BENITO PÉREZ GALDÓS Y CATALUÑA
Adolfo Sotelo Vázquez
I
Benito Pérez Galdós, tan incansable viajero como novelista, regresaba a
Madrid a finales de mayo de 1888, tras una estancia de apenas ocho días
en Barcelona, y de inmediato tomaba la pluma para dar noticia a los lectores
bonaerenses de La Prensa de su paso por la capital catalana y animar a
los viajeros americanos a visitar “la ciudad espléndida que ha de ser, dentro
de poco, una de las más bellas de este continente”.1 Las cartas que con
esta materia envía a Buenos Aires fueron publicadas en La Prensa los días
uno, ocho y quince de julio de 1888.
Galdós había visitado por primera vez Barcelona a últimos de septiembre
de 1868: regresaba de París donde había adquirido varios tomitos -
Librairie Nouvelle- de las obras de Balzac, y se encontró con la revolución
que derribó el trono de Isabel II. En sus Memorias de un desmemoriado
recuerda: “Toda España estaba ya en ascuas. Barcelona, que siempre figuró
en la vanguardia del liberalismo y de las ideas progresivas, simpatizaba
con ardorosa efusión con el movimiento”.2 Ahora, 1888, el motivo y el
marco de su visita es la Exposición Universal y su deambular por la ciudad
tiene el lógico contrapunto de la memoria de sus impresiones de veinte
años atrás. En el 68 aún existían la Muralla del Mar (“paseo delicioso
desde Atarazanas hasta el jardincillo del Capitán General”) y la Ciudadela,
pero ya la ciudad se había quitado el corsé que formaban las Ramblas y las
Rondas para dar cabida al “grandioso ensanche, con sus hermosas vías y
el Paseo de Gracia, incomparable avenida, que pronto había de rivalizar
con las mejores de Europa”.3 En la primavera del 88, y a pesar del trasiego
y de los compromisos de las fiestas iniciales de la Exposición, este flâneur
ocasionalmente barcelonés observa que las edificaciones levantadas en la
parte nueva son lujosas, de elegante traza y materiales ricos, enfatizando
el arbolado que recorre todas las calles. Galdós se recrea, fascinado, en la
descripción del espacio geográfico barcelonés y de los municipios -Gracia,
Sants, Hostafrancs...- que lo rodean, y augura un porvenir a la ciudad paralelo
al de Londres o Nueva York.
En los radiantes días de finales de mayo del 88, al mejor observador
artístico de la vida contemporánea madrileña -Miau, séptima novela contemporánea,
acababa de aparecer- no le pasó inadvertido el movimiento y
animación de la metrópoli, con sus tranvías americanos y los ferrocarriles
de tracción de vapor que comunicaban la capital y los suburbios, al mismo
tiempo que reparaba en cómo el pavimento formado por tarugos de pino
3-3
116
había reemplazado en las vías más transitadas al macadam, pavimento de
piedra machacada que hacía honor al escocés Mc Adam, su inventor. También
Galdós recordó para sus lectores de La Prensa la difusión del alumbrado
eléctrico, asegurando que no había “ciudad alguna en Europa que
con mayor ni aún igual profusión lo posea”.4 El elogio se extendía al clima,
a la hospitalidad -“es un pueblo morigerado y sobrio que, cuando llega la
ocasión, sabe gastar sus ahorros y deslumbrar a sus huéspedes, haciendo
gala de tanta esplendidez como inteligencia”-,5 a la vida cómoda y sobria,
y a sus habitantes que “tienen el doble mérito de saber trabajar y saber
vivir”,6 en lacónico juicio con el que cierra su primer artículo.
Las virtudes del carácter catalán las ve Galdós magníficamente representadas
en la Exposición, a cuyas ceremonias de inauguración, con el
atractivo principal de la reunión de las escuadras en el puerto -que describe
con un sorprendente pormenor-, dedica la práctica totalidad de uno de
sus artículos. El éxito de la Exposición de Barcelona se debe a la energía y
actividad de los catalanes, bien secundados para la ocasión por el Poder
central, hacia quien, a menudo, se muestran quejosos, “y en lo que toca -
comenta Galdós- a la centralización administrativa sus quejas son
fundamentadísimas”.7 En fín, la esplendidez y la inteligencia de los barceloneses
deslumbra al gran novelista, que con ademán liberal y sensato
aconseja “la aproximación moral entre Madrid y Barcelona”8 como clave
del progreso de Cataluña y España.
En su deambular por la Exposición anota las líneas relevantes de los
varios edificios emplazados desde el arco de triunfo del Paseo de San
Juan hasta el ferrocarril de Francia: el Palacio de la Industria, obra de
Jaume Gustá; el Palacio de Bellas Artes de August Font, del que destaca
los “dos enormes órganos, que se comunican por medio de la electricidad,
de modo que un solo organista puede tocarlos simultáneamente”;9 el
Palacio de Ciencias y el de Agricultura; la Sección Marítima y el Restaurant,
que complace a Galdós tanto como el Gran Hotel Internacional, obras
ambas en los albores del modernismo de Lluis Domènech i Montaner, a
quien cita elogiosamente antes de describir con precisión el edificio que
hoy alberga el Museo de Zoología: “Afecta la forma de un castillo gótico y
es de ladrillos, decorado con cerámica de variados colores, conjunto elegante
y originalísimo, que será uno de los principales atractivos de la Exposición”.
10 No obstante, sus descripciones arquitectónicas abarcan más
allá de los límites del Parque y su pluma recuerda el edificio del Ayuntamiento,
tanto por el “pegote” de la “fachada grecorromana” como por el
Salón de Ciento “que es uno de los recintos más grandiosos que en parte
alguna existen”,11 según juzga por la elevación del techo, por su amplitud
y por la severidad y la sobriedad de sus líneas; o la grandeza ojival de la
Catedral, no exenta “como otras célebres basílicas españolas, de las
superfectaciones y bárbaros remiendos de los siglos XVII y XVIII”.12 Las
notas galdosianas se extienden, incluso, a la casa de la Diputación, el
Archivo de la Corona de Aragón y las iglesias de Santa María del Mar y del
117
Pino. Son, en resumen, un breve y atractivo recorrido por la Barcelona de
1888.
Los artículos no sólo atestiguan que Galdós es el mejor narrador español
de la geografía urbana de una gran ciudad decimonónica, sino que
además es un incorregible sociólogo antes de que la sociología, por obra y
gracia de un catalán, Manuel Sales i Ferré, se ganara una cátedra de la
Universidad Complutense. El novelista capaz de presentar en una página
de La desheredada o de La de Bringas el mundo de apariencias de la clase
media madrileña, resulta un hábil y lacónico pintor de las clases sociales
barcelonesas. Con tinta teñida de positivismo historicista la pluma
galdosiana dibuja la vida desahogada, atenta a las comodidades domésticas
y reacia a la ostentación pública de las clases ricas, asentadas en la
actividad laboriosa del comercio y la industria, a la par que la solidez de la
clase media o la “educación industrial” de los obreros barceloneses.
Este dibujo no está exento de la comparación con su correlato madrileño
que Galdós conocía mejor que nadie, ni tampoco de un contraluz político,
en el que se agiganta el perfil del regionalismo y de “numeros elementos
influídos por las predicaciones socialistas”.13 Pero, sobre todo, las
crónicas de Galdós subrayan, al modo cervantino, el archivo de la cortesía
que la ciudad ha sido para con la reina regente y el rey niño durante los
días que permanecieron en Barcelona, asistiendo, entre otros actos, a los
Jocs Florals en los que oficiaba de mantenedor otro gran amigo de Barcelona,
donde había sido discípulo de Lloréns y Milá i Fontanals, Marcelino
Menéndez Pelayo. Así como la tolerancia de las costumbres barcelonesas
y la escasa querencia de sus habitantes por las tabernas y el espectáculo
taurino, “escuela constante y cátedra siempre abierta de barbarie, insolencia
y crueldad”.14
Difícilmente los lectores hispanoamericanos de La Prensa de Buenos
Aires podían haber tenido un mejor cronista barcelonés que, siguiendo
esa medular línea cervantina que recorre toda su obra, no dudaba en hacerse
voceador -con voz liberal- de “la prosperidad, el bienestar y la cultura
que admiramos allí”.
Los días barceloneses de finales de mayo de 1888 los ocupó Galdós
febrilmente. Acompañado como iba de los diputados a Cortes, José Ferreras
y el Marqués de Castroserna, muy próximos como él a Sagasta, se alojó en
el Gran Hotel Internacional, cuyo vestíbulo “anchuroso, flamante, de aspecto
realmente moderno”15 -Yxart dixit- conoció las idas y venidas, públicas
y privadas, del gran novelista. De las páginas da noticia en sus Memorias:
el homenaje al alcalde Rius y Taulet; la diaria visita a Sagasta que
residía en el hotel Arnús; la invitación que recibieron para compartir mesa
y mantel con la Reina Regente; las fiestas, las ceremonias y las recepciones
no eclipsan la fascinación galdosiana por la concentración naval que
se ofrecía en el puerto barcelonés. El entusiasmo se transparenta en el
presente pasaje de su recordatorio:
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Cuando la Reina salía de paseo en la lancha real, mandada por el
general Antequera estallaba el cañoneo de las salvas. El estruendo
formidable, el humo, el griterío de las hurras de la marinería,
daban la sensación de una colosal batalla entre los cielos y la
tierra. Quien tal presenció nunca podrá olvidarlo.16
Entre los aconteceres más reservados sabemos de su estrecha amistad
con Narcís Oller, quien ya había comentado epistolarmente Fortunata y
Jacinta unos meses antes. Una nota de Oller, fechada el 23 de mayo, refiere
la invitación muy afectuosa al “molt venerat amic meu Pérez Galdós”,
tal como le califica en sus Memòries literàries: “si quiere y puede usted
honrar mi mesa se la ofrezco a usted especialmente mañana a la una de la
tarde. En ella encontrará usted a la amiga Sra. Pardo Bazán, a Yxart y tal
vez a algún otro compañero”.17 Los días, sin embargo, resultaron escasos
para estrechar estas relaciones. De las cortas horas pasadas juntos habla
Oller en sus Memòries y el propio Galdós lamenta la celeridad de las horas
barcelonesas en una carta del 21 de junio al autor de La papallona: “Salude
en mi nombre a Yxart, a quien sólo conocí a lo relámpago, quedándome
con fieras ganas de tratarle íntimamente”.18
En esos días debió conocer a Modesto Sánchez Ortiz, el periodista madrileño
que dirigía La Vanguardia desde 1888. Y a juzgar por los recuerdos,
en ocasiones un tanto inexactos, de Mario Verdaguer, tuvo tiempo de
almorzar con la familia de Enrique Moragas, padre de Rafael Moragas, el
curioso y extraordinario bohemio barcelonés del que Pío Baroja dejó un
curioso retrato: “Viajante de comercio sin comercio y coleccionista de todas
esas cosas perfectamente inútiles que son las únicas que dan gusto al
espíritu. En el fondo, un sentimental, y, en la forma, un viva la bagatela”.
Mario Verdaguer a través de la mirada del jovencísimo Rafael Moragas -seis
años escasos- nos ofrece la última noticia de la estancia barcelonesa de
Galdós en 1888: “mi padre se presentó en casa acompañado de un señor
que usaba bigote, vestía traje claro, llevaba chalina y aparentaba tener
unos cuarenta y tantos años”.19
Pérez Galdós era para entonces el novelista español más reputado en
Cataluña.20 Poco después de su marcha de Barcelona, el crítico Joan Sardà,
desde las columnas de La Vanguardia (22-VI-1888) reseñaba Miau con especial
atención a su dimensión crítica y regeneradora, mientras definía la
personalidad artística galdosiana como la de un “literato de raza, observador
perspicaz del mundo que le rodea, [que] suma a las cualidades que a
semejantes condiciones de talento deben sus libros, las otras, más peculiares
y menos comunes, que arraigan en el porfiado escudriñar en materias
nada familiares a los que entre nosotros cultivan la novela”.21 El prestigio
barcelonés de Galdós era tal, que Josep Pin i Soler, novelista catalán
y epistolar amigo del maestro canario, ficcionalizaba su figura en su comedia
Sogra i nora (1890), en la que un personaje de la alta sociedad catalana,
refinada y cosmopolita, le regala a su madre una novela que “és de las
millors de Pérez Galdós” [...] és a dir de lo millor qu’s fa a Europa”.22
119
Tras una estancia en marzo de 1896 en Reus, en junio de 1896, concretamente
el día 25, llega Galdós a Barcelona para acudir al estreno de Doña
Perfecta y a la reposición de Los condenados. Visita anunciada a Oller en
carta del 3 de mayo con estas inequívocas palabras: “El próximo verano,
Dios mediante, me daré el gustazo de pasar unos días en la incomparable
Barcelona”. Una nota editorial de La Vanguardia (26-VI-1896) le califica de
“artista innovador, psicólogo original y pensador de altos vuelos”, y, de
inmediato y bajo la segura impronta de Sánchez Ortiz, aproxima el ideario
galdosiano y el cosmopolitismo y la modernidad barcelonesas:
Las elevadas aspiraciones, el recto criterio, los nobles ensueños
de perfección humana y de cultura social que palpitan vivientes
en la obra de Galdós, son además ideas y sentimientos que han
de imponerse a todos, y más en esta ciudad, donde toda corriente
de adelantamiento intelectual y moral halla un eco de simpatía
en el espíritu de las gentes.
Galdós, que hacía tan sólo unos meses acababa de publicar Nazarín y
Halma, sintió en esos calurosos días deseos de visitar a Jacinto Verdaguer
envuelto en su gran drama que conmocionaba y dividía a la opinión pública
catalana, sobre todo desde que los artículos “En defensa propia”, aparecidos
en La Publicidad (1895), habían consolidado un enfrentamiento
directo y público con el marqués de Comillas. Galdós le pidió a su gran
amigo Oller que le acompañase a visitar a Verdaguer que vivía acompañado,
entre otras personas, de doña Deseada en la barriada de Els Penitents.
Oller pormenorizó en sus Memòries la visita mientras que don Benito dio
cuenta, más breve y lacónica, de esta singular excursión a las afueras
barcelonesas en un artículo del año 1902 para La Prensa de Buenos Aires,
escrito precisamente con motivo del fallecimiento del autor de L’Atlántida.
Ambos novelistas certificaron el juicio sereno y el mesurado equilibrio de
Verdaguer, acusado, en cambio, por la jerarquía eclesiástica de locura, y
también pudieron entrever a doña Deseada. Oller lo relata así: “I tombantnos
aviat d’esquena per contemplar l’esplèndid panorama que el mar i la
ciutat ofereixen d’allí estant, toparen mos ulls altra vegada amb el caparró
d’una dona que visiblement ens espiava des del llunyà finestró de la caputxa
de l’escala dels Penitents, que té sortida a la teulada. Sens dubte era la
pofidiosa celluda, la ditxosa donya Deseada Martínez!. Encara tingué temps
der fer-ho notar a en Galdós i deixar-l’en convençut”23. Galdós, quien también
se fija en el espléndido panorama de la ciudad desde la que es hoy la
calle de Tiziano, escribe a sus lectores bonaerenses: “volvióse Oller y vió
que por las bardas de un corral o huerto apareció una cabeza de mujer,
que sin duda quería vernos en nuestra retirada también, pero la mujer
desapareció y nada ví. Ella satisfizo su curiosidad, nosotros no”.24
Esta estancia barcelonesa de comienzos del verano de 1896 se completó
felizmente con el éxito de Los condenados, con la visita a Montserrat y
con el abrazo cordial con Joan Sardà, “per qui tenia en Galdós tota l’estima
120
merescuda”, según el testimonio de Oller. Seguramente en estas fechas se
produjo el encuentro de Galdós y don Rafael Puget, Un señor de Barcelona,
que Josep Pla recoge así: “Conocí a don Benito Pérez Galdós. Me lo
presentó Narciso Oller. Un día con un grupo de La Vanguardia antigua, del
que formaba parte preponderante Rusiñol y Sánchez Ortiz, celebramos la
estancia del escritor en Barcelona, organizando una visita a San Cugat”.25
Para el fin de siglo, Galdós gozaba en el mundo intelectual barcelonés
de una muy sólida reputación. En sus estrenos teatrales el éxito le había
acompañado, e Yxart, primero en La Vanguardia y La Ilustración Artística,
y luego recopilándolas en El arte escénico en España (1894), había analizado
Realidad (1892), La loca de la casa (1893) y La de San Quintín (1894)
al compás de su estreno en Barcelona. Pero no es sólo Yxart sino otros
críticos notables subrayan el valor de su teatro, que incluso se acercó a
Cataluña en la ambientación y el argumento de La loca de la casa. José
Roca y Roca en su habitual sección de La Vanguardia, “La semana en
Barcelona” (10-VII-1892), tras analizar Realidad, escribe: “Pérez Galdós
acaba de demostrar que ser el primero de nuestros novelistas no impide
convertirse asimismo en el primero de nuestros autores dramáticos”. Al
estrenar en el verano de 1895 Los condenados, la obra cuyo prólogo le
pareció a Yxart, “un acto de virilidad que envidio y aplaudo”26 -según carta
del 30 de enero de 1895-, Josep María Jordà, uno de los más activos
representantes del modernisme fin-de-siècle, entiende la obra como “un
drama interno, de dentro a fuera [...] un drama casi espiritual” y como
“una tentativa de arte nuevo, de arte moderno”, según escribe en La Publicidad
el primero de julio de 1895. Seguramente la carta que Yxart publicó
en La Vanguardia poco antes de morir elogiando la obra, tuvo mucho que
ver con la aceptación entusiasta del arte dramático de Galdós en la Barcelona
modernista.
No obstante, para el mundo literario barcelonés de fin de siglo Galdós
seguía siendo fundamentalmente un novelista. Joan Sardà le dedicó, en
La Vanguardia del 15 de agosto de 1891, una semblanza que se convirtió
de inmediato en el canon valorativo de su narrativa, atendiendo a dos
directrices: la habilidad para sacar a la luz “los secretos más escondidos
del misterio humano”27 y su función de crítica social, porque “el pintor
juzga; sus tipos moralizan o desmoralizan por dentro”.28 El diapasón de la
lectura de la novelística galdosiana por los críticos catalanes, que forjó
Sardà y corroboró Ramón D. Perés, contó con un acicate que a menudo se
soslaya: don Benito era el adalid de la “feina regional” que se estaba operando
en la novela española. Pin i Soler fue el abanderado de esta posición,
y al reseñar Tristana en La Renaixensa (27-III-1892), tras señalar que
los intelectuales de mayor envergadura particularizan en vez de generalizar,
sostiene: “Pérez Galdós en compte de fer avui com ab igual talent
hauria fet ell mateix avans la Gloriosa:generalisa, particularisa, y poch a
poch, sense ferho potser d’una manera deliberada, ha pres possesió de la
regió central castellana que millor que ningún coneix y’ns fa conèixer”.29
121
Idéntica tarea llevan a cabo Pereda, Pardo Bazán o Clarín. En consecuencia,
Galdós novelista fue entendido en la Catalunya finisecular como el
protagonista principal de los quehaceres que Miguel de Unamuno estableció
en los cinco ensayos de 1895 en La España Moderna, En torno al
casticismo (tan calurosamente acogidos por el modernisme), como los
más pertinentes para los jóvenes intelectuales: “avivar con la ducha reconfortante
de los jóvenes ideales cosmopolitas el espíritu colectivo intracastizo
que duerme esperando un redentor”.30
Una nueva visita de Galdós a Barcelona data de julio de 1903 con motivo
del estreno de Mariucha en el teatro Eldorado el día 16. La cordialidad
barcelonesa fue la causa inmediata de la primera versión -más detalladade
las impresiones barcelonesas de sus Memorias de un desmemoriado
que publicó en una carta a El Liberal de Murcia en agosto de 1903 y fechada
en Barcelona el 8 de ese mismo mes, cuando “las horas vuelan, y está
cerca ya la de mi partida de Barcelona”.31 La visita a la ciudad había espoleado
la memoria y de ahí que coteje sus recuerdos de entonces con las
imágenes que acaba de atesorar en los días inmediatos. La principal hermosura
de Barcelona era entonces, 1868, y ahora, 1903, su Rambla: “Viéndola
hoy, paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación
bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el
continuo trajín de coches y tranvías”. Galdós reconocerá que, en efecto,
se han producido modificaciones, pero sigue permaneciendo indeleble
“su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria”. Lo que sí ha cambiado -y
Galdós lo anota- es el epicentro urbano de la ciudad que ahora vertebran
el Paseo de Gracia, la Rambla de Cataluña y la Granvía, que “nos deslumbran
y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormilona
de los millonarios de hoy”.
El viajero impenitente y cronista excepcional que fue Galdós llega otra
vez a Barcelona (“ciudad que como usted sabe -le escribe a Oller- tanto
amo”32) en abril de 1917: Margarita Xirgu representa Marianela en el teatro
Novedades y Galdós la acompaña secundado por Paco Menéndez, su mayordomo.
Las semanas barcelonesas de la primavera del 17 las conocemos
mediante las cartas que Menéndez, en nombre de Galdós, escribe a
su hija. Galdós estaba, una vez más, contentísimo de la afabilidad de las
gentes barcelonesas, “tanto por el teatro como por las innumerables visitas
que a todas horas recibe”33 en su residencia del Hotel Continental en la
Plaza de Cataluña, donde, por cierto, empezó a tejer su obra teatral Santa
Juana de Castilla, cuyo estreno en el mes de junio de 1918 conocerá la
última estancia barcelonesa del maestro, que se desplazó a la ciudad para
estar presente en las primeras representaciones a cargo de la Xirgu en el
teatro Novedades. En esas semanas del inicio del verano del 18 se representan
en Barcelona otras dos obras de Galdós, todas con gran éxito a
juzgar por las confidencias de Paco Menéndez y los recuerdos de Mario
Verdaguer. Aunque la estancia es más breve que la del año anterior (en
1917 estuvo cerca de un mes en la ciudad), los homenajes se suceden
122
desde que se baja del tren en el apeadero del Paseo de Gracia. El más
relevante fue el celebrado en el Hotel de Inglaterra y que contó con el
ofrecimiento de Miguel dels Sants Oliver, quien lo comparó con Dickens y
Balzac. En estos últimos viajes Galdós intensificó su interés por los ambientes
musicales barceloneses, dejando bien clara su querencia por una
ciudad de cuya geografía urbana tenía entera noticia según atestiguan tanto
sus notas de viaje, sus crónicas y cartas como el Episodio Nacional Los
ayacuchos (1901), donde el interesado lector puede completar la visión
barcelonesa del novelista que en su último viaje quiso emblemáticamente
escuchar en la Sala Ortiz y Cusó la Sonata a Kreutzer de su bien amado
Beethoven. Se trataba del contacto postrero del “prosista español más
grande del siglo XIX” -en lacónica expresión de Josep Pla- con Barcelona.
II
Tal y como acabamos de bosquejar, la relación de Galdós con Barcelona
y Cataluña fue amplia e intensa. Entre los diferentes temas que fueron
conformando dicha relación quiero llamar la atención sobre la postura
galdosiana en torno a la lengua catalana y a su empleo en el género literario
más revelador de ese tiempo histórico, la novela. Tomaré como pauta
su relación con Narcís Oller y el contexto de la problemática de la novela y
de la lengua literaria en la que se debe escribir. Vamos a un mínimo preámbulo.
Corresponde el honor -y es uno más que añadir a su inquieta y atenta
pupila de observadora y lectora de las novedades literarias- de mencionar
por primera vez a Narcís Oller en el seno de la nueva novela peninsular
nacida al aire de la penetración del realismo y del naturalismo francés en
España, a doña Emilia Pardo Bazán. Se trata de la entrega de La cuestión
palpitante aparecida en el diario madrileño La Época el 3 de abril de 1883,
tal y como la propia Pardo Bazán le recordará a Oller en una carta (18-V-
1883) cuando los artículos de La cuestión palpitante están a punto de salir
en tomo: “La cuestión palpitante está en prensa y cuando le envíe a usted
uno de los primeros ejemplares verá allí su nombre citado, como era justo,
entre los que honran la novela española”.34
Para entonces, la primavera de 1883, ya se había iniciado la correspondencia
entre el novelista catalán y la narradora gallega que creo tiene su
punto de partida en un documento al que no atendieron en su día las
especialistas pardobazanianas Nelly Clemessy y Marina Mayoral. En una
carta del periodista mallorquín Luis Alfonso, dirigida por éste desde el
diario La Época donde ocupaba la primera plaza de crítico, a Pardo Bazán,
fechada el 29 de diciembre de 1882, le dice:
Envie usted El viaje de novios a Narciso Oller, Rambla de Cataluña,
38-2º Barcelona, que yo por mi parte haré que él le remita a
usted La papallona. Creo que ha de gustarle. Oller es un mucha123
cho excelente, pas boheme, muy amante de su mujer e hijos, de
muy simpático estilo literario y social, y de buen gusto manifiesto.
Por otra parte celebraré que conozca la novela de usted que
ya le he ponderado en otra ocasión.35
Al mismo tiempo (la carta lleva idéntica fecha) Luis Alfonso escribe a
Oller con igual finalidad:
Ante todo hágame usted el favor de enviar un ejemplar de La
papallona a Emilia Pardo Bazán, Calle de Tabernas, Coruña. De
ella recibirá usted de un día a otro El viaje de novios que si usted
no conoce, seguramente le deleitará. Me ha escrito manifestando
deseos vivos de conocer dicha Mariposa, estimulada por mi
artículo crítico, y me ha preguntado de qué suerte podría establecer
el citado cambio de libros. Yo me he tomado la libertad (y
perdone usted el atrevimiento) de ofrecerle que usted le remitirá
un ejemplar, dándole al propio tiempo las señas de usted para
que le envie su novela.
Debe de ser el anterior cándido y bien pensante párrafo el que da inicio
a una relación epistolar que tiene su primer eslabón en la carta que la
escritora coruñesa le dirige al novelista vallense el 16 de enero de 1883 y
en la que pondera el valor de La papallona por la vida y fuerza de la pintura
de los originales, especialmente los personajes:
Yo no he visto el mercado de Barcelona, y sin embargo me parecería
hallarme en él al leer la animadísima descripción del primer
capítulo. Pero en toda la novela hay sangre, calor y frescura.
36
Junto al meritorio efecto de ilusión de realidad que el plano mimético
de la novela de Oller le ha producido -y al que volveremos más adelante-,
doña Emilia Pardo pone sobre el tapete -aquí, en su primera carta- un tema
que aparece en todos y cada uno de los capítulos de la relación de Oller
con las letras españolas, con excepción tal vez de su relación con el gran
crítico y polígrafo alicantino Rafael Altamira, traductor al castellano de
L’escanyapobres, y gran valedor de Oller en los balances que periódicamente
(desde 1886) ofreció de la narrativa penínsular.
El tema al que me refiero es el del empleo de la lengua catalana en las
producciones narrativas de Oller, que siempre fue objeto de comentario
por parte de sus interlocutores, hasta convertirse -caso de su relación con
Pérez Galdós, pero también con Luis Alfonso- en una recurrencia obsesiva.
El tema aparece reiteradamente en el epistolario de la Pardo Bazán, aunque
siempre con la envolvente premisa de que, escritas en catalán, a las
narraciones y novelas de Oller no pueden acceder amplios sectores del
público lector español. Sólo en una ocasión dicho epistolario (15-XI-1883)
se muestra más preciso en sus apreciaciones en torno a la lengua:
124
Siento haber ofendido la majestad del idioma catalán llamándole
dialecto. Estas cuestiones filológicas me son muy conocidas
porque aquí en Galicia tenemos también una escuela que
reclama para el gallego los honores de idioma y afirma que el
verdadero dialecto es el castellano -figúrese usted-. Yo creo que
en el sentido general y vulgar de la frase, dialecto es un lenguaje
usado por un pueblo que no forma nación. Rigurosamente, dialecto
es un lenguaje que tiene origen común con otros; y en este
sentido, el catalán y el provenzal, aunque dialectos ambos del
latín son tan idiomas como el toscano, vg., y el francés. Vana
lucha, sin embargo, la de los idiomas parciales con el total. Aquí
hemos visto su esterilidad. En el país de Macías todo el mundo
habla, o procura hablar, castellano; y en el país de Ausias March
la prosa castellana se cotiza tan alto como la indígena. Sentiré
herir con estos juicios su legítimo orgullo de raza, que comprendo
y disculpo. Mas no puedo desconocer que usted mismo gozaría
de mayor renombre si escribiese en el idioma nacional. La
dificultad de leer catalán hace que su preciosa Papallona ya no
se lea todo lo que debiera leerse.37
Posición que tiene su correlato ideológico en la propia confesión de la
autora de Los pazos de Ulloa (carta del 15 de noviembre de 1886) según la
cual su españolismo se va acentuando, y en la polémica a propósito del
regionalismo mantenida por Núñez de Arce, Almirall y Mañé y Flaquer se
muestra partidaria del poeta que había expuesto sus diferencias respecto
de Lo catalanisme de Almirall en el Discurso leído el 8 de noviembre de
1886 en el Ateneo madrileño. Los reparos formales de Pardo Bazán no
esconden su diáfana posición que, por cierto, entraba en abierto conflicto
con la de su paisano Alfredo Brañas:
Núñez de Arce no estuvo oportuno en la forma, ni revela estudio
profundo ni detenido del asunto, ni acaso eligió bien el momento,
ni quizás anduvo acorde consigo mismo, pues creo que ya
llevaba hechas otras declaraciones contrarias a las actuales; pero
yo, que nací española rabiosa y que soy la única que en esta
tierra no ha dado en la flor de llamarse ‘celta’ o ‘sueva’, estoy
conforme, es ocioso decirlo, con el fondo de su discurso.38
La reflexión de Emilia Pardo Bazán es sumamente transparente y encaja
a la perfección en su pensamiento crítico acerca del regionalismo gallego.
Las literaturas regionales no podían tener más que una existencia restringida
y supeditada al impulso de la lengua nacional que obtiene su poder
unificador de su superioridad. El sustrato ideológico procedente de Taine
(la identificación de la lengua con la raza es ejemplar) transparenta el ademán
de nacionalismo español que proyecta inequívocamente desde sus
afirmaciones, tal y como se pondrá de manifiesto en la crisis de fin de
siglo, con un componente conservador que diferencia sus postulaciones
de las muchas y muy variadas que generó la literatura del desastre.
125
La oportunidad de componer novelas en catalán le fue ásperamente
discutida a Oller por uno de sus mejores amigos, Benito Pérez Galdós. La
relación epistolar entre Galdós y Oller se inicia a instancias de Pereda en la
primavera de 1884, cuando el novelista catalán le envía su producción
narrativa hasta la fecha. Galdós se toma cerca de siete meses para contestar
y el 8 de diciembre le acusa recibo de su lectura, que ha tenido en el
cuento Lo baylet del pá y en La papallona los momentos estelares. Sin
embargo, y pese a las observaciones narrativas de gran calado que le hace,
llama poderosamente la atención que ya en la primera carta le disuada de
emplear el catalán con estas palabras:
Lo que sí le diré es que es tontísimo que usted escriba en catalán.
Ya se irán ustedes curando de la manía del catalanismo y de
la renaixensa. Y si es preciso, por motivos que no alcanzo, que
el catalán viva como lengua literaria, deje usted a los poetas que
se encarguen de esto. La novela debe escribirse en el lenguaje
que pueda ser entendido por mayor número de gente. Los poetas
que escriben para si mismos, déjelos usted con su mania, y
véngase con nosotros. Le recibiremos a usted, en el recinto de
nuestro Diccionario, con los brazos abiertos.39
Galdós recibió una doble negativa a la propuesta que hacía en su carta.
De un lado, la de Pereda, a buen seguro puesto en antecedentes por el
propio Oller. En carta del 16 de diciembre del 84 el autor de Sotileza
desaconseja a Galdós que se empeñe en convencer a Oller de cambiar de
lengua literaria: “es imposible”, le dice categóricamente. La explicación de
Pereda rebosa sensatez:
Los escritores catalanes piensan en catalán, hablan en catalán y viven
en una sociedad que no habla otra lengua en familia. Por consiguiente
el idioma catalán es el jugo de su literatura; y escribiendo en
castellano Oller, Vilanova, Bertrand y tantos otros, serían a todo tirar,
los Fanstenrat (no conozco la ortografía alemana de esta palabra) de
Cataluña, que es ser bien poco para los fines que usted desea. Así
pues, no hay más remedio que tomarlos como son, con su pecado
de origen, harto castigado con la pequeñez del mercado que tienen
para sus libros y el injustificado desdén con que los mira el público
literato de Castilla.40
De otro, la muy meditada contestación de Oller, fechada el 14 de diciembre.
Tras reconocer que es “cuestión batallona” con todos sus amigos
de allende del Ebro, Oller se confiesa sorprendido de la postura de Galdós
por dos tipos de motivos: porque “profesa francamente las ideas de la
escuela realista” y porque “ha visto usted cómo vivimos y hablamos en
Barcelona”.41 La argumentación de Oller es inapelable tanto por las razones
que esgrime como por la identidad del interlocutor a quien se dirige, e
implícitamente muestra -como señaló con su sagacidad habitual el profe126
sor Sergio Beser- “los principios estéticos del realismo decimonónico”.42
Vayamos por partes porque la cuestión tiene una singular importancia.
Oller es tal como advirtió la lucidez crítica de Joan Sardà en las páginas
de L’Avens (25-X-1889) un seguidor a rajatabla de la pintura verdadera de
la realidad: “Per ell en art no hi hà més qu’un Deu: la realitat; ni més
qu’una religió ò forma d’adoració: la pintura d’aquesta realitat”.43 La creación
de un lenguaje narrativo para la representación de esa realidad era
consustancial a la forja de la novela realista, que en su afán de plasmar
con la máxima diafanidad la vida no podía acudir a otra lengua más que a
la vivida (de ahí los dos tipos de motivos que sorprenden a Oller entre los
reparos que formuló Galdós). El empleo del catalán era absolutamente
imprescindible para perseverar en la tarea de la creación de una novela
realista catalana. Tal es el eje vertebrador de la epistolar argumentación
de Oller:
Escribo la novela en catalán porque vivo en Cataluña, copio costumbres
y paisajes catalanes y catalanes son los tipos que retrato,
en catalán los oigo producirse cada día, a todas horas, como
usted sabe que hablamos aquí. No puede usted imaginar efecto
más falso y ridículo del que me causaría a mí hacerlos dialogar
en otra lengua, ni puedo ponderarle tampoco la dificultad con
que tropezaría para hallar en paleta castellana cuando pinto, los
colores que me son familiares de la catalana. Suponga usted,
por un momento, siquiera conozca usted el inglés mejor que yo
el castellano, que se le hubiese ocurrido a usted hacer hablar
como Byron al bueno de Bringas o a su esposa la Pipaón. ¿Dónde
quedarían la verdad, la frescura, el nervio y hermosura del
lenguaje de aquellos madrileños de carne y hueso, tan felizmente
pintados porque ha podido usted copiarlos del natural,
usando del mismo instrumento que ellos para imitar su estilo,
sus giros, sus exclamaciones, su misma voz, rasgos
determinativos del carácter, del temperamento, de la educación,
de todo lo que constituye un tipo? ¿No cree usted que el lenguaje
es una concreción del espíritu? ¿Cómo divorciarlo pues de
esa fusión que existe de realidad y observación en toda obra
realista?.44
De las palabras de Oller se desprende que en esa construcción de un
mundo imaginario que es toda novela, un escritor realista como él hace
prevalecer dos elementos: ser reflejo del mundo real o emplear un écran
que facilite al máximo el efecto de realidad, y hacerlo con un lenguaje que
plasme con la máxima diafanidad lo observado y estudiado en el original.
La sorpresa del autor de La papallona nace de que su credo estético es -en
la herencia de Balzac- estrictamente paralelo a los designios que Galdós
enunciara para la novela en 1870 en el texto fundacional del realismo
español (“Observaciones sobre la novela contemporánea en España”),
127
cuando afirmaba la trinidad de valores que debía exigírsele: real, española
y contemporánea. Dados estos postulados teóricos, Oller cree que su argumentación
epistolar debe convencer a don Benito, tanto más cuanto
éste había escrito en el prólogo a El sabor de la tierruca (1882) que “una
de las mayores dificultades con que tropieza la novela en España consiste
en lo poco hecho y trabajado que está el lenguaje literario para asimilarse
los matices de la conversación corriente”.45
Pero no fue así y Galdós siguió machaconamente intentando que Oller
abandonase el empleo del catalán, con considerandos que en el plano
estético entraban en franca contradicción con el ideario que el gran novelista
canario mantuvo imperturbablemente acerca de la novela. Galdós no
quiso comprender que el trabajo literario de Oller era, desde un punto de
vista doctrinal y estético, completamente paralelo al que tenían en sus
manos novelistas que él apreciaba, como por ejemplo Pereda, e incluso a
la labor narrativa que de forma pionera él mismo estaba consolidando.
Galdós, imbuído de un jacobinismo lingüístico, no supo ver en Oller lo
que Yxart advertía con singular tino en su análisis de La tribuna (La Época,
7-I-1884):
A la restauración de la novela realista, va unida en España, por
íntima conexión de ideas, la de la lengua. Desde el punto en que
la obra es imitación directa de la vida, su lenguaje y formas deben
ser los mismos que los ordinarios y comunes, y han de propender
irresistiblemente a que desaparezca la maldad o divorcio
entre la lengua de los libros y la hablada, la académica y la doméstica.
46
O lo que Leopoldo Alas -abriendo el camino- había estudiado con impar
destreza a propósito de las novelas galdosianas en los barceloneses artículos
“Del estilo en la novela”, publicados en 1882.
El tema de la conversión de Oller que Galdós quiere auspiciar retorna
una y otra vez en el epistolario e incluso en la crítica literaria galdosiana.
Su recurrencia sólo tiene parangón con la pertinacia de Luis Alfonso en su
correspondencia con el novelista catalán; tenacidad que se inicia ya el 7
de julio de 1880 cuando tras decirle que acaba de leer Un estudiant le
espeta: “¿Por qué no escribe usted en castellano? No cometa usted la
hipocresía de decirme que no sabe”; que pasa por numerosos eslabones
como el del 9 de septiembre del 80 (“Dígame lo que hace y lo que proyecta,
y cuando escribe usted algo en castellano para publicarlo por aquí; así
como Sardà, que a semejanza de usted se expresa en limpia y gallarda
prosa castellana”) y que desemboca en comentarios como el de la carta
del 19 de octubre de 1883: “Ahora falta que escriba usted Vilaniu y que se
decida usted a escribir en castellano. En este punto, je en recule pas d’une
semelle, como dicen los franceses: soy tenaz”.
128
Galdós no le va a la zaga. Al poco de recibir Vilaniu y en carta del primero
de febrero de 1886, Galdós le dice que se va a internar de nuevo en su
catalán, aunque le advierte del desconsuelo que siente “al ver un novelista
de sus dotes, realmente excepcionales, escribiendo en lengua distinta del
español, que es, no lo dude, la lengua de las lenguas”. La discusión no
cesa en el epistolario -con precisiones políticas que es difícil compendiar
aquí- hasta su punto final que coincide con una carta de Oller del 28 de
noviembre de 1887, cuyo principal motivo es el comentario de Fortunata
y Jacinta. Como he escrito en el “Estudio preliminar” a esta novela (Barcelona,
Planeta, 1993) el sintético juicio que Oller ofrece a su amigo es de lo
más atinado y cabal que la obra suscitó en la recepción contemporánea.
Oller estimaba la novela del 87 no sólo la mejor de la producción galdosiana
sino la obra más destacada del género en España. Las razones esgrimidas
para tan tajante juicio son de índole temática y de orden estructural. Así
Oller lee la novela como la lucha de “la naturaleza con los
convencionalismos de la civilización” (en términos muy similares, por cierto,
a los empleados hace algunos años por Carlos Blanco Aguinaga47),
indicando su gran acierto compositivo por la perspectiva con que los personajes
-”una galería tan extensa de tipos”- se muestran al lector, destacando
de “un fondo palpitante de vida y verdad”. Tras esta breve lección
de crítica literaria y con bondadosa ironía le dice: “Sólo siento una cosa:
que no está Fortunata y Jacinta escrita en francés para su mayor publicidad
y provecho del autor. Un separatista”.48
No obstante, lo prolongado de la discusión tuvo un momento culminante
cuando Galdós en sus habituales colaboraciones para La Prensa de Buenos
Aires escribió un comentario crítico con fecha 30 de marzo de 1886.
En él hace público lo que era, hasta ese momento, privado, y postula que
el novelista vallense, producto de un catalanismo dominado por “los resentimientos
regionales, algunos no injustificados”, escribe en catalán
cuando lo podía hacer magistralmente en castellano, pese a que “la novela
contemporánea requiere una dicción extraordinariamente rica y
flexible”, a la que no se presta el catalán, porque -a juicio de Galdós- “el
catalán no tiene construcción propia. La sintaxis es la castellana y sólo
varían las voces”.49
El tema era en esas circunstancias -albores de la primavera de 1886-
candente. Luis Alfonso desde su tribuna de La Época lo exponía a finales
de enero: “El tema literatura catalana está sobre el tapete -sobre el tapete
de las mesas de los literatos-. Verdaguer publica el poema Canigó; Soler el
poema Las alas negras; Oller la novela Vilaniu; Yxart la colección de artículos
El año pasado”. El mismo Luis Alfonso -como sabemos- discrepaba del
empeño de Oller de usar el catalán, insistiendo en las cualidades que atesoraba
como “novelista nacional” como “es crítico nacional Yxart”. Por
esas mismas fechas Armando Palacio Valdés en carta cursada a Yxart desde
el Ateneo de Madrid (11-II-1886) le decía:
129
Me alegro que usted y sus amigos trabajen pero deploro que sus
esfuerzos no se aúnen a los nuestros para levantar la literatura
española. Es lástima que los buenos ingenios como el de Narcís
Oller, etc. no añadan su fuerza al renacimiento de la novela y la
crítica española.
El tema era recurrente en la prensa madrileña de la época. Un buen
paradigma de la crítica literaria de ese momento es el habitualmente bien
orientado crítico de la Revista de España, Lara y Pedraja, quien firmaba
con el seudónimo “Orlando”, y que a menudo se ocupaba de las llamadas
literaturas regionales (un ejemplo normativo es su ensayo “Las literaturas
regionales con motivo de las publicaciones recientes” aparecido el 10 de
agosto de 1885). El lugar común de la recurrencia es el siguiente: Oller es
un gran narrador pero debe escribir en castellano y dejar el catalán para la
literatura puramente regional, dominio al que no debía pertenecer la nueva
novela. El juicio de “Orlando” en su largo ensayo, aparecido en cuatro
entregas en la Revista de España en el otoño de 1884, acerca de “Novelas
españolas del año literario” es altamente sintomático:
De las comarcas españolas donde se nota algún movimiento literario,
merecen citarse Cataluña, porque en ella tienen vida propia,
y espléndida a veces, todas las manifestaciones de la literatura.
Responde ésta en general -y no se interprete ésto como una
censura- al espíritu que anima la vida toda de aquellos habitantes,
que no es otro que el mercantil; así es que entre el gran
número de novelas publicadas por las diversas casas editoriales,
apenas si pueden contarse con obras de algún mérito otras que
las tituladas Margaridoia, de Nadal, y L’Escanyapobres, de Narcís
Oller, premiada ésta última en los Juegos Florales y escritas ambas
en dialecto catalán. Y es lástima que sus autores no las den
a la luz en castellano, porque lo contrario las priva de ser leídas
en el resto de la Península.
En este escenario que reivindicaba para la novela de poética realista el
castellano, haciendo elipsis de la necesidad de forjar un lenguaje narrativo
capaz de proporcionar una ilusión de realidad lo más diáfana posible, Narcís
Oller se amparó en la opinión de Menéndez Pelayo, quien no comulgaba
con los argumentos que la mayoría de la crítica española sostenía privada
y públicamente. Oller había recibido la opinión de don Marcelino por vía
epistolar fechada el primero de febrero de 1886. Acaba de leer Vilaniu y es
tajante tanto en la valoración literaria, comparándola con los mejores cuadros
de caracteres y de costumbres de las pequeñas villas de Flaubert e
incluso con las Escenas de la vida de provincias de Balzac, como en su
opinión en torno de la lengua:
He notado una porción de expresiones tan pintorescas, tan nuevas
y tan exactas y penetrantes que me hacen desear (al revés
130
que a otros amigos) que siga usted escribiendo en catalán, porque
sólo quien escribe en su propia lengua puede alcanzar esta
potencia gráfica y esta armonía profunda entre el pensamiento y
la frase.
Es verdad que lo poco difundido de la lengua hará que el libro
no corra tanto, como sin duda correría en francés y aun en castellano,
pero yo sé que tarde o temprano todo lo que merece ser
conocido, lo es, y llega a romper todas las barreras de pueblos y
de lenguas.50
De inmediato Oller le escribe (4-II-1886): está contento y cree que la
opinión de peso de don Marcelino obrará persuasivamente en muchos
críticos para que acepten sus esforzados trabajos de novelista en catalán.
Piensa inclusive en publicar la carta y le pide permiso a Menéndez Pelayo,
quien lo concede de inmediato. Por fin alguien ha comprendido sus razones:
Si yo escribiese en castellano no daría más que obras anodinas,
sucumbiría a la falta de fraseología y locución, no lo dude usted.
No hay pues obstinación, ni temeridad, por mi parte, sino imposibilidad
absoluta que debieran comprender y respetar como
usted lo hace.51
En realidad, Menéndez Pelayo estaba juzgando a Oller desde unas convicciones,
que Rubió i Lluch definió contemporáneamente (Diario de Barcelona,
29-III-1881) como catalanistas, y que el gran historiador
santanderino habría de expresar pública y rotundamente ante la reina con
motivo del Discurso de los Juegos Florales de 1888 en Barcelona:
comprén també que les llengues, signe i penyora de rassa, no’s
forjan capritxosament ni s’imposan per forsa ni’s prohibeixent
n’is manan per llei, ni’s deixan, ni’s prenen per voler, puig res hi
ha mes inviolable y mes sant en la conciencia humana que’l
nexus secret en que viuen la paraula i el pensament.52
Declaración solemne que se convirtió en manifestación indispensable
para aquellos que como Oller e Yxart creían en una España pluricultural.
Benito Pérez Galdós, por el contrario, respetaba, pero, al igual que Clarín,
no sentía la lengua catalana. Resueltamente era una opacidad de las señas
de identidad del nacionalismo liberal español.
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NOTAS
1 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires,
Cultura Hispánica, Madrid, 1973, p.313. Carta del 1-VII-1888.
2 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1973, t. VI, p.1432.
3 Ibídem, p.1433.
4 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, Renacimiento,
Madrid, 1923, p.68. Carta del 8-VII-1888.
5 Ibídem, p.69.
6 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires,
p.320.
7 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, p.70.
Carta del 8-VII-1888.
8 Ibídem, p.70.
9 Ibídem, p.72.
10 Ibídem, p.73.
11 Ibídem, p.69.
12 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, II, ed. Alberto Ghiraldo, Arte y Crítica, Renacimiento,
Madrid, 1923, p.71.
13 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires,
p.321. La carta es del 8-VII-1888.
14 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, p.86.
La carta es del 15-VII-1888.
15 YXART, J., «La Exposición Universal. Panoramas», El año pasado (Letras y artes en Barcelona),
Librería Española de López, Barcelona, 1889, p.180.
16 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, t. VI, p.1439.
17 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós
y Narciso Oller», Boletín de la Academia de Buenas Letras, XXX (1963-1964), p.287.
18 Ibídem, p.287.
19 VERDAGUER, M., Medio siglo de vida íntima barcelonesa, Barna, Barcelona, 1957,
p.144.
20 En los círculos más atentos su fama y prestigio datan de 1881 al compás de la publicación
de La desheredada, tal y como se desprende de una carta de Joan Maragall a
Joaquim Freixas datada el 5-VII-1881, en la que dice estar siguiendo la publicación de
la primera novela naturalista española a través de los sucesivos cuadernillos. Cf.
MARAGALL, J., Obres Completes (Obra Catalana), Selecta, Barcelona, 1970, p.971.
21 SARDÁ, J., Art i veritat. Crítiques de novel.la vuitcentista, ed. Antònia Tayadella, Curial,
Barcelona, 1997, p.73.
132
22 Apud, DOMINGO, J. M., Josep Pin i Soler i la novela, 1869-1892. El cicle dels Garriga,
Curial / AbadÍa de Montserrat, Barcelona, 1996, p.73.
23 OLLER, N., Memòries literaries, Aedos, Barcelona, 1962, p.298.
24 Apud, ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, Crítica, Barcelona, 1995, p.535, donde se
pueden consultar los detalles de la información.
25 PLA, J., Un señor de Barcelona, Destino, Barcelona, 1945, p.210.
26 CABRÉ, R., «Epistolari Benito Pérez Galdós-Josep Yxart», Estudis de Llengua i Literatura
Catalanes III, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 1981, p.216.
27 SARDÁ, J., Obras Escogidas (Serie castellana, I), Librería de Francisco Puig y Alfonso,
Barcelona, 1914, p.109
28 Ibídem, p.113.
29 Apud, DOMINGO, J. M., Josep Pin i Soler i la novela, 1869-1892. El cicle dels Garriga,
p.92.
30 UNAMUNO, M. de, «Sobre el marasmo actual de España», En torno al casticismo, Espasa
Calpe (Austral), Madrid, 1972, p.146.
31 Tanto esta cita como las siguientes del presente párrafo proceden del artículo de DENDLE,
B. J., «Galdós en Barcelona: un artículo olvidado de 1903», Bulletin Hispanique, XC
(1988), pp.389-392.
32 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós
y Narciso Oller», p.305. La carta es del 9-III-1915.
33 Apud, ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, pp.785-786.
34 MAYORAL, M., «Cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a Narcís Oller», Homenaje a
Antonio Gallego Morell, Universidad de Granada, Granada, 1989, t. II, p.390.
35 FREIRE, A. M., Cartas inéditas a Emilia Pardo Bazán (1878-1883), La Coruña, Fundación
“Pedro Barrie de la Maza”, 1981, p.98.
36 MAYORAL, M., «Cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a Narcís Oller», p.391.
37 Ibídem, p.400.
38 OLLER, N., Memòries literaries, p.100.
39 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y
Narciso Oller», p.267.
40 ORTEGA, S., (ed.), Cartas a Galdós, Revista de Occidente, Madrid, 1964, p.95.
41 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós
y Narciso Oller», p.268.
42 BESER, S., «La bogeria: historia y discusión de una locura anunciada», en Narcís Oller,
La bogeria / La locura, Edicions del Mall, Barcelona, 1986, p.10.
43 SARDÁ, J., «Narcís Oller» Obres escullides. Serie Catalana, Llibrería de Francisco Puig,
Barcelona, 1914, p.147
44 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y
Narciso Oller», p.268.
45 PÉREZ GALDÓS, B.,, “Prólogo” (1882) a José María de Pereda, El sabor de la tierruca,
Arte y Letras, Barcelona, 1882, p.IV.
46 CABRÉ, R., José Yxart: Crítica dispersa (1883-1893), Lumen, Barcelona, 1996, pp.196-
197.
133
47 Cf. BLANCO AGUINAGA, C., «Entrar por el aro: restauración del ‘orden’ y educación de
Fortunata», La historia y el texto literario. Tres novelas de Galdós, Nuestra Cultura,
Madrid, 1978, pp.49-94.
48 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y
Narciso Oller», p.285.
49 PÉREZ GALDÓS, B., Las Letras, Obras Inéditas, II, ed. Alberto Ghiraldo, Arte y Crítica,
pp.42-43.
50 MENÉNDEZ PELAYO, M., Epistolario, ed. Manuel Revuelta Sañudo, Fundación Universitaria
Española, Madrid, 1984, t. VII, p.439.
51 Ibídem, p.442.
52 MENÉNDEZ PELAYO, M., Textos sobre España, ed. Florentino Pérez-Embid, Rialp, Madrid,
1962, p.277.