V CONGRESO QALDOSIANO
DEL «nAZARENITO»
A ñAZARÍPÍ
Leonardo Romero Tobar
«...uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a
Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hom
bre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo
aptos —decía— para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo
que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épo
cas son iguales o de que son distintas « (J. L. Borges, Ficciones, 1944).
Desde el momento de su publicación la novela Nazarín (1895) ha sido
leída con una atención singular referida a la correspondencia que man
tiene con las tendencias espiritualistas del fin de siglo y a la función na
rrativa que desempeña la figura de su personaje central, escindido e in
tegrado por los modelos predominantes de Cristo y de don Quijote.
Qaldós, a finales de mayo del 95, comunicaba a su amigo Tolosa Latour
que la redacción de la novela iba muy adelantada l; las primeras re
acciones de los comentaristas son de la segunda quincena del mes de
julio y, en ellas, los críticos señalaban la huella de Tolstoi —Mariano de
Cavia, «Zeda»— o la feliz inserción de la obra en el horizonte de inquietu
des que presentaba la Europa del momento. Eduardo Gómez de Baquero,
en su reseña de La España Moderna, enumeraba las líneas más relevantes
del estado de conciencia que se dibujaba en aquel horizonte (budismo,
gnosticismo, panteísmo, magia negra) para explicar la muy oportuna apa
rición de Nazarín. A esas tendencias volvería a referirse pocos años más
tarde en su glosa al canto de cisno narrativo de don Juan Valera (aquella
cosecha de todas sus experiencias en la novela Morsamor, de 1899)2.
1 Ruth Schmidt, Cartas entre dos amigos del teatro: Manuel Tolosa Latour y Benito
Pérez Qaldós, Las Palmas, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1969, 89. La carta es del
24-V-1895; el 27-VI-1895 el periódico La Época anunciaba la inmediata aparición de la
obra y el 8-V1I-1895 se publicaba un fragmento en El Imparcial. El 5 de julio Qaldós
comunicaba a Navarro Ledesma: «Se pondrá a la venta el lunes, pero yo se lo mandaré
a V. hoy o mañana» (C. de Zulueta, navarro Ledesma..., Madrid, 1968, 290-291).
2 Feter Bly (nazarín, Valencia, Qrant and Cutler Ltd., 1991) ha dado noticia de las
reseñas inmediatas a la publicación; el comentario de Gómez de Baquero («Andrenio») a
Morsamor apareció en La España Moderna, CXXIX, 1899, 150-155, con el título de «La
última novela de don Juan Valera ¿Muevo Persiles? El ocultismo en Morsamory en otros
libros del señor Valera».
BIBLIOTECA GALDOSIANA
Y, justamente, si para la obra de Qaldós podía exhibirse un indiscutible
modelo cervantino, no faltaba otro estímulo de la misma naturaleza para
la novela que cerraba la trayectoria de Valera. De modo que, entre los es
pejeos del Quijote y del Persiles, cristalizaban algunos de los esfuerzos
destinados a situar la narrativa española de finales del siglo en la casa de
la ficción habitada por las novelas occidentales destacadas por su contri
bución al progreso del moderno género literario.
1. Precisamente, la integración del modelo quijotesco y el evangéli
co en la construcción del personaje Nazarín y la función del clérigo en la
novela ha sido uno de los centros de atención de los estudiosos de la
obra, al menos, desde que Joaquín Casalduero afirmara que el paralelis
mo entre el clérigo manchego y Jesucristo era, en buena medida, inne
cesario, pues «no sólo la novela no lo exige sino que hubiera ganado sin
él; pues fatalmente el peso del Evangelio puede más y arrastra a la nove
la» 3. Esta percepción crítica ha tenido prolongación en análisis impres
cindibles de la obra4 que perfilan la vigencia de los dos modelos en la
novela de Qaldós, y que dependen, en último término, del sentido que
quiera darse a la relación entre los textos religiosos canónicos y las for
mas literarias degradadoras como la sátira y la parodia. Sin entrar en la
discusión de cómo don Quijote asume dimensiones inequívocamente
cristianas —asunción que Dostoievski había advertido nítidamente en su
inolvidable príncipe Myshkin de El idiota5—, y dejando al margen, tam
bién, las posibilidades hipertextuales que pueden generar los evangelios
en textos paródicos como la Querré des dieux de Parny 6, o en visualizaciones
surrealistas, como la cena del filme de Buñuel Virídiana, centraré
mi actual pesquisa galdosiana en la consideración de la figura del Cristo
evangélico como modelo del personaje Nazarín, modelo que —además
de las innumerables figuraciones análogas que alumbraron las literaturas
occidentales del siglo xix— tenía una tradición autóctona en la literatura
española de la época y en el propio universo del novelista canario.
3 J. Casalduero, Vida y obra de Galdós (1843-1920), Madrid, Qredos, 1970 (3), 126.
4 Ciríaco Moróm Arroyo, «nazarín y lialma: sentido y unidad». Anales Galdosianos, 2,
1967, 67-81; Alexander A. Parker, «Nazarín, or the Passion of Our Lord Jesús Christ
According to Qaldós», Anales Galdosianos, 2, 1967, 83-101.
5 Peter Bly, ob. cit, pág. 94, aduce las referencias pertinentes para esta aproxima
ción.
6 Para un análisis de este poema dieciochesco, cf. Frank Paúl Bowman, Le Chríst romantique,
Qenéve, Droz, 1973; Qaldós debió de conocer esta obra ya que en la biblio
teca de la Casa-Museo se conserva incompleto un ejemplar de la traducción española
con el título de La Guerra de los Dioses Antiguos y Modernos. Poema cómico en diez
cantos, Leipzig (?), imprenta y encuademación de Philipp Raumbach, s.a. Gustavo Co
rrea (El simbolismo religioso en las novelas de Pérez Galdós, Madrid, Qredos, 1974, 166-
179) se ha referido a cómo los ideales de vida de nazarín «se refractan con frecuencia
en el prisma disolvente de la burla y la parodia»». Los tratamientos paródicos de los refe
rentes evangélicos no son infrecuentes en la literatura moderna; por ejemplo, Theodore
Ziolkowski comienza su libro comentando la reunión que Peeperkorn ofrece al protago
nista de la Montaña Mágica (Fictional Transfigurations of Jesús, Princeton University
press, Princeton, 1972, 3-6).
V COMGRESO GALDOSIANO
Los rasgos de caracterización del personaje —nombre, aspecto físico,
edad—, y los accidentes más relevantes de su peripecia —andanzas y
predicaciones, actuaciones numinosas, prendimiento e interrogatorio,
vejaciones sufridas en la cautividad— han sido puestos de relieve por los
críticos 7. Podría añadirse a este caudal de correspondencias los abun
dantes ecos verbales que repiten en la novela palabras evangélicas 8; tal
cotejo no llevaría a otro resultado que a la reiteración del paralelo Cristo-
Nazarín, establecido ya desde los primeros artículos de 1895.
Por otra parte, y buscando una lectura que integre la dimensión sim
bólica del personaje en una estructura narrativa trabada y coherente,
cabe prolongar en novelas posteriores la apertura que pide su final, tal
como ha propuesto Peter Qoldman9, para quien nazarín, tialma (1895)
y Misericordia (1897) formarían la trilogía de la plenitud espiritualista del
novelista canario. Lo que este momento significa en el plano general del
trabajo literario de don Benito y la correlación que mantiene respecto a
las tendencias ideológicas del fin de siglo son hechos en los que no voy
a insistir, salvo para reiterar la veta misoneísta que permea la cultura
española del xix y que impulsaba a escritores tan poco casticistas como
«Clarín» o el propio Qaldós a la atenuación de los estímulos foráneos que
vinieran a desautomatizar las prácticas artísticas nacionales. Recuérdese
7 Además de los trabajos citados en nota 4, véase para este aspecto: Francisco Ruiz
Ramón, Tres personajes galdosianos: Ensayo de aproximación a un mundo religioso y
moral, Madrid, Revista de Occidente, 1964, 174-195; Julián Palley, «nazarín y El idiota»,
ínsula, 258, 1968, 3 y la cuidada guía de Peter Bly, págs. 91-92.
8 Además de la fórmula «en verdad os digo.» o «de veras os digo» con que nazarín
suele iniciar sus aseveraciones, valgan algunos paralelismos verbales: «Mañana no falta
rá tampoco el sustento; no hay dos días rematadamente malos» (nazarín, 1686a), «no
andéis cuidadosos por el día de mañana, porque el día de mañana a sí mismo se traerá
su cuidado» (Mateo, VI, 34). «¡Qué ventura no cuidarse del calzado ni de la ropa, o por
si iba bien o mal pergeñado» (nazarín, 1719b), «no andéis afanados para vuestra alma
qué comeréis, ni para vuestro cuerpo qué vestiréis» (Mateo, VI, 25). «...El perdón de las
ofensas, el amor de los que nos hacen mal y la extinción de todo sentimiento rencoroso
en los corazones» (nazarín, 1743b), «amad a vuestros enemigos, honrad bien a los que
os aborrecen y rogad por los que os persiguen y calumnian» (Mateo, V, 44). «No matéis,
no blasfeméis, no levantéis falso testimonio ni seáis impuros de obra ni de palabra» (na
zarín, 1756b), «no matarás, no adulterarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio» (Ma
teo, XIX, 18-19). El clérigo dice de Beatriz que «abandone toda su hacienda, en lo cual
no hace un gran sacrificio, y que venda toda su hacienda y salga a pedir limosna» (na
zarín, 1717a), «vende cuanto tienes y dalo a los pobres» (Marcos, X, 21). «Os quiero
como el pastor a las ovejas y si os perdéis os buscaré» (nazarín, 1746a), parábola del
buen pastor (Juan X, 11-16; Mateo, XVIII, 12-13; Lucas, XV, 4-6). «Quedóse un rato
meditabundo el buen Nazarín, haciendo rayas en el suelo con un palo...» (nazarín), «Je
sús, inclinado hacia abajo, escribía con el dedo en tierra» (Juan, VIII, 6-8). «¿Por qué no
nos quedamos siempre aquí?» (nazarín, 1373b), «bien está que nos quedemos aquí»
(Marcos, IX, 4). Los textos de nazarín proceden de la edición de Obras Completas, Ma
drid, Aguilar, 1965 (4), que es la edición por lo que cito en este trabajo; los textos evan
gélicos de La Santa Biblia traducida al español (...) por el limo. Sr. D. Felipe Scio, Ma
drid, Gaspar y Roig, 1845 (el ejemplar bíblico existente en la Casa-Museo).
9 Peter B. Goldmam, «Galdós and the Aesthetic of Ambiguity: Notes on the Thematic
Structure of nazarín», Anales Galdosianos, 9, 1974, 99-112.
BIBLIOTECA GALDOSIAMA
el fervoroso reclamo de la tradición mística nacional que formula el clé
rigo don Manuel Flórez a propósito del pretendido rusismo de Nazarín:
«¡Importación mística cuando tenemos para surtir a las cinco partes del
mundo! No sean ustedes ligeros y aprendan a conocer dónde viven y a
enterarnos de su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a bus
car garbanzos a las orillas del Don» 10.
Sin embargo, la crítica galdosiana no ha atendido con la misma frui
ción que los paralelos Cristo-Nazarín, las analogías que se pueden adver
tir entre las novelas galdosianas de la llamada etapa espiritualista y el
modelo narrativo que, desde los discípulos inmediatos de Zola, se esta
ba aplicando al tratamiento del hacerse la conciencia de los personajes,
tanto en la forja de sus complejidades psíquicas como en los ensayos de
fórmulas narrativas que privilegiaban la concentración del espacio nove
lesco. Algunos modelos eran muy cercanos en el tiempo y en el espacio,
por ejemplo, el duque des Esseintes en Á rebours (1884), si no la figura
más representativa de las conciencias problemáticas sí la primera de un
largo catálogo de personajes ficticios que desplegaron la exposición de
sus angustias y perplejidades de conciencia. Qaldós, desde sus primeras
novelas, había ido manifestando sus propósitos de constructor de con
ciencias en tumultuoso conflicto con el medio social; y en la realización
de ese propósito había avanzado procedimientos narrativos que él inter
pretó como la más feliz anatomía de los escenarios mentales: secuencias
dialogadas y secuencias del discurso indirecto libre, que se configuran
magistralmente a partir de La desheredada.
Por ello, la cuestión que se han planteado los comentaristas de naza
rín —valga como muestra la estimación de Francisco Ruiz Ramón: «(Qal
dós) no ha creado una gran novela pero nos ha dado un personaje inol
vidable»— podría quedar reducida a un falso problema si esta obra y,
claro está, Halma y Misericordia, fueran puestas en relación con el pano
rama de la novela europea contemporánea, en el que importaban mucho
más los reflejos del mundo en los espejos de las conciencias que los
reflejos de las conciencias en los espejos del mundo. Ahora bien, en
Nazarín, la conciencia del clérigo protagonista no es una devanadera de
incertidumbres, como lo son las de los personajes más característicos en
la narrativa del fin de siglo-, la conciencia de Nazarín es un sólido conti
nente de certezas morales capaz de provocar reacciones terribles en los
representantes del orden vigente: «¡Vaya con el Jesucristo nuevo... géne
ro arregladol ¡Arderá el siglo cuando se entere de que andamos predican
do la segunda salvación del mundo!» u; lo que nos lleva, una vez más, a
la consideración de la figura de Cristo y su proyección en las transfigura
ciones literarias.
En resumen, nazarín es novela de conciencia y novela de personajes
en la que el espacio exterior no resulta desdeñable (bajos fondos madri-
10 Halma, Obras Completas, 1965 (4), vol. V, 1812a.
11 nazarín, ed. cít, pág. 1751a.
Y CONGRESO GALDOSIANO
leños que envían a la tradición picaresca, caminos manchegos que redu
plican el caminar del Quijote, retorno a la cautividad que remite a la vía
dolorosa del Cristo); pero también, ficción construida en torno a un pro
ductivo tema literario —en el sentido que da a esta noción Raymond
Trousson— es esta novela del clérigo Píazarín, que no prescinde ni de los
artificios constructivos de la ficción finisecular ni de uno de los temas
dominantes en la tradición literaria.
2. La vida y las enseñanzas de Cristo —o en términos de teología
dogmática, la didajé y el kerigma que se desprenden de los relatos evan
gélicos— han penetrado los trabajos artísticos y las literaturas occidenta
les desde la antigüedad; piénsese, por ejemplo, en el innumerable reper
torio de textos que podrían señalizarse desde el Diatesoron del sirio Tatiano
(170 d. J. C.) hasta la muy reciente novela de Saramago Evangelho
segundo Jesús Cristo (1991). Las virtualidades de todo orden contenidas
en las biografías canónicas de Jesucristo han generado un inmenso océa
no de ecos intertextuales en las más diversas lenguas antiguas o moder
nas y en cualquiera de los formas y géneros literarios; ecos microtextuales
y reelaboraciones de una vida que se dice a sí misma como encarna
ción de la divinidad redentora y que representa la más alta forma de rea
lización moral. Por ello, los sinópticos y el evangelio de Juan constituyen
el fondo de inspiración artística y literaria más frecuentado por los crea
dores de todos los tiempos 12.
Los estudios de literatura comparada han traído alguna luz y un míni
mo principio de ordenación a este innúmero material literario, singular
mente el producido en los siglos xix y xx, orden que permite determinar
las tipologías y los diversos sentidos que el tema crístico ofrece en el
curso de la historia occidental y, por supuesto, los matices diferenciadores
que presentan las contaminaciones que su tratamiento ha ido presen
tando. Como pieza representativa de la crisis finisecular, la novela de
Qaldós no ha escapado a la atención de los estudiosos de este gran tema
literario; el relieve del autor y el de su «singularísimo y aun no bien com
prendido personaje» eran incitaciones inevitables a la hora de trazar un
mapa comprensivo del tratamiento literario de la figura de Cristo en las
literaturas europeas de la época. Y aunque un legítimo esfuerzo de lec
tura de esta novela sugiere la gravitación de otros estímulos históricos o
12 De la amplísima bibliografía dedicada al tema, ofrecen un tratamiento sistemati
zado y una moderna orientación crítico-literaria: Hans Hinterháuser, «Die Christusgestalt
im Román des Fin de Siécle», Archiv für das Studium der Iieuren Sprachen und Literaturen,
113, 1961,1-21 (trad. española en el libro del autor. Fin de siglo. Figuras y Mitos,
Madrid, Taurus, 1980, 15-39); Elisabeth Frenzel, Stoffe der Weltliteratur, Stuttgart, 1962
(trad. española, Diccionario de argumentos de la literatura universal, Madrid, Qredos,
1976, 261-263) donde se puede ver referencias tocantes a las literaturas francesa y
alemana; Edwin M. Mosley, Pseudonyms of Christ in the Modern novel. Motifs and Methods,
Pittsburgh, University of Pittsburgh, 1962; Frank Paúl Bowmam, «On the Definition
of Jesús in Modern Fiction», Anales Qaldosianos, 2, 1967, 53-66, Le Christ romantique,
Qenéve, Droz, 1973, y el libro de Ziolkowski citado en nota 6.
BIBLIOTECA GALDOSIANA
literarios 13, a todos se superponen los modelos de las dos figuras de don
Quijote y Jesucristo 14.
La humanización del Cristo bíblico iniciada por la literatura de la Revo
lución Francesa 15 de la que derivó la transfiguración literaria del Cristo
socialista 16 («la más sublime encarnación del idealista puro, cuyos eleva
dos fines tenían, necesariamente, que causar escándalo en un mundo
como el de entonces» 17), confluye con las difusas corrientes del espiritualismo
del cruce de siglos y se sintetiza en la novela de Qaldós, texto de
encrucijada en el que se interrelacionan la dimensión del revolucionario
social dominante en el Cristo romántico, la tendencia a la indagación en
lo patológico —O locura o santidad, como fórmula de interpretación nazarinista
según la propuesta don Manuel Flórez en Halma— y el interés por
lo numinoso que despertó el simbolismo francés del fin de siglo. Por su
puesto que todo ello está presente en nazarín y así lo ha ido señalando la
crítica; pero, sin atenuar nada de todo lo que se ha dicho al propósito,
puede dibujarse un panorama complementario sobre el tratamiento de la
figura de Jesucristo en la literatura española inmediata a nuestro autor,
que ofrece otro punto de referencia para la tradición moderna del tema y
su plausible asimilación por parte del novelista canario.
3. Así pues, y dejando fuera de nuestra atención los escritos devo
tos de la época y la difusión de libros indispensables como La Vie de
Jesús de Renán 18, no es impertinente recordar cómo los lectores hispa
nos del xix leían un Cristo ficcionalizado bien en los relatos biográficos
en los que el Jesús de Mazareth era el centro de la invención —El Mártir
13 Leopoldo Alas ya había sugerido el modelo de San Ignacio de Loyola (Galdós,
Madrid, Renacimiento, 1912, 283-284); la reiterada huella de la literatura rusa se ha
particularizado en el estímulo que pudo ejercer el príncipe Myskhin de Dostoievski (Ju
lián Palley,"Nazarín y El idiota», ínsula, 258, 1986, 3); muy plausible es el modelo real e
inmediato de Jacinto Verdaguer a quien Qaldós conoció años antes de la redacción de
la novela como ha mostrado Walter T. Pattison («Verdaguer y Nazarín», Cuadernos Hispa
noamericanos, 84, 1970-71, 537-45 (a quien amplía M. L. Boo) «Una nota acerca de Ver
daguer y riazarín», Anales Qaldosianos, 13, 1978, 99-100); como figuras literarias que
pudieron provocar también la construcción del clérigo galdosiano han sido apuntados el
Brand de Ibsen (W. T. Pattisom, Benito Pérez Galdós, Bostón, Twayne, 1975, 132) y el P.
Gil de la novela de Palacio Valdés La fe (Peter Bly, «La fe y Galdós >, apud Brian J. Dendle
y Stephen Miller, Estudios sobre Armando Palacio Valdés, Ottawa Hispanic Studies,
Ottawa, 1993, 62-73 y también en su guía, 95-96).
14 La visión del personaje no sólo fue observada desde la proyección de estos ar
quetipos por los críticos más próximos a la publicación de la obra, sino que también
fue atendida desde idéntica perspectiva por los personajes de Halma : «Pues no hay
tanta gente como yo creía —dijo el otro chico de la Prensa, volviendo presuroso—. Está
un actor... no me acuerdo de su nombre..., que quiere estudiar el tipo del Cristo para
las representaciones de la Pasión y Muerte, en no sé qué teatro» (tercera parte, cap. I).
15 Cf. Frank Paúl Bowman, Le Chríst romantique, págs. 13-86.
16 Theodore Ziolkowski, ob. cit, 55-97.
17 Hans HimterhAuser, ob. cit, trad. española, 37.
18 Plantea convincentemente la relación Ciríaco Morón, en artículo citado en nota 4.
Francisco Pérez Gutiérrez {Renán en España: religión, ética y política, Madrid, Taurus,
1988, 157-159) atenúa la posible influencia directa del texto francés en la obra galdosiana,
cuestión replanteada desde otro ángulo de enfoque por Rubén Benítez {La literaY
CONGRESO GALDOSIANO
del Qólgota de Enrique Pérez Escrich 19— , bien en las figuraciones de la
persona bíblica que reelaboraban la lección romántica del revoluciona
rio atormentado o de la víctima inocente que se inmola por la salvación
de sus semejantes.
Repárese, por ejemplo, en la invención del «varón de dolores- que
Mariano José de Larra fue perfilando en sus artículos del funesto año
1836 —el escritor desinteresado que se victimiza a causa de las tortuo
sidades de los políticos— y que culmina en esa vía dolorosa que es su
recorrido por las calles madrileñas en «El día de difuntos de 1836»20; un
fondo de cultura bíblica y algunas impregnaciones de ideología saint-simoniana
explican la modalización de la crisis del escritor bajo la figura
de una víctima sagrada. Y, prolongando la visión de los personajes ro
mánticos como transfiguraciones laicas del Mesías, Russell P. Sebold ha
propuesto la interpretación del Rugero en La conjuración de Vencía y don
Alvaro en el drama del duque de Rivas21.
Otra variante de la inmolación del Cristo romántico ofrece José Zorrilla
en un poema narrativo de 1876: el libro quinto de El drama del alma en
que el poeta imagina la acongojante animación de los relieves en la giróla
de la catedral de Burgos. El texto —fechado en 17 de junio de 1867, cuan
do posiblemente acababa de llegarle la noticia de la ejecución de Maximi
liano de Habsburgo en Querétaro— superpone la impresionante figuración
de una tormenta fulminada sobre la catedral, el cortejo del «varón de do
lores» camino del Qólgota que esculpió el artista austríaco Vigarny y la evo
cación del príncipe austríaco conducido a su suplicio:
Esa imagen del Cristo que camina
por el ajeno crimen al suplicio,
de ese pueblo feroz que le asesina
y le escarnece audaz entre el bullicio...
tura española en las obras de Qaldós, Murcia, 1992, 161-171), para quien es más plau
sible la presencia en Nazarín de Das Leben Jesu kritisch bearbeitet, de David Friedrich
Strauss, de la que existe un ejemplar de la traducción española en la biblioteca de la
Casa-Museo.
19 El teatro de mitad de siglo fue especialmente frecuentado por el tema de Jesús:
dramas de Hartzembusch, José Zulueta, Pérez Escrich.
20 Aunque no es este lugar para el desarrollo de la vivencia de la pasión de Cristo
en los últimos artículos de Larra, pueden ser indicativas algunas referencias: «...acabará
el mundo algún día, si hemos de creer las sagradas escrituras, las cuales añaden ha
blando de eso, que Muestro Señor Jesucristo vendrá a juzgar a vivos y muertos» («<Buenas
noches», Obras, BAE, II, 146b); «cada liberal es una pura y viva representación de
la pasión de Cristo, porque el que no anda azotado anda crucificado» («Tercera carta de
un liberal de acá a un liberal de allá», Obras, II, 46a); «en punto a pasiones estoy ¡vive
Dios! por la de nuestro Señor Jesucristo» (««Fígaro dado al Mundo», Obras, II, 303a).
21 Russell P. Sebold, ««nuevos Cristos en el drama romántico español», Cuadernos His
panoamericanos, 431, 1968, 126-132; M.a José Alonso Seoane (ed. de La conjuración
de Vencía, Madrid, Cátedra, 1993, 106-107) minimiza la interpretación de Sebold, que
resulta muy coherente con el proceso transpositivo por el que los escritores románticos
trasladan a la expresión común, fórmulas consagradas en la tradición bíblica y en la
práctica religiosa cristiana.
BIBLIOTECA GALDOSIANA
(...) Ubre de culpa y de virtud ejemplo,
contempla al redentor mi fe cristiana...,
(...) esa escultura, ¡aberración insana!,
me hace acordar del buen Maximiliano
a merced del furor republicano (...) 22.
Precisamente de Gabriel Espinosa, un personaje construido por el
popular escritor vallisoletano afirmaba Pérez Galdós que «su figura es tris
te y hondamente dramática, como que lleva en sí la nostalgia de la per
dida realeza y un humorismo fino y vibrante, que es el oro puro de la
forma poética (...) Se salva por sus méritos; es un imitador de Cristo» 23.
Ahora bien, tanto la figura del Cristo reencarnado en el presente del
escritor como los modernos personajes que remiten metafóricamente al
Hijo del Hombre intensifican su presencia en los textos literarios de fi
nes del xix, en una múltiple realización de funciones simbólicas y didác
ticas. Con un valor traslaticio, el laico redactor de la Minuta de un testa
mento (1876) de Gumersindo de Azcarate o el clérigo protagonista de la
primera novela de Jacinto Octavio Picón —Lázaro (1882) 24— responden
al tipo de «seudónimos de Cristo» que estudió Edwin Mosley, así como
los cuentos morales de Emilia Pardo Bazán «Jesús en la tierra» y de Luis
Coloma «El primer baile»25 suponen una visita de Cristo a los tiempos
modernos, cuestión capital esta última según la veían muchos escritores
del momento a los que compendiaba «Clarín» en un fragmento del
artículo «La novela novelesca»26. En el cuento de la Pardo Bazán, por
ejemplo, planean las miserias de los tiempos finiseculares — los campos
de batalla, los centros de reunión social en las ciudades populosas, las
grandes fiestas de la clase aristocrática, la codicia abyecta de los misera
bles—, que se difuminan sobre un fondo de vago lirismo en que se su
man el motivo folclórico de las virtudes convertidas en perlas y un mar
co de narración referido al «viejo peregrino, cansado ya de recorrer to
dos los caminos y senderos de este mundo».
4. Pero regresando al taller galdosiano es donde podemos encontrar
llamativos indicios relativas a la atracción que ejerció sobre el novelis-
22 Obras Completas, ed. de M. Alonso Cortés, Valladolid, 1943, vol. I, 2046-2057;
en mi trabajo «Zorrilla y las fiestas del imperio mejicano» («Zorrilla y las fiestas del impe
rio mejicano». Explicación de textos literarios, XXII, 2, 1993-94, 43-57), estudio con al
gún detenimiento el significado que tiene este libro poético en la trayectoria del poeta
castellano.
25 B. Pérez Galdós, nota sobre la muerte de José Zorrilla publicada en El Imparcial
(24-1-1893).
24 Cito esta olvidada novela de Picón (ver, Nelly Clémessy, «Lázaro. La primera novela
de Jacinto Octavio Picón», Cuadernos Hispanoamericanos, 319, 1977, 37-48) como
muestra de la serie temática «novelas de sacerdote enamorado» que tanto éxito tuvieron
en las literaturas de la segunda mitad del xix y que suelen ofrecer algún tipo de contami
nación con la figuración literaria de Cristo.
25 Publicado en Lecturas recreativas; reed. en Obras Completas, ed. P. C. Eguía, Ma
drid, Razón y Fe, 1952(3), 246-253.
26 Respuesta a una encuesta de El Heraldo recogida en Ensayos y Revistas, Madrid,
1892, 151-153.
Y CONGRESO GALDOSIANO
ta la figura del Mesías cristiano. Alexander A. Parker estableció aguda
mente que la aproximación fonética que se da entre el nombre del hijo
de Gloria Lantigua y Daniel Morton —Nazarenito— y el del clérigo manchego
—ñazarín— no es sólo el resultado de una mera coincidencia
onomástica. El sombolismo de los nombres, siempre tan querido y
practicado por Qaldós, en estos dos personajes separados por diecio
cho años de incansable invención novelesca, responde a un interés
permanente por la figura de Cristo. Interés que, en muchos casos, sólo
se insinúa con leves alusiones microtextuales; en otros, parpadea en
guiños iconográficos con trascendencia narrativa27 o en la caracteriza
ción de personajes que reúnen algunos de los rasgos de la figura evan
gélica 28, y en algunas novelas, como en ñazarín, construye una me
táfora central que recopila los más estimables valores de su momento
histórico.
En la trayectoria que puntean los dieciocho años que separan Qloría
de ñazarín, Qaldós fue transformando una visión polémica de la figura
de Cristo —identificación insistente de su imagen con el aspecto del ju
dío Daniel Morton 29— hasta llegar al modelo del dulce Mesías, absoluta
mente libre y plenamente entregado a la práctica del amor desinteresa
do que es el clérigo ñazarín. Las analogías entre Daniel y Cristo y las
correspondencias entre la Semana Santa de Ficóbriga y la vía dolorosa
que han de recorrer Daniel y Gloria hacen de la juvenil obra galdosiana
una de las piezas imprescindibles en la historia del tema literario de Cris
to en la literatura española. El final de la novela, como tantas veces se
ha dicho, deja un horizonte abierto en el niño nacido de los amores del
judío y la cristiana: el nazarenito llamado a ser «la personificación más
hermosa de la Humanidad emancipada de los anatgonismos religiosos
por virtud del amor» 30. El vaticinio del narrador acerca del porvenir del
27 Repárese en las dos imágenes bíblicas que percibe el niño Lusito Cadalso en Miau,
la sosegada y paternal del «Señor de la baraba blanca» y la terriblemente unamuniana,
en la iglesia de Montserrat, de «un Cristo grande, moreno, lleno de manchurrones de
sangre, con enaguas y una melena natural tan larga como el pelo de una mujer, la cual
efigie le causaba tanto miedo, que nunca se atrevía a mirarla sino a distancia» (Miau,
cap. XXIII). De Guillermina Pacheco dice Mauricia la Dura que «es prima hermana del
Nazareno» {Fortunata y Jacinta, ed. de Francisco Caudet, Madrid, Cátedra, 1983, vol. II,
179).
28 Ángel Guerra y el clérigo Gamborena en Torquemada y San Pedro, novelas escri
tas en los años decisivos que van desde 1890 a 1895; las correspondencias entre per
sonajes de ficción y la figura de Cristo habrían comenzado en las primeras novelas (J.
B. Hall, «Galdós's Use of the Christian-symbol in Doña Perfecta», Anales Qaidosianos, 8,
1973, 95-98).
29 La identificación entre las dos figuras se produce al comienzo de la novela —«Glo
ria, en aquel breve instante de observación, hizo un paralelo rápido entre la cabeza que
tenía delante y la del Señor que estaba en la Abadía dentro de una urna de cristal»
(Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1970, I, 542a)— y se reitera en las observaciones
del narrador o de los personajes (cf. ed. cit. págs. 566b, 572a, 590b, 593b, 610b...);
Rubén Benítez ha realizado un convincente análisis de las aproximaciones entre las fi
guras del personaje novelesco y la de Cristo (ob. cit., págs. 55-57, 95-98, 154-158).
30 Gloria, ed. cit., 699.
BIBLIOTECA GALDOSIANA
pequeño Nazareno con el que se cierra Qloría —«tú, que en una sola
persona llevas sangre de enemigas razas y eres el símbolo en que se han
fundido dos conciencias, harás, sin duda, algo grande»— no sólo suscitó
las expectativas de algunos lectores inmediatos de la novela31 sino que,
además, provocó un paralelo semántico y estructural en el cierre de Fiazarín,
donde el Cristo soñado por el protagonista le asegura solemnemen
te: «yo sé que has de hacer mucho más» 32.
Este final abierto de la novela de 1895 reclamaba, a su vez, una con
tinuación; «ñazarín no es obra terminada, ni lo pretende» escribía «Cla
rín» en su reseña 33. Y la continuación vino en la muy disputada fialma y
en la cumbre del esplritualismo galdosiano que es la historia de Miseri
cordia. Desde la bella imagen del Cristo que recorre las calles de Ficóbriga
en Qloría 34 o el agónico icono de la iglesia de Montserrat en Miau sur
ge el Cristo de los tiempos modernos, el Cristo hecho hombre —o los
hombres travestidos en nuevos Cristos—, cuya vida y cuyas enseñanzas
(didajé y kerígma) se desbordan hacia el reposado amor con los amigos
—«ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su pre
ciosa amistad, que tanto estimamos» manifiesta Urrea en Halma— y, más
allá todavía, hacia la caridad universal que predica Benigna: «y ahora vete
a tu casa y no vuelvas a pecar» 35.
5. Los estímulos para la figura del Cristo le venían a Qaldós desde
las literaturas europeas y desde la española, desde algunos casos próxi
mos que pudieron tocarle profundamente en sus inquietudes —Jacinto
Verdaguer— y, por supuesto, desde el taller de sus propias figuraciones.
Pero bien pudo intervenir también el impulso inmediato de un artículo
periodístico que se publico algunos meses antes de que él iniciara la
redacción de Tiazarín.
Qaldós no necesitaba documentarse con esfuerzo sobre el trabajo de
los periodistas y el ambiente de las salas de redacción; de lejos le venía
la familiaridad con los periódicos y la estrecha relación personal con los
periodistas. Es bien sabido que el inicio de su carrera literaria se situó
en las páginas de las publicaciones periódicas y que, como cronista o
como comentador, había sido testigo de algunos momentos estelares de
la Historia contemporánea española. Pasados los años, la experiencia
periodística juvenil se transformaría en materia novelesca: en La deshe-
31 «ningún resplandor se percibe sino aquel que el autor nos señala al fin de su obra,
aquel niño Jesús que crece entre nosotros desconocido y que debe aparecer gloriosa
mente un día. Yo le espero con ansia, yo confío que intentará algo grande y digno de su
prosapia. ¡Grande y hermoso será lo que haga si Qaldós llega a contarlo!» (texto de
Palacio Valdés rescatado por noel M. Valis, «Una opinión olvidada de Palacio Valdés so
bre Benito Pérez Qaldós», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 37, 1983, 691-
714.
32 fíazarín. Madrid, Aguilar, 1965, V, 1786b.
33 Recogida en el volumen Qaldós, Madrid, Renacimiento, 1912, 275-281.
34 Gloria, ed. cit, 619b.
35 Ver Robert Russell, «The Christ Figure in Misericordia», Anales Galdosianos, 2,
1967, 103-130.
V CONGRESO QALDOSIANO
redada56, en los apuntes satíricos del cronista que reproduce el discur
so político de Torquemada de Torquemada en el Purgatorio y, por su
puesto, en los Episodios de la serie final: «él era un guanche y yo celtí
bero (...). Ambos, en la época que llamaré amadeísta, matábamos el
tiempo y engañábamos las ilusiones, haciendo periodismo, excelente
aprendizaje para mayores empresas» 37. Con todo, el universo periodísti
co que había conocido Qaldós en sus años jóvenes se había ido trans
formando con los años. Y si, por ejemplo, el Manolo Infante de La incóg
nita todavía podía señalar a su corresponsal de Orbajosa que «si el repor
terismo y la fiebre de la noticia los inducen (a los periodistas) común
mente a explotar cualquier asunto que dé saborete y picor de escándalo
al papel de la mañana o de la tarde, basta una indicación amistosa he
cha en estos pasillos para poner coto a las reticencias contra personas
respetables», pocos años más tarde, Emilio Castelar no podía decir lo
mismo: «terrible abuso el puesto en boga por los reporters, dominantes
hoy sobre la prensa, cuando comunican indiscretos, sin empacho ni es
crúpulo, al público las conversaciones particulares y privadas, que nun
ca se aderezan y componen para tal publicidad» 38. El propio Qaldós ten
dría su arreglo de cuentas con los reporteros que redactaban las notas
de los estrenos teatrales con escandalosa irresponsabilidad. El extenso
prólogo que puso a la edición de Los Condenados (1893) es el testimo
nio más significativo que nos ha quedado de su conflicto.
Pero algunos periodistas influyentes de los años finales de siglo tuvie
ron siempre la confianza del novelista; uno de ellos era Julio Burell, no
table periodista político que resuena hoy en la memoria literaria por su
presencia estilizada en la figura del gobernador toledano de La Voluntad
o del ministro benefactor en Luces de Bohemia. Se recuerda menos su
devoción hacia la figura de don Benito 39 y, hasta donde llegan mis noti
cias, nadie ha tenido en cuenta el que su famoso artículo «Cristo en Fornos
» 40 constituye un estimulante juego de intertextualidades galdosianas
que, muy posiblemente, pudieron estar en el origen de la novela Nazarín.
El artículo de Burell (véase reproducido en APÉNDICE) desarrolla el
motivo de la literatura moderna que sugiere la pregunta sobre cómo re
accionaría Cristo si regresase a vivir en los tiempos modernos. Goethe,
36 El capítulo inicial de la segunda parte, titulado «Efemérides», no es sino una apli
cación de la técnica redactora de los sueltos y gacetillas periodísticos.
37 Amadeo I, cap. I.
38 Emilio Castelar, «Crónica Internacional», La España Moderna, diciembre, 1893, p.
185.
39 Chonon H. Berkowitz {Pérez Qaldós: Spanish Liberal Crusader, Madison, Univ. of
Wisconsin Press, 1948, págs. 247 y 430) recuerda algunas intervenciones periodísticas
y administrativas de Julio Burell en favor del escritor admirado. En el archivo de la Casa-
Museo se conservan varias misivas del periodista, fechadas en 6-1-1910, 2-XII-1916 y
enero de 1917.
40 Fue publicado en un número monográfico de El Heraldo de Madrid (1-II-1894) en
el que también aparece otro artículo, de José Cubas, sobre «Qaldós, autor dramático».
BIBLIOTECA GALDOSIANA
Balzac, Dostoievski, entre otros, se había formulado el interrogante y
habían proporcionado su respuesta particular. En el texto periodístico de
Burell, una orgía muy «fin de siglo» —«se anegaba en champagne y se
ahitaba de besos, de trufas y de ostras»— marca el escenario para el
homenaje galdosiano. Los participantes en la loca fiesta celebrada en el
célebre café madrileño son personajes conocidos para los lectores de
Qaldós, puesto que proceden de las «novelas contemporáneas»: Polito, la
Perí, Cisneros, Malibrán...; un extraño, al que la Perí confunde con Fede
rico Viera, interrumpe la alagarabía de la fiesta y entabla un diálogo con
la mujer. «Soy la voz de todos los dolores, el eco de todos los torrentes,
la sombra protectora de todo lo que cae, la última esperanza de todo lo
que va muriendo (...)», y en estos términos sigue el monólogo del perso
naje, que termina identificándose con Cristo. El rechazo que provoca su
presencia impertinente sólo encuentra alivio en la prostituta que —otra
vez el productivo motivo decimonónico de la «pecadora arrepentida»—
sale en su defensa: «era el rastro luminoso que, al alejarse, había dejado
el desconocido».
El periodista amigo había visitado la casa de la ficción galdosiana para
galvanizar a sus personajes más abyectos, y Julio Burell contraponía a
esos personajes la figura religiosa de la conciencia del amor; Qaldós no
podía menos que volver a vistar la misma casa y saludar a sus persona
jes, aunque posiblemente prefiriera olvidarlos, una vez intuidas por él las
posibilidades que ofrecía la figura del Cristo fin de siglo, visitante del
café Fornos; el Cristo que, como ha visto Hans Hinterháuser, regresa al
tiempo moderno y se transfigura en la persona del sacerdote manchego
o en la alucinación onírica que invita al sosiego y a la esperanza al prota
gonista de una novela de 1895, ya iniciada en el final de otra novela de
1877; desde el Mazarenito a ñazarín.
V CONGRESO GALDOSIAFÍO
APÉNDICE
Jesucristo en Formos
Bajaba hasta la calle, como catarata de la orgía, el estruendo de aquella dorada lo
cura, que allá, en lo alto, en el confortable rincón del restaurant a la moda, se anegaba
en champagne y se ahitaba de besos, de trufas y de ostras.
—¡Que la Perí dé cuatro pataítas sobre la mesa, que Lucy baile con Qoríto Sardona
el pas a quatre] gritaban como energúmenos los jóvenes alegres.
Y mientras Potito estampaba con sus labios un cómico beso sobre la frente de Matil
de, y mientras Matilde pasaba su brazo por el talle de Susana, la voz del viejo Cisneros
dejóse oír, formidable y terrible.
—Hijos míos, exclamó adoptando actitudes tribunicias, sois unos sinvergüenzas; no
valéis para nada; viejo y todo, estoy seguro de que estas nobles damas me encuentran
más guapo y más fuerte que a vosotros...
Un aplauso formidable, un ¡hurra! entusiasta respondió a las palabras del sátiro... Y
Cisneros continuó:
—Si no fuerais gente que pierde la cabeza con cuatro copas de champagne; si su
pierais respetar a las señoras y honrar con una compostura decorosa mis canas venera
bles, os invitaría...
—¡Viva Cisneros!
¡Viva el amigo de la juventud y de los placeres honestos! gritó el distinguido concur
so.
Y el reverdecido Sileno acabó la frase diciendo:
...Os invitaría a vaciar una copa de manzanilla en casa de la Perí y a ganarnos hon
radamente unos cuantos iuises a un bacarrat tournant...
La última palabra determinó un verdadero delirio. El pobre Cisneros era abrazado,
estrujado, besado... Malibrán, dejando el talle de Matilde, corrió al piano y tocó el him
no de Boulanger... La Perí, tomando el brazo de Cisneros, hizo ademán de adelantarse
a la puerta, y con una graciosa reverencia dijo en tono de gran duquesa:
—Señoras y señores; espero a ustedes con mi real esposo, en nuestros augustos
salones...
Chocaban las copas, chocaban los cuerpos, el piano arrojaba un vértigo de salvajes
ruidos... De pronto, la Perí se separó de Cisneros y lanzó un grito terrible.
EHE BIBLIOTECA GALDOSIANA
—¡Federico!... ¡Federico!...
Nadie había visto entrar a aquel hombre; la puerta no se había entreabierto siquie
ra... El asombro fue general... Cesaron en su vértigo los cuerpos, calló el endiablado
piano... Circuló por el aire de bacanal una corriente de miedo... Sólo la Perí atrevió a
acercarse al recién llegado...—¡Federico, Federico mío!, habíame, sácame de esta pesa
dilla... Yo amortajé tu pobre cuerpo, yo besé tu cara, cien y cien veces, para darte ca
lor; yo insulté a la muerte cuando te metieron en la caja; yo cubrí tu sepultura de flo
res... lio eras nada mío, y eras la única luz de mi alma, te llamaba la gente perdido, y
sólo yo, la Perí, la pública, sabía que el corazón no te cabía en el pecho, y que eras
bueno, y leal, y noble...
La noche de tu suicidio creí volverme loca... Fio te mataste tú; te mató el mundo, el
mundo que aquí se emborracha con la Perí, diciéndole que baile, y después hace mil
reverencias a Currita, llamándola virtuosa; el mundo, que hallaba infame tu cariño y el
mío, y te llamaba tonto porque no explotabas a Augusta...
El desconocido tendió la mano a la mujerzuela... —te equivocas, le dijo, no soy Vie
ra; no soy tu Federico; mira esta mano atezada, mira este costado sangriento; deslumbra
tus ojos en el místico nimbo que sobre mi frente resplandece... Soy la voz de todos
los dolores, el eco de todos los torrentes, la sombra protectora de todo lo que cae; la
última esperanza de todo lo que va muriendo... Soy también el amor que redime, soy la
humildad que perdona, la mansedumbre que no se cansa, la llama que conforta y no
quema... Soy el que nunca muere, el que nunca pasa, el que se alegró en Galilea y sudó
en Jerusalén... El que perdonó a la adúltera, el que curó al leproso, el que confundió al
fariseo, el que templó su sed en el cántaro de la Samaritana. El que dijo al rico codicio
so: deja tu casa y tu heredad y sigue mis pasos. El que enseñó al pobre a vivir contento
con sólo el pan de cada día. El que perdonó las injurias, el que convirtió su cuerpo en
pan de las almas, el que dijo: «perdónales, que no saben lo que hacen» y redimió con
su sangre divina el pecado mortal del hombre... Soy Cristo... Abrázame...
El estupor primero había producido, a su vez, un silencio profundo. El desconocido
pudo pronunciar en paz solemne, y casi religiosa, sus divinas palabras... Pero pasada la
sorpresa, el ataque neurótico de aquellas gentes distinguidas alcanzó proporciones de
escándalo.
—¡Fuera!...¡Fuera!...¡Embustero!...¡Anarquista!...gritaban todos como energúmenos.
—¡Ahí va eso! dijo Goríto Sardona arrojando sobre aquella sombra misteriosa una
copa de Champagne.
—¡Camarero! exclamó indignado Maiibrán... ¿Qué servicio es el de esta casa? ¿Cómo
pueden llegar hasta nosotros estos tipos?
El desconocido, sin inmutarse ni moverse, con expresión de paz sublime en el ros
tro, volvió a hablar, lleno de dulzura:
—Yo perdono vuestros delirios; sois carne y sois pecado, pero también podéis ser
arrepentimiento y amor... La hora presente es casi igual a aquella terrible y suprema en
que fui llevado hasta el Calvario... El orgullo, el egoísmo, la ambición, la soberbia, la
lujuria y el orgullo humanos se pasean frenéticos por el mundo... Vuestros corazones
están mucho más fríos que el triste cuerpo de Lázaro. Los de arriba cabalgáis sobre los
siete pecados capitales. Los que están abajo sólo ponen sus esperanzas en el odio que
envenena y en la dinamita que mata. Mientras vosotros os prostituís en la carne y en la
lujuria, a vuestro lado, sobre las aceras de la calle, hay niños que lloran de hambre y
frío; mientras que vosotros os indigestáis de lo superfluo, no lejos de aquí hay muchos
hogares sin lumbre y sin pan; mientras vosotros entonáis el himno de la locura envileci
da, allí abajo hay otros locos que esperan la hora de suprimiros... ¡Y es tan fácil tener
caridad, y es tan dulce sentir amor!... Venid a mí, yo perfumaré vuestras almas con la
flor mística de Sión; yo trocaré vuestra lascivia en suave llama del espíritu; yo fertilizaré
Y CONGRESO GALDOSIANO
la tierra seca de vuestros corazones agotados; yo daré de beber a vuestros labios sin
calor la sangre ardiente de mi costado herido... Venid: ¡soy la única esperanza!...
—¡Fuera! ¡Fuera! volvieron a clamar los caballeros y las damas...
—¡ Camarero, ponga usted a este anarquista en la calle! gritó Malibrán.
—¡Bah! Lo mejor es darle un puntapié, dijo Cisneros, y se lanzó hacia la sombra.
Pero la Peri le detuvo por el brazo...
—Mira, viejo borracho, le dijo, si das un paso, te estrangulo...
—Y al decir esto, llegó hasta ella una llama deslumbradora...
Era el rastro luminoso que, al alejarse, había dejado el desconocido.
Julio Burell {Heraldo de Madrid, MI-1894).