V CONGRESO QALDOSIANO
ALGUNAS CONSIDERACIONES
SOBRE LA RELACIÓN ENTRE
TEMA Y ESTRUCTURA
EN LA DE BRINGAS
Carlos Cervelló
Vjabido es que uno de los temas
que Qaldós trató con especial atención en su novelística es la crítica a
una sociedad obsesionada por las apariencias y que, por tanto, gusta de
mostrar en público una imagen y una personalidad que en nada, o casi
nada, corresponde con su imagen y personalidad privadas. En La de Bríngas,
esta crítica resulta especialmente relevante, no sólo como dinamizadora
de la acción de la novela, sino que se erige como un método muy
válido para la caracterización de los personajes. El propósito de estas
breves notas es el de analizar el comportamiento, en función de este
«juego de apariencias» de dos de los principales personajes de la novela:
Rosalía Bringas y don Manuel Pez \
En efecto, la mayor parte de la novela 2 tiene como eje vertebrador la
relación entre Pez y Rosalía. A partir de esta relación, Qaldós nos ofrecela
caracterización de dos personalidades interesantísimas, si bien es in
negable el protagonismo principal de Rosalía. La novela presenta una
construcción muy precisa, basada en un juego de contrastes y paralelis
mos de innegable efecto. Sería demasiado extenso para el propósito que
nos ocupa desarrollar en su totalidad este aspecto, pero sí intentaremos
mostrar uno de estos paralelismos en relación con el tema central de la
novela: la critica a las apariencias.
Tal como hemos indicado, vemos cómo en la novela se articulan dos
planos bien diferenciados: el plano de lo que podríamos llamar lo «públi
co» y el plano de lo «privado». Ambos espacios, aunque van a presentar
comportamientos distintos, se estructuran de forma muy parecida. Veámoslo:
En el plano de lo público, tendríamos, evidentemente, la socie-
1 A propósito de la figura de Fez, algunos críticos, como B. A. Aldaraca, no han visto
en él un personaje especialmente importante. Creemos, sin embargo, que sí lo es, y en
especial en la novela que nos ocupa, como trataremos de demostrar.
2 Recordemos el principio de la novela, donde descubrimos a don Francisco elabo
rando un «delicado obsequio» para los Pez, y que el «idilio» entre Rosalía y don Manuel
se puede dar por terminado en el capítulo XL1V, cuando Pez responde negativamente a
una petición de dinero de Rosalía.
BIBLIOTECA GALDOSIANA
dad madrileña de la época. Una sociedad en la que Pez y Rosalía ocupan
lugares distintos, pero que los engloba a los dos, precisamente porque,
gracias a las apariencias, se logra «ser» lo que no se es. Y este hecho no
sólo afecta a Rosalía, Qaldós se apresta a dejar claro para el lector que
el rasgo de la de Bringas es algo corriente entre la pequeña burguesía
madrileña. Recordemos en este sentido, al principio de la novela, el epi
sodio en el que aparece la viuda de García Grande: Cuando los Bringas
se instalan en Palacio, el propio Galdós y don Manuel Pez van a visitar
los. Por el laberinto palaciego se encuentran con la Viuda de García Gran
de. Ellos se alegran del encuentro porque iban perdidos, pero nos dice
el narrador que «ella, por el contrario, parecióme sorprendida desagrada
blemente, como persona que no quiere ser vista en lugares impropios de
su jerarquía» 3. Sigue a esto una serie de lamentaciones por parte de la
viuda sobre su situación actual, que para ella es provisional hasta que
no se verifiquen una serie de cambios. Galdós, se «traga» todo cuanto la
señora le dice, y llega a creerse que «estaba hablando con el más próxi
mo pariente de su majestad». En cambio, don Manuel, «demasiado sabía
con quién hablaba y el caso que debía hacer de aquellas cacareadas
grandezas» 4.
Evidentemente, los dos personajes que aquí se estudian, también
están sometidos a estos condicionamientos sociales. No hay que pensar
sino que, aunque el lazo de unión entre las dos familias es, en principio,
el de la amistad y así nos lo cuenta Galdós en la novela que inicia el «ci
clo» 5, Tormento, ya en esta primera novela, es el mismo narrador el que
va a empezar a dar al lector una serie de elementos que van a hacerle
dudar de esta primera afirmación. En efecto, pronto vamos a descubrir
en la ambiciosa Rosalía estas ansias por aparentar, por figurar socialmente
a las que aludíamos más arriba. Evidentemente, el tacaño de su mari
do, don Francisco, y su misma posición social, no le permitiría ver cum
plidas sus aspiraciones. Es en este momento cuando aparece la figura de
Pez. Así leemos en Tormento que la de Bringas sólo podía ir al teatro
cuando
«el señor de Pez o cualquier otro empleado pisciforme les cedía el palquito
principal 6.
Observamos aquí un lazo de unión entre las dos familias que acaso
resulte, y así lo sugiere Galdós, más fuerte que el de la amistad: el lazo
de la necesidad. Y no una necesidad fruto de la más elemental de las
3 Pág. 1579 de la edición de las Obras Completas de Ed. Aguilar, Valencia, 1964. (A
partir de ahora sólo citaré el número de página).
4 Pág. 1580
5 Ya Clarín hace referencia a esta serie que se inicia con El doctor Centeno en su
crítica a Tormento. Ver Leopoldo Alas, Qaldós novelista, ed. de A. Sotelo Vázquez, PPU,
Barcelona, 1991.
6 Pág. 1474.
Y CONGRESO GALDOSIANO
supervivencias, se trata de la necesidad de aparentar, de mostrarse ante
los demás como lo que se quisiera ser, no como lo que se es realmente.
Encontramos aquí de nuevo uno de los motivos de esta situación: la
generosidad de algunos que sí pueden permitirse estos lujos a cambio
de un poco de adulación y comprensión. Así, Thiers siente una profunda
admiración por el «personaje» de don Manuel más que por la persona en
sí misma (que no llega a conocer nunca, y de ahí los sucesos que ocurri
rán posteriormente). Don Francisco admira su posición, su generosidad
para con los menos afortunados y don Manuel recibe de éste toda la
adulación y el respeto que su vanidad necesita. En otro momento, el
personaje narrador describe a don Manuel como:
«el arreglador de todas las cosas, el recomendador sempiterno, el hombre
de los volantitos y de las noticias...»
Pez es visto casi como un dios por los que ocupan un segundo térmi
no en el escalafón social, pero Qaldós no acaba aquí su desenmascara
miento de esta sociedad. Este dios, este hombre venerable que es don
Manuel para el bueno de Thiers, resulta que también participa de este
juego de las apariencias. En efecto, una de las cosas que valora más
Rosalía de Pez es que el funcionario de Hacienda es capaz de vivir con
cincuenta mil reales de sueldo «con la apariencia de doce mil duros de
renta y paga veinticuatro mil reales de casa» y, todo esto, gracias a que
Pez, aunque tenga deudas, «sabe agenciarse y sacar partido de su posi
ción» 8. Más adelante, Pez se disculpará por no poder ayudar a Rosalía a
pagar su deuda porque, según el propio don Manuel, el viaje al norte le
ha dejado «arruinado» y Refugio dirá de él a Rosalía:
«Bien podría el señor de Pez librarla a usted de estas crujías 9... Pero no
siempre se le coge con dinero. Tronadillo anda el pobre ahora.»
En este contexto, los distintos integrantes de la sociedad buscarán
fórmulas para ir alimentando este prestigio, al margen de la situación real
por la que estén pasando. Es en este sentido en el que cobra especial
importancia un elemento típico de esta sociedad: las tertulias. A través
de la conversación en los salones de alguna casa «principal», los perso
najes tendrán ocasión para mostrar sus «aptitudes» sociales y la legitimi
dad de pertenecer a una clase «diferente» de personas. En este apartado,
brilla especialmente Pez, que, con sus «huecas palabras sin sentido», lle
na las habitaciones de la casa de los Bringas de vagos conceptos y re
dundancias. El lector entenderá así que la formación de determinadas
tertulias en los salones de las casas «principales» nace en parte, precisa
mente, esa misma necesidad de aparentar a la que estamos refiriéndo-
Pág. 1581.
Pág. 1602.
Pág. 1664.
BIBLIOTECA GALDOSIATiA
nos. no cabe, y de la lectura de la novela así se desprende, una interpre
tación distinta en la que, por ejemplo, se podría señalar la amistad o la
valía personal de uno mismo como elemento a considerar para formar
parte de una tertulia. Por tanto, las tertulias se inscriben en este espacio
de la necesidad de aparentar y cumplen con el propósito de dotar a sus
participantes de un «halo» de respetabilidad y buena posición del que les
resulta imposible disfrutar en su vida privada, llena de estrecheces y
engaños.
Siguiendo en esta línea, en La de Bringas, uno de los elementos cons
titutivos de la tertulia va a ser el poder expresar opiniones, ya sea sobre
los acontecimientos políticos del momento (especialmente delicados
para los integrantes de las clases «favorecidas») o sobre cualquier otro
asunto que despierte el interés del personal. No es casual esta importan
cia de la «opinión» en relación al tema que nos ocupa. Si en un principio
cabría considerar la opinión como uno de los rasgos constitutivos de la
personalidad y, por tanto, de la intimidad de cada uno, vemos que en la
novela también la opinión está sujeta a la misma hipocresía con que
cada uno cacarea de su posición social. Y no sólo en el ámbito de las
tertulias. En este sentido, la figura de Pez destaca por encima de las de
más. Don Manuel opina de todo y de todo entiende. Así lo intenta demos
trar a los que le oyen aunque el lector siempre se queda con la idea de
que el verdadero Pez no aparece nunca en las opiniones que expresa.
Recordemos de nuevo el momento en que, deambulando Pez y el narra
dor por los infinitos corredores de las dependencias palaciegas en busca
del nuevo hogar de los Bringas, perdidos y desorientados, don Manuel no
deja de mostrar sus nociones geográficas que «había adquirido en los libritos
de Julio Verne», y suelta «parrafadas» como la que sigue:
«Estamos en el ala de la plaza de Oriente, es a saber, en el hemisferio
opuesto al que habita nuestro amigo (...) Propongámonos trasladarnos al
ala de Poniente, para lo cual nos ofrece seguro medio de orientación la
cúpula de la capilla y los techos de la escalera. Una vez posesionados del
cuerpo de Occidente, hemos de ser tontos si no damos con la casa de
Bringas»10.
Casi resulta innecesario decir que, evidentemente, no encuentran la
casa de los Bringas por sí solos, con lo que el guiño irónico del narrador
no puede ser más revelador de la verdadera dimensión interior del per
sonaje, más allá de su «énfasis» externo.
Aunque, como hemos dicho, donde más resalta la hipocresía de don
Manuel es cuando expone sus teorías en las tertulias. La de Bringas nos
ofrece muchos ejemplos de ello y baste recordar a Pez decantándose
vivamente por la «moral pura» y la «rectitud inflexible», aspectos que cau
san la admiración de sus contertulios, pero que el lector no puede mirar
Pág. 1579.
Y CONGRESO GALDOSIAMO
sin evitar una sonrisa de complicidad, por cuanto conoce cuál es el ver
dadero estado de la moralidad del personaje.
Este esquema que hemos seguido para el aspecto «público» de los
personajes (sociedad-tertulia-opinión), sirve también para el mundo de lo
privado, aunque, evidentemente, con la oportuna aplicación. En efecto,
el mundo privado es el mundo de la familia, tanto en el caso de Rosalía
como en el de don Manuel. Ambos personajes van a expresar una opi
nión parecida respecto a su situación familiar, y Qaldós traza para ello
una interesantísima simetría entre las opiniones que tienen de sus res
pectivos cónyugues11. Recordemos únicamente en este sentido que, se
gún Pez, el principal motivo de su infelicidad no es otro sino que a su
mujer le ha cogido la «monomanía» religiosa. Así, Carolina piensa de su
marido que:
«era un ateo enmascarado, un herejote, un racionalista, pues se contenta
ba con ir a misa sólo los domingos casi desde la puerta, charlando de
política con don Francisco Cucúrbitas. (...) Sus devociones habían sido
puramente decorativas, como llevar hacha en una procesión o sentarse en
los bancos de preferidos cuando se consagraba un obispo...» 12.
Aunque la visión que el lector tiene de Carolina viene matizada por la
óptica de Pez, no deja de ser relevante el hecho de que el principal re
proche que se le hace es, precisamente, que, en asuntos religiosos, sólo
está preocupado en guardar las apariencias, en cumplir lo que socialmente
se considera correcto, sin entrar en una dimensión más profunda.
Doble plano, pues, entre lo que viven en el seno de sus respectivas
familias, es decir, lo que «públicamente» se considera respecto a estos
respetables matrimonios, y lo que realmente sienten en su interior, cosa
que el lector, muchas veces, tiene que intuir entre líneas.
El espacio de la tertulia viene aquí ocupado por el de la conversación
personal, de «tu a tu», lo que favorece el carácter «íntimo» de lo que se
dice. Pez y Rosalía mantienen varias a lo largo de la novela, y son ele
mento fundamental para conocer mejor la naturaleza de la personalidad
de nuestros protagonistas. Apuntemos que nos encontraremos aquí con
una conversación que tampoco será sincera, que tiende a un fin que,
muchas veces, sólo se manifiesta en el interior de cada personaje.
Este es el caso de las conversaciones entre Rosalía y don Francisco.
Ante su marido, ella disimula en lo que puede su admiración por Pez:
«jAy hijito! Yo creí que nuestro amigo Pez no acababa esta noche de con
tarme sus trapisondas domésticas. De veras, le tengo lástima... Pero ¡qué
11 Simetría que no sólo se basa en la opinión que tienen de cada uno de sus cónyu
gues, del todo negativa, y que en general se basa en que les niegan la libertad (Thiers
por el lado económico y Carolina por el religioso), sino que también coincide en que si
en lugar de los que tienen, tuviesen como parejas a alguien como Rosalía o don Ma
nuel, las cosas les irían mucho mejor.
12 Pág. 1595
BIBLIOTECA GALDOSIANA
mareo de hombre y qué organillo de lamentaciones! Carolina no tiene
perdón de Dios.»13
A pesar de las palabras de Rosalía, Qaldós previamente ya ha adverti
do al lector diciendo que la mujer de don Francisco «mostrábase disgus
tada de cosas que, en realidad, le producían más agrado que pena».
De todas formas, el lector tiene la posibilidad de constatar directamen
te este comportamiento cuando, tras el reestablecimiento de don Francis
co, Rosalía vuelve a quejarse a su marido por el hecho de tener que
«aguantar» la conversación de Pez. En este último caso el efecto que per
sigue Rosalía vuelve a tener éxito ante la ingenuidad de don Francisco:
«(...) el don Manuel era capaz de dar jaqueca al gallo de la Pasión con la
cantinela de sus lamentaciones. Ya eran tantas sus calamidades, que Job
se quedaba tamañito.
(...) Es preciso (contesta don Francisco) oír con paciencia todo lo que Pez
nos quiera contar porque... ya ves lo que dice. Somos su paño de lágri
mas, y aquí viene el pobre a desahogar sus penas» 14.
El contraste entre las apariencias y los verdaderos sentimientos de
Rosalía queda de manifiesto cuando, minutos después, ya sola en su
habitación, da rienda suelta a sus pensamientos. A propósito de Pez, los
términos con los que se refiere a él no pueden ser más elogiosos:
«¡Oh, qué hombre tan extraordinario y fascinador! ¡Qué elevación de mi
ras, qué superioridad! (...) ¡Y qué finura y distinción de modales, qué ge
nerosidad caballeresca! Si se encontrase en algún aprieto seguro que acu
diría a él» 15.
Rosalía «se engaña» a sí misma viendo en Pez el hombre que no es, y
cuando el lazo de unión que mantiene viva esa ilusión, el interés econó
mico, se desvanezca, así lo hará también su consideración por el perso
naje.
Aunque no de forma tan clara, Rosalía también mantiene esta doble
perspectiva ante don Manuel. En el fondo, ella no ama a Pez. Como dice
R. Qullón, Rosalía «es incapaz de amar» 16. Su pasión, en todo caso, se
aviva ante la posibilidad de que su «amistad» con el funcionario de Ha
cienda le reporte una mejoría en su situación económica. A lo largo de
la novela, cuando Rosalía piensa en don Manuel, lo hace siempre rela
cionándolo con el próximo vencimiento de una de sus deudas. Incluso
antes de que la relación con don Manuel se intensificara, Rosalía veía los
favores de Pez con la familia de muy distinta forma a como lo hacía don
Francisco:
13 Pág. 1597
14 Pág. 1626
15 Pág 1627
16 R. Gullóm, Qaldós, novelista moderno, Ed Taurus, Madrid, 1987, pág. 253.
V CONGRESO QALDOSIANO
«Aunque en el engreído meollo de doña Rosalía de Bringas se había incrus
tado la idea de que la credencial aquella no era favor, sino el cumplimien
to de un deber de Estado. (...) estaba agradecidísima a la diligencia con
que Fez hizo entender y cumplir a la patria sus obligaciones» 17.
Por tanto, en las conversaciones con don Manuel, Rosalía mantendrá
siempre cierta ambigüedad, con la que jugará tratando, en un primer
momento, de que esta amistad y su honradez, como ella dice, «no sean
incompatibles».
Pero también don Manuel se mostrará igual de «falso» en sus conver
saciones «amorosas» con Rosalía. Ante las crecientes dificultades econó
micas de los Bringas, Rosalía decide confiar a Pez sus preocupaciones.
Éste, que ve en ello el pronto cumplimiento de sus deseos más secre
tos, contesta «con un arranque quijotesco, ofreciéndose a ayudarla en
todas aquellas dificultades, de cualquier clase que fuesen» 18. El avispa
do Pez intuye cuál es la situación real de Rosalía y se erige ante sus ojos
como la única persona que puede sacarla del bache en que se encuen
tra.
Lo importante para Pez no es el hecho de que él le deje dinero o no
(aunque sea a cambio de ciertos favores), lo importante es que se man
tenga en secreto para que la dignidad de ambos, es decir, su imagen
pública, no se vea alterada:
«En el seno de la confianza, de la amistad honrada y pura, yo puedo ofre
cer lo que me sobra, y usted aceptar lo que la falta sin menoscabo de la
dignidad de ninguno de los dos» '9.
Rosalía, como un avance de lo que será su vida en el futuro, ve con
desolación cómo Pez la ha utilizado como antes, posiblemente, ha utili
zado a otras, como, en definitiva, ha sido engañada por un hombre para
el que la moral y el orden en lo social nada tienen que ver con la moral
y el orden en lo privado. Al lector le da la sensación, sobre todo una vez
ya conoce el desenlace, que todo en Pez no es más que una estrategia,
sabiamente elaborada, para captar el interés de Rosalía. No hay sinceri
dad, y, como en el caso de Rosalía, tampoco hay amor. Una vez conse
guido su objetivo, lo abandona sin el menor escrúpulo. Aquella amistad
que tanto idolatraba Pez se ha quedado en nada.
Finalmente, en la novela, el apartado de la «opinión» al que hacíamos
referencia en el primer bloque se sustituye aquí por el mundo de los
sentimientos. Al igual que ocurría en la dimensión de lo público con la
relación tertulias-opinión, lo mismo pasa aquí con la relación conversa
ción-sentimientos. Una sirve de plataforma a la otra. Ya hemos comenta
do que los sentimientos no se expresan con sinceridad, sino ocultos, la
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mayoría de las ocasiones, por los más bajos intereses, como se demues
tra al final, cuando todo queda un poco al descubierto. Sirva como una
muestra la relación que mantienen don Manuel y don Francisco. Entre
ellos parece que exista una auténtica amistad, y sin duda algo de eso
hay, pero más fruto del tiempo que de unos auténticos sentimientos. Ya
hemos hecho referencia antes a que don Manuel critica delante de Rosa
lía a Thiers por cómo la trata. Pero Qaldós también nos coloca ejemplos
para que el lector vea que, realmente, la amistad entre Pez y Bringas no
es tal y como «aparenta». Así, con motivo de que Thiers le muestre a su
amigo el célebre obsequio, recuerdo de su difunta hija, Pez piensa:
«Vaya mamarrachada... Es como salida de esa cabeza de corcho. Sólo tú,
grandísimo tonto, haces tales esperpentos, y sólo a mi mujer le gustan...
Sois el uno para el otro» 20.
Qaldós ha sabido tejer, con magistral perfección, todo un juego de
relaciones entre los distintos personajes que ponen de manifiesto de
forma evidente una situación que estaba viviendo la sociedad de esa
época: el culto a las apariencias. En estas breves líneas hemos tratado
de demostrar que la estructura de la novela se articula perfectamente
para poner al descubierto las «interioridades» de esta misma sociedad
que tan bien había sabido guardar. Los personajes, a pesar de sus esfuer
zos por aparentar socialmente lo que no son, quedan al descubierto a
los ojos del lector que, sabiamente conducido por el narrador, puede
constatar cuál es la auténtica realidad en la que viven, sin máscaras, sin
engaños.
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