V CONGRESO GALDOSIAMO
ASPECTOS SIGNIFICATIVOS
DE LAS NOVELAS «NAZARÍN»
Y «HALMA»
Ángeles Acosta Peña
{< • • • 1 li el pueblo ha perdido la
fe, ni el escaso escepticismo que en las gentes del proletariado se ob
serva dimanan de las propagandas religiosas. Estas han tenido y tienen
su rectificación en sí mismas. A la marea materialista sigue comúnmente
una marea espiritualista. El mundo espiritual se desbarata y reconstruye
en períodos sucesivos de tiempo. A los períodos de decadencia religiosa
sigue, por ley natural de equilibrio, los períodos de exaltación místi
ca...» 1.
«... En aquellos días, que no están muy lejanos, había venido sobre la
sociedad una de esas rachas que temporalmente la agitan y conmueve,
racha que entonces era religiosa, como otras veces había sido impía. El
fenómeno se repite con segura periodicidad. Vienen vientos diferentes
sobre la conciencia pública» 2.
Estas afirmaciones de Qaldós, una realizada en 1893, en una de sus
cartas al diario La Prensa de Buenos Aires y otra expresada como narra
dor reflexivo en la novela de 1895, tíalma, suponen, por su intertextualidad
cercana, un magnífico marco para arropar ese ciclo de novelas «es
piritualistas» que el escritor maduro hizo irrumpir en el mercado editorial
en los años finales del siglo xix: Tiazarín (1895), tíalma (1895), Misericor
dia (1897).
Los temas ético-religiosos y filosófico-morales interesaron siempre a
Qaldós y el reflejo de ellos en su obra completa es notorio, y máxime,
cuando lo hacía, como él operaba, circunscribiéndolos a la sociedad
española que observaba, analizaba, y suavemente, recriminaba.
Que esos temas se exacerbaron en los años finiseculares en la pro
ducción galdosiana también es evidente. La exaltación de un apostolado
de amor y caridad hacia el prójimo, la búsqueda de respuestas espiritua-
1 W. H. Shoemaker: Las cartas desconocidas de Galdós en «La Prensa" de Buenos Ai
res, Edic. del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1973.
2 Haima, 2.a parte.. Cap. I., Edic. Almar, Salamanca, 1979. Las citas posteriores re
mitirán siempre a esta edición.
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les se encuentran patentes en las novelas de la década de los noventa (y
también en sus obras teatrales). Subrayar que la mencionada evolución
denominada de tipo «espiritualista» sea debida al influjo de Tolstoi, o a
circunstancias personales 3 interesa menos que observar ese giro concep
tual y emocional del escritor en la intertextualidad restringida que supo
nen las obras citadas.
Había adelantado que este trabajo se centraría en aspectos significati
vos de las dos primeras obras. En efecto, pero dada la índole de exten
sión pedida, tendré que dejar sin anotar en profundidad la acomodación
social que se produce en el visionario Nazarín; el trasvase psicológico
que se opera en el sacerdote D. Manuel Flórez, sufriendo una «nazarización
» de clara estirpe cervantina, ni tampoco podré estructurar un princi
pio semántico desde el macrocomponente textual y comprobar sus rela
ciones o proyecciones en las estructuras superficiales. Me centraré en
puntualizar algunos indicios como unidades semánticas que remiten a un
carácter, a un sentimiento. Porque todo este tema moral-religioso está
suficientemente estudiado y casi todas las informaciones pertinentes,
explicadas ya por estudios anteriores4 y tampoco suponen ninguna no
vedad estridente volverlas a debatir.
Creo que sí se puede matizar en ese ente de ficción conflictivo-caritativo
que se muestra en el mencionado ciclo novelístico, y al que Qaldós
le ha ido dando diferente tratamiento y solución y que él inicia, funda
mentalmente, en «la santa > Guillermina Pacheco de Fortunata y Jacinta 5
hasta Misericordia (sin incluir obras dramáticas como La de San Quintín
(1894), La loca de la casa (1893) y Casandra (1905) que aparecen con
la misma recurrencia semántica).
Si apeláramos a una intertextualidad restringida y extrajéramos bajo
el signo sémico caridad las secuencias intencionales de distintos perso
najes de las distintas obras, observaríamos variadas respuestas en el
conflicto hombre/mujer con la sociedad, configuradas por nosotros, lec
tores, que desciframos el universo creador6.
En la cadena narrativa de Fortunata y Jacinta aparece la dama «Gui
llermina Pacheco», caritativa para todos, pero que, en conflicto con su
estamento social, lo defiende dejando su santidad en entredicho en la
relación con Mauricia la Dura y la propia Fortunata, a la que recrimina «...
3 De la Nuez Caballero, S.: Galdós 1843-1920. Mancomunidad de Cabildos. Colección
Guagua. Las Palmas de Gran Canaria, 1983.
4 José Luis Mora: Introducción a la edición de tialma, ob. cit.
5 Pérez Galdós, B.: Prefacio a la edición de la casa Nelson 1913, recogida por L. Bonet,
en B. P. Q. Ensayos de crítica literaria. Península - Barcelona, 1972 «(...) la miseria
[...] para esto hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del
natural. Visitando las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los popu
losos barrios del sur de Madrid (...) y para penetrar en las repugnantes viviendas donde
celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve
que disfrazarme de médico de la Higiene Municipal (...)».
6 Bakhtin, M.: Esthétique et théoríe du román, París - Gallinard, 1982.
V CONGRESO GALDOSIAPiO
¿Pero Ud. no sabe que esa señora es mujer legítima (...) mujer legítima
de aquel caballero? ¿Ud. no sabe que Dios los casó y su unión es sagra
da? (...] ¿Ud. que se ha llegado a figurar, que estamos aquí entre salva
jes y que cada cual puede hacer lo que le de la gana, y que no hay ley,
ni religión, ni nada?»7.
Guillermina, mujer dotada de especial sensibilidad social guarda los
parámetros de su casta, la guía un ideal ascético-religioso. Aconseja la
«renuncia a la felicidad». Ostenta un cristianismo resignado, adaptado a
su formación moral y religiosa. Su respuesta a la marginalidad social:
conformidad con la voluntad de Dios, como medio de salvación ultraterrena.
Los supuestos generales que se manifiestan son: egoísmo espiri
tual y virtud, entremezclados.
ñazarín se despoja de sus hábitos y criterios estamentales, se viste de
pobre. Ante la autoridad requisitoria argumenta: «... Yo no soy apóstol ni
predico a nadie; tan solo enseño la doctrina cristiana, la más elemental
y esencial, a quien quiere aprenderla, la enseño con la palabra y el ejem
plo%.
El abnegado sacerdote renuncia a todo bien material. Su ideal de vida
es erradicar el hambre, la injusticia social. Lo guía una convicción filosófica-
religiosa. Aparte de su resignación absoluta ante el mal, desea la
igualdad ante los bienes de la naturaleza. Con su ejemplaridad moral
aspira y cree en una sociedad en la que habrá desaparecido el odio, la
tiranía, el hambre, la injusticia. Con su conducta e ideas provoca una
crisis social, un escándalo, pero su utopía, piensa, se logrará cuando la
Humanidad vuelva sus ojos a la última verdad: la idea religiosa, el ideal
católico 9.
En ambos personajes, ficcionalizados por Qaldós como «caritativos»,
las operaciones conceptuales que el relato pone de manifiesto, es, en la
primera, concretizada en un deseo de conseguir la salvación mediante la
actuación cristiana de ayudar a los pobres. En el segundo, las estructuras
narrativas dan cuenta de otra operación conceptual: «la renuncia a todo
bien material» como ideal de vida. Guillermina renuncia a la riqueza para
santificarse; Hazarín actúa por solidaridad, para que todos se salven.
Benigna (Benina) forma parte del mundo de la miseria, de una miseria
física y moral. Los oprimidos intentan liberarse por todos los medios...
«(...) digo que no hay justicia, y para que la haiga, soñaremos todo lo que
nos dé la gana, y soñando, es un suponer, traeremos acá la justicia» 10.
7 Pérez Qaldós, B.: Fortunata y Jacinta, Ed. Hernando. Madrid, 1918, 3.a parte, pág.
344.
8 Pérez Qaldós, B.: ñazarín, Alianza Editorial. Madrid, 1986, 4.a parte, cap. 7, pág.
161.
9 Perfectamente estudiada esta evolución y la de Benina en: Estebanez Calderón, D.:
"Misericordia de Qaldós, final del ciclo: análisis intertextual», Actas del Congreso Inter
nacional. Universidad Complutense, Madrid, 1989
10 Cito por B. P. Q. Misericordia, Ed. Planeta. Barcelona, 1978.
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Catalina de Halma, forma parte de la aristocracia; las circunstancias
vitales le hacen conocer la miseria física y moral. En esta dama, que rea
liza la caridad y prodiga las virtudes cristianas, proyecta Qaldós un nue
vo tipo de actante (nuevo siempre lo usamos con relatividad porque ya
hemos mencionado precedentes de este tipo social en el macrotexto
galdosiano) protagonista. Se trata de una aristócrata, no sólo dama de la
burguesía como Guillermina Pacheco, sino con abolengo propio y con
desa por matrimonio. Presentada con espeluznante serie de desgracias
que se inician con la orfandad a la temprana edad de siete años, con el
único signo favorable de casamiento por amor y felicísimo matrimonio,
interrumpido por enfermedad y muerte del esposo, y una larga secuela
de miserias y calamidades —con fuertes connotaciones de folletín y no
vela bizantina—, en el mundo friccional se despliega un pasado de ho
rror que anuncia un futuro en la expectativa del personaje abocado a la
renuncia de sí misma y la entrega plena a la caridad por los demás me
nesterosos.
La vinculación de la estructura con el espacio y el tiempo en los dos
primeros capítulos del supertexto es de vértigo: en ellos se producen
todas estas desgracias: orfandad, lejanía de la patria, reveses de fortu
na, enfermedad, muerte, soledad, calamidades, miserias viajes «itáquicos
» (vuelta a la casa solariega de Madrid), naufragios, riesgos de muer
te... El mensaje de las desgracias nos llega a través de un metadiscurso
que responde al código del folletín.
El ritmo de lo contado es sintético e inverosímil. Las informaciones
del narrador omnisciente asumen una total relevancia frente a la nula
acción de lo contado. Sin embargo, este cúmulo de desgracias es el
único hilo conductor y explicativo que dará sentido interno a la actua
ción posterior de esta protagonista, convertida ya, en el tercer capítulo,
en una mujer ascética (no se puede hablar de misticismo en ninguno de
estos seres galdosianos individualizados por la espiritualidad, pero sin
hondura contemplativa interior ni conexión directa con la Divinidad, aun
que imite un tipo religioso activo profundamente español, como San Ig
nacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús que sí aunan misticismo con
actividad) u. Halma, dispuesta a clausurarse en un convento, encuentra
una parcela de activa caridad en su vida cuando la intervención del
P. López consigue poner en sus manos la herencia legítima, íntegra, a tra
vés de su hermano, el marqués de Feramor.
Este segmento narrativo introduce unas implicaciones prácticas en el
personaje que, desasido totalmente de interés económico, trasciende su
individualidad en pro de la sociedad más desfavorecida: su fortuna ser
virá para ayudar a los desvalidos.
La reciente y calamitosa peripecia en un submundo de pobreza y la
pérdida de su amado esposo, son los móviles que convierten a una jo-
11 Ignacio Elizalde: «El misticismo en Leré», Actas Centenario Fortunata y Jacinta.
Facultad de Ciencias de la Información. Madrid, 1989.
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ven y distinguida condesa en una benefactora señora, iniciadora de una
Fundación para acoger a los pobres de solemnidad. En esa Fundación,
presidida por tan ilustre dama, confía la Institución Eclesial para entre
gar a Nazarín que ha sido juzgado, absuelto y condenado a un retiro
mental. De esta manera imbrica el autor implícito al cura manchego con
Halma, tras la interesada solicitud de ésta para acogerlo. En el desarrollo
narratológico, Qaldós muestra una nueva dimensión, inusual en sus cria
turas de ficción, y aunque lo hace con un discurso inequívoco: —Halma
es generosa— a través de su omnisciencia, configura una criatura que
posee holgura económica y que no es mezquina. Y aunque diacrónicamente
presentará a Benina, ser marginal como el símbolo de caridad es
pontánea, es Catalina de Halma, una aristócrata, la que destella con las
virtudes cristianas en su novela de 1895, Halma.
Si en todo el ciclo de esta época (incluyendo incluso a «Ángel Querrá»)
Qaldós hace la apología de las virtudes cristianas; la mansedumbre, la
aceptación de la pobreza, el perdón de las ofensas y, sobretodo, el ejerci
cio de una intensa y desprendida caridad —traspasando estos temas, tan
queridos por él, de orden ético-religioso y de igualdad social en sus perso
najes ficcionalizados—, es en estas novelas Nazarín, Halma y Misericordia
donde absorben un sentido interno total. La fábula se impregna de la dia
léctica de la pasión y reflexión que su consciente posición le otorga y cons
truye un macrouniverso semántico sobre esta entidad polidimensional.
En Halma, mediante una estructuración simple, Qaldós va insertan
do unidades extensivas combinando contenidos contextúales con funcio
nalidad agencial. A partir de una declaración de principios tal como: «(...]
yo creo que la limosna consiste especialmente en dar lo que se tiene al
que no lo tiene, sea quien fuere. ¡Dar a los pobres, nada más que a los
pobres!» 12 que remite a una operación conceptual también de origen
ético-religioso, manifiesta esta decidida vocación vital; al lector, que re
crea mentalmente la figura de Catalina de Halma descrita con este retra
to por el narrador-cronista: «Pelo rubio tirando a bermejo, nariz un poco
gruesa, el labio inferior un poco saliente, ojos con expresión de beatitud,
tez mate y lisa, mirada dulce y serena, expresión grave, estatura talluda,
el cuerpo rígido, el continente ceremonioso» y, como suele hacer Qaldós
«algunos aseguraban se parecía a doña Juana la Loca» (microtexto valio
so en la con- e intertextualidad) y que, con esta etopeya y prosopografía
entremezclada, descodifica y recrea este personaje le resulta desvaída,
inauténtica, y cuando todos los demás entes de ficción relacionados
agencialmente con ella exclaman, reiteradamente: «es una mártir de sus
deberes», «mi prima es una santa», o «está loca» siempre la vemos en un
segundo plano, gris y difuminada. Cuando se enjuicia a Halma como
novela decepcionante 13 se acierta, porque Qaldós no sitúa a esta prota-
12 Ob. cit., segunda parte, pág. 129.
13 Lo hace D. L. Shaw en El Siglo XIX, Historia de la Literatura Española, Ariel. Barce
lona, 1973.
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gonista de forma abierta, en diálogo directo, para que el lector oiga e
interprete la voz y la conducta de ese ente de ficción, sino que se nos
presenta, casi siempre, «en referencia» de los otros coadyuvantes del
mundo ficcional. no es una figura «viva», entendiendo siempre que es el
lector el que tiene las posibilidades de encarnar el personaje con perso
nas de un mundo real y asequible.
El lector implícito que recrea mentalmente el personaje de Catalina de
Halma y oye su afirmación: «(...] el dinero (...) en nada puedo emplearlo
pues perdí el bien de mi vida (su marido) (...) del que era mi único
amor» 14 le resulta un tanto endeble su argumentación, y sobre todo, el
propósito firme de desasirse de su yo personal para darlo a los demás,
aunque de la autotextualidad se desprenda que es más bien su generosi
dad una venganza por haber sufrido tanta escasez económica en sus pa
sadas peripecias viajeras. E igualmente, cuando el narrador omnipresen
te nos la exterioriza en su actuación caritativa también nos resulta falsa:
Catalina de Halma es abnegada, realiza las más bajas tareas de la casa
que pueden ir desde «fregotear», «cocinar» o «sacudir colchones polvorien
tos», Catalina de Halma viste igual que Andará, la humilde prosélita, bus
ca la igualdad social y es enormemente ascética «con descabezar un sue
ño sentadita...» 15 y, claro, aunque en este ser ficticio en el que todas las
inflexiones emocionales nos las da la voz narradora o los demás sujetos
locutores, intenta Qaldós concentrar el símbolo de la santidad y la renun
cia, en una clase determinada que, en este caso, es la aristocracia preconizadora
de igualdades sociales, el discurso dialéctico queda incomple
to. Halma resulta un personaje sin nervio. Por lo menos, esto me parece
en el espacio que, como lector psíquico, me atribuyo.
Un narrador consecuente habría de seguir la sucesividad de los actos
que permitiera conocer al personaje en sus acciones; matizar en el de
sarrollo del relato el conocimiento interior de ese ser íntimo, graduar el
interior sutilmente en las manifestaciones internas de su habla e ir pre
parando un final que resulta «creíble». Lo que Qaldós logró ampliamente,
en definitiva, en figuras femeninas inmortales como Fortunata o Rosalía
de Bringas. Veremos cómo el final de la novela es también decepcio
nante.
Y es que todo texto ficticio significativo, lleva inserto otro texto —el
intertexto— regido por un sistema de valores distintos, con el que enta
bla una dialéctica 16 que en el caso de «Halma» conduce al descrédito del
misticismo utópico e ideal. La dialéctica Sociedad-Religiosidad o búsque
da de valores religiosos que ayuden a la superación de una estructura
social hipócrita y decadente, se dirime en esta novela como una conci
liación entre ambos, puesto que termina en boda y con la consagración
14 Ibidem, pág. 127.
15 Ibidem, pág. 200.
16 Germán Gullón: La novela del S. XIX: estudio sobre la evolución formal, Rodopi -
Amsterdam - Atlanta, 1990.
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de la Fundación religiosa al amparo de una Institución social que es el
matrimonio.
Funcionalidad extrema posee en el relato el personaje José Antonio
de Urrea, primo de la condesa, pues es el agente que pone en relación a
Catalina de Halma con Mazarín y, a su vez, éste es el que le induce a
casarse con el pariente. Halma burla a la sociedad casándose con él,
pero lo asombroso es que se lo aconseja riazarín.
rio puedo dejar constancia en un trabajo de este tipo, del personaje
Píazarín en su continuación ficcionalizada en Halma; sólo apuntaré lo que
por otro lado ya se ha estudiado 17; en el plano temático de la continua
ción de la historia del sacerdote cristianísimo y ascético, éste ha palide
cido. En la polivalencia semántica del texto literario se nos presenta,
avanzada la obra, como un personaje secundario, profundamente abs
traído en sus meditaciones, dócil a la jerarquía eclesiástica, demostran
do con sus escasas intervenciones que es más cuerdo que lo que se
supone y menos santo también de lo que se le imputa.
En este sujeto transindividual donde Qaldós hace funcionar la intersubjetividad
de unos entes relacionados por afinidades caritativas, y en
un triángulo signado por la espiritualidad: Halma-José Antonio-Nazarín,
éste asume una total pertinencia y resuelve el dilema murmuración so
cial versus religiosidad abnegada, con la más clásica de las soluciones,
como el más vulgar de los triángulos amorosos, con el final feliz de un
folletín. Al estar amenazada la Fundación Pedralba donde se ejercía, prác
ticamente, la más estricta caridad cristiana que anhelaba Catalina de
Halma, por la Sociedad configurada en los estamentos administrativos,
científicos y religiosos, Mazarín le dice «Que se case Ud.»
En el sistema de relaciones, aparece ya desde el capítulo I, José An
tonio de Urrea, caracterizado por la voz narradora como dador de sabla
zos económicos y que será el destinatario inmediato de la forma original
de ejercer la caridad de Catalina de Halma: «(...] tras su petición veo un
mundo de necesidades abrumadoras, de martirios horribles (...] Veo la
falta de alimentos, la estrechez de la vivienda, la persecución de los
acreedores, la vida angustiosa llena de humillaciones (...) Yo creo que en
mi primo son ciertos los propósitos de enmienda (...)» 18. Este personaje
signado como «parásito social»', ve la solución de sus problemas econó
micos en su prima y en su disposición caritativa. En los hilos conducto
res que el autor despliega para completar las funciones secundarias,
adquieren ahora un gran relieve las técnicas formales. Antes de decidir
se y en vísperas de la petición de ayuda económica, Urrea tiene un sue
ño que es un microtexto, ejemplo de citas intertextuales: «(..] Soñó que
con parte de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en
17 González Povedano, Francisco: «La fe cristiana en Qaldós y sus novelas», Actas del
3er Congreso Internacional de Estudios Qaldosianos, tomo I, Cabildo Insular de Gran
Canaria, 1990.
18 Ob. cit., 2.a parte, Cap. V., pág. 129.
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poco tiempo le daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la
mina compraba dos manzanas de casas y mucho papel del Estado, y,
negociando por lo alto, llegaba a hacerse dueño de toda la red de ferro
carriles de España [...)» 19. El cuento de la lechera, ingrediente folclórico
con gran funcionalidad semántica.
Este mundo onírico, tan usado por Galdós, nos expone, una vez más,
la agudeza intuitiva del escritor canario para siluetear psicológicamente
a sus seres de ficción. Un pasaje extraordinariamente significativo de
cómo antes de la divulgación de las teorías freudianas sobre el psico
análisis 20, ya se incursionaba el novelista por el mundo de la subcons
ciencia:
Habla el marqués de Feramor, hermano de Halma, sorprendido ante
la petición del sacerdote P. Flórez de que le diera la herencia, íntegra, a
ésta. Y la tercera persona narrativa cede el paso a un monólogo interior
de impresionante densidad analítica: «(...) desapareció de sus labios la
sonrisa, que parecía esculpida, de la buena educación (...) ¡Ah, la buena
educación! Era la segunda naturaleza, la visible, la que daba la cara al
mundo, mientras la otra, la constitutiva, rara vez salía de la clausura en
las que las bien estudiadas formas humana la tenían recluida. Prescindir
de aquella segunda naturaleza para todos los actos públicos, y aún do
mésticos, era tan imposible como salir a la calle en cueros a pleno
día (...)» 21. Microtexto perfecto del mundo interior, psíquico.
José Antonio de Urrea, el tronado hombre de mundo, es convertido
drásticamente por la generosidad de su prima y es, siempre, el narrador
omnisciente el que dice: «a la penetración de la reformadora no podían
ocultarse las recónditas miserias y envilecimiento de la vida de Urrea,
úlceras morales que por su calidad indecorosa no podían ser mostradas.
Pero la sagaz doctora las conocía por inducción» 22. Tenemos aquí otro
ejemplo de intertextualidad. El término «fundadora» connota Santa Tere
sa y por asimilación, Halma es la «doctora». Microtexto literario valioso y
en cambio explícitamente la compara con Santa Isabel de Turingia «san
ta y pura señora», mezcla de las dos Santas, la una incrustada en lo con
ceptual, la otra en la expresión. La repetida obsesión de Galdós en plas
mar corpóreamente a sus entes ficticios, le lleva un poco más adelante
en el relato a comparar sus manos con las del cuadro de Santa Isabel,
de Murillo. Tenemos así una suma de asociaciones: doctora = Santa Te
resa; serena = Santa Isabel; manos físicas de un ente de ficción = Isabelmanos
pictóricas de otro ser real pero conseguido también ficticiamente
por el arte. Microtextos culturales que se proyectan abundantemente en
el discurso.
19 Ob. cit. 2.a parte, Cap. III, pág. 115.
20 Es sabido que Freud publicó La interpretación de los sueños en 1890 y en 1895
con Brener Estudios sobre la histeria.
21 Ob. cit., 1.a parte, Cap. VIII, pág. 96.
22 Ob. cit, 3.a parte, Cap. VI. pág. 203.
Y COriQRESO GALDOSIAFiO
En la andadura narrativa, con una vinculación mucho más lenta con
el espacio y el tiempo, se va estableciendo una reacción extrema entre
Urrea y Catalina de Halma que se expresa con fuertes connotaciones ro
mánticas e idealizadas: «(...) arrodillándose ante su prima e intentado
besarle las manos»23.
Catalina de Halma parte para fundar su Institución benéfica en Pedralba
y su primo totalmente arrebatado por un sentimiento que parece es
piritual, de pura gratitud, pero que, luego, sin matices que describan el
cambio sutil hacia lo amoroso o vital, trueca Qaldós en un enamoramien
to físico, quiere reunirse con ella, con la «celestial Catalina de Halma»,
abandonando Madrid y todos sus negocios. El P. Feijoo tratando de «Cau
sas del amor»24 afirma: «Tres especies de amor distingo: apetito puro,
amor intelectual puro y amor patético (...) El amor intelectual viene a ser
el que los teólogos morales llaman apreciativo, distinción del tierno.
Dárnosle aquel nombre porque mero ejercicio del alma racional, inde
pendiente y separado de toda conmoción en el cuerpo o parte sensitiva.
Este se excita por la mera representación de la bondad del objeto (...)»
Y Ortega y Qasset manifiesta: «(...] El querer ético, en cambio, hace de
las cosas fines, conclusiones, últimas fronteras de la vida, postrimerías.
Termina en nosotros el vaivén de la contratación, deja de ser nuestro
espíritu una pluralidad de individuos elementales cada cual con su pe
queño afán egoísta, que es preciso contentar. Entra en ejercicio lo más
profundo de nuestra personalidad, y reuniendo todos nuestros poderes
dispersos, haciéndonos, por caso raro, solidarios con nosotros mismos,
siendo entonces y sólo entonces verdaderamente nosotros, nos ligamos
al objeto querido sin reservas ni temores. De suerte que no nos parece
ría soportable vivir nosotros en un mundo donde el objeto querido no
existiera (...)»25.
Este tipo de amor es el que debe sentir José Antonio de Urrea, trans
parentado por Qaldós en numerosas isotopías verbales, expresando du
das, inquietudes, conflictos interiores. El narrador, ahora convertido en
testigo cronista, relata: «Dicen las crónicas que el huésped no pudo dor
mir bien (...] y la admiración del ascetismo de su prima le encendía lla
maradas en el cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel
femenino, y al pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba porque los
ángeles carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisía
co» 26. Nos quedan muchas dudas, sobre todo cuando el pudibundo D.
Benito habla de «sexo y paradisíaco» aunque aquí lo saquemos de con
texto...
Pasando por alto, necesariamente, recursos novelísticos que demues
tran la funcionalidad de otros personajes, la permeabilidad que produce
23 Ob. cit., 3.a parte, Cap. VI, pág. 205.
24 P. B. Feijoo: Teatro Crítico Universal, Tomo VIL Disc. XV.
25 Ortega y Qasset, J.: De "notas», Edic. Julián Marías, Madrid, 1970.
26 Oí», cit, 4.a parte, Cap. III, pág. 245.
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el encuentro de unos y otros, la lograda descripción de elementos am
bientales y sobre todo, dejando el análisis del «nuevo Nazarín» para otro
trabajo más amplio, he de centrarme ya en el final de la novela, en su
desenlace. Admitido, con reservas, José Antonio en el reducto piadoso
de Pedralba, incomprendido por Catalina de Halma, asumiendo intensa
mente su condición de «hombre arrepentido y nuevo», se confiesa y des
ahoga con el santo nazarín. Y ya he adelantado que es éste el personaje
que adquiere total relevancia en los capítulos finales, rio sólo porque
será el confidente de Urrea sino porque es el que dirime la grave cues
tión que se plantea ante la pretendida jurisdicción del Centro caritativo
de Pedralba por parte de los tres poderes: religioso, administrativo y cien
tífico. La codicia por el poder que representa la sociedad. En los últimos
capítulos de la obra el uso del diálogo directo es mucho más frecuente
que en los anteriores capítulos y, naturalmente, produce una sensación
de verismo y cercanía inmediatas. Y como durante unas páginas desapa
rece el narrador omnisciente, Qaldós recurre incluso al diálogo dentro del
diálogo 27. El más importante y trascendente de los diálogos se estable
ce entre Nazarín y Halma y ostenta una funcionalidad total: posee fun
cionalidad lingüística, hace avanzar la acción con la solución dada para
los desheredados; tiene funcionalidad semántica: caracteriza a los perso
najes mostrándonos un sacerdote juicioso, lleno de cordura; y con fun
cionalidad pragmática pues remite a una realidad extraverbal que es el
casamiento de Catalina de Halma con su primo. «Que se case Ud.».
«¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi alma, es que no fun
de cosa alguna, que prescinda de toda constitución y reglamentos, y se
constituya en familia, en señora y reina de su casa particular! Dentro de
las fronteras de su casa libre podrá Ud. amparar a los pobres que quie
ra, sentarlos en su mesa, y proceder como le inspiren su espíritu de ca
ridad y su amor del bien». Basta un cuarto de hora para que Halma asi
mile el consejo después de la turbación inicial.
La categoría ética y práctica del sacerdote manchego adquiere, con su
admonición, un aspecto pluridimensional, importante, y, por el contrario,
Catalina de Artal, condesa de Halma, se constituye en un actante plano,
sin relieve, doblegada por su condición femenina: «su vida necesita del
apoyo de otra vida para no tambalearse, para andar siempre bien dere
cha» 28, anacrónica e incluso desleal a lo que en lenguaje del narrador
motivó su conversión espiritual: «la muerte de su amado esposo...»».
La pluralidad compositiva de Qaldós abarca «el ser vivo», pero «tam
bién, apagado». El lenguaje del narrador hace vivir a Halma en la pura
superficialidad, en lo externo de una conducta; en este desenlace —por
otra parte tan canónico, tan decimonónico, tan convencional —las pala
bras de Qaldós pugnan por conformar una imagen de mujer dócil y aco
modaticia pero que, al igual que en los inicios de la novela, que la esbo-
27 Ob. cit, 5.a parte, Cap. VI, págs. 327 y sigs.
28 Ob. cit., 5.a parte, Cap. VI, pág. 335.
V CONGRESO GALDOSIANO
zaban como abnegada y dadivosa, no logra esta concienciación en el
lector. La profundidad del personaje, la interioridad precisa que reclama
una mujer que da título a la novela se le pierde en los meandros de la
escritura, en las sinuosidades del discurso diegético.
El proceso creador es complicadísimo; la actitud autorial ante unos
entes de ficción, distinta, y lo que Qaldós sí logra ampliamente en esta
protagonista aristócrata es darnos un mensaje que siempre le preocupó:
el sentir cristiano de consideración y amor al prójimo no tiene, no debe
tener, escalas sociales.
La presencia lectorial detecta que en el supertexto galdosiano no to
das las figuras poseen el mismo vigor, la misma energía, pero ya es un
portentoso milagro de la ficción el que leyendo nos digamos: «me gusta
ría que Halma fuese así» o «debería negarse», o ¿por qué no contestó esto
otro? Y la magia ficcional funciona... los ecos verbales se descodifican 29.
Don Antonio Maura, cuando murió Qaldós escribió: «La obra de Qal
dós concluida estaba desde algunos años ha, y perdurará no sólo indem
ne, sino realzada con nuevos rumbos de serenidad respetuosa».
Con respeto y serenidad hemos puntualizado algunos aspectos en
estas novelas finiseculares que muestran, hondamente, las preocupacio
nes perennes del escritor, en esa etapa de su vida.
29 Kristeva, Julia: El texto de la novela, Edit. Lumen - Barcelona 1974.