V CONGRESO GALDOSIATiO
LA REVOLUCIÓN DE JULIO
DE 1854 EN LA NOVELA: José
María de Pereda, Pedro Sánchez
(1883), Benito Pérez Qaldós, La
revolución de julio (1903) *
José M. González Herrán
29 de abril de 1903, en una de
sus últimas cartas al viejo amigo Pérez Qaldós, escribía Pereda: «que no
tarde en aparecer La revolución de julio, de la que fui testigo presencial,
y casi, casi historiador (cursiva de P.) l. Con esa alusión —acaso no tan
inocente como parece, por lo que luego apuntaré— el escritor cántabro
se refería a su novela de veinte años antes, Pedro Sánchez, en la que,
en efecto, también evocaba aquellos agitados días de 1854 que, siendo
él estudiante en la corte, tuvo ocasión de vivir o, cuando menos, pre
senciar en primera fila. Naturalmente que don Benito no ignoraba el
dato, pues en más de una ocasión había ponderado la «perfecta verdad»,
«exactitud admirable» y «pintoresca exactitud» con que la novela perediana
de 1883 retrataba la vida madrileña de mediados de siglo 2; más aún,
no será descaminado apuntar que acaso se sirvió del relato de su amigo
como una de las fuentes más fiables para el suyo, aunque el dato haya
pasado desapercibido a quienes han rastreado las fuentes de los Episo
dios nacionales: que yo sepa, nadie ha citado al respecto esta novela de
Pereda, ni a su autor entre los informantes que oralmente habrían refe
rido a Qaldós sus recuerdos de aquellos acontecimientos vividos 3, si
* Ediciones citadas:
J. M. González Herran (ed.), J. M.a de Pereda, Pedro Sánchez, Madrid: Espasa-Calpe,
1990 [FS).
B. Pérez Qaldós, Episodios nacionales. Cuarta Serie. La revolución de julio [LRJ].
O'Donnell [O'D], Madrid: Obras de Pérez Qaldós (Est. Tip. de la Viuda e Hijos de Tello),
1903 y 1904.
1 S. Orteqa (ed.), Cartas a Qaldós, Madrid: Revista de Occidente, 1964, pág. 204.
2 «La revolución en las calles, las escenas y altercados en los clubs, la vida y lances
del periodismo, son cuadros de perfecta verdad y hechura, que nos revelan con exacti
tud admirable la vida de Madrid en los años del 54 a 56», escribía Qaldós en un artículo
en La Prensa, de Buenos Aires, el 28 de febrero de 1888; y en su Discurso de recep
ción de Pereda en la Academia en 1897, repetía: «Salones y casas de huéspedes, ofici
nas y barricadas, tertulias burguesas, reñideros políticos, forman en Pedro Sánchez una
entretenida serie de cuadros urbanos, que reproducen con pintoresca exactitud la vida
matritense anterior al 68»; ambos textos en J. M. González Herran, La obra de Pereda ante
¡a crítica literaria de su tiempo, Santander: Ayuntamiento-Estvdio, 1933, pág. 199.
3 Hinterháuser, que menciona las principales fuentes escritas conocidas de las dis3Ü3
BIBLIOTECA GALDOSIANA
bien la semejanza entre la novela perediana de 1883 y los episodios de
1903 y 1904 ya fue notada por Montesinos y por Bonet4.
Pues bien, como ya sugerí en mi edición de Pedro Sánchez5 y espero
ampliar aquí, no es arriesgado suponer que aquélla fue una de las princi
pales fuentes para el episodio galdosiano de 1903 (y también para el
siguiente, O'Donneli (1904), del que ahora no podré ocuparme; y así lo
confirmaría el citado comentario epistolar del escritor cántabro, apoya
do posiblemente en conversaciones con su colega canario (que fecha el
comienzo de la redacción de La revolución de julio en Santander). Por
supuesto que la fuente que apunto no excluye otras; pero también es
muy posible que Qaldós deba a Pereda algunas de las que éste habría
utilizado para la redacción de su novela, en la que, además de sus re
cuerdos personales, se basó en los de algunos coetáneos y en publica
ciones (libros, periódicos, revistas) de aquellos lejanos días 6. Con ello el
escritor canario no hacía sino recuperar algo que, en cierta medida, era
suyo: no en vano algunos críticos han considerado a Pedro Sánchez
como la novela más galdosiana de su autor, o se han referido a ella como
el episodio nacional perediano 7.
Sin ánimo de resolver aquí (porque no es ese el objetivo principal de
mi comunicación) el problema de las fuentes de aquel (los dos]
episodio(s), quiero pasar revista a sus más notorias coincidencias con la
novela perediana, y que van más allá de las obligadas por los aconteci
mientos cuyo relato comparten. Por supuesto que no me limitaré a seña
lar semejanzas (y diferencias), sino que trataré de apuntar algunas de las
razones ideológicas y estéticas que pueden explicarlas; recojo así la su
gerencia de mi admirado colega Laureano Bonet, cuando en su selección
de ensayos críticos galdosianos de 1971 apuntaba que «sería fascinante
tintas series de episodios, no cita ninguna para los de la cuarta; en otro lugar se refiere
a «la literatura anecdótica y personal, como memorias y colecciones epistolares», así
como a la prensa periódica; y sostiene que Qaldós «prefiere con mucho la información
oral y viva a la escrita, a la fijada en libros y documentos», aunque no la utiliza sino a
partir de la segunda serie (H. Hinterháuser, Los "Episodios nacionales" de Benito Pérez
Qaldós, Madrid: Qredos, 1963, págs. 56-66). Por su parte, Regalado sostiene que «Qal
dós, en la cuarta serie, trabaja con un máximum de información histórica bien maneja
da» (A. Regalado García, Benito Pérez Qaldós y ia novela Histórica Española. 1868-1912,
Madrid: ínsula, 1986, pág. 431); pero nada dice de las fuentes de los episodios que aquí
nos importan.
4 J. F. Montesinos, Pereda, o la novela idilio, Madrid: Castalia, 19692, pág. 141; L.
Bonet (ed.), B. Pérez Qaldós, Ensayos de crítica literaria, Barcelona: Península, 19902,
págs. 31-32.
5 PS: 18, nota 23.
6 Cfr. los que señalo y comento en las notas de mi ed. de PS.
7 El primero fue Andrenio, quien en 1906 escribía que esa novela «es, en cierto
modo, un episodio nacional» (cit. en González Herrán, 1983: 199); en mi ed. (PS: 18, n.
22) remito a otros críticos (Cossío, Montesinos, Bonet, Akers) que han insistido en la
idea. A este propósito resulta sugestivo aplicar al personaje Pedro Sánchez lo que Hinterháuser,
1963: 289-296 dice de los protagonistas de los Episodios nacionales.
Y CONGRESO GALDOSIANO
trazar un estudio comparativo entre Pedro Sánchez y La revolución de
julio y O'Donnelb 8.
Como es sabido 9, Pedro Sánchez presenta la autobiografía (o, más
exactamente, las confesiones) del personaje que da título al libro, quien
evoca su peripecia vital desde la desengañada perspectiva de una ancia
nidad escarmentada; para configurar la materia narrativa de ese relato,
el autor se sirve de su propia experiencia vital, sobreponiendo a la anda
dura del personaje recuerdos y aconteceres de su propia vida. Ambas
biografías, la ficticia de Pedro y la real de José María, presentan eviden
tes correspondencias, para separarse precisamente a raíz del estallido de
la revolución de julio de 1854: mientras el novelista, que la vivió con
cierta proximidad aunque sin ningún protagonismo, se volvía al refugio
regional que ya nunca abandonaría, su personaje inicia con el liderazgo
revolucionario la larga sarta de errores que justifican su escarmentado
relato.
Aunque la novela menciona algún otro suceso histórico, los que más
importan por su incidencia en la peripecia vital del protagonista son los
que ocurren entre dos crisis ministeriales: de la caída del gobierno de
Bravo Murillo (en diciembre de 1852) a la del General Espartero (en julio
de 1856), materia narrativa que corresponde preferentemente a los ca
pítulos XXII a XXVI, pero también al XVII, XIX, XX, XXVIII, XXIX y XXX
(numeración que debo advertir corresponde a la primera edición (1883),
que es la que sigo en la mía de 1990). En el episodio galdosiano esos
acontecimientos ocupan casi toda La revolución de julio, a partir del
capítulo V (y concluyen en el X de O'Donnell). naturalmente, cada uno
de ambos relatos —el de Pereda y el de Qaldós— tiene su propia materia
argumental (su historia, con minúscula); lo que aquí nos importa es se
ñalar qué episodios de la Historia (con mayúscula) se mencionan, y cómo
se mencionan; porque es en esa selección y en su tratamiento donde
pueden tener algún significado las semejanzas y diferencias.
Las dificultades del Gobierno de Bravo Murillo, que tanto angustian a
Valenzuela en el capítulo XVII de Pedro Sánchez {PS: 209) y la noticia de
su caída, de la que se felicita Serafín Balduque (y con él «todos los espa
ñoles honrados» {PS: 225)) le merece el siguiente comentario al narrador
de La revolución de julio: «me afecta tanto (...) como si vinieran a decir
me que se han descubierto mosquitos en la Luna» (LRJ: 52); a los cam
bios de gobierno que seguirán (de Bravo Murillo por Roncali, de éste por
Lersundi y de éste por el Conde de San Luis) alude la novela de Pereda
en el capítulo XX {PS: 243, 247) y el episodio galdosiano en el VI {LRJ:
62-63). Más que esas alusiones importa notar cómo ambos relatos coin
ciden —sorprendentemente— en el tono irónico con que se refieren al
ambiente prerrevolucionario que se advierte en esos días:
8 Bonet, 1990: 31.
9 Resumo aquí parte de la introducción de mi ed. de PS: 15-20 y 30-34
BIBLIOTECA GALDOSIAttA
Allí se vivía en perpetua conspiración. Y, en verdad, que con sobrados
motivos. Desde que imperaban los hombres que habían sucedido al tira
no Bravo Murillo (copio el estilo de Redondo), estábamos todos los bue
nos liberales trinando de indignación; a un atentado seguía otro atenta
do; a un atropello, otro atropello; a una iniquidad, otra iniquidad (...) Re
dondo no comprendía, ya que el partido yacía en letargo embrutecedor,
cómo los adoquines de la calle de las Rejas no se levantaban solos para
vengar de tanta afrenta al pueblo esquilmado y oprimido (PS; 243-244).
«A la nariz me llegan olores de revolución, sin que sepa precisar de
dónde salen; pero ya puedo presumirlo, porque les acompaña tufo de
cuarteles. Se nota en el vecindario madrileño esa especial alegría del pue
blo español cuando hierve dentro de él el caldo de las conspiraciones,
algo como preparativos de bodorrio plebeyo. Hasta me parece que noto
en las personas de afición filarmónica el prurito de componer himnos, y
en las de armas tomar, ojeadas estratégicas para el emplazamiento de
barricadas» (LRJ: 62-63).
Ese clima de vísperas revolucionarias se manifiesta en lo que el na
rrador del episodio denomina «furioso granizar de la prensa desmanda
da»; y añade: «Acudió el Gobierno a poner a cada periódico su correspon
diente mordaza» {LRJ: 70). Entre los amordazados estará el periódico en
que colabora Pedro Sánchez, El Clarín de la Patria: «en aquellos días,
rebosandonos la indignación por encima de los estorbos de la ley, tuvi
mos tres recogidas y otras tantas causas criminales» {PS: 244). A la con
siguiente espiral de protestas y suspensiones encadenadas aluden tam
bién ambos relatos en textos notoriamente semejantes:
«Protestaba la prensa contra la opresión en que vivía, en un manifiesto
al público, y eran encarcelados los repartidores y encausados y multados
los firmantes; adheríanse a este manifiesto los experiodistas y escritores
de todas castas; uníanse estrechamente progresistas y moderados, y ma
nifestábanse también contra la tiranía del Gobierno» {PS: 268).
«Chillaron los periodistas por la boca de una protesta colectiva. Fue
también ahogada la protesta, y de aquí vino una manifestación general,
enérgicamente escrita, firmada por hombres de diversos colores y opues
tos cotarros» (LRJ: 70-71).
Otra de las consecuencias de esta represión contra la prensa es la
aparición de las hojas clandestinas {LRJ: 80), cuyo más destacado ejem
plo será El Murciélago, mencionado en ambas novelas en términos tam
bién coincidentes (según ya comenté en mi edición de PS: 269; cfr. LRJ:
114-116). Pero más relevante para la comparación que vengo haciendo
es la referencia a la persecución de los periodistas hostiles: algunos,
encarcelados o deportados; «más listos otros, supieron imitar la viveza
escurridiza del sagaz O'Donnell, dándose buena maña para no estar en
sus casas ni en las redacciones cuando se personó en ellas la policía»
{LRJ: 82). Exactamente lo que hará Pedro Sánchez, perseguido como
autor de «un Cuento oriental que concluía empalando el pueblo al Visir,
hombre infame y tirano que tenía secuestrado al Califa a quien hacía.
Y CONGRESO GALDOSIAMO
con viles amaños, encubridor de sus torpes y descomedidas ambiciones
(...) Estaban los lances del cuento rigurosamente ajustados a los suce
sos políticos evidentes y a los rumores calumniosos del día» (PS: 271).
Otra curiosa coincidencia con lo que refiere Qaldós: entre los escondi
dos que la policía busca inútilmente está Cánovas, porque en unas con
ferencias en el Ateneo sobre la Casa de Austria retrató «a nuestros minis
triles en las figuradas personas de don Rodrigo Calderón y del Conde
Duque, describiendo tan al vivo y con tan fino matiz de actualidad sus
mañas y picardías, que el público lo celebró como una sátira de las ma
ñas y picardías presentes...» (LRJ: 83).
Como es de esperar, la similitud entre los relatos que vengo com
parando se acentúa al acercarnos a las fechas cruciales de ese julio del
54, con los sucesos que preceden al estallido: la fracasada sublevación y
muerte del brigadier Hore en Zaragoza (PS: 268; LRJ: 81); los pronuncia
mientos de Dulce, Echagüe y O'Donnell (PS: 283; LRJ: 154-155 y 172-
174), cuyos movimientos de tropas desembocarán en la batalla de Vicálvaro;
su desarrollo y consecuencias (manifiesto de Manzanares, comité
revolucionario en Madrid, sublevación de diversas guarniciones, caída del
gobierno), detalladamente referidos por Qaldós, que dedica a las históri
cas jornadas buena parte de los capítulos XVI a XXI de su episodio (LRJ:
171-231), son breve e indirectamente comentados por Pereda (PS: 284-
289).
Pero tan notable diferencia no llega a ocultar la relación entre ambos
textos (acaso por el uso de las mismas fuentes): Pedro cuenta que el
periódico en que escribe está entre los que «tras de hablar algo fuerte en
favor del pronunciamiento, no reprodujeron los decretos de la Gaceta
exonerando a los generales pronunciados» (PS: 284). «En Madrid —evo
ca Qaldós— el Gobierno echa furibundas broncas subido a la Gaceta (...)
y en sendos decretos exonera y pone en la picota a Dulce, O'Donnell,
Messina, Ros de Olano...» (LRJ: 225-226).
Llegamos así al momento en que se cruzan ambas historias: las barri
cadas del 17 al 19 de julio, en las que Pedro Sánchez pasa de ser mero
testigo a protagonista de la Historia (con mayúscula); aquí es donde la
confrontación entre las novelas resulta más fructífera, tanto en las dife
rencias como en las semejanzas. La más notable de éstas tiene que ver
con el procedimiento narrativo utilizado en ambos relatos: Pedro Sán
chez y La revolución de julio están contadas en primera persona, pers
pectiva especialmente privilegiada en los sucesos que ahora nos impor
tan, que los dos narradores cuentan no por haberlos visto sino por ha
berlos vivido (aunque más intensamente Sánchez que Fajardo); y la ín
dole de su escenario —unas muy determinadas calles madrileñas— im
pone a ambos relatos una misma perspectiva peripatética.
«Moté que éramos pocos los transeúntes en aquellos barrios, y que
todos marchábamos en una misma dirección, hacia el centro de Madrid»,
recuerda Pedro (PS: 290); y Fajardo: «Salgo a dar una vuelta, y noto en
las caras de los transeúntes un júbilo extraño» (LRJ: 232). Los dos paBIBLIOTECA
QALDOSIAM
seantes advierten el mismo fenómeno: «la gente —nota el galdosiano—
se agrupa sin darse cuenta de ello. En cuanto dos secretean, agréganse
cuantos van pasando. Donde hay tres personas, antes de que pasen cin
co minutos hay treinta» (LRJ: 232). Pedro lo explica con más detalle:
«diez curiosos detenidos delante de un edificio, porque en él hay algo
que estorba al común anhelo; otros diez que se detienen después por la
misma causa; y luego otros tantos, y en seguida ciento, y mil, y más,
hasta que ya no se cabe» (PS: 291).
En su deambular, Fajardo observa que en «la Puerta del Sol se esta
cionan los grupos, mirando al Principal» (LRJ: 233); si se hubiera fijado
más habría podido ver allí a Pedro Sánchez («di en la Puerta del Sol (...)
y también me detuve yo, junto a la farola del centro, enfrente del Minis
terio de la Gobernación»; PS: 291). En este punto divergen las trayecto
rias de nuestros dos transeúntes: mientras el héroe perediano asumirá un
papel dirigente en aquellos acontecimientos, el cronista galdosiano se
retira a su casa, donde tendrá noticia de lo sucedido en la tarde y noche
de ese 17 de julio; aunque no se mantendrá totalmente al margen, im
pelido por ese afán testifical que caracteriza a los protagonistas de los
episodios: «rio era posible que yo me privase de salir a la calle, para
contemplar una página histórica» (LRJ: 237).
Es curioso advertir cómo ambos escritores se sirven de la misma ima
gen para describir el movimiento de masas; «Se perdía mi voz en el bra
mido estentóreo del viento y la mar, que eso era el pueblo, océano re
vuelto y aires desencadenados», escribe Qaldós (LRJ: 264). En la novela
de Pereda la imagen se desarrolla en una alegoría teñida de inequívocas
connotaciones:
Los arroyuelos de atrás íbanse convirtiendo en río de gente, murmurador
e inquieto como todos los ríos, pero no impetuoso ni desbordado (...) el
río engrosaba, pero sin embravecerse; y siguiéndole yo agua abajo, di (...)
donde las corrientes se detenían formando ancho golfo (...) Notábase un
oscilar de cabezas y un ruido sordo, como de resaca, de mar de fondo.
Alguna voz más alta que otra, o un grito aislado, casi siempre de mujer:
graznido de gaviota augurando tempestades sobre una mar preñada de
misterios (...) y empiezan, con el roce y el tufillo de las muchedumbres, el
escozor de la curiosidad no satisfecha y la inquietud nerviosa en cada
burbujita, que luego engendra el lento bamboleo de toda la masa; y el
bamboleo, la hinchazón de las olas; y las olas el choque, y el estruendo,
y la espuma, y al fin, el desastre (PS: 290-291).
Independientemente del arte literario que muestra ese texto (merece
dor de un comentario más demorado del que aquí puedo permitirme),
es muy pertinente para mi propósito su dimensión ideológica; la visión
social que ahí apunta, amplificada y precisada líneas después («observé
que abundaban las mujeres de rompe y rasga, y que no escaseaban los
hombres de mala catadura; castas que parecen nacidas para esas cosas,
porque nunca se las ve más que en los motines: légamo que sale a la'
superficie cuando las corrientes embravecidas revuelven el fondo de los
V CONGRESO QALDOSIANO
cauces»; PS: 292), contrasta notablemente con la de Galdós, en cuyo
episodio la masa está pintada con los colores más favorecedores; frente
a la imagen casi apocalíptica de las turbas peredianas, advertimos aquí
un tono decididamente utópico 10: «parece como la vuelta a la normali
dad de la existencia, o el renacer a la edad de oro cantada por los poe
tas» {LRJ: 234). Donde Pedro notaba signos de odio y rencor, Fajardo ve
alegría, esperanza y fraternal generosidad:
Hablando con gente diversa, pude advertir el radiante júbilo de los cora
zones ante este hecho negativo: ño hay Gobierno (...) los grupos estacio
nados frente al Principal esperan ver salir de él algo extraordinario y
magnífico: un genio pródigo que salude al pueblo arrojándole puñados de
centenes, o panecillos, o credenciales (...) Dábanse unos a otros parabie
nes expresivos, y personas que no se conocían se abrazaban; otros que
jamás se vieron se preguntaban por la familia y se deseaban mil bienan
danzas (...) vimos a un hombre gordo que, plantado en medio de la calle,
convidaba a los transeúntes a tomar café o copas en el café de la estre
lla. El lo pagaría todo. Más abajo, un tabernero invitaba bizarramente al
público a entrar en el establecimiento, y hacer todo el consumo de vino
que requerían las venturosas circunstancias (LRJ: 234, 238-239).
Es ya un manido tópico crítico enfrentar el pensamiento social y polí
tico de nuestros dos autores; el propio Qaldós lo hizo en su discurso de
recepción a Pereda en la Academia 11 y los textos que acabo de citar se
rían una prueba más; no insistiré en ello, aunque en esta ocasión sean
pertinentes algunas matizaciones 12.
Por lo que se refiere a Pedro Sánchez, téngase en cuenta que, además
de los conocidos prejuicios antidemocráticos del escritor cántabro, la de
1883 es —como ya expliqué en mi edición 13— una novela de aprendiza
je ejemplar negativo, en cuya trama el liderazgo revolucionario del pro
tagonista abre la cadena de errores que —como antes dije—justifican su
escarmentado relato: de ahí los tintes negativos con que ha de pintarse
la chusma revoltosa que encumbra a Pedro.
En cuanto a Qaldós, ya notó Gómez de Baquero en su reseña de La
revolución de julio que «el espíritu del libro es verdaderamente revolu
cionario»; y añadía: «ha trazado el novelista una que es casi apología de
las revoluciones y movimientos populares, o al menos, disculpa de los
excesos y trastornos de que ordinariamente se acompañan»14. Y no sólo
10 Cfr. Hihterháuser, 1963: 129-131.
11 Cfr. en Bomet, 1990: 173-187.
12 PS: 22-29.
13 La primera, y previa a cualquier otra, sería recordar que no son Pereda ni Qaldós,
sino los narradores-personales de sus respectivas novelas, quienes juzgan aquí los acon
tecimientos de 1854; mas para lo que ahora importa, y prescindiendo del análisis de la
modalización narrativa de cada uno de ambos relatos, tenemos razones suficientes para
considerar a Sánchez y a Fajardo portavoces del pensamiento social y político de sus
autores.
14 E. Gómez de Baquero, «Crónica literaria. La revolución de julio, por D. Benito Pérez
BIBLIOTECA GALDOSIANA
porque (como han advertido Hinterháuser 15, Regalado García 16 y más
recientemente Dendle 17), en los Episodios de las últimas series el pen
samiento social y político galdosiano dé muestas de una más acentuada
simpatía por las capas populares, sino por la certera explicación que ha
apuntado Laureano Bonet: «en ambos Episodios Nacionales, ve la revo
lución de 1854 a través del trauma colectivo del 98 y esta visión, en
consecuencia, está muy teñida —ideológicamente hablando— de ansias
y preocupaciones regeneracionistas» 18.
Volviendo a la lectura enfrentada que vengo haciendo de la novela de
1883 y el episodio de 1903, he de insistir en las abundantes coinciden
cias —no sólo de asunto sino de expresión— en las páginas que refieren
algunos de aquellos violentos sucesos: el asalto, con derribo de sus puer
tas, toma de armas e incendio posterior del emblemático edificio de la
Puerta del Sol (PS: 292-294; LRJ: 240-241); la quema del palacio de la
calle de las Rejas, residencia de la reina madre {PS: 294; LRJ: 244-245)
o el del Marqués de Salamanca, heroicamente defendido por su amigo
el coronel Gándara (anécdota que ambos relatan de manera notablemen
te similar; cfr. PS: 305 y 314; LRJ: 245-246); las hogueras en las que
arde todo cuanto se requisa en los palacios asaltados (FS; 309-310; LRJ:
245); la liberación de los presos políticos encerrados en el Saladero (PS:
310-311; LRJ: 239)...
Qaldós. Volumen IV de la cuarta serie de Episodios nacionales», La España Moderna,
XVI, núm. 185 (mayo 1904), págs. 162-171 (el texto citado, en las págs. 167-168).
15 «En las dos primeras series de los Episodios (...) el pueblo (como "masa") —fuera
de algunos excepcionales momentos de puro entusiasmo patriótico— es "soez patulea"
incapaz de la menor opinión política (...) (frente a) las espantosas escenas de la chusma
desenfrenada en las dos primeras series (...) desde la cuarta serie (es decir, hacia 1902)
aparece una nueva orientación que, justamente, no se puede calificar sino de anarquis
ta. Se exalta la subversión en sí misma, la rebelión se interpreta como signo de la vita
lidad "ibérica"» (Hinterháuser, 1963: 188, 193, 208 y 212).
16 «En la cuarta serie, aunque la preponderancia de la clase media no desaparece,
se hace amplio espacio a un nuevo tipo de agrupación social que no cabe ignorar por
más tiempo: el pueblo organizado para la defensa de sus derechos (...) Hemos visto
hasta ahora a Qaldós (...) defendiendo activamente el orden de la sociedad civil, asenta
da en la organización burguesa del Estado, condenando con rigidez los motines, la ac
ción directa y la rebelión político-social de las masas, y alabando, con arreglo al mito
liberal del xix, al ejército como defensor del orden y protector de la libertad. En la cuar
ta serie, cambia en buena parte esa posición, como se ve (...) en la justificación (...) del
motín callejero y de la acción violenta de las masas en defensa de sus derechos» (Rega
lado García, 1966: 355, 357, 379 y 390).
17 Cfr. B. J. Dendle, Galdós. The Mature Thougth, Lexington: The University Press of
Kentucky, 1980, págs. 92-95 y 111-112.
18 Y añade: «en La revolución de julio (...) mostrará algunos sentimientos "pietistas"
de viejo liberal desengañado al observar cómo la clase trabajadora (...) fue manipulada
maquiavélicamente por unos revolucionarios de salón». A propósito de un escrito de
1901, «que —opina— desprende un singular aliento regeneracionista», observa: «diríase
que ahora el 'viejo' Qaldós —y Episodios nacionales como O'Donnell o La revolución de
julio así lo atestiguan— está impregnado de algún modo por el desasosiego crítico, el
afán iconoclasta, la acidez ideológica, rasgos todos ellos, por cierto, tan propios de la
gente nueva del 98» (Bomet, 1990: 31-32 y 100).
V CONGRESO QALDOSIANO
Hay algunos momentos en que los narradores de ambos relatos pa
recen encontrarse: «Corrí —recuerda Fajardo— tras el hombre que en
aquella ocasión a mis ojos tomaba proporciones de figura heroica, tri
buno y caudillo de la plebe; pero las oscilaciones del gentío le aleja
ban de mí cuando ya creía tenerle al alcance de la mano» {LRJ: 264);
pero no nos engañemos: por más que la situación se parezca mucho
a la que Pedro Sánchez evoca en sus memorias {PS: 292-294) ese tri
buno y caudillo de la plebe es otro, Bartolomé Qracián. Pero no cabe
confusión cuando el narrador galdosiano recuerda que «se contaban
maravillas del arrojo y constancia de los patriotas en las barricadas de
la calle de la Montera» {LRJ: 314); no sería la menos heroica la que,
por aclamación, mandaba Pedro Sánchez en esa misma calle (PS: 316)
y donde halla la muerte Serafín Balduque, en una emotiva escena muy
parecida a la de otro caído en las barricadas, el galdosiano Erasmo
Gamoneda {PS: 317-321; LRJ: 315). En todos estos sucesos ambos
relatos discurren muy próximos: casi todo el capítulo XXV de Pedro
Sánchez (313-323) y los XXVIII y XXX de La revolución de julio (294-
303 y 310-315) se ocupan de la lucha en las barricadas, acontecimien
to que refieren con notable similitud, según tuve ocasión de señalar
en mi edición de la novela perediana, donde aduje también algunos
datos documentales que muestran y explican la coincidente exactitud
histórica de ambas evocaciones 19.
Debo concluir. Los acontecimientos posteriores a aquellas jornadas de
julio (el enfrentamiento, pronto superado, entre el Gobierno y la Junta
de Armamento y Defensa presidida por San Miguel [PS: 322; O'D: 7); el
nombramiento de Espartero como Jefe de Gobierno, su triunfal entrada
en Madrid y el abrazo con O'Donnell [PS: 322 y 334; O'D: 25-26]; la re
conciliación entre pueblo y ejército {PS: 322; O'D: 7); los desmanes y
venganzas populares, como la detención y sumaria ejecución del odiado
jefe de la Policía de Madrid, Francisco Chico {PS: 327-328; O'D: 8-14 y
23); el desmantelamiento de las barricadas y la integración de sus ciuda
danos armados en la Milicia nacional {PS: 334-335; O'D: 29-30); la bené
fica lluvia de nombramientos en la Gaceta —uno de ellos, en favor de
Pedro Sánchez— {PS: 335; O'D: 26-27]; la elección de Cortes Constitu
yentes {PS: 357-358; O'D: 30); los súbitos enriquecimientos al calor de
la nueva situación {PS: 386-401; O'D: 27-28); las primeras insurrecciones
y motines {PS: 371; O'D: 30 y 42); la reaparición de publicaciones críti
cas y satíricas, como El Padre Cobos {PS: 402; O'D: 47-48); la ruptura
entre Espartero y O'Donnell, con la caída de aquél y el nombramiento del
gobierno de éste en 1856 {PS: 402; O'D: 57-58, 65-66, 86-88)) aunque
siguen siendo referentes (menos determinantes) de la biografía de Pedro
Sánchez, corresponden ya al otro episodio, el que toma su título del
19 Cfr., en PS: 316, n. 9; 222, n. 14; 326, n. 3 y 4, los que tomo del artículo de C.
García Monerris y J. S. Pérez Garzón, «Las barricadas de julio de 1854. Análisis sociológi
co», Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XII (1976), págs. 213-238.
BIBLIOTECA QALDOSIANA
apellido de aquel general. Baste, pues, la enumeración de acontecimien
tos que acabo de hacer —todos ellos aludidos o referidos en ambos re
latos, el perediano y el galdosiano— y quede para otra ocasión su dete
nido análisis y comentario.