GALDÓS EN LA ESCENA

DE HOY

Carmen Díaz Castañón

o. Hace dos meses, en el curso sobre Galdós que la Universidad Complutense

celebraba en Almena, yo terminaba mi exposición sobre la literatura dramática

del novelista aludiendo a la representación de un texto sobre FoItunata

y Jacinta que se estrenaría en Santander el 4 de agosto, y emplazaba a mis

compañeros para reunimos en cualquier momento y en cualquier lugar a hablar

de ella. El hic et nunc ha llegado, lamentando, una vez más, tener que conformamos

con una versión de novela, no con una obra dramática, de cuyo montaje

parecen huir nuestros contemporáneos; y no precisamente porque falten directores

deseosos de hacerlo, sino porque no hay empresas teatrales dispuestas a

respaldar el intento: ,,¡Qué más quisiera yo -decia Alfredo Mañas, responsable

en 1986 de la versión teatral de Miau-- que alguien me encargase preparar la

representación de Realidad!»

l. Revisando los escritos sobre el teatro de Galdós encuentro dos

reiteradas preguntas: ¿No oscurece el Galdós novelista al Galdós dramaturgo?

¿Fracasó Galdós en su intento de entrecruzar novela y drama

cuando escribe novelas dialogadas o cuando llega a lo que algunos

gustan de llamar "dramas novelados»? Ambas preguntas me recuerdan

siempre dos textos de Pérez de Ayala y de Clarín de obligada cita: "Don

Benito Pérez Galdós -escribe Pérez de Ayala en Las Máscaras- llega a

un antro (el teatro coetáneo) poblado de sombras y de ficciones, desde

el universo de realidades vivas que la luz acusa de bulto. Él dice: "Aquí

no se ve. Que abran más la puerta». Y los de dentro dicen: "Con esa luz

cruda no se ve. Que cierren la puerta». Y opina Clarín: "Este autor, novelista

ante todo, ha querido escribir para el teatro, y hasta hoy no ha

hecho más que llevar a las escena, más o menos cambiadas, ideas novelescas,

planes de novela».

La verdad es que incluso en los últimos diez años es frecuente leer

en la prensa que el teatro o los articulos de Galdós son prácticamente

desconocidos para el público: "Las incursiones dramáticas galdosianas -

leo- son casi tímidas, inseguras, como si el narrador no se sintiera capaz

de lograr que los personajes vuelquen sus pasiones sobre el escenario

al igual que lo hacen desde las páginas de sus novelas». Amparadas

mm BIBLIOTECA GALDOSIANA

en el desconocimiento y la ignorancia, las opiniones críticas se repiten:

hace sólo unos días leía en la prensa de mi tierra que La loca de la casa,

falta de agilidad por ser menor la pericia teatral de Galdós que sus ansias

predicadoras, "ni por su lenguaje, ni por su escaso movimiento teatral

podría hoy sobrevivir a una representación», opinión que desconoce

sin duda la de José Monleón, siempre tan exigente, ante la reposición

madrileña de 1959.

Sin embargo, se va abriendo paso el reconocimiento de Galdós como

el primer dramaturgo de su tiempo: uNi Echegaray, primero, ni Benavente,

después -escribe, por ejemplo, Ricardo Gullón en 1985- se movieron

con tal intención renovadora en lo ético y en lo estético. Quiso

alejar la fabulación de los caminos harto limitados que transitaban sus

coetáneos y hacer su obra tan compleja como la vida misma; buscar lo

natural era un imperativo aceptado como correlato de su preocupación

por exponer con autenticidad el sentimiento y el pensamiento». Eduardo

Haro Tecglen, crítico teatral, el pasado 10 de mayo, al dedicarle la columna

que escribe diariamente en El País, tras recordar que ulos autores

de teatro decian que lo hacia mal, que lo suyo era la novela •• , afirma: uera

un buen autor de verdad, introdujo el naturalismo, pero la fama la robó

Benavente». Y el 5 de septiembre (ya leídas en el Congreso estas páginas)

Francisco Nieva recuerda en ABC que sus padres, uespectadores plenos

» (para quienes uBenavente no era lo mejor ni más nuevo»), hablaban

del Galdós teatral ucomo se habla de un monumento, de un teatro excepcionalmente

profundo» y obras como Electra o El abuelo «eran algo

fuera de curso».

Pero lo que realmente ha reavivado mi antiguo interés por el teatro de Galdós

y su innegable problemática fue la relectura de algunas de las críticas de

sus más próximas adaptaciones y reposiciones. Por ejemplo, La de San Quintín,

que fue en su tiempo uno de sus éxitos fabulosos, le parece a Lorenzo López

Sancho, crítico de ABC (1983), pobre como estructura y como mensaje,

además de inhábil como texto, uya que nadie puede percibir, como los espectadores

de su tiempo, el contraste del lenguaje galdosiano con el de Echegaray»;

es más, Galdós que fue en su tiempo anticipador y rompedor parece ahora antiguo,

retardado. El citado Eduardo Haro admite que la lectura del original sigue

siendo interesante y forma parte de la cultura contemporánea, pero es contundente

al asegurar uque su representación exacta es hoy imposible; no se resiste

». En su época -y de ahí su éxito- «parecia que rompía con el teatro de

cartón-piedra, con la falsedad, y abría una ventana respiratoria en un escenario

podrido; en la nuestra, es arcaico».

Hay también un empeño por destacar que, al igual que los escritores y dramaturgos

de su tiempo, Galdós era lo que podemos llamar un actualista: contaba

su tiempo, su sociedad, las pugnas que se desarrollaban en su seno y las

esperanzas de cambio, a las que pretendía ayudar con su escritura. Todo

ello hace que la representación de sus obras tal como fueron escritas y

estrenadas las haría hoy uinsoportales -según algunos críticos- para un

público general».

~

I

V CONGRESO GALDOSIANO mm

2. Reflexionar sobre todo esto y plantear yo también un interrogante

sobre la oportunidad y la actualidad de llevar a los escenarios el teatro

de Galdós es lo que pretendo con estas páginas.

2.1. Realidad es, en 1889, la primera novela de Galdós enteramente

dialogada, con pocas y muy breves acotaciones, la más perfecta, además,

de sus novelas dialogadas. ¿Por qué experimentar la forma dialogada?

En su introducción a la edición publicada por Taurus, Ricardo Gullón

ha analizado el problema comparando los logros de esta obra peculiar

con los conseguidos en La incógnita.

En primer lugar, la forma dialogada presenta los hechos directamente al lector,

que se convierte así en una especie de auditor que ve y oye a los personajes,

los cuales en sus monólogos revelan al lector el contenido de su

con-ciencia, sin necesidad de un narrador-mediador, lográndose una gran

economía narrativa. Es curioso que las acotaciones sean secundarias y

de poco interés (todo lo contrario de lo que sucede en Valle, por ejemplo),

y demuestran que Galdós, a pesar de todo lo que se ha dicho, quiere

que sus héroes ficticios sean libres. El lenguaje, audible y visual, exige

una enorme atención que permita captar primero y dar sentido después

a los datos que proporcionan el tono y el gesto; como en el teatro

leído, lo que veo me lleva a lo que oigo y esto a lo que leo.

Si la novela dialogada representa el afán de presentar la conciencia del

personaje de forma directa y a través de sí mismo, un paso más llevará a

la presentación total e independiente en las tablas, aunque con una dificultad

no siempre superada por el escritor: la pretensión de meter algo

que es imagen y análisis a la vez en algo que es sólo imagen. Germán

Gullón ha destacado la capacidad galdosiana para incluir voces variadas,

su habilidad para democratizar el texto permitiendo que al lado de la voz

autorizada del autor-narrador los personajes sean quienes digan lo que les

corresponde. El texto se dramatiza y se pluraliza, aunque -para algunos-

su dramaturgia no pasa de ser su novelística elevada a la escena:

si escribió dramas fueron novelas representadas, construidas de forma

idéntica a las no teatrales.

Los estudiosos de Galdós piensan que el género elegido responde

siempre a una voluntad clara, que se refleja en los dos planos de la obra

literaria: el contenido y la expresión. Las novelas corresponden a épocas

de inmovilismo sociopolítico; el teatro a momentos conflictivos en que

intenta renovar e incitar a la acción. En este planteamiento, la novela dialogada

sería un género intermedio: "Casemos a los hermanos Teatro y

Novela, por la Iglesia o por lo civil, detrás o delante de los desvencijados

altares de la Retórica)) dirá, reconociendo que en su obra más o menos

conscientemente hay siempre un gran porcentaje de espectacularidad de

tipo visual y teatral junto a un análisis de tipo narrativo.

Desde la perspectiva del contenido, los dramas de Galdós se presentan

como una zona de aluvión y decantación final de su obra anterior;

en su cronología se va viendo la evolución espiritual de Galdós frente a

_ BIBLIOTECA GALDOSIANA

la realidad inmediata de cada día, su pasado reivindicado siempre en un

futuro de esperanzas hasta su desilusión final. Casalduero, en un Congreso

celebrado en esta ciudad, insistió en colocar el teatro de Galdós

en ese momento en que, habiendo rechazado la imaginación para poder

encontrar la realidad, se da cuenta de que es el hombre el que crea la

realidad circundante con su imaginación, aceptando implícitamente que

el naturalismo fue tan sueño como el idealismo: la diferencia consiste

sólo en cómo y en qué se sueña. Los protagonistas de Galdós crean su

destino, son libres, lo que presupone una intuición clara del bien que

permite elegir entre el bien y el maL entre la vida y la muerte. La sinceridad

con uno mismo y la capacidad de aceptar el dolor y el sufrimiento

de la vida conduce al propio perfeccionamiento.

Ricardo Gullón ha señalado con gran agudeza que es quizá a partir de

La loca de la casa cuando Galdós llega a la conclusión de que el carácter

no existe, lo que realza el ambiente y las situaciones, circunstancia

que perjudica el teatro. Pero es también el momento en que los personajes,

superando su carácter arquetípico y negándose a servir de

esquemas para una demostración, revelan complejidad y humanas contradicciones,

enriqueciendo y vitalizando el proyecto inicial. Y Amado

Alonso hizo notar cómo el individuo teatral de Galdós va alcanzando su

propio ser en la conducta para con su prójimo, porque es, ante todo,

miembro de una comunidad; así, los problemas individuales de la personalidad

se resuelven siempre en los sociales de la convivencia. Como

recoge sugerentemente el pensador francés Alain Badiou (Rapsodia del

teatro. París, 1991; Málaga, 1993), si el personaje de novela es inmortaL

el de teatro es eterno; la función real del teatro (que es siempre teatro

de ideas) es orientarnos en el tiempo, situarnos en la historia,

proyectar ese conflicto íntimo sobre el que toda meditación se constituye.

y si nos fijamos en el plano de la expresión, comparando por ejemplo

la adaptación teatral de Realidad con la novela, no encontramos ningún

cambio de actitud, sólo una reducción de la cantidad de exposición

analítica. En el caso de El abuelo y Casandra, Galdós confecciona dos

novelas dialogadas preparadas para su adaptación teatral. Cuando se

propuso representarlas, fue fácil y rápido prescindir de los desarrollos

analíticos que no interesaban y dejar los conflictos más o menos desnudos

y enfrentados. Al referirse a La loca de la casa, habla de la necesidad

de .. dar tajos y mandobles para que quedara en razonables

proporciones». Y cuando escribe El abuelo llevaba ya años colocando

entre asteriscos determinados pasajes que consideraba suprimibles en

los ensayos y representaciones, pero que permanecían para el lector de

la obra cuando ésta era publicada.

2.2. Emilio Mario (el hombre de teatro más interesante de los últimos

veinte años del siglo XIX, luchador apasionado contra la declamación

exagerada de los actores y cualquier otro rasgo de guardarropía y maniV

CONGRESO GALDOSIANO _

pulador aventajado de algunos medios técnicos de reciente incorporación

al escenario, como la luz eléctrica) estrena el 15 de marzo de 1892

en el teatro de la Comedia, con María Guerrero de protagonista, la versión

dramática de Realidad, y el estreno señala la frontera entre dos épocas

del teatro español. En este su primer estreno, Galdós ofrece una

muestra acabada del naturalismo, un naturalismo espiritual, a la manera

de Ibsen o Chejov, donde el hombre no aparece ya como mero reflejo

de su fisiología o de su entorno social, sino como un todo en el que

confluyen las más diversas y heterogéneas fuerzas que definen su naturaleza

contradictoria. El estreno supone para su autor un momento feliz:

«Entre bastidores asistí a la representación, en completa tranquilidad de

espíritu, pues, en aquellos tiempos yo ignoraba los peligros del teatro»,

confesará más tarde.

La colaboración Galdós-Mario fue, hasta la muerte del actor y director

en 1899, fecunda y perfecta: en 1893 estrenan La loca de la casa, sigue

La de San Quintín en 1894, el mismo año de Los encadenados, y dos

años más tarde, 1896, Doña Perfecta y La fiera. Algunos de estos estrenos

constituyeron un gran escándalo porque Galdós tenía una visión crítica

de la sociedad española, que por fuerza había de sorprender a los

espectadores familiarizados con Echegaray, el «género chico» o las modestas

tentativas realistas anteriores. Con Electra en 1901, Alma y vida

(1902), El abuelo (1904), Bárbara (1905), Casandra (1910) y Celia en los

infiernos de 1913, Galdós convertiría su teatro en un gran documento

de la vida española bajo la Restauración, una época en la que se desmorona

la aristocracia, domina una nueva clase industrial y comercial cerrada

y egoísta y hace su aparición con conciencia de clase el proletariado.

Sus textos siguen teniendo un gran interés histórico y sociológico, sobre

todo para quienes intenten comprender sus simpatías por propiciar una

cierta unión teatral entre la aristocracia y el pueblo, que no llegó nunca

a darse en la práctica.

2.3. Presentes las palabras de Clarín que citábamos más arriba y

antes de intentar ocuparnos de las modernas adaptaciones y reposiciones

del teatro galdosiano, revisemos algunos rasgos considerados negativos

y muy repetidos al hablar de él.

Se le reprocha en primer lugar que su estructura teatral es especialmente

novelesca y que sus diálogos rompen la economía dramática propia

de la pieza teatral impidiendo que la acción avance. Sus personajes

-se dice- no se enfrentan con palabras, las utilizan para expresar hechos,

ideas, sentires previos; es decir, no se hacen con sus palabras,

están ya hechos para vivir una tesis, la tesis del autor. Se niega naturaleza

dramática a sus novelas dialogadas porque la técnica de sus diálogos

es novelesca y no dramática, y cuando arregla para la escena una de

ellas, como ocurre con El abuelo, no realiza una transposición formal ni

de técnica, sino que se limita a suprimir pasajes, a amputar parlamentos

y a concentrar diálogos. También se dice que el desarrollo de la trama

mm BIBLIOTECA GALDOSIANA

de sus obras es demasiado complejo, muchas veces melodramático,

lleno de antecedentes relatados (como la biografía anterior de los personajes)

y como la época es todavía la de Echegaray -y la de Sellés, Leopoldo

Cano, Feliú y Codina-, no falta la impregnación de Lenguaje

enfático y altisonante. Sin embargo, creo que ha sido poco valorada su

capacidad de dotar a algunos personajes de un lenguaje que resulta rasgo

caracterizador o su habilidad para manipular los hilos que hacen interesante

un asunto como reflejo de un problema real.

Por otra parte, su realismo es considerado por algunos como una

mera aspiración del autor porque la creación de símbolos, la fabricación

de arquetipos, la inverosimilitud del argumento y la concesión al lenguaje

«teatral •• lo alejan mucho de esa pretensión.

Pero junto a quienes se empeñan en destacar su escaso dominio de

la escritura teatral, el envaramiento y el verbalismo de alguna de sus piezas,

no faltan mentes agudas que llaman la atención sobre algunos rasgos

que anticipan lo que años más tarde Valle Inclán bautizaría con el

nombre de esperpento, como la visión deformada de alguna escena ofrecida

antes desde un enfoque real (como muy bien señaló Vicente Gaos)

o el intento de ahondar en los íntimos resortes del alma humana en lucha

con sus demonios, algo que le emparenta con autores como Strindberg

e incluso Ibsen.

3. Suele decirse que el género dramático fue para Galdós un sempiterno

afán, lo más parecido al escaño de los diputados y a los discursos

sociopolíticos, las obras en que intensifica su preocupación por la efectividad

extraliteraria, donde buscaba la mejor manera de comunicar unas

experiencias humanas de tipo personal y colectivo con el máximo de

belleza artística.

Consciente de la importancia fundamental de público y actor en el

hecho teatral, voy a recordar algunos textos en que nuestro escritor se

refiere especialmente a ellos.

En el Prólogo a La loca de la casa escribe: «Imprimo completa esta obra,

tal como fue presentada en el Teatro de la Comedia en octubre del pasado

año. Las exigencias de la representación escénica como resultan hoy de

los gustos del público (más tolerable con los entreactos interminables que

con los actos de agluna extensión) han impuesto al autor de esta comedia

la ley estrecha de la brevedad, ya la brevedad se atiene, salvando, en lo

posible, la verdad de los caracteres y la lógica de la acción ... Y la opinión de

los actores le parece tan decisiva que cambia el final de la obra «para que

el éxito que esperaban fuera redondo y definitivo ...

En el verano de 1895 escribe a María Guerrero que no asistirá al estreno

de Los condenados «ni a ningún estreno, porque sepa usted que

odio el teatro, y el público (oo.) Los dichosos peligros del teatro y los exagerados

miramientos y transacciones con un público casi siempre compuesto

de imbéciles, me vienen cargando a mí, y ello será causa de que

abandone definitivamente ese arte de mentiras y tontería en que todo es

V CONGRESO GALDOSIANO _

convencional y fuera de la realidad de la vida. En todo lo del mundo hay

progreso y progreso educativo. En el arte dramático no, y parece que el

público es cada día más tonto y más infantil».

Al hablar de Voluntad, su tono es aún más duro: «Dudo mucho que

esta obra prosaica y bourgeoise les guste a esas recuas que llamamos

público». y repetidas veces alude a su intención de estrenar El abuelo en

el extranjero: «Aquí la atmósfera es asfixiante ••. Pasan los años y en 1908

escribe a Maria Pérez Cobián sobre Pedro Minio: «Yo sido trabajando en

mi obra. Creo que será una de las primeras que se estrenan en Lara. Me

figuro que saldrá mal y que no gustará, porque el público está cada día

más perdido y más idiota». El cuidado y la preocupación de Galdós por

los recursos en los cuales apoyar su teatro son minuciosos y constantes.

Por las mismas fechas escribe a Teodosia Gandarias: «En esta obra de

teatro que estoy haciendo, hay algunos tipos de viejas charlatanas, desvergonzadas

y únicas (ya sabes que la acción se desarrolla en un asilo

de viejos), y me veo y me deseo para encontrar el lenguaje propio castizo

de esas mujeres madrileñas, habladoras y llenas de donaire. Pues en

cuanto llegue a Madrid, he de celebrar varias interview con tu portera a

ver si le cojo alguna de esas frases bárbaramente graciosas que hacen

desternillar de risa a la gente en el teatro. Hoy mismo he estado bregando

con el lenguaje de mis viejas sin hallar nada que tenga ese picor

especial del habla popular madrileña». Un año antes, 1907, cuando trabajaba

en Los bandidos, le había escrito: «Entre los dos, trataremos las

escenas y a medida que vaya saliendo del telar iremos viendo los efectos

que podria causar en el público».

Entre los muchos datos en que apoyar la seguridad de la preocupación

de Galdós por el público, recordemos que las versiones definitivas

de sus dramas, que son las que por lo general conservamos, están editadas

sobre el texto del estreno con las variaciones que el público haya

aconsejado realizar mediante sus ruidosas aprobaciones y rechazos, además

de lo que consideraron los técnicos teatrales y las impuestas por el

propio Galdós que confundía, en ocasiones, eficacia artística con eficacia

político-social. A veces, Galdós se afanaba por restar rasgos narrativos

a su texto dramático y eran los directores, obsesionados por el

éxito, quienes cargaban las tintas sobre los aspectos melodramáticos y

de entretenimiento. (Resulta muy significativo que elementos de sus novelas

suprimidos por Galdós al convertirlas en dramas, temiendo su

influencia negativa en la eficacia dramática, fueron preferidos por los

adaptadores modernos, como ocurre con algunos aspectos de Casandra

en la moderna versión de Francisco Nieva).

4. Antes de pasar revista a las representaciones de Galdós que yo he

vivido, recordemos cuántos y qué diversos son los problemas que se le

plantean al adaptador y director del teatro de otras épocas: la amplia

gama de connotaciones que determinan el papel fundamental del público

y el actor; la especial confluencia entre el tiempo interno al texto (el de la

_ BIBLIOTECA GALDOSIANA

sucesión de sus momentos narrativos) y el tiempo externo (el de la contemplación

de la representación); la peculiaridad del discurso teatral con

dos sujetos de enunciación y dos receptores; el polifacético y controvertido

mundo de los monUijes teatrales ... A todo lo cual hay que añadir la

agónica posición del director debatiéndose entre su papel de creador y su

fidelidad al texto que puede o quizá debe traer hasta nosotros "tal como

fue ... ¿Aceptamos -por ejemplo- que mantener escrupulosamente un

texto no significa necesariamente autenticidad, cuando los otros elementos

del hecho teatral han variado inevitablemente con el paso de los años

de modo que la fidelidad a la letra puede variar el espíritu?

4.1. Tratándose de Galdós, adaptador a la escena de sus propias

novelas, no deja de ser interesante y significativo revisar la suerte de las

versiones representadas en los últimos tiempos, sobre todo si pensamos

que por las mismas fechas de Galdós, Antoine planteaba llevar a la escena

a los más caracterizados representantes de la novela naturalista,

como Zola o Goncourt.

El 17 de marzo de 1972, preparada por Afredo Mañas y dirigida por

José Luis Alonso con José Bódalo y María Fernanda de Ocón de protagonistas,

llega al teatro María Guerrero de Madrid Misericordia. Era -según

su director- una adaptación libre en la forma, pero fiel a las esencias

galdosianas, para la que aceptaba la etiqueta de "realismo simbólico ... La

representación, sobre la que gravitaba el Buñuel de las versiones cinematográficas,

fue un éxito, aunque se le reprochó la ausencia de la incisiva

crítica sociológica de Galdós y el uso puramente formal, gratuito e

inútil, del esperpento.

El 28 de diciembre de 1986, el mismo Alfredo Mañas presentaba en

el teatro Lara, dirigida por Manuel Canseco, una versión que no adaptación

de Miau que, a mi entender, no superó el escollo de meter en un

espacio y tiempo teatral la larga crónica de la vida madrileña y política

del siglo pasado, ni el intento, sociológicamente comprometido, de establecer

una equivalencia de aquel tiempo con el nuestro. No creo que el

relativo fracaso se debiera -como se dijo- a que los tiempos no son

equiparables, sino a algo mucho peor: no se consiguió la teatralización

de la crónica (la primera parte quedó reducida a un monólogo dedicado

al hambre y a la pobreza vergonzante; la segunda contaba mal y pobremente

la narración desde los antecedentes al desenlace). Así las cosas,

la intención quedó reducida a una tetralidad acuciada, a pesar de que el

director confesaba haber intentado conectar con el público desde dos

presupuestos: "Por un lado, la teatralidad, utilizando los diferentes recursos

que se pueden ofrecer desde un escenario, y, por otra, un lenguaje

múltiple en el que se ofrecen diferentes ritmos, adaptados a escenas

cómicas y dramáticas que se suceden a lo largo de la obra ... Tras la visión

del escritor crucificado por una burocracia universal e intemporal,

con que efectistamente comenzaba la obra, se sucedían salidas del foso

o elementos colgantes; personajes grotescos y corales en busca de la

V CONGRESO GALDOSIANO mi

caricatura; un tono melodramático en el desgraciado protagonista, en

quien se quiere poner una intención doble, una simultaneidad antes-ahora

que no funciona.

Sin embargo, el empeño fue importante y destacó la capacidad de

Galdós para reflejar su realidad con tan extraordinaria nitidez y profundidad

que la sentimos próxima a la nuestra.

4.2. Hace diez años, en 1983, cuando se celebraban los 140 años

del nacimiento de Galdós, llegaron al teatro, al fin, dos obras de teatro:

La de San Quintín, estrenada en el teatro Maria Guerrero en abril, y Casandra

que, adaptada por Francisco Nieva en 1978, se presentaba en el

Teatro Bellas Artes de Madrid tras su estreno en Las Palmas el 13 de

octubre.

La de San Quintín, adaptada y dirigida por un hombre de tantos recursos

teatrales como Juan Antonio Hormigón, no tuvo ningún éxito a

pesar del concienzudo trabajo de reducción por una parte (lima de lenguaje,

escenas y longitudes) y de superposición por otra (escenas añadidas

y personajes incrementados; elementos, como el barquito que cruza

el escenario y la pianista que toca obras de Albéniz, completamente despegados

del contexto ... ). Es decir, lo restado del original no mejora la

obra; lo superpuesto no tiene relación con ella. Parte de la crítica hablo

de un Galdós «revocado, pero descolorido»; otros fueron más crueles:

«equívocos y anticultura para una incitación a la huida» rezaba el titular

de un periódico de gran tirada. En fin, mala rentrée para cuantos esperábamos

el teatro de Galdós (no sólo adaptaciones teatrales de sus novelas)

desde aquel 23 de septiembre de 1959 en que, dirigida por Claudio

de la Torre y protagonizada por Lina Rosales y Angel Picazo, era recibida

en el María Guerrero con enfervorizados aplausos La loca de la casa.

Recordar el montaje de Casandra es muy esclarecedor para entender

la problemática de los montajes teatrales. Decía Nieva que «los valores

estrictamente teatrales de la Casandra de Galdós están en la novela,

pero, naturalmente, no se puede desarrollar en dos horas, con la cantidad

de situaciones diferentes y diversos análisis de los personajes que

hay». Intenta, por tanto, un compendio que resalte, además, la parte visionaria

de Galdós, esa que tan bien y tantas veces aprovechó Buñuel.

No puedo hablar del estreno en Las Palmas que no viví, pero sí de su

representación en Madrid. A pesar de las reticencias de la crítica, creo

que la versión de Nieva dejó patente la tensión y la modernidad que

acercan el teatro de Galdós a Ibsen, así como su carácter revolucionario

con relación al teatro y al público de su tiempo, su valentía al llevar a la

escena temas y situaciones que, sin duda, no parecerían de buen gusto

a la burguesía contemporánea.

A veces en teatro se confunde la inmediatez con la actualidad, sin

darnos cuenta de que el teatro rechaza la inmediatez. Creo que ésa fue

la causa de que algunos no vieran la tonalidad trágica de un teatro que

no se había hecho antes y que dificilmente se haría después; un teatro

_ BIBLIOTECA GALDOSIANA

con un profundo valor histórico porque en él palpitaba toda la actualidad

de su tiempo, pero susceptible de un valor actual porque ha sabido

llevar al escenario profundas y eternas preocupaciones españolas. Inteligentemente

Nieva reconoce en Galdós «malicia teatral, instinto finamente

alusivo para que sus tesis no fueran ostentosamente verticales», lo que

nos permite -creo yo- lecturas paralelas con sucesivos trasfondos.

Como decia antes, Nieva ha oreferido en algunos casos apoyarse en la

novela dialogada más que en la comedia, por ejemplo cuando destaca

la inmensa humanidad de los personajes secundarios o cuando aprovecha

el elemento demoníaco y la aparición misteriosa de la sombra de

doña Juana que Galdós creó en su novela, pero no consideró adecuados

para el escenario. Como dice Amorós -en su prólogo a la edición de la

Casandra de Nieva- Galdós creó en su novela un auténtico conflicto que

luego suprimió al adaptarlo a la escena. La versión de Nieva hace que el

drama psicológico, burgués, de un pequeño grupo, amplíe su horizonte

y muestre su significado social.

4.3. La Fortunata y Jacinta que Juan Carlos Pérez de la Fuente acaba

de dirigir en Santander fue estrenada en 1969 en el Teatro Lara por

la compañía de Nati Mistral conducida por Alberto González Vergel. En

aquel comienzo de temporada Galdós compartía la cartelera madrileña

-como hacía notar en su crítica David Ladra- con Genet, O'Casey y

el Tartufo creado casi al alimón por el inefable trío Moliere-Llovet-Marsillach.

Su autor, Ricardo López Aranda (ganador nada menos que del Premio

Calderón de la Barca en 1960 y el Premio Lope de Vega en 1964),

expone en la presentación de la obra su absoluta consciencia del diverso

talante que exigen el género teatral y el novelístico, así como de la

diferencia de una misma obra según el tratamiento que le den el director

y los actores. Estamos de acuerdo: no creo que nadie espere encontrarse

-repito sus palabras- «capítulo tras capítulo con unos actores

representando sucesivas partes de la narración novelística». Pero sí puede

extrañar que la tesis final de la novela haya sido totalmente cambiada.

Frente a la Jacinta de Galdós, cuyo amor «ha quedado reducido a

tan míseras proporciones, que casi no se le echaba de ver», la de López

Aranda piensa seguir amando desesperadamente. Y frente a una

Fortunata que entrega voluntariamente el hijo «para que se consuele de

los tragos amargos que le hace pasar su maridillo» (fórmula elegida tras

rechazar «me dio a mí equivocadamente» y «me lo dio a mí robándoselo

a usted»), la teatral muere, ante una Jacinta caracterizada de «paranoica

» y «cruel», gritando vencida: «iDevuélvemelo!». Mientras Jacinta, al

mirar a Juan Evaristo, se inventa «un ser ideal, que bien podria tener la

cara de Santa Cruz, pero cuyo corazón era seguramente el de Moreno»,

añorando quizá lo que pudo haber sido y no fue, en el final de Aranda

son las mujeres las que se identifican como un único objeto del deseo

de Juan.

No estamos, pues, ante dos realidades literarias separadas sólo por

V CONGRESO GALDOSIANO D

sus diferentes lenguajes, sino ante dos propuestas vitales radicalmente

diferentes para unos mismos personajes. No hablo, por tanto, de los indudables

aciertos teatrales (como la escena del burdel y la del convento,

tan conseguidas) porque llevar a Galdós a la escena de hoy creo que

es otra cosa.

5. Termino afirmando que resucitar el teatro de Galdós me parece

oportuno, sugestivo, apasionante, comprometido y peligroso; y no sólo

porque su autor representó en su tiempo el más liberal pensamiento

español, sino como una manera de luchar con la «iconoclastia endémica

» de nuestro pueblo, con su resistencia a cargar con la propia cultura.

Cuando Claudia de la Torre decidió montar en 1959 La loca de la casa,

su decisión fue recibida con escepticismo, escepticismo -dice José

Monleón- que quedó malparado porque el texto galdosiano -leído y

olvidado- afrontó con seguridad el trance de resurrección. Su teatralidad,

el tratamiento directo de las situaciones, la dignidad literaria, la dimensión

irónica y el sentido de protesta contra la injusticia superaron el

retoricismo del lenguaje, la propensión a las «grandes escenas» y la característica

artificiosidad burguesa en la solución de los problemas planteados.

Diez años más tarde, la crítica de 1969 consideraba a Galdós como

un espectáculo de rabiosa actualidad en un momento en que el teatro

español parecia vivir las «últimas boqueadas del realismo», porque ignorar

el realismo era entonces tan inconsciente como negarse por principio

a asumir las nuevas y prometedoras actitudes teatrales. Han pasado

años y en el teatro, como siempre, sigue cabiendo todo. ¿Qué decir a

quienes olvidan los tiempos en que el realismo era considerado lo progresivo

y el absurdo lo reaccionario? ¿No hablamos hoy, la época de los

grandes espectáculos, de que estamos volviendo al texto, al teatro de la

palabra? En fin, ¿por qué no representar el teatro de Galdós en una sociedad

tan parecida a la suya que aún le cuesta trabajo convertirse en

un clásico?