escuchar.

Así, señalaba Galdós irónicamente, los oyentes del famoso orador Don Emilio Castelar, a

quién él admiraba mucho, escuchaban un discurso suyo de cuatro horas, pero la mayoría de

ellos no pasaba ni una hora siquiera leyendo un libro. O los espectadores de una extensa obra

teatral mostraban igual atención que la de los oyentes de Castelar. Hoy, por supuesto aquí,

como en el resto del Planeta, la palabra oral vence fácilmente a la impresa, cosa que no debe

tampoco ni puede desdeñarse como un retraso. No obstante en España toda, la falta de

bibliotecas públicas es realmente una ausencia escandalosa, impropia de un país europeo.

Y todos los partidos políticos deberían alcanzar un fácil consenso sobre un magno programa

de construcción de bibliotecas públicas acompañado de ayudas sustanciales a editores que

hagan colecciones de libros baratos, accesibles a los españoles de menos recursos. En los

tiempos de Galdós, precisamente, los Episodios Nacionales fueron impresos en ediciones

muy baratas que ayudaron a su muy gran difusión.

Quisiera volver ahora a la cuestión inicial de mis palabras sobre un retorno efectivo, aquí

y en la Península, a la lectura del Galdós y en particular de los Episodios Nacionales, Hice

antes una alusión que pudiera parecer despectiva a Valle Inclán. Me apresuro a declarar que

considero a Don Ramón como uno de los máximos artistas de la lengua castellana, un escritor

verdaderamente clásico, pero como sucede también en el caso de Quevedo, conviene

distinguir entre distinción artística y testimonio histórico, esto es: Valle Inclán o Quevedo

cautivan al lector con la maravilla de su prosa detractora y caricaturesca haciéndole

forzosamente creer que lo que lee es un cuadro de validez histórica. Y con harta frecuencia

no lo es. Por supuesto, Valle Inclán traza sus inigualables esperpentos con pluma que quiere

ser verídica y que en cierto grado lo es, pero la Historia de España del siglo XIX no es

exclusivamente una serie de sucesos absurdos. De ahí que muchos lectores españoles que

apenas han leido a Galdós, tienden a ver dicha historia como un disparatado

esperpento.

Un breve inciso me permitirá establecer una analogía en relación a la pareja de opuestos,

por así decirlo, Galdós-Valle Inclán.

Cuando Sarmiento publicó su famoso libro Facundo que inauguró la tradición literaria

hispanoamericana de la ficción histórica sobre los dictadores, su gran rival Juan Bautista

Alberdi le respondió que con una biografía esperpéntica no se enseña el amor a la libertad.

Del mismo modo yo diría que la lectura de Galdós enseña el amor a la libertad. Del mismo

modo yo diría que la lectura de Galdós enseña el amor a la libertad que tanto costó a los

liberales españoles del siglo XIX. Valle Inclán trata con su pluma esperpéntica algunos

epi30dios de los narrados por Galdós, pero de su lectura no se puede decir que enseñan el amor

IV CONGRESO GALDOSIANO _

a la libertad. En suma, la furia ética, tan española, de Quevedo y de Valle Inclán, revelan

fielmente lo que fueron sus penurias y algunas claves de sus épocas respectivas pero no

constituyen documentos históricos fidedignos.

Galdós no pretendía, por otra parte, ser historiador profesional y su erudición era a veces

escasa, pero intuía, con pasión también muy española el sentido de la historia del siglo XIX,

el progreso creciente de la España liberal. Galdós enseñaba ayer, enseña todavía, a amar la

libertad.

Más hay en Galdós una actitud humana que constituye también lo más profundo de su

arte novelesco, muy particularmente para nuestros días; muy urgente. Me refiero al

sentimiento de compasión profunda que hay en Galdós para todos, absolutamente todos los

seres humanos. y ese sentimiento es el que hace de Galdós el autor español más cervantino

de los dos últimos siglos.

Creo que en nuestro tiempo es particularmente necesaria la compasión comprensiva que

muestra Galdós en toda su obra de ficción.

y no sería arbitrario ver en su actitud una cierta raíz canaria y un complemento del

sentimiento de tolerancia propio de la población de éstas islas en materias ideológicas y

religiosas.

Hoy, cuando en tantos lugares del planeta, el afán de libertad ha hecho caer regímenes

políticos opresivos, la figura de Galdós, del liberal Galdós, cobra una nueva significación

como antecesor de los escritores españoles e hispanoamericanos actuales que han hecho de

sus vidas y de sus obras una lucha constante por la libertad espiritual. Y si se me permite

un tantito de orgullo de un natural de estas islas, diría que el temple liberal de Galdós, es

propiamente canario. Hablando se entiende la gente diría cualquier isleño y siento que las

tensiones relativamente recientes que han separado los ánimos en las dos islas mayores

podrían resolverse alrededor de una mesa de diálogo y buen entendimiento.

Fuera de las islas, todos somos uno. Y ¿por qué no serlo aquí?