V CONGRESO QALDOSIAMO ■

■ SESIÓN DE APERTURA ■

APROXIMACIÓN DE QALDÓS

AL NOBEL

Pedro Ortiz Armengol

c

v-/omo es bien sabido, el Premio

literario más famoso de los tiempos modernos fue instituido por un gran

industrial sueco, y nació de los escrúpulos de conciencia de éste, al ha

ber obtenido —su familia y él mismo— una gran fortuna de las industrias

de armamento de varios países: la Rusia zarista, los Estados Unidos y

Francia, principalmente.

En 1895, estableció Alfred Nobel unos premios para ciertas especializaciones

científicas, a las que añadió otros para premiar la creación lite

raria y también logros en los esfuerzos en favor de la Paz. La preparación

legal, administrativa y económica de un esfuerzo tan grande requirió

tiempo, pues era necesario poner en funcionamiento una maquinaria

considerable. Nobel falleció al año siguiente, 1896, y ello supuso dilacio

nes y mayores necesidades de adoptar criterios, en un terreno en el que

no existían precedentes. La primera idea fue que los Premios fueran atri

buidos por la Academia Sueca —una entidad establecida en Estocolmo

a finales del siglo xvm— lo que ya planteaba dificultades, pues algunos

miembros de ésta no eran partidarios de que la Academia aceptase tan

honroso encargo, por la responsabilidad que significaba ante la opinión

nacional y la internacional: se suponía que iban a existir presiones de un

lado y de otro, incidencias y conflictos, y se dudaba de interpretar correc

tamente el deseo del creador del legado que, en materia literaria, era

premiar «tendencias o espíritu idealista». Finalmente la Academia sueca

aceptó el encargo.

Era necesaria una cuidadosa reglamentación; establecer un sistema de

presentación de candidatos, métodos de apreciación de sus respectivas

obras por parte de un Comité de académicos, composición de éste, se

lección y elaboración de propuestas, decisión final por parte de la Aca

demia, que no estaba obligada a aceptar la propuesta formulada por el

Comité. El premiado tenía que ser, necesariamente, un autor vivo en el

momento de la designación, y se partía del principio de la «tendencia

idealista» del autor, sus méritos morales y profesionales, y sin que fuera

determinante su nacionalidad o su idioma de expresión. Los Premios se

BIBLIOTECA GALDOSIANA

pusieron en marcha tras años de preparación; no faltó ningún buen pro

pósito de acertar, y la seriedad que en todos los sentidos ofrecía la culta

sociedad de Suecia dio prestigio inmediatamente a unos Premios que

significaban un gran honor internacional, además de una importante re

compensa económica.

Era un principio generalmente aceptado que la política no iba a inter

venir en este terreno y que se iban a hacer los mayores esfuerzos para

lograrlo. Y, en ese espíritu, se concedió el primer Premio Nobel de Litera

tura en el año 1901. Con el transcurso de los años la experiencia fue

introduciendo algunas modificaciones en la reglamentación, ampliación

del número de personas facultadas para presentar candidatos, retoques

en la composición del Comité que estudiaba las propuestas, interpreta

ciones acerca de algunos aspectos, como el de aclarar el significado de

que el Premio pudiera ser compartido por dos autores, etc.. Y, con todo,

la gestión tan cuidadosamente preparada no pudo estar exenta de críti

cas, críticas que se formulan desde el propio organismo gestor: el Pre

mio Nobel.

Hemos tenido el honor de establecer un contacto personal con un

distinguido miembro de la Academia sueca, el señor Kjell Espmark, que

en 1988 presidió el Comité del Premio, con quien mantuvimos una con

versación muy grata el pasado mes de enero, en Estocolmo, en la sede

de la Academia, y a quien habíamos manifestado previamente nuestro

interés en conocer circunstancias de la candidatura presentada en favor

de don Benito Pérez Qaldós en varios años de la década de 1910. El

académico Sr. Espmark atendió nuestros deseos, contestando nuestras

preguntas, facilitó fotocopias referentes a la candidatura de Qaldós exis

tentes en el Archivo de la Academia, todo lo cual está en la base de lo

que acerca de esa aproximación del gran escritor al Nobel incluimos en

nuestra biografía del canario. Nadie como el académico Sr. Espmark po

día ayudarnos, pues conoce extensamente la historia de estos premios

de Literatura —que ya están próximos a cumplir cien años de antigüe

dad— y es autor de un libro sobre ellos y sobre su evolución, libro pre

parado mediante investigaciones en el Archivo, abierto con aquel fin por

vez primera. El Profesor Espmark nos obsequió con un ejemplar del mis

mo, en lengua inglesa. Quede aquí consignado nuestro agradecimiento

por todo ello.

La aproximación de la candidatura de nuestro escritor se produjo en

los años 1912 a 1916, cuando el Premio llevaba en funcionamiento poco

más de una decena de años. Nos parece de sumo interés ver lo que el

Premio fue en esta primera década, para entrar a continuación en un

recuerdo de lo que fueran las gestiones de la candidatura galdosiana, no

concluidas con éxito, como es sabido.

Tras cinco años de preparativos jurídicos y administrativos, después

de fallecido Alfred Nobel, el Premio de 1901 se concedió al poeta fran

cés Sully Prudhomme, una personalidad bien elegida —autor de una poe

sía intimista y filosófica, con una preocupación moral, llena de idealismo

V CONGRESO GALDOSIAPIO

y con sentido de la modernidad, según los críticos— y cuya obra fue

seleccionada entre 25 candidatos. Hoy ya es público, y así nos lo refiere

el Profesor Espmark, que dos fueron los finalistas en el debate académi

co en el seno del Comité; Prudhomme, el finalmente elegido, y Federico

Mistral, el poeta francés renovador de la lengua lemosina —el provenzal

que animó el movimiento literario «felibrige» a mediados del siglo xix— y

cuyo poema «Mireio» (1859) fuera la obra cumbre. Los miembros del

Comité tuvieron en mucho los méritos poéticos de Mistral, pero el peso

de la Academia francesa, que se volcó en favor de Prudhomme, basculó

en favor de éste. Pesaba fuertemente el hecho de que la Academia fran

cesa había sido el modelo de la de Suecia, creada en 1786, como recuer

da el profesor Espmark.

IMo habían de ser poetas todos los llamados al Nobel y ello se probó

cuando al siguiente año fue atribuido al gran historiador alemán Theodor

Mommsen, por su magistral «Historia de Roma». Más tarde se pudo ver

que se incorporaban a la lista de honor novelistas, dramaturgos, filóso

fos, algún político con buena pluma de historiador, pero, con todo, casi

cien años de concesión del Premio mostrará lo que ya es sabido: el pre

dominio de la Novela y de la Poesía.

Un cómputo que, inexorablemente, hubo de aparecer pronto fue el de

la nacionalidad o —para ser más discretos—, los ámbitos culturales de

los agraciados. Tras el «empate» Francia-Alemania de los dos primeros

años —las dos grandes potencias culturales del continente europeo a

comienzos del siglo, y ambas rivalizando por entonces por ejercer la

hegemonía—, el Premio de 1903 fue adjudicado al gran autor de nove

las, dramas y poemas B. Bjornson, un noruego, en liza con Ibsen, tam

bién noruego, y con el filósofo inglés Herbert Spencer. Forzosamente al

gunos creyeron ver motivaciones políticas en la concesión, pues hacia el

año 1902 se agudizó la crisis que separaría a noruega de Suecia, lo que

era fácil que se reflejara en el Premio correspondiente a 1903. El libro

histórico del profesor Espmark admite que la presencia de dos noruegos

en las etapas finales de los debates en el Comité del Nobel suponía un

gesto «de amistad hacia noruega» en aquel delicado momento. Se pensó

en premiar conjuntamente a Bjorson y a Ibsen, pero se rechazó esta fór

mula innovadora. Hay que decir que el elegido fue Bjorson, pese a sus

actividades políticas anti-suecas en aquellos momentos, y que Ibsen fue

preterido por los «aspectos negativos» de su obra: su crítica social, su

escepticismo religioso y por ciertos aspectos de las relaciones entre

sexos.

no obtendría Ibsen el nobel en años posteriores, lo que abrió paso a

una cierta crítica sobre los criterios del Nobel, reforzada en esos mismos

años por otra sonada exclusión, de comprensión difícil: la de Tolstoi.

Esos casos, y otros, abren paso a la idea de que en ello tenía parte

quien durante estos primeros años fue Secretario permanente del Comi

té: el señor Carlos David Wirsen, de tendencias muy conservadoras, al

aplicar el principio de la «tendencia idealista», lo que, a lo largo de varios

II BIBLIOTECA GALDOSIANA

años, le permitió orillar a los dos grandes autores citados y también a

Zola, a Strindberg, y a otros, por las respectivas ideas acerca de los Esta

dos, las Iglesias, la moral tradicional, etc.... Ya hoy se refiere que Wirsen,

en 1906, llegó a obtener el veto del rey de Suecia respecto a cierto

candidato.Era difícil negar influencias extra-literarias en las designacio

nes.

En la del Premio 1904 tuvo lugar una particularidad que ofrece un

interés especial y nuevo: el Comité, con Wirsen, estaba casi unánime

mente dispuesto a proponer a Mistral, el poeta que había estado muy

cerca de ser elegido tres años antes, pero ocurrió que un miembro del

Comité, entusiasta del provenzal, acababa de publicar una traducción al

sueco del poema «Mireio», y Wirsen estimó que ello era un obstáculo, por

lo que propuso, por su parte, a don José de Echegaray. En las votacio

nes finales ambas candidaturas quedaron empatadas y, en vista de ello,

se llegó al compromiso —que hasta entonces se había tratado de evitar—

de que el Premio de 1904 fuese compartido, lo que no fue bien visto por

todos.

Era el cuarto año de atribución y ya figuraban obras en los idiomas

francés, alemán, noruego, español y provenzal. Ello parecía que llamaba

la presencia de otras lenguas ausentes; en 1905 fue el polaco, en la obra

de Sienkiewicz, autor de la novela universalmente popular «Quo vadis?»,

y en los años sucesivos en la persona y obra del italiano Carducci y del

inglés Rudyard Kipling, lo que añadía universalidad al Premio. El polaco,

con su patria ocupada por los rusos y teniendo que vivir prácticamente

en el exilio. Carducci, un poeta exaltado y agnóstico. Kipling, con sus

connotaciones de energía, originalidad, exotismo, presentaban óptimas

imágenes en los años 1905-1907 en que fueron premiados, río deja de

sorprendernos hoy que la lengua inglesa no accediese a un Premio Mobel

sino en la séptima ocasión en que éste fue concedido.

La atribución del correspondiente a 1908 al filósofo alemán Rudolf

Eucken podía parecer una idea de equilibrar la presencia de Francia y

Alemania cuando la rivalidad entre París y Berlín se acentuaba en todos

los terrenos. El de 1909 fue concedido a la sueca Selma Lagerlóf, prime

ra vez que un escritor de este país aparecía en el rol de honor, en la

novena edición del Premio. Ello se debía, en parte, a la oposición que

Wirsen había venido mostrando por hallar en esta autora carencia del

«idealismo»» necesario. El Premio de 1909 venció esta resistencia del Se

cretario permanente del Comité.

Una candidatura no premiada podía repetirse en años sucesivos, con

tal de que los académicos suecos o extranjeros, las Universidades o al

gunas entidades culturales calificadas las reiterasen. Ha sido plenamen

te normal que un autor fuese presentado una y otra vez por sus admira

dores, y que no fuese nunca elegido, o lo fuese a la enésima vez. Tal

ocurrió, por ejemplo, con un caso notable: Bernard Shaw, presente en

las listas de candidatos desde 1911, no fue elegido sino en 1926, quin

ce años más tarde.

Y CONGRESO GALDOSIANO

río tuvo la misma fortuna Benito Pérez Galdós, y vamos a acercarnos

a las circunstancias que rodearon su candidatura. En 1910 fue un poeta

alemán el designado; al año siguiente, el belga Mauricio Maeterlinck, can

didatos desde varios años antes, que finalmente se habían abierto cami

no en la opinión de los componentes del Comité y en la opinión final de

la Academia. La persistencia, la tenacidad de los adeptos era un factor

muy importante, como vemos.

Refiere H. Chonon Berkowitz, biógrafo de Qaldós, que, en cierta oca

sión, al conocer la concesión del Premio, don Benito comentó con algu

nos amigos que otros autores españoles podían también obtenerlo, lo

que fue entendido por alguno de sus oyentes como una sugerencia rela

tiva a su persona.

riada más natural cuando, a finales de 1911 Qaldós era ya el autor de

ochenta y tantas novelas y dramas, con centenares de miles de ejempla

res vendidos, conocido en gran parte del mundo europeo y americano,

con muchas de sus obras traducidas a los principales idiomas, y algunos

de sus dramas representados fuera de España. Había realizado ya la casi

totalidad de su ingente obra y entraba en años de actividad y de crea

ción muy reducidos, pues precisamente a partir de aquel año 1911 hubo

de sufrir operaciones en los ojos para tratar de detener la pérdida de la

vista. En el año 12, una segunda intervención quirúrgica detuvo por al

gún tiempo el deterioro de su ojo derecho...

Como miembro de la Real Academia de la Lengua, don Benito venía

recibiendo, desde años atrás, las Circulares del Comité del Premio Nobel

de la Academia Sueca, invitando a presentar candidatos al igual que

otros académicos. Algunos de estos españoles utilizaron esa facultad

para presentar a Qaldós, que fue así uno de los 31 optantes al Premio

de 1912, presentado por sus colegas en la Academia Española Selles,

Echegaray y por otros que no lo eran, pero lo serían después, como Pi

cón y Rodríguez Carracido. Además del apoyo del medio millar de miem

bros del Ateneo de Madrid, pues en esta entidad se había promovido una

campaña en favor de la idea. Un testigo presencial, el escritor Tomás

Borras, contará que el 25 de enero del año 13 surgió aquella en un gru

po de jóvenes ateneístas y que uno de los más vehementes, Ramón Pé

rez de Ayala, quedó encargado de redactar el escrito de petición. El au

tor de «La pata de la raposa» se apartó por unos momentos en un escri

torio, allí mismo, y realizó el encargo, invocando «la fertilidad creadora»,

la abundancia de caracteres literarios tipificados, la «emoción misericor

diosa» de las criaturas que describía y las virtudes de «humanidad y de

universalidad» patentes en su obra, con otros elogios y encomios, de lo

que resultaba que España «ha adquirido conciencia de sí propia en la

obra de don Benito Pérez Qaldós»-.

No era éste, en dicho año, el único candidato español. Entre los 31

figuraban otros tres: el Profesor Rafael Altamira, propuesto por el Recto

rado de la Universidad de Oviedo; el poeta Salvador Rueda, apoyado por

una decena de profesores del Instituto del Cardenal Cisneros, de Madrid,

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y el catalán Ángel Quimera, presentado por la Academia de Buenas Le

tras, de Barcelona, y por el Instituí d'Estudis Catalans. Entre los extran

jeros, optaban aquel año al Premio algunos que por entonces, o des

pués, fueron famosos escritores: no lo obtuvo en aquel año 1912 el ya

citado Bernard Shaw, que hubo de esperar, o Anatole France, que lo

obtendría en 1921, o Henri Bergson (1927); y otros famosos que no lo

obtendrían nunca.

En el año 1912 se produjo un hecho muy importante en el seno del

Comité; el profesor Wirsen cesó como Secretario Permanente, después

de once años de influir poderosamente en el mismo, y fue sustituido por

el Académico Erik Axel Karlfeldt, lo que supuso un profundo cambio de

criterios y de resultados. El primero fue que el novelista alemán Qerhart

Hauptmann, no premiado desde años atrás, por el crudo realismo de

sus personajes —con temas como el alcoholismo, el incesto— obtuvo el

Premio.

Qaldós no estaba mal situado para años sucesivos. Se nos ha facilita

do un análisis escrito de sus valores literarios, hecho por el académico

Bjórkman, donde se señalan los méritos de sus Novelas históricas, llama

das novelas Contemporáneas, y los tipos de idealismo quijotesco como

«riazarín» y «Ángel Querrá», haciéndose también una amplia referencia al

éxito de «Electra» en 1901.

Entre los candidatos para 1913 —entre 28 escritores,— se repiten

Qaldós, Rueda, Quimera, con Loti France. Bergson, la italiana Deledda,

que había de esperar aún otros catorce años para ser elegida; y aparece

un nombre nuevo, que rompe los esquemas hasta entonces existentes,

el poeta indio Rabindranat Tagore, un místico de Asia, producto refinado

de una de las más antiguas culturas de la Humanidad, que fue el elegi

do, lo que suponía una conmoción en los cimientos del Premio. La ini

ciativa era inglesa, y se basó en la traducción al inglés de un poema es

crito en bengalí: poco o nada se conocía de otras obras de Tagore.

La universalidad del Premio era todavía muy limitada. Duró años un

debate sobre su «eurocentrismo». Baste recordar que los Estados Unidos

no contó con premiados sino en la década de los 30, que la América del

Sur conocería el primero en 1945, con Gabriela Mistral; los rusos, en

especialísimas situaciones, en 1958; el primer africano, en 1986, etc..

1914 supuso una honda crisis al Premio. Consciente Suecia de los

conflictos que podían surgir de la concesión de ellos, los suspendió ese

año y el siguiente. Se habían presentado candidaturas —aunque en me

nor número, 24— y entre ellas Qaldós, Quimera y un catedrático de Gra

nada, pero el Premio quedó «reservado». Al considerarse el de 1915, el

Comité pudo ver que el número de candidatos había disminuido bastan

te: solamente 11 —y entre los españoles, dos: Quimera y Rueda—. Entre

los franceses, un candidato primerizo, Romain Rolland. El Comité enten

dió que debía de ampliar el número de candidatos y puso en lista a 11

candidatos del año anterior, y entre ellos a Galdós. Al hacerlo así, un in

forme del Comité, que entonces presidía el historiador sueco Hjárne, se

Y CONGRESO GALDOSIANO

refería a la reparación de una injusticia, y manifestaba que en 1913

«como parece haber conocido la Academia» recibió esta «muchos telegra

mas» de protesta «en contra de la elección», lo que no se repitió al año

siguiente. Leemos el párrafo, que se nos ha traducido del sueco: «Pero

cuando la propuesta se volvió a renovar al año siguiente, parece que el

movimiento había cesado. Al contrario, las propuestas enviadas mostra

ban que en esos momentos en España, a nivel bastante general, a pesar

de las diferencias de opinión y de las discrepancias entre los partidos,

parecía considerar su elección al Premio Nobel no sólo como una bien

merecida distinción a él mismo, sino también un honor para su país».

Según este párrafo, oficial, los telegramas contra Qaldós evidentemen

te se produjeron en 1913 pero no, o apenas, en 1914. no es éste lugar

ni ocasión para tratar de ello: conocido es el dolido artículo de Unamuno

sobre esos telegramas. Hicimos una discreta alusión al Sr. Espmark

por si nos era posible verlos, ahora, a ochenta años de distancia, pero

tuvimos una discreta respuesta: no se hallaban en lugar muy accesible,

en las salas de-Archivo de la Academia («in the cellar», se nos dijo) y no

insistimos. Es posible que, en un futuro más lejano, un investigador más

riguroso, español o no español, tenga acceso a ellos.

Hjárne, el Presidente del Comité, había proclamado, sin ambages, una

neutralidad del Premio al estallar la guerra; a ello se debió la suspensión

en ese año y en el siguiente; era lo prudente cuando no pocos de los

candidatos pertenecían a países en guerra y eran, intelectualmente, beli

gerantes por sus respectivos países.

La guerra avanzaba y el caso fue que se cambió de idea y el año 16

se reanudó. Se recibieron 23 candidaturas, el Comité añadió otras cin

co, de modo que sumasen 28, y entre estas últimas incluyó la de Qal

dós, a quien presentaba el propio Presidente, Harald Hjárne, y apoyaba

fuertemente otro académico, Per Hallstróm, uno de los más influyentes

—sería, en otros momentos. Secretario permanente del Comité, Presiden

te en otras— el cual, en un dictamen interno del 21 de octubre de 1915

—del que se nos ha facilitado fotocopia— proclamaba que Qaldós debe

ría haber recibido el Nobel mucho tiempo antes, y examinaba su gran

obra novelística. Pero esa ocasión falló y el Premio de 1916 fue atribui

do a Romain Rolland, lo que probaba una vez más los poderes del Se

cretario Permanente —recordemos que en la ocasión lo era el profesor

A. Karlfeldt— pues nos dice el libro de Espmark que «the candidate proposed

by Hjárne and the majority on the Commite was Benito Pérez Qal

dós». Pero Karlfeldt había propuesto, en unión de otros dos profesores,

a Romain Rolland, y no fue suficiente que Hjárne defendiese, en los de

bates del Comité, la tacha de «chauvinismo» que los franceses atribuían

a Qaldós. Leo simplemente lo que escribe el académico Espmark en la

pág. 32, línea 28 y ss.: «The reproaches of chauvinism from the french

side were shown to be unjustified, and the accusations of "partiality" for

certain historical was said "to have been succesfully refuted"...»

(Recordemos, entre paréntesis, que Qaldós, amigo y admirador decíaBIBLIOTECA

GALDOSIANA

rado de Francia, y muy moderado en sus novelas de la invasión napoleó

nica, había sido atacado por sus Episodios nacionales, primera serie.)

Hay que excluir decididamente a Romain Rolland de cualquier manio

bra contraria a Qaldós. Rolland, un «místico y reconcentrado» como se

definía a sí mismo; de altísimo sentido moral —lo que le valió odios y

conflictos dentro de su propio país, que le obligaron a vivir parte de su

vida en Suiza, buscando la paz—, fue un solitario y una gran conciencia

que no había deseado competir en 1911 por el Gran Premio de Literatu

ra de la Academia Francesa y había proclamado entonces que «se fueran

al diablo todos esos premios»... (Finalmente, dos años más tarde, le fue

otorgado). Rolland era un Premio Nobel nato: internacionalista, de inmen

sa cultura literaria, musical y en artes pláticas, autor ya entonces de una

serie de novelas de introspección —el niño, el adolescente, el rebelde,

el mundo hallado, los amores, las amistades, los reencuentros y rectifi

caciones— no había escrito, ni mucho menos, toda su obra, pues aún

había de vivir veintiún años más, mientras que Qaldós, trece años ma

yor que él, casi había concluido la suya. El 13 de noviembre de 1916 se

concedió el Nobel de 1915 a Romain Rolland —un hombre consternado

por la tragedia bélica, y que había escrito una carta abierta a Hauptmann,

su casi predecesor en el Premio, protestando de las violencias de la gue

rra. ¿Tuvo conciencia don Benito, en esas semanas finales de 1916,

cuando estaba envuelto en problemas, y en primer lugar su ceguera, y

recorriendo triunfalmente los escenarios con «Marianela» representada

por Margarita Xirgu, que había rozado la obtención del gran Premio sue

co? Cuando se haga la historia detallada de esa gestión, sabremos si

cundió el pesimismo en el equipo gestor; el caso fue que todavía en

septiembre del año 16 el académico Hjárne había propuesto a Qaldós

para el Premio que, finalmente, se otorgaría dos meses más tarde a Ro

main Rolland y, al mismo tiempo, el del año 16 a un poeta sueco.

No nos consta que se repitiera la candidatura aspirando al Premio del

año 1917, y ello fue probablemente una discreta medida de prudencia

pues —en esos finales de la guerra europea— la Academia Sueca obró

con decidida cautela y durante cuatro años o suspendió los Premios o

los atribuyó a escritores escandinavos y a un suizo. Posiblemente pasó

la oportunidad, aunque don Benito, según el epistolario publicado por

Soledad Ortega, aún confiaba en octubre de 1917 en que el Ateneo for

mulara la solicitud oficial una vez más. Ello dependía de la junta General

e instaba Galdós al amigo Pérez de Ayala a que se interesase. Su ilusión

seguía viva en noviembre pero, repetimos, no nos consta que se hiciera

tal solicitud.

Galdós, ya plena ruina física, dos años después de esta postrera ilu

sión, cerraba definitivamente su acceso al Nobel. Pasados otros dos años

lo obtendría Jacinto Benavente, que había tenido, una década antes, el

gesto de renunciar a su candidatura al conocer que en España se iba a

presentar a don Benito.

No nos corresponde, por supuesto, comentar los criterios ni los resulV

COMGRESO GALDOSIANO

tados obtenidos por este Premio tan famoso y tan codiciado. Otras per

sonas lo han hecho y no faltan las críticas al respecto. El historiador del

Nobel, señor Espmark, recoge no pocas, de diversas procedencias, inclu

so las surgidas en la propia Academia Sueca; no vamos a mencionar las

que se refieren a los españoles premiados en 1904 y 1922, pero sí he

mos de mencionar a dos incuestionables ausentes en el primer tercio de

este siglo: don Miguel de Unamuno y don José Ortega.

En cuanto a Qaldós, en su desmemoria senecta de esos años entre

1912 y su muerte ¿recordó alguna vez aquel relato que hiciera en su

juventud, a sus veintitantos años, titulado «Un tribunal literario», donde

juzgaba a unos juzgadores?